La rutina del sufrimiento

La rutina del sufrimiento

La primera vez que fue a declarar por las muertes dudosas en el hospital donde trabajaba, Marcelo Pereira habló sobre su equipo de futbol, Peñarol. Fue un viernes de marzo de 2012, en un edificio tosco de la ciudad vieja de Montevideo, antes de que su nombre apareciera debajo de los titulares que repetían «horror» […]

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A la muerte de los otros la humaniza la mirada que les reconoce una biografía.

A la muerte de los otros la humaniza la mirada que les reconoce una biografía.

La primera vez que fue a declarar por las muertes dudosas en el hospital donde trabajaba, Marcelo Pereira habló sobre su equipo de futbol, Peñarol. Fue un viernes de marzo de 2012, en un edificio tosco de la ciudad vieja de Montevideo, antes de que su nombre apareciera debajo de los titulares que repetían «horror» o «conmoción» en los diarios del mundo.

—¿Cómo le afecta el hecho de que Peñarol gane o pierda? —le preguntaron en el juzgado.
—Cuando gana me alegro, cuando pierde digo qué macana, por no decir otra palabra… —comenzó a responder.

Marcelo Pereira era enfermero, tenía treinta y nueve años, y estaba detenido por haber inyectado morfina y otras drogas a enfermos graves: ya lo había confesado a la policía, y en ese momento lo estaba ratificando ante el juez. Lo que no sabía era por qué, ahora, le preguntaban por su equipo de futbol. Tres días antes de que lo detuvieran, en ese mismo juzgado, una enfermera que trabajaba con él había declarado que Marcelo Pereira a veces cambiaba de actitud, y eso tenía consecuencias para los pacientes. Cuando se le rompía algo en su casa, cuando tenía sueño, cuando perdía Peñarol, dijo su compañera, Pereira se ponía de mal humor. Entonces le daba por «matar a alguien».

Lo que le estaban preguntando ese viernes, con un extraño sentido de la sutileza, era si el futbol lo volvía un psicópata; si esas muertes que investigaban eran el resultado de situaciones excepcionales y no una serie de actos regulares, coherentes, incorporados a una rutina que supone una excepción permanente: trabajar con personas que transitan un límite. Con cuerpos deteriorados, demandantes, dependientes.
Todo el desconcierto de un país iba a caber en esa pregunta.

El domingo 18 de marzo de 2012, la justicia uruguaya procesó a dos enfermeros por el homicidio de quince pacientes en un hospital y una clínica de Montevideo, y a una enfermera por complicidad en una de las muertes. La noticia circuló rápido y lejos, y el número de víctimas potenciales se multiplicó a medida que se filtraba información. «Uruguay: conmoción por supuestos casos de eutanasia», publicó la BBC en español. «Hay dos enfermeros presos por la muerte de unos 60 pacientes», puso en la portada el diario argentino Clarín. «Los mataban con morfina y aire; no eran terminales», tituló El País de Uruguay el lunes 19 de marzo. «La justicia teme que los fallecidos sean más de 200», señaló El Universal de México en la introducción de la noticia.

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