Sin los hongos y sus carreteras de plasma, y sin el ciclo de nutrientes que ponen en marcha al degradar y hacer recircular todo aquello que alguna vez estuvo vivo, simplemente no podría existir todo lo demás; no habría bosques ni selvas, humedales ni manglares, páramos, pastizales y, por ende, tampoco los animales y bacterias que ahí habitan. Son el principio y el fin, por decirlo de otra manera.
Nuestro equipo lleva muchos años tratando de cancelar el canal de Saca Salada, aquel que extrae 1600 litros de agua por segundo de Cuatro Ciénegas, el humedal más biodiverso del mundo. Esta es la segunda parte de esa historia.
Tras muchas publicaciones, decenas de tesis y veinte años de trabajo, seguimos descubriendo miles de especies nuevas en Cuatro Ciénegas. Pero sin duda, lo más difícil de todo este proceso ha sido trabajar incansablemente para su conservación.
Los tiburones llevan nadando en los océanos aproximadamente 400 millones de años y están entre los pocos animales que han sobrevivido extinciones masivas. Sin embargo, los seres humanos les hemos puesto los retos más duros de su existencia.
Cuando nos dicen que el turismo es el motor de la economía y que urge reactivarlo, hay que preguntarnos, ¿de la economía de quién? y ¿de qué tamaño es la huella social, económica y medioambiental que dejamos cada vez que viajamos?
Soy ecóloga evolutiva microbiana, lo mío es el mundo de lo pequeño, lo microscópico; un mundo generalmente ignorado porque no se ve. Sin embargo, la pandemia nos ha vuelto conscientes del poder de lo más pequeño: hoy un virus tiene en jaque a las economías mundiales.
La Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de todos sus voluntarios