Activista de izquierda desde la adolescencia, Nicolás Maduro fue constituyente, diputado, canciller y vicepresidente de Venezuela. En las manos de Maduro fue depositada la herencia de la revolución bolivariana que Chávez comandó durante 15 años.
Nicolás Maduro está en el mausoleo de Hugo Chávez. Ha ido a visitarlo y le lleva una derrota. Es la noche del 8 de diciembre de 2015. Dos días atrás se celebraron las elecciones parlamentarias que renovaron todos los escaños de la Asamblea Nacional (como se llama al Congreso en Venezuela), y hace frío en el Cuartel de la Montaña, al oeste de Caracas. Desde allí transmiten En Contacto con Maduro, un programa semanal de radio y televisión en el que el jefe de Estado venezolano hace anuncios, lee tuits, publica los suyos, celebra los retuits que le hacen, recibe invitados y grupos musicales. Un magacín político de amplio target. El tema de hoy es la administración de un descalabro.
Tres años antes, el 8 de diciembre de 2012, también de noche y también por televisión, a unas cuadras de allí, en el Palacio de Miraflores, el entonces presidente Hugo Chávez —enfermo, agotado— le encomendó a Maduro una victoria. Ese día, después de 14 años de gobierno, Chávez dejó el juego en manos del sucesor que él mismo había elegido, rogó a sus seguidores que le transfirieran su apoyo y se fue a Cuba para operarse del cáncer que padecía desde 2011. Maduro cumplió la primera de las encomiendas: Chávez murió el 5 de marzo de 2013 y él venció, un mes y medio después, en las elecciones presidenciales, ganándole a su principal contrincante, Henrique Capriles, por una diferencia exigua de votos.
Pero en las elecciones del 6 de diciembre de 2015, después de casi dos décadas de revolución bolivariana, Maduro perdió el control del Parlamento con una victoria implacable de la oposición: de 167 curules, 112 fueron para la coalición Mesa de Unidad Democrática (MUD) y 55 para el Polo Patriótico, agrupación de partidos chavistas. Por primera vez en 17 años la oposición es mayoría absoluta y es, también, la primera vez que se habla de la posibilidad de que el gobierno madurista llegue a su fin de manera constitucional. Maduro, vestido con una camisa azul de corte militar idéntica a las que le confeccionaban a Chávez, está en el mausoleo, sentado en un escritorio a unos metros de la tumba de su predecesor. Hace un programa de 5 horas, igual a todos los anteriores, para un país que dio señales de haber cambiado por completo en las elecciones de hace sólo dos días.
A pesar de la expectativa que hay sobre lo que va a decir, apenas deja claras algunas cosas. Su manera de perder: “Yo quería construir 500 mil viviendas el próximo año, ahorita lo estoy dudando. Pero no porque no pueda construir, yo puedo construirlas, pero pedí tu apoyo y no me lo diste”. Lo versátil de su identidad: “Mientras este hombre esté aquí llamado Nicolás Maduro, iba a decir Hugo Chávez. Jajaja. Soy Hugo Chávez vale, sí, sí”. Sus preferencias reposteras: “¿A ustedes les gusta el sánduche de cambur con leche condensada? Levanten la mano los que han comido cambur con leche condensada. Eso sabe a gloria”. Y, finalmente, un título: “Ganaron los malos”.
La transmisión termina de madrugada con el video en el que Chávez anunció al país que, en caso de que él no pudiera seguir al frente del socialismo del siglo XXI, Maduro sería el encargado de hacerlo. Es el video que recuerda cómo fue que todo esto comenzó.
Un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza.
"Yo quiero decir algo, quiero decir algo, aunque suene duro, pero yo quiero y debo decirlo, debo decirlo", dijo Hugo Chávez. Y luego lo dijo y esa noche de un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza. Ahí estaban, en el Despacho Uno del Palacio de Miraflores, sede del Ejecutivo venezolano: Chávez acababa de ganar por cuarta vez la jefatura del Estado; a su derecha, Diosdado Cabello, militar y presidente de la Asamblea Nacional; a la izquierda, Maduro, civil y vicepresidente de la República. Los tres sabían para qué habían ido. Pero antes, un poco de John Travolta y de Olivia Newton-John.
"Sábado 8 de diciembre. Nueve y media de la noche. Un poquito más. Nueve y treinta y tres, y treinta y cuatro, Buenas noches a toda Venezuela, buenas noches al pueblo venezolano. ¿Te acuerdas de aquella película, Diosdado? Saturdei fiber... ¿cómo es?", preguntó chávez.
Fiber y radioterapia, inflamación, “seguramente producto del esfuerzo de la campaña”, células malignas, otro procedimiento quirúrgico, “es necesario, es absolutamente necesario”. Chávez, que ha sido operado tres veces desde 2011, se está muriendo. Esa noche va a anunciar que se va, que regresa a un quirófano de La Habana. Sabe que volvió el cáncer, peor que antes, como vuelve siempre el cáncer. Es el día de la despedida y va a revelar el nombre del elegido. Pero antes, un poco más de disco music.
“John Travolta. ¿Ése es el nombre de él? ¿Del actor? Y Olivia Newton John, ¿te acuerdas? Bueno, entonces no es mi estilo una cadena nacional un sábado por la noche.”
Entonces lo dice: “Si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el periodo, sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”.
Maduro abre las fosas nasales, mira a Chávez, mira al infinito. El rostro le cuelga como una sábana remachada por el bigote. Usa una camisa clara y un saco gris oscuro que, por la postura rendida de los hombros, parece de plomo. No hace ningún gesto, no agradece el nombramiento.
El lunes 10 de diciembre Chávez voló a La Habana. Setenta y dos días después, a las 2:30 de la madrugada del 18 de febrero de 2013, regresó a Caracas. Nelson Bocaranda Sardi, el periodista que reveló en 2011 la enfermedad de Chávez antes que la vocería oficial, asegura en el libro Nelson Bocaranda. El poder de los secretos (Planeta, 2015) que Chávez no quiso fallecer en Cuba para no perjudicar la percepción del sistema de salud de la isla, orgullo de los Castro.
La versión oficial es que el martes 5 de marzo de 2013, a las 4:25 con 5 segundos de la tarde, Hugo Rafael Chávez Frías murió de un infarto pulmonar. Tenía 58 años y un sarcoma metastásico. “Alrededor de las 11 de la mañana habían desconectado a Chávez, ¡pero lo volvieron a conectar minutos más tarde porque Maduro apareció con la angustia de que algo muy malo e inminente podía suceder! La situación se tornó muy confusa. Por unas horas todo el mundo perdió los papeles. Finalmente, a media tarde reinó la sensatez y pasó lo que pasó”, escribió Bocaranda en su libro. Acompañado de funcionarios del alto gobierno y jefes militares, Maduro dio la noticia de la muerte de Chávez a través de una cadena de radio y televisión. Con aplomo pidió aplomo; con respeto pidió respeto; con calma pidió calma. “Asumimos su herencia, sus retos, su proyecto”, dijo sin soltar las manos de un podio de madera. “Cuando me paré allá en el Hospital Militar a decirles a ustedes esa noticia, no me salía por acá la voz, no me salía de aquí, parecía una pesadilla”, recordó en un acto de campaña.
Pero la pesadilla se convirtió en presidencia. Él, que había pasado la mitad de su carrera en el chavismo fuera del país como ministro de Relaciones Exteriores, que no se fogueó dentro del partido, que no gobernó ninguna región, aceptó tomar el relevo y se convirtió el 14 de abril de 2013 en el 51° Presidente de la República Bolivariana de Venezuela para el período 2013-2019.
Maduro nació el 23 de noviembre de 1962, a las 9:03 de la noche, en un lugar que ya no existe. La Policlínica Caracas, el centro médico privado que se menciona en su partida de nacimiento, fue demolida en 1965. Maduro llegó antes del desplome. En cambio, a la Jefatura Civil de la parroquia Candelaria donde se convirtió en ciudadano lo llevaron sus padres con demora: tenía dos años y cuatro días. El acta de nacimiento dice que lo hicieron el viernes 27 de noviembre de 1964. El domingo siguiente lo bautizaron junto con su hermana María Adelaida, de 3 años y 4 meses.
De ese fin de semana, Maduro tiene apuntes borrosos. Se le extraviaron unos meses y unos sacerdotes: “Yo nací en Caracas en un lugar llamado Los Chaguaramos, Valle Abajo. Allí, en la iglesia San Pedro, muy conocida, me bautizó el padre Luoro, italiano, que después trabajó con Pablo VI. A un año de edad, un poquito menos me bautizaron”, dijo en Roma el 17 de junio de 2013, delante de varios integrantes de movimientos sociales italianos. En la partida de bautismo —hecha pública en una investigación privada conocida como el Informe Orta— no se menciona al padre Luoro, sino al padre Angelo Mazzari, y el niño no tenía “un año de edad, un poquito menos”, sino dos, un poquito más.
Católico y formado en la primaria por las monjas españolas del Colegio San Pedro de Caracas, vivía en un hogar donde se escuchaba Radio Habana Cuba a través de un aparato de onda corta heredado del abuelo paterno. “Vengo de una familia progresista, de izquierda, como eran mi padre y mi madre.”
Su padre, Jesús Nicolás Maduro García, economista, de Falcón, Venezuela, se casó el 1 de septiembre de 1956 en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima de Bogotá con Teresa de Jesús Moros Acevedo, encargada del cuidado del hogar, de Cúcuta, Colombia, según las partidas de nacimiento de los hijos, y de Táchira, Venezuela, según manifestó el propio Nicolás en su partida de defunción. El matrimonio tuvo cuatro hijos: María Teresa de Jesús (21 diciembre 1956), médico; Josefina (30 de enero de 1960), odontóloga; María Adelaida (20 de julio de 1961), administradora y Nicolás (23 de noviembre de 1962), sin estudios superiores y presidente de una república.
La familia tenía un apartamento en el edificio San Pedro de Los Chaguaramos y el padre era dueño de un Ford Fairlane, el carro de moda. Un choque en el parafango izquierdo, que jamás repararon, era su seña.
—A la mamá, bajita, la recuerdo muy humilde; y al papá alto, simpático y conversador. Las hermanas eran de muy poco hablar. No se me olvida un perrito fastidiosísimo que hacía mucho ruido. Cuando lo íbamos a visitar le pegábamos un grito desde la calle y él bajaba —recuerda David Nieves Banchs, excónsul de Venezuela en las Islas Canarias, miembro de la dirección nacional ampliada del PSUV, guerrillero en los años 70 y preso por el secuestro en 1976 del estadounidense William Frank Niehous, presidente de la Owens Illinois en Venezuela, al que la izquierda acusaba de ser agente de la cia.
Cuando Maduro tenía 6 años, en 1968, sus padres participaron en la fundación del Movimiento Electoral del Pueblo. El MEP promovía las premisas de erradicar la explotación oligárquica e imperial y promover la propiedad social sobre el petróleo y las industrias básicas. Oligárquica, imperial, propiedad social. De eso se hablaba en el hogar Maduro Moros, de eso hablaba Hugo Chávez, de eso sigue hablando Nicolás.
Sin mayor interés por la formación académica, Maduro dedicó su juventud a otras materias: militó en la agrupación de izquierda radical Ruptura y luego se adhirió a La Liga Socialista (“una pequeña organización de izquierda que aglutinaba a luchadores sociales del campo estudiantil, sindical, de barrio, campesino”); descubrió la salsa brava (“yo bailo salsa, bailo reggeaton, bailo de todo”); tocó guitarra, bajo y batería en una banda de rock (“creo que Escaleras al cielo es la canción más completa de todo el rock”); era disciplinado televidente (“los martes pasaban Starsky y Hutch; los miércoles, Kojak; los jueves, Columbo”); estudiaba en el liceo y hacía trabajos ocasionales. A su primer oficio, vendiendo en la urbanización El Valle helados de colores al mayor, llegó de la misma forma que a la presidencia de la República: cubriendo una falta temporal.
—Una persona que trabajaba conmigo tuvo un problema y él con su Fairlane lo cubrió unos días. Manejaba muy bien. Vendíamos por los barrios y ahí había que tener cierta destreza, ir ligero en calles angostas —dice Leonardo Corredor, apodado “Pancho”, hijo del dueño de la heladería Siglo XXI, copiloto de la travesía y líder en su juventud del grupo de educación media de La Liga Socialista.
Aunque vecino de Los Chaguaramos, Maduro era un asiduo de El Valle, una zona de clase media en la entrada principal de Caracas. En agosto de 2013 dijo que el trabajo, de apenas dos días a la semana, le rendía para sus gastos musicales, pese a que en 1979 la inflación llegó por primera vez en la historia a 20.4%, todavía muy modesta comparada con la de 180.9% que se registró en su gobierno en 2015: “Por allá por los años 79, 80, 81, 82, no tenían gente que vendiera helados al mayor. La gente que venía a comprarles para vender al mayor especulaba, entonces Pancho y yo comenzamos a hacer una ruta y nos ganábamos 500 bolos yo y 500 bolos él. Era bastante. En esa época ensayábamos rock y salsa, entonces yo con eso que ganaba compré la batería, las guitarras, los bajos, los distorsionadores de guitarra, las tumbadoras. Bueno, y ayudábamos a mucha gente, pues”.
La heladería en la que trabajó Maduro todavía funciona en una casa sin letrero. Hortensia Corredor, hermana de Leonardo, despacha a través de una puerta siempre abierta. El nombre de Maduro la entusiasma.
—El primer sueldo prácticamente se lo ganó aquí —dice.
Ahí, con los once hermanos Corredor, también conoció las tareas de La Liga Socialista que concertaban la participación en el sistema formal de partidos con la guerrilla urbana, convocando a co-lectivos obreros, universitarios y liceístas en una época en la que los gobiernos de Acción Democrática y Copei —los dos partidos que polarizaban el voto y se turnaron el mando entre 1973 y 1988— enfrentaban los fantasmas de las conspiraciones civiles y militares, a pesar de que los partidos de izquierda habían sido legalizados y muchos de sus miembros dejaban las armas para incorporarse en el juego político.
—Aunque mi papá era de Acción Democrática, nos permitía reunirnos aquí. Siempre decía: ‘Tuve este montón de hijos para dárselos al comunismo’ —rememora Hortensia Corredor.
—A Maduro lo conocí a finales de los setenta porque pertenecía a los grupos de la ultra izquierda y yo a un grupo de izquierda moderada, que era el Movimiento Al Socialismo. Él hacía un activismo febril como militante raso de La Liga Socialista. Organizaban actividades de promoción por la gente detenida, que en ese momento era bastante. Maduro no tenía un liderazgo notable en esa época —dice Carlos Raúl Hernández, doctor en Sociología y maestro en Ciencias Políticas.
Estudiantes en protesta, como él; inconformes, como él; inspirados, como él; tira piedras, como alguna vez él: en febrero de 2014, a poco de cumplir un año como presidente, Maduro enfrentó un reto político que dejó expuesto el temperamento de su mandato ante lo que consideraba las amenazas del Movimiento Estudiantil. Se enfrentó a lo que él mismo fue y, sobre todo, a lo que dejó de ser.
Comenzó con un tiro en la cabeza del estudiante Bassil Alejandro Da Costa, el primer asesinado durante La Salida, como se llamaron las manifestaciones en contra del gobierno promovidas especialmente por el partido Voluntad Popular, liderado por Leopoldo López. El 12 de febrero de 2014, Día de la Juventud en Venezuela, fue convocada una marcha hasta la Fiscalía General de la República. “Tenemos que entender que no será fácil. La Constitución nos propone varios caminos: la renuncia, la enmienda, el revocatorio y la constituyente”, dijo López cuando invitó a participar y argumentó que “hacer colas de siete horas por un pollo”, la falta de medicinas y la inseguridad eran motivos para salir a la calle a protestar. La convocatoria cobró vida y, más tarde, la represión cobró muertes.
Desde ese momento y en varios estados del país se sucedieron marchas, barricadas, campamentos espontáneos en plazas y avenidas, guayas atravesadas en las calles para cortar el paso, lacrimógenas, basura quemada: fueron dos meses de rutinas desfiguradas. “Candelita que se prenda, candelita que se apaga”, exigió Maduro a las agrupaciones de base chavistas. La orden se cumplió. Entre febrero y mayo fallecieron 42 personas y fueron detenidas 3,127. Casi todos los muertos y detenidos eran jóvenes, casi todos los victimarios pertenecían a las fuerzas de seguridad del Estado. Dos años después, la mayoría de los casos de asesinato no han sido resueltos según datos de la organización no gubernamental Foro Penal.
Leopoldo López fue condenado a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de cárcel acusado de asociación para delinquir, instigación pública y delitos de incendio. López es considerado por la oposición el preso político de Maduro, por lo que ha promovido una Ley de Amnistía que el jefe de Estado ha dicho que se negará a firmar.
Las imágenes que guarda Nieves Banchs de las circunstancias en las que Maduro intentaba una revuelta urbana en los 70, también tienen voltaje:
—Era una época de riesgos. Por hacer una pinta en una pared te podían caer a tiros. Nos detenían por ratos en celdas malolientes. Pero la militancia en esas condiciones elevaba los afectos y en La Liga educábamos para que la camaradería surgida de allí fuera un símbolo.
Compañeros consultados dicen que a Maduro lo incorporaron a La Liga Socialista cuando estudiaba bachillerato en el Liceo de Ensayo Luis Manuel Urbaneja Achelpohl. Una exalumna —que pide no ser identificada— dice que desde entonces ya mostraba interés por el alboroto. “Se manejan dos fechas de su salida del liceo: una al finalizar primer año y otra al finalizar segundo. Lo que está claro es que fue expulsado por el bajo rendimiento académico y la incitación a suspender las actividades por cualquier causa. Lo llamaban Pajarote, por lo grande.” Otra compañera, que también pide no revelar su nombre, rememora distintos modales: “Defendió a un amigo de mi hermano en un incidente en una parada de autobús. Como era grande y alto espantaba a los bravucones”.
“Yo recuerdo cuando tenía 14, 15 años, me sentía muy identificado con la canción Indestructible de Ray Barreto. Ahora me siento muy identificado también”, dijo Maduro en noviembre de 2015 durante la campaña de las parlamentarias en la que su partido fue derrotado. “Unidos venceremos, yo sé que llegaremos / Con sangre nueva, indestructible / Yo traigo la fuerza de mil camiones / A mí me llaman el invencible”, dice la canción del percusionista puertorriqueño de jazz latino Ray Barreto.
Indestructible. Así se siente Maduro.
Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza.
Es tan grande que cuesta enfocarlo.
Suele ser el más alto del grupo pero inclina la cabeza con ese gesto de la gente grande que necesita descender a la talla de los demás. Avanza lento, es lento; nada de su volumen intimida, como un Big Hero 6 con bigote. En la pantalla se ve tan cansado como maquillado para disimularlo. Reconoció el agobio en uno de sus programas semanales: “Soy el presidente y tengo que atender no sé cuántos asuntos internacionales, nacionales, mil cosas; es una gran responsabilidad, más de lo que uno pudiera imaginarse”. Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza. Así llegó a Miraflores, a los 51 años, y así llegó también a Cuba, a los 24.
—A mediados de los años ochenta, el Partido Comunista de Venezuela le otorgó a la Liga Socialista dos cupos para la formación de jóvenes en Cuba. Había que irse sin sueldo, para estudiar. Yo era el responsable nacional del grupo de educación media y me correspondía ir, pero a los 17 años ya tenía hijos y estaba enredado, no pude. Entonces mandaron a Nicolás —recuerda Leonardo Corredor.
Las clases eran en La Habana, entre 1986 y 1987, en la Escuela Nacional de Cuadros Julio Antonio Mella. “Fue una gran escuela y no sólo por la formación política, sino por la escuela diaria de la calle: conocer qué es en verdad el pueblo cubano, y descubrir que tenemos los mismos valores”, dijo Maduro mientras era canciller, en 2009, para un libro conmemorativo del 50 aniversario de la Revolución cubana.
—Se notó el avance en su aprendizaje cuando regresó de La Habana, me comentaron en ese momento sus compañeros —dice Leonardo Corredor.
Maduro le dijo al periodista venezolano Roger Santodomingo, en el libro De Verde a Maduro (Debate, 2013), que al regresar decidió irse de la casa familiar y alquilar un apartamento en Caricuao, una urbanización al suroeste de la capital, con montañas, raperos y un zoológico. “Intuía que sus actividades, tarde o temprano, pondrían en riesgo a su familia”, escribe Santodomingo.
Esos días Maduro también se dedicó a la militancia sentimental. Las primeras visitas que hizo al entonces Congreso Nacional fueron por amor. David Nieves Banchs era el único diputado de La Liga Socialista y Adriana Guerra, novia de Maduro, era su secretaria.
—Él entraba al Congreso para ver a Adriana, a la que conoció en la casa del partido. Ella todavía trabaja en la Asamblea, en una de las comisiones legislativas.
Nicolás y Adriana se casaron el 11 de junio de 1988 en la capilla de la Universidad Central de Venezuela. Se mudaron al edificio Fetratransporte en la calle 14 de El Valle, según relatan amigos de esos años. El 21 de junio de 1990 nació Nicolás Ernesto, el único hijo del presidente y de la pareja, que se separó poco después. En el archivo del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales se verifica que Guerra aún trabaja en la Asamblea Nacional, donde Maduro fue constituyente, diputado, presidente del Parlamento y luego marido de Cilia, también presidenta del Parlamento. Él no menciona a su primera esposa y la imagen de ella siempre ha estado fuera del encuadre de la foto de familia.
Dice Nieves Banchs que fue en una de las tertulias en la casa del partido que Maduro habló de su interés por una de las cualidades que más se han usado para conectarlo con el electorado chavista: su ascendencia sindical. “Si vas a hacer trabajo obrero, lo primero que tienes que ser es convertirte en obrero”, le dijo. Tenía 29 años y debía buscar un empleo remunerado para cumplir con el anhelo de oponerse a su empleador. El metro de Caracas, para la época una de las instituciones públicas más eficientes y mejor mantenidas del país, estaba abriendo cursos de operador de Transporte Superficial para conducir metrobuses, los autobuses que ofrecían un servicio integrado al subterráneo. Después de pasar las pruebas, Maduro entró como conductor en el año 1991.
De sus destrezas al manejar no tiene buena evaluación Ricardo Sansone, exgerente del metro de Caracas:
—El primer contacto que hice con él fue cuando un señor llegó molesto a la compañía porque un metrobús le había roto el retrovisor. Había sido Nicolás, que no le dio mucha importancia y tampoco lo reportó como obliga el reglamento. Él manejó muy poco.
Prefería, dice Sansone, la química sindical. Para las reuniones pedía prestado a la empresa un salón subterráneo en la estación de metro de La Paz:
—Yo no le daba permiso, pero después descubrí que un amigo mío sí. Nicolás montó un sindicato paralelo para agrupar sólo a los empleados de transporte superficial. Eso no prosperó, porque el gremio que ya existía no vio a la nueva asociación con buenos ojos. Nicolás se replegó y comenzó a faltar al trabajo y a meter reposos. Siempre fue un poco rebelde, de mucho observar, de poco hablar. Siempre a la sombra.
Y, una mañana, la luz. “Entonces apareció el sol de América, el sol del siglo XXI, aquel 4 de febrero de 1992 fue el día en que nuestro corazón revoloteó de revolución”, dijo Maduro desde Roma, a dos meses de haber sido electo presidente.
El comienzo de la década de los noventa fue para Maduro el final de la búsqueda: conoció a Hugo Chávez y a Cilia Flores. Todavía se recogían en el país los vidrios rotos de “El Caracazo”, una convulsión social espoleada por el anuncio del aumento de la gasolina, el alza del pasaje del transporte público y un programa de ajuste estructural de la economía propuesto por Carlos Andrés Pérez, elegido presidente en diciembre de 1988. Los disturbios se alargaron del 27 de febrero al 1 de marzo de 1989 y todavía no hay consenso alrededor de una cifra oficial que cuantifique los despojos y los cadáveres de esos días de noches tenebrosas que han durado más de 25 años.
“Los solos avisos de devaluación, liberación de intereses, ajustes en servicios y levantamiento de controles de precios bastaron para desatar los temores por un aumento violento en el costo de la vida, además de agudizar la crisis de desabastecimiento que ya llevaba ocho meses. Lo que se avecinaba se presentía catastrófico, y las ofertas para contrarrestar esa catástrofe lucían exiguas”, reseñó la periodista Mirta Rivero en el libro La rebelión de los náufragos (Alfa, 2010).
Para Maduro, “el paquetazo” de Pérez, como pasó a la historia el programa económico, “fue una entrega al poder imperialista ejercido a través del Fondo Monetario Internacional y una traición a la patria”. La tarde del miércoles 17 de enero de 2016, después de 18 años con el precio congelado, Maduro tomó la decisión económica más drástica de su mandato: aumentó la gasolina venezolana, igual que hizo Pérez. El litro de 91 octanos subió de 0.07 bolívares a 1 bolívar y el de 95 de 0.09 a 6 bolívares. Llenar el tanque de un carro pequeño pasó de costar 4 bolívares a 180: una empanada de queso vale 150 bolívares.
Ahora Maduro no parece dispuesto a aplicar un ajuste en profundidad que pueda ser asociado con “el paquetazo” y que tenga un costo político impagable. Pero la incertidumbre y el descontento, así como las cifras económicas del socialismo bolivariano de 2016, son equiparables a las del capitalismo a secas de 1989. El propio Maduro, en la presentación de la Memoria y Cuenta, admitió que la situación era “catastrófica”: 180.9% de inflación en 2015 —la más alta desde 1950— y el precio del petróleo —fundamental para la economía— cayendo en picada y rondando los 24 dólares el barril, cuando nada más producirlo cuesta 20. La pobreza, que Chávez logró bajar a 20%, aumentó a 73%, según estudios privados, porque los públicos no se conocen desde 2013. Se suma a esto la excentricidad de un esquema cambiario con varios tipos de precio para el dólar, divisa controlada por el gobierno desde 2003. La más reciente devaluación del bolívar la hizo Maduro minutos después de aumentar la gasolina: el dólar preferencial (para alimentos y medicinas) pasó de 6.30 bolívares a 10 bolívares. El dólar negro —que sirve de referencia para decidir el valor de todo lo que no está regulado por el Estado— se vende en la calle a 900 bolívares. Chávez vivió la fiesta del petróleo a 100 dólares el barril y Maduro llegó cuando ya se había acabado hasta el hielo.
El descontento por “el paquetazo” no sólo perforó en su momento la legitimidad de Pérez, sino que alimentó los bríos de militares de rango medio agrupados en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 que al amanecer del 4 de febrero de 1992 despertaron a los venezolanos con un fallido y sangriento golpe de Estado. Uno de los líderes de la intentona fue el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Acusado de rebelión, estuvo preso dos años y fue indultado por el presidente Rafael Caldera, en 1994. En las visitas a la penitenciaría, convertida en un despacho de amigos, familiares y admiradores de los golpistas, se conocieron Cilia y Nicolás. Ella, abogada del equipo defensor de los militares; él, militante de izquierda con mucho tiempo libre.
“Cilia era abogada del comandante Chávez y me comenzó a picar el ojo”, reveló Maduro cuando celebraron su primer año de matrimonio, el 15 de julio de 2014. Aunque llevaban juntos más de 10, decidieron casarse sólo después de convertirse en la pareja presidencial. También contó que, entrecasa, les gusta llamarse “Cilita” y “Niquito”.
El día en que Hugo Chávez salió de la cárcel, Nicolás Maduro estaba en la puerta. Fue el sábado 26 de marzo de 1994 y empezaba la Semana Santa. Un video de una concentración con los seguidores que ya tenía Chávez en ese momento muestra a Maduro caminando con él, zancada a zancada, apartándole la gente con braceadas suaves. Es el tipo que está al lado y que sabe estar al lado. Un guardaespaldas devoto. Chávez sonríe, levanta los puños; Maduro va concentrado en no perder el paso, en no perder a Chávez. “Estábamos ahí nosotros, un montón de chamos sin chamba, y nos fuimos con él por todo el país a construir una fuerza”, recordó Maduro.
Esa construcción fue casa a casa, poblado a poblado. Exmilitares y militantes de izquierda se adherían al proyecto bolivariano de Chávez que se transformó en el Movimiento V República para participar en las elecciones presidenciales de 1998, contienda que el teniente coronel ganó con 56.2% frente a 39.97% de Henrique Salas Römer, líder de Proyecto Venezuela.
“Yo me acuerdo clarito que el 18 de octubre de 1997 fuimos a entregar las firmas para legalizar el Movimiento V República con el comandante Chávez (...) Esta corbata era mi corbata de metrobús; esta camisa era una camisa que me ponía yo normal con un blue jean; y este paltó me lo prestaron. Yo era de la Dirección Nacional del recién creado Movimiento V República, ¿yo tenía aquí cuánto? Yo nací en el 62: 72, 82, 92, 97, 35 años, no había cumplido 35, 34 años. Y bueno, me puse mi pinta, pues”, recordó Maduro viendo una fotografía de ese momento durante una de las emisiones de su programa de televisión.
En 1994, Maduro perdió a su madre; en 1989, había muerto el padre. Huérfano, adoptó a Hugo Chávez.
—No me sorprendió que Chávez se decidiera por Nicolás, viendo el contexto. Lamentablemente liderazgos como el suyo no admitían el auge de otros dirigentes. Nicolás viajó mucho con el presidente, estuvo mucho tiempo con él. ¿A quién más iba a poner? —se pregunta Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez, abiertamente distanciada del gobierno de Maduro porque sus críticas a la corrupción de funcionarios públicos no fueron bien recibidas.
—Sí me sorprendió muchísimo que lo nombrara su sucesor porque Nicolás tenía más de seis años en el servicio exterior, conocía más las cancillerías extranjeras que el territorio nacional; era muy dado para la ejecución de políticas y no para la toma de decisiones —dice Giovanna De Michele, miembro de la Comisión Presidencial Negociadora con Colombia para la delimitación de áreas marinas y submarinas durante el ejercicio de Maduro como canciller, entre los años 2006 y 2012.
—¡Qué va! Él estaba en el metro de Caracas. No me imaginaba que iba a ser presidente —dice Jormar Duven, un primo hermano que vive en Tocópero, el pueblo del padre de Maduro, en el estado Falcón.
—Era el más adecuado —asegura Hortensia Corredor, en su heladería.
—Nunca vi a más nadie con posibilidad de ser el sucesor que no fuera Nicolás. Sin desprecio por los demás, él era el político entre los que rodeaban a Chávez. Y eso que yo, que lo conozco desde carajito, puedo decir que jamás le conocí ningún tipo de ambición de ocupar altos cargos. No aspiraba ser ni jefe civil de la Parroquia El Valle —dice David Nieves Banchs.
Carlos Raúl Hernández sí piensa que hubo cálculo por parte de Maduro para promoverse.
—Estaba seguro de que iba a ser él por varias razones: siempre fue muy cubanófilo. Jugó un papel muy hábil porque mientras Diosdado Cabello se las daba de anticomunista y se vanagloriaba de no haber ido nunca a Cuba antes de la gravedad de Chávez, Maduro se dedicó sistemáticamente a cultivar a los Castro, a presentarse como alguien de confianza. Cuando Diosdado quiso cambiar esa imagen ya era tarde. Uno nunca sabrá qué fue lo que pasó en Cuba, no se sabe si a Maduro lo nombró Chávez, Raúl o Fidel. En todo caso, logró que lo hicieran con la anuencia de las hijas de Chávez.
En la cotidianidad venezolana, convertida durante dos años en la sala de espera de un hospital, no se leían las señales que enviaba Chávez. Una de las más claras fue la de nombrar a Maduro vicepresidente ejecutivo a los pocos días de ganar las presidenciales el 7 de octubre de 2012: “La burguesía se burla de Nicolás Maduro porque fue conductor del metro de Caracas, y miren ahora por dónde va. ¡Es el nuevo vicepresidente!”, dijo. Pero la hemoglobina y las plaquetas del primer mandatario eran datos más oportunos que las conjeturas sobre un posible sucesor. Dueño incontestable del discurso del poder, Chávez había convencido a seguidores y a muchos detractores de que lideraría su revolución hasta la victoria. Y siempre.
El comandante de la revolución bolivariana logró, desde sus primeros mensajes públicos, animar a los venezolanos más pobres y hacerlos sentir beneficiarios de toda su atención. Las misiones sociales —programas de salud, educación y alimentación dirigidos, en su mayoría, a los sectores populares— se arraigaron como patrimonio comunitario y le hicieron merecer fama mundial. Maduro ha concentrado esfuerzos en continuar la entrega de casas gratuitas de la Gran Misión Vivienda Venezuela y en ampliar el plan Barrio Nuevo, Barrio Tricolor, que restaura edificios y casas deteriorados. También ha mantenido las ayudas económicas a los pensionados y a las madres en pobreza extrema, con menos éxito y menos flujo de caja que Chávez.
Los tres meses previos a su muerte sólo se sabía que Chávez estaba convaleciente en La Habana. Los medios reseñaron a Maduro como el vocero de la agonía. Decía sin decir, como si los órganos del cuerpo no tuvieran nombre o no fuera capaz de mencionarlos. Las maniobras para informar sin entrar en zonas de peligro desembocaban en mensajes confusos: “El presidente se encuentra con una iluminación especial en sus pensamientos, en el manejo de todos los asuntos que trabajamos a través de documentos, a través de conversaciones de la información. Como siempre meditando, esto sin apartarse de sus tratamientos”, dijo Maduro el 26 de enero regresando de Cuba. El comandante enmudecía fuera del país y Maduro, dentro, proyectaba la voz.
Entre los años 2000 y 2005 Maduro fue diputado por primera vez. Usaba traje oscuro con medias blancas. Un grupo de periodistas, inquietas por el atuendo, pidió permiso a Cilia, la novia-parlamentaria, para regalarle medias oscuras en su cumpleaños. “Maduro era un sujeto de gran talante. Nos recibió amablemente en su despacho. Después Cilia nos decía que le regaláramos más medias”, recuerda una reportera que pidió resguardar su nombre. En el Palacio Federal Legislativo, donde Maduro fue diputado principal por Distrito Federal y el primer jefe de la fracción parlamentaria del Movimiento V República, es ése el recuerdo que muchos tienen de él: conciliador, respetuoso, negociador.
—Yo los saludaba a Cilia y a él de la forma como se hace en India: juntando las manos e inclinando la cabeza. Ellos me respondían igual —recuerda Walter Márquez, exembajador en India que, al igual que la pareja, tiene devoción por Sai Baba.
Los Maduro Flores se perfilaron desde el principio como una dupla activa y cercana a Chávez. Gracias al impulso de ambos se aprobaron normas necesarias para el proyecto bolivariano que todavía no llevaba el apellido socialista. Maduro integró la comisión que analizó la Ley Habilitante a través de la cual se delegó en Chávez la facultad de legislar. Fue la aprobación de 49 leyes habilitantes en el año 2000 uno de los motivos de un goteo de protestas encabezadas por trabajadores, empresarios y la sociedad civil que desembocó en el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, cuando Chávez fue sacado del poder y regresó después de que se derrumbara, en 48 horas, el nuevo y breve gobierno.
Esos días de abril, Maduro, hasta entonces incondicional, no estuvo junto a Chávez. El fallecido diputado del mvr, Luis Tascón, lo acusó públicamente de haber huido a Cúcuta con Cilia y de volver dos días después, cuando ya la insurrección militar había fracasado. Lo que sí quedó claro es que no les dio tiempo de preparar un bolso con ropa: “Vistiendo un mono prestado y mocasines llegó el diputado Nicolás Maduro acompañado por Cilia Flores. Eran evidentes las señales de cansancio y la angustia de horas anteriores que pasaron en un pequeño barrio de Los Chorros, donde les dieron refugio hacía dos días tras haber sido perseguidos, según contaron”, escribió la periodista Valentina Lares en el diario Tal Cual el 15 de abril de 2002.
En junio de 2006, siendo presidente del Parlamento y a pocos meses de iniciar su segundo periodo como diputado, Maduro fue ascendido por Chávez a canciller. Los que coincidieron con él en el despacho de Relaciones Exteriores dicen que, con el cambio de rol, también cambió el talante.
—A Maduro jamás lo vi en seis años. Ni a las fiestas del Día del Trabajador iba. Antes, los cancilleres entraban por el lobby, como todo el mundo, pero él mandó a hacer un acceso exclusivo por el estacionamiento. Puso una garita y habilitó un ascensor directo al piso 2. Se bajaba de su camioneta y subía al despacho, para no cruzarse con nadie —asegura una mujer, empleada del Ministerio de Relaciones Exteriores cuando Maduro lo dirigió.
—Los embajadores iban a Miraflores a reunirse con Chávez y el que mandaba en la Cancillería era Carlos Erik Malpica Flores, un sobrino de Cilia. Maduro era un cero a la izquierda —dice otra empleada de la institución.
Con algunos funcionarios de más responsabilidad no había modalidad baticueva:
—Era sumamente respetuoso. Me pareció alguien que sabía escuchar, curioso de la historia menuda. Tengo compañeros con opiniones completamente distintas, pero mi caso fue así. En Cartagena de Indias tuvimos una cena informal con el canciller de Colombia, Fernando Araujo, y Maduro fue muy cauteloso, de poco hablar, observador. No llamaba la atención ni tomaba el liderazgo. Nunca abusó de las bebidas alcohólicas y no fue comelón. No sé si había comido antes —dice Giovanna De Michele, exfuncionaria de la Cancillería.
Pero en la distancia corta, Maduro subía la guardia si se sentía presionado. “Hay gente que llega a un cargo y se envanece y ve por encima del hombro”, dijo en un discurso delante de estudiantes universitarios cuando era canciller. Por debajo del hombro dicen que lo agarró una sindicalista. En el brazo, cerca del codo. Quería que le prestara atención a los insistentes reclamos salariales de los empleados de la Cancillería. “Un ministro no se toca”, respondió él, remoto, incómodo, recuerdan dos testigos de ese día. Cercanos coinciden en que el cambio de actitud fue por exigencias del guion. Le tocó ponerse un traje de talla muy holgada.
—Él y Cilia fueron al Ashram de Sai Baba, en Puttaparthi, al sureste de India. Allí Sai Baba le materializó un anillo que, extrañamente, le quedó grande, como le ha quedado grande la presidencia de Venezuela. Aunque Maduro dice ser su seguidor, su manera intolerante de actuar lo aleja de esa doctrina —asegura Walter Márquez, exembajador en India entre 1999 y 2004.
Así también lo cree Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis:
—Desde el punto de vista de la capacidad de resolver los problemas, Maduro es, en materia prima, mejor que Chávez. Su historia previa lo define como un negociador: parlamentario, ministro de Exterior. Nunca se conoció como alguien sectario, lo que Chávez sí era, pero en la acción ha terminado siéndolo aún más que su antecesor por la necesidad de mostrarse fuerte sin serlo. La necesidad de rellenar un vacío gigante lo lleva a ser lo que no es.
“Meternos allí, multiplicarnos, así como Cristo multiplicó…”, hace una pausa, “los penes”. Corrige, pero ya Cristo hizo el trabajo: “perdón, los peces y los panes”.
Maduro se da cuenta cuando se equivoca. Hace silencio. Se da cuenta cuando dice libros y libras, cuando dice que no dudó ni un milímetro de segundo, cuando pide estar alertas y alertos. “No se dice alertos, ¿verdad? Jajaja. Porque éstos están cazando cualquier cosa.”
Habla sin comas; ni punto y coma. Ni punto y seguido. Ni aparte.
Sus errores ya son un género propio, una cátedra de estudio, una obsesión en Youtube. Le gusta leer en vivo y directo los tuits en los que se burlan de él. Expone a quienes los envían con nombre y apellido. “Maduro, ¡chúpalo!”, le escribió uno. “Chúpate tú tu cambio”, le respondió él, todavía desencajado por la derrota de las parlamentarias de diciembre de 2015.Y también está la ópera prima: el pajarito. La narración, en plena campaña presidencial, en la que él reza mientras Chávez le habla y lo bendice transformado en pájaro se convirtió en el video revelación.
Pero ese estilo tiene sus adeptos.
—Era un flaco alto, todas las mujeres estaban detrás de él. Tenía buenos discursos, no se le notaba debilidad —recuerda Leonardo Corredor.
—Es jugaletón, de esa gente que se juega con los conocidos —dice Jormar Duven Maduro, un primo hermano del pueblo de Tocópero.
Y sus detractores:
—Es de esa gente que está siempre echando broma y uno se pregunta: “¿Cuándo se va a enseriar?” A veces banaliza un poco las situaciones —dice Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez y exdiputada al Parlatino por el PSUV.
—Creo que fue una lástima que no hubiera terminado su vida pública como canciller, hubiera salido menos golpeado —dice Giovanna De Michele, compañera en el despacho de Relaciones Exteriores.
En esos años como canciller, Maduro encabezó un world tour promoviendo el proyecto de exportar la revolución chavista siendo portavoz del discurso antiimperialista del jefe. Reuniones, acuerdos, firmas, almuerzos diplomáticos, room service. Despegar. Aterrizar. Despegar. Consolidar el alba, crear Unasur, llevarle una taza de azúcar a los vecinos para que Venezuela formara parte del Mercosur; provocar a los gobiernos occidentales con el acercamiento a países como Irán, Libia, Rusia y Siria. Despegar. Aterrizar.
Como presidente, a Maduro le quedó el tic del movimiento perpetuo: “Ha pasado 12% del total de su mandato en el extranjero. El país más visitado es Cuba, a donde ha ido 12 veces”, contabilizó el periodista Franz von Bergen en la web El Estímulo. ¿Un ave?, ¿un avión? Un heredero volador.
Maduro no ha vuelto al pueblo de su niñez, donde aún queda parte de su familia. La última vez que lo vieron fue en 1989, cuando viajó a buscar el cuerpo de su padre que murió el 22 de abril en un accidente de tránsito.
Google Maps calcula que el camino desde Caracas a Tocópero, en la costa del estado Falcón, toma 4 horas 17 minutos sin tráfico y 5 horas 3 minutos con. Es uno de esos caseríos que alguien puso a los lados de la Carretera Nacional y olvidó recoger antes de que anocheciera: veinte calles, veinte casas, calor, polvo, fallas diarias en el servicio de luz, licorerías, licorerías, licorerías. Hay 5,837 habitantes en todo el municipio costero que no tiene balnearios ni piña colada.
“Ahí en Falcón, ahí vive la madurera, los Maduro, tía, tíos. Una tía murió hace un año. Me quedan primos”, dijo en la campaña electoral para presidente, en marzo de 2013, una de las pocas veces que ha hablado del tema.
Aquí viven. En casas pequeñas, de colores. Como todos los demás, así vive la madurera, un clan de judíos sefardíes de Curazao que navegó el mar Caribe hasta Falcón a principios de 1800. Los hombres de apellido Maduro se asoman y saludan cuando los llaman por la ventana: tienen pelo y bigotes muy negros, y porte presidenciable.
De sangre directa con el presidente son Milagros y Jormar, hijos de Susana Maduro de Duven, única hermana de padre y madre de Nicolás Maduro García. Los primos hermanos del presidente, solteros y mayores que él, tienen una casa del lado del cementerio. Milagros invita al porche, pero prefiere que sea su hermano el que hable.
—Cuando era pequeño Nicolás hacía las travesuras típicas, pero no era tremendo. Recuerdo que vino cuando se casó un hermano mío, en 1965; después, con su primera esposa y, hace más de 20 años, a buscar el cuerpo de su papá, que nos estaba visitando y de regreso a Caracas tuvo un accidente. Ésa fue la última vez —dice Jormar que está saliendo de la ducha.
Él ha intentado comunicarse con el presidente.
—Yo fui a Barquisimeto durante la campaña electoral y le di mis números a Cilia para pedir una audiencia con Nicolás, pero nada —dice.
Y lo ha seguido buscando: en su cuenta de Twitter le pide insistentemente una cita. “Primo Nicolás Maduro, su familia de Tocópero le pide una audiencia con usted”, publica y deja el número de teléfono. Entre noviembre y diciembre de 2015 le envió más de 120 mensajes. El presidente, frecuente usuario de la red social, aún no lo había contactado.
Con los familiares políticos, los de Cilia, sí tiene el primer mandatario más trato. Uno de los sobrinos de ella, Carlos Erick Malpica Flores, ha sido designado en cargos públicos muy cerca de Maduro desde sus inicios en el poder y, ya como presidente de la república, lo eligió para dos empleos con acceso directo a la billetera de la nación: vicepresidente de Finanzas de Petróleos de Venezuela y tesorero Nacional. El clan Flores ha aportado más sobrinos: Efraín Campos Flores y Franqui Francisco Flores De Freitas fueron detenidos en noviembre de 2015 por la Drug Enforcement Administration en Haití y están acusados de intentar traficar 800 kilos de cocaína. Son juzgados mientras permanecen en una prisión de Nueva York. Maduro, que ha evitado hablar del caso, sólo hizo una solicitud directa al primer mandatario norteamericano a pocas horas de conocerse la detención: “Amarre a sus locos, presidente Obama”.
Los Maduro, en apariencia más discretos, no han intentado promocionar Tocópero como un lugar de peregrinaje. El presidente no busca en sus parientes el hilo de un relato público, no hurga en la genética de sus ademanes, no construye su propia aventura. No ha hecho lo que Chávez con Sabaneta de Barinas, la población llanera donde nació y creció, y donde se formó mimado por su abuela Rosa y con el influjo de antepasados que pelearon guerras de fin de siglo. Maduro, al tema de su procedencia, lo transita por el borde.
Nicolás Maduro carga con dos fallas de origen: la duda sobre su lugar de nacimiento y las denuncias de irregularidades en su elección presidencial. Durante el primer semestre de 2013, investigaciones privadas de genealogía forense hallaron documentos oficiales que mostraban que Teresa de Jesús Moros, madre de Maduro, había nacido en Cúcuta, Colombia, por lo que su descendencia obtenía la nacionalidad colombiana de manera automática. La información pudo haberlo inhabilitado para ser candidato presidencial porque la Constitución Bolivariana de Venezuela prohíbe al jefe de Estado tener doble nacionalidad.
La suspicacia creció porque la partida de nacimiento venezolana de Maduro jamás fue mostrada antes de convertirse en presidente en abril de 2013. Seis meses después de la victoria, Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral, enseñó en televisión durante 4 segundos una copia del libro de actas de nacimiento donde estaba la del jefe de Estado.
Así como persisten las sospechas sobre su nacionalidad, las hay sobre las elecciones en las que ganó como presidente con 1.49% de ventaja (50.61 a 49.12 por ciento). Henrique Capriles, su contendor, desconoció los resultados el mismo día de los sufragios y poco después los impugnó, pero el Tribunal Supremo de Justicia no admitió el caso por falta de pruebas. “Maduro no tendrá legitimidad nunca”, sentenció Capriles.
Tampoco se sabe, oficialmente, dónde vive el primer mandatario. La Casona, residencia oficial, es un patio desolado y los militares que la custodian miran aburridos los carros pasar. Por algunas actividades que hacen Nicolás y Cilia en pareja, es seguro que al menos un jardín debe haber en el hogar presidencial: “Cilia y yo tenemos 60 gallinas ponedoras. Todo lo que nos comemos en ñema [yema] es producido por nosotros”, dijo el 29 de octubre de 2015 desde la ciudad de Barquisimeto. Aunque no se sabe dónde, sí se sabe cómo duerme.
—¿Qué le quita el sueño?, ¿qué le preocupa a usted en las noches?, —le preguntó el 7 de marzo de 2014, en el hervor de La Salida, Christiane Amanpour, periodista de CNN.
—Duermo tranquilo toda la noche. Duermo feliz, duermo como un niño, respondió Maduro.
Lo primero que hizo fue saludar al adversario. Así lo exige el protocolo y así lo hizo: “Buenas tardes, ciudadano diputado Henry Ramos Allup, presidente de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela”, comenzó Maduro la lectura de la Memoria y Cuenta de 2015, la tarde del viernes 15 de enero de 2016. Por primera vez a un jefe de Estado chavista le tocaba rendir cuentas ante un Parlamento opositor.
—Haber ido a presentar, siendo minoría, la Memoria y Cuenta, fue un quiebre en su gestión, porque significó un reconocimiento del adversario. Si él lograra salirse de ese autoacorralamiento al que entró por su propia voluntad, podría hacer un suave aterrizaje y formar un gobierno de coalición para enfrentar la crisis. Sería lo más práctico si no tuviera el peso de sus espectros ideológicos y, sobre todo, el miedo de no saber qué puede pasar con su entorno cuando pierda la inmunidad —dice el politólogo Carlos Raúl Hernández.
Maduro habló en el hemiciclo un poco más de tres horas. Tumbó de un manotazo la copa de agua y mencionó 19 veces a Hugo Chávez, a diferencia de la del año anterior, cuando fueron 33.
—Chávez va a ser la sombra de Maduro durante mucho tiempo, pero creo que el día que fue a la Asamblea estuvo muy bien, comenzó a sentirse más su verdadera personalidad. Y los nuevos ministros que puso en enero también tienen su impronta, algunos son amigos de él de toda la vida —dice Nieves Banchs.
—Maduro es una prolongación muy limitada de Chávez. Hasta Lula le recomendó hacer su propio perfil, sus propios cambios. Maduro desarrolla el mismo proyecto populista e irresponsable de Chávez sin la astucia ni la plata —dice Carlos Raúl Hernández.
Sin la plata, sobre todo. Lo reconoció en su intervención el día de la Memoria y Cuenta el diputado adeco Ramos Allup: “Presidente, usted no es el culpable de esto, porque usted heredó una situación terrible”. Un desfalco cambiario reconocido por el Banco Central de Venezuela de más de 20,000 millones de dólares preferenciales entregados a empresas de maletín que decían importar, sobre todo, alimentos y medicinas, reveló el calado de la corrupción en tiempos de Chávez. Además, el gobierno chavista expropió en la última década empresas que incumplen año a año las metas de producción. Ni se importan suficientes productos, ni se elaboran suficientes productos. El resultado es que en el último trimestre de 2015 la escasez general fue 87% y la inflación de alimentos y bebidas llegó a 315 por ciento.
Maduro se ha aferrado al argumento de que es imprescindible mantener el sistema de controles estatales porque la burguesía venezolana y el imperio norteamericano se han complotado en una “guerra económica” con la finalidad de derrocarlo. Mientras tanto, la expresión más cruda de las fallas del modelo económico socialista se agrava: las colas, tensas y desmoralizadoras para comprar comida y productos regulados, son la fotografía del país. “El sector demagógico dice que las colas son culpa de Maduro. Yo espero propuestas a las colas que está haciendo nuestro pueblo. Asumo mi culpa porque soy libre”, dijo el presidente en enero de 2016. Cada vez con más frecuencia Maduro asume públicamente las fallas de su gestión y, con el mismo énfasis, continúa haciendo las mismas cosas en las que reconoce haber fallado. Persiste la sospecha de que no está gobernando, sino haciendo una suplencia.
La tarde de la Memoria y Cuenta, Maduro escuchó atento la intervención de Ramos Allup, y varias veces pidió silencio a los parlamentarios del PSUV que intentaron interrumpir al opositor.A pesar de la tensión entre el Ejecutivo y el Parlamento, el contrapeso le sentaba bien.
—Es mejor comunicador hoy de lo que era cuando fue elegido. Es ahorita el único líder, por mucho que se haya debilitado. Se ha subestimado su capacidad de control dentro del gobierno y se piensa que no tiene influencia en el partido, y eso no es verdad. No quiere decir que no esté cometiendo errores críticos: mientras más se demore en tomar las decisiones económicas de fondo, los costos serán mayores —dice Luis Vicente León, de Datanálisis.
A Maduro podría quedarle poco tiempo: la mayoría absoluta obtenida por la MUD en las parlamentarias es la válvula constitucional para una enmienda de la carta magna que reduzca el mandato de Maduro y acerque las presidenciales pautadas para 2019; también para blindar legalmente un referéndum revocatorio y para convocar manifestaciones de calle exigiendo la renuncia del presidente. El 8 de marzo la MUD anunció estas opciones en la presentación de la Hoja de Ruta 2016. Todos son escenarios que pueden desembocar en un cambio de gobierno en 2017 y en el declive prematuro del legado revolucionario.
“El hijo de Chávez”, se considera él; “un gran servidor público”, lo consideraba Chávez; “presidente obrero”, le dicen sus seguidores; “un error histórico”, lo llama Henrique Capriles; “el bobo feroz”, lo apodan en las redes sociales; “un hombre muy bien intencionado”, lo definió Luiz Inácio Lula Da Silva en febrero de 2014. Aún es difícil interpretar la naturaleza de Maduro y, a pesar de que tiene tres años en el cargo, todavía da señas de no calzar sus propios zapatos. Unos días antes de las parlamentarias de 2015 estaba montado en el capot de un vehículo rojo durante la inauguración de una autopista y se animó a cantar unos versos que le salieron tan mal entonados que él mismo se rio y prefirió despedirse. “¡Que viva la patria, que viva Chávez, que viva el pueblo, que viva Bolívar! Le doy el pase a la periodista”, dijo. De pronto, como quien se da cuenta de que se ha olvidado de algo, se acercó otra vez el micrófono y gritó: “¡Y que viva Maduro también!”
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Activista de izquierda desde la adolescencia, Nicolás Maduro fue constituyente, diputado, canciller y vicepresidente de Venezuela. En las manos de Maduro fue depositada la herencia de la revolución bolivariana que Chávez comandó durante 15 años.
Nicolás Maduro está en el mausoleo de Hugo Chávez. Ha ido a visitarlo y le lleva una derrota. Es la noche del 8 de diciembre de 2015. Dos días atrás se celebraron las elecciones parlamentarias que renovaron todos los escaños de la Asamblea Nacional (como se llama al Congreso en Venezuela), y hace frío en el Cuartel de la Montaña, al oeste de Caracas. Desde allí transmiten En Contacto con Maduro, un programa semanal de radio y televisión en el que el jefe de Estado venezolano hace anuncios, lee tuits, publica los suyos, celebra los retuits que le hacen, recibe invitados y grupos musicales. Un magacín político de amplio target. El tema de hoy es la administración de un descalabro.
Tres años antes, el 8 de diciembre de 2012, también de noche y también por televisión, a unas cuadras de allí, en el Palacio de Miraflores, el entonces presidente Hugo Chávez —enfermo, agotado— le encomendó a Maduro una victoria. Ese día, después de 14 años de gobierno, Chávez dejó el juego en manos del sucesor que él mismo había elegido, rogó a sus seguidores que le transfirieran su apoyo y se fue a Cuba para operarse del cáncer que padecía desde 2011. Maduro cumplió la primera de las encomiendas: Chávez murió el 5 de marzo de 2013 y él venció, un mes y medio después, en las elecciones presidenciales, ganándole a su principal contrincante, Henrique Capriles, por una diferencia exigua de votos.
Pero en las elecciones del 6 de diciembre de 2015, después de casi dos décadas de revolución bolivariana, Maduro perdió el control del Parlamento con una victoria implacable de la oposición: de 167 curules, 112 fueron para la coalición Mesa de Unidad Democrática (MUD) y 55 para el Polo Patriótico, agrupación de partidos chavistas. Por primera vez en 17 años la oposición es mayoría absoluta y es, también, la primera vez que se habla de la posibilidad de que el gobierno madurista llegue a su fin de manera constitucional. Maduro, vestido con una camisa azul de corte militar idéntica a las que le confeccionaban a Chávez, está en el mausoleo, sentado en un escritorio a unos metros de la tumba de su predecesor. Hace un programa de 5 horas, igual a todos los anteriores, para un país que dio señales de haber cambiado por completo en las elecciones de hace sólo dos días.
A pesar de la expectativa que hay sobre lo que va a decir, apenas deja claras algunas cosas. Su manera de perder: “Yo quería construir 500 mil viviendas el próximo año, ahorita lo estoy dudando. Pero no porque no pueda construir, yo puedo construirlas, pero pedí tu apoyo y no me lo diste”. Lo versátil de su identidad: “Mientras este hombre esté aquí llamado Nicolás Maduro, iba a decir Hugo Chávez. Jajaja. Soy Hugo Chávez vale, sí, sí”. Sus preferencias reposteras: “¿A ustedes les gusta el sánduche de cambur con leche condensada? Levanten la mano los que han comido cambur con leche condensada. Eso sabe a gloria”. Y, finalmente, un título: “Ganaron los malos”.
La transmisión termina de madrugada con el video en el que Chávez anunció al país que, en caso de que él no pudiera seguir al frente del socialismo del siglo XXI, Maduro sería el encargado de hacerlo. Es el video que recuerda cómo fue que todo esto comenzó.
Un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza.
"Yo quiero decir algo, quiero decir algo, aunque suene duro, pero yo quiero y debo decirlo, debo decirlo", dijo Hugo Chávez. Y luego lo dijo y esa noche de un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza. Ahí estaban, en el Despacho Uno del Palacio de Miraflores, sede del Ejecutivo venezolano: Chávez acababa de ganar por cuarta vez la jefatura del Estado; a su derecha, Diosdado Cabello, militar y presidente de la Asamblea Nacional; a la izquierda, Maduro, civil y vicepresidente de la República. Los tres sabían para qué habían ido. Pero antes, un poco de John Travolta y de Olivia Newton-John.
"Sábado 8 de diciembre. Nueve y media de la noche. Un poquito más. Nueve y treinta y tres, y treinta y cuatro, Buenas noches a toda Venezuela, buenas noches al pueblo venezolano. ¿Te acuerdas de aquella película, Diosdado? Saturdei fiber... ¿cómo es?", preguntó chávez.
Fiber y radioterapia, inflamación, “seguramente producto del esfuerzo de la campaña”, células malignas, otro procedimiento quirúrgico, “es necesario, es absolutamente necesario”. Chávez, que ha sido operado tres veces desde 2011, se está muriendo. Esa noche va a anunciar que se va, que regresa a un quirófano de La Habana. Sabe que volvió el cáncer, peor que antes, como vuelve siempre el cáncer. Es el día de la despedida y va a revelar el nombre del elegido. Pero antes, un poco más de disco music.
“John Travolta. ¿Ése es el nombre de él? ¿Del actor? Y Olivia Newton John, ¿te acuerdas? Bueno, entonces no es mi estilo una cadena nacional un sábado por la noche.”
Entonces lo dice: “Si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el periodo, sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”.
Maduro abre las fosas nasales, mira a Chávez, mira al infinito. El rostro le cuelga como una sábana remachada por el bigote. Usa una camisa clara y un saco gris oscuro que, por la postura rendida de los hombros, parece de plomo. No hace ningún gesto, no agradece el nombramiento.
El lunes 10 de diciembre Chávez voló a La Habana. Setenta y dos días después, a las 2:30 de la madrugada del 18 de febrero de 2013, regresó a Caracas. Nelson Bocaranda Sardi, el periodista que reveló en 2011 la enfermedad de Chávez antes que la vocería oficial, asegura en el libro Nelson Bocaranda. El poder de los secretos (Planeta, 2015) que Chávez no quiso fallecer en Cuba para no perjudicar la percepción del sistema de salud de la isla, orgullo de los Castro.
La versión oficial es que el martes 5 de marzo de 2013, a las 4:25 con 5 segundos de la tarde, Hugo Rafael Chávez Frías murió de un infarto pulmonar. Tenía 58 años y un sarcoma metastásico. “Alrededor de las 11 de la mañana habían desconectado a Chávez, ¡pero lo volvieron a conectar minutos más tarde porque Maduro apareció con la angustia de que algo muy malo e inminente podía suceder! La situación se tornó muy confusa. Por unas horas todo el mundo perdió los papeles. Finalmente, a media tarde reinó la sensatez y pasó lo que pasó”, escribió Bocaranda en su libro. Acompañado de funcionarios del alto gobierno y jefes militares, Maduro dio la noticia de la muerte de Chávez a través de una cadena de radio y televisión. Con aplomo pidió aplomo; con respeto pidió respeto; con calma pidió calma. “Asumimos su herencia, sus retos, su proyecto”, dijo sin soltar las manos de un podio de madera. “Cuando me paré allá en el Hospital Militar a decirles a ustedes esa noticia, no me salía por acá la voz, no me salía de aquí, parecía una pesadilla”, recordó en un acto de campaña.
Pero la pesadilla se convirtió en presidencia. Él, que había pasado la mitad de su carrera en el chavismo fuera del país como ministro de Relaciones Exteriores, que no se fogueó dentro del partido, que no gobernó ninguna región, aceptó tomar el relevo y se convirtió el 14 de abril de 2013 en el 51° Presidente de la República Bolivariana de Venezuela para el período 2013-2019.
Maduro nació el 23 de noviembre de 1962, a las 9:03 de la noche, en un lugar que ya no existe. La Policlínica Caracas, el centro médico privado que se menciona en su partida de nacimiento, fue demolida en 1965. Maduro llegó antes del desplome. En cambio, a la Jefatura Civil de la parroquia Candelaria donde se convirtió en ciudadano lo llevaron sus padres con demora: tenía dos años y cuatro días. El acta de nacimiento dice que lo hicieron el viernes 27 de noviembre de 1964. El domingo siguiente lo bautizaron junto con su hermana María Adelaida, de 3 años y 4 meses.
De ese fin de semana, Maduro tiene apuntes borrosos. Se le extraviaron unos meses y unos sacerdotes: “Yo nací en Caracas en un lugar llamado Los Chaguaramos, Valle Abajo. Allí, en la iglesia San Pedro, muy conocida, me bautizó el padre Luoro, italiano, que después trabajó con Pablo VI. A un año de edad, un poquito menos me bautizaron”, dijo en Roma el 17 de junio de 2013, delante de varios integrantes de movimientos sociales italianos. En la partida de bautismo —hecha pública en una investigación privada conocida como el Informe Orta— no se menciona al padre Luoro, sino al padre Angelo Mazzari, y el niño no tenía “un año de edad, un poquito menos”, sino dos, un poquito más.
Católico y formado en la primaria por las monjas españolas del Colegio San Pedro de Caracas, vivía en un hogar donde se escuchaba Radio Habana Cuba a través de un aparato de onda corta heredado del abuelo paterno. “Vengo de una familia progresista, de izquierda, como eran mi padre y mi madre.”
Su padre, Jesús Nicolás Maduro García, economista, de Falcón, Venezuela, se casó el 1 de septiembre de 1956 en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima de Bogotá con Teresa de Jesús Moros Acevedo, encargada del cuidado del hogar, de Cúcuta, Colombia, según las partidas de nacimiento de los hijos, y de Táchira, Venezuela, según manifestó el propio Nicolás en su partida de defunción. El matrimonio tuvo cuatro hijos: María Teresa de Jesús (21 diciembre 1956), médico; Josefina (30 de enero de 1960), odontóloga; María Adelaida (20 de julio de 1961), administradora y Nicolás (23 de noviembre de 1962), sin estudios superiores y presidente de una república.
La familia tenía un apartamento en el edificio San Pedro de Los Chaguaramos y el padre era dueño de un Ford Fairlane, el carro de moda. Un choque en el parafango izquierdo, que jamás repararon, era su seña.
—A la mamá, bajita, la recuerdo muy humilde; y al papá alto, simpático y conversador. Las hermanas eran de muy poco hablar. No se me olvida un perrito fastidiosísimo que hacía mucho ruido. Cuando lo íbamos a visitar le pegábamos un grito desde la calle y él bajaba —recuerda David Nieves Banchs, excónsul de Venezuela en las Islas Canarias, miembro de la dirección nacional ampliada del PSUV, guerrillero en los años 70 y preso por el secuestro en 1976 del estadounidense William Frank Niehous, presidente de la Owens Illinois en Venezuela, al que la izquierda acusaba de ser agente de la cia.
Cuando Maduro tenía 6 años, en 1968, sus padres participaron en la fundación del Movimiento Electoral del Pueblo. El MEP promovía las premisas de erradicar la explotación oligárquica e imperial y promover la propiedad social sobre el petróleo y las industrias básicas. Oligárquica, imperial, propiedad social. De eso se hablaba en el hogar Maduro Moros, de eso hablaba Hugo Chávez, de eso sigue hablando Nicolás.
Sin mayor interés por la formación académica, Maduro dedicó su juventud a otras materias: militó en la agrupación de izquierda radical Ruptura y luego se adhirió a La Liga Socialista (“una pequeña organización de izquierda que aglutinaba a luchadores sociales del campo estudiantil, sindical, de barrio, campesino”); descubrió la salsa brava (“yo bailo salsa, bailo reggeaton, bailo de todo”); tocó guitarra, bajo y batería en una banda de rock (“creo que Escaleras al cielo es la canción más completa de todo el rock”); era disciplinado televidente (“los martes pasaban Starsky y Hutch; los miércoles, Kojak; los jueves, Columbo”); estudiaba en el liceo y hacía trabajos ocasionales. A su primer oficio, vendiendo en la urbanización El Valle helados de colores al mayor, llegó de la misma forma que a la presidencia de la República: cubriendo una falta temporal.
—Una persona que trabajaba conmigo tuvo un problema y él con su Fairlane lo cubrió unos días. Manejaba muy bien. Vendíamos por los barrios y ahí había que tener cierta destreza, ir ligero en calles angostas —dice Leonardo Corredor, apodado “Pancho”, hijo del dueño de la heladería Siglo XXI, copiloto de la travesía y líder en su juventud del grupo de educación media de La Liga Socialista.
Aunque vecino de Los Chaguaramos, Maduro era un asiduo de El Valle, una zona de clase media en la entrada principal de Caracas. En agosto de 2013 dijo que el trabajo, de apenas dos días a la semana, le rendía para sus gastos musicales, pese a que en 1979 la inflación llegó por primera vez en la historia a 20.4%, todavía muy modesta comparada con la de 180.9% que se registró en su gobierno en 2015: “Por allá por los años 79, 80, 81, 82, no tenían gente que vendiera helados al mayor. La gente que venía a comprarles para vender al mayor especulaba, entonces Pancho y yo comenzamos a hacer una ruta y nos ganábamos 500 bolos yo y 500 bolos él. Era bastante. En esa época ensayábamos rock y salsa, entonces yo con eso que ganaba compré la batería, las guitarras, los bajos, los distorsionadores de guitarra, las tumbadoras. Bueno, y ayudábamos a mucha gente, pues”.
La heladería en la que trabajó Maduro todavía funciona en una casa sin letrero. Hortensia Corredor, hermana de Leonardo, despacha a través de una puerta siempre abierta. El nombre de Maduro la entusiasma.
—El primer sueldo prácticamente se lo ganó aquí —dice.
Ahí, con los once hermanos Corredor, también conoció las tareas de La Liga Socialista que concertaban la participación en el sistema formal de partidos con la guerrilla urbana, convocando a co-lectivos obreros, universitarios y liceístas en una época en la que los gobiernos de Acción Democrática y Copei —los dos partidos que polarizaban el voto y se turnaron el mando entre 1973 y 1988— enfrentaban los fantasmas de las conspiraciones civiles y militares, a pesar de que los partidos de izquierda habían sido legalizados y muchos de sus miembros dejaban las armas para incorporarse en el juego político.
—Aunque mi papá era de Acción Democrática, nos permitía reunirnos aquí. Siempre decía: ‘Tuve este montón de hijos para dárselos al comunismo’ —rememora Hortensia Corredor.
—A Maduro lo conocí a finales de los setenta porque pertenecía a los grupos de la ultra izquierda y yo a un grupo de izquierda moderada, que era el Movimiento Al Socialismo. Él hacía un activismo febril como militante raso de La Liga Socialista. Organizaban actividades de promoción por la gente detenida, que en ese momento era bastante. Maduro no tenía un liderazgo notable en esa época —dice Carlos Raúl Hernández, doctor en Sociología y maestro en Ciencias Políticas.
Estudiantes en protesta, como él; inconformes, como él; inspirados, como él; tira piedras, como alguna vez él: en febrero de 2014, a poco de cumplir un año como presidente, Maduro enfrentó un reto político que dejó expuesto el temperamento de su mandato ante lo que consideraba las amenazas del Movimiento Estudiantil. Se enfrentó a lo que él mismo fue y, sobre todo, a lo que dejó de ser.
Comenzó con un tiro en la cabeza del estudiante Bassil Alejandro Da Costa, el primer asesinado durante La Salida, como se llamaron las manifestaciones en contra del gobierno promovidas especialmente por el partido Voluntad Popular, liderado por Leopoldo López. El 12 de febrero de 2014, Día de la Juventud en Venezuela, fue convocada una marcha hasta la Fiscalía General de la República. “Tenemos que entender que no será fácil. La Constitución nos propone varios caminos: la renuncia, la enmienda, el revocatorio y la constituyente”, dijo López cuando invitó a participar y argumentó que “hacer colas de siete horas por un pollo”, la falta de medicinas y la inseguridad eran motivos para salir a la calle a protestar. La convocatoria cobró vida y, más tarde, la represión cobró muertes.
Desde ese momento y en varios estados del país se sucedieron marchas, barricadas, campamentos espontáneos en plazas y avenidas, guayas atravesadas en las calles para cortar el paso, lacrimógenas, basura quemada: fueron dos meses de rutinas desfiguradas. “Candelita que se prenda, candelita que se apaga”, exigió Maduro a las agrupaciones de base chavistas. La orden se cumplió. Entre febrero y mayo fallecieron 42 personas y fueron detenidas 3,127. Casi todos los muertos y detenidos eran jóvenes, casi todos los victimarios pertenecían a las fuerzas de seguridad del Estado. Dos años después, la mayoría de los casos de asesinato no han sido resueltos según datos de la organización no gubernamental Foro Penal.
Leopoldo López fue condenado a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de cárcel acusado de asociación para delinquir, instigación pública y delitos de incendio. López es considerado por la oposición el preso político de Maduro, por lo que ha promovido una Ley de Amnistía que el jefe de Estado ha dicho que se negará a firmar.
Las imágenes que guarda Nieves Banchs de las circunstancias en las que Maduro intentaba una revuelta urbana en los 70, también tienen voltaje:
—Era una época de riesgos. Por hacer una pinta en una pared te podían caer a tiros. Nos detenían por ratos en celdas malolientes. Pero la militancia en esas condiciones elevaba los afectos y en La Liga educábamos para que la camaradería surgida de allí fuera un símbolo.
Compañeros consultados dicen que a Maduro lo incorporaron a La Liga Socialista cuando estudiaba bachillerato en el Liceo de Ensayo Luis Manuel Urbaneja Achelpohl. Una exalumna —que pide no ser identificada— dice que desde entonces ya mostraba interés por el alboroto. “Se manejan dos fechas de su salida del liceo: una al finalizar primer año y otra al finalizar segundo. Lo que está claro es que fue expulsado por el bajo rendimiento académico y la incitación a suspender las actividades por cualquier causa. Lo llamaban Pajarote, por lo grande.” Otra compañera, que también pide no revelar su nombre, rememora distintos modales: “Defendió a un amigo de mi hermano en un incidente en una parada de autobús. Como era grande y alto espantaba a los bravucones”.
“Yo recuerdo cuando tenía 14, 15 años, me sentía muy identificado con la canción Indestructible de Ray Barreto. Ahora me siento muy identificado también”, dijo Maduro en noviembre de 2015 durante la campaña de las parlamentarias en la que su partido fue derrotado. “Unidos venceremos, yo sé que llegaremos / Con sangre nueva, indestructible / Yo traigo la fuerza de mil camiones / A mí me llaman el invencible”, dice la canción del percusionista puertorriqueño de jazz latino Ray Barreto.
Indestructible. Así se siente Maduro.
Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza.
Es tan grande que cuesta enfocarlo.
Suele ser el más alto del grupo pero inclina la cabeza con ese gesto de la gente grande que necesita descender a la talla de los demás. Avanza lento, es lento; nada de su volumen intimida, como un Big Hero 6 con bigote. En la pantalla se ve tan cansado como maquillado para disimularlo. Reconoció el agobio en uno de sus programas semanales: “Soy el presidente y tengo que atender no sé cuántos asuntos internacionales, nacionales, mil cosas; es una gran responsabilidad, más de lo que uno pudiera imaginarse”. Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza. Así llegó a Miraflores, a los 51 años, y así llegó también a Cuba, a los 24.
—A mediados de los años ochenta, el Partido Comunista de Venezuela le otorgó a la Liga Socialista dos cupos para la formación de jóvenes en Cuba. Había que irse sin sueldo, para estudiar. Yo era el responsable nacional del grupo de educación media y me correspondía ir, pero a los 17 años ya tenía hijos y estaba enredado, no pude. Entonces mandaron a Nicolás —recuerda Leonardo Corredor.
Las clases eran en La Habana, entre 1986 y 1987, en la Escuela Nacional de Cuadros Julio Antonio Mella. “Fue una gran escuela y no sólo por la formación política, sino por la escuela diaria de la calle: conocer qué es en verdad el pueblo cubano, y descubrir que tenemos los mismos valores”, dijo Maduro mientras era canciller, en 2009, para un libro conmemorativo del 50 aniversario de la Revolución cubana.
—Se notó el avance en su aprendizaje cuando regresó de La Habana, me comentaron en ese momento sus compañeros —dice Leonardo Corredor.
Maduro le dijo al periodista venezolano Roger Santodomingo, en el libro De Verde a Maduro (Debate, 2013), que al regresar decidió irse de la casa familiar y alquilar un apartamento en Caricuao, una urbanización al suroeste de la capital, con montañas, raperos y un zoológico. “Intuía que sus actividades, tarde o temprano, pondrían en riesgo a su familia”, escribe Santodomingo.
Esos días Maduro también se dedicó a la militancia sentimental. Las primeras visitas que hizo al entonces Congreso Nacional fueron por amor. David Nieves Banchs era el único diputado de La Liga Socialista y Adriana Guerra, novia de Maduro, era su secretaria.
—Él entraba al Congreso para ver a Adriana, a la que conoció en la casa del partido. Ella todavía trabaja en la Asamblea, en una de las comisiones legislativas.
Nicolás y Adriana se casaron el 11 de junio de 1988 en la capilla de la Universidad Central de Venezuela. Se mudaron al edificio Fetratransporte en la calle 14 de El Valle, según relatan amigos de esos años. El 21 de junio de 1990 nació Nicolás Ernesto, el único hijo del presidente y de la pareja, que se separó poco después. En el archivo del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales se verifica que Guerra aún trabaja en la Asamblea Nacional, donde Maduro fue constituyente, diputado, presidente del Parlamento y luego marido de Cilia, también presidenta del Parlamento. Él no menciona a su primera esposa y la imagen de ella siempre ha estado fuera del encuadre de la foto de familia.
Dice Nieves Banchs que fue en una de las tertulias en la casa del partido que Maduro habló de su interés por una de las cualidades que más se han usado para conectarlo con el electorado chavista: su ascendencia sindical. “Si vas a hacer trabajo obrero, lo primero que tienes que ser es convertirte en obrero”, le dijo. Tenía 29 años y debía buscar un empleo remunerado para cumplir con el anhelo de oponerse a su empleador. El metro de Caracas, para la época una de las instituciones públicas más eficientes y mejor mantenidas del país, estaba abriendo cursos de operador de Transporte Superficial para conducir metrobuses, los autobuses que ofrecían un servicio integrado al subterráneo. Después de pasar las pruebas, Maduro entró como conductor en el año 1991.
De sus destrezas al manejar no tiene buena evaluación Ricardo Sansone, exgerente del metro de Caracas:
—El primer contacto que hice con él fue cuando un señor llegó molesto a la compañía porque un metrobús le había roto el retrovisor. Había sido Nicolás, que no le dio mucha importancia y tampoco lo reportó como obliga el reglamento. Él manejó muy poco.
Prefería, dice Sansone, la química sindical. Para las reuniones pedía prestado a la empresa un salón subterráneo en la estación de metro de La Paz:
—Yo no le daba permiso, pero después descubrí que un amigo mío sí. Nicolás montó un sindicato paralelo para agrupar sólo a los empleados de transporte superficial. Eso no prosperó, porque el gremio que ya existía no vio a la nueva asociación con buenos ojos. Nicolás se replegó y comenzó a faltar al trabajo y a meter reposos. Siempre fue un poco rebelde, de mucho observar, de poco hablar. Siempre a la sombra.
Y, una mañana, la luz. “Entonces apareció el sol de América, el sol del siglo XXI, aquel 4 de febrero de 1992 fue el día en que nuestro corazón revoloteó de revolución”, dijo Maduro desde Roma, a dos meses de haber sido electo presidente.
El comienzo de la década de los noventa fue para Maduro el final de la búsqueda: conoció a Hugo Chávez y a Cilia Flores. Todavía se recogían en el país los vidrios rotos de “El Caracazo”, una convulsión social espoleada por el anuncio del aumento de la gasolina, el alza del pasaje del transporte público y un programa de ajuste estructural de la economía propuesto por Carlos Andrés Pérez, elegido presidente en diciembre de 1988. Los disturbios se alargaron del 27 de febrero al 1 de marzo de 1989 y todavía no hay consenso alrededor de una cifra oficial que cuantifique los despojos y los cadáveres de esos días de noches tenebrosas que han durado más de 25 años.
“Los solos avisos de devaluación, liberación de intereses, ajustes en servicios y levantamiento de controles de precios bastaron para desatar los temores por un aumento violento en el costo de la vida, además de agudizar la crisis de desabastecimiento que ya llevaba ocho meses. Lo que se avecinaba se presentía catastrófico, y las ofertas para contrarrestar esa catástrofe lucían exiguas”, reseñó la periodista Mirta Rivero en el libro La rebelión de los náufragos (Alfa, 2010).
Para Maduro, “el paquetazo” de Pérez, como pasó a la historia el programa económico, “fue una entrega al poder imperialista ejercido a través del Fondo Monetario Internacional y una traición a la patria”. La tarde del miércoles 17 de enero de 2016, después de 18 años con el precio congelado, Maduro tomó la decisión económica más drástica de su mandato: aumentó la gasolina venezolana, igual que hizo Pérez. El litro de 91 octanos subió de 0.07 bolívares a 1 bolívar y el de 95 de 0.09 a 6 bolívares. Llenar el tanque de un carro pequeño pasó de costar 4 bolívares a 180: una empanada de queso vale 150 bolívares.
Ahora Maduro no parece dispuesto a aplicar un ajuste en profundidad que pueda ser asociado con “el paquetazo” y que tenga un costo político impagable. Pero la incertidumbre y el descontento, así como las cifras económicas del socialismo bolivariano de 2016, son equiparables a las del capitalismo a secas de 1989. El propio Maduro, en la presentación de la Memoria y Cuenta, admitió que la situación era “catastrófica”: 180.9% de inflación en 2015 —la más alta desde 1950— y el precio del petróleo —fundamental para la economía— cayendo en picada y rondando los 24 dólares el barril, cuando nada más producirlo cuesta 20. La pobreza, que Chávez logró bajar a 20%, aumentó a 73%, según estudios privados, porque los públicos no se conocen desde 2013. Se suma a esto la excentricidad de un esquema cambiario con varios tipos de precio para el dólar, divisa controlada por el gobierno desde 2003. La más reciente devaluación del bolívar la hizo Maduro minutos después de aumentar la gasolina: el dólar preferencial (para alimentos y medicinas) pasó de 6.30 bolívares a 10 bolívares. El dólar negro —que sirve de referencia para decidir el valor de todo lo que no está regulado por el Estado— se vende en la calle a 900 bolívares. Chávez vivió la fiesta del petróleo a 100 dólares el barril y Maduro llegó cuando ya se había acabado hasta el hielo.
El descontento por “el paquetazo” no sólo perforó en su momento la legitimidad de Pérez, sino que alimentó los bríos de militares de rango medio agrupados en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 que al amanecer del 4 de febrero de 1992 despertaron a los venezolanos con un fallido y sangriento golpe de Estado. Uno de los líderes de la intentona fue el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Acusado de rebelión, estuvo preso dos años y fue indultado por el presidente Rafael Caldera, en 1994. En las visitas a la penitenciaría, convertida en un despacho de amigos, familiares y admiradores de los golpistas, se conocieron Cilia y Nicolás. Ella, abogada del equipo defensor de los militares; él, militante de izquierda con mucho tiempo libre.
“Cilia era abogada del comandante Chávez y me comenzó a picar el ojo”, reveló Maduro cuando celebraron su primer año de matrimonio, el 15 de julio de 2014. Aunque llevaban juntos más de 10, decidieron casarse sólo después de convertirse en la pareja presidencial. También contó que, entrecasa, les gusta llamarse “Cilita” y “Niquito”.
El día en que Hugo Chávez salió de la cárcel, Nicolás Maduro estaba en la puerta. Fue el sábado 26 de marzo de 1994 y empezaba la Semana Santa. Un video de una concentración con los seguidores que ya tenía Chávez en ese momento muestra a Maduro caminando con él, zancada a zancada, apartándole la gente con braceadas suaves. Es el tipo que está al lado y que sabe estar al lado. Un guardaespaldas devoto. Chávez sonríe, levanta los puños; Maduro va concentrado en no perder el paso, en no perder a Chávez. “Estábamos ahí nosotros, un montón de chamos sin chamba, y nos fuimos con él por todo el país a construir una fuerza”, recordó Maduro.
Esa construcción fue casa a casa, poblado a poblado. Exmilitares y militantes de izquierda se adherían al proyecto bolivariano de Chávez que se transformó en el Movimiento V República para participar en las elecciones presidenciales de 1998, contienda que el teniente coronel ganó con 56.2% frente a 39.97% de Henrique Salas Römer, líder de Proyecto Venezuela.
“Yo me acuerdo clarito que el 18 de octubre de 1997 fuimos a entregar las firmas para legalizar el Movimiento V República con el comandante Chávez (...) Esta corbata era mi corbata de metrobús; esta camisa era una camisa que me ponía yo normal con un blue jean; y este paltó me lo prestaron. Yo era de la Dirección Nacional del recién creado Movimiento V República, ¿yo tenía aquí cuánto? Yo nací en el 62: 72, 82, 92, 97, 35 años, no había cumplido 35, 34 años. Y bueno, me puse mi pinta, pues”, recordó Maduro viendo una fotografía de ese momento durante una de las emisiones de su programa de televisión.
En 1994, Maduro perdió a su madre; en 1989, había muerto el padre. Huérfano, adoptó a Hugo Chávez.
—No me sorprendió que Chávez se decidiera por Nicolás, viendo el contexto. Lamentablemente liderazgos como el suyo no admitían el auge de otros dirigentes. Nicolás viajó mucho con el presidente, estuvo mucho tiempo con él. ¿A quién más iba a poner? —se pregunta Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez, abiertamente distanciada del gobierno de Maduro porque sus críticas a la corrupción de funcionarios públicos no fueron bien recibidas.
—Sí me sorprendió muchísimo que lo nombrara su sucesor porque Nicolás tenía más de seis años en el servicio exterior, conocía más las cancillerías extranjeras que el territorio nacional; era muy dado para la ejecución de políticas y no para la toma de decisiones —dice Giovanna De Michele, miembro de la Comisión Presidencial Negociadora con Colombia para la delimitación de áreas marinas y submarinas durante el ejercicio de Maduro como canciller, entre los años 2006 y 2012.
—¡Qué va! Él estaba en el metro de Caracas. No me imaginaba que iba a ser presidente —dice Jormar Duven, un primo hermano que vive en Tocópero, el pueblo del padre de Maduro, en el estado Falcón.
—Era el más adecuado —asegura Hortensia Corredor, en su heladería.
—Nunca vi a más nadie con posibilidad de ser el sucesor que no fuera Nicolás. Sin desprecio por los demás, él era el político entre los que rodeaban a Chávez. Y eso que yo, que lo conozco desde carajito, puedo decir que jamás le conocí ningún tipo de ambición de ocupar altos cargos. No aspiraba ser ni jefe civil de la Parroquia El Valle —dice David Nieves Banchs.
Carlos Raúl Hernández sí piensa que hubo cálculo por parte de Maduro para promoverse.
—Estaba seguro de que iba a ser él por varias razones: siempre fue muy cubanófilo. Jugó un papel muy hábil porque mientras Diosdado Cabello se las daba de anticomunista y se vanagloriaba de no haber ido nunca a Cuba antes de la gravedad de Chávez, Maduro se dedicó sistemáticamente a cultivar a los Castro, a presentarse como alguien de confianza. Cuando Diosdado quiso cambiar esa imagen ya era tarde. Uno nunca sabrá qué fue lo que pasó en Cuba, no se sabe si a Maduro lo nombró Chávez, Raúl o Fidel. En todo caso, logró que lo hicieran con la anuencia de las hijas de Chávez.
En la cotidianidad venezolana, convertida durante dos años en la sala de espera de un hospital, no se leían las señales que enviaba Chávez. Una de las más claras fue la de nombrar a Maduro vicepresidente ejecutivo a los pocos días de ganar las presidenciales el 7 de octubre de 2012: “La burguesía se burla de Nicolás Maduro porque fue conductor del metro de Caracas, y miren ahora por dónde va. ¡Es el nuevo vicepresidente!”, dijo. Pero la hemoglobina y las plaquetas del primer mandatario eran datos más oportunos que las conjeturas sobre un posible sucesor. Dueño incontestable del discurso del poder, Chávez había convencido a seguidores y a muchos detractores de que lideraría su revolución hasta la victoria. Y siempre.
El comandante de la revolución bolivariana logró, desde sus primeros mensajes públicos, animar a los venezolanos más pobres y hacerlos sentir beneficiarios de toda su atención. Las misiones sociales —programas de salud, educación y alimentación dirigidos, en su mayoría, a los sectores populares— se arraigaron como patrimonio comunitario y le hicieron merecer fama mundial. Maduro ha concentrado esfuerzos en continuar la entrega de casas gratuitas de la Gran Misión Vivienda Venezuela y en ampliar el plan Barrio Nuevo, Barrio Tricolor, que restaura edificios y casas deteriorados. También ha mantenido las ayudas económicas a los pensionados y a las madres en pobreza extrema, con menos éxito y menos flujo de caja que Chávez.
Los tres meses previos a su muerte sólo se sabía que Chávez estaba convaleciente en La Habana. Los medios reseñaron a Maduro como el vocero de la agonía. Decía sin decir, como si los órganos del cuerpo no tuvieran nombre o no fuera capaz de mencionarlos. Las maniobras para informar sin entrar en zonas de peligro desembocaban en mensajes confusos: “El presidente se encuentra con una iluminación especial en sus pensamientos, en el manejo de todos los asuntos que trabajamos a través de documentos, a través de conversaciones de la información. Como siempre meditando, esto sin apartarse de sus tratamientos”, dijo Maduro el 26 de enero regresando de Cuba. El comandante enmudecía fuera del país y Maduro, dentro, proyectaba la voz.
Entre los años 2000 y 2005 Maduro fue diputado por primera vez. Usaba traje oscuro con medias blancas. Un grupo de periodistas, inquietas por el atuendo, pidió permiso a Cilia, la novia-parlamentaria, para regalarle medias oscuras en su cumpleaños. “Maduro era un sujeto de gran talante. Nos recibió amablemente en su despacho. Después Cilia nos decía que le regaláramos más medias”, recuerda una reportera que pidió resguardar su nombre. En el Palacio Federal Legislativo, donde Maduro fue diputado principal por Distrito Federal y el primer jefe de la fracción parlamentaria del Movimiento V República, es ése el recuerdo que muchos tienen de él: conciliador, respetuoso, negociador.
—Yo los saludaba a Cilia y a él de la forma como se hace en India: juntando las manos e inclinando la cabeza. Ellos me respondían igual —recuerda Walter Márquez, exembajador en India que, al igual que la pareja, tiene devoción por Sai Baba.
Los Maduro Flores se perfilaron desde el principio como una dupla activa y cercana a Chávez. Gracias al impulso de ambos se aprobaron normas necesarias para el proyecto bolivariano que todavía no llevaba el apellido socialista. Maduro integró la comisión que analizó la Ley Habilitante a través de la cual se delegó en Chávez la facultad de legislar. Fue la aprobación de 49 leyes habilitantes en el año 2000 uno de los motivos de un goteo de protestas encabezadas por trabajadores, empresarios y la sociedad civil que desembocó en el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, cuando Chávez fue sacado del poder y regresó después de que se derrumbara, en 48 horas, el nuevo y breve gobierno.
Esos días de abril, Maduro, hasta entonces incondicional, no estuvo junto a Chávez. El fallecido diputado del mvr, Luis Tascón, lo acusó públicamente de haber huido a Cúcuta con Cilia y de volver dos días después, cuando ya la insurrección militar había fracasado. Lo que sí quedó claro es que no les dio tiempo de preparar un bolso con ropa: “Vistiendo un mono prestado y mocasines llegó el diputado Nicolás Maduro acompañado por Cilia Flores. Eran evidentes las señales de cansancio y la angustia de horas anteriores que pasaron en un pequeño barrio de Los Chorros, donde les dieron refugio hacía dos días tras haber sido perseguidos, según contaron”, escribió la periodista Valentina Lares en el diario Tal Cual el 15 de abril de 2002.
En junio de 2006, siendo presidente del Parlamento y a pocos meses de iniciar su segundo periodo como diputado, Maduro fue ascendido por Chávez a canciller. Los que coincidieron con él en el despacho de Relaciones Exteriores dicen que, con el cambio de rol, también cambió el talante.
—A Maduro jamás lo vi en seis años. Ni a las fiestas del Día del Trabajador iba. Antes, los cancilleres entraban por el lobby, como todo el mundo, pero él mandó a hacer un acceso exclusivo por el estacionamiento. Puso una garita y habilitó un ascensor directo al piso 2. Se bajaba de su camioneta y subía al despacho, para no cruzarse con nadie —asegura una mujer, empleada del Ministerio de Relaciones Exteriores cuando Maduro lo dirigió.
—Los embajadores iban a Miraflores a reunirse con Chávez y el que mandaba en la Cancillería era Carlos Erik Malpica Flores, un sobrino de Cilia. Maduro era un cero a la izquierda —dice otra empleada de la institución.
Con algunos funcionarios de más responsabilidad no había modalidad baticueva:
—Era sumamente respetuoso. Me pareció alguien que sabía escuchar, curioso de la historia menuda. Tengo compañeros con opiniones completamente distintas, pero mi caso fue así. En Cartagena de Indias tuvimos una cena informal con el canciller de Colombia, Fernando Araujo, y Maduro fue muy cauteloso, de poco hablar, observador. No llamaba la atención ni tomaba el liderazgo. Nunca abusó de las bebidas alcohólicas y no fue comelón. No sé si había comido antes —dice Giovanna De Michele, exfuncionaria de la Cancillería.
Pero en la distancia corta, Maduro subía la guardia si se sentía presionado. “Hay gente que llega a un cargo y se envanece y ve por encima del hombro”, dijo en un discurso delante de estudiantes universitarios cuando era canciller. Por debajo del hombro dicen que lo agarró una sindicalista. En el brazo, cerca del codo. Quería que le prestara atención a los insistentes reclamos salariales de los empleados de la Cancillería. “Un ministro no se toca”, respondió él, remoto, incómodo, recuerdan dos testigos de ese día. Cercanos coinciden en que el cambio de actitud fue por exigencias del guion. Le tocó ponerse un traje de talla muy holgada.
—Él y Cilia fueron al Ashram de Sai Baba, en Puttaparthi, al sureste de India. Allí Sai Baba le materializó un anillo que, extrañamente, le quedó grande, como le ha quedado grande la presidencia de Venezuela. Aunque Maduro dice ser su seguidor, su manera intolerante de actuar lo aleja de esa doctrina —asegura Walter Márquez, exembajador en India entre 1999 y 2004.
Así también lo cree Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis:
—Desde el punto de vista de la capacidad de resolver los problemas, Maduro es, en materia prima, mejor que Chávez. Su historia previa lo define como un negociador: parlamentario, ministro de Exterior. Nunca se conoció como alguien sectario, lo que Chávez sí era, pero en la acción ha terminado siéndolo aún más que su antecesor por la necesidad de mostrarse fuerte sin serlo. La necesidad de rellenar un vacío gigante lo lleva a ser lo que no es.
“Meternos allí, multiplicarnos, así como Cristo multiplicó…”, hace una pausa, “los penes”. Corrige, pero ya Cristo hizo el trabajo: “perdón, los peces y los panes”.
Maduro se da cuenta cuando se equivoca. Hace silencio. Se da cuenta cuando dice libros y libras, cuando dice que no dudó ni un milímetro de segundo, cuando pide estar alertas y alertos. “No se dice alertos, ¿verdad? Jajaja. Porque éstos están cazando cualquier cosa.”
Habla sin comas; ni punto y coma. Ni punto y seguido. Ni aparte.
Sus errores ya son un género propio, una cátedra de estudio, una obsesión en Youtube. Le gusta leer en vivo y directo los tuits en los que se burlan de él. Expone a quienes los envían con nombre y apellido. “Maduro, ¡chúpalo!”, le escribió uno. “Chúpate tú tu cambio”, le respondió él, todavía desencajado por la derrota de las parlamentarias de diciembre de 2015.Y también está la ópera prima: el pajarito. La narración, en plena campaña presidencial, en la que él reza mientras Chávez le habla y lo bendice transformado en pájaro se convirtió en el video revelación.
Pero ese estilo tiene sus adeptos.
—Era un flaco alto, todas las mujeres estaban detrás de él. Tenía buenos discursos, no se le notaba debilidad —recuerda Leonardo Corredor.
—Es jugaletón, de esa gente que se juega con los conocidos —dice Jormar Duven Maduro, un primo hermano del pueblo de Tocópero.
Y sus detractores:
—Es de esa gente que está siempre echando broma y uno se pregunta: “¿Cuándo se va a enseriar?” A veces banaliza un poco las situaciones —dice Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez y exdiputada al Parlatino por el PSUV.
—Creo que fue una lástima que no hubiera terminado su vida pública como canciller, hubiera salido menos golpeado —dice Giovanna De Michele, compañera en el despacho de Relaciones Exteriores.
En esos años como canciller, Maduro encabezó un world tour promoviendo el proyecto de exportar la revolución chavista siendo portavoz del discurso antiimperialista del jefe. Reuniones, acuerdos, firmas, almuerzos diplomáticos, room service. Despegar. Aterrizar. Despegar. Consolidar el alba, crear Unasur, llevarle una taza de azúcar a los vecinos para que Venezuela formara parte del Mercosur; provocar a los gobiernos occidentales con el acercamiento a países como Irán, Libia, Rusia y Siria. Despegar. Aterrizar.
Como presidente, a Maduro le quedó el tic del movimiento perpetuo: “Ha pasado 12% del total de su mandato en el extranjero. El país más visitado es Cuba, a donde ha ido 12 veces”, contabilizó el periodista Franz von Bergen en la web El Estímulo. ¿Un ave?, ¿un avión? Un heredero volador.
Maduro no ha vuelto al pueblo de su niñez, donde aún queda parte de su familia. La última vez que lo vieron fue en 1989, cuando viajó a buscar el cuerpo de su padre que murió el 22 de abril en un accidente de tránsito.
Google Maps calcula que el camino desde Caracas a Tocópero, en la costa del estado Falcón, toma 4 horas 17 minutos sin tráfico y 5 horas 3 minutos con. Es uno de esos caseríos que alguien puso a los lados de la Carretera Nacional y olvidó recoger antes de que anocheciera: veinte calles, veinte casas, calor, polvo, fallas diarias en el servicio de luz, licorerías, licorerías, licorerías. Hay 5,837 habitantes en todo el municipio costero que no tiene balnearios ni piña colada.
“Ahí en Falcón, ahí vive la madurera, los Maduro, tía, tíos. Una tía murió hace un año. Me quedan primos”, dijo en la campaña electoral para presidente, en marzo de 2013, una de las pocas veces que ha hablado del tema.
Aquí viven. En casas pequeñas, de colores. Como todos los demás, así vive la madurera, un clan de judíos sefardíes de Curazao que navegó el mar Caribe hasta Falcón a principios de 1800. Los hombres de apellido Maduro se asoman y saludan cuando los llaman por la ventana: tienen pelo y bigotes muy negros, y porte presidenciable.
De sangre directa con el presidente son Milagros y Jormar, hijos de Susana Maduro de Duven, única hermana de padre y madre de Nicolás Maduro García. Los primos hermanos del presidente, solteros y mayores que él, tienen una casa del lado del cementerio. Milagros invita al porche, pero prefiere que sea su hermano el que hable.
—Cuando era pequeño Nicolás hacía las travesuras típicas, pero no era tremendo. Recuerdo que vino cuando se casó un hermano mío, en 1965; después, con su primera esposa y, hace más de 20 años, a buscar el cuerpo de su papá, que nos estaba visitando y de regreso a Caracas tuvo un accidente. Ésa fue la última vez —dice Jormar que está saliendo de la ducha.
Él ha intentado comunicarse con el presidente.
—Yo fui a Barquisimeto durante la campaña electoral y le di mis números a Cilia para pedir una audiencia con Nicolás, pero nada —dice.
Y lo ha seguido buscando: en su cuenta de Twitter le pide insistentemente una cita. “Primo Nicolás Maduro, su familia de Tocópero le pide una audiencia con usted”, publica y deja el número de teléfono. Entre noviembre y diciembre de 2015 le envió más de 120 mensajes. El presidente, frecuente usuario de la red social, aún no lo había contactado.
Con los familiares políticos, los de Cilia, sí tiene el primer mandatario más trato. Uno de los sobrinos de ella, Carlos Erick Malpica Flores, ha sido designado en cargos públicos muy cerca de Maduro desde sus inicios en el poder y, ya como presidente de la república, lo eligió para dos empleos con acceso directo a la billetera de la nación: vicepresidente de Finanzas de Petróleos de Venezuela y tesorero Nacional. El clan Flores ha aportado más sobrinos: Efraín Campos Flores y Franqui Francisco Flores De Freitas fueron detenidos en noviembre de 2015 por la Drug Enforcement Administration en Haití y están acusados de intentar traficar 800 kilos de cocaína. Son juzgados mientras permanecen en una prisión de Nueva York. Maduro, que ha evitado hablar del caso, sólo hizo una solicitud directa al primer mandatario norteamericano a pocas horas de conocerse la detención: “Amarre a sus locos, presidente Obama”.
Los Maduro, en apariencia más discretos, no han intentado promocionar Tocópero como un lugar de peregrinaje. El presidente no busca en sus parientes el hilo de un relato público, no hurga en la genética de sus ademanes, no construye su propia aventura. No ha hecho lo que Chávez con Sabaneta de Barinas, la población llanera donde nació y creció, y donde se formó mimado por su abuela Rosa y con el influjo de antepasados que pelearon guerras de fin de siglo. Maduro, al tema de su procedencia, lo transita por el borde.
Nicolás Maduro carga con dos fallas de origen: la duda sobre su lugar de nacimiento y las denuncias de irregularidades en su elección presidencial. Durante el primer semestre de 2013, investigaciones privadas de genealogía forense hallaron documentos oficiales que mostraban que Teresa de Jesús Moros, madre de Maduro, había nacido en Cúcuta, Colombia, por lo que su descendencia obtenía la nacionalidad colombiana de manera automática. La información pudo haberlo inhabilitado para ser candidato presidencial porque la Constitución Bolivariana de Venezuela prohíbe al jefe de Estado tener doble nacionalidad.
La suspicacia creció porque la partida de nacimiento venezolana de Maduro jamás fue mostrada antes de convertirse en presidente en abril de 2013. Seis meses después de la victoria, Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral, enseñó en televisión durante 4 segundos una copia del libro de actas de nacimiento donde estaba la del jefe de Estado.
Así como persisten las sospechas sobre su nacionalidad, las hay sobre las elecciones en las que ganó como presidente con 1.49% de ventaja (50.61 a 49.12 por ciento). Henrique Capriles, su contendor, desconoció los resultados el mismo día de los sufragios y poco después los impugnó, pero el Tribunal Supremo de Justicia no admitió el caso por falta de pruebas. “Maduro no tendrá legitimidad nunca”, sentenció Capriles.
Tampoco se sabe, oficialmente, dónde vive el primer mandatario. La Casona, residencia oficial, es un patio desolado y los militares que la custodian miran aburridos los carros pasar. Por algunas actividades que hacen Nicolás y Cilia en pareja, es seguro que al menos un jardín debe haber en el hogar presidencial: “Cilia y yo tenemos 60 gallinas ponedoras. Todo lo que nos comemos en ñema [yema] es producido por nosotros”, dijo el 29 de octubre de 2015 desde la ciudad de Barquisimeto. Aunque no se sabe dónde, sí se sabe cómo duerme.
—¿Qué le quita el sueño?, ¿qué le preocupa a usted en las noches?, —le preguntó el 7 de marzo de 2014, en el hervor de La Salida, Christiane Amanpour, periodista de CNN.
—Duermo tranquilo toda la noche. Duermo feliz, duermo como un niño, respondió Maduro.
Lo primero que hizo fue saludar al adversario. Así lo exige el protocolo y así lo hizo: “Buenas tardes, ciudadano diputado Henry Ramos Allup, presidente de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela”, comenzó Maduro la lectura de la Memoria y Cuenta de 2015, la tarde del viernes 15 de enero de 2016. Por primera vez a un jefe de Estado chavista le tocaba rendir cuentas ante un Parlamento opositor.
—Haber ido a presentar, siendo minoría, la Memoria y Cuenta, fue un quiebre en su gestión, porque significó un reconocimiento del adversario. Si él lograra salirse de ese autoacorralamiento al que entró por su propia voluntad, podría hacer un suave aterrizaje y formar un gobierno de coalición para enfrentar la crisis. Sería lo más práctico si no tuviera el peso de sus espectros ideológicos y, sobre todo, el miedo de no saber qué puede pasar con su entorno cuando pierda la inmunidad —dice el politólogo Carlos Raúl Hernández.
Maduro habló en el hemiciclo un poco más de tres horas. Tumbó de un manotazo la copa de agua y mencionó 19 veces a Hugo Chávez, a diferencia de la del año anterior, cuando fueron 33.
—Chávez va a ser la sombra de Maduro durante mucho tiempo, pero creo que el día que fue a la Asamblea estuvo muy bien, comenzó a sentirse más su verdadera personalidad. Y los nuevos ministros que puso en enero también tienen su impronta, algunos son amigos de él de toda la vida —dice Nieves Banchs.
—Maduro es una prolongación muy limitada de Chávez. Hasta Lula le recomendó hacer su propio perfil, sus propios cambios. Maduro desarrolla el mismo proyecto populista e irresponsable de Chávez sin la astucia ni la plata —dice Carlos Raúl Hernández.
Sin la plata, sobre todo. Lo reconoció en su intervención el día de la Memoria y Cuenta el diputado adeco Ramos Allup: “Presidente, usted no es el culpable de esto, porque usted heredó una situación terrible”. Un desfalco cambiario reconocido por el Banco Central de Venezuela de más de 20,000 millones de dólares preferenciales entregados a empresas de maletín que decían importar, sobre todo, alimentos y medicinas, reveló el calado de la corrupción en tiempos de Chávez. Además, el gobierno chavista expropió en la última década empresas que incumplen año a año las metas de producción. Ni se importan suficientes productos, ni se elaboran suficientes productos. El resultado es que en el último trimestre de 2015 la escasez general fue 87% y la inflación de alimentos y bebidas llegó a 315 por ciento.
Maduro se ha aferrado al argumento de que es imprescindible mantener el sistema de controles estatales porque la burguesía venezolana y el imperio norteamericano se han complotado en una “guerra económica” con la finalidad de derrocarlo. Mientras tanto, la expresión más cruda de las fallas del modelo económico socialista se agrava: las colas, tensas y desmoralizadoras para comprar comida y productos regulados, son la fotografía del país. “El sector demagógico dice que las colas son culpa de Maduro. Yo espero propuestas a las colas que está haciendo nuestro pueblo. Asumo mi culpa porque soy libre”, dijo el presidente en enero de 2016. Cada vez con más frecuencia Maduro asume públicamente las fallas de su gestión y, con el mismo énfasis, continúa haciendo las mismas cosas en las que reconoce haber fallado. Persiste la sospecha de que no está gobernando, sino haciendo una suplencia.
La tarde de la Memoria y Cuenta, Maduro escuchó atento la intervención de Ramos Allup, y varias veces pidió silencio a los parlamentarios del PSUV que intentaron interrumpir al opositor.A pesar de la tensión entre el Ejecutivo y el Parlamento, el contrapeso le sentaba bien.
—Es mejor comunicador hoy de lo que era cuando fue elegido. Es ahorita el único líder, por mucho que se haya debilitado. Se ha subestimado su capacidad de control dentro del gobierno y se piensa que no tiene influencia en el partido, y eso no es verdad. No quiere decir que no esté cometiendo errores críticos: mientras más se demore en tomar las decisiones económicas de fondo, los costos serán mayores —dice Luis Vicente León, de Datanálisis.
A Maduro podría quedarle poco tiempo: la mayoría absoluta obtenida por la MUD en las parlamentarias es la válvula constitucional para una enmienda de la carta magna que reduzca el mandato de Maduro y acerque las presidenciales pautadas para 2019; también para blindar legalmente un referéndum revocatorio y para convocar manifestaciones de calle exigiendo la renuncia del presidente. El 8 de marzo la MUD anunció estas opciones en la presentación de la Hoja de Ruta 2016. Todos son escenarios que pueden desembocar en un cambio de gobierno en 2017 y en el declive prematuro del legado revolucionario.
“El hijo de Chávez”, se considera él; “un gran servidor público”, lo consideraba Chávez; “presidente obrero”, le dicen sus seguidores; “un error histórico”, lo llama Henrique Capriles; “el bobo feroz”, lo apodan en las redes sociales; “un hombre muy bien intencionado”, lo definió Luiz Inácio Lula Da Silva en febrero de 2014. Aún es difícil interpretar la naturaleza de Maduro y, a pesar de que tiene tres años en el cargo, todavía da señas de no calzar sus propios zapatos. Unos días antes de las parlamentarias de 2015 estaba montado en el capot de un vehículo rojo durante la inauguración de una autopista y se animó a cantar unos versos que le salieron tan mal entonados que él mismo se rio y prefirió despedirse. “¡Que viva la patria, que viva Chávez, que viva el pueblo, que viva Bolívar! Le doy el pase a la periodista”, dijo. De pronto, como quien se da cuenta de que se ha olvidado de algo, se acercó otra vez el micrófono y gritó: “¡Y que viva Maduro también!”
Activista de izquierda desde la adolescencia, Nicolás Maduro fue constituyente, diputado, canciller y vicepresidente de Venezuela. En las manos de Maduro fue depositada la herencia de la revolución bolivariana que Chávez comandó durante 15 años.
Nicolás Maduro está en el mausoleo de Hugo Chávez. Ha ido a visitarlo y le lleva una derrota. Es la noche del 8 de diciembre de 2015. Dos días atrás se celebraron las elecciones parlamentarias que renovaron todos los escaños de la Asamblea Nacional (como se llama al Congreso en Venezuela), y hace frío en el Cuartel de la Montaña, al oeste de Caracas. Desde allí transmiten En Contacto con Maduro, un programa semanal de radio y televisión en el que el jefe de Estado venezolano hace anuncios, lee tuits, publica los suyos, celebra los retuits que le hacen, recibe invitados y grupos musicales. Un magacín político de amplio target. El tema de hoy es la administración de un descalabro.
Tres años antes, el 8 de diciembre de 2012, también de noche y también por televisión, a unas cuadras de allí, en el Palacio de Miraflores, el entonces presidente Hugo Chávez —enfermo, agotado— le encomendó a Maduro una victoria. Ese día, después de 14 años de gobierno, Chávez dejó el juego en manos del sucesor que él mismo había elegido, rogó a sus seguidores que le transfirieran su apoyo y se fue a Cuba para operarse del cáncer que padecía desde 2011. Maduro cumplió la primera de las encomiendas: Chávez murió el 5 de marzo de 2013 y él venció, un mes y medio después, en las elecciones presidenciales, ganándole a su principal contrincante, Henrique Capriles, por una diferencia exigua de votos.
Pero en las elecciones del 6 de diciembre de 2015, después de casi dos décadas de revolución bolivariana, Maduro perdió el control del Parlamento con una victoria implacable de la oposición: de 167 curules, 112 fueron para la coalición Mesa de Unidad Democrática (MUD) y 55 para el Polo Patriótico, agrupación de partidos chavistas. Por primera vez en 17 años la oposición es mayoría absoluta y es, también, la primera vez que se habla de la posibilidad de que el gobierno madurista llegue a su fin de manera constitucional. Maduro, vestido con una camisa azul de corte militar idéntica a las que le confeccionaban a Chávez, está en el mausoleo, sentado en un escritorio a unos metros de la tumba de su predecesor. Hace un programa de 5 horas, igual a todos los anteriores, para un país que dio señales de haber cambiado por completo en las elecciones de hace sólo dos días.
A pesar de la expectativa que hay sobre lo que va a decir, apenas deja claras algunas cosas. Su manera de perder: “Yo quería construir 500 mil viviendas el próximo año, ahorita lo estoy dudando. Pero no porque no pueda construir, yo puedo construirlas, pero pedí tu apoyo y no me lo diste”. Lo versátil de su identidad: “Mientras este hombre esté aquí llamado Nicolás Maduro, iba a decir Hugo Chávez. Jajaja. Soy Hugo Chávez vale, sí, sí”. Sus preferencias reposteras: “¿A ustedes les gusta el sánduche de cambur con leche condensada? Levanten la mano los que han comido cambur con leche condensada. Eso sabe a gloria”. Y, finalmente, un título: “Ganaron los malos”.
La transmisión termina de madrugada con el video en el que Chávez anunció al país que, en caso de que él no pudiera seguir al frente del socialismo del siglo XXI, Maduro sería el encargado de hacerlo. Es el video que recuerda cómo fue que todo esto comenzó.
Un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza.
"Yo quiero decir algo, quiero decir algo, aunque suene duro, pero yo quiero y debo decirlo, debo decirlo", dijo Hugo Chávez. Y luego lo dijo y esa noche de un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza. Ahí estaban, en el Despacho Uno del Palacio de Miraflores, sede del Ejecutivo venezolano: Chávez acababa de ganar por cuarta vez la jefatura del Estado; a su derecha, Diosdado Cabello, militar y presidente de la Asamblea Nacional; a la izquierda, Maduro, civil y vicepresidente de la República. Los tres sabían para qué habían ido. Pero antes, un poco de John Travolta y de Olivia Newton-John.
"Sábado 8 de diciembre. Nueve y media de la noche. Un poquito más. Nueve y treinta y tres, y treinta y cuatro, Buenas noches a toda Venezuela, buenas noches al pueblo venezolano. ¿Te acuerdas de aquella película, Diosdado? Saturdei fiber... ¿cómo es?", preguntó chávez.
Fiber y radioterapia, inflamación, “seguramente producto del esfuerzo de la campaña”, células malignas, otro procedimiento quirúrgico, “es necesario, es absolutamente necesario”. Chávez, que ha sido operado tres veces desde 2011, se está muriendo. Esa noche va a anunciar que se va, que regresa a un quirófano de La Habana. Sabe que volvió el cáncer, peor que antes, como vuelve siempre el cáncer. Es el día de la despedida y va a revelar el nombre del elegido. Pero antes, un poco más de disco music.
“John Travolta. ¿Ése es el nombre de él? ¿Del actor? Y Olivia Newton John, ¿te acuerdas? Bueno, entonces no es mi estilo una cadena nacional un sábado por la noche.”
Entonces lo dice: “Si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el periodo, sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”.
Maduro abre las fosas nasales, mira a Chávez, mira al infinito. El rostro le cuelga como una sábana remachada por el bigote. Usa una camisa clara y un saco gris oscuro que, por la postura rendida de los hombros, parece de plomo. No hace ningún gesto, no agradece el nombramiento.
El lunes 10 de diciembre Chávez voló a La Habana. Setenta y dos días después, a las 2:30 de la madrugada del 18 de febrero de 2013, regresó a Caracas. Nelson Bocaranda Sardi, el periodista que reveló en 2011 la enfermedad de Chávez antes que la vocería oficial, asegura en el libro Nelson Bocaranda. El poder de los secretos (Planeta, 2015) que Chávez no quiso fallecer en Cuba para no perjudicar la percepción del sistema de salud de la isla, orgullo de los Castro.
La versión oficial es que el martes 5 de marzo de 2013, a las 4:25 con 5 segundos de la tarde, Hugo Rafael Chávez Frías murió de un infarto pulmonar. Tenía 58 años y un sarcoma metastásico. “Alrededor de las 11 de la mañana habían desconectado a Chávez, ¡pero lo volvieron a conectar minutos más tarde porque Maduro apareció con la angustia de que algo muy malo e inminente podía suceder! La situación se tornó muy confusa. Por unas horas todo el mundo perdió los papeles. Finalmente, a media tarde reinó la sensatez y pasó lo que pasó”, escribió Bocaranda en su libro. Acompañado de funcionarios del alto gobierno y jefes militares, Maduro dio la noticia de la muerte de Chávez a través de una cadena de radio y televisión. Con aplomo pidió aplomo; con respeto pidió respeto; con calma pidió calma. “Asumimos su herencia, sus retos, su proyecto”, dijo sin soltar las manos de un podio de madera. “Cuando me paré allá en el Hospital Militar a decirles a ustedes esa noticia, no me salía por acá la voz, no me salía de aquí, parecía una pesadilla”, recordó en un acto de campaña.
Pero la pesadilla se convirtió en presidencia. Él, que había pasado la mitad de su carrera en el chavismo fuera del país como ministro de Relaciones Exteriores, que no se fogueó dentro del partido, que no gobernó ninguna región, aceptó tomar el relevo y se convirtió el 14 de abril de 2013 en el 51° Presidente de la República Bolivariana de Venezuela para el período 2013-2019.
Maduro nació el 23 de noviembre de 1962, a las 9:03 de la noche, en un lugar que ya no existe. La Policlínica Caracas, el centro médico privado que se menciona en su partida de nacimiento, fue demolida en 1965. Maduro llegó antes del desplome. En cambio, a la Jefatura Civil de la parroquia Candelaria donde se convirtió en ciudadano lo llevaron sus padres con demora: tenía dos años y cuatro días. El acta de nacimiento dice que lo hicieron el viernes 27 de noviembre de 1964. El domingo siguiente lo bautizaron junto con su hermana María Adelaida, de 3 años y 4 meses.
De ese fin de semana, Maduro tiene apuntes borrosos. Se le extraviaron unos meses y unos sacerdotes: “Yo nací en Caracas en un lugar llamado Los Chaguaramos, Valle Abajo. Allí, en la iglesia San Pedro, muy conocida, me bautizó el padre Luoro, italiano, que después trabajó con Pablo VI. A un año de edad, un poquito menos me bautizaron”, dijo en Roma el 17 de junio de 2013, delante de varios integrantes de movimientos sociales italianos. En la partida de bautismo —hecha pública en una investigación privada conocida como el Informe Orta— no se menciona al padre Luoro, sino al padre Angelo Mazzari, y el niño no tenía “un año de edad, un poquito menos”, sino dos, un poquito más.
Católico y formado en la primaria por las monjas españolas del Colegio San Pedro de Caracas, vivía en un hogar donde se escuchaba Radio Habana Cuba a través de un aparato de onda corta heredado del abuelo paterno. “Vengo de una familia progresista, de izquierda, como eran mi padre y mi madre.”
Su padre, Jesús Nicolás Maduro García, economista, de Falcón, Venezuela, se casó el 1 de septiembre de 1956 en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima de Bogotá con Teresa de Jesús Moros Acevedo, encargada del cuidado del hogar, de Cúcuta, Colombia, según las partidas de nacimiento de los hijos, y de Táchira, Venezuela, según manifestó el propio Nicolás en su partida de defunción. El matrimonio tuvo cuatro hijos: María Teresa de Jesús (21 diciembre 1956), médico; Josefina (30 de enero de 1960), odontóloga; María Adelaida (20 de julio de 1961), administradora y Nicolás (23 de noviembre de 1962), sin estudios superiores y presidente de una república.
La familia tenía un apartamento en el edificio San Pedro de Los Chaguaramos y el padre era dueño de un Ford Fairlane, el carro de moda. Un choque en el parafango izquierdo, que jamás repararon, era su seña.
—A la mamá, bajita, la recuerdo muy humilde; y al papá alto, simpático y conversador. Las hermanas eran de muy poco hablar. No se me olvida un perrito fastidiosísimo que hacía mucho ruido. Cuando lo íbamos a visitar le pegábamos un grito desde la calle y él bajaba —recuerda David Nieves Banchs, excónsul de Venezuela en las Islas Canarias, miembro de la dirección nacional ampliada del PSUV, guerrillero en los años 70 y preso por el secuestro en 1976 del estadounidense William Frank Niehous, presidente de la Owens Illinois en Venezuela, al que la izquierda acusaba de ser agente de la cia.
Cuando Maduro tenía 6 años, en 1968, sus padres participaron en la fundación del Movimiento Electoral del Pueblo. El MEP promovía las premisas de erradicar la explotación oligárquica e imperial y promover la propiedad social sobre el petróleo y las industrias básicas. Oligárquica, imperial, propiedad social. De eso se hablaba en el hogar Maduro Moros, de eso hablaba Hugo Chávez, de eso sigue hablando Nicolás.
Sin mayor interés por la formación académica, Maduro dedicó su juventud a otras materias: militó en la agrupación de izquierda radical Ruptura y luego se adhirió a La Liga Socialista (“una pequeña organización de izquierda que aglutinaba a luchadores sociales del campo estudiantil, sindical, de barrio, campesino”); descubrió la salsa brava (“yo bailo salsa, bailo reggeaton, bailo de todo”); tocó guitarra, bajo y batería en una banda de rock (“creo que Escaleras al cielo es la canción más completa de todo el rock”); era disciplinado televidente (“los martes pasaban Starsky y Hutch; los miércoles, Kojak; los jueves, Columbo”); estudiaba en el liceo y hacía trabajos ocasionales. A su primer oficio, vendiendo en la urbanización El Valle helados de colores al mayor, llegó de la misma forma que a la presidencia de la República: cubriendo una falta temporal.
—Una persona que trabajaba conmigo tuvo un problema y él con su Fairlane lo cubrió unos días. Manejaba muy bien. Vendíamos por los barrios y ahí había que tener cierta destreza, ir ligero en calles angostas —dice Leonardo Corredor, apodado “Pancho”, hijo del dueño de la heladería Siglo XXI, copiloto de la travesía y líder en su juventud del grupo de educación media de La Liga Socialista.
Aunque vecino de Los Chaguaramos, Maduro era un asiduo de El Valle, una zona de clase media en la entrada principal de Caracas. En agosto de 2013 dijo que el trabajo, de apenas dos días a la semana, le rendía para sus gastos musicales, pese a que en 1979 la inflación llegó por primera vez en la historia a 20.4%, todavía muy modesta comparada con la de 180.9% que se registró en su gobierno en 2015: “Por allá por los años 79, 80, 81, 82, no tenían gente que vendiera helados al mayor. La gente que venía a comprarles para vender al mayor especulaba, entonces Pancho y yo comenzamos a hacer una ruta y nos ganábamos 500 bolos yo y 500 bolos él. Era bastante. En esa época ensayábamos rock y salsa, entonces yo con eso que ganaba compré la batería, las guitarras, los bajos, los distorsionadores de guitarra, las tumbadoras. Bueno, y ayudábamos a mucha gente, pues”.
La heladería en la que trabajó Maduro todavía funciona en una casa sin letrero. Hortensia Corredor, hermana de Leonardo, despacha a través de una puerta siempre abierta. El nombre de Maduro la entusiasma.
—El primer sueldo prácticamente se lo ganó aquí —dice.
Ahí, con los once hermanos Corredor, también conoció las tareas de La Liga Socialista que concertaban la participación en el sistema formal de partidos con la guerrilla urbana, convocando a co-lectivos obreros, universitarios y liceístas en una época en la que los gobiernos de Acción Democrática y Copei —los dos partidos que polarizaban el voto y se turnaron el mando entre 1973 y 1988— enfrentaban los fantasmas de las conspiraciones civiles y militares, a pesar de que los partidos de izquierda habían sido legalizados y muchos de sus miembros dejaban las armas para incorporarse en el juego político.
—Aunque mi papá era de Acción Democrática, nos permitía reunirnos aquí. Siempre decía: ‘Tuve este montón de hijos para dárselos al comunismo’ —rememora Hortensia Corredor.
—A Maduro lo conocí a finales de los setenta porque pertenecía a los grupos de la ultra izquierda y yo a un grupo de izquierda moderada, que era el Movimiento Al Socialismo. Él hacía un activismo febril como militante raso de La Liga Socialista. Organizaban actividades de promoción por la gente detenida, que en ese momento era bastante. Maduro no tenía un liderazgo notable en esa época —dice Carlos Raúl Hernández, doctor en Sociología y maestro en Ciencias Políticas.
Estudiantes en protesta, como él; inconformes, como él; inspirados, como él; tira piedras, como alguna vez él: en febrero de 2014, a poco de cumplir un año como presidente, Maduro enfrentó un reto político que dejó expuesto el temperamento de su mandato ante lo que consideraba las amenazas del Movimiento Estudiantil. Se enfrentó a lo que él mismo fue y, sobre todo, a lo que dejó de ser.
Comenzó con un tiro en la cabeza del estudiante Bassil Alejandro Da Costa, el primer asesinado durante La Salida, como se llamaron las manifestaciones en contra del gobierno promovidas especialmente por el partido Voluntad Popular, liderado por Leopoldo López. El 12 de febrero de 2014, Día de la Juventud en Venezuela, fue convocada una marcha hasta la Fiscalía General de la República. “Tenemos que entender que no será fácil. La Constitución nos propone varios caminos: la renuncia, la enmienda, el revocatorio y la constituyente”, dijo López cuando invitó a participar y argumentó que “hacer colas de siete horas por un pollo”, la falta de medicinas y la inseguridad eran motivos para salir a la calle a protestar. La convocatoria cobró vida y, más tarde, la represión cobró muertes.
Desde ese momento y en varios estados del país se sucedieron marchas, barricadas, campamentos espontáneos en plazas y avenidas, guayas atravesadas en las calles para cortar el paso, lacrimógenas, basura quemada: fueron dos meses de rutinas desfiguradas. “Candelita que se prenda, candelita que se apaga”, exigió Maduro a las agrupaciones de base chavistas. La orden se cumplió. Entre febrero y mayo fallecieron 42 personas y fueron detenidas 3,127. Casi todos los muertos y detenidos eran jóvenes, casi todos los victimarios pertenecían a las fuerzas de seguridad del Estado. Dos años después, la mayoría de los casos de asesinato no han sido resueltos según datos de la organización no gubernamental Foro Penal.
Leopoldo López fue condenado a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de cárcel acusado de asociación para delinquir, instigación pública y delitos de incendio. López es considerado por la oposición el preso político de Maduro, por lo que ha promovido una Ley de Amnistía que el jefe de Estado ha dicho que se negará a firmar.
Las imágenes que guarda Nieves Banchs de las circunstancias en las que Maduro intentaba una revuelta urbana en los 70, también tienen voltaje:
—Era una época de riesgos. Por hacer una pinta en una pared te podían caer a tiros. Nos detenían por ratos en celdas malolientes. Pero la militancia en esas condiciones elevaba los afectos y en La Liga educábamos para que la camaradería surgida de allí fuera un símbolo.
Compañeros consultados dicen que a Maduro lo incorporaron a La Liga Socialista cuando estudiaba bachillerato en el Liceo de Ensayo Luis Manuel Urbaneja Achelpohl. Una exalumna —que pide no ser identificada— dice que desde entonces ya mostraba interés por el alboroto. “Se manejan dos fechas de su salida del liceo: una al finalizar primer año y otra al finalizar segundo. Lo que está claro es que fue expulsado por el bajo rendimiento académico y la incitación a suspender las actividades por cualquier causa. Lo llamaban Pajarote, por lo grande.” Otra compañera, que también pide no revelar su nombre, rememora distintos modales: “Defendió a un amigo de mi hermano en un incidente en una parada de autobús. Como era grande y alto espantaba a los bravucones”.
“Yo recuerdo cuando tenía 14, 15 años, me sentía muy identificado con la canción Indestructible de Ray Barreto. Ahora me siento muy identificado también”, dijo Maduro en noviembre de 2015 durante la campaña de las parlamentarias en la que su partido fue derrotado. “Unidos venceremos, yo sé que llegaremos / Con sangre nueva, indestructible / Yo traigo la fuerza de mil camiones / A mí me llaman el invencible”, dice la canción del percusionista puertorriqueño de jazz latino Ray Barreto.
Indestructible. Así se siente Maduro.
Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza.
Es tan grande que cuesta enfocarlo.
Suele ser el más alto del grupo pero inclina la cabeza con ese gesto de la gente grande que necesita descender a la talla de los demás. Avanza lento, es lento; nada de su volumen intimida, como un Big Hero 6 con bigote. En la pantalla se ve tan cansado como maquillado para disimularlo. Reconoció el agobio en uno de sus programas semanales: “Soy el presidente y tengo que atender no sé cuántos asuntos internacionales, nacionales, mil cosas; es una gran responsabilidad, más de lo que uno pudiera imaginarse”. Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza. Así llegó a Miraflores, a los 51 años, y así llegó también a Cuba, a los 24.
—A mediados de los años ochenta, el Partido Comunista de Venezuela le otorgó a la Liga Socialista dos cupos para la formación de jóvenes en Cuba. Había que irse sin sueldo, para estudiar. Yo era el responsable nacional del grupo de educación media y me correspondía ir, pero a los 17 años ya tenía hijos y estaba enredado, no pude. Entonces mandaron a Nicolás —recuerda Leonardo Corredor.
Las clases eran en La Habana, entre 1986 y 1987, en la Escuela Nacional de Cuadros Julio Antonio Mella. “Fue una gran escuela y no sólo por la formación política, sino por la escuela diaria de la calle: conocer qué es en verdad el pueblo cubano, y descubrir que tenemos los mismos valores”, dijo Maduro mientras era canciller, en 2009, para un libro conmemorativo del 50 aniversario de la Revolución cubana.
—Se notó el avance en su aprendizaje cuando regresó de La Habana, me comentaron en ese momento sus compañeros —dice Leonardo Corredor.
Maduro le dijo al periodista venezolano Roger Santodomingo, en el libro De Verde a Maduro (Debate, 2013), que al regresar decidió irse de la casa familiar y alquilar un apartamento en Caricuao, una urbanización al suroeste de la capital, con montañas, raperos y un zoológico. “Intuía que sus actividades, tarde o temprano, pondrían en riesgo a su familia”, escribe Santodomingo.
Esos días Maduro también se dedicó a la militancia sentimental. Las primeras visitas que hizo al entonces Congreso Nacional fueron por amor. David Nieves Banchs era el único diputado de La Liga Socialista y Adriana Guerra, novia de Maduro, era su secretaria.
—Él entraba al Congreso para ver a Adriana, a la que conoció en la casa del partido. Ella todavía trabaja en la Asamblea, en una de las comisiones legislativas.
Nicolás y Adriana se casaron el 11 de junio de 1988 en la capilla de la Universidad Central de Venezuela. Se mudaron al edificio Fetratransporte en la calle 14 de El Valle, según relatan amigos de esos años. El 21 de junio de 1990 nació Nicolás Ernesto, el único hijo del presidente y de la pareja, que se separó poco después. En el archivo del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales se verifica que Guerra aún trabaja en la Asamblea Nacional, donde Maduro fue constituyente, diputado, presidente del Parlamento y luego marido de Cilia, también presidenta del Parlamento. Él no menciona a su primera esposa y la imagen de ella siempre ha estado fuera del encuadre de la foto de familia.
Dice Nieves Banchs que fue en una de las tertulias en la casa del partido que Maduro habló de su interés por una de las cualidades que más se han usado para conectarlo con el electorado chavista: su ascendencia sindical. “Si vas a hacer trabajo obrero, lo primero que tienes que ser es convertirte en obrero”, le dijo. Tenía 29 años y debía buscar un empleo remunerado para cumplir con el anhelo de oponerse a su empleador. El metro de Caracas, para la época una de las instituciones públicas más eficientes y mejor mantenidas del país, estaba abriendo cursos de operador de Transporte Superficial para conducir metrobuses, los autobuses que ofrecían un servicio integrado al subterráneo. Después de pasar las pruebas, Maduro entró como conductor en el año 1991.
De sus destrezas al manejar no tiene buena evaluación Ricardo Sansone, exgerente del metro de Caracas:
—El primer contacto que hice con él fue cuando un señor llegó molesto a la compañía porque un metrobús le había roto el retrovisor. Había sido Nicolás, que no le dio mucha importancia y tampoco lo reportó como obliga el reglamento. Él manejó muy poco.
Prefería, dice Sansone, la química sindical. Para las reuniones pedía prestado a la empresa un salón subterráneo en la estación de metro de La Paz:
—Yo no le daba permiso, pero después descubrí que un amigo mío sí. Nicolás montó un sindicato paralelo para agrupar sólo a los empleados de transporte superficial. Eso no prosperó, porque el gremio que ya existía no vio a la nueva asociación con buenos ojos. Nicolás se replegó y comenzó a faltar al trabajo y a meter reposos. Siempre fue un poco rebelde, de mucho observar, de poco hablar. Siempre a la sombra.
Y, una mañana, la luz. “Entonces apareció el sol de América, el sol del siglo XXI, aquel 4 de febrero de 1992 fue el día en que nuestro corazón revoloteó de revolución”, dijo Maduro desde Roma, a dos meses de haber sido electo presidente.
El comienzo de la década de los noventa fue para Maduro el final de la búsqueda: conoció a Hugo Chávez y a Cilia Flores. Todavía se recogían en el país los vidrios rotos de “El Caracazo”, una convulsión social espoleada por el anuncio del aumento de la gasolina, el alza del pasaje del transporte público y un programa de ajuste estructural de la economía propuesto por Carlos Andrés Pérez, elegido presidente en diciembre de 1988. Los disturbios se alargaron del 27 de febrero al 1 de marzo de 1989 y todavía no hay consenso alrededor de una cifra oficial que cuantifique los despojos y los cadáveres de esos días de noches tenebrosas que han durado más de 25 años.
“Los solos avisos de devaluación, liberación de intereses, ajustes en servicios y levantamiento de controles de precios bastaron para desatar los temores por un aumento violento en el costo de la vida, además de agudizar la crisis de desabastecimiento que ya llevaba ocho meses. Lo que se avecinaba se presentía catastrófico, y las ofertas para contrarrestar esa catástrofe lucían exiguas”, reseñó la periodista Mirta Rivero en el libro La rebelión de los náufragos (Alfa, 2010).
Para Maduro, “el paquetazo” de Pérez, como pasó a la historia el programa económico, “fue una entrega al poder imperialista ejercido a través del Fondo Monetario Internacional y una traición a la patria”. La tarde del miércoles 17 de enero de 2016, después de 18 años con el precio congelado, Maduro tomó la decisión económica más drástica de su mandato: aumentó la gasolina venezolana, igual que hizo Pérez. El litro de 91 octanos subió de 0.07 bolívares a 1 bolívar y el de 95 de 0.09 a 6 bolívares. Llenar el tanque de un carro pequeño pasó de costar 4 bolívares a 180: una empanada de queso vale 150 bolívares.
Ahora Maduro no parece dispuesto a aplicar un ajuste en profundidad que pueda ser asociado con “el paquetazo” y que tenga un costo político impagable. Pero la incertidumbre y el descontento, así como las cifras económicas del socialismo bolivariano de 2016, son equiparables a las del capitalismo a secas de 1989. El propio Maduro, en la presentación de la Memoria y Cuenta, admitió que la situación era “catastrófica”: 180.9% de inflación en 2015 —la más alta desde 1950— y el precio del petróleo —fundamental para la economía— cayendo en picada y rondando los 24 dólares el barril, cuando nada más producirlo cuesta 20. La pobreza, que Chávez logró bajar a 20%, aumentó a 73%, según estudios privados, porque los públicos no se conocen desde 2013. Se suma a esto la excentricidad de un esquema cambiario con varios tipos de precio para el dólar, divisa controlada por el gobierno desde 2003. La más reciente devaluación del bolívar la hizo Maduro minutos después de aumentar la gasolina: el dólar preferencial (para alimentos y medicinas) pasó de 6.30 bolívares a 10 bolívares. El dólar negro —que sirve de referencia para decidir el valor de todo lo que no está regulado por el Estado— se vende en la calle a 900 bolívares. Chávez vivió la fiesta del petróleo a 100 dólares el barril y Maduro llegó cuando ya se había acabado hasta el hielo.
El descontento por “el paquetazo” no sólo perforó en su momento la legitimidad de Pérez, sino que alimentó los bríos de militares de rango medio agrupados en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 que al amanecer del 4 de febrero de 1992 despertaron a los venezolanos con un fallido y sangriento golpe de Estado. Uno de los líderes de la intentona fue el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Acusado de rebelión, estuvo preso dos años y fue indultado por el presidente Rafael Caldera, en 1994. En las visitas a la penitenciaría, convertida en un despacho de amigos, familiares y admiradores de los golpistas, se conocieron Cilia y Nicolás. Ella, abogada del equipo defensor de los militares; él, militante de izquierda con mucho tiempo libre.
“Cilia era abogada del comandante Chávez y me comenzó a picar el ojo”, reveló Maduro cuando celebraron su primer año de matrimonio, el 15 de julio de 2014. Aunque llevaban juntos más de 10, decidieron casarse sólo después de convertirse en la pareja presidencial. También contó que, entrecasa, les gusta llamarse “Cilita” y “Niquito”.
El día en que Hugo Chávez salió de la cárcel, Nicolás Maduro estaba en la puerta. Fue el sábado 26 de marzo de 1994 y empezaba la Semana Santa. Un video de una concentración con los seguidores que ya tenía Chávez en ese momento muestra a Maduro caminando con él, zancada a zancada, apartándole la gente con braceadas suaves. Es el tipo que está al lado y que sabe estar al lado. Un guardaespaldas devoto. Chávez sonríe, levanta los puños; Maduro va concentrado en no perder el paso, en no perder a Chávez. “Estábamos ahí nosotros, un montón de chamos sin chamba, y nos fuimos con él por todo el país a construir una fuerza”, recordó Maduro.
Esa construcción fue casa a casa, poblado a poblado. Exmilitares y militantes de izquierda se adherían al proyecto bolivariano de Chávez que se transformó en el Movimiento V República para participar en las elecciones presidenciales de 1998, contienda que el teniente coronel ganó con 56.2% frente a 39.97% de Henrique Salas Römer, líder de Proyecto Venezuela.
“Yo me acuerdo clarito que el 18 de octubre de 1997 fuimos a entregar las firmas para legalizar el Movimiento V República con el comandante Chávez (...) Esta corbata era mi corbata de metrobús; esta camisa era una camisa que me ponía yo normal con un blue jean; y este paltó me lo prestaron. Yo era de la Dirección Nacional del recién creado Movimiento V República, ¿yo tenía aquí cuánto? Yo nací en el 62: 72, 82, 92, 97, 35 años, no había cumplido 35, 34 años. Y bueno, me puse mi pinta, pues”, recordó Maduro viendo una fotografía de ese momento durante una de las emisiones de su programa de televisión.
En 1994, Maduro perdió a su madre; en 1989, había muerto el padre. Huérfano, adoptó a Hugo Chávez.
—No me sorprendió que Chávez se decidiera por Nicolás, viendo el contexto. Lamentablemente liderazgos como el suyo no admitían el auge de otros dirigentes. Nicolás viajó mucho con el presidente, estuvo mucho tiempo con él. ¿A quién más iba a poner? —se pregunta Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez, abiertamente distanciada del gobierno de Maduro porque sus críticas a la corrupción de funcionarios públicos no fueron bien recibidas.
—Sí me sorprendió muchísimo que lo nombrara su sucesor porque Nicolás tenía más de seis años en el servicio exterior, conocía más las cancillerías extranjeras que el territorio nacional; era muy dado para la ejecución de políticas y no para la toma de decisiones —dice Giovanna De Michele, miembro de la Comisión Presidencial Negociadora con Colombia para la delimitación de áreas marinas y submarinas durante el ejercicio de Maduro como canciller, entre los años 2006 y 2012.
—¡Qué va! Él estaba en el metro de Caracas. No me imaginaba que iba a ser presidente —dice Jormar Duven, un primo hermano que vive en Tocópero, el pueblo del padre de Maduro, en el estado Falcón.
—Era el más adecuado —asegura Hortensia Corredor, en su heladería.
—Nunca vi a más nadie con posibilidad de ser el sucesor que no fuera Nicolás. Sin desprecio por los demás, él era el político entre los que rodeaban a Chávez. Y eso que yo, que lo conozco desde carajito, puedo decir que jamás le conocí ningún tipo de ambición de ocupar altos cargos. No aspiraba ser ni jefe civil de la Parroquia El Valle —dice David Nieves Banchs.
Carlos Raúl Hernández sí piensa que hubo cálculo por parte de Maduro para promoverse.
—Estaba seguro de que iba a ser él por varias razones: siempre fue muy cubanófilo. Jugó un papel muy hábil porque mientras Diosdado Cabello se las daba de anticomunista y se vanagloriaba de no haber ido nunca a Cuba antes de la gravedad de Chávez, Maduro se dedicó sistemáticamente a cultivar a los Castro, a presentarse como alguien de confianza. Cuando Diosdado quiso cambiar esa imagen ya era tarde. Uno nunca sabrá qué fue lo que pasó en Cuba, no se sabe si a Maduro lo nombró Chávez, Raúl o Fidel. En todo caso, logró que lo hicieran con la anuencia de las hijas de Chávez.
En la cotidianidad venezolana, convertida durante dos años en la sala de espera de un hospital, no se leían las señales que enviaba Chávez. Una de las más claras fue la de nombrar a Maduro vicepresidente ejecutivo a los pocos días de ganar las presidenciales el 7 de octubre de 2012: “La burguesía se burla de Nicolás Maduro porque fue conductor del metro de Caracas, y miren ahora por dónde va. ¡Es el nuevo vicepresidente!”, dijo. Pero la hemoglobina y las plaquetas del primer mandatario eran datos más oportunos que las conjeturas sobre un posible sucesor. Dueño incontestable del discurso del poder, Chávez había convencido a seguidores y a muchos detractores de que lideraría su revolución hasta la victoria. Y siempre.
El comandante de la revolución bolivariana logró, desde sus primeros mensajes públicos, animar a los venezolanos más pobres y hacerlos sentir beneficiarios de toda su atención. Las misiones sociales —programas de salud, educación y alimentación dirigidos, en su mayoría, a los sectores populares— se arraigaron como patrimonio comunitario y le hicieron merecer fama mundial. Maduro ha concentrado esfuerzos en continuar la entrega de casas gratuitas de la Gran Misión Vivienda Venezuela y en ampliar el plan Barrio Nuevo, Barrio Tricolor, que restaura edificios y casas deteriorados. También ha mantenido las ayudas económicas a los pensionados y a las madres en pobreza extrema, con menos éxito y menos flujo de caja que Chávez.
Los tres meses previos a su muerte sólo se sabía que Chávez estaba convaleciente en La Habana. Los medios reseñaron a Maduro como el vocero de la agonía. Decía sin decir, como si los órganos del cuerpo no tuvieran nombre o no fuera capaz de mencionarlos. Las maniobras para informar sin entrar en zonas de peligro desembocaban en mensajes confusos: “El presidente se encuentra con una iluminación especial en sus pensamientos, en el manejo de todos los asuntos que trabajamos a través de documentos, a través de conversaciones de la información. Como siempre meditando, esto sin apartarse de sus tratamientos”, dijo Maduro el 26 de enero regresando de Cuba. El comandante enmudecía fuera del país y Maduro, dentro, proyectaba la voz.
Entre los años 2000 y 2005 Maduro fue diputado por primera vez. Usaba traje oscuro con medias blancas. Un grupo de periodistas, inquietas por el atuendo, pidió permiso a Cilia, la novia-parlamentaria, para regalarle medias oscuras en su cumpleaños. “Maduro era un sujeto de gran talante. Nos recibió amablemente en su despacho. Después Cilia nos decía que le regaláramos más medias”, recuerda una reportera que pidió resguardar su nombre. En el Palacio Federal Legislativo, donde Maduro fue diputado principal por Distrito Federal y el primer jefe de la fracción parlamentaria del Movimiento V República, es ése el recuerdo que muchos tienen de él: conciliador, respetuoso, negociador.
—Yo los saludaba a Cilia y a él de la forma como se hace en India: juntando las manos e inclinando la cabeza. Ellos me respondían igual —recuerda Walter Márquez, exembajador en India que, al igual que la pareja, tiene devoción por Sai Baba.
Los Maduro Flores se perfilaron desde el principio como una dupla activa y cercana a Chávez. Gracias al impulso de ambos se aprobaron normas necesarias para el proyecto bolivariano que todavía no llevaba el apellido socialista. Maduro integró la comisión que analizó la Ley Habilitante a través de la cual se delegó en Chávez la facultad de legislar. Fue la aprobación de 49 leyes habilitantes en el año 2000 uno de los motivos de un goteo de protestas encabezadas por trabajadores, empresarios y la sociedad civil que desembocó en el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, cuando Chávez fue sacado del poder y regresó después de que se derrumbara, en 48 horas, el nuevo y breve gobierno.
Esos días de abril, Maduro, hasta entonces incondicional, no estuvo junto a Chávez. El fallecido diputado del mvr, Luis Tascón, lo acusó públicamente de haber huido a Cúcuta con Cilia y de volver dos días después, cuando ya la insurrección militar había fracasado. Lo que sí quedó claro es que no les dio tiempo de preparar un bolso con ropa: “Vistiendo un mono prestado y mocasines llegó el diputado Nicolás Maduro acompañado por Cilia Flores. Eran evidentes las señales de cansancio y la angustia de horas anteriores que pasaron en un pequeño barrio de Los Chorros, donde les dieron refugio hacía dos días tras haber sido perseguidos, según contaron”, escribió la periodista Valentina Lares en el diario Tal Cual el 15 de abril de 2002.
En junio de 2006, siendo presidente del Parlamento y a pocos meses de iniciar su segundo periodo como diputado, Maduro fue ascendido por Chávez a canciller. Los que coincidieron con él en el despacho de Relaciones Exteriores dicen que, con el cambio de rol, también cambió el talante.
—A Maduro jamás lo vi en seis años. Ni a las fiestas del Día del Trabajador iba. Antes, los cancilleres entraban por el lobby, como todo el mundo, pero él mandó a hacer un acceso exclusivo por el estacionamiento. Puso una garita y habilitó un ascensor directo al piso 2. Se bajaba de su camioneta y subía al despacho, para no cruzarse con nadie —asegura una mujer, empleada del Ministerio de Relaciones Exteriores cuando Maduro lo dirigió.
—Los embajadores iban a Miraflores a reunirse con Chávez y el que mandaba en la Cancillería era Carlos Erik Malpica Flores, un sobrino de Cilia. Maduro era un cero a la izquierda —dice otra empleada de la institución.
Con algunos funcionarios de más responsabilidad no había modalidad baticueva:
—Era sumamente respetuoso. Me pareció alguien que sabía escuchar, curioso de la historia menuda. Tengo compañeros con opiniones completamente distintas, pero mi caso fue así. En Cartagena de Indias tuvimos una cena informal con el canciller de Colombia, Fernando Araujo, y Maduro fue muy cauteloso, de poco hablar, observador. No llamaba la atención ni tomaba el liderazgo. Nunca abusó de las bebidas alcohólicas y no fue comelón. No sé si había comido antes —dice Giovanna De Michele, exfuncionaria de la Cancillería.
Pero en la distancia corta, Maduro subía la guardia si se sentía presionado. “Hay gente que llega a un cargo y se envanece y ve por encima del hombro”, dijo en un discurso delante de estudiantes universitarios cuando era canciller. Por debajo del hombro dicen que lo agarró una sindicalista. En el brazo, cerca del codo. Quería que le prestara atención a los insistentes reclamos salariales de los empleados de la Cancillería. “Un ministro no se toca”, respondió él, remoto, incómodo, recuerdan dos testigos de ese día. Cercanos coinciden en que el cambio de actitud fue por exigencias del guion. Le tocó ponerse un traje de talla muy holgada.
—Él y Cilia fueron al Ashram de Sai Baba, en Puttaparthi, al sureste de India. Allí Sai Baba le materializó un anillo que, extrañamente, le quedó grande, como le ha quedado grande la presidencia de Venezuela. Aunque Maduro dice ser su seguidor, su manera intolerante de actuar lo aleja de esa doctrina —asegura Walter Márquez, exembajador en India entre 1999 y 2004.
Así también lo cree Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis:
—Desde el punto de vista de la capacidad de resolver los problemas, Maduro es, en materia prima, mejor que Chávez. Su historia previa lo define como un negociador: parlamentario, ministro de Exterior. Nunca se conoció como alguien sectario, lo que Chávez sí era, pero en la acción ha terminado siéndolo aún más que su antecesor por la necesidad de mostrarse fuerte sin serlo. La necesidad de rellenar un vacío gigante lo lleva a ser lo que no es.
“Meternos allí, multiplicarnos, así como Cristo multiplicó…”, hace una pausa, “los penes”. Corrige, pero ya Cristo hizo el trabajo: “perdón, los peces y los panes”.
Maduro se da cuenta cuando se equivoca. Hace silencio. Se da cuenta cuando dice libros y libras, cuando dice que no dudó ni un milímetro de segundo, cuando pide estar alertas y alertos. “No se dice alertos, ¿verdad? Jajaja. Porque éstos están cazando cualquier cosa.”
Habla sin comas; ni punto y coma. Ni punto y seguido. Ni aparte.
Sus errores ya son un género propio, una cátedra de estudio, una obsesión en Youtube. Le gusta leer en vivo y directo los tuits en los que se burlan de él. Expone a quienes los envían con nombre y apellido. “Maduro, ¡chúpalo!”, le escribió uno. “Chúpate tú tu cambio”, le respondió él, todavía desencajado por la derrota de las parlamentarias de diciembre de 2015.Y también está la ópera prima: el pajarito. La narración, en plena campaña presidencial, en la que él reza mientras Chávez le habla y lo bendice transformado en pájaro se convirtió en el video revelación.
Pero ese estilo tiene sus adeptos.
—Era un flaco alto, todas las mujeres estaban detrás de él. Tenía buenos discursos, no se le notaba debilidad —recuerda Leonardo Corredor.
—Es jugaletón, de esa gente que se juega con los conocidos —dice Jormar Duven Maduro, un primo hermano del pueblo de Tocópero.
Y sus detractores:
—Es de esa gente que está siempre echando broma y uno se pregunta: “¿Cuándo se va a enseriar?” A veces banaliza un poco las situaciones —dice Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez y exdiputada al Parlatino por el PSUV.
—Creo que fue una lástima que no hubiera terminado su vida pública como canciller, hubiera salido menos golpeado —dice Giovanna De Michele, compañera en el despacho de Relaciones Exteriores.
En esos años como canciller, Maduro encabezó un world tour promoviendo el proyecto de exportar la revolución chavista siendo portavoz del discurso antiimperialista del jefe. Reuniones, acuerdos, firmas, almuerzos diplomáticos, room service. Despegar. Aterrizar. Despegar. Consolidar el alba, crear Unasur, llevarle una taza de azúcar a los vecinos para que Venezuela formara parte del Mercosur; provocar a los gobiernos occidentales con el acercamiento a países como Irán, Libia, Rusia y Siria. Despegar. Aterrizar.
Como presidente, a Maduro le quedó el tic del movimiento perpetuo: “Ha pasado 12% del total de su mandato en el extranjero. El país más visitado es Cuba, a donde ha ido 12 veces”, contabilizó el periodista Franz von Bergen en la web El Estímulo. ¿Un ave?, ¿un avión? Un heredero volador.
Maduro no ha vuelto al pueblo de su niñez, donde aún queda parte de su familia. La última vez que lo vieron fue en 1989, cuando viajó a buscar el cuerpo de su padre que murió el 22 de abril en un accidente de tránsito.
Google Maps calcula que el camino desde Caracas a Tocópero, en la costa del estado Falcón, toma 4 horas 17 minutos sin tráfico y 5 horas 3 minutos con. Es uno de esos caseríos que alguien puso a los lados de la Carretera Nacional y olvidó recoger antes de que anocheciera: veinte calles, veinte casas, calor, polvo, fallas diarias en el servicio de luz, licorerías, licorerías, licorerías. Hay 5,837 habitantes en todo el municipio costero que no tiene balnearios ni piña colada.
“Ahí en Falcón, ahí vive la madurera, los Maduro, tía, tíos. Una tía murió hace un año. Me quedan primos”, dijo en la campaña electoral para presidente, en marzo de 2013, una de las pocas veces que ha hablado del tema.
Aquí viven. En casas pequeñas, de colores. Como todos los demás, así vive la madurera, un clan de judíos sefardíes de Curazao que navegó el mar Caribe hasta Falcón a principios de 1800. Los hombres de apellido Maduro se asoman y saludan cuando los llaman por la ventana: tienen pelo y bigotes muy negros, y porte presidenciable.
De sangre directa con el presidente son Milagros y Jormar, hijos de Susana Maduro de Duven, única hermana de padre y madre de Nicolás Maduro García. Los primos hermanos del presidente, solteros y mayores que él, tienen una casa del lado del cementerio. Milagros invita al porche, pero prefiere que sea su hermano el que hable.
—Cuando era pequeño Nicolás hacía las travesuras típicas, pero no era tremendo. Recuerdo que vino cuando se casó un hermano mío, en 1965; después, con su primera esposa y, hace más de 20 años, a buscar el cuerpo de su papá, que nos estaba visitando y de regreso a Caracas tuvo un accidente. Ésa fue la última vez —dice Jormar que está saliendo de la ducha.
Él ha intentado comunicarse con el presidente.
—Yo fui a Barquisimeto durante la campaña electoral y le di mis números a Cilia para pedir una audiencia con Nicolás, pero nada —dice.
Y lo ha seguido buscando: en su cuenta de Twitter le pide insistentemente una cita. “Primo Nicolás Maduro, su familia de Tocópero le pide una audiencia con usted”, publica y deja el número de teléfono. Entre noviembre y diciembre de 2015 le envió más de 120 mensajes. El presidente, frecuente usuario de la red social, aún no lo había contactado.
Con los familiares políticos, los de Cilia, sí tiene el primer mandatario más trato. Uno de los sobrinos de ella, Carlos Erick Malpica Flores, ha sido designado en cargos públicos muy cerca de Maduro desde sus inicios en el poder y, ya como presidente de la república, lo eligió para dos empleos con acceso directo a la billetera de la nación: vicepresidente de Finanzas de Petróleos de Venezuela y tesorero Nacional. El clan Flores ha aportado más sobrinos: Efraín Campos Flores y Franqui Francisco Flores De Freitas fueron detenidos en noviembre de 2015 por la Drug Enforcement Administration en Haití y están acusados de intentar traficar 800 kilos de cocaína. Son juzgados mientras permanecen en una prisión de Nueva York. Maduro, que ha evitado hablar del caso, sólo hizo una solicitud directa al primer mandatario norteamericano a pocas horas de conocerse la detención: “Amarre a sus locos, presidente Obama”.
Los Maduro, en apariencia más discretos, no han intentado promocionar Tocópero como un lugar de peregrinaje. El presidente no busca en sus parientes el hilo de un relato público, no hurga en la genética de sus ademanes, no construye su propia aventura. No ha hecho lo que Chávez con Sabaneta de Barinas, la población llanera donde nació y creció, y donde se formó mimado por su abuela Rosa y con el influjo de antepasados que pelearon guerras de fin de siglo. Maduro, al tema de su procedencia, lo transita por el borde.
Nicolás Maduro carga con dos fallas de origen: la duda sobre su lugar de nacimiento y las denuncias de irregularidades en su elección presidencial. Durante el primer semestre de 2013, investigaciones privadas de genealogía forense hallaron documentos oficiales que mostraban que Teresa de Jesús Moros, madre de Maduro, había nacido en Cúcuta, Colombia, por lo que su descendencia obtenía la nacionalidad colombiana de manera automática. La información pudo haberlo inhabilitado para ser candidato presidencial porque la Constitución Bolivariana de Venezuela prohíbe al jefe de Estado tener doble nacionalidad.
La suspicacia creció porque la partida de nacimiento venezolana de Maduro jamás fue mostrada antes de convertirse en presidente en abril de 2013. Seis meses después de la victoria, Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral, enseñó en televisión durante 4 segundos una copia del libro de actas de nacimiento donde estaba la del jefe de Estado.
Así como persisten las sospechas sobre su nacionalidad, las hay sobre las elecciones en las que ganó como presidente con 1.49% de ventaja (50.61 a 49.12 por ciento). Henrique Capriles, su contendor, desconoció los resultados el mismo día de los sufragios y poco después los impugnó, pero el Tribunal Supremo de Justicia no admitió el caso por falta de pruebas. “Maduro no tendrá legitimidad nunca”, sentenció Capriles.
Tampoco se sabe, oficialmente, dónde vive el primer mandatario. La Casona, residencia oficial, es un patio desolado y los militares que la custodian miran aburridos los carros pasar. Por algunas actividades que hacen Nicolás y Cilia en pareja, es seguro que al menos un jardín debe haber en el hogar presidencial: “Cilia y yo tenemos 60 gallinas ponedoras. Todo lo que nos comemos en ñema [yema] es producido por nosotros”, dijo el 29 de octubre de 2015 desde la ciudad de Barquisimeto. Aunque no se sabe dónde, sí se sabe cómo duerme.
—¿Qué le quita el sueño?, ¿qué le preocupa a usted en las noches?, —le preguntó el 7 de marzo de 2014, en el hervor de La Salida, Christiane Amanpour, periodista de CNN.
—Duermo tranquilo toda la noche. Duermo feliz, duermo como un niño, respondió Maduro.
Lo primero que hizo fue saludar al adversario. Así lo exige el protocolo y así lo hizo: “Buenas tardes, ciudadano diputado Henry Ramos Allup, presidente de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela”, comenzó Maduro la lectura de la Memoria y Cuenta de 2015, la tarde del viernes 15 de enero de 2016. Por primera vez a un jefe de Estado chavista le tocaba rendir cuentas ante un Parlamento opositor.
—Haber ido a presentar, siendo minoría, la Memoria y Cuenta, fue un quiebre en su gestión, porque significó un reconocimiento del adversario. Si él lograra salirse de ese autoacorralamiento al que entró por su propia voluntad, podría hacer un suave aterrizaje y formar un gobierno de coalición para enfrentar la crisis. Sería lo más práctico si no tuviera el peso de sus espectros ideológicos y, sobre todo, el miedo de no saber qué puede pasar con su entorno cuando pierda la inmunidad —dice el politólogo Carlos Raúl Hernández.
Maduro habló en el hemiciclo un poco más de tres horas. Tumbó de un manotazo la copa de agua y mencionó 19 veces a Hugo Chávez, a diferencia de la del año anterior, cuando fueron 33.
—Chávez va a ser la sombra de Maduro durante mucho tiempo, pero creo que el día que fue a la Asamblea estuvo muy bien, comenzó a sentirse más su verdadera personalidad. Y los nuevos ministros que puso en enero también tienen su impronta, algunos son amigos de él de toda la vida —dice Nieves Banchs.
—Maduro es una prolongación muy limitada de Chávez. Hasta Lula le recomendó hacer su propio perfil, sus propios cambios. Maduro desarrolla el mismo proyecto populista e irresponsable de Chávez sin la astucia ni la plata —dice Carlos Raúl Hernández.
Sin la plata, sobre todo. Lo reconoció en su intervención el día de la Memoria y Cuenta el diputado adeco Ramos Allup: “Presidente, usted no es el culpable de esto, porque usted heredó una situación terrible”. Un desfalco cambiario reconocido por el Banco Central de Venezuela de más de 20,000 millones de dólares preferenciales entregados a empresas de maletín que decían importar, sobre todo, alimentos y medicinas, reveló el calado de la corrupción en tiempos de Chávez. Además, el gobierno chavista expropió en la última década empresas que incumplen año a año las metas de producción. Ni se importan suficientes productos, ni se elaboran suficientes productos. El resultado es que en el último trimestre de 2015 la escasez general fue 87% y la inflación de alimentos y bebidas llegó a 315 por ciento.
Maduro se ha aferrado al argumento de que es imprescindible mantener el sistema de controles estatales porque la burguesía venezolana y el imperio norteamericano se han complotado en una “guerra económica” con la finalidad de derrocarlo. Mientras tanto, la expresión más cruda de las fallas del modelo económico socialista se agrava: las colas, tensas y desmoralizadoras para comprar comida y productos regulados, son la fotografía del país. “El sector demagógico dice que las colas son culpa de Maduro. Yo espero propuestas a las colas que está haciendo nuestro pueblo. Asumo mi culpa porque soy libre”, dijo el presidente en enero de 2016. Cada vez con más frecuencia Maduro asume públicamente las fallas de su gestión y, con el mismo énfasis, continúa haciendo las mismas cosas en las que reconoce haber fallado. Persiste la sospecha de que no está gobernando, sino haciendo una suplencia.
La tarde de la Memoria y Cuenta, Maduro escuchó atento la intervención de Ramos Allup, y varias veces pidió silencio a los parlamentarios del PSUV que intentaron interrumpir al opositor.A pesar de la tensión entre el Ejecutivo y el Parlamento, el contrapeso le sentaba bien.
—Es mejor comunicador hoy de lo que era cuando fue elegido. Es ahorita el único líder, por mucho que se haya debilitado. Se ha subestimado su capacidad de control dentro del gobierno y se piensa que no tiene influencia en el partido, y eso no es verdad. No quiere decir que no esté cometiendo errores críticos: mientras más se demore en tomar las decisiones económicas de fondo, los costos serán mayores —dice Luis Vicente León, de Datanálisis.
A Maduro podría quedarle poco tiempo: la mayoría absoluta obtenida por la MUD en las parlamentarias es la válvula constitucional para una enmienda de la carta magna que reduzca el mandato de Maduro y acerque las presidenciales pautadas para 2019; también para blindar legalmente un referéndum revocatorio y para convocar manifestaciones de calle exigiendo la renuncia del presidente. El 8 de marzo la MUD anunció estas opciones en la presentación de la Hoja de Ruta 2016. Todos son escenarios que pueden desembocar en un cambio de gobierno en 2017 y en el declive prematuro del legado revolucionario.
“El hijo de Chávez”, se considera él; “un gran servidor público”, lo consideraba Chávez; “presidente obrero”, le dicen sus seguidores; “un error histórico”, lo llama Henrique Capriles; “el bobo feroz”, lo apodan en las redes sociales; “un hombre muy bien intencionado”, lo definió Luiz Inácio Lula Da Silva en febrero de 2014. Aún es difícil interpretar la naturaleza de Maduro y, a pesar de que tiene tres años en el cargo, todavía da señas de no calzar sus propios zapatos. Unos días antes de las parlamentarias de 2015 estaba montado en el capot de un vehículo rojo durante la inauguración de una autopista y se animó a cantar unos versos que le salieron tan mal entonados que él mismo se rio y prefirió despedirse. “¡Que viva la patria, que viva Chávez, que viva el pueblo, que viva Bolívar! Le doy el pase a la periodista”, dijo. De pronto, como quien se da cuenta de que se ha olvidado de algo, se acercó otra vez el micrófono y gritó: “¡Y que viva Maduro también!”
Activista de izquierda desde la adolescencia, Nicolás Maduro fue constituyente, diputado, canciller y vicepresidente de Venezuela. En las manos de Maduro fue depositada la herencia de la revolución bolivariana que Chávez comandó durante 15 años.
Nicolás Maduro está en el mausoleo de Hugo Chávez. Ha ido a visitarlo y le lleva una derrota. Es la noche del 8 de diciembre de 2015. Dos días atrás se celebraron las elecciones parlamentarias que renovaron todos los escaños de la Asamblea Nacional (como se llama al Congreso en Venezuela), y hace frío en el Cuartel de la Montaña, al oeste de Caracas. Desde allí transmiten En Contacto con Maduro, un programa semanal de radio y televisión en el que el jefe de Estado venezolano hace anuncios, lee tuits, publica los suyos, celebra los retuits que le hacen, recibe invitados y grupos musicales. Un magacín político de amplio target. El tema de hoy es la administración de un descalabro.
Tres años antes, el 8 de diciembre de 2012, también de noche y también por televisión, a unas cuadras de allí, en el Palacio de Miraflores, el entonces presidente Hugo Chávez —enfermo, agotado— le encomendó a Maduro una victoria. Ese día, después de 14 años de gobierno, Chávez dejó el juego en manos del sucesor que él mismo había elegido, rogó a sus seguidores que le transfirieran su apoyo y se fue a Cuba para operarse del cáncer que padecía desde 2011. Maduro cumplió la primera de las encomiendas: Chávez murió el 5 de marzo de 2013 y él venció, un mes y medio después, en las elecciones presidenciales, ganándole a su principal contrincante, Henrique Capriles, por una diferencia exigua de votos.
Pero en las elecciones del 6 de diciembre de 2015, después de casi dos décadas de revolución bolivariana, Maduro perdió el control del Parlamento con una victoria implacable de la oposición: de 167 curules, 112 fueron para la coalición Mesa de Unidad Democrática (MUD) y 55 para el Polo Patriótico, agrupación de partidos chavistas. Por primera vez en 17 años la oposición es mayoría absoluta y es, también, la primera vez que se habla de la posibilidad de que el gobierno madurista llegue a su fin de manera constitucional. Maduro, vestido con una camisa azul de corte militar idéntica a las que le confeccionaban a Chávez, está en el mausoleo, sentado en un escritorio a unos metros de la tumba de su predecesor. Hace un programa de 5 horas, igual a todos los anteriores, para un país que dio señales de haber cambiado por completo en las elecciones de hace sólo dos días.
A pesar de la expectativa que hay sobre lo que va a decir, apenas deja claras algunas cosas. Su manera de perder: “Yo quería construir 500 mil viviendas el próximo año, ahorita lo estoy dudando. Pero no porque no pueda construir, yo puedo construirlas, pero pedí tu apoyo y no me lo diste”. Lo versátil de su identidad: “Mientras este hombre esté aquí llamado Nicolás Maduro, iba a decir Hugo Chávez. Jajaja. Soy Hugo Chávez vale, sí, sí”. Sus preferencias reposteras: “¿A ustedes les gusta el sánduche de cambur con leche condensada? Levanten la mano los que han comido cambur con leche condensada. Eso sabe a gloria”. Y, finalmente, un título: “Ganaron los malos”.
La transmisión termina de madrugada con el video en el que Chávez anunció al país que, en caso de que él no pudiera seguir al frente del socialismo del siglo XXI, Maduro sería el encargado de hacerlo. Es el video que recuerda cómo fue que todo esto comenzó.
Un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza.
"Yo quiero decir algo, quiero decir algo, aunque suene duro, pero yo quiero y debo decirlo, debo decirlo", dijo Hugo Chávez. Y luego lo dijo y esa noche de un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza. Ahí estaban, en el Despacho Uno del Palacio de Miraflores, sede del Ejecutivo venezolano: Chávez acababa de ganar por cuarta vez la jefatura del Estado; a su derecha, Diosdado Cabello, militar y presidente de la Asamblea Nacional; a la izquierda, Maduro, civil y vicepresidente de la República. Los tres sabían para qué habían ido. Pero antes, un poco de John Travolta y de Olivia Newton-John.
"Sábado 8 de diciembre. Nueve y media de la noche. Un poquito más. Nueve y treinta y tres, y treinta y cuatro, Buenas noches a toda Venezuela, buenas noches al pueblo venezolano. ¿Te acuerdas de aquella película, Diosdado? Saturdei fiber... ¿cómo es?", preguntó chávez.
Fiber y radioterapia, inflamación, “seguramente producto del esfuerzo de la campaña”, células malignas, otro procedimiento quirúrgico, “es necesario, es absolutamente necesario”. Chávez, que ha sido operado tres veces desde 2011, se está muriendo. Esa noche va a anunciar que se va, que regresa a un quirófano de La Habana. Sabe que volvió el cáncer, peor que antes, como vuelve siempre el cáncer. Es el día de la despedida y va a revelar el nombre del elegido. Pero antes, un poco más de disco music.
“John Travolta. ¿Ése es el nombre de él? ¿Del actor? Y Olivia Newton John, ¿te acuerdas? Bueno, entonces no es mi estilo una cadena nacional un sábado por la noche.”
Entonces lo dice: “Si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el periodo, sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”.
Maduro abre las fosas nasales, mira a Chávez, mira al infinito. El rostro le cuelga como una sábana remachada por el bigote. Usa una camisa clara y un saco gris oscuro que, por la postura rendida de los hombros, parece de plomo. No hace ningún gesto, no agradece el nombramiento.
El lunes 10 de diciembre Chávez voló a La Habana. Setenta y dos días después, a las 2:30 de la madrugada del 18 de febrero de 2013, regresó a Caracas. Nelson Bocaranda Sardi, el periodista que reveló en 2011 la enfermedad de Chávez antes que la vocería oficial, asegura en el libro Nelson Bocaranda. El poder de los secretos (Planeta, 2015) que Chávez no quiso fallecer en Cuba para no perjudicar la percepción del sistema de salud de la isla, orgullo de los Castro.
La versión oficial es que el martes 5 de marzo de 2013, a las 4:25 con 5 segundos de la tarde, Hugo Rafael Chávez Frías murió de un infarto pulmonar. Tenía 58 años y un sarcoma metastásico. “Alrededor de las 11 de la mañana habían desconectado a Chávez, ¡pero lo volvieron a conectar minutos más tarde porque Maduro apareció con la angustia de que algo muy malo e inminente podía suceder! La situación se tornó muy confusa. Por unas horas todo el mundo perdió los papeles. Finalmente, a media tarde reinó la sensatez y pasó lo que pasó”, escribió Bocaranda en su libro. Acompañado de funcionarios del alto gobierno y jefes militares, Maduro dio la noticia de la muerte de Chávez a través de una cadena de radio y televisión. Con aplomo pidió aplomo; con respeto pidió respeto; con calma pidió calma. “Asumimos su herencia, sus retos, su proyecto”, dijo sin soltar las manos de un podio de madera. “Cuando me paré allá en el Hospital Militar a decirles a ustedes esa noticia, no me salía por acá la voz, no me salía de aquí, parecía una pesadilla”, recordó en un acto de campaña.
Pero la pesadilla se convirtió en presidencia. Él, que había pasado la mitad de su carrera en el chavismo fuera del país como ministro de Relaciones Exteriores, que no se fogueó dentro del partido, que no gobernó ninguna región, aceptó tomar el relevo y se convirtió el 14 de abril de 2013 en el 51° Presidente de la República Bolivariana de Venezuela para el período 2013-2019.
Maduro nació el 23 de noviembre de 1962, a las 9:03 de la noche, en un lugar que ya no existe. La Policlínica Caracas, el centro médico privado que se menciona en su partida de nacimiento, fue demolida en 1965. Maduro llegó antes del desplome. En cambio, a la Jefatura Civil de la parroquia Candelaria donde se convirtió en ciudadano lo llevaron sus padres con demora: tenía dos años y cuatro días. El acta de nacimiento dice que lo hicieron el viernes 27 de noviembre de 1964. El domingo siguiente lo bautizaron junto con su hermana María Adelaida, de 3 años y 4 meses.
De ese fin de semana, Maduro tiene apuntes borrosos. Se le extraviaron unos meses y unos sacerdotes: “Yo nací en Caracas en un lugar llamado Los Chaguaramos, Valle Abajo. Allí, en la iglesia San Pedro, muy conocida, me bautizó el padre Luoro, italiano, que después trabajó con Pablo VI. A un año de edad, un poquito menos me bautizaron”, dijo en Roma el 17 de junio de 2013, delante de varios integrantes de movimientos sociales italianos. En la partida de bautismo —hecha pública en una investigación privada conocida como el Informe Orta— no se menciona al padre Luoro, sino al padre Angelo Mazzari, y el niño no tenía “un año de edad, un poquito menos”, sino dos, un poquito más.
Católico y formado en la primaria por las monjas españolas del Colegio San Pedro de Caracas, vivía en un hogar donde se escuchaba Radio Habana Cuba a través de un aparato de onda corta heredado del abuelo paterno. “Vengo de una familia progresista, de izquierda, como eran mi padre y mi madre.”
Su padre, Jesús Nicolás Maduro García, economista, de Falcón, Venezuela, se casó el 1 de septiembre de 1956 en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima de Bogotá con Teresa de Jesús Moros Acevedo, encargada del cuidado del hogar, de Cúcuta, Colombia, según las partidas de nacimiento de los hijos, y de Táchira, Venezuela, según manifestó el propio Nicolás en su partida de defunción. El matrimonio tuvo cuatro hijos: María Teresa de Jesús (21 diciembre 1956), médico; Josefina (30 de enero de 1960), odontóloga; María Adelaida (20 de julio de 1961), administradora y Nicolás (23 de noviembre de 1962), sin estudios superiores y presidente de una república.
La familia tenía un apartamento en el edificio San Pedro de Los Chaguaramos y el padre era dueño de un Ford Fairlane, el carro de moda. Un choque en el parafango izquierdo, que jamás repararon, era su seña.
—A la mamá, bajita, la recuerdo muy humilde; y al papá alto, simpático y conversador. Las hermanas eran de muy poco hablar. No se me olvida un perrito fastidiosísimo que hacía mucho ruido. Cuando lo íbamos a visitar le pegábamos un grito desde la calle y él bajaba —recuerda David Nieves Banchs, excónsul de Venezuela en las Islas Canarias, miembro de la dirección nacional ampliada del PSUV, guerrillero en los años 70 y preso por el secuestro en 1976 del estadounidense William Frank Niehous, presidente de la Owens Illinois en Venezuela, al que la izquierda acusaba de ser agente de la cia.
Cuando Maduro tenía 6 años, en 1968, sus padres participaron en la fundación del Movimiento Electoral del Pueblo. El MEP promovía las premisas de erradicar la explotación oligárquica e imperial y promover la propiedad social sobre el petróleo y las industrias básicas. Oligárquica, imperial, propiedad social. De eso se hablaba en el hogar Maduro Moros, de eso hablaba Hugo Chávez, de eso sigue hablando Nicolás.
Sin mayor interés por la formación académica, Maduro dedicó su juventud a otras materias: militó en la agrupación de izquierda radical Ruptura y luego se adhirió a La Liga Socialista (“una pequeña organización de izquierda que aglutinaba a luchadores sociales del campo estudiantil, sindical, de barrio, campesino”); descubrió la salsa brava (“yo bailo salsa, bailo reggeaton, bailo de todo”); tocó guitarra, bajo y batería en una banda de rock (“creo que Escaleras al cielo es la canción más completa de todo el rock”); era disciplinado televidente (“los martes pasaban Starsky y Hutch; los miércoles, Kojak; los jueves, Columbo”); estudiaba en el liceo y hacía trabajos ocasionales. A su primer oficio, vendiendo en la urbanización El Valle helados de colores al mayor, llegó de la misma forma que a la presidencia de la República: cubriendo una falta temporal.
—Una persona que trabajaba conmigo tuvo un problema y él con su Fairlane lo cubrió unos días. Manejaba muy bien. Vendíamos por los barrios y ahí había que tener cierta destreza, ir ligero en calles angostas —dice Leonardo Corredor, apodado “Pancho”, hijo del dueño de la heladería Siglo XXI, copiloto de la travesía y líder en su juventud del grupo de educación media de La Liga Socialista.
Aunque vecino de Los Chaguaramos, Maduro era un asiduo de El Valle, una zona de clase media en la entrada principal de Caracas. En agosto de 2013 dijo que el trabajo, de apenas dos días a la semana, le rendía para sus gastos musicales, pese a que en 1979 la inflación llegó por primera vez en la historia a 20.4%, todavía muy modesta comparada con la de 180.9% que se registró en su gobierno en 2015: “Por allá por los años 79, 80, 81, 82, no tenían gente que vendiera helados al mayor. La gente que venía a comprarles para vender al mayor especulaba, entonces Pancho y yo comenzamos a hacer una ruta y nos ganábamos 500 bolos yo y 500 bolos él. Era bastante. En esa época ensayábamos rock y salsa, entonces yo con eso que ganaba compré la batería, las guitarras, los bajos, los distorsionadores de guitarra, las tumbadoras. Bueno, y ayudábamos a mucha gente, pues”.
La heladería en la que trabajó Maduro todavía funciona en una casa sin letrero. Hortensia Corredor, hermana de Leonardo, despacha a través de una puerta siempre abierta. El nombre de Maduro la entusiasma.
—El primer sueldo prácticamente se lo ganó aquí —dice.
Ahí, con los once hermanos Corredor, también conoció las tareas de La Liga Socialista que concertaban la participación en el sistema formal de partidos con la guerrilla urbana, convocando a co-lectivos obreros, universitarios y liceístas en una época en la que los gobiernos de Acción Democrática y Copei —los dos partidos que polarizaban el voto y se turnaron el mando entre 1973 y 1988— enfrentaban los fantasmas de las conspiraciones civiles y militares, a pesar de que los partidos de izquierda habían sido legalizados y muchos de sus miembros dejaban las armas para incorporarse en el juego político.
—Aunque mi papá era de Acción Democrática, nos permitía reunirnos aquí. Siempre decía: ‘Tuve este montón de hijos para dárselos al comunismo’ —rememora Hortensia Corredor.
—A Maduro lo conocí a finales de los setenta porque pertenecía a los grupos de la ultra izquierda y yo a un grupo de izquierda moderada, que era el Movimiento Al Socialismo. Él hacía un activismo febril como militante raso de La Liga Socialista. Organizaban actividades de promoción por la gente detenida, que en ese momento era bastante. Maduro no tenía un liderazgo notable en esa época —dice Carlos Raúl Hernández, doctor en Sociología y maestro en Ciencias Políticas.
Estudiantes en protesta, como él; inconformes, como él; inspirados, como él; tira piedras, como alguna vez él: en febrero de 2014, a poco de cumplir un año como presidente, Maduro enfrentó un reto político que dejó expuesto el temperamento de su mandato ante lo que consideraba las amenazas del Movimiento Estudiantil. Se enfrentó a lo que él mismo fue y, sobre todo, a lo que dejó de ser.
Comenzó con un tiro en la cabeza del estudiante Bassil Alejandro Da Costa, el primer asesinado durante La Salida, como se llamaron las manifestaciones en contra del gobierno promovidas especialmente por el partido Voluntad Popular, liderado por Leopoldo López. El 12 de febrero de 2014, Día de la Juventud en Venezuela, fue convocada una marcha hasta la Fiscalía General de la República. “Tenemos que entender que no será fácil. La Constitución nos propone varios caminos: la renuncia, la enmienda, el revocatorio y la constituyente”, dijo López cuando invitó a participar y argumentó que “hacer colas de siete horas por un pollo”, la falta de medicinas y la inseguridad eran motivos para salir a la calle a protestar. La convocatoria cobró vida y, más tarde, la represión cobró muertes.
Desde ese momento y en varios estados del país se sucedieron marchas, barricadas, campamentos espontáneos en plazas y avenidas, guayas atravesadas en las calles para cortar el paso, lacrimógenas, basura quemada: fueron dos meses de rutinas desfiguradas. “Candelita que se prenda, candelita que se apaga”, exigió Maduro a las agrupaciones de base chavistas. La orden se cumplió. Entre febrero y mayo fallecieron 42 personas y fueron detenidas 3,127. Casi todos los muertos y detenidos eran jóvenes, casi todos los victimarios pertenecían a las fuerzas de seguridad del Estado. Dos años después, la mayoría de los casos de asesinato no han sido resueltos según datos de la organización no gubernamental Foro Penal.
Leopoldo López fue condenado a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de cárcel acusado de asociación para delinquir, instigación pública y delitos de incendio. López es considerado por la oposición el preso político de Maduro, por lo que ha promovido una Ley de Amnistía que el jefe de Estado ha dicho que se negará a firmar.
Las imágenes que guarda Nieves Banchs de las circunstancias en las que Maduro intentaba una revuelta urbana en los 70, también tienen voltaje:
—Era una época de riesgos. Por hacer una pinta en una pared te podían caer a tiros. Nos detenían por ratos en celdas malolientes. Pero la militancia en esas condiciones elevaba los afectos y en La Liga educábamos para que la camaradería surgida de allí fuera un símbolo.
Compañeros consultados dicen que a Maduro lo incorporaron a La Liga Socialista cuando estudiaba bachillerato en el Liceo de Ensayo Luis Manuel Urbaneja Achelpohl. Una exalumna —que pide no ser identificada— dice que desde entonces ya mostraba interés por el alboroto. “Se manejan dos fechas de su salida del liceo: una al finalizar primer año y otra al finalizar segundo. Lo que está claro es que fue expulsado por el bajo rendimiento académico y la incitación a suspender las actividades por cualquier causa. Lo llamaban Pajarote, por lo grande.” Otra compañera, que también pide no revelar su nombre, rememora distintos modales: “Defendió a un amigo de mi hermano en un incidente en una parada de autobús. Como era grande y alto espantaba a los bravucones”.
“Yo recuerdo cuando tenía 14, 15 años, me sentía muy identificado con la canción Indestructible de Ray Barreto. Ahora me siento muy identificado también”, dijo Maduro en noviembre de 2015 durante la campaña de las parlamentarias en la que su partido fue derrotado. “Unidos venceremos, yo sé que llegaremos / Con sangre nueva, indestructible / Yo traigo la fuerza de mil camiones / A mí me llaman el invencible”, dice la canción del percusionista puertorriqueño de jazz latino Ray Barreto.
Indestructible. Así se siente Maduro.
Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza.
Es tan grande que cuesta enfocarlo.
Suele ser el más alto del grupo pero inclina la cabeza con ese gesto de la gente grande que necesita descender a la talla de los demás. Avanza lento, es lento; nada de su volumen intimida, como un Big Hero 6 con bigote. En la pantalla se ve tan cansado como maquillado para disimularlo. Reconoció el agobio en uno de sus programas semanales: “Soy el presidente y tengo que atender no sé cuántos asuntos internacionales, nacionales, mil cosas; es una gran responsabilidad, más de lo que uno pudiera imaginarse”. Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza. Así llegó a Miraflores, a los 51 años, y así llegó también a Cuba, a los 24.
—A mediados de los años ochenta, el Partido Comunista de Venezuela le otorgó a la Liga Socialista dos cupos para la formación de jóvenes en Cuba. Había que irse sin sueldo, para estudiar. Yo era el responsable nacional del grupo de educación media y me correspondía ir, pero a los 17 años ya tenía hijos y estaba enredado, no pude. Entonces mandaron a Nicolás —recuerda Leonardo Corredor.
Las clases eran en La Habana, entre 1986 y 1987, en la Escuela Nacional de Cuadros Julio Antonio Mella. “Fue una gran escuela y no sólo por la formación política, sino por la escuela diaria de la calle: conocer qué es en verdad el pueblo cubano, y descubrir que tenemos los mismos valores”, dijo Maduro mientras era canciller, en 2009, para un libro conmemorativo del 50 aniversario de la Revolución cubana.
—Se notó el avance en su aprendizaje cuando regresó de La Habana, me comentaron en ese momento sus compañeros —dice Leonardo Corredor.
Maduro le dijo al periodista venezolano Roger Santodomingo, en el libro De Verde a Maduro (Debate, 2013), que al regresar decidió irse de la casa familiar y alquilar un apartamento en Caricuao, una urbanización al suroeste de la capital, con montañas, raperos y un zoológico. “Intuía que sus actividades, tarde o temprano, pondrían en riesgo a su familia”, escribe Santodomingo.
Esos días Maduro también se dedicó a la militancia sentimental. Las primeras visitas que hizo al entonces Congreso Nacional fueron por amor. David Nieves Banchs era el único diputado de La Liga Socialista y Adriana Guerra, novia de Maduro, era su secretaria.
—Él entraba al Congreso para ver a Adriana, a la que conoció en la casa del partido. Ella todavía trabaja en la Asamblea, en una de las comisiones legislativas.
Nicolás y Adriana se casaron el 11 de junio de 1988 en la capilla de la Universidad Central de Venezuela. Se mudaron al edificio Fetratransporte en la calle 14 de El Valle, según relatan amigos de esos años. El 21 de junio de 1990 nació Nicolás Ernesto, el único hijo del presidente y de la pareja, que se separó poco después. En el archivo del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales se verifica que Guerra aún trabaja en la Asamblea Nacional, donde Maduro fue constituyente, diputado, presidente del Parlamento y luego marido de Cilia, también presidenta del Parlamento. Él no menciona a su primera esposa y la imagen de ella siempre ha estado fuera del encuadre de la foto de familia.
Dice Nieves Banchs que fue en una de las tertulias en la casa del partido que Maduro habló de su interés por una de las cualidades que más se han usado para conectarlo con el electorado chavista: su ascendencia sindical. “Si vas a hacer trabajo obrero, lo primero que tienes que ser es convertirte en obrero”, le dijo. Tenía 29 años y debía buscar un empleo remunerado para cumplir con el anhelo de oponerse a su empleador. El metro de Caracas, para la época una de las instituciones públicas más eficientes y mejor mantenidas del país, estaba abriendo cursos de operador de Transporte Superficial para conducir metrobuses, los autobuses que ofrecían un servicio integrado al subterráneo. Después de pasar las pruebas, Maduro entró como conductor en el año 1991.
De sus destrezas al manejar no tiene buena evaluación Ricardo Sansone, exgerente del metro de Caracas:
—El primer contacto que hice con él fue cuando un señor llegó molesto a la compañía porque un metrobús le había roto el retrovisor. Había sido Nicolás, que no le dio mucha importancia y tampoco lo reportó como obliga el reglamento. Él manejó muy poco.
Prefería, dice Sansone, la química sindical. Para las reuniones pedía prestado a la empresa un salón subterráneo en la estación de metro de La Paz:
—Yo no le daba permiso, pero después descubrí que un amigo mío sí. Nicolás montó un sindicato paralelo para agrupar sólo a los empleados de transporte superficial. Eso no prosperó, porque el gremio que ya existía no vio a la nueva asociación con buenos ojos. Nicolás se replegó y comenzó a faltar al trabajo y a meter reposos. Siempre fue un poco rebelde, de mucho observar, de poco hablar. Siempre a la sombra.
Y, una mañana, la luz. “Entonces apareció el sol de América, el sol del siglo XXI, aquel 4 de febrero de 1992 fue el día en que nuestro corazón revoloteó de revolución”, dijo Maduro desde Roma, a dos meses de haber sido electo presidente.
El comienzo de la década de los noventa fue para Maduro el final de la búsqueda: conoció a Hugo Chávez y a Cilia Flores. Todavía se recogían en el país los vidrios rotos de “El Caracazo”, una convulsión social espoleada por el anuncio del aumento de la gasolina, el alza del pasaje del transporte público y un programa de ajuste estructural de la economía propuesto por Carlos Andrés Pérez, elegido presidente en diciembre de 1988. Los disturbios se alargaron del 27 de febrero al 1 de marzo de 1989 y todavía no hay consenso alrededor de una cifra oficial que cuantifique los despojos y los cadáveres de esos días de noches tenebrosas que han durado más de 25 años.
“Los solos avisos de devaluación, liberación de intereses, ajustes en servicios y levantamiento de controles de precios bastaron para desatar los temores por un aumento violento en el costo de la vida, además de agudizar la crisis de desabastecimiento que ya llevaba ocho meses. Lo que se avecinaba se presentía catastrófico, y las ofertas para contrarrestar esa catástrofe lucían exiguas”, reseñó la periodista Mirta Rivero en el libro La rebelión de los náufragos (Alfa, 2010).
Para Maduro, “el paquetazo” de Pérez, como pasó a la historia el programa económico, “fue una entrega al poder imperialista ejercido a través del Fondo Monetario Internacional y una traición a la patria”. La tarde del miércoles 17 de enero de 2016, después de 18 años con el precio congelado, Maduro tomó la decisión económica más drástica de su mandato: aumentó la gasolina venezolana, igual que hizo Pérez. El litro de 91 octanos subió de 0.07 bolívares a 1 bolívar y el de 95 de 0.09 a 6 bolívares. Llenar el tanque de un carro pequeño pasó de costar 4 bolívares a 180: una empanada de queso vale 150 bolívares.
Ahora Maduro no parece dispuesto a aplicar un ajuste en profundidad que pueda ser asociado con “el paquetazo” y que tenga un costo político impagable. Pero la incertidumbre y el descontento, así como las cifras económicas del socialismo bolivariano de 2016, son equiparables a las del capitalismo a secas de 1989. El propio Maduro, en la presentación de la Memoria y Cuenta, admitió que la situación era “catastrófica”: 180.9% de inflación en 2015 —la más alta desde 1950— y el precio del petróleo —fundamental para la economía— cayendo en picada y rondando los 24 dólares el barril, cuando nada más producirlo cuesta 20. La pobreza, que Chávez logró bajar a 20%, aumentó a 73%, según estudios privados, porque los públicos no se conocen desde 2013. Se suma a esto la excentricidad de un esquema cambiario con varios tipos de precio para el dólar, divisa controlada por el gobierno desde 2003. La más reciente devaluación del bolívar la hizo Maduro minutos después de aumentar la gasolina: el dólar preferencial (para alimentos y medicinas) pasó de 6.30 bolívares a 10 bolívares. El dólar negro —que sirve de referencia para decidir el valor de todo lo que no está regulado por el Estado— se vende en la calle a 900 bolívares. Chávez vivió la fiesta del petróleo a 100 dólares el barril y Maduro llegó cuando ya se había acabado hasta el hielo.
El descontento por “el paquetazo” no sólo perforó en su momento la legitimidad de Pérez, sino que alimentó los bríos de militares de rango medio agrupados en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 que al amanecer del 4 de febrero de 1992 despertaron a los venezolanos con un fallido y sangriento golpe de Estado. Uno de los líderes de la intentona fue el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Acusado de rebelión, estuvo preso dos años y fue indultado por el presidente Rafael Caldera, en 1994. En las visitas a la penitenciaría, convertida en un despacho de amigos, familiares y admiradores de los golpistas, se conocieron Cilia y Nicolás. Ella, abogada del equipo defensor de los militares; él, militante de izquierda con mucho tiempo libre.
“Cilia era abogada del comandante Chávez y me comenzó a picar el ojo”, reveló Maduro cuando celebraron su primer año de matrimonio, el 15 de julio de 2014. Aunque llevaban juntos más de 10, decidieron casarse sólo después de convertirse en la pareja presidencial. También contó que, entrecasa, les gusta llamarse “Cilita” y “Niquito”.
El día en que Hugo Chávez salió de la cárcel, Nicolás Maduro estaba en la puerta. Fue el sábado 26 de marzo de 1994 y empezaba la Semana Santa. Un video de una concentración con los seguidores que ya tenía Chávez en ese momento muestra a Maduro caminando con él, zancada a zancada, apartándole la gente con braceadas suaves. Es el tipo que está al lado y que sabe estar al lado. Un guardaespaldas devoto. Chávez sonríe, levanta los puños; Maduro va concentrado en no perder el paso, en no perder a Chávez. “Estábamos ahí nosotros, un montón de chamos sin chamba, y nos fuimos con él por todo el país a construir una fuerza”, recordó Maduro.
Esa construcción fue casa a casa, poblado a poblado. Exmilitares y militantes de izquierda se adherían al proyecto bolivariano de Chávez que se transformó en el Movimiento V República para participar en las elecciones presidenciales de 1998, contienda que el teniente coronel ganó con 56.2% frente a 39.97% de Henrique Salas Römer, líder de Proyecto Venezuela.
“Yo me acuerdo clarito que el 18 de octubre de 1997 fuimos a entregar las firmas para legalizar el Movimiento V República con el comandante Chávez (...) Esta corbata era mi corbata de metrobús; esta camisa era una camisa que me ponía yo normal con un blue jean; y este paltó me lo prestaron. Yo era de la Dirección Nacional del recién creado Movimiento V República, ¿yo tenía aquí cuánto? Yo nací en el 62: 72, 82, 92, 97, 35 años, no había cumplido 35, 34 años. Y bueno, me puse mi pinta, pues”, recordó Maduro viendo una fotografía de ese momento durante una de las emisiones de su programa de televisión.
En 1994, Maduro perdió a su madre; en 1989, había muerto el padre. Huérfano, adoptó a Hugo Chávez.
—No me sorprendió que Chávez se decidiera por Nicolás, viendo el contexto. Lamentablemente liderazgos como el suyo no admitían el auge de otros dirigentes. Nicolás viajó mucho con el presidente, estuvo mucho tiempo con él. ¿A quién más iba a poner? —se pregunta Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez, abiertamente distanciada del gobierno de Maduro porque sus críticas a la corrupción de funcionarios públicos no fueron bien recibidas.
—Sí me sorprendió muchísimo que lo nombrara su sucesor porque Nicolás tenía más de seis años en el servicio exterior, conocía más las cancillerías extranjeras que el territorio nacional; era muy dado para la ejecución de políticas y no para la toma de decisiones —dice Giovanna De Michele, miembro de la Comisión Presidencial Negociadora con Colombia para la delimitación de áreas marinas y submarinas durante el ejercicio de Maduro como canciller, entre los años 2006 y 2012.
—¡Qué va! Él estaba en el metro de Caracas. No me imaginaba que iba a ser presidente —dice Jormar Duven, un primo hermano que vive en Tocópero, el pueblo del padre de Maduro, en el estado Falcón.
—Era el más adecuado —asegura Hortensia Corredor, en su heladería.
—Nunca vi a más nadie con posibilidad de ser el sucesor que no fuera Nicolás. Sin desprecio por los demás, él era el político entre los que rodeaban a Chávez. Y eso que yo, que lo conozco desde carajito, puedo decir que jamás le conocí ningún tipo de ambición de ocupar altos cargos. No aspiraba ser ni jefe civil de la Parroquia El Valle —dice David Nieves Banchs.
Carlos Raúl Hernández sí piensa que hubo cálculo por parte de Maduro para promoverse.
—Estaba seguro de que iba a ser él por varias razones: siempre fue muy cubanófilo. Jugó un papel muy hábil porque mientras Diosdado Cabello se las daba de anticomunista y se vanagloriaba de no haber ido nunca a Cuba antes de la gravedad de Chávez, Maduro se dedicó sistemáticamente a cultivar a los Castro, a presentarse como alguien de confianza. Cuando Diosdado quiso cambiar esa imagen ya era tarde. Uno nunca sabrá qué fue lo que pasó en Cuba, no se sabe si a Maduro lo nombró Chávez, Raúl o Fidel. En todo caso, logró que lo hicieran con la anuencia de las hijas de Chávez.
En la cotidianidad venezolana, convertida durante dos años en la sala de espera de un hospital, no se leían las señales que enviaba Chávez. Una de las más claras fue la de nombrar a Maduro vicepresidente ejecutivo a los pocos días de ganar las presidenciales el 7 de octubre de 2012: “La burguesía se burla de Nicolás Maduro porque fue conductor del metro de Caracas, y miren ahora por dónde va. ¡Es el nuevo vicepresidente!”, dijo. Pero la hemoglobina y las plaquetas del primer mandatario eran datos más oportunos que las conjeturas sobre un posible sucesor. Dueño incontestable del discurso del poder, Chávez había convencido a seguidores y a muchos detractores de que lideraría su revolución hasta la victoria. Y siempre.
El comandante de la revolución bolivariana logró, desde sus primeros mensajes públicos, animar a los venezolanos más pobres y hacerlos sentir beneficiarios de toda su atención. Las misiones sociales —programas de salud, educación y alimentación dirigidos, en su mayoría, a los sectores populares— se arraigaron como patrimonio comunitario y le hicieron merecer fama mundial. Maduro ha concentrado esfuerzos en continuar la entrega de casas gratuitas de la Gran Misión Vivienda Venezuela y en ampliar el plan Barrio Nuevo, Barrio Tricolor, que restaura edificios y casas deteriorados. También ha mantenido las ayudas económicas a los pensionados y a las madres en pobreza extrema, con menos éxito y menos flujo de caja que Chávez.
Los tres meses previos a su muerte sólo se sabía que Chávez estaba convaleciente en La Habana. Los medios reseñaron a Maduro como el vocero de la agonía. Decía sin decir, como si los órganos del cuerpo no tuvieran nombre o no fuera capaz de mencionarlos. Las maniobras para informar sin entrar en zonas de peligro desembocaban en mensajes confusos: “El presidente se encuentra con una iluminación especial en sus pensamientos, en el manejo de todos los asuntos que trabajamos a través de documentos, a través de conversaciones de la información. Como siempre meditando, esto sin apartarse de sus tratamientos”, dijo Maduro el 26 de enero regresando de Cuba. El comandante enmudecía fuera del país y Maduro, dentro, proyectaba la voz.
Entre los años 2000 y 2005 Maduro fue diputado por primera vez. Usaba traje oscuro con medias blancas. Un grupo de periodistas, inquietas por el atuendo, pidió permiso a Cilia, la novia-parlamentaria, para regalarle medias oscuras en su cumpleaños. “Maduro era un sujeto de gran talante. Nos recibió amablemente en su despacho. Después Cilia nos decía que le regaláramos más medias”, recuerda una reportera que pidió resguardar su nombre. En el Palacio Federal Legislativo, donde Maduro fue diputado principal por Distrito Federal y el primer jefe de la fracción parlamentaria del Movimiento V República, es ése el recuerdo que muchos tienen de él: conciliador, respetuoso, negociador.
—Yo los saludaba a Cilia y a él de la forma como se hace en India: juntando las manos e inclinando la cabeza. Ellos me respondían igual —recuerda Walter Márquez, exembajador en India que, al igual que la pareja, tiene devoción por Sai Baba.
Los Maduro Flores se perfilaron desde el principio como una dupla activa y cercana a Chávez. Gracias al impulso de ambos se aprobaron normas necesarias para el proyecto bolivariano que todavía no llevaba el apellido socialista. Maduro integró la comisión que analizó la Ley Habilitante a través de la cual se delegó en Chávez la facultad de legislar. Fue la aprobación de 49 leyes habilitantes en el año 2000 uno de los motivos de un goteo de protestas encabezadas por trabajadores, empresarios y la sociedad civil que desembocó en el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, cuando Chávez fue sacado del poder y regresó después de que se derrumbara, en 48 horas, el nuevo y breve gobierno.
Esos días de abril, Maduro, hasta entonces incondicional, no estuvo junto a Chávez. El fallecido diputado del mvr, Luis Tascón, lo acusó públicamente de haber huido a Cúcuta con Cilia y de volver dos días después, cuando ya la insurrección militar había fracasado. Lo que sí quedó claro es que no les dio tiempo de preparar un bolso con ropa: “Vistiendo un mono prestado y mocasines llegó el diputado Nicolás Maduro acompañado por Cilia Flores. Eran evidentes las señales de cansancio y la angustia de horas anteriores que pasaron en un pequeño barrio de Los Chorros, donde les dieron refugio hacía dos días tras haber sido perseguidos, según contaron”, escribió la periodista Valentina Lares en el diario Tal Cual el 15 de abril de 2002.
En junio de 2006, siendo presidente del Parlamento y a pocos meses de iniciar su segundo periodo como diputado, Maduro fue ascendido por Chávez a canciller. Los que coincidieron con él en el despacho de Relaciones Exteriores dicen que, con el cambio de rol, también cambió el talante.
—A Maduro jamás lo vi en seis años. Ni a las fiestas del Día del Trabajador iba. Antes, los cancilleres entraban por el lobby, como todo el mundo, pero él mandó a hacer un acceso exclusivo por el estacionamiento. Puso una garita y habilitó un ascensor directo al piso 2. Se bajaba de su camioneta y subía al despacho, para no cruzarse con nadie —asegura una mujer, empleada del Ministerio de Relaciones Exteriores cuando Maduro lo dirigió.
—Los embajadores iban a Miraflores a reunirse con Chávez y el que mandaba en la Cancillería era Carlos Erik Malpica Flores, un sobrino de Cilia. Maduro era un cero a la izquierda —dice otra empleada de la institución.
Con algunos funcionarios de más responsabilidad no había modalidad baticueva:
—Era sumamente respetuoso. Me pareció alguien que sabía escuchar, curioso de la historia menuda. Tengo compañeros con opiniones completamente distintas, pero mi caso fue así. En Cartagena de Indias tuvimos una cena informal con el canciller de Colombia, Fernando Araujo, y Maduro fue muy cauteloso, de poco hablar, observador. No llamaba la atención ni tomaba el liderazgo. Nunca abusó de las bebidas alcohólicas y no fue comelón. No sé si había comido antes —dice Giovanna De Michele, exfuncionaria de la Cancillería.
Pero en la distancia corta, Maduro subía la guardia si se sentía presionado. “Hay gente que llega a un cargo y se envanece y ve por encima del hombro”, dijo en un discurso delante de estudiantes universitarios cuando era canciller. Por debajo del hombro dicen que lo agarró una sindicalista. En el brazo, cerca del codo. Quería que le prestara atención a los insistentes reclamos salariales de los empleados de la Cancillería. “Un ministro no se toca”, respondió él, remoto, incómodo, recuerdan dos testigos de ese día. Cercanos coinciden en que el cambio de actitud fue por exigencias del guion. Le tocó ponerse un traje de talla muy holgada.
—Él y Cilia fueron al Ashram de Sai Baba, en Puttaparthi, al sureste de India. Allí Sai Baba le materializó un anillo que, extrañamente, le quedó grande, como le ha quedado grande la presidencia de Venezuela. Aunque Maduro dice ser su seguidor, su manera intolerante de actuar lo aleja de esa doctrina —asegura Walter Márquez, exembajador en India entre 1999 y 2004.
Así también lo cree Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis:
—Desde el punto de vista de la capacidad de resolver los problemas, Maduro es, en materia prima, mejor que Chávez. Su historia previa lo define como un negociador: parlamentario, ministro de Exterior. Nunca se conoció como alguien sectario, lo que Chávez sí era, pero en la acción ha terminado siéndolo aún más que su antecesor por la necesidad de mostrarse fuerte sin serlo. La necesidad de rellenar un vacío gigante lo lleva a ser lo que no es.
“Meternos allí, multiplicarnos, así como Cristo multiplicó…”, hace una pausa, “los penes”. Corrige, pero ya Cristo hizo el trabajo: “perdón, los peces y los panes”.
Maduro se da cuenta cuando se equivoca. Hace silencio. Se da cuenta cuando dice libros y libras, cuando dice que no dudó ni un milímetro de segundo, cuando pide estar alertas y alertos. “No se dice alertos, ¿verdad? Jajaja. Porque éstos están cazando cualquier cosa.”
Habla sin comas; ni punto y coma. Ni punto y seguido. Ni aparte.
Sus errores ya son un género propio, una cátedra de estudio, una obsesión en Youtube. Le gusta leer en vivo y directo los tuits en los que se burlan de él. Expone a quienes los envían con nombre y apellido. “Maduro, ¡chúpalo!”, le escribió uno. “Chúpate tú tu cambio”, le respondió él, todavía desencajado por la derrota de las parlamentarias de diciembre de 2015.Y también está la ópera prima: el pajarito. La narración, en plena campaña presidencial, en la que él reza mientras Chávez le habla y lo bendice transformado en pájaro se convirtió en el video revelación.
Pero ese estilo tiene sus adeptos.
—Era un flaco alto, todas las mujeres estaban detrás de él. Tenía buenos discursos, no se le notaba debilidad —recuerda Leonardo Corredor.
—Es jugaletón, de esa gente que se juega con los conocidos —dice Jormar Duven Maduro, un primo hermano del pueblo de Tocópero.
Y sus detractores:
—Es de esa gente que está siempre echando broma y uno se pregunta: “¿Cuándo se va a enseriar?” A veces banaliza un poco las situaciones —dice Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez y exdiputada al Parlatino por el PSUV.
—Creo que fue una lástima que no hubiera terminado su vida pública como canciller, hubiera salido menos golpeado —dice Giovanna De Michele, compañera en el despacho de Relaciones Exteriores.
En esos años como canciller, Maduro encabezó un world tour promoviendo el proyecto de exportar la revolución chavista siendo portavoz del discurso antiimperialista del jefe. Reuniones, acuerdos, firmas, almuerzos diplomáticos, room service. Despegar. Aterrizar. Despegar. Consolidar el alba, crear Unasur, llevarle una taza de azúcar a los vecinos para que Venezuela formara parte del Mercosur; provocar a los gobiernos occidentales con el acercamiento a países como Irán, Libia, Rusia y Siria. Despegar. Aterrizar.
Como presidente, a Maduro le quedó el tic del movimiento perpetuo: “Ha pasado 12% del total de su mandato en el extranjero. El país más visitado es Cuba, a donde ha ido 12 veces”, contabilizó el periodista Franz von Bergen en la web El Estímulo. ¿Un ave?, ¿un avión? Un heredero volador.
Maduro no ha vuelto al pueblo de su niñez, donde aún queda parte de su familia. La última vez que lo vieron fue en 1989, cuando viajó a buscar el cuerpo de su padre que murió el 22 de abril en un accidente de tránsito.
Google Maps calcula que el camino desde Caracas a Tocópero, en la costa del estado Falcón, toma 4 horas 17 minutos sin tráfico y 5 horas 3 minutos con. Es uno de esos caseríos que alguien puso a los lados de la Carretera Nacional y olvidó recoger antes de que anocheciera: veinte calles, veinte casas, calor, polvo, fallas diarias en el servicio de luz, licorerías, licorerías, licorerías. Hay 5,837 habitantes en todo el municipio costero que no tiene balnearios ni piña colada.
“Ahí en Falcón, ahí vive la madurera, los Maduro, tía, tíos. Una tía murió hace un año. Me quedan primos”, dijo en la campaña electoral para presidente, en marzo de 2013, una de las pocas veces que ha hablado del tema.
Aquí viven. En casas pequeñas, de colores. Como todos los demás, así vive la madurera, un clan de judíos sefardíes de Curazao que navegó el mar Caribe hasta Falcón a principios de 1800. Los hombres de apellido Maduro se asoman y saludan cuando los llaman por la ventana: tienen pelo y bigotes muy negros, y porte presidenciable.
De sangre directa con el presidente son Milagros y Jormar, hijos de Susana Maduro de Duven, única hermana de padre y madre de Nicolás Maduro García. Los primos hermanos del presidente, solteros y mayores que él, tienen una casa del lado del cementerio. Milagros invita al porche, pero prefiere que sea su hermano el que hable.
—Cuando era pequeño Nicolás hacía las travesuras típicas, pero no era tremendo. Recuerdo que vino cuando se casó un hermano mío, en 1965; después, con su primera esposa y, hace más de 20 años, a buscar el cuerpo de su papá, que nos estaba visitando y de regreso a Caracas tuvo un accidente. Ésa fue la última vez —dice Jormar que está saliendo de la ducha.
Él ha intentado comunicarse con el presidente.
—Yo fui a Barquisimeto durante la campaña electoral y le di mis números a Cilia para pedir una audiencia con Nicolás, pero nada —dice.
Y lo ha seguido buscando: en su cuenta de Twitter le pide insistentemente una cita. “Primo Nicolás Maduro, su familia de Tocópero le pide una audiencia con usted”, publica y deja el número de teléfono. Entre noviembre y diciembre de 2015 le envió más de 120 mensajes. El presidente, frecuente usuario de la red social, aún no lo había contactado.
Con los familiares políticos, los de Cilia, sí tiene el primer mandatario más trato. Uno de los sobrinos de ella, Carlos Erick Malpica Flores, ha sido designado en cargos públicos muy cerca de Maduro desde sus inicios en el poder y, ya como presidente de la república, lo eligió para dos empleos con acceso directo a la billetera de la nación: vicepresidente de Finanzas de Petróleos de Venezuela y tesorero Nacional. El clan Flores ha aportado más sobrinos: Efraín Campos Flores y Franqui Francisco Flores De Freitas fueron detenidos en noviembre de 2015 por la Drug Enforcement Administration en Haití y están acusados de intentar traficar 800 kilos de cocaína. Son juzgados mientras permanecen en una prisión de Nueva York. Maduro, que ha evitado hablar del caso, sólo hizo una solicitud directa al primer mandatario norteamericano a pocas horas de conocerse la detención: “Amarre a sus locos, presidente Obama”.
Los Maduro, en apariencia más discretos, no han intentado promocionar Tocópero como un lugar de peregrinaje. El presidente no busca en sus parientes el hilo de un relato público, no hurga en la genética de sus ademanes, no construye su propia aventura. No ha hecho lo que Chávez con Sabaneta de Barinas, la población llanera donde nació y creció, y donde se formó mimado por su abuela Rosa y con el influjo de antepasados que pelearon guerras de fin de siglo. Maduro, al tema de su procedencia, lo transita por el borde.
Nicolás Maduro carga con dos fallas de origen: la duda sobre su lugar de nacimiento y las denuncias de irregularidades en su elección presidencial. Durante el primer semestre de 2013, investigaciones privadas de genealogía forense hallaron documentos oficiales que mostraban que Teresa de Jesús Moros, madre de Maduro, había nacido en Cúcuta, Colombia, por lo que su descendencia obtenía la nacionalidad colombiana de manera automática. La información pudo haberlo inhabilitado para ser candidato presidencial porque la Constitución Bolivariana de Venezuela prohíbe al jefe de Estado tener doble nacionalidad.
La suspicacia creció porque la partida de nacimiento venezolana de Maduro jamás fue mostrada antes de convertirse en presidente en abril de 2013. Seis meses después de la victoria, Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral, enseñó en televisión durante 4 segundos una copia del libro de actas de nacimiento donde estaba la del jefe de Estado.
Así como persisten las sospechas sobre su nacionalidad, las hay sobre las elecciones en las que ganó como presidente con 1.49% de ventaja (50.61 a 49.12 por ciento). Henrique Capriles, su contendor, desconoció los resultados el mismo día de los sufragios y poco después los impugnó, pero el Tribunal Supremo de Justicia no admitió el caso por falta de pruebas. “Maduro no tendrá legitimidad nunca”, sentenció Capriles.
Tampoco se sabe, oficialmente, dónde vive el primer mandatario. La Casona, residencia oficial, es un patio desolado y los militares que la custodian miran aburridos los carros pasar. Por algunas actividades que hacen Nicolás y Cilia en pareja, es seguro que al menos un jardín debe haber en el hogar presidencial: “Cilia y yo tenemos 60 gallinas ponedoras. Todo lo que nos comemos en ñema [yema] es producido por nosotros”, dijo el 29 de octubre de 2015 desde la ciudad de Barquisimeto. Aunque no se sabe dónde, sí se sabe cómo duerme.
—¿Qué le quita el sueño?, ¿qué le preocupa a usted en las noches?, —le preguntó el 7 de marzo de 2014, en el hervor de La Salida, Christiane Amanpour, periodista de CNN.
—Duermo tranquilo toda la noche. Duermo feliz, duermo como un niño, respondió Maduro.
Lo primero que hizo fue saludar al adversario. Así lo exige el protocolo y así lo hizo: “Buenas tardes, ciudadano diputado Henry Ramos Allup, presidente de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela”, comenzó Maduro la lectura de la Memoria y Cuenta de 2015, la tarde del viernes 15 de enero de 2016. Por primera vez a un jefe de Estado chavista le tocaba rendir cuentas ante un Parlamento opositor.
—Haber ido a presentar, siendo minoría, la Memoria y Cuenta, fue un quiebre en su gestión, porque significó un reconocimiento del adversario. Si él lograra salirse de ese autoacorralamiento al que entró por su propia voluntad, podría hacer un suave aterrizaje y formar un gobierno de coalición para enfrentar la crisis. Sería lo más práctico si no tuviera el peso de sus espectros ideológicos y, sobre todo, el miedo de no saber qué puede pasar con su entorno cuando pierda la inmunidad —dice el politólogo Carlos Raúl Hernández.
Maduro habló en el hemiciclo un poco más de tres horas. Tumbó de un manotazo la copa de agua y mencionó 19 veces a Hugo Chávez, a diferencia de la del año anterior, cuando fueron 33.
—Chávez va a ser la sombra de Maduro durante mucho tiempo, pero creo que el día que fue a la Asamblea estuvo muy bien, comenzó a sentirse más su verdadera personalidad. Y los nuevos ministros que puso en enero también tienen su impronta, algunos son amigos de él de toda la vida —dice Nieves Banchs.
—Maduro es una prolongación muy limitada de Chávez. Hasta Lula le recomendó hacer su propio perfil, sus propios cambios. Maduro desarrolla el mismo proyecto populista e irresponsable de Chávez sin la astucia ni la plata —dice Carlos Raúl Hernández.
Sin la plata, sobre todo. Lo reconoció en su intervención el día de la Memoria y Cuenta el diputado adeco Ramos Allup: “Presidente, usted no es el culpable de esto, porque usted heredó una situación terrible”. Un desfalco cambiario reconocido por el Banco Central de Venezuela de más de 20,000 millones de dólares preferenciales entregados a empresas de maletín que decían importar, sobre todo, alimentos y medicinas, reveló el calado de la corrupción en tiempos de Chávez. Además, el gobierno chavista expropió en la última década empresas que incumplen año a año las metas de producción. Ni se importan suficientes productos, ni se elaboran suficientes productos. El resultado es que en el último trimestre de 2015 la escasez general fue 87% y la inflación de alimentos y bebidas llegó a 315 por ciento.
Maduro se ha aferrado al argumento de que es imprescindible mantener el sistema de controles estatales porque la burguesía venezolana y el imperio norteamericano se han complotado en una “guerra económica” con la finalidad de derrocarlo. Mientras tanto, la expresión más cruda de las fallas del modelo económico socialista se agrava: las colas, tensas y desmoralizadoras para comprar comida y productos regulados, son la fotografía del país. “El sector demagógico dice que las colas son culpa de Maduro. Yo espero propuestas a las colas que está haciendo nuestro pueblo. Asumo mi culpa porque soy libre”, dijo el presidente en enero de 2016. Cada vez con más frecuencia Maduro asume públicamente las fallas de su gestión y, con el mismo énfasis, continúa haciendo las mismas cosas en las que reconoce haber fallado. Persiste la sospecha de que no está gobernando, sino haciendo una suplencia.
La tarde de la Memoria y Cuenta, Maduro escuchó atento la intervención de Ramos Allup, y varias veces pidió silencio a los parlamentarios del PSUV que intentaron interrumpir al opositor.A pesar de la tensión entre el Ejecutivo y el Parlamento, el contrapeso le sentaba bien.
—Es mejor comunicador hoy de lo que era cuando fue elegido. Es ahorita el único líder, por mucho que se haya debilitado. Se ha subestimado su capacidad de control dentro del gobierno y se piensa que no tiene influencia en el partido, y eso no es verdad. No quiere decir que no esté cometiendo errores críticos: mientras más se demore en tomar las decisiones económicas de fondo, los costos serán mayores —dice Luis Vicente León, de Datanálisis.
A Maduro podría quedarle poco tiempo: la mayoría absoluta obtenida por la MUD en las parlamentarias es la válvula constitucional para una enmienda de la carta magna que reduzca el mandato de Maduro y acerque las presidenciales pautadas para 2019; también para blindar legalmente un referéndum revocatorio y para convocar manifestaciones de calle exigiendo la renuncia del presidente. El 8 de marzo la MUD anunció estas opciones en la presentación de la Hoja de Ruta 2016. Todos son escenarios que pueden desembocar en un cambio de gobierno en 2017 y en el declive prematuro del legado revolucionario.
“El hijo de Chávez”, se considera él; “un gran servidor público”, lo consideraba Chávez; “presidente obrero”, le dicen sus seguidores; “un error histórico”, lo llama Henrique Capriles; “el bobo feroz”, lo apodan en las redes sociales; “un hombre muy bien intencionado”, lo definió Luiz Inácio Lula Da Silva en febrero de 2014. Aún es difícil interpretar la naturaleza de Maduro y, a pesar de que tiene tres años en el cargo, todavía da señas de no calzar sus propios zapatos. Unos días antes de las parlamentarias de 2015 estaba montado en el capot de un vehículo rojo durante la inauguración de una autopista y se animó a cantar unos versos que le salieron tan mal entonados que él mismo se rio y prefirió despedirse. “¡Que viva la patria, que viva Chávez, que viva el pueblo, que viva Bolívar! Le doy el pase a la periodista”, dijo. De pronto, como quien se da cuenta de que se ha olvidado de algo, se acercó otra vez el micrófono y gritó: “¡Y que viva Maduro también!”
Activista de izquierda desde la adolescencia, Nicolás Maduro fue constituyente, diputado, canciller y vicepresidente de Venezuela. En las manos de Maduro fue depositada la herencia de la revolución bolivariana que Chávez comandó durante 15 años.
Nicolás Maduro está en el mausoleo de Hugo Chávez. Ha ido a visitarlo y le lleva una derrota. Es la noche del 8 de diciembre de 2015. Dos días atrás se celebraron las elecciones parlamentarias que renovaron todos los escaños de la Asamblea Nacional (como se llama al Congreso en Venezuela), y hace frío en el Cuartel de la Montaña, al oeste de Caracas. Desde allí transmiten En Contacto con Maduro, un programa semanal de radio y televisión en el que el jefe de Estado venezolano hace anuncios, lee tuits, publica los suyos, celebra los retuits que le hacen, recibe invitados y grupos musicales. Un magacín político de amplio target. El tema de hoy es la administración de un descalabro.
Tres años antes, el 8 de diciembre de 2012, también de noche y también por televisión, a unas cuadras de allí, en el Palacio de Miraflores, el entonces presidente Hugo Chávez —enfermo, agotado— le encomendó a Maduro una victoria. Ese día, después de 14 años de gobierno, Chávez dejó el juego en manos del sucesor que él mismo había elegido, rogó a sus seguidores que le transfirieran su apoyo y se fue a Cuba para operarse del cáncer que padecía desde 2011. Maduro cumplió la primera de las encomiendas: Chávez murió el 5 de marzo de 2013 y él venció, un mes y medio después, en las elecciones presidenciales, ganándole a su principal contrincante, Henrique Capriles, por una diferencia exigua de votos.
Pero en las elecciones del 6 de diciembre de 2015, después de casi dos décadas de revolución bolivariana, Maduro perdió el control del Parlamento con una victoria implacable de la oposición: de 167 curules, 112 fueron para la coalición Mesa de Unidad Democrática (MUD) y 55 para el Polo Patriótico, agrupación de partidos chavistas. Por primera vez en 17 años la oposición es mayoría absoluta y es, también, la primera vez que se habla de la posibilidad de que el gobierno madurista llegue a su fin de manera constitucional. Maduro, vestido con una camisa azul de corte militar idéntica a las que le confeccionaban a Chávez, está en el mausoleo, sentado en un escritorio a unos metros de la tumba de su predecesor. Hace un programa de 5 horas, igual a todos los anteriores, para un país que dio señales de haber cambiado por completo en las elecciones de hace sólo dos días.
A pesar de la expectativa que hay sobre lo que va a decir, apenas deja claras algunas cosas. Su manera de perder: “Yo quería construir 500 mil viviendas el próximo año, ahorita lo estoy dudando. Pero no porque no pueda construir, yo puedo construirlas, pero pedí tu apoyo y no me lo diste”. Lo versátil de su identidad: “Mientras este hombre esté aquí llamado Nicolás Maduro, iba a decir Hugo Chávez. Jajaja. Soy Hugo Chávez vale, sí, sí”. Sus preferencias reposteras: “¿A ustedes les gusta el sánduche de cambur con leche condensada? Levanten la mano los que han comido cambur con leche condensada. Eso sabe a gloria”. Y, finalmente, un título: “Ganaron los malos”.
La transmisión termina de madrugada con el video en el que Chávez anunció al país que, en caso de que él no pudiera seguir al frente del socialismo del siglo XXI, Maduro sería el encargado de hacerlo. Es el video que recuerda cómo fue que todo esto comenzó.
Un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza.
"Yo quiero decir algo, quiero decir algo, aunque suene duro, pero yo quiero y debo decirlo, debo decirlo", dijo Hugo Chávez. Y luego lo dijo y esa noche de un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza. Ahí estaban, en el Despacho Uno del Palacio de Miraflores, sede del Ejecutivo venezolano: Chávez acababa de ganar por cuarta vez la jefatura del Estado; a su derecha, Diosdado Cabello, militar y presidente de la Asamblea Nacional; a la izquierda, Maduro, civil y vicepresidente de la República. Los tres sabían para qué habían ido. Pero antes, un poco de John Travolta y de Olivia Newton-John.
"Sábado 8 de diciembre. Nueve y media de la noche. Un poquito más. Nueve y treinta y tres, y treinta y cuatro, Buenas noches a toda Venezuela, buenas noches al pueblo venezolano. ¿Te acuerdas de aquella película, Diosdado? Saturdei fiber... ¿cómo es?", preguntó chávez.
Fiber y radioterapia, inflamación, “seguramente producto del esfuerzo de la campaña”, células malignas, otro procedimiento quirúrgico, “es necesario, es absolutamente necesario”. Chávez, que ha sido operado tres veces desde 2011, se está muriendo. Esa noche va a anunciar que se va, que regresa a un quirófano de La Habana. Sabe que volvió el cáncer, peor que antes, como vuelve siempre el cáncer. Es el día de la despedida y va a revelar el nombre del elegido. Pero antes, un poco más de disco music.
“John Travolta. ¿Ése es el nombre de él? ¿Del actor? Y Olivia Newton John, ¿te acuerdas? Bueno, entonces no es mi estilo una cadena nacional un sábado por la noche.”
Entonces lo dice: “Si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el periodo, sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”.
Maduro abre las fosas nasales, mira a Chávez, mira al infinito. El rostro le cuelga como una sábana remachada por el bigote. Usa una camisa clara y un saco gris oscuro que, por la postura rendida de los hombros, parece de plomo. No hace ningún gesto, no agradece el nombramiento.
El lunes 10 de diciembre Chávez voló a La Habana. Setenta y dos días después, a las 2:30 de la madrugada del 18 de febrero de 2013, regresó a Caracas. Nelson Bocaranda Sardi, el periodista que reveló en 2011 la enfermedad de Chávez antes que la vocería oficial, asegura en el libro Nelson Bocaranda. El poder de los secretos (Planeta, 2015) que Chávez no quiso fallecer en Cuba para no perjudicar la percepción del sistema de salud de la isla, orgullo de los Castro.
La versión oficial es que el martes 5 de marzo de 2013, a las 4:25 con 5 segundos de la tarde, Hugo Rafael Chávez Frías murió de un infarto pulmonar. Tenía 58 años y un sarcoma metastásico. “Alrededor de las 11 de la mañana habían desconectado a Chávez, ¡pero lo volvieron a conectar minutos más tarde porque Maduro apareció con la angustia de que algo muy malo e inminente podía suceder! La situación se tornó muy confusa. Por unas horas todo el mundo perdió los papeles. Finalmente, a media tarde reinó la sensatez y pasó lo que pasó”, escribió Bocaranda en su libro. Acompañado de funcionarios del alto gobierno y jefes militares, Maduro dio la noticia de la muerte de Chávez a través de una cadena de radio y televisión. Con aplomo pidió aplomo; con respeto pidió respeto; con calma pidió calma. “Asumimos su herencia, sus retos, su proyecto”, dijo sin soltar las manos de un podio de madera. “Cuando me paré allá en el Hospital Militar a decirles a ustedes esa noticia, no me salía por acá la voz, no me salía de aquí, parecía una pesadilla”, recordó en un acto de campaña.
Pero la pesadilla se convirtió en presidencia. Él, que había pasado la mitad de su carrera en el chavismo fuera del país como ministro de Relaciones Exteriores, que no se fogueó dentro del partido, que no gobernó ninguna región, aceptó tomar el relevo y se convirtió el 14 de abril de 2013 en el 51° Presidente de la República Bolivariana de Venezuela para el período 2013-2019.
Maduro nació el 23 de noviembre de 1962, a las 9:03 de la noche, en un lugar que ya no existe. La Policlínica Caracas, el centro médico privado que se menciona en su partida de nacimiento, fue demolida en 1965. Maduro llegó antes del desplome. En cambio, a la Jefatura Civil de la parroquia Candelaria donde se convirtió en ciudadano lo llevaron sus padres con demora: tenía dos años y cuatro días. El acta de nacimiento dice que lo hicieron el viernes 27 de noviembre de 1964. El domingo siguiente lo bautizaron junto con su hermana María Adelaida, de 3 años y 4 meses.
De ese fin de semana, Maduro tiene apuntes borrosos. Se le extraviaron unos meses y unos sacerdotes: “Yo nací en Caracas en un lugar llamado Los Chaguaramos, Valle Abajo. Allí, en la iglesia San Pedro, muy conocida, me bautizó el padre Luoro, italiano, que después trabajó con Pablo VI. A un año de edad, un poquito menos me bautizaron”, dijo en Roma el 17 de junio de 2013, delante de varios integrantes de movimientos sociales italianos. En la partida de bautismo —hecha pública en una investigación privada conocida como el Informe Orta— no se menciona al padre Luoro, sino al padre Angelo Mazzari, y el niño no tenía “un año de edad, un poquito menos”, sino dos, un poquito más.
Católico y formado en la primaria por las monjas españolas del Colegio San Pedro de Caracas, vivía en un hogar donde se escuchaba Radio Habana Cuba a través de un aparato de onda corta heredado del abuelo paterno. “Vengo de una familia progresista, de izquierda, como eran mi padre y mi madre.”
Su padre, Jesús Nicolás Maduro García, economista, de Falcón, Venezuela, se casó el 1 de septiembre de 1956 en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima de Bogotá con Teresa de Jesús Moros Acevedo, encargada del cuidado del hogar, de Cúcuta, Colombia, según las partidas de nacimiento de los hijos, y de Táchira, Venezuela, según manifestó el propio Nicolás en su partida de defunción. El matrimonio tuvo cuatro hijos: María Teresa de Jesús (21 diciembre 1956), médico; Josefina (30 de enero de 1960), odontóloga; María Adelaida (20 de julio de 1961), administradora y Nicolás (23 de noviembre de 1962), sin estudios superiores y presidente de una república.
La familia tenía un apartamento en el edificio San Pedro de Los Chaguaramos y el padre era dueño de un Ford Fairlane, el carro de moda. Un choque en el parafango izquierdo, que jamás repararon, era su seña.
—A la mamá, bajita, la recuerdo muy humilde; y al papá alto, simpático y conversador. Las hermanas eran de muy poco hablar. No se me olvida un perrito fastidiosísimo que hacía mucho ruido. Cuando lo íbamos a visitar le pegábamos un grito desde la calle y él bajaba —recuerda David Nieves Banchs, excónsul de Venezuela en las Islas Canarias, miembro de la dirección nacional ampliada del PSUV, guerrillero en los años 70 y preso por el secuestro en 1976 del estadounidense William Frank Niehous, presidente de la Owens Illinois en Venezuela, al que la izquierda acusaba de ser agente de la cia.
Cuando Maduro tenía 6 años, en 1968, sus padres participaron en la fundación del Movimiento Electoral del Pueblo. El MEP promovía las premisas de erradicar la explotación oligárquica e imperial y promover la propiedad social sobre el petróleo y las industrias básicas. Oligárquica, imperial, propiedad social. De eso se hablaba en el hogar Maduro Moros, de eso hablaba Hugo Chávez, de eso sigue hablando Nicolás.
Sin mayor interés por la formación académica, Maduro dedicó su juventud a otras materias: militó en la agrupación de izquierda radical Ruptura y luego se adhirió a La Liga Socialista (“una pequeña organización de izquierda que aglutinaba a luchadores sociales del campo estudiantil, sindical, de barrio, campesino”); descubrió la salsa brava (“yo bailo salsa, bailo reggeaton, bailo de todo”); tocó guitarra, bajo y batería en una banda de rock (“creo que Escaleras al cielo es la canción más completa de todo el rock”); era disciplinado televidente (“los martes pasaban Starsky y Hutch; los miércoles, Kojak; los jueves, Columbo”); estudiaba en el liceo y hacía trabajos ocasionales. A su primer oficio, vendiendo en la urbanización El Valle helados de colores al mayor, llegó de la misma forma que a la presidencia de la República: cubriendo una falta temporal.
—Una persona que trabajaba conmigo tuvo un problema y él con su Fairlane lo cubrió unos días. Manejaba muy bien. Vendíamos por los barrios y ahí había que tener cierta destreza, ir ligero en calles angostas —dice Leonardo Corredor, apodado “Pancho”, hijo del dueño de la heladería Siglo XXI, copiloto de la travesía y líder en su juventud del grupo de educación media de La Liga Socialista.
Aunque vecino de Los Chaguaramos, Maduro era un asiduo de El Valle, una zona de clase media en la entrada principal de Caracas. En agosto de 2013 dijo que el trabajo, de apenas dos días a la semana, le rendía para sus gastos musicales, pese a que en 1979 la inflación llegó por primera vez en la historia a 20.4%, todavía muy modesta comparada con la de 180.9% que se registró en su gobierno en 2015: “Por allá por los años 79, 80, 81, 82, no tenían gente que vendiera helados al mayor. La gente que venía a comprarles para vender al mayor especulaba, entonces Pancho y yo comenzamos a hacer una ruta y nos ganábamos 500 bolos yo y 500 bolos él. Era bastante. En esa época ensayábamos rock y salsa, entonces yo con eso que ganaba compré la batería, las guitarras, los bajos, los distorsionadores de guitarra, las tumbadoras. Bueno, y ayudábamos a mucha gente, pues”.
La heladería en la que trabajó Maduro todavía funciona en una casa sin letrero. Hortensia Corredor, hermana de Leonardo, despacha a través de una puerta siempre abierta. El nombre de Maduro la entusiasma.
—El primer sueldo prácticamente se lo ganó aquí —dice.
Ahí, con los once hermanos Corredor, también conoció las tareas de La Liga Socialista que concertaban la participación en el sistema formal de partidos con la guerrilla urbana, convocando a co-lectivos obreros, universitarios y liceístas en una época en la que los gobiernos de Acción Democrática y Copei —los dos partidos que polarizaban el voto y se turnaron el mando entre 1973 y 1988— enfrentaban los fantasmas de las conspiraciones civiles y militares, a pesar de que los partidos de izquierda habían sido legalizados y muchos de sus miembros dejaban las armas para incorporarse en el juego político.
—Aunque mi papá era de Acción Democrática, nos permitía reunirnos aquí. Siempre decía: ‘Tuve este montón de hijos para dárselos al comunismo’ —rememora Hortensia Corredor.
—A Maduro lo conocí a finales de los setenta porque pertenecía a los grupos de la ultra izquierda y yo a un grupo de izquierda moderada, que era el Movimiento Al Socialismo. Él hacía un activismo febril como militante raso de La Liga Socialista. Organizaban actividades de promoción por la gente detenida, que en ese momento era bastante. Maduro no tenía un liderazgo notable en esa época —dice Carlos Raúl Hernández, doctor en Sociología y maestro en Ciencias Políticas.
Estudiantes en protesta, como él; inconformes, como él; inspirados, como él; tira piedras, como alguna vez él: en febrero de 2014, a poco de cumplir un año como presidente, Maduro enfrentó un reto político que dejó expuesto el temperamento de su mandato ante lo que consideraba las amenazas del Movimiento Estudiantil. Se enfrentó a lo que él mismo fue y, sobre todo, a lo que dejó de ser.
Comenzó con un tiro en la cabeza del estudiante Bassil Alejandro Da Costa, el primer asesinado durante La Salida, como se llamaron las manifestaciones en contra del gobierno promovidas especialmente por el partido Voluntad Popular, liderado por Leopoldo López. El 12 de febrero de 2014, Día de la Juventud en Venezuela, fue convocada una marcha hasta la Fiscalía General de la República. “Tenemos que entender que no será fácil. La Constitución nos propone varios caminos: la renuncia, la enmienda, el revocatorio y la constituyente”, dijo López cuando invitó a participar y argumentó que “hacer colas de siete horas por un pollo”, la falta de medicinas y la inseguridad eran motivos para salir a la calle a protestar. La convocatoria cobró vida y, más tarde, la represión cobró muertes.
Desde ese momento y en varios estados del país se sucedieron marchas, barricadas, campamentos espontáneos en plazas y avenidas, guayas atravesadas en las calles para cortar el paso, lacrimógenas, basura quemada: fueron dos meses de rutinas desfiguradas. “Candelita que se prenda, candelita que se apaga”, exigió Maduro a las agrupaciones de base chavistas. La orden se cumplió. Entre febrero y mayo fallecieron 42 personas y fueron detenidas 3,127. Casi todos los muertos y detenidos eran jóvenes, casi todos los victimarios pertenecían a las fuerzas de seguridad del Estado. Dos años después, la mayoría de los casos de asesinato no han sido resueltos según datos de la organización no gubernamental Foro Penal.
Leopoldo López fue condenado a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de cárcel acusado de asociación para delinquir, instigación pública y delitos de incendio. López es considerado por la oposición el preso político de Maduro, por lo que ha promovido una Ley de Amnistía que el jefe de Estado ha dicho que se negará a firmar.
Las imágenes que guarda Nieves Banchs de las circunstancias en las que Maduro intentaba una revuelta urbana en los 70, también tienen voltaje:
—Era una época de riesgos. Por hacer una pinta en una pared te podían caer a tiros. Nos detenían por ratos en celdas malolientes. Pero la militancia en esas condiciones elevaba los afectos y en La Liga educábamos para que la camaradería surgida de allí fuera un símbolo.
Compañeros consultados dicen que a Maduro lo incorporaron a La Liga Socialista cuando estudiaba bachillerato en el Liceo de Ensayo Luis Manuel Urbaneja Achelpohl. Una exalumna —que pide no ser identificada— dice que desde entonces ya mostraba interés por el alboroto. “Se manejan dos fechas de su salida del liceo: una al finalizar primer año y otra al finalizar segundo. Lo que está claro es que fue expulsado por el bajo rendimiento académico y la incitación a suspender las actividades por cualquier causa. Lo llamaban Pajarote, por lo grande.” Otra compañera, que también pide no revelar su nombre, rememora distintos modales: “Defendió a un amigo de mi hermano en un incidente en una parada de autobús. Como era grande y alto espantaba a los bravucones”.
“Yo recuerdo cuando tenía 14, 15 años, me sentía muy identificado con la canción Indestructible de Ray Barreto. Ahora me siento muy identificado también”, dijo Maduro en noviembre de 2015 durante la campaña de las parlamentarias en la que su partido fue derrotado. “Unidos venceremos, yo sé que llegaremos / Con sangre nueva, indestructible / Yo traigo la fuerza de mil camiones / A mí me llaman el invencible”, dice la canción del percusionista puertorriqueño de jazz latino Ray Barreto.
Indestructible. Así se siente Maduro.
Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza.
Es tan grande que cuesta enfocarlo.
Suele ser el más alto del grupo pero inclina la cabeza con ese gesto de la gente grande que necesita descender a la talla de los demás. Avanza lento, es lento; nada de su volumen intimida, como un Big Hero 6 con bigote. En la pantalla se ve tan cansado como maquillado para disimularlo. Reconoció el agobio en uno de sus programas semanales: “Soy el presidente y tengo que atender no sé cuántos asuntos internacionales, nacionales, mil cosas; es una gran responsabilidad, más de lo que uno pudiera imaginarse”. Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza. Así llegó a Miraflores, a los 51 años, y así llegó también a Cuba, a los 24.
—A mediados de los años ochenta, el Partido Comunista de Venezuela le otorgó a la Liga Socialista dos cupos para la formación de jóvenes en Cuba. Había que irse sin sueldo, para estudiar. Yo era el responsable nacional del grupo de educación media y me correspondía ir, pero a los 17 años ya tenía hijos y estaba enredado, no pude. Entonces mandaron a Nicolás —recuerda Leonardo Corredor.
Las clases eran en La Habana, entre 1986 y 1987, en la Escuela Nacional de Cuadros Julio Antonio Mella. “Fue una gran escuela y no sólo por la formación política, sino por la escuela diaria de la calle: conocer qué es en verdad el pueblo cubano, y descubrir que tenemos los mismos valores”, dijo Maduro mientras era canciller, en 2009, para un libro conmemorativo del 50 aniversario de la Revolución cubana.
—Se notó el avance en su aprendizaje cuando regresó de La Habana, me comentaron en ese momento sus compañeros —dice Leonardo Corredor.
Maduro le dijo al periodista venezolano Roger Santodomingo, en el libro De Verde a Maduro (Debate, 2013), que al regresar decidió irse de la casa familiar y alquilar un apartamento en Caricuao, una urbanización al suroeste de la capital, con montañas, raperos y un zoológico. “Intuía que sus actividades, tarde o temprano, pondrían en riesgo a su familia”, escribe Santodomingo.
Esos días Maduro también se dedicó a la militancia sentimental. Las primeras visitas que hizo al entonces Congreso Nacional fueron por amor. David Nieves Banchs era el único diputado de La Liga Socialista y Adriana Guerra, novia de Maduro, era su secretaria.
—Él entraba al Congreso para ver a Adriana, a la que conoció en la casa del partido. Ella todavía trabaja en la Asamblea, en una de las comisiones legislativas.
Nicolás y Adriana se casaron el 11 de junio de 1988 en la capilla de la Universidad Central de Venezuela. Se mudaron al edificio Fetratransporte en la calle 14 de El Valle, según relatan amigos de esos años. El 21 de junio de 1990 nació Nicolás Ernesto, el único hijo del presidente y de la pareja, que se separó poco después. En el archivo del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales se verifica que Guerra aún trabaja en la Asamblea Nacional, donde Maduro fue constituyente, diputado, presidente del Parlamento y luego marido de Cilia, también presidenta del Parlamento. Él no menciona a su primera esposa y la imagen de ella siempre ha estado fuera del encuadre de la foto de familia.
Dice Nieves Banchs que fue en una de las tertulias en la casa del partido que Maduro habló de su interés por una de las cualidades que más se han usado para conectarlo con el electorado chavista: su ascendencia sindical. “Si vas a hacer trabajo obrero, lo primero que tienes que ser es convertirte en obrero”, le dijo. Tenía 29 años y debía buscar un empleo remunerado para cumplir con el anhelo de oponerse a su empleador. El metro de Caracas, para la época una de las instituciones públicas más eficientes y mejor mantenidas del país, estaba abriendo cursos de operador de Transporte Superficial para conducir metrobuses, los autobuses que ofrecían un servicio integrado al subterráneo. Después de pasar las pruebas, Maduro entró como conductor en el año 1991.
De sus destrezas al manejar no tiene buena evaluación Ricardo Sansone, exgerente del metro de Caracas:
—El primer contacto que hice con él fue cuando un señor llegó molesto a la compañía porque un metrobús le había roto el retrovisor. Había sido Nicolás, que no le dio mucha importancia y tampoco lo reportó como obliga el reglamento. Él manejó muy poco.
Prefería, dice Sansone, la química sindical. Para las reuniones pedía prestado a la empresa un salón subterráneo en la estación de metro de La Paz:
—Yo no le daba permiso, pero después descubrí que un amigo mío sí. Nicolás montó un sindicato paralelo para agrupar sólo a los empleados de transporte superficial. Eso no prosperó, porque el gremio que ya existía no vio a la nueva asociación con buenos ojos. Nicolás se replegó y comenzó a faltar al trabajo y a meter reposos. Siempre fue un poco rebelde, de mucho observar, de poco hablar. Siempre a la sombra.
Y, una mañana, la luz. “Entonces apareció el sol de América, el sol del siglo XXI, aquel 4 de febrero de 1992 fue el día en que nuestro corazón revoloteó de revolución”, dijo Maduro desde Roma, a dos meses de haber sido electo presidente.
El comienzo de la década de los noventa fue para Maduro el final de la búsqueda: conoció a Hugo Chávez y a Cilia Flores. Todavía se recogían en el país los vidrios rotos de “El Caracazo”, una convulsión social espoleada por el anuncio del aumento de la gasolina, el alza del pasaje del transporte público y un programa de ajuste estructural de la economía propuesto por Carlos Andrés Pérez, elegido presidente en diciembre de 1988. Los disturbios se alargaron del 27 de febrero al 1 de marzo de 1989 y todavía no hay consenso alrededor de una cifra oficial que cuantifique los despojos y los cadáveres de esos días de noches tenebrosas que han durado más de 25 años.
“Los solos avisos de devaluación, liberación de intereses, ajustes en servicios y levantamiento de controles de precios bastaron para desatar los temores por un aumento violento en el costo de la vida, además de agudizar la crisis de desabastecimiento que ya llevaba ocho meses. Lo que se avecinaba se presentía catastrófico, y las ofertas para contrarrestar esa catástrofe lucían exiguas”, reseñó la periodista Mirta Rivero en el libro La rebelión de los náufragos (Alfa, 2010).
Para Maduro, “el paquetazo” de Pérez, como pasó a la historia el programa económico, “fue una entrega al poder imperialista ejercido a través del Fondo Monetario Internacional y una traición a la patria”. La tarde del miércoles 17 de enero de 2016, después de 18 años con el precio congelado, Maduro tomó la decisión económica más drástica de su mandato: aumentó la gasolina venezolana, igual que hizo Pérez. El litro de 91 octanos subió de 0.07 bolívares a 1 bolívar y el de 95 de 0.09 a 6 bolívares. Llenar el tanque de un carro pequeño pasó de costar 4 bolívares a 180: una empanada de queso vale 150 bolívares.
Ahora Maduro no parece dispuesto a aplicar un ajuste en profundidad que pueda ser asociado con “el paquetazo” y que tenga un costo político impagable. Pero la incertidumbre y el descontento, así como las cifras económicas del socialismo bolivariano de 2016, son equiparables a las del capitalismo a secas de 1989. El propio Maduro, en la presentación de la Memoria y Cuenta, admitió que la situación era “catastrófica”: 180.9% de inflación en 2015 —la más alta desde 1950— y el precio del petróleo —fundamental para la economía— cayendo en picada y rondando los 24 dólares el barril, cuando nada más producirlo cuesta 20. La pobreza, que Chávez logró bajar a 20%, aumentó a 73%, según estudios privados, porque los públicos no se conocen desde 2013. Se suma a esto la excentricidad de un esquema cambiario con varios tipos de precio para el dólar, divisa controlada por el gobierno desde 2003. La más reciente devaluación del bolívar la hizo Maduro minutos después de aumentar la gasolina: el dólar preferencial (para alimentos y medicinas) pasó de 6.30 bolívares a 10 bolívares. El dólar negro —que sirve de referencia para decidir el valor de todo lo que no está regulado por el Estado— se vende en la calle a 900 bolívares. Chávez vivió la fiesta del petróleo a 100 dólares el barril y Maduro llegó cuando ya se había acabado hasta el hielo.
El descontento por “el paquetazo” no sólo perforó en su momento la legitimidad de Pérez, sino que alimentó los bríos de militares de rango medio agrupados en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 que al amanecer del 4 de febrero de 1992 despertaron a los venezolanos con un fallido y sangriento golpe de Estado. Uno de los líderes de la intentona fue el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Acusado de rebelión, estuvo preso dos años y fue indultado por el presidente Rafael Caldera, en 1994. En las visitas a la penitenciaría, convertida en un despacho de amigos, familiares y admiradores de los golpistas, se conocieron Cilia y Nicolás. Ella, abogada del equipo defensor de los militares; él, militante de izquierda con mucho tiempo libre.
“Cilia era abogada del comandante Chávez y me comenzó a picar el ojo”, reveló Maduro cuando celebraron su primer año de matrimonio, el 15 de julio de 2014. Aunque llevaban juntos más de 10, decidieron casarse sólo después de convertirse en la pareja presidencial. También contó que, entrecasa, les gusta llamarse “Cilita” y “Niquito”.
El día en que Hugo Chávez salió de la cárcel, Nicolás Maduro estaba en la puerta. Fue el sábado 26 de marzo de 1994 y empezaba la Semana Santa. Un video de una concentración con los seguidores que ya tenía Chávez en ese momento muestra a Maduro caminando con él, zancada a zancada, apartándole la gente con braceadas suaves. Es el tipo que está al lado y que sabe estar al lado. Un guardaespaldas devoto. Chávez sonríe, levanta los puños; Maduro va concentrado en no perder el paso, en no perder a Chávez. “Estábamos ahí nosotros, un montón de chamos sin chamba, y nos fuimos con él por todo el país a construir una fuerza”, recordó Maduro.
Esa construcción fue casa a casa, poblado a poblado. Exmilitares y militantes de izquierda se adherían al proyecto bolivariano de Chávez que se transformó en el Movimiento V República para participar en las elecciones presidenciales de 1998, contienda que el teniente coronel ganó con 56.2% frente a 39.97% de Henrique Salas Römer, líder de Proyecto Venezuela.
“Yo me acuerdo clarito que el 18 de octubre de 1997 fuimos a entregar las firmas para legalizar el Movimiento V República con el comandante Chávez (...) Esta corbata era mi corbata de metrobús; esta camisa era una camisa que me ponía yo normal con un blue jean; y este paltó me lo prestaron. Yo era de la Dirección Nacional del recién creado Movimiento V República, ¿yo tenía aquí cuánto? Yo nací en el 62: 72, 82, 92, 97, 35 años, no había cumplido 35, 34 años. Y bueno, me puse mi pinta, pues”, recordó Maduro viendo una fotografía de ese momento durante una de las emisiones de su programa de televisión.
En 1994, Maduro perdió a su madre; en 1989, había muerto el padre. Huérfano, adoptó a Hugo Chávez.
—No me sorprendió que Chávez se decidiera por Nicolás, viendo el contexto. Lamentablemente liderazgos como el suyo no admitían el auge de otros dirigentes. Nicolás viajó mucho con el presidente, estuvo mucho tiempo con él. ¿A quién más iba a poner? —se pregunta Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez, abiertamente distanciada del gobierno de Maduro porque sus críticas a la corrupción de funcionarios públicos no fueron bien recibidas.
—Sí me sorprendió muchísimo que lo nombrara su sucesor porque Nicolás tenía más de seis años en el servicio exterior, conocía más las cancillerías extranjeras que el territorio nacional; era muy dado para la ejecución de políticas y no para la toma de decisiones —dice Giovanna De Michele, miembro de la Comisión Presidencial Negociadora con Colombia para la delimitación de áreas marinas y submarinas durante el ejercicio de Maduro como canciller, entre los años 2006 y 2012.
—¡Qué va! Él estaba en el metro de Caracas. No me imaginaba que iba a ser presidente —dice Jormar Duven, un primo hermano que vive en Tocópero, el pueblo del padre de Maduro, en el estado Falcón.
—Era el más adecuado —asegura Hortensia Corredor, en su heladería.
—Nunca vi a más nadie con posibilidad de ser el sucesor que no fuera Nicolás. Sin desprecio por los demás, él era el político entre los que rodeaban a Chávez. Y eso que yo, que lo conozco desde carajito, puedo decir que jamás le conocí ningún tipo de ambición de ocupar altos cargos. No aspiraba ser ni jefe civil de la Parroquia El Valle —dice David Nieves Banchs.
Carlos Raúl Hernández sí piensa que hubo cálculo por parte de Maduro para promoverse.
—Estaba seguro de que iba a ser él por varias razones: siempre fue muy cubanófilo. Jugó un papel muy hábil porque mientras Diosdado Cabello se las daba de anticomunista y se vanagloriaba de no haber ido nunca a Cuba antes de la gravedad de Chávez, Maduro se dedicó sistemáticamente a cultivar a los Castro, a presentarse como alguien de confianza. Cuando Diosdado quiso cambiar esa imagen ya era tarde. Uno nunca sabrá qué fue lo que pasó en Cuba, no se sabe si a Maduro lo nombró Chávez, Raúl o Fidel. En todo caso, logró que lo hicieran con la anuencia de las hijas de Chávez.
En la cotidianidad venezolana, convertida durante dos años en la sala de espera de un hospital, no se leían las señales que enviaba Chávez. Una de las más claras fue la de nombrar a Maduro vicepresidente ejecutivo a los pocos días de ganar las presidenciales el 7 de octubre de 2012: “La burguesía se burla de Nicolás Maduro porque fue conductor del metro de Caracas, y miren ahora por dónde va. ¡Es el nuevo vicepresidente!”, dijo. Pero la hemoglobina y las plaquetas del primer mandatario eran datos más oportunos que las conjeturas sobre un posible sucesor. Dueño incontestable del discurso del poder, Chávez había convencido a seguidores y a muchos detractores de que lideraría su revolución hasta la victoria. Y siempre.
El comandante de la revolución bolivariana logró, desde sus primeros mensajes públicos, animar a los venezolanos más pobres y hacerlos sentir beneficiarios de toda su atención. Las misiones sociales —programas de salud, educación y alimentación dirigidos, en su mayoría, a los sectores populares— se arraigaron como patrimonio comunitario y le hicieron merecer fama mundial. Maduro ha concentrado esfuerzos en continuar la entrega de casas gratuitas de la Gran Misión Vivienda Venezuela y en ampliar el plan Barrio Nuevo, Barrio Tricolor, que restaura edificios y casas deteriorados. También ha mantenido las ayudas económicas a los pensionados y a las madres en pobreza extrema, con menos éxito y menos flujo de caja que Chávez.
Los tres meses previos a su muerte sólo se sabía que Chávez estaba convaleciente en La Habana. Los medios reseñaron a Maduro como el vocero de la agonía. Decía sin decir, como si los órganos del cuerpo no tuvieran nombre o no fuera capaz de mencionarlos. Las maniobras para informar sin entrar en zonas de peligro desembocaban en mensajes confusos: “El presidente se encuentra con una iluminación especial en sus pensamientos, en el manejo de todos los asuntos que trabajamos a través de documentos, a través de conversaciones de la información. Como siempre meditando, esto sin apartarse de sus tratamientos”, dijo Maduro el 26 de enero regresando de Cuba. El comandante enmudecía fuera del país y Maduro, dentro, proyectaba la voz.
Entre los años 2000 y 2005 Maduro fue diputado por primera vez. Usaba traje oscuro con medias blancas. Un grupo de periodistas, inquietas por el atuendo, pidió permiso a Cilia, la novia-parlamentaria, para regalarle medias oscuras en su cumpleaños. “Maduro era un sujeto de gran talante. Nos recibió amablemente en su despacho. Después Cilia nos decía que le regaláramos más medias”, recuerda una reportera que pidió resguardar su nombre. En el Palacio Federal Legislativo, donde Maduro fue diputado principal por Distrito Federal y el primer jefe de la fracción parlamentaria del Movimiento V República, es ése el recuerdo que muchos tienen de él: conciliador, respetuoso, negociador.
—Yo los saludaba a Cilia y a él de la forma como se hace en India: juntando las manos e inclinando la cabeza. Ellos me respondían igual —recuerda Walter Márquez, exembajador en India que, al igual que la pareja, tiene devoción por Sai Baba.
Los Maduro Flores se perfilaron desde el principio como una dupla activa y cercana a Chávez. Gracias al impulso de ambos se aprobaron normas necesarias para el proyecto bolivariano que todavía no llevaba el apellido socialista. Maduro integró la comisión que analizó la Ley Habilitante a través de la cual se delegó en Chávez la facultad de legislar. Fue la aprobación de 49 leyes habilitantes en el año 2000 uno de los motivos de un goteo de protestas encabezadas por trabajadores, empresarios y la sociedad civil que desembocó en el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, cuando Chávez fue sacado del poder y regresó después de que se derrumbara, en 48 horas, el nuevo y breve gobierno.
Esos días de abril, Maduro, hasta entonces incondicional, no estuvo junto a Chávez. El fallecido diputado del mvr, Luis Tascón, lo acusó públicamente de haber huido a Cúcuta con Cilia y de volver dos días después, cuando ya la insurrección militar había fracasado. Lo que sí quedó claro es que no les dio tiempo de preparar un bolso con ropa: “Vistiendo un mono prestado y mocasines llegó el diputado Nicolás Maduro acompañado por Cilia Flores. Eran evidentes las señales de cansancio y la angustia de horas anteriores que pasaron en un pequeño barrio de Los Chorros, donde les dieron refugio hacía dos días tras haber sido perseguidos, según contaron”, escribió la periodista Valentina Lares en el diario Tal Cual el 15 de abril de 2002.
En junio de 2006, siendo presidente del Parlamento y a pocos meses de iniciar su segundo periodo como diputado, Maduro fue ascendido por Chávez a canciller. Los que coincidieron con él en el despacho de Relaciones Exteriores dicen que, con el cambio de rol, también cambió el talante.
—A Maduro jamás lo vi en seis años. Ni a las fiestas del Día del Trabajador iba. Antes, los cancilleres entraban por el lobby, como todo el mundo, pero él mandó a hacer un acceso exclusivo por el estacionamiento. Puso una garita y habilitó un ascensor directo al piso 2. Se bajaba de su camioneta y subía al despacho, para no cruzarse con nadie —asegura una mujer, empleada del Ministerio de Relaciones Exteriores cuando Maduro lo dirigió.
—Los embajadores iban a Miraflores a reunirse con Chávez y el que mandaba en la Cancillería era Carlos Erik Malpica Flores, un sobrino de Cilia. Maduro era un cero a la izquierda —dice otra empleada de la institución.
Con algunos funcionarios de más responsabilidad no había modalidad baticueva:
—Era sumamente respetuoso. Me pareció alguien que sabía escuchar, curioso de la historia menuda. Tengo compañeros con opiniones completamente distintas, pero mi caso fue así. En Cartagena de Indias tuvimos una cena informal con el canciller de Colombia, Fernando Araujo, y Maduro fue muy cauteloso, de poco hablar, observador. No llamaba la atención ni tomaba el liderazgo. Nunca abusó de las bebidas alcohólicas y no fue comelón. No sé si había comido antes —dice Giovanna De Michele, exfuncionaria de la Cancillería.
Pero en la distancia corta, Maduro subía la guardia si se sentía presionado. “Hay gente que llega a un cargo y se envanece y ve por encima del hombro”, dijo en un discurso delante de estudiantes universitarios cuando era canciller. Por debajo del hombro dicen que lo agarró una sindicalista. En el brazo, cerca del codo. Quería que le prestara atención a los insistentes reclamos salariales de los empleados de la Cancillería. “Un ministro no se toca”, respondió él, remoto, incómodo, recuerdan dos testigos de ese día. Cercanos coinciden en que el cambio de actitud fue por exigencias del guion. Le tocó ponerse un traje de talla muy holgada.
—Él y Cilia fueron al Ashram de Sai Baba, en Puttaparthi, al sureste de India. Allí Sai Baba le materializó un anillo que, extrañamente, le quedó grande, como le ha quedado grande la presidencia de Venezuela. Aunque Maduro dice ser su seguidor, su manera intolerante de actuar lo aleja de esa doctrina —asegura Walter Márquez, exembajador en India entre 1999 y 2004.
Así también lo cree Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis:
—Desde el punto de vista de la capacidad de resolver los problemas, Maduro es, en materia prima, mejor que Chávez. Su historia previa lo define como un negociador: parlamentario, ministro de Exterior. Nunca se conoció como alguien sectario, lo que Chávez sí era, pero en la acción ha terminado siéndolo aún más que su antecesor por la necesidad de mostrarse fuerte sin serlo. La necesidad de rellenar un vacío gigante lo lleva a ser lo que no es.
“Meternos allí, multiplicarnos, así como Cristo multiplicó…”, hace una pausa, “los penes”. Corrige, pero ya Cristo hizo el trabajo: “perdón, los peces y los panes”.
Maduro se da cuenta cuando se equivoca. Hace silencio. Se da cuenta cuando dice libros y libras, cuando dice que no dudó ni un milímetro de segundo, cuando pide estar alertas y alertos. “No se dice alertos, ¿verdad? Jajaja. Porque éstos están cazando cualquier cosa.”
Habla sin comas; ni punto y coma. Ni punto y seguido. Ni aparte.
Sus errores ya son un género propio, una cátedra de estudio, una obsesión en Youtube. Le gusta leer en vivo y directo los tuits en los que se burlan de él. Expone a quienes los envían con nombre y apellido. “Maduro, ¡chúpalo!”, le escribió uno. “Chúpate tú tu cambio”, le respondió él, todavía desencajado por la derrota de las parlamentarias de diciembre de 2015.Y también está la ópera prima: el pajarito. La narración, en plena campaña presidencial, en la que él reza mientras Chávez le habla y lo bendice transformado en pájaro se convirtió en el video revelación.
Pero ese estilo tiene sus adeptos.
—Era un flaco alto, todas las mujeres estaban detrás de él. Tenía buenos discursos, no se le notaba debilidad —recuerda Leonardo Corredor.
—Es jugaletón, de esa gente que se juega con los conocidos —dice Jormar Duven Maduro, un primo hermano del pueblo de Tocópero.
Y sus detractores:
—Es de esa gente que está siempre echando broma y uno se pregunta: “¿Cuándo se va a enseriar?” A veces banaliza un poco las situaciones —dice Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez y exdiputada al Parlatino por el PSUV.
—Creo que fue una lástima que no hubiera terminado su vida pública como canciller, hubiera salido menos golpeado —dice Giovanna De Michele, compañera en el despacho de Relaciones Exteriores.
En esos años como canciller, Maduro encabezó un world tour promoviendo el proyecto de exportar la revolución chavista siendo portavoz del discurso antiimperialista del jefe. Reuniones, acuerdos, firmas, almuerzos diplomáticos, room service. Despegar. Aterrizar. Despegar. Consolidar el alba, crear Unasur, llevarle una taza de azúcar a los vecinos para que Venezuela formara parte del Mercosur; provocar a los gobiernos occidentales con el acercamiento a países como Irán, Libia, Rusia y Siria. Despegar. Aterrizar.
Como presidente, a Maduro le quedó el tic del movimiento perpetuo: “Ha pasado 12% del total de su mandato en el extranjero. El país más visitado es Cuba, a donde ha ido 12 veces”, contabilizó el periodista Franz von Bergen en la web El Estímulo. ¿Un ave?, ¿un avión? Un heredero volador.
Maduro no ha vuelto al pueblo de su niñez, donde aún queda parte de su familia. La última vez que lo vieron fue en 1989, cuando viajó a buscar el cuerpo de su padre que murió el 22 de abril en un accidente de tránsito.
Google Maps calcula que el camino desde Caracas a Tocópero, en la costa del estado Falcón, toma 4 horas 17 minutos sin tráfico y 5 horas 3 minutos con. Es uno de esos caseríos que alguien puso a los lados de la Carretera Nacional y olvidó recoger antes de que anocheciera: veinte calles, veinte casas, calor, polvo, fallas diarias en el servicio de luz, licorerías, licorerías, licorerías. Hay 5,837 habitantes en todo el municipio costero que no tiene balnearios ni piña colada.
“Ahí en Falcón, ahí vive la madurera, los Maduro, tía, tíos. Una tía murió hace un año. Me quedan primos”, dijo en la campaña electoral para presidente, en marzo de 2013, una de las pocas veces que ha hablado del tema.
Aquí viven. En casas pequeñas, de colores. Como todos los demás, así vive la madurera, un clan de judíos sefardíes de Curazao que navegó el mar Caribe hasta Falcón a principios de 1800. Los hombres de apellido Maduro se asoman y saludan cuando los llaman por la ventana: tienen pelo y bigotes muy negros, y porte presidenciable.
De sangre directa con el presidente son Milagros y Jormar, hijos de Susana Maduro de Duven, única hermana de padre y madre de Nicolás Maduro García. Los primos hermanos del presidente, solteros y mayores que él, tienen una casa del lado del cementerio. Milagros invita al porche, pero prefiere que sea su hermano el que hable.
—Cuando era pequeño Nicolás hacía las travesuras típicas, pero no era tremendo. Recuerdo que vino cuando se casó un hermano mío, en 1965; después, con su primera esposa y, hace más de 20 años, a buscar el cuerpo de su papá, que nos estaba visitando y de regreso a Caracas tuvo un accidente. Ésa fue la última vez —dice Jormar que está saliendo de la ducha.
Él ha intentado comunicarse con el presidente.
—Yo fui a Barquisimeto durante la campaña electoral y le di mis números a Cilia para pedir una audiencia con Nicolás, pero nada —dice.
Y lo ha seguido buscando: en su cuenta de Twitter le pide insistentemente una cita. “Primo Nicolás Maduro, su familia de Tocópero le pide una audiencia con usted”, publica y deja el número de teléfono. Entre noviembre y diciembre de 2015 le envió más de 120 mensajes. El presidente, frecuente usuario de la red social, aún no lo había contactado.
Con los familiares políticos, los de Cilia, sí tiene el primer mandatario más trato. Uno de los sobrinos de ella, Carlos Erick Malpica Flores, ha sido designado en cargos públicos muy cerca de Maduro desde sus inicios en el poder y, ya como presidente de la república, lo eligió para dos empleos con acceso directo a la billetera de la nación: vicepresidente de Finanzas de Petróleos de Venezuela y tesorero Nacional. El clan Flores ha aportado más sobrinos: Efraín Campos Flores y Franqui Francisco Flores De Freitas fueron detenidos en noviembre de 2015 por la Drug Enforcement Administration en Haití y están acusados de intentar traficar 800 kilos de cocaína. Son juzgados mientras permanecen en una prisión de Nueva York. Maduro, que ha evitado hablar del caso, sólo hizo una solicitud directa al primer mandatario norteamericano a pocas horas de conocerse la detención: “Amarre a sus locos, presidente Obama”.
Los Maduro, en apariencia más discretos, no han intentado promocionar Tocópero como un lugar de peregrinaje. El presidente no busca en sus parientes el hilo de un relato público, no hurga en la genética de sus ademanes, no construye su propia aventura. No ha hecho lo que Chávez con Sabaneta de Barinas, la población llanera donde nació y creció, y donde se formó mimado por su abuela Rosa y con el influjo de antepasados que pelearon guerras de fin de siglo. Maduro, al tema de su procedencia, lo transita por el borde.
Nicolás Maduro carga con dos fallas de origen: la duda sobre su lugar de nacimiento y las denuncias de irregularidades en su elección presidencial. Durante el primer semestre de 2013, investigaciones privadas de genealogía forense hallaron documentos oficiales que mostraban que Teresa de Jesús Moros, madre de Maduro, había nacido en Cúcuta, Colombia, por lo que su descendencia obtenía la nacionalidad colombiana de manera automática. La información pudo haberlo inhabilitado para ser candidato presidencial porque la Constitución Bolivariana de Venezuela prohíbe al jefe de Estado tener doble nacionalidad.
La suspicacia creció porque la partida de nacimiento venezolana de Maduro jamás fue mostrada antes de convertirse en presidente en abril de 2013. Seis meses después de la victoria, Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral, enseñó en televisión durante 4 segundos una copia del libro de actas de nacimiento donde estaba la del jefe de Estado.
Así como persisten las sospechas sobre su nacionalidad, las hay sobre las elecciones en las que ganó como presidente con 1.49% de ventaja (50.61 a 49.12 por ciento). Henrique Capriles, su contendor, desconoció los resultados el mismo día de los sufragios y poco después los impugnó, pero el Tribunal Supremo de Justicia no admitió el caso por falta de pruebas. “Maduro no tendrá legitimidad nunca”, sentenció Capriles.
Tampoco se sabe, oficialmente, dónde vive el primer mandatario. La Casona, residencia oficial, es un patio desolado y los militares que la custodian miran aburridos los carros pasar. Por algunas actividades que hacen Nicolás y Cilia en pareja, es seguro que al menos un jardín debe haber en el hogar presidencial: “Cilia y yo tenemos 60 gallinas ponedoras. Todo lo que nos comemos en ñema [yema] es producido por nosotros”, dijo el 29 de octubre de 2015 desde la ciudad de Barquisimeto. Aunque no se sabe dónde, sí se sabe cómo duerme.
—¿Qué le quita el sueño?, ¿qué le preocupa a usted en las noches?, —le preguntó el 7 de marzo de 2014, en el hervor de La Salida, Christiane Amanpour, periodista de CNN.
—Duermo tranquilo toda la noche. Duermo feliz, duermo como un niño, respondió Maduro.
Lo primero que hizo fue saludar al adversario. Así lo exige el protocolo y así lo hizo: “Buenas tardes, ciudadano diputado Henry Ramos Allup, presidente de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela”, comenzó Maduro la lectura de la Memoria y Cuenta de 2015, la tarde del viernes 15 de enero de 2016. Por primera vez a un jefe de Estado chavista le tocaba rendir cuentas ante un Parlamento opositor.
—Haber ido a presentar, siendo minoría, la Memoria y Cuenta, fue un quiebre en su gestión, porque significó un reconocimiento del adversario. Si él lograra salirse de ese autoacorralamiento al que entró por su propia voluntad, podría hacer un suave aterrizaje y formar un gobierno de coalición para enfrentar la crisis. Sería lo más práctico si no tuviera el peso de sus espectros ideológicos y, sobre todo, el miedo de no saber qué puede pasar con su entorno cuando pierda la inmunidad —dice el politólogo Carlos Raúl Hernández.
Maduro habló en el hemiciclo un poco más de tres horas. Tumbó de un manotazo la copa de agua y mencionó 19 veces a Hugo Chávez, a diferencia de la del año anterior, cuando fueron 33.
—Chávez va a ser la sombra de Maduro durante mucho tiempo, pero creo que el día que fue a la Asamblea estuvo muy bien, comenzó a sentirse más su verdadera personalidad. Y los nuevos ministros que puso en enero también tienen su impronta, algunos son amigos de él de toda la vida —dice Nieves Banchs.
—Maduro es una prolongación muy limitada de Chávez. Hasta Lula le recomendó hacer su propio perfil, sus propios cambios. Maduro desarrolla el mismo proyecto populista e irresponsable de Chávez sin la astucia ni la plata —dice Carlos Raúl Hernández.
Sin la plata, sobre todo. Lo reconoció en su intervención el día de la Memoria y Cuenta el diputado adeco Ramos Allup: “Presidente, usted no es el culpable de esto, porque usted heredó una situación terrible”. Un desfalco cambiario reconocido por el Banco Central de Venezuela de más de 20,000 millones de dólares preferenciales entregados a empresas de maletín que decían importar, sobre todo, alimentos y medicinas, reveló el calado de la corrupción en tiempos de Chávez. Además, el gobierno chavista expropió en la última década empresas que incumplen año a año las metas de producción. Ni se importan suficientes productos, ni se elaboran suficientes productos. El resultado es que en el último trimestre de 2015 la escasez general fue 87% y la inflación de alimentos y bebidas llegó a 315 por ciento.
Maduro se ha aferrado al argumento de que es imprescindible mantener el sistema de controles estatales porque la burguesía venezolana y el imperio norteamericano se han complotado en una “guerra económica” con la finalidad de derrocarlo. Mientras tanto, la expresión más cruda de las fallas del modelo económico socialista se agrava: las colas, tensas y desmoralizadoras para comprar comida y productos regulados, son la fotografía del país. “El sector demagógico dice que las colas son culpa de Maduro. Yo espero propuestas a las colas que está haciendo nuestro pueblo. Asumo mi culpa porque soy libre”, dijo el presidente en enero de 2016. Cada vez con más frecuencia Maduro asume públicamente las fallas de su gestión y, con el mismo énfasis, continúa haciendo las mismas cosas en las que reconoce haber fallado. Persiste la sospecha de que no está gobernando, sino haciendo una suplencia.
La tarde de la Memoria y Cuenta, Maduro escuchó atento la intervención de Ramos Allup, y varias veces pidió silencio a los parlamentarios del PSUV que intentaron interrumpir al opositor.A pesar de la tensión entre el Ejecutivo y el Parlamento, el contrapeso le sentaba bien.
—Es mejor comunicador hoy de lo que era cuando fue elegido. Es ahorita el único líder, por mucho que se haya debilitado. Se ha subestimado su capacidad de control dentro del gobierno y se piensa que no tiene influencia en el partido, y eso no es verdad. No quiere decir que no esté cometiendo errores críticos: mientras más se demore en tomar las decisiones económicas de fondo, los costos serán mayores —dice Luis Vicente León, de Datanálisis.
A Maduro podría quedarle poco tiempo: la mayoría absoluta obtenida por la MUD en las parlamentarias es la válvula constitucional para una enmienda de la carta magna que reduzca el mandato de Maduro y acerque las presidenciales pautadas para 2019; también para blindar legalmente un referéndum revocatorio y para convocar manifestaciones de calle exigiendo la renuncia del presidente. El 8 de marzo la MUD anunció estas opciones en la presentación de la Hoja de Ruta 2016. Todos son escenarios que pueden desembocar en un cambio de gobierno en 2017 y en el declive prematuro del legado revolucionario.
“El hijo de Chávez”, se considera él; “un gran servidor público”, lo consideraba Chávez; “presidente obrero”, le dicen sus seguidores; “un error histórico”, lo llama Henrique Capriles; “el bobo feroz”, lo apodan en las redes sociales; “un hombre muy bien intencionado”, lo definió Luiz Inácio Lula Da Silva en febrero de 2014. Aún es difícil interpretar la naturaleza de Maduro y, a pesar de que tiene tres años en el cargo, todavía da señas de no calzar sus propios zapatos. Unos días antes de las parlamentarias de 2015 estaba montado en el capot de un vehículo rojo durante la inauguración de una autopista y se animó a cantar unos versos que le salieron tan mal entonados que él mismo se rio y prefirió despedirse. “¡Que viva la patria, que viva Chávez, que viva el pueblo, que viva Bolívar! Le doy el pase a la periodista”, dijo. De pronto, como quien se da cuenta de que se ha olvidado de algo, se acercó otra vez el micrófono y gritó: “¡Y que viva Maduro también!”
Activista de izquierda desde la adolescencia, Nicolás Maduro fue constituyente, diputado, canciller y vicepresidente de Venezuela. En las manos de Maduro fue depositada la herencia de la revolución bolivariana que Chávez comandó durante 15 años.
Nicolás Maduro está en el mausoleo de Hugo Chávez. Ha ido a visitarlo y le lleva una derrota. Es la noche del 8 de diciembre de 2015. Dos días atrás se celebraron las elecciones parlamentarias que renovaron todos los escaños de la Asamblea Nacional (como se llama al Congreso en Venezuela), y hace frío en el Cuartel de la Montaña, al oeste de Caracas. Desde allí transmiten En Contacto con Maduro, un programa semanal de radio y televisión en el que el jefe de Estado venezolano hace anuncios, lee tuits, publica los suyos, celebra los retuits que le hacen, recibe invitados y grupos musicales. Un magacín político de amplio target. El tema de hoy es la administración de un descalabro.
Tres años antes, el 8 de diciembre de 2012, también de noche y también por televisión, a unas cuadras de allí, en el Palacio de Miraflores, el entonces presidente Hugo Chávez —enfermo, agotado— le encomendó a Maduro una victoria. Ese día, después de 14 años de gobierno, Chávez dejó el juego en manos del sucesor que él mismo había elegido, rogó a sus seguidores que le transfirieran su apoyo y se fue a Cuba para operarse del cáncer que padecía desde 2011. Maduro cumplió la primera de las encomiendas: Chávez murió el 5 de marzo de 2013 y él venció, un mes y medio después, en las elecciones presidenciales, ganándole a su principal contrincante, Henrique Capriles, por una diferencia exigua de votos.
Pero en las elecciones del 6 de diciembre de 2015, después de casi dos décadas de revolución bolivariana, Maduro perdió el control del Parlamento con una victoria implacable de la oposición: de 167 curules, 112 fueron para la coalición Mesa de Unidad Democrática (MUD) y 55 para el Polo Patriótico, agrupación de partidos chavistas. Por primera vez en 17 años la oposición es mayoría absoluta y es, también, la primera vez que se habla de la posibilidad de que el gobierno madurista llegue a su fin de manera constitucional. Maduro, vestido con una camisa azul de corte militar idéntica a las que le confeccionaban a Chávez, está en el mausoleo, sentado en un escritorio a unos metros de la tumba de su predecesor. Hace un programa de 5 horas, igual a todos los anteriores, para un país que dio señales de haber cambiado por completo en las elecciones de hace sólo dos días.
A pesar de la expectativa que hay sobre lo que va a decir, apenas deja claras algunas cosas. Su manera de perder: “Yo quería construir 500 mil viviendas el próximo año, ahorita lo estoy dudando. Pero no porque no pueda construir, yo puedo construirlas, pero pedí tu apoyo y no me lo diste”. Lo versátil de su identidad: “Mientras este hombre esté aquí llamado Nicolás Maduro, iba a decir Hugo Chávez. Jajaja. Soy Hugo Chávez vale, sí, sí”. Sus preferencias reposteras: “¿A ustedes les gusta el sánduche de cambur con leche condensada? Levanten la mano los que han comido cambur con leche condensada. Eso sabe a gloria”. Y, finalmente, un título: “Ganaron los malos”.
La transmisión termina de madrugada con el video en el que Chávez anunció al país que, en caso de que él no pudiera seguir al frente del socialismo del siglo XXI, Maduro sería el encargado de hacerlo. Es el video que recuerda cómo fue que todo esto comenzó.
Un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza.
"Yo quiero decir algo, quiero decir algo, aunque suene duro, pero yo quiero y debo decirlo, debo decirlo", dijo Hugo Chávez. Y luego lo dijo y esa noche de un sábado de diciembre de 2012, en una cadena de radio y televisión, a Nicolás Maduro le cayó un país en la cabeza. Ahí estaban, en el Despacho Uno del Palacio de Miraflores, sede del Ejecutivo venezolano: Chávez acababa de ganar por cuarta vez la jefatura del Estado; a su derecha, Diosdado Cabello, militar y presidente de la Asamblea Nacional; a la izquierda, Maduro, civil y vicepresidente de la República. Los tres sabían para qué habían ido. Pero antes, un poco de John Travolta y de Olivia Newton-John.
"Sábado 8 de diciembre. Nueve y media de la noche. Un poquito más. Nueve y treinta y tres, y treinta y cuatro, Buenas noches a toda Venezuela, buenas noches al pueblo venezolano. ¿Te acuerdas de aquella película, Diosdado? Saturdei fiber... ¿cómo es?", preguntó chávez.
Fiber y radioterapia, inflamación, “seguramente producto del esfuerzo de la campaña”, células malignas, otro procedimiento quirúrgico, “es necesario, es absolutamente necesario”. Chávez, que ha sido operado tres veces desde 2011, se está muriendo. Esa noche va a anunciar que se va, que regresa a un quirófano de La Habana. Sabe que volvió el cáncer, peor que antes, como vuelve siempre el cáncer. Es el día de la despedida y va a revelar el nombre del elegido. Pero antes, un poco más de disco music.
“John Travolta. ¿Ése es el nombre de él? ¿Del actor? Y Olivia Newton John, ¿te acuerdas? Bueno, entonces no es mi estilo una cadena nacional un sábado por la noche.”
Entonces lo dice: “Si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el periodo, sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”.
Maduro abre las fosas nasales, mira a Chávez, mira al infinito. El rostro le cuelga como una sábana remachada por el bigote. Usa una camisa clara y un saco gris oscuro que, por la postura rendida de los hombros, parece de plomo. No hace ningún gesto, no agradece el nombramiento.
El lunes 10 de diciembre Chávez voló a La Habana. Setenta y dos días después, a las 2:30 de la madrugada del 18 de febrero de 2013, regresó a Caracas. Nelson Bocaranda Sardi, el periodista que reveló en 2011 la enfermedad de Chávez antes que la vocería oficial, asegura en el libro Nelson Bocaranda. El poder de los secretos (Planeta, 2015) que Chávez no quiso fallecer en Cuba para no perjudicar la percepción del sistema de salud de la isla, orgullo de los Castro.
La versión oficial es que el martes 5 de marzo de 2013, a las 4:25 con 5 segundos de la tarde, Hugo Rafael Chávez Frías murió de un infarto pulmonar. Tenía 58 años y un sarcoma metastásico. “Alrededor de las 11 de la mañana habían desconectado a Chávez, ¡pero lo volvieron a conectar minutos más tarde porque Maduro apareció con la angustia de que algo muy malo e inminente podía suceder! La situación se tornó muy confusa. Por unas horas todo el mundo perdió los papeles. Finalmente, a media tarde reinó la sensatez y pasó lo que pasó”, escribió Bocaranda en su libro. Acompañado de funcionarios del alto gobierno y jefes militares, Maduro dio la noticia de la muerte de Chávez a través de una cadena de radio y televisión. Con aplomo pidió aplomo; con respeto pidió respeto; con calma pidió calma. “Asumimos su herencia, sus retos, su proyecto”, dijo sin soltar las manos de un podio de madera. “Cuando me paré allá en el Hospital Militar a decirles a ustedes esa noticia, no me salía por acá la voz, no me salía de aquí, parecía una pesadilla”, recordó en un acto de campaña.
Pero la pesadilla se convirtió en presidencia. Él, que había pasado la mitad de su carrera en el chavismo fuera del país como ministro de Relaciones Exteriores, que no se fogueó dentro del partido, que no gobernó ninguna región, aceptó tomar el relevo y se convirtió el 14 de abril de 2013 en el 51° Presidente de la República Bolivariana de Venezuela para el período 2013-2019.
Maduro nació el 23 de noviembre de 1962, a las 9:03 de la noche, en un lugar que ya no existe. La Policlínica Caracas, el centro médico privado que se menciona en su partida de nacimiento, fue demolida en 1965. Maduro llegó antes del desplome. En cambio, a la Jefatura Civil de la parroquia Candelaria donde se convirtió en ciudadano lo llevaron sus padres con demora: tenía dos años y cuatro días. El acta de nacimiento dice que lo hicieron el viernes 27 de noviembre de 1964. El domingo siguiente lo bautizaron junto con su hermana María Adelaida, de 3 años y 4 meses.
De ese fin de semana, Maduro tiene apuntes borrosos. Se le extraviaron unos meses y unos sacerdotes: “Yo nací en Caracas en un lugar llamado Los Chaguaramos, Valle Abajo. Allí, en la iglesia San Pedro, muy conocida, me bautizó el padre Luoro, italiano, que después trabajó con Pablo VI. A un año de edad, un poquito menos me bautizaron”, dijo en Roma el 17 de junio de 2013, delante de varios integrantes de movimientos sociales italianos. En la partida de bautismo —hecha pública en una investigación privada conocida como el Informe Orta— no se menciona al padre Luoro, sino al padre Angelo Mazzari, y el niño no tenía “un año de edad, un poquito menos”, sino dos, un poquito más.
Católico y formado en la primaria por las monjas españolas del Colegio San Pedro de Caracas, vivía en un hogar donde se escuchaba Radio Habana Cuba a través de un aparato de onda corta heredado del abuelo paterno. “Vengo de una familia progresista, de izquierda, como eran mi padre y mi madre.”
Su padre, Jesús Nicolás Maduro García, economista, de Falcón, Venezuela, se casó el 1 de septiembre de 1956 en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima de Bogotá con Teresa de Jesús Moros Acevedo, encargada del cuidado del hogar, de Cúcuta, Colombia, según las partidas de nacimiento de los hijos, y de Táchira, Venezuela, según manifestó el propio Nicolás en su partida de defunción. El matrimonio tuvo cuatro hijos: María Teresa de Jesús (21 diciembre 1956), médico; Josefina (30 de enero de 1960), odontóloga; María Adelaida (20 de julio de 1961), administradora y Nicolás (23 de noviembre de 1962), sin estudios superiores y presidente de una república.
La familia tenía un apartamento en el edificio San Pedro de Los Chaguaramos y el padre era dueño de un Ford Fairlane, el carro de moda. Un choque en el parafango izquierdo, que jamás repararon, era su seña.
—A la mamá, bajita, la recuerdo muy humilde; y al papá alto, simpático y conversador. Las hermanas eran de muy poco hablar. No se me olvida un perrito fastidiosísimo que hacía mucho ruido. Cuando lo íbamos a visitar le pegábamos un grito desde la calle y él bajaba —recuerda David Nieves Banchs, excónsul de Venezuela en las Islas Canarias, miembro de la dirección nacional ampliada del PSUV, guerrillero en los años 70 y preso por el secuestro en 1976 del estadounidense William Frank Niehous, presidente de la Owens Illinois en Venezuela, al que la izquierda acusaba de ser agente de la cia.
Cuando Maduro tenía 6 años, en 1968, sus padres participaron en la fundación del Movimiento Electoral del Pueblo. El MEP promovía las premisas de erradicar la explotación oligárquica e imperial y promover la propiedad social sobre el petróleo y las industrias básicas. Oligárquica, imperial, propiedad social. De eso se hablaba en el hogar Maduro Moros, de eso hablaba Hugo Chávez, de eso sigue hablando Nicolás.
Sin mayor interés por la formación académica, Maduro dedicó su juventud a otras materias: militó en la agrupación de izquierda radical Ruptura y luego se adhirió a La Liga Socialista (“una pequeña organización de izquierda que aglutinaba a luchadores sociales del campo estudiantil, sindical, de barrio, campesino”); descubrió la salsa brava (“yo bailo salsa, bailo reggeaton, bailo de todo”); tocó guitarra, bajo y batería en una banda de rock (“creo que Escaleras al cielo es la canción más completa de todo el rock”); era disciplinado televidente (“los martes pasaban Starsky y Hutch; los miércoles, Kojak; los jueves, Columbo”); estudiaba en el liceo y hacía trabajos ocasionales. A su primer oficio, vendiendo en la urbanización El Valle helados de colores al mayor, llegó de la misma forma que a la presidencia de la República: cubriendo una falta temporal.
—Una persona que trabajaba conmigo tuvo un problema y él con su Fairlane lo cubrió unos días. Manejaba muy bien. Vendíamos por los barrios y ahí había que tener cierta destreza, ir ligero en calles angostas —dice Leonardo Corredor, apodado “Pancho”, hijo del dueño de la heladería Siglo XXI, copiloto de la travesía y líder en su juventud del grupo de educación media de La Liga Socialista.
Aunque vecino de Los Chaguaramos, Maduro era un asiduo de El Valle, una zona de clase media en la entrada principal de Caracas. En agosto de 2013 dijo que el trabajo, de apenas dos días a la semana, le rendía para sus gastos musicales, pese a que en 1979 la inflación llegó por primera vez en la historia a 20.4%, todavía muy modesta comparada con la de 180.9% que se registró en su gobierno en 2015: “Por allá por los años 79, 80, 81, 82, no tenían gente que vendiera helados al mayor. La gente que venía a comprarles para vender al mayor especulaba, entonces Pancho y yo comenzamos a hacer una ruta y nos ganábamos 500 bolos yo y 500 bolos él. Era bastante. En esa época ensayábamos rock y salsa, entonces yo con eso que ganaba compré la batería, las guitarras, los bajos, los distorsionadores de guitarra, las tumbadoras. Bueno, y ayudábamos a mucha gente, pues”.
La heladería en la que trabajó Maduro todavía funciona en una casa sin letrero. Hortensia Corredor, hermana de Leonardo, despacha a través de una puerta siempre abierta. El nombre de Maduro la entusiasma.
—El primer sueldo prácticamente se lo ganó aquí —dice.
Ahí, con los once hermanos Corredor, también conoció las tareas de La Liga Socialista que concertaban la participación en el sistema formal de partidos con la guerrilla urbana, convocando a co-lectivos obreros, universitarios y liceístas en una época en la que los gobiernos de Acción Democrática y Copei —los dos partidos que polarizaban el voto y se turnaron el mando entre 1973 y 1988— enfrentaban los fantasmas de las conspiraciones civiles y militares, a pesar de que los partidos de izquierda habían sido legalizados y muchos de sus miembros dejaban las armas para incorporarse en el juego político.
—Aunque mi papá era de Acción Democrática, nos permitía reunirnos aquí. Siempre decía: ‘Tuve este montón de hijos para dárselos al comunismo’ —rememora Hortensia Corredor.
—A Maduro lo conocí a finales de los setenta porque pertenecía a los grupos de la ultra izquierda y yo a un grupo de izquierda moderada, que era el Movimiento Al Socialismo. Él hacía un activismo febril como militante raso de La Liga Socialista. Organizaban actividades de promoción por la gente detenida, que en ese momento era bastante. Maduro no tenía un liderazgo notable en esa época —dice Carlos Raúl Hernández, doctor en Sociología y maestro en Ciencias Políticas.
Estudiantes en protesta, como él; inconformes, como él; inspirados, como él; tira piedras, como alguna vez él: en febrero de 2014, a poco de cumplir un año como presidente, Maduro enfrentó un reto político que dejó expuesto el temperamento de su mandato ante lo que consideraba las amenazas del Movimiento Estudiantil. Se enfrentó a lo que él mismo fue y, sobre todo, a lo que dejó de ser.
Comenzó con un tiro en la cabeza del estudiante Bassil Alejandro Da Costa, el primer asesinado durante La Salida, como se llamaron las manifestaciones en contra del gobierno promovidas especialmente por el partido Voluntad Popular, liderado por Leopoldo López. El 12 de febrero de 2014, Día de la Juventud en Venezuela, fue convocada una marcha hasta la Fiscalía General de la República. “Tenemos que entender que no será fácil. La Constitución nos propone varios caminos: la renuncia, la enmienda, el revocatorio y la constituyente”, dijo López cuando invitó a participar y argumentó que “hacer colas de siete horas por un pollo”, la falta de medicinas y la inseguridad eran motivos para salir a la calle a protestar. La convocatoria cobró vida y, más tarde, la represión cobró muertes.
Desde ese momento y en varios estados del país se sucedieron marchas, barricadas, campamentos espontáneos en plazas y avenidas, guayas atravesadas en las calles para cortar el paso, lacrimógenas, basura quemada: fueron dos meses de rutinas desfiguradas. “Candelita que se prenda, candelita que se apaga”, exigió Maduro a las agrupaciones de base chavistas. La orden se cumplió. Entre febrero y mayo fallecieron 42 personas y fueron detenidas 3,127. Casi todos los muertos y detenidos eran jóvenes, casi todos los victimarios pertenecían a las fuerzas de seguridad del Estado. Dos años después, la mayoría de los casos de asesinato no han sido resueltos según datos de la organización no gubernamental Foro Penal.
Leopoldo López fue condenado a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de cárcel acusado de asociación para delinquir, instigación pública y delitos de incendio. López es considerado por la oposición el preso político de Maduro, por lo que ha promovido una Ley de Amnistía que el jefe de Estado ha dicho que se negará a firmar.
Las imágenes que guarda Nieves Banchs de las circunstancias en las que Maduro intentaba una revuelta urbana en los 70, también tienen voltaje:
—Era una época de riesgos. Por hacer una pinta en una pared te podían caer a tiros. Nos detenían por ratos en celdas malolientes. Pero la militancia en esas condiciones elevaba los afectos y en La Liga educábamos para que la camaradería surgida de allí fuera un símbolo.
Compañeros consultados dicen que a Maduro lo incorporaron a La Liga Socialista cuando estudiaba bachillerato en el Liceo de Ensayo Luis Manuel Urbaneja Achelpohl. Una exalumna —que pide no ser identificada— dice que desde entonces ya mostraba interés por el alboroto. “Se manejan dos fechas de su salida del liceo: una al finalizar primer año y otra al finalizar segundo. Lo que está claro es que fue expulsado por el bajo rendimiento académico y la incitación a suspender las actividades por cualquier causa. Lo llamaban Pajarote, por lo grande.” Otra compañera, que también pide no revelar su nombre, rememora distintos modales: “Defendió a un amigo de mi hermano en un incidente en una parada de autobús. Como era grande y alto espantaba a los bravucones”.
“Yo recuerdo cuando tenía 14, 15 años, me sentía muy identificado con la canción Indestructible de Ray Barreto. Ahora me siento muy identificado también”, dijo Maduro en noviembre de 2015 durante la campaña de las parlamentarias en la que su partido fue derrotado. “Unidos venceremos, yo sé que llegaremos / Con sangre nueva, indestructible / Yo traigo la fuerza de mil camiones / A mí me llaman el invencible”, dice la canción del percusionista puertorriqueño de jazz latino Ray Barreto.
Indestructible. Así se siente Maduro.
Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza.
Es tan grande que cuesta enfocarlo.
Suele ser el más alto del grupo pero inclina la cabeza con ese gesto de la gente grande que necesita descender a la talla de los demás. Avanza lento, es lento; nada de su volumen intimida, como un Big Hero 6 con bigote. En la pantalla se ve tan cansado como maquillado para disimularlo. Reconoció el agobio en uno de sus programas semanales: “Soy el presidente y tengo que atender no sé cuántos asuntos internacionales, nacionales, mil cosas; es una gran responsabilidad, más de lo que uno pudiera imaginarse”. Es el presidente. Le ha costado ser, pero ha sabido estar. Sin ansias aparentes. Sentado donde no estorba ni amenaza. Así llegó a Miraflores, a los 51 años, y así llegó también a Cuba, a los 24.
—A mediados de los años ochenta, el Partido Comunista de Venezuela le otorgó a la Liga Socialista dos cupos para la formación de jóvenes en Cuba. Había que irse sin sueldo, para estudiar. Yo era el responsable nacional del grupo de educación media y me correspondía ir, pero a los 17 años ya tenía hijos y estaba enredado, no pude. Entonces mandaron a Nicolás —recuerda Leonardo Corredor.
Las clases eran en La Habana, entre 1986 y 1987, en la Escuela Nacional de Cuadros Julio Antonio Mella. “Fue una gran escuela y no sólo por la formación política, sino por la escuela diaria de la calle: conocer qué es en verdad el pueblo cubano, y descubrir que tenemos los mismos valores”, dijo Maduro mientras era canciller, en 2009, para un libro conmemorativo del 50 aniversario de la Revolución cubana.
—Se notó el avance en su aprendizaje cuando regresó de La Habana, me comentaron en ese momento sus compañeros —dice Leonardo Corredor.
Maduro le dijo al periodista venezolano Roger Santodomingo, en el libro De Verde a Maduro (Debate, 2013), que al regresar decidió irse de la casa familiar y alquilar un apartamento en Caricuao, una urbanización al suroeste de la capital, con montañas, raperos y un zoológico. “Intuía que sus actividades, tarde o temprano, pondrían en riesgo a su familia”, escribe Santodomingo.
Esos días Maduro también se dedicó a la militancia sentimental. Las primeras visitas que hizo al entonces Congreso Nacional fueron por amor. David Nieves Banchs era el único diputado de La Liga Socialista y Adriana Guerra, novia de Maduro, era su secretaria.
—Él entraba al Congreso para ver a Adriana, a la que conoció en la casa del partido. Ella todavía trabaja en la Asamblea, en una de las comisiones legislativas.
Nicolás y Adriana se casaron el 11 de junio de 1988 en la capilla de la Universidad Central de Venezuela. Se mudaron al edificio Fetratransporte en la calle 14 de El Valle, según relatan amigos de esos años. El 21 de junio de 1990 nació Nicolás Ernesto, el único hijo del presidente y de la pareja, que se separó poco después. En el archivo del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales se verifica que Guerra aún trabaja en la Asamblea Nacional, donde Maduro fue constituyente, diputado, presidente del Parlamento y luego marido de Cilia, también presidenta del Parlamento. Él no menciona a su primera esposa y la imagen de ella siempre ha estado fuera del encuadre de la foto de familia.
Dice Nieves Banchs que fue en una de las tertulias en la casa del partido que Maduro habló de su interés por una de las cualidades que más se han usado para conectarlo con el electorado chavista: su ascendencia sindical. “Si vas a hacer trabajo obrero, lo primero que tienes que ser es convertirte en obrero”, le dijo. Tenía 29 años y debía buscar un empleo remunerado para cumplir con el anhelo de oponerse a su empleador. El metro de Caracas, para la época una de las instituciones públicas más eficientes y mejor mantenidas del país, estaba abriendo cursos de operador de Transporte Superficial para conducir metrobuses, los autobuses que ofrecían un servicio integrado al subterráneo. Después de pasar las pruebas, Maduro entró como conductor en el año 1991.
De sus destrezas al manejar no tiene buena evaluación Ricardo Sansone, exgerente del metro de Caracas:
—El primer contacto que hice con él fue cuando un señor llegó molesto a la compañía porque un metrobús le había roto el retrovisor. Había sido Nicolás, que no le dio mucha importancia y tampoco lo reportó como obliga el reglamento. Él manejó muy poco.
Prefería, dice Sansone, la química sindical. Para las reuniones pedía prestado a la empresa un salón subterráneo en la estación de metro de La Paz:
—Yo no le daba permiso, pero después descubrí que un amigo mío sí. Nicolás montó un sindicato paralelo para agrupar sólo a los empleados de transporte superficial. Eso no prosperó, porque el gremio que ya existía no vio a la nueva asociación con buenos ojos. Nicolás se replegó y comenzó a faltar al trabajo y a meter reposos. Siempre fue un poco rebelde, de mucho observar, de poco hablar. Siempre a la sombra.
Y, una mañana, la luz. “Entonces apareció el sol de América, el sol del siglo XXI, aquel 4 de febrero de 1992 fue el día en que nuestro corazón revoloteó de revolución”, dijo Maduro desde Roma, a dos meses de haber sido electo presidente.
El comienzo de la década de los noventa fue para Maduro el final de la búsqueda: conoció a Hugo Chávez y a Cilia Flores. Todavía se recogían en el país los vidrios rotos de “El Caracazo”, una convulsión social espoleada por el anuncio del aumento de la gasolina, el alza del pasaje del transporte público y un programa de ajuste estructural de la economía propuesto por Carlos Andrés Pérez, elegido presidente en diciembre de 1988. Los disturbios se alargaron del 27 de febrero al 1 de marzo de 1989 y todavía no hay consenso alrededor de una cifra oficial que cuantifique los despojos y los cadáveres de esos días de noches tenebrosas que han durado más de 25 años.
“Los solos avisos de devaluación, liberación de intereses, ajustes en servicios y levantamiento de controles de precios bastaron para desatar los temores por un aumento violento en el costo de la vida, además de agudizar la crisis de desabastecimiento que ya llevaba ocho meses. Lo que se avecinaba se presentía catastrófico, y las ofertas para contrarrestar esa catástrofe lucían exiguas”, reseñó la periodista Mirta Rivero en el libro La rebelión de los náufragos (Alfa, 2010).
Para Maduro, “el paquetazo” de Pérez, como pasó a la historia el programa económico, “fue una entrega al poder imperialista ejercido a través del Fondo Monetario Internacional y una traición a la patria”. La tarde del miércoles 17 de enero de 2016, después de 18 años con el precio congelado, Maduro tomó la decisión económica más drástica de su mandato: aumentó la gasolina venezolana, igual que hizo Pérez. El litro de 91 octanos subió de 0.07 bolívares a 1 bolívar y el de 95 de 0.09 a 6 bolívares. Llenar el tanque de un carro pequeño pasó de costar 4 bolívares a 180: una empanada de queso vale 150 bolívares.
Ahora Maduro no parece dispuesto a aplicar un ajuste en profundidad que pueda ser asociado con “el paquetazo” y que tenga un costo político impagable. Pero la incertidumbre y el descontento, así como las cifras económicas del socialismo bolivariano de 2016, son equiparables a las del capitalismo a secas de 1989. El propio Maduro, en la presentación de la Memoria y Cuenta, admitió que la situación era “catastrófica”: 180.9% de inflación en 2015 —la más alta desde 1950— y el precio del petróleo —fundamental para la economía— cayendo en picada y rondando los 24 dólares el barril, cuando nada más producirlo cuesta 20. La pobreza, que Chávez logró bajar a 20%, aumentó a 73%, según estudios privados, porque los públicos no se conocen desde 2013. Se suma a esto la excentricidad de un esquema cambiario con varios tipos de precio para el dólar, divisa controlada por el gobierno desde 2003. La más reciente devaluación del bolívar la hizo Maduro minutos después de aumentar la gasolina: el dólar preferencial (para alimentos y medicinas) pasó de 6.30 bolívares a 10 bolívares. El dólar negro —que sirve de referencia para decidir el valor de todo lo que no está regulado por el Estado— se vende en la calle a 900 bolívares. Chávez vivió la fiesta del petróleo a 100 dólares el barril y Maduro llegó cuando ya se había acabado hasta el hielo.
El descontento por “el paquetazo” no sólo perforó en su momento la legitimidad de Pérez, sino que alimentó los bríos de militares de rango medio agrupados en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 que al amanecer del 4 de febrero de 1992 despertaron a los venezolanos con un fallido y sangriento golpe de Estado. Uno de los líderes de la intentona fue el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Acusado de rebelión, estuvo preso dos años y fue indultado por el presidente Rafael Caldera, en 1994. En las visitas a la penitenciaría, convertida en un despacho de amigos, familiares y admiradores de los golpistas, se conocieron Cilia y Nicolás. Ella, abogada del equipo defensor de los militares; él, militante de izquierda con mucho tiempo libre.
“Cilia era abogada del comandante Chávez y me comenzó a picar el ojo”, reveló Maduro cuando celebraron su primer año de matrimonio, el 15 de julio de 2014. Aunque llevaban juntos más de 10, decidieron casarse sólo después de convertirse en la pareja presidencial. También contó que, entrecasa, les gusta llamarse “Cilita” y “Niquito”.
El día en que Hugo Chávez salió de la cárcel, Nicolás Maduro estaba en la puerta. Fue el sábado 26 de marzo de 1994 y empezaba la Semana Santa. Un video de una concentración con los seguidores que ya tenía Chávez en ese momento muestra a Maduro caminando con él, zancada a zancada, apartándole la gente con braceadas suaves. Es el tipo que está al lado y que sabe estar al lado. Un guardaespaldas devoto. Chávez sonríe, levanta los puños; Maduro va concentrado en no perder el paso, en no perder a Chávez. “Estábamos ahí nosotros, un montón de chamos sin chamba, y nos fuimos con él por todo el país a construir una fuerza”, recordó Maduro.
Esa construcción fue casa a casa, poblado a poblado. Exmilitares y militantes de izquierda se adherían al proyecto bolivariano de Chávez que se transformó en el Movimiento V República para participar en las elecciones presidenciales de 1998, contienda que el teniente coronel ganó con 56.2% frente a 39.97% de Henrique Salas Römer, líder de Proyecto Venezuela.
“Yo me acuerdo clarito que el 18 de octubre de 1997 fuimos a entregar las firmas para legalizar el Movimiento V República con el comandante Chávez (...) Esta corbata era mi corbata de metrobús; esta camisa era una camisa que me ponía yo normal con un blue jean; y este paltó me lo prestaron. Yo era de la Dirección Nacional del recién creado Movimiento V República, ¿yo tenía aquí cuánto? Yo nací en el 62: 72, 82, 92, 97, 35 años, no había cumplido 35, 34 años. Y bueno, me puse mi pinta, pues”, recordó Maduro viendo una fotografía de ese momento durante una de las emisiones de su programa de televisión.
En 1994, Maduro perdió a su madre; en 1989, había muerto el padre. Huérfano, adoptó a Hugo Chávez.
—No me sorprendió que Chávez se decidiera por Nicolás, viendo el contexto. Lamentablemente liderazgos como el suyo no admitían el auge de otros dirigentes. Nicolás viajó mucho con el presidente, estuvo mucho tiempo con él. ¿A quién más iba a poner? —se pregunta Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez, abiertamente distanciada del gobierno de Maduro porque sus críticas a la corrupción de funcionarios públicos no fueron bien recibidas.
—Sí me sorprendió muchísimo que lo nombrara su sucesor porque Nicolás tenía más de seis años en el servicio exterior, conocía más las cancillerías extranjeras que el territorio nacional; era muy dado para la ejecución de políticas y no para la toma de decisiones —dice Giovanna De Michele, miembro de la Comisión Presidencial Negociadora con Colombia para la delimitación de áreas marinas y submarinas durante el ejercicio de Maduro como canciller, entre los años 2006 y 2012.
—¡Qué va! Él estaba en el metro de Caracas. No me imaginaba que iba a ser presidente —dice Jormar Duven, un primo hermano que vive en Tocópero, el pueblo del padre de Maduro, en el estado Falcón.
—Era el más adecuado —asegura Hortensia Corredor, en su heladería.
—Nunca vi a más nadie con posibilidad de ser el sucesor que no fuera Nicolás. Sin desprecio por los demás, él era el político entre los que rodeaban a Chávez. Y eso que yo, que lo conozco desde carajito, puedo decir que jamás le conocí ningún tipo de ambición de ocupar altos cargos. No aspiraba ser ni jefe civil de la Parroquia El Valle —dice David Nieves Banchs.
Carlos Raúl Hernández sí piensa que hubo cálculo por parte de Maduro para promoverse.
—Estaba seguro de que iba a ser él por varias razones: siempre fue muy cubanófilo. Jugó un papel muy hábil porque mientras Diosdado Cabello se las daba de anticomunista y se vanagloriaba de no haber ido nunca a Cuba antes de la gravedad de Chávez, Maduro se dedicó sistemáticamente a cultivar a los Castro, a presentarse como alguien de confianza. Cuando Diosdado quiso cambiar esa imagen ya era tarde. Uno nunca sabrá qué fue lo que pasó en Cuba, no se sabe si a Maduro lo nombró Chávez, Raúl o Fidel. En todo caso, logró que lo hicieran con la anuencia de las hijas de Chávez.
En la cotidianidad venezolana, convertida durante dos años en la sala de espera de un hospital, no se leían las señales que enviaba Chávez. Una de las más claras fue la de nombrar a Maduro vicepresidente ejecutivo a los pocos días de ganar las presidenciales el 7 de octubre de 2012: “La burguesía se burla de Nicolás Maduro porque fue conductor del metro de Caracas, y miren ahora por dónde va. ¡Es el nuevo vicepresidente!”, dijo. Pero la hemoglobina y las plaquetas del primer mandatario eran datos más oportunos que las conjeturas sobre un posible sucesor. Dueño incontestable del discurso del poder, Chávez había convencido a seguidores y a muchos detractores de que lideraría su revolución hasta la victoria. Y siempre.
El comandante de la revolución bolivariana logró, desde sus primeros mensajes públicos, animar a los venezolanos más pobres y hacerlos sentir beneficiarios de toda su atención. Las misiones sociales —programas de salud, educación y alimentación dirigidos, en su mayoría, a los sectores populares— se arraigaron como patrimonio comunitario y le hicieron merecer fama mundial. Maduro ha concentrado esfuerzos en continuar la entrega de casas gratuitas de la Gran Misión Vivienda Venezuela y en ampliar el plan Barrio Nuevo, Barrio Tricolor, que restaura edificios y casas deteriorados. También ha mantenido las ayudas económicas a los pensionados y a las madres en pobreza extrema, con menos éxito y menos flujo de caja que Chávez.
Los tres meses previos a su muerte sólo se sabía que Chávez estaba convaleciente en La Habana. Los medios reseñaron a Maduro como el vocero de la agonía. Decía sin decir, como si los órganos del cuerpo no tuvieran nombre o no fuera capaz de mencionarlos. Las maniobras para informar sin entrar en zonas de peligro desembocaban en mensajes confusos: “El presidente se encuentra con una iluminación especial en sus pensamientos, en el manejo de todos los asuntos que trabajamos a través de documentos, a través de conversaciones de la información. Como siempre meditando, esto sin apartarse de sus tratamientos”, dijo Maduro el 26 de enero regresando de Cuba. El comandante enmudecía fuera del país y Maduro, dentro, proyectaba la voz.
Entre los años 2000 y 2005 Maduro fue diputado por primera vez. Usaba traje oscuro con medias blancas. Un grupo de periodistas, inquietas por el atuendo, pidió permiso a Cilia, la novia-parlamentaria, para regalarle medias oscuras en su cumpleaños. “Maduro era un sujeto de gran talante. Nos recibió amablemente en su despacho. Después Cilia nos decía que le regaláramos más medias”, recuerda una reportera que pidió resguardar su nombre. En el Palacio Federal Legislativo, donde Maduro fue diputado principal por Distrito Federal y el primer jefe de la fracción parlamentaria del Movimiento V República, es ése el recuerdo que muchos tienen de él: conciliador, respetuoso, negociador.
—Yo los saludaba a Cilia y a él de la forma como se hace en India: juntando las manos e inclinando la cabeza. Ellos me respondían igual —recuerda Walter Márquez, exembajador en India que, al igual que la pareja, tiene devoción por Sai Baba.
Los Maduro Flores se perfilaron desde el principio como una dupla activa y cercana a Chávez. Gracias al impulso de ambos se aprobaron normas necesarias para el proyecto bolivariano que todavía no llevaba el apellido socialista. Maduro integró la comisión que analizó la Ley Habilitante a través de la cual se delegó en Chávez la facultad de legislar. Fue la aprobación de 49 leyes habilitantes en el año 2000 uno de los motivos de un goteo de protestas encabezadas por trabajadores, empresarios y la sociedad civil que desembocó en el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, cuando Chávez fue sacado del poder y regresó después de que se derrumbara, en 48 horas, el nuevo y breve gobierno.
Esos días de abril, Maduro, hasta entonces incondicional, no estuvo junto a Chávez. El fallecido diputado del mvr, Luis Tascón, lo acusó públicamente de haber huido a Cúcuta con Cilia y de volver dos días después, cuando ya la insurrección militar había fracasado. Lo que sí quedó claro es que no les dio tiempo de preparar un bolso con ropa: “Vistiendo un mono prestado y mocasines llegó el diputado Nicolás Maduro acompañado por Cilia Flores. Eran evidentes las señales de cansancio y la angustia de horas anteriores que pasaron en un pequeño barrio de Los Chorros, donde les dieron refugio hacía dos días tras haber sido perseguidos, según contaron”, escribió la periodista Valentina Lares en el diario Tal Cual el 15 de abril de 2002.
En junio de 2006, siendo presidente del Parlamento y a pocos meses de iniciar su segundo periodo como diputado, Maduro fue ascendido por Chávez a canciller. Los que coincidieron con él en el despacho de Relaciones Exteriores dicen que, con el cambio de rol, también cambió el talante.
—A Maduro jamás lo vi en seis años. Ni a las fiestas del Día del Trabajador iba. Antes, los cancilleres entraban por el lobby, como todo el mundo, pero él mandó a hacer un acceso exclusivo por el estacionamiento. Puso una garita y habilitó un ascensor directo al piso 2. Se bajaba de su camioneta y subía al despacho, para no cruzarse con nadie —asegura una mujer, empleada del Ministerio de Relaciones Exteriores cuando Maduro lo dirigió.
—Los embajadores iban a Miraflores a reunirse con Chávez y el que mandaba en la Cancillería era Carlos Erik Malpica Flores, un sobrino de Cilia. Maduro era un cero a la izquierda —dice otra empleada de la institución.
Con algunos funcionarios de más responsabilidad no había modalidad baticueva:
—Era sumamente respetuoso. Me pareció alguien que sabía escuchar, curioso de la historia menuda. Tengo compañeros con opiniones completamente distintas, pero mi caso fue así. En Cartagena de Indias tuvimos una cena informal con el canciller de Colombia, Fernando Araujo, y Maduro fue muy cauteloso, de poco hablar, observador. No llamaba la atención ni tomaba el liderazgo. Nunca abusó de las bebidas alcohólicas y no fue comelón. No sé si había comido antes —dice Giovanna De Michele, exfuncionaria de la Cancillería.
Pero en la distancia corta, Maduro subía la guardia si se sentía presionado. “Hay gente que llega a un cargo y se envanece y ve por encima del hombro”, dijo en un discurso delante de estudiantes universitarios cuando era canciller. Por debajo del hombro dicen que lo agarró una sindicalista. En el brazo, cerca del codo. Quería que le prestara atención a los insistentes reclamos salariales de los empleados de la Cancillería. “Un ministro no se toca”, respondió él, remoto, incómodo, recuerdan dos testigos de ese día. Cercanos coinciden en que el cambio de actitud fue por exigencias del guion. Le tocó ponerse un traje de talla muy holgada.
—Él y Cilia fueron al Ashram de Sai Baba, en Puttaparthi, al sureste de India. Allí Sai Baba le materializó un anillo que, extrañamente, le quedó grande, como le ha quedado grande la presidencia de Venezuela. Aunque Maduro dice ser su seguidor, su manera intolerante de actuar lo aleja de esa doctrina —asegura Walter Márquez, exembajador en India entre 1999 y 2004.
Así también lo cree Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis:
—Desde el punto de vista de la capacidad de resolver los problemas, Maduro es, en materia prima, mejor que Chávez. Su historia previa lo define como un negociador: parlamentario, ministro de Exterior. Nunca se conoció como alguien sectario, lo que Chávez sí era, pero en la acción ha terminado siéndolo aún más que su antecesor por la necesidad de mostrarse fuerte sin serlo. La necesidad de rellenar un vacío gigante lo lleva a ser lo que no es.
“Meternos allí, multiplicarnos, así como Cristo multiplicó…”, hace una pausa, “los penes”. Corrige, pero ya Cristo hizo el trabajo: “perdón, los peces y los panes”.
Maduro se da cuenta cuando se equivoca. Hace silencio. Se da cuenta cuando dice libros y libras, cuando dice que no dudó ni un milímetro de segundo, cuando pide estar alertas y alertos. “No se dice alertos, ¿verdad? Jajaja. Porque éstos están cazando cualquier cosa.”
Habla sin comas; ni punto y coma. Ni punto y seguido. Ni aparte.
Sus errores ya son un género propio, una cátedra de estudio, una obsesión en Youtube. Le gusta leer en vivo y directo los tuits en los que se burlan de él. Expone a quienes los envían con nombre y apellido. “Maduro, ¡chúpalo!”, le escribió uno. “Chúpate tú tu cambio”, le respondió él, todavía desencajado por la derrota de las parlamentarias de diciembre de 2015.Y también está la ópera prima: el pajarito. La narración, en plena campaña presidencial, en la que él reza mientras Chávez le habla y lo bendice transformado en pájaro se convirtió en el video revelación.
Pero ese estilo tiene sus adeptos.
—Era un flaco alto, todas las mujeres estaban detrás de él. Tenía buenos discursos, no se le notaba debilidad —recuerda Leonardo Corredor.
—Es jugaletón, de esa gente que se juega con los conocidos —dice Jormar Duven Maduro, un primo hermano del pueblo de Tocópero.
Y sus detractores:
—Es de esa gente que está siempre echando broma y uno se pregunta: “¿Cuándo se va a enseriar?” A veces banaliza un poco las situaciones —dice Ana Elisa Osorio, exministra de Ambiente de Chávez y exdiputada al Parlatino por el PSUV.
—Creo que fue una lástima que no hubiera terminado su vida pública como canciller, hubiera salido menos golpeado —dice Giovanna De Michele, compañera en el despacho de Relaciones Exteriores.
En esos años como canciller, Maduro encabezó un world tour promoviendo el proyecto de exportar la revolución chavista siendo portavoz del discurso antiimperialista del jefe. Reuniones, acuerdos, firmas, almuerzos diplomáticos, room service. Despegar. Aterrizar. Despegar. Consolidar el alba, crear Unasur, llevarle una taza de azúcar a los vecinos para que Venezuela formara parte del Mercosur; provocar a los gobiernos occidentales con el acercamiento a países como Irán, Libia, Rusia y Siria. Despegar. Aterrizar.
Como presidente, a Maduro le quedó el tic del movimiento perpetuo: “Ha pasado 12% del total de su mandato en el extranjero. El país más visitado es Cuba, a donde ha ido 12 veces”, contabilizó el periodista Franz von Bergen en la web El Estímulo. ¿Un ave?, ¿un avión? Un heredero volador.
Maduro no ha vuelto al pueblo de su niñez, donde aún queda parte de su familia. La última vez que lo vieron fue en 1989, cuando viajó a buscar el cuerpo de su padre que murió el 22 de abril en un accidente de tránsito.
Google Maps calcula que el camino desde Caracas a Tocópero, en la costa del estado Falcón, toma 4 horas 17 minutos sin tráfico y 5 horas 3 minutos con. Es uno de esos caseríos que alguien puso a los lados de la Carretera Nacional y olvidó recoger antes de que anocheciera: veinte calles, veinte casas, calor, polvo, fallas diarias en el servicio de luz, licorerías, licorerías, licorerías. Hay 5,837 habitantes en todo el municipio costero que no tiene balnearios ni piña colada.
“Ahí en Falcón, ahí vive la madurera, los Maduro, tía, tíos. Una tía murió hace un año. Me quedan primos”, dijo en la campaña electoral para presidente, en marzo de 2013, una de las pocas veces que ha hablado del tema.
Aquí viven. En casas pequeñas, de colores. Como todos los demás, así vive la madurera, un clan de judíos sefardíes de Curazao que navegó el mar Caribe hasta Falcón a principios de 1800. Los hombres de apellido Maduro se asoman y saludan cuando los llaman por la ventana: tienen pelo y bigotes muy negros, y porte presidenciable.
De sangre directa con el presidente son Milagros y Jormar, hijos de Susana Maduro de Duven, única hermana de padre y madre de Nicolás Maduro García. Los primos hermanos del presidente, solteros y mayores que él, tienen una casa del lado del cementerio. Milagros invita al porche, pero prefiere que sea su hermano el que hable.
—Cuando era pequeño Nicolás hacía las travesuras típicas, pero no era tremendo. Recuerdo que vino cuando se casó un hermano mío, en 1965; después, con su primera esposa y, hace más de 20 años, a buscar el cuerpo de su papá, que nos estaba visitando y de regreso a Caracas tuvo un accidente. Ésa fue la última vez —dice Jormar que está saliendo de la ducha.
Él ha intentado comunicarse con el presidente.
—Yo fui a Barquisimeto durante la campaña electoral y le di mis números a Cilia para pedir una audiencia con Nicolás, pero nada —dice.
Y lo ha seguido buscando: en su cuenta de Twitter le pide insistentemente una cita. “Primo Nicolás Maduro, su familia de Tocópero le pide una audiencia con usted”, publica y deja el número de teléfono. Entre noviembre y diciembre de 2015 le envió más de 120 mensajes. El presidente, frecuente usuario de la red social, aún no lo había contactado.
Con los familiares políticos, los de Cilia, sí tiene el primer mandatario más trato. Uno de los sobrinos de ella, Carlos Erick Malpica Flores, ha sido designado en cargos públicos muy cerca de Maduro desde sus inicios en el poder y, ya como presidente de la república, lo eligió para dos empleos con acceso directo a la billetera de la nación: vicepresidente de Finanzas de Petróleos de Venezuela y tesorero Nacional. El clan Flores ha aportado más sobrinos: Efraín Campos Flores y Franqui Francisco Flores De Freitas fueron detenidos en noviembre de 2015 por la Drug Enforcement Administration en Haití y están acusados de intentar traficar 800 kilos de cocaína. Son juzgados mientras permanecen en una prisión de Nueva York. Maduro, que ha evitado hablar del caso, sólo hizo una solicitud directa al primer mandatario norteamericano a pocas horas de conocerse la detención: “Amarre a sus locos, presidente Obama”.
Los Maduro, en apariencia más discretos, no han intentado promocionar Tocópero como un lugar de peregrinaje. El presidente no busca en sus parientes el hilo de un relato público, no hurga en la genética de sus ademanes, no construye su propia aventura. No ha hecho lo que Chávez con Sabaneta de Barinas, la población llanera donde nació y creció, y donde se formó mimado por su abuela Rosa y con el influjo de antepasados que pelearon guerras de fin de siglo. Maduro, al tema de su procedencia, lo transita por el borde.
Nicolás Maduro carga con dos fallas de origen: la duda sobre su lugar de nacimiento y las denuncias de irregularidades en su elección presidencial. Durante el primer semestre de 2013, investigaciones privadas de genealogía forense hallaron documentos oficiales que mostraban que Teresa de Jesús Moros, madre de Maduro, había nacido en Cúcuta, Colombia, por lo que su descendencia obtenía la nacionalidad colombiana de manera automática. La información pudo haberlo inhabilitado para ser candidato presidencial porque la Constitución Bolivariana de Venezuela prohíbe al jefe de Estado tener doble nacionalidad.
La suspicacia creció porque la partida de nacimiento venezolana de Maduro jamás fue mostrada antes de convertirse en presidente en abril de 2013. Seis meses después de la victoria, Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral, enseñó en televisión durante 4 segundos una copia del libro de actas de nacimiento donde estaba la del jefe de Estado.
Así como persisten las sospechas sobre su nacionalidad, las hay sobre las elecciones en las que ganó como presidente con 1.49% de ventaja (50.61 a 49.12 por ciento). Henrique Capriles, su contendor, desconoció los resultados el mismo día de los sufragios y poco después los impugnó, pero el Tribunal Supremo de Justicia no admitió el caso por falta de pruebas. “Maduro no tendrá legitimidad nunca”, sentenció Capriles.
Tampoco se sabe, oficialmente, dónde vive el primer mandatario. La Casona, residencia oficial, es un patio desolado y los militares que la custodian miran aburridos los carros pasar. Por algunas actividades que hacen Nicolás y Cilia en pareja, es seguro que al menos un jardín debe haber en el hogar presidencial: “Cilia y yo tenemos 60 gallinas ponedoras. Todo lo que nos comemos en ñema [yema] es producido por nosotros”, dijo el 29 de octubre de 2015 desde la ciudad de Barquisimeto. Aunque no se sabe dónde, sí se sabe cómo duerme.
—¿Qué le quita el sueño?, ¿qué le preocupa a usted en las noches?, —le preguntó el 7 de marzo de 2014, en el hervor de La Salida, Christiane Amanpour, periodista de CNN.
—Duermo tranquilo toda la noche. Duermo feliz, duermo como un niño, respondió Maduro.
Lo primero que hizo fue saludar al adversario. Así lo exige el protocolo y así lo hizo: “Buenas tardes, ciudadano diputado Henry Ramos Allup, presidente de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela”, comenzó Maduro la lectura de la Memoria y Cuenta de 2015, la tarde del viernes 15 de enero de 2016. Por primera vez a un jefe de Estado chavista le tocaba rendir cuentas ante un Parlamento opositor.
—Haber ido a presentar, siendo minoría, la Memoria y Cuenta, fue un quiebre en su gestión, porque significó un reconocimiento del adversario. Si él lograra salirse de ese autoacorralamiento al que entró por su propia voluntad, podría hacer un suave aterrizaje y formar un gobierno de coalición para enfrentar la crisis. Sería lo más práctico si no tuviera el peso de sus espectros ideológicos y, sobre todo, el miedo de no saber qué puede pasar con su entorno cuando pierda la inmunidad —dice el politólogo Carlos Raúl Hernández.
Maduro habló en el hemiciclo un poco más de tres horas. Tumbó de un manotazo la copa de agua y mencionó 19 veces a Hugo Chávez, a diferencia de la del año anterior, cuando fueron 33.
—Chávez va a ser la sombra de Maduro durante mucho tiempo, pero creo que el día que fue a la Asamblea estuvo muy bien, comenzó a sentirse más su verdadera personalidad. Y los nuevos ministros que puso en enero también tienen su impronta, algunos son amigos de él de toda la vida —dice Nieves Banchs.
—Maduro es una prolongación muy limitada de Chávez. Hasta Lula le recomendó hacer su propio perfil, sus propios cambios. Maduro desarrolla el mismo proyecto populista e irresponsable de Chávez sin la astucia ni la plata —dice Carlos Raúl Hernández.
Sin la plata, sobre todo. Lo reconoció en su intervención el día de la Memoria y Cuenta el diputado adeco Ramos Allup: “Presidente, usted no es el culpable de esto, porque usted heredó una situación terrible”. Un desfalco cambiario reconocido por el Banco Central de Venezuela de más de 20,000 millones de dólares preferenciales entregados a empresas de maletín que decían importar, sobre todo, alimentos y medicinas, reveló el calado de la corrupción en tiempos de Chávez. Además, el gobierno chavista expropió en la última década empresas que incumplen año a año las metas de producción. Ni se importan suficientes productos, ni se elaboran suficientes productos. El resultado es que en el último trimestre de 2015 la escasez general fue 87% y la inflación de alimentos y bebidas llegó a 315 por ciento.
Maduro se ha aferrado al argumento de que es imprescindible mantener el sistema de controles estatales porque la burguesía venezolana y el imperio norteamericano se han complotado en una “guerra económica” con la finalidad de derrocarlo. Mientras tanto, la expresión más cruda de las fallas del modelo económico socialista se agrava: las colas, tensas y desmoralizadoras para comprar comida y productos regulados, son la fotografía del país. “El sector demagógico dice que las colas son culpa de Maduro. Yo espero propuestas a las colas que está haciendo nuestro pueblo. Asumo mi culpa porque soy libre”, dijo el presidente en enero de 2016. Cada vez con más frecuencia Maduro asume públicamente las fallas de su gestión y, con el mismo énfasis, continúa haciendo las mismas cosas en las que reconoce haber fallado. Persiste la sospecha de que no está gobernando, sino haciendo una suplencia.
La tarde de la Memoria y Cuenta, Maduro escuchó atento la intervención de Ramos Allup, y varias veces pidió silencio a los parlamentarios del PSUV que intentaron interrumpir al opositor.A pesar de la tensión entre el Ejecutivo y el Parlamento, el contrapeso le sentaba bien.
—Es mejor comunicador hoy de lo que era cuando fue elegido. Es ahorita el único líder, por mucho que se haya debilitado. Se ha subestimado su capacidad de control dentro del gobierno y se piensa que no tiene influencia en el partido, y eso no es verdad. No quiere decir que no esté cometiendo errores críticos: mientras más se demore en tomar las decisiones económicas de fondo, los costos serán mayores —dice Luis Vicente León, de Datanálisis.
A Maduro podría quedarle poco tiempo: la mayoría absoluta obtenida por la MUD en las parlamentarias es la válvula constitucional para una enmienda de la carta magna que reduzca el mandato de Maduro y acerque las presidenciales pautadas para 2019; también para blindar legalmente un referéndum revocatorio y para convocar manifestaciones de calle exigiendo la renuncia del presidente. El 8 de marzo la MUD anunció estas opciones en la presentación de la Hoja de Ruta 2016. Todos son escenarios que pueden desembocar en un cambio de gobierno en 2017 y en el declive prematuro del legado revolucionario.
“El hijo de Chávez”, se considera él; “un gran servidor público”, lo consideraba Chávez; “presidente obrero”, le dicen sus seguidores; “un error histórico”, lo llama Henrique Capriles; “el bobo feroz”, lo apodan en las redes sociales; “un hombre muy bien intencionado”, lo definió Luiz Inácio Lula Da Silva en febrero de 2014. Aún es difícil interpretar la naturaleza de Maduro y, a pesar de que tiene tres años en el cargo, todavía da señas de no calzar sus propios zapatos. Unos días antes de las parlamentarias de 2015 estaba montado en el capot de un vehículo rojo durante la inauguración de una autopista y se animó a cantar unos versos que le salieron tan mal entonados que él mismo se rio y prefirió despedirse. “¡Que viva la patria, que viva Chávez, que viva el pueblo, que viva Bolívar! Le doy el pase a la periodista”, dijo. De pronto, como quien se da cuenta de que se ha olvidado de algo, se acercó otra vez el micrófono y gritó: “¡Y que viva Maduro también!”
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