La lucha de un sueño: el boxeo amateur en Yucatán
Tonas Lima
Fotografía de Ale Cen
Yucatán ocupa un lugar importante en la historia del box en México. En total, el estado ha tenido siete campeones del mundo, surgidos en su mayoría entre 1970 y 1980. Hoy, sin embargo, ante la falta de apoyos por parte de las instituciones encargadas de incentivar el deporte, algunos han tenido que organizarse por su cuenta para continuar esta larga tradición. Esta es la historia de quienes preparan a los futuros campeones.
En esta parte del sureste se respira sol y calle. Es la lucha del boxeo amateur en Yucatán. La gente entrena en las banquetas, haciendo sparring, peleas de entrenamiento, sobre un cuadrilátero de cemento que se ubica en la esquina de las calles 67-F y 110, o dentro de un cuartito de tres por ocho metros, donde le pegan al punch o costal, o a las gobernadoras hechas de neumático que sirven para entrenar. Aquí hasta los perros que se acercan parecen acostumbrados al calor. Afuera la temperatura ronda los 35 °C. En las bocinas suena rap y también se escuchan los gritos de Carlos “Choco” González cuando dice al aire: “¡Pa todos tenemos veneno acá en Guerreros del Ring!”.
Este es el gimnasio de boxeo que dirige Choco en la colonia Nueva Mulsay, en Mérida, Yucatán. Y no es un gimnasio cualquiera. Entre otras razones porque quien pase por aquí, a pie o en coche, no puede evitar detenerse a mirar a este hombre mulato de cincuenta años y 1.60 de estatura, sin playera, con una gorra hacia atrás que le deforma las orejas, moviéndose de un lado a otro, entrenando a boxeadores y boxeadoras. “¡Coño, sí, a huevo!”, se le escucha decir. Habla con padres de familia, toma Coca-Cola, fuma un cigarro o descansa exhausto sobre el ring después de una hora ininterrumpida de manoplear a sus alumnos. Ver su creación realmente asombra: decenas de vecinos de todas las edades van y vienen en este espacio a la vista de todos.
Una luz amarilla alumbra el cuadrilátero. Es una noche de julio de 2022. Lo único que se escucha a la redonda son los golpes al costal en Guerreros del Ring. Entre los últimos que quedan está Alexis “Furia” Pérez, un boxeador de dieciséis años que le pega durísimo al costal. Miro la ráfaga de golpes.
—Él es de los mejores boxeadores que tiene ahorita Choco. Pero vente para acá, que no nos escuche, para que después no se pare su culito —dice José “Barretas” Pinzón, boxeador profesional de 2007 a 2014, una carrera que terminó a sus veintisiete años debido al hartazgo que sintió tras múltiples robos y abusos por parte de sus promotores (encargados de conseguir peleas, negociar sueldos y realizar acuerdos con empresarios).
Actualmente, Barretas es promotor de boxeo y fundó en 2020, junto con otros entrenadores y exboxeadores —entre ellos, Choco—, El Sparring Yucateco, un proyecto que surgió durante la pandemia, en el que organizan y difunden sus propias funciones de manera independiente a las instancias oficiales, como la Asociación de Boxeo de Aficionados de Yucatán (ABAY) y el Instituto del Deporte del Estado de Yucatán (IDEY), que regulan el box amateur en este estado.
—Yo soy un güey con suerte, nací un Sábado de Gloria —dice Barretas. Su voz es una combinación de acentos chilango y yucateco. Tiene 36 años, mide 1.80, lo cual contrasta con la estatura de la mayoría de los boxeadores en Yucatán, que no pasan de 1.70. Barretas no le teme al lenguaje, dice groserías, ríe y se enoja con facilidad.
Una vez que se ha retirado el último boxeador, se cierran las puertas y ventanas del gimnasio. Es una pequeña casa de un solo piso, como la mayoría de las que hay en esta colonia, habitadas, en su mayoría, por comerciantes y obreros. La colonia tiene fama de peligrosa, al igual que varias zonas del sur de Mérida. Hay espejos en las paredes, cinco costales de lona, dos gobernadoras, retazos de alfombra que cubren el irregular piso de cemento, medallas colgando y un par de carteles viejos de funciones de box en las que Choco peleó bajo el nombre de Kid Sombra.
—Dani, mañana va a venir a entrenar un vato. Luz verde, no le cobres nada, conviene. Ya se va a empezar a publicar que tú vas a abrir el gimnasio de ocho a once. De ahí tiene que salir una lana pa tus huesos, vales verga —dice Choco a Dani, boxeador de veintiocho años y su ayudante principal en el gimnasio.
—Ahorita nos vamos a ir, nada más estamos esperando a que Choco saque el agua bendita pa que nos vayamos santiguados de acá. Es su ritual. No te puedes ir sin antes no tener la bendición —dice Barretas.
—Dani, tráete unos six y unos Marlboro rojos.
—¡Pero ya son las diez [la hora en la que Mérida deja de vender alcohol]!
—¡Valió verga!
Cuando el gimnasio abrió en 2012, Choco empezó con “un puto punch y una chingada perita”. Había días en los que solo llegaban una o dos personas a entrenar y todos los gastos tuvo que cubrirlos de su bolsillo. Así fue durante casi medio año. En algún punto, si no llegaban más boxeadores a entrenar, contempló cerrar el local.
—Pero Dios es grande, empezó a venir gente —dice Choco.
—Dios es grande, vio que te culiaste y dijo: “Vamos a ayudarle a Choco” —dice Barretas, y le lanza una pregunta mientras limpia un montoncito de hierba—. ¿Y si desplumo la gallina?
«La gente entrena en las banquetas. En las bocinas suena rap en español y se escuchan los gritos de Choco cuando dice: ‘¡Pa todos tenemos veneno acá en Guerreros del Ring!’”.
Poca es la gente que vive solo del boxeo. Choco González busca dinero por todos lados: trabaja nueve horas como encargado de un taller de reparación en el que hace un arduo trabajo para dejar impecables pianos carcomidos por la humedad o las plagas. Es un oficio que aprendió desde chico. Al salir del taller da clases de box en un albergue y por la noche en Guerreros del Ring. También vende artículos deportivos y el equipo él mismo fabrica.
—Hoy no fui al albergue, ya no me dio tiempo, pero saliendo de mi chamba en el taller de pianos me lanzo al albergue. Ya me está chingando esa madre porque ese cabrón [el entrenador del albergue] se está metiendo con personas mafiosas del box y yo no estoy de acuerdo. Y pues a ver qué pasa, estoy viendo que está llegando mucha gente a mi gimnasio, cabrón. Hoy vinieron tres nuevos y mañana vienen cuatro y no puedo dejar pasar esas oportunidades. Hay mucha gente acá que no paga. La mitad no paga. Se tiene que compensar. Hoy me vinieron a cobrar la renta.
Al principio, en 2012, Choco tenía un socio que a los pocos meses se desmotivó porque vio que tener un gimnasio no era negocio. Así que se retiró y se llevó consigo el poco equipo que habían comprado.
—Puta, pues no soy pendejo. Mis gobernadoras yo las fabriqué. No se necesita mucho billete para hacer equipo de box. El Barretas me alivianó con dos punch y no faltó el cabrón que dijo: “Coño, Choco, yo te doy esto, te doy lo otro”. “No dejes esa madre”. Hasta que empezó a llegar gente, y ahorita ya tenemos varios cinturones adornando el gimnasio de que han ganado torneos. La neta, han salido buenos chamacos de acá.
Puedes ver el documental completo aquí:
Durante diez años, este gimnasio nunca ha dejado de estar activo. Incluso en los meses más duros de la pandemia, Guerreros del Ring siguió funcionando de manera clandestina. Nadie se quería contagiar y venían a entrenar a escondidas con cubrebocas. Cerraban todo el gimnasio y, si pasaba la tira, nomás decían: “Cállense, güey”.
—Porque si se daban cuenta, me multaban, me partían la madre —dice Choco.
Una vez terminado el confinamiento pasaron diez meses para que volvieran las funciones de boxeo oficial, organizadas por la ABAY y el IDEY. Pero incluso antes de la pandemia había muy pocas funciones. A pesar de todo, Yucatán es un estado en el que hay muchísimos gimnasios y ocupa un lugar importante en la historia de este deporte en México, sobre todo en el boxeo profesional. En la década de los setenta hubo una camada de boxeadores profesionales que destacó a nivel internacional. Tanto así que, en ese 1976, había dos campeones del mundo: Miguel Canto y Gustavo “Guty” Espadas. Ambos en peso mosca. En total, Yucatán ha tenido siete campeones del mundo. El más icónico de ellos fue Canto, un boxeador de pequeña estatura que sin problemas peleaba a larga distancia contra rivales mucho más altos que él. En Yucatán, de alguna forma, todos los boxeadores aficionados son hijos de Canto.
Ante la falta de funciones y apoyos por parte de las instituciones encargadas de incentivar el deporte, algunos entrenadores comenzaron a organizarse por cuenta propia. Así fue como, en 2020, los entrenadores Barretas Pinzón, Choco González, Alejandro Talavera y José “Relámpago” Torres crearon el proyecto El Sparring Yucateco, conformado por más de diez gimnasios. Se reúnen el último fin de semana de cada mes para hacer peleas de fogueo en alguno de los gimnasios que conforman este proyecto. Estas son transmitidas por Facebook Live en la página oficial. El narrador es Barretas, quien entrevista a los competidores, lanza chistes y lee los comentarios que hacen durante la transmisión. Su página tiene veinte mil seguidores y algunas de sus transmisiones en vivo han llegado a las once mil reproducciones.
—Cuando se medio niveló lo de la pandemia y la asociación empezó a hacer una que otra función, vinieron las competencias estatales y ¡pam! Le digo a este vato [Barretas]: “Vamos a ver de qué gimnasios van a salir los gallos”.
—De los chavos que participaron en nuestro movimiento, once fueron al regional.
—Yo me gané un oro y tres platas. Alexis salió campeón estatal —dice Choco.
Pero con El Sparring Yucateco no solo han organizado estas funciones mensuales de boxeo entre gimnasios, también han hecho eventos masivos en los que el box es uno de los entretenimientos. Por ejemplo, en 2021 realizaron una función para un evento de motociclistas de todo el país. Cobraron las entradas, rentaron equipo de luces y el ring. Barretas calcula que realizarlo costó cuarenta mil pesos.
—Estuvo muy verga.
La conversación transcurre entre cigarros. El gimnasio lleno de humo recuerda a una ceremonia ritual, con sus luces tenues y santos colgados en las paredes. Este ritual es el culto al boxeo. Hablan de leyendas locales. Dan nombres, lugares, fechas. De los siete campeones del mundo que ha dado Yucatán, cinco se coronaron en las décadas de los setenta y ochenta: Miguel Canto, Guty Espadas, Lupe Madera, Chato Castillo y Juan Herrera. Los otros dos campeones fueron Guty Espadas, Jr., en 2000, y Gilberto Keb Baas, en 2010. A Choco le tocó ver la época dorada del boxeo yucateco, cuando las leyendas se paseaban por los mercados, mientras la comunidad hacía sus compras, o cuando llenaban en cada función la Plaza de Toros de Mérida. Barretas vivió el declive, el estancamiento. Ambos coinciden en que la última camada de grandes boxeadores yucatecos salió en 2000, y Keb Baas fue el último campeón del mundo originario de aquí.
—Ese güey, puta, cargó una verga en la espalda hasta que llegó a ser campeón del mundo. Peleó contra Brian Viloria. Peleó dos veces por el campeonato del mundo, fue a Tailandia. Vivió en la capital, vivió en Estados Unidos como boxeador.
—¿Lo movieron chido?
—Pues él se movió, más bien.
—Y ahorita, cabrón, la neta, para que tú seas un boxeador y te vayas a otro lado, te tiene que costar. Tú lo sabes, Barretas. Si tienes que mejorar rápido, tienes que pagar. No hay nadie. No hay apoyos, cabrón… —sentencia Choco.
«Cuando se niveló la pandemia… le digo a este vato: ‘Vamos a ver de qué gimnasios van a salir los gallos’, dice el Choco».
El exboxeador Marco Antonio Barrera entrevista a Miguel “Alacrán” Berchelt sobre sus inicios para el pódcast Un Round Más, que se escucha en Spotify.
Berchelt es originario de Quintana Roo y forjó su carrera profesional en Yucatán. Durante la entrevista, cuenta que de la generación de yucatecos que empezaron su carrera profesional a inicios de los años 2000, el prospecto más destacado era Barretas Pinzón. Fue el primer boxeador de su generación que migró a la Ciudad de México para trabajar con Ignacio Beristáin —uno de los entrenadores más importantes de este país, quien ha manejado, al menos, a veintinueve campeones del mundo— y prepararse junto con las decenas de boxeadores del Romanza, gimnasio de la alcaldía Iztacalco. Pero pese a los pronósticos, la carrera de Barretas no llegó tan lejos.
Un mediodía de julio de 2022, Barretas me lleva en su camioneta hasta el gimnasio San Francisco de Asís, “la cuna de campeones”, ubicado a unas pocas calles del centro de Mérida. El mote se debe a que aquí se forjaron cinco campeones mundiales, todos yucatecos, excepto Berchelt. Su fachada parece una pequeña oficina de gobierno pintada de blanco. Arriba solo se lee “Gimnasio de boxeo”. Su fama es tal que no necesita anunciarse con su nombre. Es un patio con un ring viejo y nueve aparatos para entrenar, entre costales y peras, que llevan inscrito el apellido del último campeón que salió aquí: Berchelt. El techo es de lámina. Está sostenido por vigas de metal carcomidas por el óxido. Hay cucarachas muertas en el suelo del baño y no hay agua. Quizás sea la hora o el día, pero los boxeadores de primer nivel no están. Desde la pandemia poca gente viene a entrenar. Entre quienes están, un joven salta la cuerda frente al espejo mientras un boxeador experimentado le pega a un costal rojo con serenidad y contundencia. En el cuadrilátero hay una boxeadora, la única mujer aquí, que hace sparring con su compañero. Chucho Basto, uno de los entrenadores, es quien nos recibe.
«Yo soy un güey con suerte, nací un Sábado de Gloria», dice José Barretas Pinzón, con su voz que es una combinación de acentos chilango y yucateco.
—Yo estuve en los inicios de este gimnasio, se fundó en 1975. Quienes lo inauguraron fueron Beto Rivero y William Abraham —dice Chucho sobre aquel empresario libanés que en los setenta se convirtió en el promotor de boxeo más importante del sureste de México. Fue hijo de una familia de comerciantes que migraron a Yucatán en el siglo xx. Recuerdan que Abraham iba a las funciones de boxeo de los pueblos del estado en busca de talentos. Les preguntaba en qué trabajaban y les ofrecía el mismo sueldo a cambio de que fueran al San Francisco de Asís a dedicarse de lleno al box.
Antes de que existiera este gimnasio, el más importante era el Circo Teatro Yucateco, en el barrio de Santiago. Este lugar también era plaza de toros, estaba abierto al público y varios entrenadores de box compartían el espacio. El San Francisco de Asís se fundó después de que “don William” fichara a Guty Espadas. Tras la muerte del empresario en 2005, la dirección del gimnasio cayó en manos de su hijo, Mario Abraham Xacur, quien tiene una promotora: Max Boxing, la más importante en la península.
Nabila Erosa, la única boxeadora de este gimnasio, se quita las vendas luego de haber hecho sparring con su compañero de gimnasio. Tiene diecinueve años. Trabaja como mesera los fines de semana para pagarse la carrera de Gastronomía en una universidad privada y los pasajes de transporte para moverse entre el gimnasio y la universidad. Su preocupación es grande, pues además de esforzarse para conseguir dinero, tiene que lidiar con los reclamos de su madre por perseguir su sueño de boxear.
—La primera semana vine escapándome, no tenía clases y le decía a mi mamá que sí tenía. Mi mamá no me apoya, piensa que no soy buena en esto y a veces me siento mal porque dice cosas que me afectan. Tal vez no tenga su apoyo, pero tengo el de los de acá.
Ella ve en sus entrenadores, Joe Baquedano y Chucho Basto, una familia. No tiene que pagar los trescientos de mensualidad y en ocasiones la han apoyado con material que necesita para la escuela. Sin embargo, la falta de dinero a veces no le permite entrenar.
***
Afuera, el sol de Mérida pega duro sobre las calles de cemento. Es una tarde de miércoles, día de sparring en Guerreros del Ring. Choco González entra sonriendo por la puerta, usa gorra, lentes oscuros y una playera de Spider-Man. Viene de dar clases en el albergue. Se acerca a un boxeador de seis años que se venda las manos con delicadeza, y dice:
—Qué onda, hijo, brinca cuerdita y haz sombrita, que vas a tirar vergazos hoy.
—¿Con quién voy a tirar? —pregunta el niño.
—Ahorita vemos con quién. Es lo de menos. Hasta conmigo si te apendejas.
Choco va ordenando los combates hasta el anochecer. Los primeros en boxear son los diez niños que entrenan por la tarde. Unos gruesos tapetes negros cubren la superficie del cuadrilátero para que nadie se resbale con el sudor y el suelo liso de cemento. Más adelante llegarán los competidores clasificados. El sol se oculta a las seis, aunque el calor no se desvanece, y la noche se vuelve un sauna.
Manuel Chel, mejor conocido como Manuelito, sube a intercambiar golpes. Es un boxeador de baja estatura. Trae puestos unos Converse y un short de futbol. Al momento de pelear se mueve con giros de cintura. Contragolpea a su rival. Y mientras miro sus movimientos, pienso en una canción de salsa, “Pa bravo yo”, de Justo Betancourt, por el ritmo con el que se recupera y su habilidad para mantenernos expectantes sobre la banqueta. Al final del primer round, dobla a su rival con un gancho de izquierda.
Manuelito se dedica a reparar máquinas de aire acondicionado y estudia en una preparatoria pública. Además de boxear, juega futbol en una liga local. Dejó el boxeo y la escuela durante dos años, cuando empezó la pandemia, y tuvo que ponerse a trabajar en una verdulería para apoyar en los gastos de su casa.
La parte trasera del gimnasio, donde se guardan los guantes y todo el equipo, es adonde se viene a platicar luego de los madrazos. De repente hay cinco boxeadores jóvenes hablando sobre la historia del gimnasio y los talentos que han llegado.
—Antes había mucho talento. Estaban los gemelitos.
—Los gemelos siempre ganaban, pero no tenían dinero. Choco les regalaba todo, los mantenía en el box. Estaban envergados en las drogas y toda esa madre.
—Uno tiraba mota y el otro se metía perico.
—Eran de acá cerca. Y el Cholito era el que más. Él se fue a pelear a Tamaulipas y ganó. En la Ciudad de México están duros, pero lo son más en el norte.
—Morras también venían, pero mayormente son morros los que entrenamos acá.
—No sé si viste a una güerita. Bueno, se llama Jade Lira. Casi no viene, pero yo digo que en profesional sí la va a hacer. Tiene pegada de hombre.
Durante meses intenté contactar a Jade. No había ido al gimnasio y nadie sabía de ella. Temí que hubiera abandonado el box. A finales de julio de 2022 decidió volver y pude verla tras un combate en Guerreros del Ring.
—En mi caso es muy difícil encontrar rival —dice Jade—. Con la muchacha con la que hoy peleé ya he peleado antes, y siempre lo hago con las mismas chicas. No es como con los varones, que puedes encontrar rival en todos los gimnasios. En cualquier gimnasio hay dos o tres mujeres, nada más.
Jade tiene cabello chino, castaño, piel blanca y cuerpo fuerte, de pequeña estatura. Antes de ser boxeadora fue futbolista y representó a Yucatán en competencias nacionales durante cinco años consecutivos. Participó, hace unos días, en un sparring en Guerreros del Ring, contra una boxeadora de otro gimnasio, Imperio de Lobos. Fue su primera pelea luego de haberse ausentado por meses, ya que su trabajo en un estudio fotográfico y las distancias le impedían entrenar. Jade tiene veintidós años y vive con Angie, su pareja. Ella y su padre son las únicas personas que asisten a sus peleas. En su vida familiar es un tabú decir que es boxeadora.
—En la familia de mi papá no me es permitido hablar del tema. Simplemente se enojan porque hable de eso. Y de parte de mi mamá, lo mismo, son cosas que no les gustan porque soy mujer. Sería diferente si mi hermanito hablara de esto.
En este deporte se encontró con el rechazo familiar por una sola razón: ser mujer y practicar un deporte que suele ser considerado para hombres. Sin embargo, este prejuicio que se promueve desde la esfera familiar no está presente en todos los gimnasios. Guerreros del Ring es un ejemplo de esto. Ahí encontró una familia en Choco y sus compañeros, y con el tiempo logró su propósito: ser boxeadora profesional. Hasta el momento, Jade ha tenido dos peleas profesionales en Ciudad del Carmen, Campeche, en las que se ha enfrentado a veredictos injustos por parte de los jueces.
—Algo que me gusta mucho del boxeo es la convivencia que tengo con mis compañeros porque, a pesar de ser hombres, no hay una línea que nos divida. Somos iguales, y eso me gusta porque no me hacen sentir débil, no me hacen sentir menos.
«Manuel Chel, mejor conocido como Manuelito, sube a intercambiar golpes. Es un boxeador de baja estatura. Al momento de pelear se mueve con giros de cintura».
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—¡Barreta Pura! —exclama Barretas Pinzón al transmitir en vivo desde su celular, mientras hace un close-up al logo de su marca patrocinadora sobre uno de los costales—. ¡Qué tal, amigos! —vuelve a decir—. Hoy nos encontramos en Imperio de Lobos, el gimnasio de la nueva escuela de boxeo yucateco.
Sobre el ring está el entrenador, Alejandro Talavera, de cuarenta años, manopleando a ocho boxeadores que giran en las orillas, en espera de su turno para golpear. “Jab, esquivo, upper, esquivo, cruzado, esquivo, upper”, indica a sus alumnos.
Los Lobos Talavera son seis hermanos, cinco de ellos boxeadores, tres amateurs y dos profesionales. El gimnasio está en el patio de una casa, a treinta minutos del centro de Mérida. Hay muchos niños. El boxeo que se enseña aquí es estilo olímpico, de movimientos rápidos; el objetivo es marcar puntos al rival. Cada punto es un golpe limpio al rostro. Se usan caretas y guantes de doce onzas, y las peleas duran tres rounds. Este lugar fue construido gracias al apoyo de madres y padres, en su mayoría comerciantes, de los boxeadores que entrena Talavera. De hecho, la casa en la que está montado el gimnasio pertenece a la familia de un boxeador y el ring lo construyó un papá que es soldador.
Antes de entrenar aquí, de 2018 a 2019, Talavera tenía su gimnasio en el complejo deportivo Inalámbrica, a unas cuadras del centro de Mérida. Trabajó para el IDEY durante la administración de Juan Sosa Puerto, quien en abril de 2022 fue investigado por el diario Sol Yucatán por el desvío de fondos durante los últimos nueve meses que estuvo en el cargo. Esta noticia generó críticas porque el deporte amateur se vive sin paga, solo hay becas y son escasas —los medallistas de las competencias olímpicas nacionales tienen derecho a una beca que va de cuatrocientos a ochocientos pesos mensuales, hay que solicitarla y se pierde si al siguiente año no se obtiene una medalla—.
Durante la temporada de Talavera en el Inalámbrica, sus hijos Axel y Hafit obtuvieron medallas en la olimpiada nacional, por lo que el IDEY le ofreció un puesto en el Centro de Alto Rendimiento Deportivo (CARD), ubicado en el complejo Kukulcán, al oriente de Mérida. Ahí entrenaba a los mejores boxeadores amateur del estado. En 2018, cuando Carlos Sáenz Castillo entró como relevo del titular del IDEY, Talavera perdió su espacio en el CARD. Y, como ya no formaba parte del equipo del centro, quiso llevarse a sus hijos para seguir instruyéndolos, como siempre lo había hecho. Pero las autoridades del IDEY no lo dejaron, argumentando que, como sus hijos formaban parte del card, ya no le pertenecían —una vez que forman parte de los centros de alto rendimiento, los boxeadores amateur dejan de trabajar con quienes los formaron en un inicio y el crédito por sus resultados se le otorga al estado o al país, según sea el caso, algo que ha generado molestia entre muchos entrenadores, pues no reciben reconocimiento por su labor ni apoyo económico—. Aun así, Talavera decidió llevarse a sus hijos y prepararlos para debutar como boxeadores profesionales, un terreno en el que sí hay remuneración económica y menos conflictos con las autoridades. No solo en estos casos los boxeadores se ven obligados a cambiar de entrenador. Talavera cuenta que uno de los principales problemas para el boxeo yucateco, además de la falta de recursos económicos, es que hay pocos fogueos, y que los pocos que hay son solamente entre algunos estados del sureste: Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Chiapas. Esto obliga a migrar a otros estados.
Talavera cree que enviar boxeadores a otros estados la mayoría de las veces resulta contraproducente. La alternativa que han encontrado es pedir respaldo a las promotoras (privadas), como Max Boxing, que ha llevado a boxeadores de la Ciudad de México y Oaxaca a medirse con los yucatecos que trabajan para ella. Pero la intervención de Max Boxing se limita al boxeo profesional. La falta de apoyos en el amateur es aún más grande, pues solo depende del IDEY y de la ABAY. Ante esta situación, algunos entrenadores, como Talavera, han preferido organizarse por cuenta propia.
—Yo digo que somos nosotros quienes tenemos que entrenar, con o sin apoyo. Lo que estamos haciendo con Barretas es eso: hacemos nuestros propios fogueos, buscamos las opciones sin esperar que el gobierno o las empresas nos apoyen —dice.
En junio de 2022, durante los Juegos Nacionales Conade —el torneo de deporte amateur más importante del país, en el que los deportistas compiten para ganarse un lugar en el Comité Olímpico Mexicano y poder representar al país en competencias internacionales—, Yucatán obtuvo en boxeo solo la medalla de bronce de Eduardo “Soldado” Herrera, del gimnasio JRT, que también forma parte de El Sparring Yucateco. En el medallero nacional de boxeo en estas competencias, Yucatán ocupó el penúltimo lugar. Sobre esto, Talavera comenta:
—Estamos acostumbrados a pasar por lo menos a la primera ronda en el nacional. Pero hay muchos problemas en el boxeo: grilla entre los entrenadores, entre el gobierno y la asociación. Unos no quieren trabajar con otros. Por ejemplo, hay gente que no quiere al Barretas. No estamos unidos como entrenadores.
«‘¿Con quién voy a tirar?’, pregunta el niño. «Ahorita vemos con quién. Es lo de menos. Hasta conmigo si te apendejas», dice el Choco González.
Otro caso de migración por falta de apoyos es el de Jessica “Tanquecita” Basulto, quien entrena en el gimnasio de sus padres, el Balukas Box Team, en San José Tecoh, al sur de Mérida. Actualmente es la mejor boxeadora profesional que ha dado Yucatán. Trabajaba para Max Boxing, pero su carrera comenzó a estancarse porque durante un año no le consiguieron peleas. Su madre, Elia, quien maneja la carrera de Jessica, le preguntaba a Jorge Puga —el encargado de mediar con los boxeadores de Max Boxing— cuándo sería su siguiente pelea, pero él no respondía, hasta que un día aseguró que no tenían firmado ningún contrato con ellas y, por lo tanto, no estaban obligados a nada. Entonces, Elia buscó a otras personas que se habían ofrecido a manejar la carrera de su hija. Decidieron irse con Asad Martínez, quien tiene una promotora en Guatemala. Así que, desde principios de 2022, la Tanquecita Basulto representa al país centroamericano.
Tampoco obtuvieron apoyo por parte del IDEY. Elia dice que el titular, Sáenz Castillo, nunca se ha acercado a ellas, pese a que, en entrevista con Gatopardo, él dijo que Jessica forma parte de un programa de becas universitarias. Elia sostiene: “A mi hija nadie le da nada. Ni una beca, ni una ayuda, ni zapatos. Nada”.
—El feminismo yucateco está por los suelos —comenta Elia—. Cuando las mujeres intentan salir adelante, solo les cierran las puertas. Y hay muchas boxeadoras en Yucatán. Muchas, muchas, muchas, pero como no hay apoyo, renuncian. No tienen una mamá persistente como yo.
***
La ABAY organizó una función de boxeo amateur el 12 de febrero de 2022, en el gimnasio Polifuncional de San José Tecoh. Barretas Pinzón aprovechó un momento en el que el ring estaba sin boxeadores para plantarse en medio e impedir que el evento continuara. Lo hizo en protesta por la suspensión de su licencia en 2020 como entrenador de la asociación y de su subsecuente expulsión definitiva. Después de unos minutos, ante la negativa a retirarse, Mario Alfredo “Freddy” Ríos Urcelay, miembro y dirigente de la ABAY, subió al ring junto con Gilberto Keb Baas para sacar a Barretas a punta de golpes. La brutal anécdota quedó plasmada en fotografías, videos y notas de la prensa local.
Barretas, desde sus inicios como boxeador profesional hasta su retiro en 2014, tuvo una relación cercana con Ríos Urcelay, quien siempre fue una figura paternalista para él: lo llevaba con la prensa, lo presentaba con políticos y le decía “sobrino”. Pero en el momento en que Barretas quiso integrarse a la asociación y tener una participación más activa en el boxeo amateur, y comenzó a cuestionar las decisiones que se tomaban, le negaron la entrada. Su enemistad con Ríos Urcelay es conocida en el ambiente boxístico y entre entrenadores se sabe que Freddy es quien mueve los hilos del boxeo amateur yucateco desde la ABAY. Está involucrado, además, en otros sectores políticos: es líder de los productores de chile habanero en Yucatán; tiene nexos con el PRI, según la página web del partido en Yucatán, y también pertenece a otras asociaciones, como Pasado, Presente y Futuro del Boxeo Yucateco.
Una de mis fuentes, que trabaja en el IDEY y cuyo nombre prefiere que conservemos en el anonimato, comenta la situación de Barretas: “Él no puede dirigir ni siquiera en profesional, por esa suspensión que tiene. No puede subir a sus boxeadores [estar en su esquina durante los combates ni representarlos en torneos oficiales]. Él sigue entrenando como manager, pero otro tiene que subirle a sus peleadores. Entonces tampoco se puede llevar una comisión y está desesperado por que le quiten la suspensión”.
La historia de Barretas es un ejemplo de los abusos a los que se enfrentan boxeadores y entrenadores por parte de quienes ostentan cargos de poder: promotores, funcionarios públicos e incluso también algunos entrenadores. En 2010 decidió irse a entrenar con Ignacio Beristáin porque se dio cuenta de que su entrenador —Guty Espadas—, en complicidad con sus promotores, le estaba robando parte del dinero que ganaba por cada combate.
«Hay muchos problemas en el boxeo: grilla entre los entrenadores, el gobierno y la asociación. Unos no quieren trabajar con otros. No estamos unidos».
—Yo nunca me sentí atendido por esa gente —dice Barretas con el ceño fruncido— Todas las cosas que hacía Guty las hizo para su beneficio. A Guty lo descubrí en complicidad [con sus promotores], y cuando lo descubrí dije: “No, váyanse a chingar a su madre”. Quién sabe cuánto me habrán robado.
En la capital, Barretas se sostenía con los mil pesos semanales que le entregaba Jorge Puga —el encargado de mediar con los boxeadores que trabajan para Max Boxing—. Cuenta que el sueldo real que debían darle era de dos mil pesos semanales, pero Puga le exigía la mitad, argumentando que él le había conseguido la oportunidad de irse a la capital. Barretas recuerda aquellos días, la rutina de consolidarse como boxeador profesional, salir de su casa en Villa de Aragón, tomar el metro, transbordar en la estación Oceanía y bajarse en Ciudad Deportiva, para después caminar veinte minutos hasta el gimnasio Romanza.
—Esa era mi rutina diaria. Comía puros tacos allá abajo del Romanza, todo puteado acabando de entrenar. Imagínate, para un boxeador de alto rendimiento o un cabrón que ya estaban proyectando en TV Azteca. No tenía la asistencia de esos güeyes [sus promotores].
Con el paso del tiempo, llegó a la conclusión de que el descuido por parte de sus promotores fue intencional; lo que buscaba la empresa —piensa Barretas— era abrirle espacio a la carrera de Alacrán Berchelt, dejando sus peleas como preliminares a las de este y, con el tiempo, peleando cada vez menos. Su último encuentro fue en Brasil, el 12 de mayo de 2014, contra el boxeador brasileño Isaac Rodrigues. Para ese entonces, Barretas tenía veintisiete años y un récord de veinticinco ganadas, ocho perdidas y seis nocauts. “¡A la mierda todo esto! Todos acabamos en el mismo lugar”, pensó Barretas al retirarse.
Al anochecer, después de una tarde de visitar gimnasios, Barretas conduce su camioneta y me lleva al Monumento al Boxeador, que está afuera de la explanada del idey. Mide alrededor de dos metros y tiene el rostro desdibujado.
—Quiero venir un día y allá en esa barda blanca quiero poner “Corruptos y pervertidos”, en letras rojas, y quiero pintarle su nariz de rojo al Monumento al Boxeador. Así tratan a los boxeadores en el IDEY, como payasos. Me siento como que soy la conciencia que nació para despertar a las demás conciencias.
De regreso a la camioneta, habla sobre su familia. Uno de sus tíos, Edmundo Echeverría Urcelay, fue presidente de la alianza de cantineros, y otro, líder estudiantil.
—Yo también, como líder, quiero causar un movimiento, me gustaría que al final yo tenga el poder. Cuando hablamos de poder, a mucha gente le apena decirlo, pero, güey, yo te digo la verdad: yo quiero tener poder para guiar a esta banda y guiarla de manera justa. Si algo quiero es que esta madre [el boxeo] se libere.
—¿Qué significa “que se libere”?
—Que tengamos certeza en el desarrollo, en lo jurídico y lo social. Quiero que todos tengan lo que se merecen.
En ese momento recuerdo las veces en que Barretas se ha expresado de los boxeadores como “la carne” o “el producto”, y me pregunto en quién se convertirá si consigue ocupar el cargo de poder que tanto desea.
—Y si llegaras a ser un promotor importante, ¿no le robarías a tus boxeadores?
—Si pudiera yo llegar a ese momento, de ganar cuatro millones de dólares por una pelea, sería completamente honesto con ese cabrón. Le diría: “Mira, carnal, hay cuatro millones. Dos millones van a ser para ti y dos millones para mí, ¿te late? No, pues no me late. Si a ti no te late, a mí tampoco, y no hay jugada”. ¿Cómo ves tú eso?
***
La pelea estelar, la última, la más esperada, llega en la noche. Estamos en Guerreros del Ring, el 22 de julio de 2022. Alexis “Furia” Pérez y Ángel “Ruso” Castillo se preparan para el combate, luego de que los vecinos de la colonia Nueva Mulsay y los familiares de los boxeadores disfrutaran de quince combates de gente proveniente de más de cinco diferentes gimnasios en Yucatán, en los que, por ser de exhibición, no hay vencedor ni vencido. Luis Chable, un delgado competidor de diez años apodado Manny Pacquiao, por su parecido al boxeador filipino, le coloca los guantes a Alexis, mientras su perro mestizo color miel se pasea por el ring. “Allá vamos con el mejor combate de la noche”, dice la narración de Barretas Pinzón a las más de cuatro mil personas que siguen el Facebook Live.
—¿Podría entrar alguien más de réferi? —pregunta Choco González, quien ha hecho esa labor toda la tarde y ahora quiere estar en la esquina de su mejor boxeador.
—¡Culón! ¡Entra de réferi, porfa! —grita Barretas.
Esta noche se enfrentan dos boxeadores de los gimnasios más fuertes del estado: Imperio de Lobos y Guerreros del Ring. Los tapetes del ring están bien encintados para que nadie resbale. Choco y Dani, su ayudante, arreglaron todo una noche antes para evitar contratiempos. La gente se acerca a las cuerdas para ver de cerca el combate.
—¡Choquen guantes! —dice Culón.
El Ruso luce intimidante. Adelanta su cuerpo mientras espera a que toquen la campana, como si estuviera a punto de atacar. Alexis mantiene la mirada en el suelo. Es callado y parece nervioso. Se persigna.
—¡Tiempo! —grita Barretas y suena la campana.
En el buen boxeo olímpico no hay ni un respiro; los golpes son rápidos y se dan uno tras otro. Pasos ligeros, movimientos hacia delante y hacia atrás en una danza frenética para esquivar los puños. Alexis tira buenos golpes curvos, que son producto de unos reflejos muy entrenados. El Ruso golpea con rectos de izquierda y derecha. Son golpes sólidos los del Ruso, mucho más que los de Alexis. “Eso, papi, mueve la cintura, aguántalo y contragolpéalo”, dice Choco a Alexis. Al Ruso le dicen: “Doble gancho, Ruso, se los come”.
Los golpes que ambos tiran son tantos y tan rápidos que es difícil seguirlos. Alejandro Talavera sonríe en la esquina, no grita, no dice nada. Choco no puede contener la emoción, su cuerpo se retuerce con cada golpe que le dan a Alexis y celebra cada uno de sus aciertos. A la mitad del segundo round, la gente aplaude de forma coordinada, es una música de aplausos que contagia placer. Los ánimos se encienden.
—¡Vamos, vamos!
—¡Eso, cabrón!
—¡Ya se calentó la banda, se alebrestó el gallinero! —dice Barretas.
En los últimos veinte segundos del round ninguno de los dos retrocede. Continúan aun después de que suena la campana. Se esfuerzan por no perder y mantener a la gente en la emoción desbordada. En el tercer round, Alexis se pega al Ruso. Descubrió que esa es la distancia que más le conviene. Sigue conectando golpes curvos, fuertes. El Ruso se entrega, hasta que retrocede y lanza una ráfaga de golpes rectos en el rostro de Alexis. Alejandro Talavera le aplaude desde la esquina.
—¡Tantitos golpes que recibiste no quieren decir nada! —grita Choco.
—¡Diez segundos!
Alexis, desde la esquina, mueve la cintura, esquiva, conecta y le entran golpes. Los boxeadores de Guerreros del Ring tienen algo que los distingue: saben contragolpear, conectan volados y ganchos moviendo la cintura, aprovechando su baja estatura, entrando de una forma sorprendente a la guardia de su rival. No hay una ventaja clara de uno sobre el otro. El réferi los separa y la gente grita: “¡Uno más! ¡Uno más! ¡Uno más!”. Al escuchar esto, el Ruso alienta la petición del público moviendo los brazos hacia arriba. Barretas le pregunta a Choco si se anima. Choco agarra una botella de agua, entra el ring y, mientras le da de beber a Alexis, dice:
—Guerreros del Ring nunca se raja, papi.
—¡Eso es todo, coño!
—¡Preparados! ¡Fuera seconds! ¡Último round de pilón! ¡Tiempooo!
Este texto fue producido como parte de Simbiosis, un programa de formación periodística de Gatopardo y Arizona State University
TONAS LIMA. Iztapalapa, 1999. Escritor y periodista. Su trabajo parte del interés en las historias de la gente, de sus conflictos y deseos. Desde 2021 escribe sobre boxeo. Fue becario de la segunda generación de la Unidad de Investigaciones Periodistas de la UNAM. Miembro de la 7ma generación de la Red LATAM. Residente del programa Simbiosis de la Revista Gatopardo y la Walter Cronkite School of Journalism and Mass Communication de Arizona State University, escribió una crónica sobre la lucha del boxeo amateur en Yucatán.
ALEJANDRA VARGAS CEN. Fotógrafa y videógrafa yucateca con más de 7 años de experiencia en la fotografía editorial y moda.
Apasionada de la fotografía documental, encuentra en ella otra manera de contar historias.
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