Los Ninos del Compost: Historias de Camille de Donna Haraway

Los Niños del Compost

Ésta es una fábula especulativa, un relato que propone una serie de futuros posibles y presentes inverosímiles pero reales. Nació en un taller de escritura en Cerisy, Francia, en el verano de 2013, en donde se pidió a los participantes fabular a un bebé y que lo acompañaran a través de cinco generaciones humanas. Ésta es la ficción de un mundo multiespecies que arranca en el año 2025.

Tiempo de lectura: 36 minutos

Afortunadamente, Camille nació en un momento de erupción –inesperada pero poderosa– de numerosas comunidades planetarias interconectadas de unos cientos de personas cada una, que se sintieron compelidas a emigrar a lugares en ruinas para trabajar en su sanación con asociados humanos y no humanos, construyendo redes, sendas, nodos y entramados de y para un mundo nuevamente habitable [1].

Sólo una parte de la sorprendente y contagiosa acción ejercida a lo largo y ancho de la tierra en aras del buen vivir provino de comunidades migratorias intencionales como la de Camille. Inspirándose en largas historias de resistencia creativa y vida generativa incluso en las peores circunstancias, personas de todas partes estaban profundamente cansadas de esperar soluciones externas que nunca se materializaban para problemas locales y sistémicos. Individuos, organizaciones y comunidades grandes y pequeñas se unieron entre sí y con comunidades migrantes como la de Camille para remodelar la vida terrana, en pro de una época posible después de las mortíferas discontinuidades del Antropoceno, Capitaloceno y Plantacionoceno. En ondas y pulsos simultáneos de cambios de sistema, diversos pueblos indígenas y todo tipo de mujeres, hombres, niños y niñas trabajadores ––sujetos durante largo tiempo a condiciones devastadoras de extracción y producción en sus tierras, aguas, hogares y viajes–– innovaron y fortalecieron coaliciones para reelaborar condiciones de vida y muerte que permitieran un florecimiento en el presente y en tiempos venideros. Estas erupciones de energía curativa y activismo se encendieron con el amor a la tierra y sus seres humanos y no humanos, y la rabia ante el ritmo y el alcance de las extinciones, exterminios, genocidios y pauperizaciones en patrones impuestos de formas de vida y muerte multiespecies que amenazaban la continuidad de todos los seres. El amor y la rabia contenían los gérmenes de la sanación parcial, incluso frente a una destrucción impetuosa.

Ninguna de las Comunidades del Compost podía imaginar que habitarían o se trasladarían a “tierras baldías”. Se resistían ferozmente a estas ficciones ––todavía entonces ponderosas y destructivas–– del colonialismo de los colonos y el evangelismo religioso, secular o no. Las Comunidades del Compost trabajaban y jugaban duramente para entender cómo heredar las capas y capas de vida y muerte que infunden cada lugar y cada corredor. A diferencia de los habitantes de muchos otros movimientos, relatos o literaturas utópicos en la historia de la Tierra, las Niñas y Niños del Compost sabían que no podían engañarse pensando que empezarían desde cero. Era precisamente la perspectiva contraria lo que les movía: se preguntaron y respondieron a la pregunta de cómo vivir en ruinas aún habitadas, junto con los fantasmas y los vivos. Provenientes de todas las clases económicas, colores, castas, religiones, secularidades y regiones, los miembros de los diversos asentamientos emergentes a lo largo de la Tierra vivían según unas pocas prácticas sencillas pero transformadoras que, en su momento, atrajeron a muchos otros pueblos y comunidades, tanto estables como migratorios, a la vez que fueron vitalmente infectados por ellas. Las comunidades divergían en su desarrollo con una creatividad simpoiética, aunque permanecían unidas por hilos pegajosos.

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