Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México y las mujeres que le abrieron el camino
Karen Rojas Kauffmann
Ilustraciones de Mara Hernández
La victoria de Claudia Sheinbaum en las elecciones presidenciales 2024 es un logro para las mujeres; sin embargo, en esta lucha permanente lo primero fue lograr visibilidad en una sociedad machista y ejercer el derecho a la vida política y pública.
“Cuando nace un varón el nacimiento es perfecto”, escribió santo Tomás de Aquino en la Suma teológica, ese manual para la educación de seminaristas y laicos alfabetos que presenta el razonamiento de casi todos los puntos de estudio de Dios en Occidente. En cambio, cuando nace una mujer “se debe a la debilidad de la potencia activa o bien a la mala disposición de la materia, o también a algún cambio producido por un agente extrínseco, por ejemplo, los vientos australes, que son húmedos”, aseguró el presbítero considerado por muchas personas, el teólogo más sólido e influyente sobre la naturaleza “líquida” de las mujeres.
El hombre está lleno de ardor, es fuego. La mujer, cobarde. El hombre es conducente. Dirige, ejerce liderazgo. La mujer, sucumbe. Es un instrumento ciego. El hombre es un animal político. La mujer, uno pasivo, doméstico: así se perpetuó el imperativo durante siglos. A ellas, a nosotras, había que excluirnos del espacio público.
Nos encanta indagar en el pasado. Reinterpretarlo en el aquí y en el ahora. Somos la única especie capaz de asomarse al misterio insondable del tiempo y hallar buenas razones para decir que hace poco más de siete siglos habría sido impensable que una mujer ejerciera un poder democrático, como lo han venido haciendo los hombres por más de 3 000 años.
Detrás de estas ideas sesgadas se esconde una premisa clave. Una sospecha casi ontológica: ¿tenemos las mujeres los atributos suficientes para tomar la dirección de los asuntos de un imperio, un país, una ciudad?
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Es el viernes 31 de octubre de 1986. Alumnos de todos los niveles de la UNAM se organizan para formar el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y darles carpetazo a las reformas del plan Carpizo. Claudia Sheinbaum Pardo participa activamente en el movimiento estudiantil más importante de la segunda mitad del siglo XX. Una revuelta estudiantil inaudita que logró frenar las reformas del rector Jorge Carpizo MacGregor, llegando incluso a impugnar la política gubernamental y el pago de la deuda externa, y que acabaría con el prolongado letargo estudiantil consecuencia de la cruenta represión ejercida por el gobierno mexicano, encabezado por Gustavo Díaz Ordaz en 1968.
El CEU fue el brazo juvenil de la fundación del PRD. Fue, además, la fuerza que impulsó la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia de la República Mexicana en 1988. Fueron las y los estudiantes quienes llevaron a Cárdenas a Ciudad Universitaria y lo convirtieron en el candidato con mítines masivos en la explanada de la rectoría. También fueron ellas y ellos quienes, a empujones y encapuchados, corrieron de la universidad a otros candidatos que quisieron hablar ahí ese año, o en 1994, cuando hubo agresiones contra el panista Diego Fernández de Cevallos.
Pero aquella mañana atribulada de octubre, frente a una legión de estudiantes enardecidos, los líderes preguntaron:
–¿Quién va a colgar la bandera en la Rectoría? —De la muchedumbre salió una estudiante de 24 años, de la licenciatura en Física.
–Yo —dijo Claudia Sheinbaum Pardo con el alma encendida por la bandera rojinegra. La joven subió al techo del edificio y puso con determinación el pendón. Así se inauguraba una nueva protesta contra el neoliberalismo, que en medio de una crisis económica se afianzaba en México y empezaba a asomarse en la universidad más grande de América Latina. De esta manera, daba inicio la carrera política de la mujer que, 38 años después, sería la primera presidenta de México. Así arrancó la historia de la primera mandataria que dirigirá la presidencia de un país con 130 millones de habitantes —de los cuales, 36% vive en pobreza—, con una extensa y letal frontera con Estados Unidos, con una tasa alarmante de feminicidios con 11 mujeres asesinadas al día, con una población sometida por el crimen organizado y una fosa abierta —que supura y no cierra— con más de 100 000 personas desaparecidas.
Trazar una continuidad desde la Edad Media hasta nuestros días en cuestiones de género parece arriesgado, pero hoy en día todavía podemos sentir la irradiación de aquellas palabras de santo Tomás Aquino, quien hace 750 años aseguró que, al carácter pecaminoso de las mujeres, se le unía su inferioridad intelectual. Supuestos y prejuicios que están profundamente arraigados en nuestra cultura, en el lenguaje y en los cientos de años que hemos sido excluidas, sin la posibilidad de acceder a la enseñanza, a la participación política o a la arenga de la plaza pública.
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La presencia de las mujeres a lo largo de la historia política de México ha sido una lucha constante. Muchas mexicanas nos hemos organizado para avanzar hacia una sociedad igualitaria y garantizar que tengamos una representación justa. Desde las primeras sufragistas hasta las lideresas políticas actuales, con su lucha allanaron el camino para la victoria de Claudia Sheinbaum. Y por primera vez en la historia oficial del país han sido nombradas, ovacionadas y públicamente reconocidas por haber exigido con uñas —puño en alto— y con dientes, el derecho a ejercer el poder, y el acceso igualitario a la justicia.
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Con rosarios en mano y una manta con la leyenda escrita “Los encontraremos”, un grupo de 84 mujeres y 4 hombres tomó con sigilo uno de los altares de la Catedral Metropolitana y exigió una amnistía para 1 500 presos y medio millar de desaparecidos políticos. Era la mañana insólita del 28 de agosto de 1978. Un día que se fijaría en la memoria colectiva como la primera protesta del Comité ¡Eureka!, que ha influido durante generaciones en la conciencia nacional de México, al develar un saldo que todavía continúa pendiente.
Con la huelga de hambre que pudieron sostener las mujeres por cuatro días, iniciaba la lucha de las madres del Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos.
“El lugar se fue llenando de gente y mantas. Nos llevaban agua, azúcar, miel y limones. Hubo solidaridad a pesar del miedo que había porque desde 1968 estaba prohibido ir al Zócalo y protestar en la Catedral”, relató alguna vez para La Jornada Rosario Ibarra de Piedra, una mujer que más tarde sería recordada como la pionera en la defensa de los derechos humanos.
Tras años de peregrinar en busca de sus hijos por oficinas gubernamentales e instalaciones policiacas y militares, las madres del Comité ¡Eureka! habían decidido participar en la manifestación que sostendrían las y los familiares de mujeres y hombres contrainsurgentes, desaparecidos por el terrorismo de Estado ejercido en esos años. Era la víspera del segundo informe de gobierno de José López Portillo.
“Ese día llegaron decenas de agentes de Gobernación disfrazados de periodistas que querían saber dónde iríamos. Nos dividimos en grupos para despistarlos. Llamé por un teléfono público y comenté que iríamos a Gobernación a la una de la tarde, donde nos recibiría el secretario Jesús Reyes Heroles. Dijimos que antes de la cita iríamos a rezar por nuestros hijos a la Catedral. Los policías se fueron a Gobernación”, recordó con un gesto adusto, Ibarra de Piedra.
En aquella entrevista, Rosario cuenta que, al llegar al Altar del Perdón, las mujeres sacaron sus rosarios y se pusieron a rezar, y justo a las 11 de la mañana, como habían acordado, colgaron la manta roja. Entonces comenzó el escándalo. Los curas y algunos agentes las querían sacar, pero no pudieron.
Varias décadas después, en octubre de 2022, durante un homenaje a Rosario, Claudia Sheinbaum recordaría que ese día nublado de finales de agosto, siendo una estudiante de educación superior en el Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM, decidió unirse a la protesta. Tenía apenas 15 años.
Desde entonces, Claudia seguiría los pasos de la mujer que, cuatro años después de esa huelga, se convertiría en la primera candidata a la Presidencia de México y que, sin duda alguna, allanó su camino:
“Nuestro movimiento es heredero de la lucha de mujeres valientes e incansables, como Rosario Ibarra de Piedra a quién acompañé en su lucha, y que en 1982 fue la primera mujer en registrarse como candidata a la presidencia de nuestro país. Cuarenta y dos años después, en un momento histórico que vive nuestro país, este domingo formalizaremos nuestra candidatura a la Presidencia de la República por los partidos Morena, PT y Verde. ¡Nos vemos el domingo!”, escribió Sheinbaum el 16 de febrero de 2024, desde su cuenta de X.
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Casi a la medianoche del 2 de junio de 2024, en una sesión ejemplar para el pueblo de México, la presidenta del INE, Guadalupe Taddei Zavala, declaró a Claudia Sheinbaum Pardo ganadora virtual de las elecciones presidenciales de 2024. Simpatizantes y militantes de Morena festejaban en el Zócalo de la Ciudad de México, con máscaras de látex o diademas de coletas sintéticas, la designación de la primera mujer presidenta.
Esa noche, con 35 millones de votos, Claudia también se convirtió en la candidata más votada de la historia democrática de México, superando a Andrés Manuel López Obrador, quien en 2018 obtuvo poco más de 30 millones.
“No llego sola, llegamos todas. Con nuestras heroínas que nos dieron patria, con nuestras ancestras, nuestras madres, nuestras hijas y nuestras nietas”, fueron las primeras palabras de Sheinbaum, visiblemente conmovida, tras su contundente victoria electoral.
Y es verdad. Aunque históricamente hemos sido negadas e invisibilizadas en los procesos de lucha y resistencia del país, las mujeres hemos ocupado cargos importantes en los levantamientos armados, dirigiendo ejércitos o llevando correspondencia y armas escondidas.
La historiadora Claudia Espino Becerril, en su artículo “Mujeres en la Independencia de México”, asegura que muchas mujeres “podían contrabandear mensajes y armas bajo sus faldas; reunirse con rebeldes so pretexto de salir de día de campo con niños y canastos de comida donde sabían esconder objetos útiles como una imprenta. También podían obtener información sin provocar sospechas a través de sirvientas y amigas que, por su empleo o matrimonio, estarían en contacto con oficiales y soldados realistas”.
Hoy, los nombres de mujeres como Gertrudis Bocanegra Mendoza, Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario son reivindicados por sus acciones en pro del movimiento independentista. Las tres mantuvieron la información entre los insurgentes. Las tres financiaron la causa con sus propios recursos económicos. Fueron encarceladas, humilladas y el 11 de octubre de 1817, durante la guerra de Independencia, Bocanegra Mendoza, insurgente michoacana, fue ejecutada en la plaza de San Agustín en Pátzcuaro, acusada de rebelión y conspiración contra la autoridad del rey.
Hoy las tres comparten un espacio entre las esculturas que forman el Paseo de las Heroínas, ubicado entre las calles de Florencia y Lieja, en Reforma, que Claudia Sheinbaum instaló durante su gestión como jefa de Gobierno, en la principal avenida de la Ciudad de México, corazón de nuestro país.
“El silencio histórico, el no recordar, el no reconocer es una forma de violencia que somete. El que no haya mujeres en el Paseo de la Reforma es una violencia que somete, que aniquila, pero también determina un presente […]. Las mujeres somos forjadoras de nuestra patria, el Paseo de las Heroínas es el reconocimiento de que luchamos, de que somos protagonistas de los cambios”, dijo Claudia el 29 de septiembre de 2021, durante el acto inaugural de las 14 esculturas.
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El miércoles 18 de septiembre de 1968, el Ejército mexicano irrumpió violentamente en Ciudad Universitaria. “Decenas de tanques ligeros, vehículos artillados y de transporte, así como una brigada de infantería, el 12° regimiento de caballería mecanizado, un batallón de fusileros paracaidistas, una compañía del batallón Olimpia, dos compañías del segundo batallón de ingenieros de combate y un batallón de Guardias Presidenciales, que sumaban casi 10 mil efectivos al mando del general Crisóforo Mazón Pineda”, se desplegaron ese día en el campus de Economía y sus alrededores, casi en punto de las 10 de la noche, según una crónica del periodista Gustavo Castillo García, especializado en temas de seguridad y justicia, publicada 40 años después, un jueves 18 de septiembre de 2008 en el periódico La Jornada.
Ifigenia Martha Martínez y Hernández, directora de la entonces Escuela de Economía de la UNAM, no dudó en defender la autonomía de la máxima casa de estudios. Eran días aciagos en México. El presidente Gustavo Díaz Ordaz, ante los ojos del mundo entero, quería hacer pasar al país como una potencia emergente capaz de celebrar los Juegos Olímpicos.
Ante el vasto despliegue militar y con la voluntad estudiantil debilitada, 1 500 alumnos, maestros y padres de familia —entre ellos la maestra Ifigenia— fueron detenidos. Los estudiantes, aunque estaban atemorizados por los militares, no se intimidaron por completo y bajo el riesgo que implica desafiar al Ejército, cantaron el himno nacional mexicano mientras hacían la “V” de la victoria. La académica fue trasladada y encerrada en una celda de la policía de la Ciudad de México, cerca de la Plaza Tlaxcoaque, que era conocida por ser un centro de tortura.
“Me mandó a llamar el general que en aquel entonces era jefe de la policía [Luis Cueto Ramírez] y llegando le dije: ‘¡Qué vergüenza, general, que ustedes hayan tenido que llegar a esto, la ocupación de la Ciudad Universitaria!’ Y él me contestó: ‘Nosotros no fuimos. ¿A usted le consta? Fue el Ejército. ¿Usted qué hacía ahí, dígame?’ Pues es mi escuela”, contó Ifigenia Martínez, impecablemente vestida con un traje sastre verde agua, en una entrevista concedida en 2017 al periodista Joaquín López-Dóriga.
Esta anécdota es apenas una muestra de la valentía de una mujer que ha abierto brechas para que otras mujeres tomen los espacios de poder en México, un país profundamente machista. Cincuenta y seis años después de aquella funesta noche, la maestra Ifigenia es una de las mujeres más influyentes de México y una figura determinante para la izquierda mexicana.
“Es un momento histórico en la vida pública del país, especialmente para las mujeres. Ser designada mediante el consenso de todos mis compañeros para llevar a cabo la transmisión del Poder Ejecutivo Federal y, por tanto, realizar la entrega de la banda presidencial, es resultado de una larga lucha por la democratización de nuestra nación, dijo el pasado 1 de septiembre la fundadora de la izquierda mexicana, luego de ser nombrada presidenta de la Cámara de Diputados durante el primer año de la LXVI Legislatura.
Martínez y Hernández, de 94 años, ha protagonizado los cambios políticos más trascendentales de los últimos 60 años en el país. En 1988, junto con Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo (1933-2023), fundó el Partido de la Revolución Democrática (PRD) ante las reiteradas crisis económicas, el incremento desmedido de las protestas sociales y el rompimiento interno del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que mantuvo una hegemonía política desde su fundación en 1929, hasta el triunfo de Vicente Fox en el año 2000.
El nacimiento del PRD para impulsar un proyecto alternativo de nación frente al autoritarismo priista surgió de una coalición de diversas fuerzas sociales y partidos políticos que enfrentaron al régimen para crear un único partido de Izquierda durante el mandato de Carlos Salinas de Gortari, quien ganó la presidencia con un fraude.
Hace seis años, el 1 de diciembre de 2018, el entonces presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, fue el encargado de recibir la banda presidencial al expresidente Enrique Peña Nieto y entregarla al presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, quien entró del brazo de Ifigenia Martínez.
Que la maestra Ifigenia haya ha sido electa por unanimidad de sus correligionarios para presidir el órgano legislativo y entregue, además, la banda presidencial, en una toma de protesta sin precedentes en nuestro país, resulta sumamente simbólico: “Es tiempo de mujeres. Las mujeres por fin estamos tomando los lugares que hace mucho nos correspondían, pero que no teníamos. En 1988 me tocó ser la primera mujer precursora de la corriente democrática, y ahora tener a Claudia Sheinbaum como presidenta de la República es un gran privilegio que me llena de orgullo”, manifestó Ifigenia, mediante un comunicado, momentos después de su elección en el órgano legislativo.
El pasado 2 de junio de 2024, en un guiño a las mujeres que han forjado la senda por conquistar sus derechos políticos y espacios públicos, Claudia Sheinbaum emitió su voto y reveló que para la Presidencia lo hizo por la maestra Ifigenia Martínez, un nombre que pesa en esta historia de lucha por los derechos de las mujeres por ser la primera mexicana en egresar de la Universidad de Harvard con maestría y doctorado en Economía. Una de las primeras mujeres en alcanzar cargos de responsabilidad en la administración pública mexicana.
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“La literatura y la historia ofrecen numerosos ejemplos de cómo —a veces con agresividad, otras con indiferencia— se ha excluido a las mujeres de la conversación pública”, escribió Mary Beard en su libro Mujeres y poder: un manifiesto.
“Quiero empezar muy cerca del principio de la tradición literaria occidental y el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer que se ‘calle’ porque su voz no debe ser escuchada en público. Estoy pensando en un momento inmortalizado al principio de La Odisea”.
En el primer capítulo de su libro, Beard se refiere específicamente a la historia de cómo crece, madura y deja de ser un niño Telémaco, el hijo de Ulises y Penélope, pero también reflexiona profundamente sobre cómo una parte integral del crecimiento de un hombre es aprender a controlar lo que se dice en público y a silenciar a las mujeres:
El proceso empieza en el primer canto, cuando Penélope desciende de sus habitaciones privadas al gran salón y encuentra a un bardo actuando para la multitud de pretendientes. El bardo canta sobre las dificultades que los héroes griegos están teniendo para volver a casa. A ella no le gusta y, delante de todos, le pide al bardo que cante otra cosa más alegre. En ese momento interviene el joven Telémaco: ʻMadre mía —dice—, marcha a tu habitación y cuídate de tu trabajo, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se ocupen del suyo. La palabra debe ser cosa de hombres, de todos, y sobre todo de mí, de quien es el poder en este palacioʼ.
Más allá de la anécdota, lo que verdaderamente le interesaba a la catedrática inglesa, era la relación entre el clásico momento homérico de silenciar a una mujer y algunas de las formas en que las voces de las mujeres no son escuchadas en público en nuestra cultura y en nuestra política contemporáneas.
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En México, el nombre de Hermila Galindo Acosta está ligado a esa lucha por recuperar la voz pública de las mujeres. Su historia también es una muestra de la violencia que enfrentaban —y todavía enfrentan— algunas de ellas en su exigencia de participación política y en su derecho a votar y ser votadas.
Galindo Acosta dirigía la revista La Mujer Moderna, desde la que trataba de incidir a favor de los derechos de las mujeres, principalmente en el acceso a la educación.
“En todo el mundo la educación de la mujer se ha descuidado. En el norte se le ve encorvada sobre el surco, labrando el suelo con ansias y afanes de bestia; en el mediodía, celada, reclusa, esclava de los prejuicios sociales, objeto para su dueño de lujo y sensualidad; en el taller se le oprime y seduce; en la fábrica se le explota y apenas se le paga; se aprovecha su miseria para deshonrarla y se le menosprecia después; engañarla es para el hombre un triunfo del que se ufana; más prudente, más sumisa soporta en las clases más inferiores de la sociedad, toda la pesadumbre de la vida al padre ocioso, al esposo ebrio y al hijo desnaturalizado”, escribió demoledoramente Hermila Galindo.
Se enfrentó al poder político en 1917 cuando demandó el voto femenino en el Congreso Constituyente de Querétaro, por medio de la modificación del artículo 34 constitucional, solicitud que le fue negada. Luego decidió postularse a una diputación federal “candidatura por la cual sería vituperada por periódicos y otros políticos que incluían a sus compañeros constitucionalistas, que así se referían al respecto: ‘A Hermila la seguiría una romería de viejas’”, según un artículo publicado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación
A pesar del desprecio político y social que recibió por su participación política, Hermila se mantuvo firme y participó en las elecciones de marzo de 1917. Y aunque no resultó ganadora, denunció las irregularidades y agresiones que sufrió antes, durante y después de la jornada de elecciones, siendo quizá la primera mujer que denunció públicamente lo que hoy conocemos como violencia política de género.
Sin la lucha de Hermila Galindo ni Rosario Ibarra de Piedra ni Cecilia Soto ni Marcela Lombardo ni Patricia Mercado ni Josefina Vázquez Mota ni Margarita Zavala ni Xóchitl Gálvez Ruiz, o la mismísima Claudia Sheinbaum, hubieran podido llegar a postularse a la Presidencia de la República Mexicana porque son muchas las mujeres que, a partir de la revuelta de Hermila, se han atrevido a romper el techo de cristal que tanta sangre y sudor nos ha costado. Su imagen también ha quedado plasmada en el Paseo de las Heroínas como constancia de que su voz no podrá silenciarse.
Es importante reivindicar a Hermila Galindo como la primera mujer que ejerció funciones de alto nivel en la administración pública en la época constitucionalista. Hoy en día, se reconoce su papel en la historia de la lucha por los derechos de las mujeres desde los espacios feministas, pero está ausente en la historia y evolución de la administración pública, y menos se enseña en las carreras de la materia, quizá porque ella fue una transgresora en ese medio, se atrevió a aspirar al poder, buscó ejercerlo y luchó por el reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres y, sobre todo, se le excluye probablemente porque fue feminista.
Escribió en Cómo ser mujer de poder en el espacio público y no morir en el intento, la doctora Gloria Ramírez Hernández, quien fue reconocida con el galardón Elvia Carrillo Puerto 2017, por su contribución al empoderamiento de las mujeres mexicanas y al avance de sus derechos humanos, en aras de alcanzar la igualdad sustantiva.
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La elección de la primera presidenta de México representa un logro importante en la representación de las mujeres, pero en este proceso de lucha permanente, el primer gran obstáculo que tuvimos que vencer fue lograr la visibilidad en una sociedad históricamente machista y poder ejercer el derecho a participar en la vida política y pública.
“La transformación es feminista”, ha dicho Sheinbaum Pardo en diferentes ocasiones, pero ¿hoy que Claudia se convierte en la primera presidenta de México, culmina un largo y sinuoso camino en la evolución de los derechos político-electorales de las mujeres? Esta es la gran incógnita que se abre para las mexicanas a partir de este 1 de octubre.
KAREN K. ROJAS es cofundadora y directora de El MuroMx, colaboradora de Pie de Página e integrante de la Red de Periodistas de A Pie. Se especializa en temas de protección a los derechos humanos, de género y en defensa de los territorios y los pueblos. Fue becaria de la Fundación Gabo y del Consorcio para Apoyar el Periodismo Independiente en la Región (CAPIR), del Institute for War and Peace Reporting (IWPR). Obtuvo una mención honorífica en el Premio Nacional de Periodismo 2022.
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