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Arquitectura en perspectiva

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Después de participar en el Festival del Diseño en Londres, Frida Escobedo se consolida como una de las protagonistas de la arquitectura en México.

“Es tiempo de quitarle poder a esa idea de que la arquitectura, por sí sola, va a cambiar el mundo”, asegura la arquitecta mexicana Frida Escobedo, refiriéndose a los innumerables y monótonos congresos y bienales que proliferan y repiten de manera recalcitrante dicha afirmación.

En un taller ubicado en un edificio de la colonia Juárez de la Ciudad de México, Escobedo aceptó esta entrevista para Gatopardo. Aquí es el lugar donde ella trabaja con poco menos de una decena de arquitectos. Ante el incauto interés por la profesión por parte de muchos colegas, ella cree que hay que modificar la manera con la que se hace arquitectura. “Deberíamos hacer lo que el abogado o el médico: que la solución a un problema no esté en una sola gran cosa, sino en la suma de las partes. Algo que tiene que ver más con los valores de cada quién, que con los ‘de una disciplina’ ”, dice Escobedo, sobre un contexto donde las ideas en torno al “espacio construido” y la “calidad de vida de las personas” están perdiendo relevancia al repetirse de manera incesante.

A sus 36 años, Escobedo forma parte de una generación de arquitectos como los de Productora o Derek Dellekamp, que han sacrificado un alto volumen de trabajo a fin de enfocarse en la calidad constructiva y espacial de sus propuestas. En 2003, fundó el estudio Perro Rojo junto con Alejandro Alarcón, antes de comenzar con el taller que lleva su nombre. Egresada de la Universidad Iberoamericana, con maestría en Arte, Diseño y Espacio Público en la Harvard Design School, ha obtenido visibilidad a raíz de su intervención para reinterpretar el Hotel Bocachica en Acapulco, donde motivos visuales de la época son reintroducidos con un empleo del imaginario nostálgico del puerto. Entre sus diversos proyectos, resalta el rescate a la Tallera en Cuernavaca, el taller de muralismo creado por David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, convertido en la Sala de Arte Público desde 2012. Ahí, Escobedo abrió el patio del museo a la plaza y giró los murales en busca de generar una nueva relación entre el museo y los espacios que lo rodean.

“Hay una idea poco clara de qué hace un arquitecto”, dice Escobedo al preguntarle sobre el intrigante asunto de cuál debería ser el papel del arquitecto. “Mucha gente piensa que nosotros construimos, cuando el verdadero trabajo está en diseñar. Si vas al estudio de un pintor, hay un cuadro; en el del escultor, hay una escultura. Pues en un despacho de arquitectura, hay ideas. Entonces, mucha gente se pregunta: ¿cómo voy a contratarte para que tengas ideas y alguien más las ejecute?”, dice.

El común denominador de sus obras es de carácter público, donde todas las piezas dependen de su interacción con el usuario, a quien se le presentan nuevas maneras de relacionarse con un espacio determinado. Por ejemplo, en el Pabellón del Museo Experimental El Eco de 2010, permitió a través de una instalación que los visitantes interactuaran con el espacio, a través de módulos de bloques de concreto que se reordenan ad infinitum. El “Civic Stage” para la trienal de Lisboa de 2013 consistía en una plataforma ubicada en una plaza pública, que se equilibraba horizontalmente con una repartición indicada de personas. Finalmente, y tal vez una de sus piezas más visibles y de carácter efímero, es el Pabellón mexicano en el jardín John Madejski del Victoria & Albert Museum de Londres —durante el pasado año dual México-Reino Unido 2015—, el cual sirvió como acto principal del Festival de Diseño. A este proyecto puede llamársele ‘arquitectura liviana’, donde el uso de plataformas, el reflejo de sus superficies, y su desplazamiento forman la esencia del pabellón. Así, sus propuestas parecieran volverse más livianas conforme se vuelve más robusta la carga intelectual de sus proyectos.

“En el mundo de la arquitectura, hoy cualquier cosa que intente ser novedosa termina por ser absorbida por un sistema donde todo tiende hacia lo homogéneo: todo mundo consume, la ilusión de estilo de vida es la misma, consumo inmediato. El control de la tierra es básico en el capitalismo, y el trabajo del arquitecto a veces es reducido a generar especulación en diferentes zonas”, dice.

En este escenario, de vorágine inmobiliaria y economía de aspiración, Escobedo se consolida como una de las arquitectas más destacadas. “Hoy en día si tienes suerte como arquitecto y te haces de un nombre, después te haces de un estilo y la gente comienza a buscarte. Y terminas perteneciendo a una categoría o a un estilo de vida. Se vuelve un asunto de cómo te sumas al estilo de vida de alguien”, dice.

“Pensar que vivir de manera más cómoda no tiene consecuencias, y sí las tiene. Al final del día hay una cosa perversa, donde los arquitectos y diseñadores tenemos una influencia, y a través de nosotros se legitiman productos y compañías”, concluye.

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Después de participar en el Festival del Diseño en Londres, Frida Escobedo se consolida como una de las protagonistas de la arquitectura en México.

“Es tiempo de quitarle poder a esa idea de que la arquitectura, por sí sola, va a cambiar el mundo”, asegura la arquitecta mexicana Frida Escobedo, refiriéndose a los innumerables y monótonos congresos y bienales que proliferan y repiten de manera recalcitrante dicha afirmación.

En un taller ubicado en un edificio de la colonia Juárez de la Ciudad de México, Escobedo aceptó esta entrevista para Gatopardo. Aquí es el lugar donde ella trabaja con poco menos de una decena de arquitectos. Ante el incauto interés por la profesión por parte de muchos colegas, ella cree que hay que modificar la manera con la que se hace arquitectura. “Deberíamos hacer lo que el abogado o el médico: que la solución a un problema no esté en una sola gran cosa, sino en la suma de las partes. Algo que tiene que ver más con los valores de cada quién, que con los ‘de una disciplina’ ”, dice Escobedo, sobre un contexto donde las ideas en torno al “espacio construido” y la “calidad de vida de las personas” están perdiendo relevancia al repetirse de manera incesante.

A sus 36 años, Escobedo forma parte de una generación de arquitectos como los de Productora o Derek Dellekamp, que han sacrificado un alto volumen de trabajo a fin de enfocarse en la calidad constructiva y espacial de sus propuestas. En 2003, fundó el estudio Perro Rojo junto con Alejandro Alarcón, antes de comenzar con el taller que lleva su nombre. Egresada de la Universidad Iberoamericana, con maestría en Arte, Diseño y Espacio Público en la Harvard Design School, ha obtenido visibilidad a raíz de su intervención para reinterpretar el Hotel Bocachica en Acapulco, donde motivos visuales de la época son reintroducidos con un empleo del imaginario nostálgico del puerto. Entre sus diversos proyectos, resalta el rescate a la Tallera en Cuernavaca, el taller de muralismo creado por David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, convertido en la Sala de Arte Público desde 2012. Ahí, Escobedo abrió el patio del museo a la plaza y giró los murales en busca de generar una nueva relación entre el museo y los espacios que lo rodean.

“Hay una idea poco clara de qué hace un arquitecto”, dice Escobedo al preguntarle sobre el intrigante asunto de cuál debería ser el papel del arquitecto. “Mucha gente piensa que nosotros construimos, cuando el verdadero trabajo está en diseñar. Si vas al estudio de un pintor, hay un cuadro; en el del escultor, hay una escultura. Pues en un despacho de arquitectura, hay ideas. Entonces, mucha gente se pregunta: ¿cómo voy a contratarte para que tengas ideas y alguien más las ejecute?”, dice.

El común denominador de sus obras es de carácter público, donde todas las piezas dependen de su interacción con el usuario, a quien se le presentan nuevas maneras de relacionarse con un espacio determinado. Por ejemplo, en el Pabellón del Museo Experimental El Eco de 2010, permitió a través de una instalación que los visitantes interactuaran con el espacio, a través de módulos de bloques de concreto que se reordenan ad infinitum. El “Civic Stage” para la trienal de Lisboa de 2013 consistía en una plataforma ubicada en una plaza pública, que se equilibraba horizontalmente con una repartición indicada de personas. Finalmente, y tal vez una de sus piezas más visibles y de carácter efímero, es el Pabellón mexicano en el jardín John Madejski del Victoria & Albert Museum de Londres —durante el pasado año dual México-Reino Unido 2015—, el cual sirvió como acto principal del Festival de Diseño. A este proyecto puede llamársele ‘arquitectura liviana’, donde el uso de plataformas, el reflejo de sus superficies, y su desplazamiento forman la esencia del pabellón. Así, sus propuestas parecieran volverse más livianas conforme se vuelve más robusta la carga intelectual de sus proyectos.

“En el mundo de la arquitectura, hoy cualquier cosa que intente ser novedosa termina por ser absorbida por un sistema donde todo tiende hacia lo homogéneo: todo mundo consume, la ilusión de estilo de vida es la misma, consumo inmediato. El control de la tierra es básico en el capitalismo, y el trabajo del arquitecto a veces es reducido a generar especulación en diferentes zonas”, dice.

En este escenario, de vorágine inmobiliaria y economía de aspiración, Escobedo se consolida como una de las arquitectas más destacadas. “Hoy en día si tienes suerte como arquitecto y te haces de un nombre, después te haces de un estilo y la gente comienza a buscarte. Y terminas perteneciendo a una categoría o a un estilo de vida. Se vuelve un asunto de cómo te sumas al estilo de vida de alguien”, dice.

“Pensar que vivir de manera más cómoda no tiene consecuencias, y sí las tiene. Al final del día hay una cosa perversa, donde los arquitectos y diseñadores tenemos una influencia, y a través de nosotros se legitiman productos y compañías”, concluye.

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“Es tiempo de quitarle poder a esa idea de que la arquitectura, por sí sola, va a cambiar el mundo”, asegura la arquitecta mexicana Frida Escobedo, refiriéndose a los innumerables y monótonos congresos y bienales que proliferan y repiten de manera recalcitrante dicha afirmación.

En un taller ubicado en un edificio de la colonia Juárez de la Ciudad de México, Escobedo aceptó esta entrevista para Gatopardo. Aquí es el lugar donde ella trabaja con poco menos de una decena de arquitectos. Ante el incauto interés por la profesión por parte de muchos colegas, ella cree que hay que modificar la manera con la que se hace arquitectura. “Deberíamos hacer lo que el abogado o el médico: que la solución a un problema no esté en una sola gran cosa, sino en la suma de las partes. Algo que tiene que ver más con los valores de cada quién, que con los ‘de una disciplina’ ”, dice Escobedo, sobre un contexto donde las ideas en torno al “espacio construido” y la “calidad de vida de las personas” están perdiendo relevancia al repetirse de manera incesante.

A sus 36 años, Escobedo forma parte de una generación de arquitectos como los de Productora o Derek Dellekamp, que han sacrificado un alto volumen de trabajo a fin de enfocarse en la calidad constructiva y espacial de sus propuestas. En 2003, fundó el estudio Perro Rojo junto con Alejandro Alarcón, antes de comenzar con el taller que lleva su nombre. Egresada de la Universidad Iberoamericana, con maestría en Arte, Diseño y Espacio Público en la Harvard Design School, ha obtenido visibilidad a raíz de su intervención para reinterpretar el Hotel Bocachica en Acapulco, donde motivos visuales de la época son reintroducidos con un empleo del imaginario nostálgico del puerto. Entre sus diversos proyectos, resalta el rescate a la Tallera en Cuernavaca, el taller de muralismo creado por David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, convertido en la Sala de Arte Público desde 2012. Ahí, Escobedo abrió el patio del museo a la plaza y giró los murales en busca de generar una nueva relación entre el museo y los espacios que lo rodean.

“Hay una idea poco clara de qué hace un arquitecto”, dice Escobedo al preguntarle sobre el intrigante asunto de cuál debería ser el papel del arquitecto. “Mucha gente piensa que nosotros construimos, cuando el verdadero trabajo está en diseñar. Si vas al estudio de un pintor, hay un cuadro; en el del escultor, hay una escultura. Pues en un despacho de arquitectura, hay ideas. Entonces, mucha gente se pregunta: ¿cómo voy a contratarte para que tengas ideas y alguien más las ejecute?”, dice.

El común denominador de sus obras es de carácter público, donde todas las piezas dependen de su interacción con el usuario, a quien se le presentan nuevas maneras de relacionarse con un espacio determinado. Por ejemplo, en el Pabellón del Museo Experimental El Eco de 2010, permitió a través de una instalación que los visitantes interactuaran con el espacio, a través de módulos de bloques de concreto que se reordenan ad infinitum. El “Civic Stage” para la trienal de Lisboa de 2013 consistía en una plataforma ubicada en una plaza pública, que se equilibraba horizontalmente con una repartición indicada de personas. Finalmente, y tal vez una de sus piezas más visibles y de carácter efímero, es el Pabellón mexicano en el jardín John Madejski del Victoria & Albert Museum de Londres —durante el pasado año dual México-Reino Unido 2015—, el cual sirvió como acto principal del Festival de Diseño. A este proyecto puede llamársele ‘arquitectura liviana’, donde el uso de plataformas, el reflejo de sus superficies, y su desplazamiento forman la esencia del pabellón. Así, sus propuestas parecieran volverse más livianas conforme se vuelve más robusta la carga intelectual de sus proyectos.

“En el mundo de la arquitectura, hoy cualquier cosa que intente ser novedosa termina por ser absorbida por un sistema donde todo tiende hacia lo homogéneo: todo mundo consume, la ilusión de estilo de vida es la misma, consumo inmediato. El control de la tierra es básico en el capitalismo, y el trabajo del arquitecto a veces es reducido a generar especulación en diferentes zonas”, dice.

En este escenario, de vorágine inmobiliaria y economía de aspiración, Escobedo se consolida como una de las arquitectas más destacadas. “Hoy en día si tienes suerte como arquitecto y te haces de un nombre, después te haces de un estilo y la gente comienza a buscarte. Y terminas perteneciendo a una categoría o a un estilo de vida. Se vuelve un asunto de cómo te sumas al estilo de vida de alguien”, dice.

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“Es tiempo de quitarle poder a esa idea de que la arquitectura, por sí sola, va a cambiar el mundo”, asegura la arquitecta mexicana Frida Escobedo, refiriéndose a los innumerables y monótonos congresos y bienales que proliferan y repiten de manera recalcitrante dicha afirmación.

En un taller ubicado en un edificio de la colonia Juárez de la Ciudad de México, Escobedo aceptó esta entrevista para Gatopardo. Aquí es el lugar donde ella trabaja con poco menos de una decena de arquitectos. Ante el incauto interés por la profesión por parte de muchos colegas, ella cree que hay que modificar la manera con la que se hace arquitectura. “Deberíamos hacer lo que el abogado o el médico: que la solución a un problema no esté en una sola gran cosa, sino en la suma de las partes. Algo que tiene que ver más con los valores de cada quién, que con los ‘de una disciplina’ ”, dice Escobedo, sobre un contexto donde las ideas en torno al “espacio construido” y la “calidad de vida de las personas” están perdiendo relevancia al repetirse de manera incesante.

A sus 36 años, Escobedo forma parte de una generación de arquitectos como los de Productora o Derek Dellekamp, que han sacrificado un alto volumen de trabajo a fin de enfocarse en la calidad constructiva y espacial de sus propuestas. En 2003, fundó el estudio Perro Rojo junto con Alejandro Alarcón, antes de comenzar con el taller que lleva su nombre. Egresada de la Universidad Iberoamericana, con maestría en Arte, Diseño y Espacio Público en la Harvard Design School, ha obtenido visibilidad a raíz de su intervención para reinterpretar el Hotel Bocachica en Acapulco, donde motivos visuales de la época son reintroducidos con un empleo del imaginario nostálgico del puerto. Entre sus diversos proyectos, resalta el rescate a la Tallera en Cuernavaca, el taller de muralismo creado por David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, convertido en la Sala de Arte Público desde 2012. Ahí, Escobedo abrió el patio del museo a la plaza y giró los murales en busca de generar una nueva relación entre el museo y los espacios que lo rodean.

“Hay una idea poco clara de qué hace un arquitecto”, dice Escobedo al preguntarle sobre el intrigante asunto de cuál debería ser el papel del arquitecto. “Mucha gente piensa que nosotros construimos, cuando el verdadero trabajo está en diseñar. Si vas al estudio de un pintor, hay un cuadro; en el del escultor, hay una escultura. Pues en un despacho de arquitectura, hay ideas. Entonces, mucha gente se pregunta: ¿cómo voy a contratarte para que tengas ideas y alguien más las ejecute?”, dice.

El común denominador de sus obras es de carácter público, donde todas las piezas dependen de su interacción con el usuario, a quien se le presentan nuevas maneras de relacionarse con un espacio determinado. Por ejemplo, en el Pabellón del Museo Experimental El Eco de 2010, permitió a través de una instalación que los visitantes interactuaran con el espacio, a través de módulos de bloques de concreto que se reordenan ad infinitum. El “Civic Stage” para la trienal de Lisboa de 2013 consistía en una plataforma ubicada en una plaza pública, que se equilibraba horizontalmente con una repartición indicada de personas. Finalmente, y tal vez una de sus piezas más visibles y de carácter efímero, es el Pabellón mexicano en el jardín John Madejski del Victoria & Albert Museum de Londres —durante el pasado año dual México-Reino Unido 2015—, el cual sirvió como acto principal del Festival de Diseño. A este proyecto puede llamársele ‘arquitectura liviana’, donde el uso de plataformas, el reflejo de sus superficies, y su desplazamiento forman la esencia del pabellón. Así, sus propuestas parecieran volverse más livianas conforme se vuelve más robusta la carga intelectual de sus proyectos.

“En el mundo de la arquitectura, hoy cualquier cosa que intente ser novedosa termina por ser absorbida por un sistema donde todo tiende hacia lo homogéneo: todo mundo consume, la ilusión de estilo de vida es la misma, consumo inmediato. El control de la tierra es básico en el capitalismo, y el trabajo del arquitecto a veces es reducido a generar especulación en diferentes zonas”, dice.

En este escenario, de vorágine inmobiliaria y economía de aspiración, Escobedo se consolida como una de las arquitectas más destacadas. “Hoy en día si tienes suerte como arquitecto y te haces de un nombre, después te haces de un estilo y la gente comienza a buscarte. Y terminas perteneciendo a una categoría o a un estilo de vida. Se vuelve un asunto de cómo te sumas al estilo de vida de alguien”, dice.

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“Es tiempo de quitarle poder a esa idea de que la arquitectura, por sí sola, va a cambiar el mundo”, asegura la arquitecta mexicana Frida Escobedo, refiriéndose a los innumerables y monótonos congresos y bienales que proliferan y repiten de manera recalcitrante dicha afirmación.

En un taller ubicado en un edificio de la colonia Juárez de la Ciudad de México, Escobedo aceptó esta entrevista para Gatopardo. Aquí es el lugar donde ella trabaja con poco menos de una decena de arquitectos. Ante el incauto interés por la profesión por parte de muchos colegas, ella cree que hay que modificar la manera con la que se hace arquitectura. “Deberíamos hacer lo que el abogado o el médico: que la solución a un problema no esté en una sola gran cosa, sino en la suma de las partes. Algo que tiene que ver más con los valores de cada quién, que con los ‘de una disciplina’ ”, dice Escobedo, sobre un contexto donde las ideas en torno al “espacio construido” y la “calidad de vida de las personas” están perdiendo relevancia al repetirse de manera incesante.

A sus 36 años, Escobedo forma parte de una generación de arquitectos como los de Productora o Derek Dellekamp, que han sacrificado un alto volumen de trabajo a fin de enfocarse en la calidad constructiva y espacial de sus propuestas. En 2003, fundó el estudio Perro Rojo junto con Alejandro Alarcón, antes de comenzar con el taller que lleva su nombre. Egresada de la Universidad Iberoamericana, con maestría en Arte, Diseño y Espacio Público en la Harvard Design School, ha obtenido visibilidad a raíz de su intervención para reinterpretar el Hotel Bocachica en Acapulco, donde motivos visuales de la época son reintroducidos con un empleo del imaginario nostálgico del puerto. Entre sus diversos proyectos, resalta el rescate a la Tallera en Cuernavaca, el taller de muralismo creado por David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, convertido en la Sala de Arte Público desde 2012. Ahí, Escobedo abrió el patio del museo a la plaza y giró los murales en busca de generar una nueva relación entre el museo y los espacios que lo rodean.

“Hay una idea poco clara de qué hace un arquitecto”, dice Escobedo al preguntarle sobre el intrigante asunto de cuál debería ser el papel del arquitecto. “Mucha gente piensa que nosotros construimos, cuando el verdadero trabajo está en diseñar. Si vas al estudio de un pintor, hay un cuadro; en el del escultor, hay una escultura. Pues en un despacho de arquitectura, hay ideas. Entonces, mucha gente se pregunta: ¿cómo voy a contratarte para que tengas ideas y alguien más las ejecute?”, dice.

El común denominador de sus obras es de carácter público, donde todas las piezas dependen de su interacción con el usuario, a quien se le presentan nuevas maneras de relacionarse con un espacio determinado. Por ejemplo, en el Pabellón del Museo Experimental El Eco de 2010, permitió a través de una instalación que los visitantes interactuaran con el espacio, a través de módulos de bloques de concreto que se reordenan ad infinitum. El “Civic Stage” para la trienal de Lisboa de 2013 consistía en una plataforma ubicada en una plaza pública, que se equilibraba horizontalmente con una repartición indicada de personas. Finalmente, y tal vez una de sus piezas más visibles y de carácter efímero, es el Pabellón mexicano en el jardín John Madejski del Victoria & Albert Museum de Londres —durante el pasado año dual México-Reino Unido 2015—, el cual sirvió como acto principal del Festival de Diseño. A este proyecto puede llamársele ‘arquitectura liviana’, donde el uso de plataformas, el reflejo de sus superficies, y su desplazamiento forman la esencia del pabellón. Así, sus propuestas parecieran volverse más livianas conforme se vuelve más robusta la carga intelectual de sus proyectos.

“En el mundo de la arquitectura, hoy cualquier cosa que intente ser novedosa termina por ser absorbida por un sistema donde todo tiende hacia lo homogéneo: todo mundo consume, la ilusión de estilo de vida es la misma, consumo inmediato. El control de la tierra es básico en el capitalismo, y el trabajo del arquitecto a veces es reducido a generar especulación en diferentes zonas”, dice.

En este escenario, de vorágine inmobiliaria y economía de aspiración, Escobedo se consolida como una de las arquitectas más destacadas. “Hoy en día si tienes suerte como arquitecto y te haces de un nombre, después te haces de un estilo y la gente comienza a buscarte. Y terminas perteneciendo a una categoría o a un estilo de vida. Se vuelve un asunto de cómo te sumas al estilo de vida de alguien”, dice.

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En un taller ubicado en un edificio de la colonia Juárez de la Ciudad de México, Escobedo aceptó esta entrevista para Gatopardo. Aquí es el lugar donde ella trabaja con poco menos de una decena de arquitectos. Ante el incauto interés por la profesión por parte de muchos colegas, ella cree que hay que modificar la manera con la que se hace arquitectura. “Deberíamos hacer lo que el abogado o el médico: que la solución a un problema no esté en una sola gran cosa, sino en la suma de las partes. Algo que tiene que ver más con los valores de cada quién, que con los ‘de una disciplina’ ”, dice Escobedo, sobre un contexto donde las ideas en torno al “espacio construido” y la “calidad de vida de las personas” están perdiendo relevancia al repetirse de manera incesante.

A sus 36 años, Escobedo forma parte de una generación de arquitectos como los de Productora o Derek Dellekamp, que han sacrificado un alto volumen de trabajo a fin de enfocarse en la calidad constructiva y espacial de sus propuestas. En 2003, fundó el estudio Perro Rojo junto con Alejandro Alarcón, antes de comenzar con el taller que lleva su nombre. Egresada de la Universidad Iberoamericana, con maestría en Arte, Diseño y Espacio Público en la Harvard Design School, ha obtenido visibilidad a raíz de su intervención para reinterpretar el Hotel Bocachica en Acapulco, donde motivos visuales de la época son reintroducidos con un empleo del imaginario nostálgico del puerto. Entre sus diversos proyectos, resalta el rescate a la Tallera en Cuernavaca, el taller de muralismo creado por David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, convertido en la Sala de Arte Público desde 2012. Ahí, Escobedo abrió el patio del museo a la plaza y giró los murales en busca de generar una nueva relación entre el museo y los espacios que lo rodean.

“Hay una idea poco clara de qué hace un arquitecto”, dice Escobedo al preguntarle sobre el intrigante asunto de cuál debería ser el papel del arquitecto. “Mucha gente piensa que nosotros construimos, cuando el verdadero trabajo está en diseñar. Si vas al estudio de un pintor, hay un cuadro; en el del escultor, hay una escultura. Pues en un despacho de arquitectura, hay ideas. Entonces, mucha gente se pregunta: ¿cómo voy a contratarte para que tengas ideas y alguien más las ejecute?”, dice.

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“En el mundo de la arquitectura, hoy cualquier cosa que intente ser novedosa termina por ser absorbida por un sistema donde todo tiende hacia lo homogéneo: todo mundo consume, la ilusión de estilo de vida es la misma, consumo inmediato. El control de la tierra es básico en el capitalismo, y el trabajo del arquitecto a veces es reducido a generar especulación en diferentes zonas”, dice.

En este escenario, de vorágine inmobiliaria y economía de aspiración, Escobedo se consolida como una de las arquitectas más destacadas. “Hoy en día si tienes suerte como arquitecto y te haces de un nombre, después te haces de un estilo y la gente comienza a buscarte. Y terminas perteneciendo a una categoría o a un estilo de vida. Se vuelve un asunto de cómo te sumas al estilo de vida de alguien”, dice.

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