Claudia de la Garza y Eréndira Derbez denuncian 98 situaciones con las que millones de mujeres lidian a diario. Los micromachismos, tal y como los nombró psicoterapeuta argentino Luis Bonin hace casi tres décadas, son parte de un sistema de opresión que urge dejar atrás.
La convocatoria marcaba el arranque a las 2:00 de la tarde. Un par de horas antes, mujeres de todas las edades comenzaron a cubrir la plancha del Monumento a la Revolución en la Ciudad de México y una marea en tonos verdes y morados se apoderó poco a poco del lugar. Los abrazos no faltaron, había sonrisas en algunos rostros, pero también miradas espectrales en busca de justicia, gestos que no dejaban ver más que la necesidad de poner un alto a la impunidad en crímenes contra la mujer. Era 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer y el hartazgo ante toda forma de violencia era lo que unía a las asistentes.
Con paso lento, pero firme, la multitudinaria marcha comenzó a avanzar por Avenida de la República hasta cruzar Paseo de la Reforma. Más de 80 mil mujeres llegaron hasta ahí por Fátima, por Ingrid, por Abril y por las miles más víctimas de feminicidio. En un ambiente lleno de consignas que al unísono exigían “Ni una más”, se avanzó rumbo al cuadro principal de la ciudad. Algunas jóvenes con el rostro cubierto comenzaron con las pintas y el rastro de la marcha quedó impregnado en las estructuras de metal con las que se pretendió resguardar edificios. Entre ventanales rotos, los gritos de denuncia llenaron las calles con trazos de colores.
El rechazo a esas formas de protesta se dio de un modo casi instantáneo, algunas asistentes aseguraban que esos actos no las representan. En redes sociales también se cuestionaron las formas y no faltó quien intentó posicionar un decálogo "para la protesta válida". Después de todo, sigue siendo cierto que la sociedad espera que la mujer cumpla con el rol que se le ha asignado durante siglos, que sean agradables, amables y con una sonrisa siempre en el rostro.
Para sumarse a este debate, la Doctora en Ciencias Sociales, Claudia de la Garza y la historiador del arte, Eréndira Derbez, publicaron el libro “No son micro. Machismos cotidianos”, donde hablan del estigma en torno a la expresión de las mujeres, como parte de una sociedad que las ha educado para moderar sus emociones o transmitirlas a través de un discreto llanto que no ofenda, que no moleste.
“Siéntate como señorita”, “come como señorita”, “vístete como señorita”, incluso “habla como señorita”. Pero, ¿qué es ser una señorita?, ¿por qué asociar el papel de las mujeres con la pasividad? ¿qué pasa si a esa “señorita” tiene ganas de correr, de gritar, de exigir? ¿qué pasa si a esa “señorita” no le gustan los vestidos y prefiere los jeans o decide salir sin blusa y con el torso pintado a una manifestación?
Una mujer, al igual que un hombre, es completamente libre de elegir su manera de existir y expresarse, aún a pesar de que esto siga siendo incómodo para una sociedad en la que la superioridad masculina aún se da por sentada.
En “No son micro. Machismo cotidianos”, De la Garza y Derbez exploran 98 situaciones con las que millones de mujeres lidian a diario. Ellas las denominan micromachismos, tal y como lo hizo el psicoterapeuta argentino Luis Bonin hace casi tres décadas. El concepto se refiere a los comportamientos, en su mayoría masculinos, que menosprecian y violentan a las mujeres, desde estereotipos de color rosa, hasta brechas salariales.
Tampoco se pueden ignorar las etiquetas que la sociedad ha puesto al matrimonio, a la virginidad y a una serie de conductas más que para nada tienen el mismo peso para el hombre que para la mujer. Estos micromachismos son pequeñas tiranías constantes y normalizas. Tanto hombres como muchas mujeres, llevan décadas aceptando esto "porque así ha sido siempre" sin medir el daño que esto nos ha hecho a todos.
Los micromachismos forman parte de un sistema que permite la existencia de otras formas de violencia, física, psicológica y verbal que nos ha llevado a la descomposición social en la que vivimos: este orden social desigual en el que las mujeres son sometidas o discriminadas, mientras que los hombres conservan un privilegio que les es muy cómodo conservar.