El Cuyo, la comunidad pesquera que nació en el vaivén del mar

La comunidad pesquera que nació en el vaivén del mar

Cecilia Abreu
Fotografía de Gastón Bailo


El fuerte espíritu solidario de los pescadores de El Cuyo, en Yucatán, mantiene unida a la comunidad en su lucha por la preservación del ecosistema marino así como el rescate del pepino de mar, que se creía extinto en la región.

Tiempo de lectura: 20 minutos

No hubo pesca en altamar hoy, el clima lo impidió; aun así, las redes pescaron un perro en el muelle. Con un aullido desesperado el perro ladró como pidiendo auxilio y un pescador acudió a rescatarlo. Estaba tan enredado y se movía con tanta desesperación que no lograba liberarlo; otros dos pescadores se acercaron para ayudarlo hasta que lograron soltarlo y el perrito blanco con manchas negras se fue brincando felizmente. Así es la comunidad de pescadores que forman la cooperativa pesquera de El Cuyo: solidaria.

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El 12 de diciembre de 2023, la Cooperativa Pesquera Manuel Cepeda Peraza recibió a su gente con música y coreando “La guadalupana, la guadalupana, la guadalupana bajó al Tepeyac”, en honor a la Virgen de Guadalupe en su día, una celebración que les reunió como lo que son: una comunidad. Para llegar a escuchar esa música que provenía de la cooperativa pesquera de Río Lagartos, hubo que recorrer, desde Mérida, poco más de 200 kilómetros de una carretera que, conforme se avanza, se vuelve más estrecha.

Sentado en el muelle de Río Lagartos, Romel Alcocer Díaz, integrante de la Cooperativa Manuel Cepeda Peraza, explica que una organización como la suya es una agrupación social sin fines de lucro “porque todas las ganancias y todo lo que se hace se divide entre todos los pescadores, aquí no hay patrón”. De fondo se escucha el sonido del mar mezclado con los rezos de la gente que se encuentra dentro, rezando; aunque es una celebración religiosa, se reúnen como cooperativa a pesar de ser miércoles. El sentido comunitario en este tipo de agrupaciones dedicadas a la pesca es casi tan evidente como el verde en las hojas del manglar.

Dársena del puerto de pescadores de El Cuyo durante el atardecer, el día llegó a su fin.

Romel es de baja estatura pero entra en el promedio de la región alrededor de 1.60 cm, debe rondar los 50 años; viste una playera gris; tiene algunas canas y una sonrisa que denota orgullo por su profesión y por la cooperativa de la que forma parte. Una de las primeras preguntas que le planteo es sobre cómo la cooperativa mantiene los propósitos que les dan identidad: “¿Qué hacen para conservar su sentido de pertenencia, sin que les ganen los intereses personales, y contribuir al mismo tiempo a la preservación del ecosistema marino?

Tanto Romel como otras personas que serán mencionadas más adelante concuerdan en que uno de los factores fundamentales para lograrlo es mirarse como iguales entre sí; no hay un jefe o patrón, tienen una visión comunitaria. A cuantos más pescadores se les pregunta sobre su cooperativa, más se escucha la respuesta de que este tipo de organización se creó para ayudarse, para darse seguridad.

El formar parte de una cooperativa les permite contar con una red que les sostiene, en la que encuentran la seguridad social que no tendrían trabajando como pescadores por su cuenta; además de otros beneficios que tienen como apoyos por enfermedad o fallecimiento.

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En la cooperativa de Río Lagartos hay dos o tres pescadores que enfrentan actualmente problemas de salud. Augusto del Carmen Alcocer Díaz, uno de los miembros de la cooperativa, con cerveza en mano, interrumpe su celebración para decir que ellos “están convaleciendo poco a poco”, pero cuentan con el apoyo de sus compañeros.

Mes a mes, cada pescador dona 50 pesos para que las familias de dos compañeros enfermos tengan un sostén económico; considerando a los 196 socios activos, cada familia cuenta con un ingreso mensual de 9 800 pesos gracias a la solidaridad de sus compañeros.

“Aquí nos apoyamos, si tú vas a pescar y se te friega una máquina o equis cosa, ¿por qué se le llama cooperativa? Porque vienes acá, hablas con los dirigentes, con los encargados y ellos buscan la manera de cómo apoyarte”, cuenta otro de los socios, Either Jesús Contreras.

El dinero “no te lo regalan, te lo prestan”; esto aplica en situaciones como la avería de un motor, una problemática común entre los socios. Sin embargo, cuando un pescador de la cooperativa está enfermo, se llegan a acuerdos para ayudarlo. Para los casos de problemas en sus lanchas, la cooperativa de Río Lagartos cuenta con un fondo que van alimentando con la venta de la pesca que realizan; con ese dinero pueden darles préstamos y apoyos.

Es temporada de lluvias en El Cuyo, sin embargo el aguacero no puede detener la vida cotidiana de la dársena.

El presidente de la Confederación Mexicana de Cooperativas Pesqueras y Acuícolas (Conmecoop), José Luis Carrillo Galaz, define a las cooperativas como “una organización o empresa social en donde se reúnen pescadores, en este caso porque son pesqueras, y trabajan por un bien común sin finalidad de lucro entre ellos; pero sí con el tema de comercializar sus productos mediante una colaboración entre todos”. Así entendida la participación, quienes trabajan en una cooperativa no solamente lo hacen para obtener beneficios personales o familiares, lo hacen también en beneficio del puerto.

Mientras toma con sus gruesas manos una tostada de pulpo fresco para darle una mordida, Juan Pablo Solorio Valencia, representante de la Cooperativa Pesquera de El Cuyo, expresa lo que representa para él formar parte de dicha organización: “Se siente un gran orgullo porque representamos al puerto como pescadores; claro que lo que luchamos, lo que peleamos y defendemos es para toda la comunidad”. Para Solorio, pertenecer a esta cooperativa significa estar en común unidad; es decir, en comunidad. Esto significa que no solo los pescadores de la cooperativa tienen un papel fundamental, también la sociedad.

En el libro Un mar de esperanza, escrito por la doctora Andrea Sáenz Arroyo, se explica que la inteligencia colectiva surge cuando las personas se escuchan entre sí para crear un futuro que en lo individual no sería posible, aportando soluciones e impulsando el potencial para transformar la realidad. Esto es precisamente lo que ocurre en las cooperativas pesqueras del sur de México.

“Tenemos todo el apoyo del pueblo, todo el sector pesquero […] [la sociedad] apoya la labor que se hace, se han unido con nosotros a vigilar, han colaborado con nosotros cuando hay que defender el puerto”, cuenta Solorio, y comenta que los valores de la cooperativa han ganado la confianza de la sociedad.

El organizarse no siempre es sencillo. El presidente de la cooperativa de Río Lagartos, José Manuel Pech Tabasco, entra a su oficina que está vacía porque todos están comiendo cochinita y tomando cerveza en la celebración del Día de la Virgen, pero él se toma un momento para señalar que hay temas que son difíciles de afrontar en su cooperativa porque no siempre todos están de acuerdo. Cuando decidieron “autovedarse” hubo muchas opiniones encontradas, pues postergar un mes la pesca de langosta cuando ya estaba permitido no fue sencillo. “Sí fue difícil lo del cierre de autovedarnos, hubo bastantes problemas, nos dijeron de cosas […] siempre nosotros le quitamos y, nosotros, ¿cuándo le daremos algo al mar?”.

Romel, pescador de Río Lagartos, a minutos de salir al mar.

Sus decisiones las toman en asambleas y los acuerdos no solamente son de palabra, quedan asentados en un acta y “socio que no lo respete, lleva una sanción”; es precisamente en esas reuniones en las que han tomado decisiones como autovedarse para cuidar el ecosistema marino y asegurar que habrá pesca más adelante. “Siempre pensamos en el futuro y en cuidar nuestros recursos”, expresa Pech Tabasco.

Los riesgos del mar se afrontan en comunidad

Cuando era joven, Juan Solorio supo que quería ser pescador. No fue difícil para él descubrirlo, pues lleva 15 años, la mitad de su vida, siguiendo los pasos de su padre, a quien vio amar la vida en el mar.

Sin embargo, Solorio no quiere que sus hijas se dediquen a la pesca porque le parece peligroso; su padre falleció por una descompresión y él, que la ha sobrevivido, tiene muy claros los riesgos de sumergirse en el océano: “He tenido dos de esas experiencias y ha sido muy sufrido para mí en lo físico y también para la familia”.

Un pescador prepara su equipo de pesca.

Cuando los pescadores bucean para capturar especies como la langosta tienen que llevar consigo un tanque de respiración con una mezcla de gases, pero cada vez tienen que ir más profundo. Antes encontraban su pesca a siete metros, ahora llegan hasta los 40 metros por la disminución en la densidad de las especies. En consecuencia, si se asciende rápidamente habrá una pérdida de presión atmosférica que producirá burbujas en la sangre por la sobresaturación de gases y es posible que ocurra entonces una embolia temporalmente paralizante o mortal.

En ocasiones, sienten el cuerpo dormido, pero no pierden el conocimiento, se dan cuenta de lo que les está ocurriendo y es ahí cuando piensan en los suyos y se preguntan si se podrán recuperar.

Si a cualquier pescador le sobreviene una descompresión, sus compañeros de trabajo le avisan a la directiva o a la capitanía por medio de la radio para que tengan todo listo en el momento de su llegada y puedan brindarles la atención que necesitan; pero mientras todo esto ocurre, la gente del pueblo se entera de la noticia y la familia comienza a preocuparse: “Esos minutos, digamos de 10 millas, para llegar acá al puerto, son media hora; esa media hora es de angustia para la familia porque a veces viene uno consciente de que, pues es solo una descompresión de dolor, pero la familia no lo sabe”, explica Solorio. La cámara hiperbárica más cercana se encuentra en Tizimín, a una hora de El Cuyo, y es precisamente ese tiempo el más crítico para salvar la vida.

Carlos bucea en el mar azul de Río Lagartos.

A pesar de esto, cuando Solorio va de pesca no tiene miedo por lo que pueda pasar porque se enfoca en su labor y también porque toma todas las precauciones posibles, como revisar el clima en aplicaciones para saber si es oportuno salir al mar. Era muy distinto cuando su papá se iba a la pesca del día. En sus tiempos, no existían las aplicaciones meteorológicas y alertas previas como existen hoy, lo que incrementaba los riesgos; pero eso sí, la pesca que realizaban era en zonas más cercanas y no tan profundas como ahora que la sobreexplotación y el cambio climático han trastocado las condiciones en el ecosistema marino.

Para Solorio es importante contar con el soporte que le brinda su cooperativa porque sabe los riesgos que enfrenta siendo hombre de mar. Uno de los beneficios que mira indispensables es contar con seguridad social; es decir, con la certeza de que podrá contar con atención médica en caso de sufrir algún accidente o una descompresión, y lo ha comprobado porque ha sobrevivido a cinco intervenciones en la cámara hiperbárica como consecuencia del buceo. No todos los pescadores pueden decir lo mismo.

Solorio, por el ejemplo y la guía de su padre, se unió a una cooperativa, reconociendo en ella a una comunidad que le sostiene y que, hasta ahora, le ha brindado apoyo en estas circunstancias difíciles. “Hoy es un privilegio pertenecer a la cooperativa, aquí en el puerto de El Cuyo somos la única cooperativa, y pues se siente un gran orgullo porque representamos al puerto como pescadores, claro que lo que luchamos, peleamos y defendemos es para toda la comunidad”.

Carlos se pone las aletas.

Del sentido comunitario al cuidado ambiental

En algún momento de su vida como pescador, Solorio pescó especies fuera de las medidas adecuadas (que conforme con un acuerdo publicado por la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) son de 110 milímetros de longitud de manto, con un peso entero de 450 gramos), haciendo la pesca de pulpo sin importar si las medidas eran más pequeñas que las permitidas, pero en cuanto entendió la afectación que esto tenía para la comunidad —económico, social y ambiental— su acercamiento al mar, como su medio de trabajo, cambió. Para él ha sido muy claro el impacto porque antes le bastaba con sumergirse a siete metros y medio, máximo ocho metros de profundidad, pero ahora tienen que sumergirse entre 40 y 45 metros porque el cambio climático y la sobreexplotación han afectado la presencia de las especies en el mar. “Hoy en día […] estamos como al 30% de lo que se capturaba antes”, menciona considerando sus inicios en la pesca 15 años atrás.

Solorio Valencia, presidente de la cooperativa de El Cuyo, procura integrar acciones de preservación: “Tenemos medidas internas, nosotros nos autocastigamos si un socio está sacando producto que no sea en temporada, producto que sea de una talla ilegal, lo expulsamos de la cooperativa”. A bordo, no tienen una báscula, pero saben calcular las tallas y el peso por la experiencia, a veces llegan a fallar en dos o tres pescados, “estamos hablando de un centímetro, dos centímetros”, pero esos no los comercializan, priorizando dar el ejemplo, los utilizan para el autoconsumo.

Romel es también secretario de la Federación de Pescadores de la Zona Oriente de Yucatán y cuenta cómo aprendieron que si querían continuar desarrollándose en la pesca, tenían que cuidar los recursos del mar: “Cuando se descubrió que había pepino de mar, desgraciadamente nuestras autoridades se pusieron a repartir permisos a diestra y siniestra y en estos pueblos el 90% nos dedicamos a la pesca y todos somos cooperativados, entonces le dieron permiso a pequeños empresarios que…, ¿qué hicieron ellos?, al no haber buzos empezaron a traer gente de otros estados y al ver que nosotros teníamos buena producción, ¿qué hicieron? Empezaron a invadirnos”.

Trabajador del sindicato de El Cuyo

Un trabajador y miembro del sindicato de pescadores de El Cuyo.

El pepino de mar se extinguió muy pronto, en especial porque muchos continuaron la pesca incluso cuando comenzó su veda. Los pescadores de Río Lagartos y El Cuyo, acusan que en Dzilam Bravo siguen con acciones que afectan al mar y sus trabajos, pescando fuera de temporada o fuera de medidas. “Por eso decidimos juntarnos” y, tras muchos esfuerzos, ya cuentan incluso con apoyo de las autoridades. A través de su comité de inspección y vigilancia —que abarca la costa desde San Felipe hasta El Cuyo— avisan a las autoridades si encuentran pesca furtiva, situación que suele suceder en Dzilam de Bravo, donde años atrás llegó “mucha gente de fuera” para pescar pepino de mar y que se quedó en la zona.

Cuando comenzaron con esta acción de vigilancia, explica Romel, les llamaban “autodefensas”; pero explica que no lo son porque no llevan consigo ningún tipo de arma. “Los mismos pescadores nos avisan de que hay furtivismo y que hay gente pescando fuera de temporada…”. Su labor consiste únicamente en avisar a las autoridades; Romel cuenta que llaman a la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (Conapesca) y a la Armada de México, pero salen en sus propias lanchas, junto con las autoridades, para enseñarles en dónde se encuentra la pesca ilegal: “Hemos decomisado lanchas, el año pasado decomisamos 12”.

Esta vigilancia no es lo único que realizan como cooperativa o comunidad para proteger al mar, su fuente de ingresos; también realizan las autovedas para cuidar a las langostas y obtener tallas más grandes (con mejor retribución); además, pescan el pulpo de forma artesanal. “Para febrero pega la langosta, la muy pequeña, baby que le llaman; entonces nosotros ya nos dimos cuenta de que nos ha dado mucho resultado al autovedarnos. Cuando llegue julio, que se abre la temporada, esa langosta ya agarró la talla normal que debe ser”.

A la pregunta sobre si la comunidad tiene el poder de salvar y preservar la naturaleza, Solorio Valencia de El Cuyo responde: “Sí, por supuesto. Yo creo que eso empieza por decisión de un pequeño grupo, pero se contagia. Yo lo he visto. Hoy en día son varios que estamos en la vigilancia. Te toman a loco al principio, te dicen que no vas a cambiar el mundo, que el mundo sigue girando y es imposible todo tu esfuerzo que hagas, pero yo he visto que sí funciona. Sí se puede cambiar, solo es tener el interés, el tiempo; claro, y no cansarse”.

De vuelta al libro Un mar de esperanza, Andrea Sáenz plantea que “el progreso debería implicar preservar todo lo que recibimos de la naturaleza”, y eso es justo lo que las comunidades pesqueras logran al cooperativarse, pues consiguen preservar los bienes naturales del mar como los peces y el pepino marino, pero también logran cuidarse entre sí, recuperando las conexiones humanas y desarrollan su economía en el proceso.

Al rescate del pepino de mar

Juan Solorio camina por unas piedras para subirse hasta el muelle desde donde se ve una lancha con dos pescadores que regresan a la orilla. Cuenta que pescaron durante la noche porque el clima lo permitió, pero que por la mañana las condiciones climatológicas cambiaron y no se pudo salir a pescar.

Las cooperativas pesqueras de El Cuyo, Río Lagartos y San Felipe se han unido para defender su puerto de invasiones de pescadores, interesados específicamente en la pesca de pepino de mar. Solorio cuenta que, para él y su gente, la extinción del pepino de mar fue una lección que aprendieron desde hace más de 10 años porque antes había pepino de mar de gran tamaño en Celestún y Dzilam de Bravo “y hoy no hay nada”. Aunque su mirada refleja tristeza y su tono de voz baja de intensidad al decir “con el pepino no lo logramos”, sostiene que han preservado langostas y pulpos.

Pescados recién sacados del mar con métodos de pesca artesanal.

Las cooperativas de El Cuyo y de Río Lagartos opinan que en Dzilam de Bravo explotaron la especie trayendo gente de otros lugares para su pesca y haciéndolo sin límites hasta que se extinguió el pepino de mar. Esta causa en común que identificó un responsable, pudo influir para que decidieran crear los comités de vigilancia. Ahora, además de evitar la pesca furtiva, también están ocupándose de salvar una especie que les retribuye económicamente, pero que también reconocen es fundamental para el ecosistema marino.

Romel, tras contar cómo están reproduciendo el pepino de mar en Río Lagartos, se levanta del muelle en donde se encuentra y dice: “Vamos a verlo”; le pide a uno de sus amigos que prepare la lancha. Una vez en la embarcación, se emprende un breve recorrido hasta llegar a un caminito que sobresale entre el manglar, ahí se detiene. Desde ese lugar se alcanzan a ver unos palitos de madera, son las japas, una especie de jaulas puestas dentro del manglar donde están los pepinos. Romel se acerca y saca un pepino de mar que coloca sobre su mano.

—¿Cómo les va con la reproducción del pepino de mar?

—Estamos yendo demasiado bien, aquí lo ponemos de menos de un gramo —dice señalando la japa de dónde sacó el pepino, más pequeño que un arrocito—, y ya ahorita hay [algunos] que tienen 15, 20 gramos, cuando ya tengan ese peso se liberan a la ría para que se reproduzcan.

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Para lograr este sistema de reproducción cuentan con el apoyo de especialistas en acuacultura sustentable y otras áreas relacionadas de la Universidad Nacional Autónoma Nacional (UNAM), Campus Sisal, y del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional (IPN), quienes les dieron la orientación necesaria para saber cómo colocar y limpiar las japas, y después acuden cada mes para revisar el tamaño y el peso de los pepinos.

El doctor Luis Felaco, de la consultora Aquatics Group, que encabeza el Proyecto de Rescate Masivo de Pepino de Mar (Remape), junto con el Cinvestav, orientó a los pescadores para hacer las japas. Hasta ahora, indica, han liberado alrededor de 500 pepinos de mar y además tienen entre 10 y 15 japas más con 100 pepinos cada una. El rescate del pepino de mar —explica el doctor Felaco— se enfoca en el control de vida de la especie, produciendo sus gametos y juveniles, animales aún en desarrollo.

En Río Lagartos, San Felipe y El Cuyo, se trabaja desde dos frentes: por un lado, abordando la recuperación y crianza del pepino de mar como una actividad empresarial, similar a una granja; por otro, enfocándose en su repoblación, que tiene un impacto crucial en el ecosistema. “El pepino de mar es una especie clave para los ecosistemas”, subrayan los expertos. Este proyecto se lleva a cabo con procesos simplificados y una inversión mínima, lo que permite la participación de un mayor número de personas.

Dentro del manglar de San Felipe y Río Lagartos, las cooperativas cuentan con un espacio dedicado exclusivamente a la reproducción de esta especie y, aunque cuentan con la orientación de los biólogos, los pescadores están muy interesados en cuidar y recuperar a este animal marino.

El cuchillo de Juan después de la pesca.

Desde Aquatics Group, el doctor Felaco impulsa la estrategia de recuperación de la especie que “busca generar alianzas entre todos los actores posibles, entendiendo que el objetivo se va a lograr solamente si todas las personas que están involucradas participan”. En el Remape participan el Cinvestav, la Secretaría de Pesca y Acuacultura Sustentables de Yucatán (Sepasy), el Instituto Nacional de Pesca y Acuacultura (Inapesca), así como empresarios pesqueros que invierten en el proyecto y la Federación de Oriente, integrada por las cooperativas pesqueras.

El especialista considera que la academia tiende a realizar publicaciones para solucionar pequeños problemas; sin embargo, no toman en cuenta que la sociedad pueda ejecutar esas soluciones, ya que su interés principal es la publicación en sí misma y no la solución. Desde su visión, sería necesario que las estrategias puedan llevarse a cabo por las empresas y la sociedad. Con esto en mente, el proyecto busca ser integral para la recuperación del pepino de mar, una especie que, hasta la fecha, está en veda permanente, por lo que las pesquerías de la zona se dedican principalmente a la pesca de pulpo.

—¿La recuperación del pepino de mar requiere solucionarse desde muchas vías?

—El problema social —aclara el doctor Felaco— que se generó con el pepino de mar seguirá siendo grande si la producción de pepino de mar está solamente en manos de empresas privadas.

Ahora las mismas personas que antes se dedicaban a la pesca del pepino y que podrían ponerlo en riesgo son las que están involucradas en producirlo, en protegerlo.

Para lograr la reproducción, lo primero que hacen es buscar en el mar a los reproductores, los extraen y los trasladan a la estación marina del Cinvestav —ubicada en Telchac—, allí consiguen que machos y hembras suelten sus gametos para realizar la reproducción. En el mar los reproductores no se encontrarían naturalmente debido a la escasez de la especie, por lo que no se reproducirían; y cuando lo logran, enfrentan muchos riesgos de supervivencia debido a la presencia de depredadores.

Con Remape, una vez que ya tienen dos gramos en el laboratorio de Telchac, los trasladan hacia San Felipe y Río Lagartos para colocarlos en las japas que cuidan Romel y los demás pescadores para que continúen con su crecimiento. Dos meses más tarde, los animales ya tienen más de dos gramos. Los especialistas que revisan cada mes su tamaño identifican cuando están listos para enviarlos al fondo marino, ubicándolos en sitios —dentro de Río Lagartos, San Felipe y El Cuyo— que ya fueron sobrepescados o que, por alguna razón, no tienen la especie.

Hay que precisar que en El Cuyo realizan la repoblación; sin embargo, ahí no pueden colocar japas debido a que no tienen una zona de manglar que les brinde protección; por ello, solamente liberan a la especie en esa zona y no la crecen allí mismo. La liberación se efectúa en dos formas, en una jaula o sin ella, en una zona conocida; “posterior a eso básicamente tienes que esperar a que los animales crezcan y ya los cosechas”, explica el doctor Felaco.

Las japas tienen un diseño especial con mallas y palos; su elaboración es muy sencilla para que puedan fabricarlas los propios pescadores o cualquier persona de la comunidad. “Intentamos que sea no solamente simple en cuanto a cantidad de recursos que se requieren, sino que no sean demasiado pesadas físicamente”, comenta el doctor Felaco. Uno de los pescadores al cuidado de estas japas en San Felipe sufrió una descomprensión cuando pescaba buceando y vive con discapacidad permanente, usa un bastón, pero puede trabajar colocando las japas.

El pepino de mar es una especie extractiva; es decir, no requiere que le den el alimento, sino que lo obtiene por sí misma, por lo que a estas japas no tienen que añadirles comida una vez que los animales fueron colocados, especialmente porque el diseño permite que el alimento presente en el ambiente se asiente en las jaulas para su consumo. “Eso hace que el pepino tenga abundancia de alimento natural, que es lo que come normalmente; eso no quiere decir que eventualmente no podamos nosotros enriquecer añadiendo algunos elementos alimenticios”. De hecho, se está investigando en la creación de un alimento con aditamentos para estimular el crecimiento, aunque estrictamente no es necesario.

Vista aérea de los manglares de Río Lagartos.

Aun cuando el objetivo es que se acumule el alimento en estas jaulas, quieren evitar que se tapen, por lo que los pescadores las limpian cada semana o cada 15 días para quitar el exceso de sedimento. Hasta ahora han liberado alrededor de 3 200 animales. El especialista reconoce que las cooperativas pesqueras tienen un gran impacto social y ambiental. Además de esta labor, llevan a cabo otras acciones para proteger el ecosistema marino, como la creación de refugios pesqueros.

Refugios pesqueros en la lucha por la preservación del ecosistema marino

Juan Solorio, desde El Cuyo, luego de intentar encender un motor que se apagó porque le entró agua, cuenta que ya hicieron todo el estudio técnico necesario para abrir su refugio pesquero, una zona en donde dejarán de pescar para que el mar “descanse”: “Solo estamos esperando la respuesta de Conapesca para decretar el área [como zona de refugio pesquero]”. Sin embargo, las autoridades no tienen el interés necesario para decretar la zona como refugio pesquero. Luego de tardar más de medio año en darles una respuesta —a pesar de que por ley tenían 60 días naturales para hacerlo— les dijeron que “se tomarán su tiempo para evaluar la propuesta”, sin determinar un tiempo estimado.

La zona de refugio que quieren poner en marcha sería de 9 por 12 kilómetros hacia el mar, un área en la que evitarían pescar principalmente peces, pulpos y langostas y se impediría la pesca comercial durante cinco años. “Tomamos la decisión como puerto por lo mismo de ver que los peces año con año se acaban más. Ya teníamos nuestra autoveda de un mes y, a pesar de que pareciera que nos estamos poniendo la soga al cuello, sabemos que hay una razón que es preservar la pesca que hoy tenemos”.

Miguel Rivas Soto, doctor en ecología con una larga trayectoria en organizaciones ambientalistas, y actual director de proyectos en la organización Ponguinguiola, acompañó al Refugio Pesquero de El Cuyo para impulsar esta iniciativa que nació de la propia cooperativa pesquera; pero no pueden ponerla en marcha sin el soporte de la Conapesca, ya que carecería de validez y no podrían impedirle a nadie pescar allí. “Son ellos quienes se dan cuenta de que cada vez pescan menos el recurso pesquero que ellos tienen, que es la langosta, y se dan cuenta de que cada vez tienen que ir más lejos y no siempre traen la misma cantidad de producto. Gastan más gasolina, tienen que bucear a mayores profundidades, incluso con las tecnologías que tienen”.

La cooperativa, al saber que los refugios pesqueros pueden ayudar a la recuperación del ecosistema marino, comenzaron a trabajar en esta iniciativa desde 2021, y para junio de 2023 ya habían enviado su solicitud de creación de refugios pesqueros a las oficinas de Conapesca, la entidad encargada de regular y administrar estos refugios.

A pesar de tanto trabajo y esfuerzo de las cooperativas pesqueras, Juan Solorio lamenta el desinterés de Conapesca por los refugios pesqueros. “Hemos llegado, nos hemos cansado de mandar correos”, dice. La NOM-049 de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa, ahora Sader) regula estas zonas, indicando todas las reglas para habilitar los espacios. El acondicionar esta zona —señala Rivas Soto— trae consigo ciertos requerimientos que hacen difícil la implementación desde las cooperativas por sí solas; por ello El Cuyo estuvo acompañado por organizaciones, 17 especialistas de la UNAM y EcoSur, recabando toda la información pesquera, características de las especies y sus hábitats.

“Ese fue el primer desafío y un primer avance: conocer el lugar, ¿qué hay?, ¿cómo nosotros podemos caracterizar la zona para poder establecer este refugio? Y lo segundo fue una construcción que abonaba al tejido social, que es esta suerte de socialización del proceso”, explica Miguel Rivas. Esto último significó llevar a cabo reuniones para informar qué es un refugio, para qué se lleva a cabo y demás pormenores. Eran reuniones en las que estaban presentes tan solo dos o tres personas al principio, pero que tras dos años llegaron a tener a 84 en una plenaria. “Involucramos a más actores de la comunidad, ya no solo pescadores”. Autoridades locales y otras, como el Inapesca, además de restauranteros y hoteleros, formaron parte de estas reuniones en las que, desde su visión, lograron incluso reconstruir el tejido social, gracias a que muchas personas se vincularon.

En este refugio principalmente protegen a la langosta del Caribe, pero también están presentes otras especies, el boquinete es una de ellas, y dos especies de pargo como complementarias. Rivas explica que, aunque estas especies no son el objetivo de la zona pesquera de manera directa, sí es importante incluirlas porque van a ayudar a proteger los pastos marinos en la zona de refugio, las cuales son zonas de agregación de juveniles de langosta y peces.

El refugio pesquero cuenta con un comité de manejo formado por personas de la sociedad local, quienes son el engranaje que vuelve esto posible. Participan además de pescadores o la cooperativa pesquera, la comunidad del puerto en general. “El refugio es una tarea comunitaria y no solo una tarea de pescadores”, opina Miguel Rivas.

La implementación de los refugios no tiene únicamente un impacto ambiental, sino también social y económico, pues el objetivo es recuperar la abundancia de las pesquerías, contribuyendo a toda la cadena de valor (pesca, comercialización, distribución, exportación). Mientras esta zona está resguardada para la pesca, también van surgiendo otras actividades económicas; algunas dentro del ecoturismo, los deportes náuticos y las que no afecten a la especie objetivo.

“La zona de refugio no es una zona de protección. Eso quiero dejarlo muy claro, es una zona de gestión pesquera […] sin embargo, contribuye indirectamente a la restauración y recuperación de los ecosistemas porque para poder proteger el lugar donde se genera, en este caso una especie pesquera, hay que proteger sí o sí el hábitat donde ella vive y es imposible avanzar en la protección de la especie para recuperarla en su población destruyendo su hábitat”, advierte Miguel Rivas Soto.

La comunidad de El Cuyo, con este esfuerzo, se convierte en un ejemplo de organización y cohesión, pues identifican una problemática que afecta a su comunidad y trabajan para solucionarla, reconociendo que la disminución de la pesca no solamente los afecta a ellos como pescadores, sino a toda la comunidad.

Rivas Soto también considera que las acciones de esta comunidad son emblemáticas, pues tienen la capacidad de identificar un problema y darle solución. Un apoyo, guía y, en ocasiones, recursos, es lo que realmente brindan las organizaciones civiles, pero el resto es responsabilidad de la comunidad.

Carlos nada en el manglar mientras busca los pepinos de mar en la zona de reproducción.

Asimismo, Miguel Rivas Soto advierte que mientras las autoridades no tomen acción y hagan su parte, que simplemente es autorizar y decretar la zona como refugio, se están quedando atrás. “No siguen el ritmo de la gente que sí busca hacer cosas diferentes y creo yo que eso es importante resaltar porque si la autoridad no participa y no se compromete, estos esfuerzos finalmente terminan matando la ilusión”. El mayor reto de los pescadores es justamente con las autoridades, una muestra de ello está en que aún no hay un decreto para el refugio pesquero que han trabajado tanto tiempo; pero también lo son la falta de apoyos para ellos.

En administraciones anteriores, los pescadores mencionan que les brindaban ayuda para reemplazar los motores que se les echaban a perder, no se los regalaban; pero recibían el 50% y ellos pagaban el resto. Ahora no les dan nada. Incluso responsabilizan a esas autoridades por haber repartido permisos para la pesca del pepino de mar “a diestra y siniestra” hasta que se extinguió.

Vivir siempre con el mar

La comunidad y hermandad entre los pescadores nace en el océano y continúa incluso fuera de él. Una mañana sin salir en sus embarcaciones podría significar un despertar tarde o disfrutar el tiempo libre; pero si el clima no permite la navegación, los pescadores de El Cuyo se reúnen temprano a las puertas de su cooperativa y, desde ahí, miran el lugar del que tanto reciben y por el que tanto dan… su mar.

 

Este reportaje se realizó con el apoyo de la Fundación W.K. Kellogg.


CECILIA ABREU. Es egresada de Ciencias y Técnicas de la Comunicación por la Universidad Interamericana para el Desarrollo (UNID). Actualmente es fundadora de Habitación Propia y coordinadora de información en Vive Mérida. Ha colaborado con diversos medios locales, principalmente abordando temas de derechos humanos, justicia social, género y medioambiente

GASTÓN BAILO. Fotógrafo, videógrafo, realizador audiovisual y docente. Licenciado en comunicación social por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Su trabajo se basa en crear vínculos entre el campo documental y el lenguaje contemporáneo, donde busca construir narrativas alrededor de los temas de movimiento, identidad y desarraigo, en torno a la naturaleza y cultura. Su mirada propone una fotografía subjetiva donde la representación de lo real se construye a partir de símbolos sensibles del espacio social y sus actores. Cree en las imágenes como potenciales espacios de libertad y de conocimiento colectivo.


 

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