Contra académicos y científicos: Hungría y México

Contra la inteligencia libre: Hungría y México

Aunque hay similitudes en la descalificación de académicos y científicos en el caso húngaro, con Viktor Orban, y el mexicano, con Andrés Manuel López Obrador, también hay diferencias fundamentales: esos gremios son más numerosos y difíciles de controlar en nuestro país y AMLO no cuenta con la fuerza de la que goza Orban.

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Desde hace un tiempo, se ha vuelto común escuchar sobre una “ola antiintelectual”, en la que científicos, académicos, artistas y líderes de opinión son víctimas de persecución judicial u hostigamiento por parte de regímenes y mandatarios tan disímiles como Trump y Maduro, Erdogan y Modi (el primero, presidente de Turquía; el segundo, primer ministro de la India), López Obrador u Orbán (el primer ministro de Hungría). Aunque podamos tener la tentación de tildarlos de “populistas antiintelectuales” por igual, la verdad es que al hacerlo terminaríamos imaginando una caricatura atractiva, pero que no explicaría mucho sobre la relación de dichos regímenes con estos gremios.

Empecemos por lo obvio: cualquier poder vive una relación tensa y compleja con el mundo académico y cultural. El especialista, como resultado de su trabajo, tiene datos que pueden desmentir o sostener discursos, decisiones y objetivos políticos. El artista, en su propia labor, cuestiona o refuerza ideas y valores imperantes de la sociedad en la que vive. El periodista publica sus investigaciones sobre el gobierno, las empresas y distintos grupos sociales. El editorialista y líder de opinión analiza coyunturas. Todos exponen verdades que, en muchas ocasiones, le resultan incómodas a quienes ejercen el poder político. Sin embargo, también es muy claro que ciertos regímenes son especialmente sensibles a la crítica, en particular, si viene de la inteligencia informada y creativa. Entonces, ¿a qué regímenes y líderes me refiero?

Viktor Orbán fue uno de los líderes más visibles de los movimientos de 1989 contra el comunismo en Hungría, y cofundó en 1988 el partido Fidesz (Unión Cívica Húngara) que, en sus orígenes, era de tendencia liberal de izquierda. Su rápido ascenso dentro de la política lo llevó a ser electo portavoz de Fidesz en el parlamento, luego presidente del partido y, finalmente, primer ministro en 1998. Aunque perdió las elecciones de 2002 ante el partido socialista (MSZP) debido a una filtración de audios en 2006, en la que el primer ministro Ferenc Gyurcsány reconoce haber mentido durante año y medio sobre la situación económica del país, lo que desembocó en violentas protestas con cientos de heridos.

El descrédito socialista permitió que en 2010 la coalición de Fidesz y el antiguo partido católico KDNP (ahora convertido en satélite del primero) obtuvieran más de dos tercios del parlamento, lo que les permitía cambiar por sí mismos las leyes y la Constitución. Así, la nueva Constitución de 2012, cuya votación fue boicoteada por la oposición, estableció los valores cristianos y tradicionales como la base de la sociedad húngara y centralizó el poder en el ejecutivo. Orbán y Fidesz-KDNP volvieron a ganar dos tercios del parlamento en 2014 y 2018, por una parte, gracias a su retórica nacionalista, polarizante y proclive a identificar enemigos externos (reales o imaginarios) y, por otra parte, a causa de la debilidad de la oposición, fragmentada entre los socialistas, la extrema derecha representada por Jobbik, y partidos liberales y verdes muy marginales. Cada nuevo gobierno de Orbán ha estado marcado por un creciente autoritarismo y, en especial, a partir de 2015, por una postura radical antiinmigrante. Todo en nombre de la defensa de una Hungría cristiana y monoétnica.

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