Tiempo de lectura: 5 minutosEn 1895 pasaron muchas cosas: se proyectó la primera película cinematográfica, se inventó el voleibol, Freud y Breuer publicaron Un ensayo sobre la histeria, Toulouse-Lautrec hizo La payasa Cha-U-Kao, Francia conquistó Madagascar y Dorothea Lange nació.
Hija primogénita de migrantes alemanes de segunda generación que habían llegado a Estados Unidos a inicios del siglo XIX, Lange transformó la historia de su país al visibilizar y «darle color» a minorías antes ignoradas a través de la fotografía.
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Era 1936 cuando Dorothea Lange tomó la fotografía que inmortalizó su nombre para siempre, el retrato de Florence Owens Thompson, una mujer nativo americana de 32 años.
Lange manejaba en una carretera camino a su casa en Berkeley, California tras un mes de trabajo en la ciudad de Los Ángeles. A medio camino, a la altura de Nipomo, un poblado de San Luis Obispo, pasó junto a un letrero que leía: «Pea-pickers camp« (campo de recolectores de guisantes). Por unos 20 minutos se siguió de largo, pero algo la jaló de regreso. Cuando llegó al campamento se encontró con una congregación de más de dos mil migrantes agricultores, Owens Thompson, sentada bajo un toldo y rodeada por sus seis hijos, era una de ellos. “Vi a la hambrienta y desesperada madre y me acerque como si atraída por un imán”, contó Lange después. La fotografió varias veces mientras la mujer le platicaba que llevaban días sobreviviendo de vegetales que encontraba en los campos, congelados por las lluvias de invierno, y pájaros silvestres que los niños cazaban. El rostro de esta mujer, curtido por el sol y el cansancio, se convirtió en el ícono de una época.
En ese entonces, Lange trabajaba para la Administración de Reasentamiento –que después se convirtió en la Administración de Seguridad Agrícola (FSA, por sus siglas en inglés)–. Esta institución fue creada como parte del New Deal propuesto por el presidente Franklin D. Roosevelt para intentar revertir los daños que la Gran Depresión, comenzada siete años atrás, había dejado a su paso. La tarea de Lange era documentar migrantes, granjeros y jornaleros para ayudar a los medios a difundir los esfuerzos del gobierno por reconstruir un país hecho trizas por la crisis económica.
Durante los cinco años que trabajó para la FSA, la fotógrafa documentó oleadas de jornaleros que dejaban Oklahoma, Arkansas y las empobrecidas regiones del sur para buscar trabajo en los campos californianos. Agricultores que, como los que vivían en aquel campamento en Nipomo, habían viajado al oeste inspirados por los anuncios de periódicos que prometían trabajo, y por lo tanto, ingresos.
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Granjeros de West Carlton, Yamhill County, Oregon (1939). Dorothea Lange.
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Al principio de su carrera, Dorothea Lange tenía un pequeño estudio de fotografía en un departamento en la ciudad de San Francisco. Se mudó ahí en 1918, tras estudiar con el fotógrafo Clarence H. White y ser aprendiz en varios estudios de reconocidos artistas, como el de Arnold Genthe.
En San Francisco, Lange se rodeó de la clase alta y la élite artística. Su vida era agitada y repleta de trabajo. Las mujeres de alcurnia acudían a ella en búsqueda de los retratos más glamorosos y los bohemios llegaban a discutir lo que pasaba en las calles, un escenario que, tras el crack de la bolsa y a tan solo 60 años de la fiebre del oro en California, se transformaba en un páramo de miseria.
Durante esa época, la fotógrafa empezó a salir del estudio para retratar y escuchar a la gente que se sentaba en las aceras de la ciudad a contar sus infortunios. Había algo en esas historias que resonaba con ella.
Sus años en Nueva York, ciudad en la que creció, no habían sido precisamente felices; quizá solo los primeros siete lo fueron, pero le dio poliomielitis y debido al tratamiento tardío, se tornó débil y desarrolló una deformidad en la pierna derecha. A sus doce años, su padre se fue y ella se quitó su apellido, Nutzhorn, quedandose solo con el de su madre.
De joven pasaba los días en las calles del Lower East End en Nueva York observando las diferencias entre pobres y ricos. El barrio de la escuela a la que asistía se acababa de convertir en uno de los nuevos vecindarios judíos de la ciudad. Familias con muchísimo dinero y otras que luchaban por migajas se mezclaban en las calles que Lange observaba con fascinación. Las desventuras la llamaban y las historias «de aquellos que nunca fueron escuchados» le resultaban elocuentes y con mucho por decir.
Su trabajo en las calles californianas pronto empezó a hacer ruido entre los círculos de artistas. “Lange se volvió cada vez más segura de su habilidad para usar la fotografía como medio para afrontar las circunstancias urgentes que la rodeaban y otros –incluyendo su futuro esposo, el economista agricultor Paul Taylor– pronto reconocieron su talento”, escribió Natalie Dupêcher para la exposición que el MoMA de Nueva York sostuvo a inicios de 2020, Dorothea Lange: Words and Pictures y que aún se puede vistar en línea.
Paul Schuster Taylor era un economista que trabajaba en la Universidad de Berkeley. Él encontró en el trabajo de Lange no solo un talento innegable, sino una posibilidad para que su propio trabajo tuviera más impacto. El trabajo de Taylor se enfocaba en hacer investigaciones y reportes que sirvieran para definir políticas públicas. En el 34 fue contratado por la Administración de Socorro del Estado de California (SERA) para documentar el estado de la vivienda y las condiciones de trabajo de los trabajadores agrarios. Decidió contratar a Lange para que sus reportes fueran acompañados de evidencia fotográfica. La colaboración entre Taylor y Lange logró que el gobierno hiciera la primera inversión en la historia a vivienda pública, una de 20,000 dólares. Trabajando juntos se enamoraron, ambos dejaron a sus parejas y se casaron en 1935.
Arizona Highway 87 (1940), Dorothea Lange.
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Creyente de la fotografía como promotora de cambios, Lange dedicó el resto de su vida al retrato social. Ella aseguraba que sus fotografías le daban “color a la gente”, haciendo visible la inequidad en una sociedad renuente a ver el sufrimiento provocado por el capital. Con su trabajo, la fotógrafa pretendía demostrar que “la pobreza generalizada no debía ser achacada a la gente pobre, sino a la gestión económica; era la economía, no la gente, la que necesitaba una reforma”, escribió Linda Gordon, biógrafa de la fotógrafa.
Llegada la Segunda Guerra Mundial, los rezagos de la polio le impidieron a Lange registrar el campo de batalla, así que permaneció en Estados Unidos retratando a las familias japonesas desplazadas por la violencia. Lange fotografió dolorosos desplazamientos, hogares abandonados, y los interrogatorios y procedimientos médicos de quienes eran cuestionados por su nacionalismo.
Después de la guerra, Lange viajó con Taylor a Asia, América Latina y África. La revista Life la asignó un viaje a Irlanda. Las fotos que capturó en esa comisión forman parte importante de su colección.
De la fotografía contemporánea, Lange criticaba que era poco humana e íntima. En un ensayo escribió: “No debemos dejarnos seducir por la evasión de la misma manera que no debemos horrorizarnos por eso en silencio … Por malo que sea, el mundo está potencialmente lleno de buenas fotografías. Pero para ser bueno, las fotografías tienen que estar llenas del mundo».
El trabajo de Dorothea Lange es representativo de una generación de artistas que rompió barreras y separó los límites entre el arte y el trabajo social, y tuvo tal relevancia que el MoMA de Nueva York la hizo la primer mujer solista en sus salas en 1964.
Cuando John Szarkowski, director de la sección de fotografía del museo, le dijo que querían hacer una retrospectiva de su trabajo, Lange ya tenía cáncer en el esófago y muchos padecimientos gastrointestinales, pero aún así trabajó durante 14 meses en la exposición. El 11 de octubre de 1965, Dorothea Lange murió. Su retrospectiva inauguró el siguiente enero. Fue un homenaje al trabajo de una fotógrafa y luchadora social implacable.