Alejandra Pizarnik: cubrir de cenizas la sangre

Alejandra Pizarnik: cubrir de cenizas la sangre

Exploramos la vida de Alejandra Pizarnik a través de sus diarios y en las biografías y documentales que se han elaborado sobre la autora, además de una selección de sus poemas, cuya brevedad “extrañamente irradia un aura de intimidad nocturna”, según el crítico literario Patricio Ferrari.

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“No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”, son algunos de los versos más famosos de Alejandra Pizarnik. No los publicó en ninguno de sus libros de poesía, el texto se encontraba escrito con tiza en su pizarrón de trabajo el 25 de septiembre de 1972: el día que Alejandra se tomó cincuenta pastillas de Seconal, un barbitúrico que inhibe la actividad del cerebro.

Un nuevo día llegó
pleno de sol y de sombras
(De Diarios, 23 de septiembre de 1954)

Treinta y ocho años antes del suicidio de Alejandra Pizarnik, en 1934, Rosa (Rejzla) Bromiker de Pizarnik y Elías (Ela) Pizarnik, una joven pareja judía de origen ruso que provenía de un pueblo llamado Rovné, en la actual Eslovaquia (en ese entonces parte de Polonia), llegó en barco a Buenos Aires desde París, Francia, huyendo del antisemitismo que se agudizaba en Europa. En “Alejandra Pizarnik, vestida de cenizas”, la escritora Mariana Enríquez apunta que “es posible que el apellido original de la familia haya sido Pozharnik, y que los funcionarios de migraciones lo hayan consignado erróneamente”. Durante mucho tiempo se pensó que la familia de Pizarnik era pobre, pero en recientes investigaciones su biógrafa Cristina Piña ha descubierto que tanto su familia materna como la paterna eran de clase media, ambas con una formación cultural importante, aunque ninguno de los padres cursó la universidad, así lo mencionó ella en una entrevista en 2021.

En el viaje hacia Argentina, Rosa Bromiker ya estaba embarazada de Myriam Pizarnik, hermana mayor de la poeta, quien nacería a los pocos meses de la llegada de sus padres al país sudamericano. La familia se instaló en Avellaneda, una localidad a las afueras de la Ciudad de Buenos Aires. Myriam recordaría en el documental Memoria iluminada: Alejandra Pizarnik (2011), dirigido por Virna Molina y Ernesto Ardito, que la vida de sus padres en la llegada a Argentina “fue una lucha: sin idioma y sin trabajo”. Durante el parto de Myriam, escriben Cristina Piña y Patricia Venti en Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito, “hubo que llevar un intérprete al Hospital Fiorito para que tradujera las indicaciones del médico y las inquietudes de Rosa”. Fue en ese mismo hospital en donde dos años después nacería Flora Pizarnik, el 29 de abril de 1936.

Tiempo
A Olga Orozco

Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.

Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado.
(De Las aventuras perdidas [1958], Poesía completa)

Alejandra Pizarnik era Flora. Pero también fue Buma, Blímele y Sasha. Con estos nombres fue llamada en distintos contextos de su vida: Buma (flor en yiddish), en casa, con sus padres y hermana; Blímele, en el centro formativo hebreo Zalman Reizien Shule, donde aprendió a leer y a escribir yiddish; Sasha (diminutivo ruso de Alejandra) fue como Pizarnik pidió a sus amigos que le llamaran durante sus últimos años de vida.

Flora (o Alejandra, o Flora Alejandra, como firmó La tierra más ajena, su primer libro, publicado en 1955) era una niña espabilada, divertida, amiguera con sus compañeras de clase, aseguraba su hermana Myriam, quien también llegó a comentar sobre la voracidad lectora de la poeta: “comenzamos desde muy chicas a leer porque cuando decíamos la palabra ‘me aburro’ (sic), entonces mamá rápidamente nos daba diez centavos para que nos compráramos un libro cada una”. A los pocos años de su llegada a Argentina, la familia de Alejandra Pizarnik consiguió estabilidad económica gracias al comercio de alhajas, actividad a la que se dedicaba su padre Elías. Esto permitió a las hermanas Pizarnik crecer en la clase media argentina y recibir una educación esmerada, asistieron ambas a la Escuela Nacional núm. 7; Alejandra estudiaría además en la Escuela Normal Mixta de Avellaneda.

Ahora sé, ahora conozco la soledad de mi infancia. Como si hubiera nacido del aire, como si hubiera quedado huérfana el día de mi nacimiento. Por eso mis padres me son extraños. Y todavía exigen de mí. Ellos, que nada han sido para mí.
(De Diarios, 2 de noviembre de 1957)

La infancia es un tema recurrente en la poesía de Alejandra Pizarnik. Según testimonios de su hermana y personas cercanas de esa época, contenidos en biografías y documentales, la de Flora (Alejandra) fue una infancia normal, alegre; sin embargo, esto contrasta con lo que la propia Pizarnik escribió en sus diarios acerca de su niñez, como en la entrada del 24 de mayo de 1960: “Cuánto me frustraron de niñita: no me compraron la bicicleta, me pegaron a los doce años, fornicaron en mi presencia, se besaban cuando yo miraba, me hicieron dormir en su cuarto hasta los ocho años, mamá me amenazó con cortarme la mano una vez que me descubrió masturbándome cuando yo tenía tres años […] mamá me provocó complejos de solterona a los dieciocho años, que si no fuera por la histeria, por la neurosis, por la esquizofrenia que me provocaron yo sería hermosa, puesto que lo que me impide serlo son los rasgos somáticos en que se expresa mi enfermedad, y además la tartamudez, herencia o regalo de papá, la miopía, la columna vertebral desviada, las inhibiciones sexuales, la cobardía, etc.”.

La relación conflictiva de Pizarnik con sus padres continuará en su juventud; entre otras prohibiciones, estará la negativa de su padre para que aprenda a conducir y la exigencia de “guardar las apariencias” ante su desenfrenada personalidad. El rencor que siente hacia sus padres (con cierto énfasis en su madre) y la evocación de la infancia infeliz son dos temas de los que Alejandra Pizarnik escribirá de manera constante en sus diarios a lo largo de su vida; tan solo dos años antes de su muerte, en la entrada del 24 abril de 1970, la poeta escribiría “Ésta es mi madre, la que hizo de mi infancia un laberinto de tristezas sin nombre”.

Niña en jardín
a Daniela Haman

Un claro en un jardín oscuro o un pequeño espacio de luz entre hojas negras.
Allí estoy yo, dueña de mis cuatro años, señora de los pájaros celestes y de los pájaros rojos. Al más hermoso le digo:
—Te voy a regalar a no sé quién.
—¿Cómo sabes que le gustaré? —dice.
—Voy a regalarte —digo.
—Nunca tendrás a quien regalar un pájaro —dice el pájaro.

(De Prosa completa)

En lo que su hermana y conocidos de la época concuerdan es que a los doce años comenzarían los cambios en la conducta de Flora, y se acentuarían con el paso del tiempo. La causa de esta transformación, aseguran tanto su hermana Myriam como sus biógrafas Piña y Venti, se debe a que a esa edad Alejandra Pizarnik contrae escarlatina, misma enfermedad que causó la muerte de una de las hermanas de su padre. Durante los dos meses que dura la enfermedad, la poeta duerme de nuevo con su madre y una enfermera que contratan para cuidarla. A partir de entonces, la alegría en Flora se acabó; se convierte en una chica callada, triste. La adolescencia trajo más cambios en ella: tenía acné, se sentía fea y gorda; esto último derivó en el consumo de anfetaminas para bajar de peso. Mariana Enríquez escribió que “el nombre de las pastillas para adelgazar que usaba era Parobes; tomaba tantas que sus amigas la llamaban ‘la farmacia’”; de esa época también viene su tartamudez.

El conflicto con su cuerpo y la tartamudez son dos problemas que la atormentaron durante años; en la entrada de su diario del 23 de octubre de 1959, cuando ya tenía veintitrés, Pizarnik escribió: “Cada día tartamudeo más. Pero no sé si es tartamudez. En el fondo, no quiero hablar. Así como me alimento sin querer hacerlo sino que lo hago por compulsión o por temor del vacío, así hablo, sabiendo, no obstante, que debería callar”, y en la del 24 de mayo de 1960: “Con mi tartamudez y mi cuerpo ahora cada vez más obeso, entonces me consuelo: de noche soy una bellísima criatura, durante el día como y vomito, y para disculparme ante mí misma voy a una que otra exposición, para demostrarme que me interesa el arte”. Es en la adolescencia también cuando Alejandra Pizarnik comenzó a fumar y a leer a Sartre, a Rubén Darío y a Faulkner.

SOLAMENTE
ya comprendo la verdad

estalla en mis deseos

y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios

ya comprendo la verdad

ahora
a buscar la vida

(De La última inocencia [1956], en Poesía completa)

Un día Flora decidió que a partir de entonces sería Alejandra y pidió a sus compañeras de clase y a su familia que le llamaran con ese nombre. Sin embargo, nadie supo la razón del cambio y ella misma no lo aclaró nunca o al menos no hay registro de ello. Sus biógrafas Cristina Piña y Patricia Venti escribieron en Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito que “a lo sumo podemos suponer que por sus posibles resonancias rusas —no en vano, años más tarde, les pediría a los amigos más entrañables que la llamaran Sasha, el diminutivo ruso de Alejandra”.

En 1954, ya siendo Alejandra, se inscribió a la carrera de Periodismo en la Escuela de Periodismo y a Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires; no concluyó sus estudios universitarios, pero en la cátedra de Literatura moderna de la carrera de Periodismo conoció a Juan-Jacobo Bajarlía, escritor que impartía la clase, y con quien mantuvo una relación de un año. Bajarlía fue quien introdujo a Pizarnik a las vanguardias; de entre todas ellas, el surrealismo —movimiento en el que se adscribieron poetas argentinos como Aldo Pellegrini, Olga Orozco y Enrique Molina— fue la corriente que más le impresionó y la que se convertiría en una influencia fundamental en su poesía. Durante esa época universitaria y de romance con Bajarlía, Alejandra Pizarnik publicó su primer libro La tierra más ajena (1955).

Luego terminaría su relación con Bajarlía y dejaría la universidad; esos años siguientes serían fundamentales para ella, publicaría los poemarios La última inocencia (1956) y Las aventuras perdidas (1958), en los que ya se muestra con mayor claridad el estilo poético de la autora; en esos años también conocería a la poeta Olga Orozco, quien sería una de sus amigas inseparables durante toda su vida. “Sin embargo, sentía que le faltaba completarse como poeta. Y soñaba con que esa culminación sucedería en París”, escribió Mariana Enríquez en el perfil que hizo de Alejandra Pizarnik. Como muchos escritores de la época, entre los que se encontraban los autores del llamado boom latinoamericano, la poeta viajó a París. En su primera estancia en la capital francesa, que duró de 1960 a 1964, Pizarnik estudió historia de la religión y literatura francesa en la Sorbona, y conoció a Aurora Bernárdez y Julio Cortázar, con quienes entabló amistad.

AHORA BIEN:

Quién dejará de hundir su mano en busca del tributo para la pequeña
olvidada. El frío pagará. Pagará el viento. La lluvia pagará. Pagará el trueno.

                                   A Aurora y Julio Cortázar

(De Árbol de Diana [1962], en Poesía completa)

Alejandra Pizarnik también sería amiga de Octavio Paz, quien le ayudó a conseguir trabajo como correctora de pruebas en la revista Cuadernos —trabajaría ahí desde septiembre de 1960 hasta febrero de 1962— y prologaría su poemario Árbol de Diana (1962): “cristalización verbal por amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana en una disolución de realidad sometida a las más altas temperaturas. El producto no contiene una sola partícula de mentira”, escribió Paz acerca del libro; de esta amistad entre Pizarnik y el poeta mexicano, sus biógrafas mencionan que “lo fundamental es el respeto y la admiración que siente por él, el lugar de verdadero maestro que le da, como se ve simultáneamente en numerosas anotaciones de su diario, en las marcas de los libros del autor mexicano que hay en su biblioteca y en los ‘robos’ de algunos de sus versos memorables que realiza”.

RESCATE
Y es siempre el jardín de lilas del otro lado del río. Si el alma pregunta si queda lejos se le responderá: del otro lado del río, no éste sino aquél.

                                     A Octavio Paz

(De Árbol de Diana [1962], en Poesía Completa)

La poesía de Alejandra Pizarnik destaca por ser concisa, en ella hay una predilección de la autora por el poema breve, aunque cultivó con igual destreza el poema largo. “La brevedad de los textos sugería lo impersonal, lo anónimo, pero extrañamente irradiaba un aura de intimidad nocturna”, apuntó el crítico literario y escritor Patricio Ferrari en su ensayo “Where the Voice of Alejandra Pizarnik Was Queen”, publicado en The Paris Review. Mediante el uso de un lenguaje preciso, puesto en tensión, y con el que consiguió plasmar imágenes de enorme intensidad, la escritura de Alejandra contiene una gran fuerza poética; su estética literaria la inscribe en la tradición de Nerval, Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé, Artaud. La labor poética era una extensión de la propia Pizarnik: en la única grabación que existe de ella leyendo sus poemas, escuchamos cómo su voz arrastra las palabras, como si le costara desprenderlas del cuerpo.

El deterioro en la salud de Alejandra Pizarnik ocurriría a finales de la década de los sesenta y principios de la década de los setenta. “Desde la muerte de su padre la situación económica de la familia había empezado a ser más endeble y ella seguía sin trabajar y recibiendo ayuda de su madre”, escribió Mariana Enríquez en su perfil dedicado a la autora. En 1968 Pizarnik ganó la Beca Guggenheim; decidió ir a Nueva York a recibirla personalmente, pero no vivió mucho en esa ciudad porque no se adaptó: no sabía inglés ni conocía a nadie. De nuevo en París no encontró a los amigos que había hecho en su anterior estancia. En 1970 regresó a Buenos Aires; su consumo de fármacos aumentó y ese mismo año “tomó una sobredosis de anfetaminas y debió ser trasladada al hospital Pirovano, donde le salvaron la vida”, escribió Enríquez.

Sala de psicopatología [fragmento]

yo no puedo más,
alma mía, pequeña inexistente,
decidíte;
te las picás o te quedás,
pero no me toques así,
con pavura, con confusión,
o te vas o te las picás,
yo, por mi parte, no puedo más.

(De Poesía completa)

Durante sus últimos años de vida, Pizarnik mantuvo una relación con Silvina Ocampo. No hay mucha información sobre la naturaleza de su relación; sin embargo, Mariana Enríquez escribió en “Alejandra Pizarnik, vestida de ceniza” que “Alejandra envía su última carta a Silvina ocho meses antes de suicidarse, el 31 de enero de 1972. Es una carta de furiosa despedida: “Silvine, mi vida (en el sentido literal), le escribí a Adolfo para que nuestra amistad no se duerma. Me atreví a rogarle que te bese (poco: 5 o 6 veces) de mi parte y creo que se dio cuenta de que te amo SIN FONDO… Te dejo: me muero de fiebre y tengo frío”.

Luego de una crisis depresiva intensa, Pizarnik fue internada en el pabellón del hospital Pirovano a principios de 1972. Se le permitía salir los fines de semana, pero con la condición de volver los domingos a las ocho de la noche. En algún momento del domingo 25 de septiembre Alejandra Pizarnik tomó una sobredosis de Seconal; horas antes, en la madrugada, había ido a buscar a su amigo el poeta Fernando Noy, quien, en ese momento, estaba en Brasil. Pizarnik murió de camino al hospital. En el documental Memoria iluminada: Alejandra Pizarnik, el periodista y escritor argentino Antonio Requeni menciona que durante el velorio de Pizarnik en la Sociedad Argentina de Escritores una chica se presentó a la ceremonia: “Muy parecida a ella, con su Montgomery, que era su uniforme de Alejandra en los últimos tiempos, peinada como ella, caminaba como ella, vestida igual. La imitaba. Ya era un mito entonces, en vida”.

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