Lauren llegó agitado a las 4:50 al evento de campaña de Donald Trump en el aeropuerto de Sanford, Florida. Esa mañana del viernes 2 de octubre de 2020, llevaba puestos unos impecables zapatos negros que hacían juego con su pantalón oscuro y una camisa azul marino. La sensación de estrenar ropa le sentaba bien a su estado de ánimo. Los 100 dólares que había gastado esa mañana en Walmart para comprar su atuendo valdrían especialmente la pena si conseguía tomarse una foto con el candidato. Nadie tenía por qué saber que sus jeans roídos y sus tenis sucios del diario aguardaban en el Honda ’98 en el que llegó, junto con el resto de sus pertenencias. Tampoco tenían por qué saber ese auto era también su guardarropa, su cama y su hogar desde hace tres meses, cuando su esposa lo echó de casa, ni que la crisis económica le había impedido encontrar un trabajo estable desde entonces. Con ropa nueva y limpia se había convertido, simplemente, en un ciudadano más.
El silencio lo desconcertó. Tal vez estaba en el lugar equivocado. Abrió su celular para corroborar la información que le había llegado al correo. “Hangar Million Air”, “Hora de inicio: 7 pm”, “Apertura de puertas: 4 pm.” Estaba en el lugar correcto y su reloj marcaba las 4:53; sin embargo, el lugar estaba vacío, no había banderas con el apellido del candidato ni gorras rojas ni guardias presidenciales.
Una mujer que acababa de estacionarse a unos metros se acercó meneando su bolsa de piel mientras se retiraba los lentes oscuros.
—Soy Rachel —se presentó—. ¿Estás buscando a la gente? Escuché en la radio que Trump no vendría porque le dio Covid. Creo que no habrá evento.
El rostro de Lauren se desencajó. Cien dólares a la basura, se dijo suspirando mientras veía a Rachel alejarse.
Después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunciara que había dado positivo por la enfermedad del coronavirus, parte del staff de su campaña retira señalizaciones en el Aeropuerto Internacional de Orlando, Florida. 2 de octubre de 2020. Fotografía de Phelan Ebenhack / Reuters.
Al fondo, 34 hombres desmontaban las bocinas, las luces y el escenario. Un tráiler que transportaba un bloque de gradas recién desarmadas cruzó la reja y pasó a su lado en dirección a la carretera. Del lado derecho, sobre la pista, un avión C-17 color gris verdoso con la leyenda “Fuerza Aérea” se colocó en posición de despegue.
—No creo que la tenga —me dijo Lauren después de un rato para romper el silencio—. Ya a cualquier gripe le llaman Covid. Seguro tiene un resfriado común.
—¿Sabías que el presidente estaba enfermo?
—Lo escuché, pero no lo creí.
Lauren, como muchos republicanos, no creía en los riesgos del virus y no había hecho caso a los medios cuando anunciaron su enfermedad. Ahora había gastado sus ahorros en ropa para un mítin que no se llevaría a cabo.
Estaba en el lugar correcto y su reloj marcaba las 4:53; sin embargo, el lugar estaba vacío, no había banderas con el apellido del candidato ni gorras rojas ni guardias presidenciales.
La noticia sobre la enfermedad del presidente había empezado a correr la noche anterior y saturado los portales informativos durante la madrugada. Al día siguiente, la atención se concentró en el traslado del mandatario al Centro Médico Militar Walter Reed. Para ese viernes, habían pasado tan sólo tres días desde el primer debate presidencial, en el que Trump se mostró agresivo e irascible frente a las cámaras. Su oponente demócrata, Joe Biden, había conseguido guardar la calma casi en todo momento dejando que el contraste fuera su mayor mensaje. Cada uno había jugado su juego. Trump, intentando sacudir la arena a fin de revertir las tendencias. Biden, buscando preservar esos 9 puntos que llevaba de ventaja a nivel nacional en las encuestas y que, si los estudios de opinión no se equivocan, le darían la victoria en estados clave como Wisconsin, Michigan, Pensilvania y Florida.
La enfermedad implicaba un nuevo riesgo para Trump en este contexto, pues llevaría las discusiones a uno de los temas que más le afectan frente al electorado: su manejo de la pandemia. Cada mensaje que se publicara con respecto a su estado de salud debía estar perfectamente pensado.
Los encargados de la comunicación de la Casa Blanca hacían un esfuerzo por contener filtraciones. El doctor Conley, quien estaba a cargo del tratamiento, evadía preguntas y cambiaba constantemente los detalles frente a la fuente presidencial. Los medios especulaban llenando los vacíos y reportando lo que fuentes internas se atrevían a decir desde el anonimato. Síntomas, fecha del diagnóstico, niveles de oxigenación, tratamiento, pronósticos… todo se había convertido en motivo de duda.
El doctor Sean Conley, médico de la Casa Blanca, habla con los medios después de que el presidente Donald Trump fuera hospitalizado por coronavirus en el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed, en Bethesda, Maryland. 3 de octubre de 2020. Fotografía de Ken Cedeno / Reuters.
—Yo creo que los demócratas lo contagiaron. Probablemente lo hicieron para detener la nominación de la juez de la Suprema Corte —me dijo Mercedes, una residente de Boynton Beach que estaba de visita en Orlando y que, como muchos republicanos evangélicos, esperaba que se llevara a cabo el proceso de ratificación de la juez conservadora Amy Coney Barrett, nominada por Trump, antes de las elecciones. Para Mercedes, tenía más sentido culpar del contagio a los demócratas que señalar las innumerables veces en que Trump y los líderes republicanos se han presentado en eventos y reuniones sin mascarilla y sin guardar distancia.
Una publicación en el grupo de Facebook de más de 250 mil miembros “Trump para presidente 2020” sugería una versión similar. “La izquierda satánica no se detendrá ante nada”, escribió un usuario de nombre Terrance Mattern.“He tenido ese mismo pensamiento. Nunca se van a rendir tratando de quitarlo”, publicó Michael Huff. Más de 500 comentarios similares validaban esta versión sin que nadie aportara evidencia alguna.
Los medios especulaban llenando los vacíos y reportando lo que fuentes internas se atrevían a decir desde el anonimato. Síntomas, fecha del diagnóstico, niveles de oxigenación, tratamiento, pronósticos… todo se había convertido en motivo de duda.
Más abajo en la conversación, los usuarios discutían si los responsables eran los demócratas o más bien, China. La idea de que la enfermedad del presidente hubiese sido orquestada desde ahí surgió casi en el momento que se dio a conocer el diagnóstico:
“El Partido Comunista Chino ha atacado biológicamente a nuestro presidente”, publicó Blair Brandt en Twitter, uno de los principales recaudadores de la campaña para la reelección de Trump. “Recuerden: China le dio este virus a nuestro presidente @RealDonaldTrump y a la primera dama @FLOTUS. DEBEMOS HACERLOS RESPONSABLES.” Escribió la senadora republicana Kelly Loeffler.
No se puede afirmar que Trump estuviera activamente detrás de estos mensajes. Sin embargo, las mentiras y la manipulación informativa han sido la nota distintiva de su gobierno y, particularmente, del manejo de la pandemia. Cada teoría propuesta por sus seguidores hace eco de la forma en la que el presidente ha construido la narrativa del virus.
En más de 15 ocasiones, Trump acusó a China por la pandemia y a su gobierno por la falta de control, llamándolo el “virus chino” o “Kung-Flu”, un juego de palabras que mezcla el arte marcial Kung fu con la palabra “resfriado” en inglés. Al menos en 54 ocasiones minimizó el riesgo del virus y durante meses se negó a usar un cubrebocas.
El coronavirus “no afecta virtualmente a nadie” dijo Trump el 21 de septiembre durante un evento en Swanton, Ohio, dos días antes de que se superara la barrera de 200 mil muertes en el país y diez días antes de que él tuviera que ser internado en un hospital.
El jefe de gabinete de la Casa Blanca, Mark Meadows, en una conferencia de prensa sobre la salud del presidente Donald Trump. 4 de octubre, 2020. Fotografía de Erin Scott / Reuters.
Las horas pasan y la confusión continúa. Su equipo dibuja un escenario alentador frente a los reporteros, mientras Trump publica fotos y videos donde se muestra fuerte y trabajando. Sin embargo, la verdad es ya un concepto subjetivo. El doctor Conley ha cambiado su versión sobre el tratamiento del presidente. Primero, ocultando que había necesitado oxígeno suplementario y luego confirmando que él mismo había instruido su uso. Dijo que el diagnóstico se había hecho el miércoles y posteriormente cambió la versión para decir que fue el jueves. Hasta el momento, el doctor se ha rehusado a responder cuándo fue la última vez que Trump obtuvo un resultado negativo en una prueba. Mientras tanto, el presidente sale a la calle en su camioneta para saludar a los seguidores que hacen vigilia a la entrada del centro médico.
“Estaré dejando el gran Centro Médico Walter Reed hoy a las 6:30 pm. ¡Me siento muy bien! Que no les dé miedo. No le permitan dominar su vida […]”, publicó el presidente en redes sociales el lunes, poco antes de abandonar el hospital y enfureciendo con ello a los especialistas que llevan meses advirtiendo sobre los riesgos del virus y pidiéndole a la gente tomar precauciones.
A 30 días de la elección presidencial, el futuro del país se encuentra en suspenso y la verdad se encuentra en disputa. Sus seguidores no le creen a la prensa y sus detractores no le creen a él. Estados Unidos se ha convertido en un país sin puntos de encuentro. Y en medio de una pandemia mundial, Trump ha decidido insistir en su propia versión de la realidad, aunque esto cueste millones de vidas y haya puesto en riesgo incluso la suya.
El helicóptero presidencial aterriza en el jardín sur de la Casa Blanca, la noche del lunes 5 de octubre. Donald Trump desciende erguido y camina sobre el césped hacia las escaleras que conducen al balcón de la residencia. Sube con pasos firmes. Una vez arriba, se coloca frente a las banderas de Estados Unidos que ya lo esperan haciendo un marco perfecto para la imagen. Con el edificio blanco a sus espaldas y cientos de cámaras de todo el mundo capturando el momento, el presidente se retira la mascarilla, la guarda en el bolsillo y posa para su siguiente video de campaña.