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Campeona con corona (cinturones, más bien): Maribel “La Pantera” Ramírez es campeona internacional e intercontinental supermosca.
La campeona Maribel Ramírez habla, sobre todo, en el ring. Pero sus continuos éxitos entre las cuerdas dan cuenta apenas de la capa superficial de su mérito. El box fue su vía de escape de la soledad.
Al norte de la Ciudad de México, en un camellón delimitado por grandes avenidas donde transitan diariamente miles de autos, camiones de carga y personas que a duras penas logran cruzar, las luces de las primeras horas de la mañana iluminan la entrada del gimnasio Heberto Castillo. Este espacio al aire libre es un oasis de la alcaldía Gustavo A. Madero, aquejada por altos índices de criminalidad e inseguridad, y el limitado acceso a espacios de cultura, deporte o esparcimiento.
Al atravesar la entrada del gimnasio, se comienza a escuchar el golpeteo de una cuerda contra el cemento por cuyas grietas se asoma la hierba crecida; la respiración lenta, corta y profunda de quienes golpean con fuerza los costales con sus puños. Ya reconocemos las manos vendadas de Maribel “La Pantera” Ramírez. Su entrenador, Alejandro Mendoza Cano le está colocando el pectoral y la careta. Maribel nos alcanza a ver; nos regala una sonrisa con protector bucal.
![Maribel La Pantera, campeona supermosca](https://cdn.prod.website-files.com/65c3e2124e0ae36491eed349/67aa9ddf9e93f2ab0d15098a_Cultura-Consuelo_pagaza-Fotografi%CC%81a2.webp)
Es momento de subir a hacer sparring en un cuadrilátero con suelo de cemento. Los cuatro pilares que tensan las cuerdas también sostienen un pequeño techo de aluminio. Mientras posiciona su cuerpo en el ring, el semblante de Maribel se muestra tranquilo, serio y concentrado; sus ojos se fijan en su contrincante. “Se siente una adrenalina muy, muy padre, que no se puede explicar”, dice Maribel.
Al bajarse del ring, ya empapada de sudor, le retiran el equipo y contin
úa con el entrenamiento en los costales, pesas o haciendo lagartijas apoyándose en una llanta de tractor.
Maribel “La Pantera” Ramírez llegó al box de manera fortuita. Después de una adolescencia difícil, de ser víctima de bullying (“era una chica que la verdad me gustaba la calle, tenía una familia disfuncional, cada quien por su lado”), a los 17 años unos buenos amigos le dijeron: “¿Sabes qué? Vámonos al box, a hacer deporte, en vez de estar aquí perdiendo el tiempo y no haciendo nada”. Así decidió entrar al gimnasio Ratón González.
Un deseo de revancha sublimado
Maribel llevaba menos de dos semanas en el gimnasio Ratón González cuando le dijeron que subiera al ring a pelear con la entonces boxeadora Guantes de Oro, Ana Rivera. Pensó que sería como pelear en la calle… “No, pues, me dejó todo el ojo morado, sangrando de la nariz, me tiró. Me dio más pena porque estaba el gimnasio lleno, no lloré porque no quería que nadie me viera”. Una vez abajo del ring se propuso ir todos los días al gimnasio a prepararse. Le motivaba el deseo de la revancha, pero con el tiempo comenzó a tener claro que el box no tiene que ver con la violencia, sino con la disciplina, la seguridad y el compañerismo.
Un año y medio después, Maribel había progresado al punto de llegar a ser subcampeona de los Guantes de Oro, en el boxeo amateur. Se presentó la oportunidad de subir al cuadrilátero nuevamente con Ana Rivera, quien debutaría como profesional. Fue una pelea de exhibición al aire libre, en un mercado. “Dimos una pelea muy bonita, la gente nos aventó dinero”. Recuerda que recibió quesos como obsequio de los locatarios. Ella ya no era la misma, estaba satisfecha con su trabajo.
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Maribel tenía 18 años. Le decían que ya era “demasiado grande” para comenzar y le insistían que ya debía debutar (“antes de que se te vaya el tren”). Para entonces contaba con 14 peleas como amateur, pero aún no se sentía lista. Fue tanta la presión que decidió dejar el gimnasio y no pelear más.
En los meses siguientes, Maribel se dedicó a correr en los deportivos cercanos a su casa, hasta que llegó al gimnasio Heberto Castillo. Ahí conoció a su entrenador, Alejandro, boxeador retirado. Su propósito era solo entrenar. “Maribel en ocasiones lloraba mientras entrenaba; me decía que era porque quería ser la mejor. Si yo le decía tira un golpe, el mismo golpe se lo pasaba tire y tire… hasta que le saliera bien. Tenía perseverancia”, recuerda Alejandro.
También te podría interesar: Boxear en la oscuridad. La rehabilitación en el cuadrilátero
Lo que estaba haciendo, en realidad, era volver a alimentar el deseo del gran salto: la profesionalidad. “Le dije: ‘Profe, debúteme’. Y Alejandro contestó: ‘Seguro sí, cómo no’, pero hagamos una preparación bien’”. El entrenamiento era constante y duro. La mandaron hacer sparring con campeonas del box como Anabel Ortiz “La Avispa”. Todo eso no hacía más que impulsar su emoción y confianza.
Fue en 2009 cuando se reencontró con la boxeadora Lilia “La Coneja”, con quien tiempo atrás había quedado subcampeona amateur. Logró convencer a su padre de que la acompañara, a pesar de que él no la apoyaba en su deseo de ser peleadora. Era la gran oportunidad de Maribel… en el tercer round tiró a Lilia, le dieron cuenta de protección, pero ya no se puso de pie. Maribel por fin había debutado como boxeadora profesional. “Me decían que yo no iba hacer algo en este mundo del deporte porque ya estaba grande, pero me aferré […] Tuve, tuvimos altas y bajas, porque no nada más fue mi victoria, también fue la del profe Álex, somos un equipo”.
![](https://cdn.prod.website-files.com/65c3e2124e0ae36491eed349/67aa9e2a2512abfd6a8f269e_Cultura-Consuelo_pagaza-Fotografi%CC%81a4.webp)
El camino al triunfo tuvo un rescate de por medio. El deportivo Heberto Castillo se había quedado en el abandono. “Era un lugar donde los delincuentes entraban a repartirse las cosas que habían robado, venían muchos a drogarse en este deportivo”, describe Alejandro. El exboxeador se acercó a la administración para pedir el deportivo y convertirlo en un gimnasio de box, con la intención de no solo fomentar el deporte, sino también “para ayudar a los jóvenes, a rescatarlos” de las drogas, de las malas decisiones que se toman cuando se sienten solos o provienen de familias disfuncionales. “Hay que aprender a guiar. Tener empatía […] Aquí les enseñamos a tener una buena defensa. Si recibes un golpe, en lugar de actuar por instinto, [hay que] pensar antes de responder: ¿por qué recibes este golpe? Se trata de canalizar todas esas energías, malestares: ‘Este costal son tus problemas, enfréntalos. El boxeo es para inculcar valores, respeto, disciplina”, abunda Alejandro.
Al deportivo se llega a pelear, pero, sobre todo, por un sentido de pertenencia. No es un gimnasio cualquiera. En él se han acumulado historias de personas que desde el box lograron, por ejemplo, terminar una carrera o coronarse campeonas, como Maribel.
La campeona se hace a sí misma
Todos los días al concluir su entrenamiento, y si el desgaste se lo permite, Maribel emprende camino al negocio familiar. Mientras caminamos, nos cuenta que detrás de la preparación y las competencias hay, claro, mucho esfuerzo físico y emocional, pero también económico. Le ha sido difícil encontrar un trabajo que le permita entrenar y salir de viaje a pelear. No hay muchos empleadores que entiendan el desgaste físico y el ritmo de una deportista.
Maribel se detiene y regresa el saludo de una señora que atiende un puesto de tamales. Se trata de Josefina. “Cuando me quedé sin trabajo, Josefina me apoyó muchísimo; entonces tenía un puesto de comida corrida, me decía ‘vente hija, aquí está tu pechuga asada y tu ensalada’. No puedo comer cualquier cosa, debo invertirle a la alimentación, vitaminas… que si los tenis ya se rompieron, una sudadera para ir presentable, la licra, el costo del transporte”.
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Al llegar al puesto de la familia, Maribel saluda a su mamá y a sus hermanos. De inmediato comienza a limpiar los nopales y a acomodar las flores que venden. Se trata de un puesto de frutas y verduras, ubicado sobre la calle. Su mama nos cuenta que se siente orgullosa de que su hija se dedique al box. Y cómo no va a estarlo.
En 2018 Maribel se preparaba para el campeonato mundial que se disputaría en Perú, pero carecía de recursos. Entrenador y boxeadora estaban preocupados. Recuerda Alejandro: “Andábamos buscando quién nos apoyara para unos tenis […] se los acaba rapidísimo por el nivel de entrenamiento que realiza. En ese entonces estaba lloviendo mucho, el techo que tenemos es muy pequeño, mientras Maribel le pegaba al costal, el agua le salpicaba los pies. Estaba preocupado de que se enfermara a unos días del campamento. No tenemos las instalaciones adecuadas para llevar la preparación como debe de ser. Por los costos de transporte y hospedaje, no la pude llevar al Ocotal o al Otomí para entrenar en condiciones similares a Perú. Solo fuimos a un bosque cercano para trabajar acondicionamiento físico y resistencia”.
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Con todo, Maribel se proclamó campeona supermosca por la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) tras vencer a la peruana Linda Lecca, con quien ya se había enfrentado en 2013.
“Me sentí muy fuerte, muy fuerte; dije: ʻNo me va ganarʼ. Hasta de zurda me puse; cosas que había trabajado con el profe, estando arriba las desarrollé. Cuando anuncian la nueva campeona mundial y dan mi nombre, no lo creía y lloré; me hinqué en el ring, también mi profesor. Fue una emoción muy, muy bonita; decir ʻsí se pudo y sí se puede, si uno trabaja con dedicaciónʼ”.
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Como a Maribel todo le ha costado mucho, percibe de forma particularmente aguda las desigualdades estructurales. “Las mujeres, no solo en el box, sino también en el futbol y otros deportes, seguimos pasando por lo mismo: me gustaría que nos pagaran bien e igual que a ellos [a los hombres]. Nosotras también entrenamos, nos esforzamos, lo damos todo en el ring, damos espectáculo. No por ser mujeres quiere decir que no podemos hacer lo que ellos hacen, esto nos minimiza. Esto tiene que ver más de fondo, quienes hacen las peleas, los promotores, ellos son los responsables de dar el sueldo”.
También cuenta sobre la desigualdad en la cantidad de rounds: a las mujeres solo les permiten pelear 10, mientras que a los hombres, 12. “Eso también lo toman de pretexto, pero lo podemos hacer, ¡si lo hacemos cuando entrenamos!”.
Alejandro amplía la perspectiva: desafortunadamente las mujeres son las que menos apoyo reciben de patrocinadores. “Nosotros tenemos que andar siempre tocando puertas y no siempre se abren […] No puede ser justo, es discriminación. La mujer se prepara más, es más disciplinada, son muy dedicadas. Las mujeres desde el primer campanazo hasta el último salen a desquitar su sueldo. [Por] una pelea internacional a ocho o diez rounds, un hombre llega a cobrar hasta 15 000 dólares. Maribel, por el campeonato internacional, cobró 2 500 dólares. A eso réstale que no tiene apoyos, tiene que dejar de trabajar, hacer una alimentación diferente, los gastos de su persona, de su equipo, la visa, las deudas que adquirió… todo corre por su cuenta”.
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En marzo de 2023, contra todo pronóstico y sin apoyos oficiales más que los que recibieron por parte de la familia y amigos, sin patrocinadores, Maribel obtuvo el campeonato internacional de peso supermosca de la World Boxing Association (WBA). Se lo disputó en Nueva Zelanda a la local Michelle Preston.
“Preston era muy fuerte, escurridiza, pero logré taparle los pasos, como me decía el Profe. Cuando dicen que por decisión unánime soy la campeona internacional, de la emoción me quedé paralizada. Me falta mucho por aprender, pero estoy madurando, por las experiencias que he tenido. Gracias a todos, no solo a los que han creído en mí, también a aquellos que no lo hacían, que me consideraban grande para este deporte, gracias a todos ellos estoy donde estoy ahora. Eso me impulsó, sé que mi trabajo vale”.
Maribel se mantiene entrenando para dar cada vez mejores peleas y, en el fondo, para seguir apoyando a su entrenador. Quiere certificarse como entrenadora. Dará clases a las nuevas generaciones, pero no solo a las boxeadoras que, quizá, serán las próximas campeonas, sino también a todos los que acudan al gimnasio impulsados por el sentido de pertenencia. A todos los que necesiten ser escuchados.
De cualquier forma, La Pantera habla, más que nada, con los puños. Y no ha dejado de ser elocuente. El pasado 18 de julio nuevamente se coronó como campeona: esta vez fue el título intercontinental WBA, en la categoría supermosca. Como un déjà vú, venció a Preston en Nueva Zelanda. Fue en el noveno round. Por un instante sintió que no podía más; de inmediato por su mente pasaron escenas de todos los días de trabajo y esfuerzo, mientras de fondo escuchaba la voz de su entrenador: ¡“Vamos, flaca, para eso entrenaste todo este tiempo, dale con todo, venimos desde lejos!”. Maribel pensó: “Sí, vengo por un campeonato, y me lo voy a llevar”.
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La campeona Maribel Ramírez habla, sobre todo, en el ring. Pero sus continuos éxitos entre las cuerdas dan cuenta apenas de la capa superficial de su mérito. El box fue su vía de escape de la soledad.
Al norte de la Ciudad de México, en un camellón delimitado por grandes avenidas donde transitan diariamente miles de autos, camiones de carga y personas que a duras penas logran cruzar, las luces de las primeras horas de la mañana iluminan la entrada del gimnasio Heberto Castillo. Este espacio al aire libre es un oasis de la alcaldía Gustavo A. Madero, aquejada por altos índices de criminalidad e inseguridad, y el limitado acceso a espacios de cultura, deporte o esparcimiento.
Al atravesar la entrada del gimnasio, se comienza a escuchar el golpeteo de una cuerda contra el cemento por cuyas grietas se asoma la hierba crecida; la respiración lenta, corta y profunda de quienes golpean con fuerza los costales con sus puños. Ya reconocemos las manos vendadas de Maribel “La Pantera” Ramírez. Su entrenador, Alejandro Mendoza Cano le está colocando el pectoral y la careta. Maribel nos alcanza a ver; nos regala una sonrisa con protector bucal.
![Maribel La Pantera, campeona supermosca](https://cdn.prod.website-files.com/65c3e2124e0ae36491eed349/67aa9ddf9e93f2ab0d15098a_Cultura-Consuelo_pagaza-Fotografi%CC%81a2.webp)
Es momento de subir a hacer sparring en un cuadrilátero con suelo de cemento. Los cuatro pilares que tensan las cuerdas también sostienen un pequeño techo de aluminio. Mientras posiciona su cuerpo en el ring, el semblante de Maribel se muestra tranquilo, serio y concentrado; sus ojos se fijan en su contrincante. “Se siente una adrenalina muy, muy padre, que no se puede explicar”, dice Maribel.
Al bajarse del ring, ya empapada de sudor, le retiran el equipo y contin
úa con el entrenamiento en los costales, pesas o haciendo lagartijas apoyándose en una llanta de tractor.
Maribel “La Pantera” Ramírez llegó al box de manera fortuita. Después de una adolescencia difícil, de ser víctima de bullying (“era una chica que la verdad me gustaba la calle, tenía una familia disfuncional, cada quien por su lado”), a los 17 años unos buenos amigos le dijeron: “¿Sabes qué? Vámonos al box, a hacer deporte, en vez de estar aquí perdiendo el tiempo y no haciendo nada”. Así decidió entrar al gimnasio Ratón González.
Un deseo de revancha sublimado
Maribel llevaba menos de dos semanas en el gimnasio Ratón González cuando le dijeron que subiera al ring a pelear con la entonces boxeadora Guantes de Oro, Ana Rivera. Pensó que sería como pelear en la calle… “No, pues, me dejó todo el ojo morado, sangrando de la nariz, me tiró. Me dio más pena porque estaba el gimnasio lleno, no lloré porque no quería que nadie me viera”. Una vez abajo del ring se propuso ir todos los días al gimnasio a prepararse. Le motivaba el deseo de la revancha, pero con el tiempo comenzó a tener claro que el box no tiene que ver con la violencia, sino con la disciplina, la seguridad y el compañerismo.
Un año y medio después, Maribel había progresado al punto de llegar a ser subcampeona de los Guantes de Oro, en el boxeo amateur. Se presentó la oportunidad de subir al cuadrilátero nuevamente con Ana Rivera, quien debutaría como profesional. Fue una pelea de exhibición al aire libre, en un mercado. “Dimos una pelea muy bonita, la gente nos aventó dinero”. Recuerda que recibió quesos como obsequio de los locatarios. Ella ya no era la misma, estaba satisfecha con su trabajo.
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Maribel tenía 18 años. Le decían que ya era “demasiado grande” para comenzar y le insistían que ya debía debutar (“antes de que se te vaya el tren”). Para entonces contaba con 14 peleas como amateur, pero aún no se sentía lista. Fue tanta la presión que decidió dejar el gimnasio y no pelear más.
En los meses siguientes, Maribel se dedicó a correr en los deportivos cercanos a su casa, hasta que llegó al gimnasio Heberto Castillo. Ahí conoció a su entrenador, Alejandro, boxeador retirado. Su propósito era solo entrenar. “Maribel en ocasiones lloraba mientras entrenaba; me decía que era porque quería ser la mejor. Si yo le decía tira un golpe, el mismo golpe se lo pasaba tire y tire… hasta que le saliera bien. Tenía perseverancia”, recuerda Alejandro.
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Lo que estaba haciendo, en realidad, era volver a alimentar el deseo del gran salto: la profesionalidad. “Le dije: ‘Profe, debúteme’. Y Alejandro contestó: ‘Seguro sí, cómo no’, pero hagamos una preparación bien’”. El entrenamiento era constante y duro. La mandaron hacer sparring con campeonas del box como Anabel Ortiz “La Avispa”. Todo eso no hacía más que impulsar su emoción y confianza.
Fue en 2009 cuando se reencontró con la boxeadora Lilia “La Coneja”, con quien tiempo atrás había quedado subcampeona amateur. Logró convencer a su padre de que la acompañara, a pesar de que él no la apoyaba en su deseo de ser peleadora. Era la gran oportunidad de Maribel… en el tercer round tiró a Lilia, le dieron cuenta de protección, pero ya no se puso de pie. Maribel por fin había debutado como boxeadora profesional. “Me decían que yo no iba hacer algo en este mundo del deporte porque ya estaba grande, pero me aferré […] Tuve, tuvimos altas y bajas, porque no nada más fue mi victoria, también fue la del profe Álex, somos un equipo”.
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El camino al triunfo tuvo un rescate de por medio. El deportivo Heberto Castillo se había quedado en el abandono. “Era un lugar donde los delincuentes entraban a repartirse las cosas que habían robado, venían muchos a drogarse en este deportivo”, describe Alejandro. El exboxeador se acercó a la administración para pedir el deportivo y convertirlo en un gimnasio de box, con la intención de no solo fomentar el deporte, sino también “para ayudar a los jóvenes, a rescatarlos” de las drogas, de las malas decisiones que se toman cuando se sienten solos o provienen de familias disfuncionales. “Hay que aprender a guiar. Tener empatía […] Aquí les enseñamos a tener una buena defensa. Si recibes un golpe, en lugar de actuar por instinto, [hay que] pensar antes de responder: ¿por qué recibes este golpe? Se trata de canalizar todas esas energías, malestares: ‘Este costal son tus problemas, enfréntalos. El boxeo es para inculcar valores, respeto, disciplina”, abunda Alejandro.
Al deportivo se llega a pelear, pero, sobre todo, por un sentido de pertenencia. No es un gimnasio cualquiera. En él se han acumulado historias de personas que desde el box lograron, por ejemplo, terminar una carrera o coronarse campeonas, como Maribel.
La campeona se hace a sí misma
Todos los días al concluir su entrenamiento, y si el desgaste se lo permite, Maribel emprende camino al negocio familiar. Mientras caminamos, nos cuenta que detrás de la preparación y las competencias hay, claro, mucho esfuerzo físico y emocional, pero también económico. Le ha sido difícil encontrar un trabajo que le permita entrenar y salir de viaje a pelear. No hay muchos empleadores que entiendan el desgaste físico y el ritmo de una deportista.
Maribel se detiene y regresa el saludo de una señora que atiende un puesto de tamales. Se trata de Josefina. “Cuando me quedé sin trabajo, Josefina me apoyó muchísimo; entonces tenía un puesto de comida corrida, me decía ‘vente hija, aquí está tu pechuga asada y tu ensalada’. No puedo comer cualquier cosa, debo invertirle a la alimentación, vitaminas… que si los tenis ya se rompieron, una sudadera para ir presentable, la licra, el costo del transporte”.
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Al llegar al puesto de la familia, Maribel saluda a su mamá y a sus hermanos. De inmediato comienza a limpiar los nopales y a acomodar las flores que venden. Se trata de un puesto de frutas y verduras, ubicado sobre la calle. Su mama nos cuenta que se siente orgullosa de que su hija se dedique al box. Y cómo no va a estarlo.
En 2018 Maribel se preparaba para el campeonato mundial que se disputaría en Perú, pero carecía de recursos. Entrenador y boxeadora estaban preocupados. Recuerda Alejandro: “Andábamos buscando quién nos apoyara para unos tenis […] se los acaba rapidísimo por el nivel de entrenamiento que realiza. En ese entonces estaba lloviendo mucho, el techo que tenemos es muy pequeño, mientras Maribel le pegaba al costal, el agua le salpicaba los pies. Estaba preocupado de que se enfermara a unos días del campamento. No tenemos las instalaciones adecuadas para llevar la preparación como debe de ser. Por los costos de transporte y hospedaje, no la pude llevar al Ocotal o al Otomí para entrenar en condiciones similares a Perú. Solo fuimos a un bosque cercano para trabajar acondicionamiento físico y resistencia”.
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Con todo, Maribel se proclamó campeona supermosca por la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) tras vencer a la peruana Linda Lecca, con quien ya se había enfrentado en 2013.
“Me sentí muy fuerte, muy fuerte; dije: ʻNo me va ganarʼ. Hasta de zurda me puse; cosas que había trabajado con el profe, estando arriba las desarrollé. Cuando anuncian la nueva campeona mundial y dan mi nombre, no lo creía y lloré; me hinqué en el ring, también mi profesor. Fue una emoción muy, muy bonita; decir ʻsí se pudo y sí se puede, si uno trabaja con dedicaciónʼ”.
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Como a Maribel todo le ha costado mucho, percibe de forma particularmente aguda las desigualdades estructurales. “Las mujeres, no solo en el box, sino también en el futbol y otros deportes, seguimos pasando por lo mismo: me gustaría que nos pagaran bien e igual que a ellos [a los hombres]. Nosotras también entrenamos, nos esforzamos, lo damos todo en el ring, damos espectáculo. No por ser mujeres quiere decir que no podemos hacer lo que ellos hacen, esto nos minimiza. Esto tiene que ver más de fondo, quienes hacen las peleas, los promotores, ellos son los responsables de dar el sueldo”.
También cuenta sobre la desigualdad en la cantidad de rounds: a las mujeres solo les permiten pelear 10, mientras que a los hombres, 12. “Eso también lo toman de pretexto, pero lo podemos hacer, ¡si lo hacemos cuando entrenamos!”.
Alejandro amplía la perspectiva: desafortunadamente las mujeres son las que menos apoyo reciben de patrocinadores. “Nosotros tenemos que andar siempre tocando puertas y no siempre se abren […] No puede ser justo, es discriminación. La mujer se prepara más, es más disciplinada, son muy dedicadas. Las mujeres desde el primer campanazo hasta el último salen a desquitar su sueldo. [Por] una pelea internacional a ocho o diez rounds, un hombre llega a cobrar hasta 15 000 dólares. Maribel, por el campeonato internacional, cobró 2 500 dólares. A eso réstale que no tiene apoyos, tiene que dejar de trabajar, hacer una alimentación diferente, los gastos de su persona, de su equipo, la visa, las deudas que adquirió… todo corre por su cuenta”.
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En marzo de 2023, contra todo pronóstico y sin apoyos oficiales más que los que recibieron por parte de la familia y amigos, sin patrocinadores, Maribel obtuvo el campeonato internacional de peso supermosca de la World Boxing Association (WBA). Se lo disputó en Nueva Zelanda a la local Michelle Preston.
“Preston era muy fuerte, escurridiza, pero logré taparle los pasos, como me decía el Profe. Cuando dicen que por decisión unánime soy la campeona internacional, de la emoción me quedé paralizada. Me falta mucho por aprender, pero estoy madurando, por las experiencias que he tenido. Gracias a todos, no solo a los que han creído en mí, también a aquellos que no lo hacían, que me consideraban grande para este deporte, gracias a todos ellos estoy donde estoy ahora. Eso me impulsó, sé que mi trabajo vale”.
Maribel se mantiene entrenando para dar cada vez mejores peleas y, en el fondo, para seguir apoyando a su entrenador. Quiere certificarse como entrenadora. Dará clases a las nuevas generaciones, pero no solo a las boxeadoras que, quizá, serán las próximas campeonas, sino también a todos los que acudan al gimnasio impulsados por el sentido de pertenencia. A todos los que necesiten ser escuchados.
De cualquier forma, La Pantera habla, más que nada, con los puños. Y no ha dejado de ser elocuente. El pasado 18 de julio nuevamente se coronó como campeona: esta vez fue el título intercontinental WBA, en la categoría supermosca. Como un déjà vú, venció a Preston en Nueva Zelanda. Fue en el noveno round. Por un instante sintió que no podía más; de inmediato por su mente pasaron escenas de todos los días de trabajo y esfuerzo, mientras de fondo escuchaba la voz de su entrenador: ¡“Vamos, flaca, para eso entrenaste todo este tiempo, dale con todo, venimos desde lejos!”. Maribel pensó: “Sí, vengo por un campeonato, y me lo voy a llevar”.
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Campeona con corona (cinturones, más bien): Maribel “La Pantera” Ramírez es campeona internacional e intercontinental supermosca.
La campeona Maribel Ramírez habla, sobre todo, en el ring. Pero sus continuos éxitos entre las cuerdas dan cuenta apenas de la capa superficial de su mérito. El box fue su vía de escape de la soledad.
Al norte de la Ciudad de México, en un camellón delimitado por grandes avenidas donde transitan diariamente miles de autos, camiones de carga y personas que a duras penas logran cruzar, las luces de las primeras horas de la mañana iluminan la entrada del gimnasio Heberto Castillo. Este espacio al aire libre es un oasis de la alcaldía Gustavo A. Madero, aquejada por altos índices de criminalidad e inseguridad, y el limitado acceso a espacios de cultura, deporte o esparcimiento.
Al atravesar la entrada del gimnasio, se comienza a escuchar el golpeteo de una cuerda contra el cemento por cuyas grietas se asoma la hierba crecida; la respiración lenta, corta y profunda de quienes golpean con fuerza los costales con sus puños. Ya reconocemos las manos vendadas de Maribel “La Pantera” Ramírez. Su entrenador, Alejandro Mendoza Cano le está colocando el pectoral y la careta. Maribel nos alcanza a ver; nos regala una sonrisa con protector bucal.
![Maribel La Pantera, campeona supermosca](https://cdn.prod.website-files.com/65c3e2124e0ae36491eed349/67aa9ddf9e93f2ab0d15098a_Cultura-Consuelo_pagaza-Fotografi%CC%81a2.webp)
Es momento de subir a hacer sparring en un cuadrilátero con suelo de cemento. Los cuatro pilares que tensan las cuerdas también sostienen un pequeño techo de aluminio. Mientras posiciona su cuerpo en el ring, el semblante de Maribel se muestra tranquilo, serio y concentrado; sus ojos se fijan en su contrincante. “Se siente una adrenalina muy, muy padre, que no se puede explicar”, dice Maribel.
Al bajarse del ring, ya empapada de sudor, le retiran el equipo y contin
úa con el entrenamiento en los costales, pesas o haciendo lagartijas apoyándose en una llanta de tractor.
Maribel “La Pantera” Ramírez llegó al box de manera fortuita. Después de una adolescencia difícil, de ser víctima de bullying (“era una chica que la verdad me gustaba la calle, tenía una familia disfuncional, cada quien por su lado”), a los 17 años unos buenos amigos le dijeron: “¿Sabes qué? Vámonos al box, a hacer deporte, en vez de estar aquí perdiendo el tiempo y no haciendo nada”. Así decidió entrar al gimnasio Ratón González.
Un deseo de revancha sublimado
Maribel llevaba menos de dos semanas en el gimnasio Ratón González cuando le dijeron que subiera al ring a pelear con la entonces boxeadora Guantes de Oro, Ana Rivera. Pensó que sería como pelear en la calle… “No, pues, me dejó todo el ojo morado, sangrando de la nariz, me tiró. Me dio más pena porque estaba el gimnasio lleno, no lloré porque no quería que nadie me viera”. Una vez abajo del ring se propuso ir todos los días al gimnasio a prepararse. Le motivaba el deseo de la revancha, pero con el tiempo comenzó a tener claro que el box no tiene que ver con la violencia, sino con la disciplina, la seguridad y el compañerismo.
Un año y medio después, Maribel había progresado al punto de llegar a ser subcampeona de los Guantes de Oro, en el boxeo amateur. Se presentó la oportunidad de subir al cuadrilátero nuevamente con Ana Rivera, quien debutaría como profesional. Fue una pelea de exhibición al aire libre, en un mercado. “Dimos una pelea muy bonita, la gente nos aventó dinero”. Recuerda que recibió quesos como obsequio de los locatarios. Ella ya no era la misma, estaba satisfecha con su trabajo.
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Maribel tenía 18 años. Le decían que ya era “demasiado grande” para comenzar y le insistían que ya debía debutar (“antes de que se te vaya el tren”). Para entonces contaba con 14 peleas como amateur, pero aún no se sentía lista. Fue tanta la presión que decidió dejar el gimnasio y no pelear más.
En los meses siguientes, Maribel se dedicó a correr en los deportivos cercanos a su casa, hasta que llegó al gimnasio Heberto Castillo. Ahí conoció a su entrenador, Alejandro, boxeador retirado. Su propósito era solo entrenar. “Maribel en ocasiones lloraba mientras entrenaba; me decía que era porque quería ser la mejor. Si yo le decía tira un golpe, el mismo golpe se lo pasaba tire y tire… hasta que le saliera bien. Tenía perseverancia”, recuerda Alejandro.
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Lo que estaba haciendo, en realidad, era volver a alimentar el deseo del gran salto: la profesionalidad. “Le dije: ‘Profe, debúteme’. Y Alejandro contestó: ‘Seguro sí, cómo no’, pero hagamos una preparación bien’”. El entrenamiento era constante y duro. La mandaron hacer sparring con campeonas del box como Anabel Ortiz “La Avispa”. Todo eso no hacía más que impulsar su emoción y confianza.
Fue en 2009 cuando se reencontró con la boxeadora Lilia “La Coneja”, con quien tiempo atrás había quedado subcampeona amateur. Logró convencer a su padre de que la acompañara, a pesar de que él no la apoyaba en su deseo de ser peleadora. Era la gran oportunidad de Maribel… en el tercer round tiró a Lilia, le dieron cuenta de protección, pero ya no se puso de pie. Maribel por fin había debutado como boxeadora profesional. “Me decían que yo no iba hacer algo en este mundo del deporte porque ya estaba grande, pero me aferré […] Tuve, tuvimos altas y bajas, porque no nada más fue mi victoria, también fue la del profe Álex, somos un equipo”.
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El camino al triunfo tuvo un rescate de por medio. El deportivo Heberto Castillo se había quedado en el abandono. “Era un lugar donde los delincuentes entraban a repartirse las cosas que habían robado, venían muchos a drogarse en este deportivo”, describe Alejandro. El exboxeador se acercó a la administración para pedir el deportivo y convertirlo en un gimnasio de box, con la intención de no solo fomentar el deporte, sino también “para ayudar a los jóvenes, a rescatarlos” de las drogas, de las malas decisiones que se toman cuando se sienten solos o provienen de familias disfuncionales. “Hay que aprender a guiar. Tener empatía […] Aquí les enseñamos a tener una buena defensa. Si recibes un golpe, en lugar de actuar por instinto, [hay que] pensar antes de responder: ¿por qué recibes este golpe? Se trata de canalizar todas esas energías, malestares: ‘Este costal son tus problemas, enfréntalos. El boxeo es para inculcar valores, respeto, disciplina”, abunda Alejandro.
Al deportivo se llega a pelear, pero, sobre todo, por un sentido de pertenencia. No es un gimnasio cualquiera. En él se han acumulado historias de personas que desde el box lograron, por ejemplo, terminar una carrera o coronarse campeonas, como Maribel.
La campeona se hace a sí misma
Todos los días al concluir su entrenamiento, y si el desgaste se lo permite, Maribel emprende camino al negocio familiar. Mientras caminamos, nos cuenta que detrás de la preparación y las competencias hay, claro, mucho esfuerzo físico y emocional, pero también económico. Le ha sido difícil encontrar un trabajo que le permita entrenar y salir de viaje a pelear. No hay muchos empleadores que entiendan el desgaste físico y el ritmo de una deportista.
Maribel se detiene y regresa el saludo de una señora que atiende un puesto de tamales. Se trata de Josefina. “Cuando me quedé sin trabajo, Josefina me apoyó muchísimo; entonces tenía un puesto de comida corrida, me decía ‘vente hija, aquí está tu pechuga asada y tu ensalada’. No puedo comer cualquier cosa, debo invertirle a la alimentación, vitaminas… que si los tenis ya se rompieron, una sudadera para ir presentable, la licra, el costo del transporte”.
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Al llegar al puesto de la familia, Maribel saluda a su mamá y a sus hermanos. De inmediato comienza a limpiar los nopales y a acomodar las flores que venden. Se trata de un puesto de frutas y verduras, ubicado sobre la calle. Su mama nos cuenta que se siente orgullosa de que su hija se dedique al box. Y cómo no va a estarlo.
En 2018 Maribel se preparaba para el campeonato mundial que se disputaría en Perú, pero carecía de recursos. Entrenador y boxeadora estaban preocupados. Recuerda Alejandro: “Andábamos buscando quién nos apoyara para unos tenis […] se los acaba rapidísimo por el nivel de entrenamiento que realiza. En ese entonces estaba lloviendo mucho, el techo que tenemos es muy pequeño, mientras Maribel le pegaba al costal, el agua le salpicaba los pies. Estaba preocupado de que se enfermara a unos días del campamento. No tenemos las instalaciones adecuadas para llevar la preparación como debe de ser. Por los costos de transporte y hospedaje, no la pude llevar al Ocotal o al Otomí para entrenar en condiciones similares a Perú. Solo fuimos a un bosque cercano para trabajar acondicionamiento físico y resistencia”.
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Con todo, Maribel se proclamó campeona supermosca por la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) tras vencer a la peruana Linda Lecca, con quien ya se había enfrentado en 2013.
“Me sentí muy fuerte, muy fuerte; dije: ʻNo me va ganarʼ. Hasta de zurda me puse; cosas que había trabajado con el profe, estando arriba las desarrollé. Cuando anuncian la nueva campeona mundial y dan mi nombre, no lo creía y lloré; me hinqué en el ring, también mi profesor. Fue una emoción muy, muy bonita; decir ʻsí se pudo y sí se puede, si uno trabaja con dedicaciónʼ”.
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Como a Maribel todo le ha costado mucho, percibe de forma particularmente aguda las desigualdades estructurales. “Las mujeres, no solo en el box, sino también en el futbol y otros deportes, seguimos pasando por lo mismo: me gustaría que nos pagaran bien e igual que a ellos [a los hombres]. Nosotras también entrenamos, nos esforzamos, lo damos todo en el ring, damos espectáculo. No por ser mujeres quiere decir que no podemos hacer lo que ellos hacen, esto nos minimiza. Esto tiene que ver más de fondo, quienes hacen las peleas, los promotores, ellos son los responsables de dar el sueldo”.
También cuenta sobre la desigualdad en la cantidad de rounds: a las mujeres solo les permiten pelear 10, mientras que a los hombres, 12. “Eso también lo toman de pretexto, pero lo podemos hacer, ¡si lo hacemos cuando entrenamos!”.
Alejandro amplía la perspectiva: desafortunadamente las mujeres son las que menos apoyo reciben de patrocinadores. “Nosotros tenemos que andar siempre tocando puertas y no siempre se abren […] No puede ser justo, es discriminación. La mujer se prepara más, es más disciplinada, son muy dedicadas. Las mujeres desde el primer campanazo hasta el último salen a desquitar su sueldo. [Por] una pelea internacional a ocho o diez rounds, un hombre llega a cobrar hasta 15 000 dólares. Maribel, por el campeonato internacional, cobró 2 500 dólares. A eso réstale que no tiene apoyos, tiene que dejar de trabajar, hacer una alimentación diferente, los gastos de su persona, de su equipo, la visa, las deudas que adquirió… todo corre por su cuenta”.
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En marzo de 2023, contra todo pronóstico y sin apoyos oficiales más que los que recibieron por parte de la familia y amigos, sin patrocinadores, Maribel obtuvo el campeonato internacional de peso supermosca de la World Boxing Association (WBA). Se lo disputó en Nueva Zelanda a la local Michelle Preston.
“Preston era muy fuerte, escurridiza, pero logré taparle los pasos, como me decía el Profe. Cuando dicen que por decisión unánime soy la campeona internacional, de la emoción me quedé paralizada. Me falta mucho por aprender, pero estoy madurando, por las experiencias que he tenido. Gracias a todos, no solo a los que han creído en mí, también a aquellos que no lo hacían, que me consideraban grande para este deporte, gracias a todos ellos estoy donde estoy ahora. Eso me impulsó, sé que mi trabajo vale”.
Maribel se mantiene entrenando para dar cada vez mejores peleas y, en el fondo, para seguir apoyando a su entrenador. Quiere certificarse como entrenadora. Dará clases a las nuevas generaciones, pero no solo a las boxeadoras que, quizá, serán las próximas campeonas, sino también a todos los que acudan al gimnasio impulsados por el sentido de pertenencia. A todos los que necesiten ser escuchados.
De cualquier forma, La Pantera habla, más que nada, con los puños. Y no ha dejado de ser elocuente. El pasado 18 de julio nuevamente se coronó como campeona: esta vez fue el título intercontinental WBA, en la categoría supermosca. Como un déjà vú, venció a Preston en Nueva Zelanda. Fue en el noveno round. Por un instante sintió que no podía más; de inmediato por su mente pasaron escenas de todos los días de trabajo y esfuerzo, mientras de fondo escuchaba la voz de su entrenador: ¡“Vamos, flaca, para eso entrenaste todo este tiempo, dale con todo, venimos desde lejos!”. Maribel pensó: “Sí, vengo por un campeonato, y me lo voy a llevar”.
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La campeona Maribel Ramírez habla, sobre todo, en el ring. Pero sus continuos éxitos entre las cuerdas dan cuenta apenas de la capa superficial de su mérito. El box fue su vía de escape de la soledad.
Al norte de la Ciudad de México, en un camellón delimitado por grandes avenidas donde transitan diariamente miles de autos, camiones de carga y personas que a duras penas logran cruzar, las luces de las primeras horas de la mañana iluminan la entrada del gimnasio Heberto Castillo. Este espacio al aire libre es un oasis de la alcaldía Gustavo A. Madero, aquejada por altos índices de criminalidad e inseguridad, y el limitado acceso a espacios de cultura, deporte o esparcimiento.
Al atravesar la entrada del gimnasio, se comienza a escuchar el golpeteo de una cuerda contra el cemento por cuyas grietas se asoma la hierba crecida; la respiración lenta, corta y profunda de quienes golpean con fuerza los costales con sus puños. Ya reconocemos las manos vendadas de Maribel “La Pantera” Ramírez. Su entrenador, Alejandro Mendoza Cano le está colocando el pectoral y la careta. Maribel nos alcanza a ver; nos regala una sonrisa con protector bucal.
![Maribel La Pantera, campeona supermosca](https://cdn.prod.website-files.com/65c3e2124e0ae36491eed349/67aa9ddf9e93f2ab0d15098a_Cultura-Consuelo_pagaza-Fotografi%CC%81a2.webp)
Es momento de subir a hacer sparring en un cuadrilátero con suelo de cemento. Los cuatro pilares que tensan las cuerdas también sostienen un pequeño techo de aluminio. Mientras posiciona su cuerpo en el ring, el semblante de Maribel se muestra tranquilo, serio y concentrado; sus ojos se fijan en su contrincante. “Se siente una adrenalina muy, muy padre, que no se puede explicar”, dice Maribel.
Al bajarse del ring, ya empapada de sudor, le retiran el equipo y contin
úa con el entrenamiento en los costales, pesas o haciendo lagartijas apoyándose en una llanta de tractor.
Maribel “La Pantera” Ramírez llegó al box de manera fortuita. Después de una adolescencia difícil, de ser víctima de bullying (“era una chica que la verdad me gustaba la calle, tenía una familia disfuncional, cada quien por su lado”), a los 17 años unos buenos amigos le dijeron: “¿Sabes qué? Vámonos al box, a hacer deporte, en vez de estar aquí perdiendo el tiempo y no haciendo nada”. Así decidió entrar al gimnasio Ratón González.
Un deseo de revancha sublimado
Maribel llevaba menos de dos semanas en el gimnasio Ratón González cuando le dijeron que subiera al ring a pelear con la entonces boxeadora Guantes de Oro, Ana Rivera. Pensó que sería como pelear en la calle… “No, pues, me dejó todo el ojo morado, sangrando de la nariz, me tiró. Me dio más pena porque estaba el gimnasio lleno, no lloré porque no quería que nadie me viera”. Una vez abajo del ring se propuso ir todos los días al gimnasio a prepararse. Le motivaba el deseo de la revancha, pero con el tiempo comenzó a tener claro que el box no tiene que ver con la violencia, sino con la disciplina, la seguridad y el compañerismo.
Un año y medio después, Maribel había progresado al punto de llegar a ser subcampeona de los Guantes de Oro, en el boxeo amateur. Se presentó la oportunidad de subir al cuadrilátero nuevamente con Ana Rivera, quien debutaría como profesional. Fue una pelea de exhibición al aire libre, en un mercado. “Dimos una pelea muy bonita, la gente nos aventó dinero”. Recuerda que recibió quesos como obsequio de los locatarios. Ella ya no era la misma, estaba satisfecha con su trabajo.
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Maribel tenía 18 años. Le decían que ya era “demasiado grande” para comenzar y le insistían que ya debía debutar (“antes de que se te vaya el tren”). Para entonces contaba con 14 peleas como amateur, pero aún no se sentía lista. Fue tanta la presión que decidió dejar el gimnasio y no pelear más.
En los meses siguientes, Maribel se dedicó a correr en los deportivos cercanos a su casa, hasta que llegó al gimnasio Heberto Castillo. Ahí conoció a su entrenador, Alejandro, boxeador retirado. Su propósito era solo entrenar. “Maribel en ocasiones lloraba mientras entrenaba; me decía que era porque quería ser la mejor. Si yo le decía tira un golpe, el mismo golpe se lo pasaba tire y tire… hasta que le saliera bien. Tenía perseverancia”, recuerda Alejandro.
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Lo que estaba haciendo, en realidad, era volver a alimentar el deseo del gran salto: la profesionalidad. “Le dije: ‘Profe, debúteme’. Y Alejandro contestó: ‘Seguro sí, cómo no’, pero hagamos una preparación bien’”. El entrenamiento era constante y duro. La mandaron hacer sparring con campeonas del box como Anabel Ortiz “La Avispa”. Todo eso no hacía más que impulsar su emoción y confianza.
Fue en 2009 cuando se reencontró con la boxeadora Lilia “La Coneja”, con quien tiempo atrás había quedado subcampeona amateur. Logró convencer a su padre de que la acompañara, a pesar de que él no la apoyaba en su deseo de ser peleadora. Era la gran oportunidad de Maribel… en el tercer round tiró a Lilia, le dieron cuenta de protección, pero ya no se puso de pie. Maribel por fin había debutado como boxeadora profesional. “Me decían que yo no iba hacer algo en este mundo del deporte porque ya estaba grande, pero me aferré […] Tuve, tuvimos altas y bajas, porque no nada más fue mi victoria, también fue la del profe Álex, somos un equipo”.
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El camino al triunfo tuvo un rescate de por medio. El deportivo Heberto Castillo se había quedado en el abandono. “Era un lugar donde los delincuentes entraban a repartirse las cosas que habían robado, venían muchos a drogarse en este deportivo”, describe Alejandro. El exboxeador se acercó a la administración para pedir el deportivo y convertirlo en un gimnasio de box, con la intención de no solo fomentar el deporte, sino también “para ayudar a los jóvenes, a rescatarlos” de las drogas, de las malas decisiones que se toman cuando se sienten solos o provienen de familias disfuncionales. “Hay que aprender a guiar. Tener empatía […] Aquí les enseñamos a tener una buena defensa. Si recibes un golpe, en lugar de actuar por instinto, [hay que] pensar antes de responder: ¿por qué recibes este golpe? Se trata de canalizar todas esas energías, malestares: ‘Este costal son tus problemas, enfréntalos. El boxeo es para inculcar valores, respeto, disciplina”, abunda Alejandro.
Al deportivo se llega a pelear, pero, sobre todo, por un sentido de pertenencia. No es un gimnasio cualquiera. En él se han acumulado historias de personas que desde el box lograron, por ejemplo, terminar una carrera o coronarse campeonas, como Maribel.
La campeona se hace a sí misma
Todos los días al concluir su entrenamiento, y si el desgaste se lo permite, Maribel emprende camino al negocio familiar. Mientras caminamos, nos cuenta que detrás de la preparación y las competencias hay, claro, mucho esfuerzo físico y emocional, pero también económico. Le ha sido difícil encontrar un trabajo que le permita entrenar y salir de viaje a pelear. No hay muchos empleadores que entiendan el desgaste físico y el ritmo de una deportista.
Maribel se detiene y regresa el saludo de una señora que atiende un puesto de tamales. Se trata de Josefina. “Cuando me quedé sin trabajo, Josefina me apoyó muchísimo; entonces tenía un puesto de comida corrida, me decía ‘vente hija, aquí está tu pechuga asada y tu ensalada’. No puedo comer cualquier cosa, debo invertirle a la alimentación, vitaminas… que si los tenis ya se rompieron, una sudadera para ir presentable, la licra, el costo del transporte”.
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Al llegar al puesto de la familia, Maribel saluda a su mamá y a sus hermanos. De inmediato comienza a limpiar los nopales y a acomodar las flores que venden. Se trata de un puesto de frutas y verduras, ubicado sobre la calle. Su mama nos cuenta que se siente orgullosa de que su hija se dedique al box. Y cómo no va a estarlo.
En 2018 Maribel se preparaba para el campeonato mundial que se disputaría en Perú, pero carecía de recursos. Entrenador y boxeadora estaban preocupados. Recuerda Alejandro: “Andábamos buscando quién nos apoyara para unos tenis […] se los acaba rapidísimo por el nivel de entrenamiento que realiza. En ese entonces estaba lloviendo mucho, el techo que tenemos es muy pequeño, mientras Maribel le pegaba al costal, el agua le salpicaba los pies. Estaba preocupado de que se enfermara a unos días del campamento. No tenemos las instalaciones adecuadas para llevar la preparación como debe de ser. Por los costos de transporte y hospedaje, no la pude llevar al Ocotal o al Otomí para entrenar en condiciones similares a Perú. Solo fuimos a un bosque cercano para trabajar acondicionamiento físico y resistencia”.
Te recomendams leer: Cuando un boxeador se levanta
Con todo, Maribel se proclamó campeona supermosca por la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) tras vencer a la peruana Linda Lecca, con quien ya se había enfrentado en 2013.
“Me sentí muy fuerte, muy fuerte; dije: ʻNo me va ganarʼ. Hasta de zurda me puse; cosas que había trabajado con el profe, estando arriba las desarrollé. Cuando anuncian la nueva campeona mundial y dan mi nombre, no lo creía y lloré; me hinqué en el ring, también mi profesor. Fue una emoción muy, muy bonita; decir ʻsí se pudo y sí se puede, si uno trabaja con dedicaciónʼ”.
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Como a Maribel todo le ha costado mucho, percibe de forma particularmente aguda las desigualdades estructurales. “Las mujeres, no solo en el box, sino también en el futbol y otros deportes, seguimos pasando por lo mismo: me gustaría que nos pagaran bien e igual que a ellos [a los hombres]. Nosotras también entrenamos, nos esforzamos, lo damos todo en el ring, damos espectáculo. No por ser mujeres quiere decir que no podemos hacer lo que ellos hacen, esto nos minimiza. Esto tiene que ver más de fondo, quienes hacen las peleas, los promotores, ellos son los responsables de dar el sueldo”.
También cuenta sobre la desigualdad en la cantidad de rounds: a las mujeres solo les permiten pelear 10, mientras que a los hombres, 12. “Eso también lo toman de pretexto, pero lo podemos hacer, ¡si lo hacemos cuando entrenamos!”.
Alejandro amplía la perspectiva: desafortunadamente las mujeres son las que menos apoyo reciben de patrocinadores. “Nosotros tenemos que andar siempre tocando puertas y no siempre se abren […] No puede ser justo, es discriminación. La mujer se prepara más, es más disciplinada, son muy dedicadas. Las mujeres desde el primer campanazo hasta el último salen a desquitar su sueldo. [Por] una pelea internacional a ocho o diez rounds, un hombre llega a cobrar hasta 15 000 dólares. Maribel, por el campeonato internacional, cobró 2 500 dólares. A eso réstale que no tiene apoyos, tiene que dejar de trabajar, hacer una alimentación diferente, los gastos de su persona, de su equipo, la visa, las deudas que adquirió… todo corre por su cuenta”.
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En marzo de 2023, contra todo pronóstico y sin apoyos oficiales más que los que recibieron por parte de la familia y amigos, sin patrocinadores, Maribel obtuvo el campeonato internacional de peso supermosca de la World Boxing Association (WBA). Se lo disputó en Nueva Zelanda a la local Michelle Preston.
“Preston era muy fuerte, escurridiza, pero logré taparle los pasos, como me decía el Profe. Cuando dicen que por decisión unánime soy la campeona internacional, de la emoción me quedé paralizada. Me falta mucho por aprender, pero estoy madurando, por las experiencias que he tenido. Gracias a todos, no solo a los que han creído en mí, también a aquellos que no lo hacían, que me consideraban grande para este deporte, gracias a todos ellos estoy donde estoy ahora. Eso me impulsó, sé que mi trabajo vale”.
Maribel se mantiene entrenando para dar cada vez mejores peleas y, en el fondo, para seguir apoyando a su entrenador. Quiere certificarse como entrenadora. Dará clases a las nuevas generaciones, pero no solo a las boxeadoras que, quizá, serán las próximas campeonas, sino también a todos los que acudan al gimnasio impulsados por el sentido de pertenencia. A todos los que necesiten ser escuchados.
De cualquier forma, La Pantera habla, más que nada, con los puños. Y no ha dejado de ser elocuente. El pasado 18 de julio nuevamente se coronó como campeona: esta vez fue el título intercontinental WBA, en la categoría supermosca. Como un déjà vú, venció a Preston en Nueva Zelanda. Fue en el noveno round. Por un instante sintió que no podía más; de inmediato por su mente pasaron escenas de todos los días de trabajo y esfuerzo, mientras de fondo escuchaba la voz de su entrenador: ¡“Vamos, flaca, para eso entrenaste todo este tiempo, dale con todo, venimos desde lejos!”. Maribel pensó: “Sí, vengo por un campeonato, y me lo voy a llevar”.
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Campeona con corona (cinturones, más bien): Maribel “La Pantera” Ramírez es campeona internacional e intercontinental supermosca.
La campeona Maribel Ramírez habla, sobre todo, en el ring. Pero sus continuos éxitos entre las cuerdas dan cuenta apenas de la capa superficial de su mérito. El box fue su vía de escape de la soledad.
Al norte de la Ciudad de México, en un camellón delimitado por grandes avenidas donde transitan diariamente miles de autos, camiones de carga y personas que a duras penas logran cruzar, las luces de las primeras horas de la mañana iluminan la entrada del gimnasio Heberto Castillo. Este espacio al aire libre es un oasis de la alcaldía Gustavo A. Madero, aquejada por altos índices de criminalidad e inseguridad, y el limitado acceso a espacios de cultura, deporte o esparcimiento.
Al atravesar la entrada del gimnasio, se comienza a escuchar el golpeteo de una cuerda contra el cemento por cuyas grietas se asoma la hierba crecida; la respiración lenta, corta y profunda de quienes golpean con fuerza los costales con sus puños. Ya reconocemos las manos vendadas de Maribel “La Pantera” Ramírez. Su entrenador, Alejandro Mendoza Cano le está colocando el pectoral y la careta. Maribel nos alcanza a ver; nos regala una sonrisa con protector bucal.
![Maribel La Pantera, campeona supermosca](https://cdn.prod.website-files.com/65c3e2124e0ae36491eed349/67aa9ddf9e93f2ab0d15098a_Cultura-Consuelo_pagaza-Fotografi%CC%81a2.webp)
Es momento de subir a hacer sparring en un cuadrilátero con suelo de cemento. Los cuatro pilares que tensan las cuerdas también sostienen un pequeño techo de aluminio. Mientras posiciona su cuerpo en el ring, el semblante de Maribel se muestra tranquilo, serio y concentrado; sus ojos se fijan en su contrincante. “Se siente una adrenalina muy, muy padre, que no se puede explicar”, dice Maribel.
Al bajarse del ring, ya empapada de sudor, le retiran el equipo y contin
úa con el entrenamiento en los costales, pesas o haciendo lagartijas apoyándose en una llanta de tractor.
Maribel “La Pantera” Ramírez llegó al box de manera fortuita. Después de una adolescencia difícil, de ser víctima de bullying (“era una chica que la verdad me gustaba la calle, tenía una familia disfuncional, cada quien por su lado”), a los 17 años unos buenos amigos le dijeron: “¿Sabes qué? Vámonos al box, a hacer deporte, en vez de estar aquí perdiendo el tiempo y no haciendo nada”. Así decidió entrar al gimnasio Ratón González.
Un deseo de revancha sublimado
Maribel llevaba menos de dos semanas en el gimnasio Ratón González cuando le dijeron que subiera al ring a pelear con la entonces boxeadora Guantes de Oro, Ana Rivera. Pensó que sería como pelear en la calle… “No, pues, me dejó todo el ojo morado, sangrando de la nariz, me tiró. Me dio más pena porque estaba el gimnasio lleno, no lloré porque no quería que nadie me viera”. Una vez abajo del ring se propuso ir todos los días al gimnasio a prepararse. Le motivaba el deseo de la revancha, pero con el tiempo comenzó a tener claro que el box no tiene que ver con la violencia, sino con la disciplina, la seguridad y el compañerismo.
Un año y medio después, Maribel había progresado al punto de llegar a ser subcampeona de los Guantes de Oro, en el boxeo amateur. Se presentó la oportunidad de subir al cuadrilátero nuevamente con Ana Rivera, quien debutaría como profesional. Fue una pelea de exhibición al aire libre, en un mercado. “Dimos una pelea muy bonita, la gente nos aventó dinero”. Recuerda que recibió quesos como obsequio de los locatarios. Ella ya no era la misma, estaba satisfecha con su trabajo.
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Maribel tenía 18 años. Le decían que ya era “demasiado grande” para comenzar y le insistían que ya debía debutar (“antes de que se te vaya el tren”). Para entonces contaba con 14 peleas como amateur, pero aún no se sentía lista. Fue tanta la presión que decidió dejar el gimnasio y no pelear más.
En los meses siguientes, Maribel se dedicó a correr en los deportivos cercanos a su casa, hasta que llegó al gimnasio Heberto Castillo. Ahí conoció a su entrenador, Alejandro, boxeador retirado. Su propósito era solo entrenar. “Maribel en ocasiones lloraba mientras entrenaba; me decía que era porque quería ser la mejor. Si yo le decía tira un golpe, el mismo golpe se lo pasaba tire y tire… hasta que le saliera bien. Tenía perseverancia”, recuerda Alejandro.
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Lo que estaba haciendo, en realidad, era volver a alimentar el deseo del gran salto: la profesionalidad. “Le dije: ‘Profe, debúteme’. Y Alejandro contestó: ‘Seguro sí, cómo no’, pero hagamos una preparación bien’”. El entrenamiento era constante y duro. La mandaron hacer sparring con campeonas del box como Anabel Ortiz “La Avispa”. Todo eso no hacía más que impulsar su emoción y confianza.
Fue en 2009 cuando se reencontró con la boxeadora Lilia “La Coneja”, con quien tiempo atrás había quedado subcampeona amateur. Logró convencer a su padre de que la acompañara, a pesar de que él no la apoyaba en su deseo de ser peleadora. Era la gran oportunidad de Maribel… en el tercer round tiró a Lilia, le dieron cuenta de protección, pero ya no se puso de pie. Maribel por fin había debutado como boxeadora profesional. “Me decían que yo no iba hacer algo en este mundo del deporte porque ya estaba grande, pero me aferré […] Tuve, tuvimos altas y bajas, porque no nada más fue mi victoria, también fue la del profe Álex, somos un equipo”.
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El camino al triunfo tuvo un rescate de por medio. El deportivo Heberto Castillo se había quedado en el abandono. “Era un lugar donde los delincuentes entraban a repartirse las cosas que habían robado, venían muchos a drogarse en este deportivo”, describe Alejandro. El exboxeador se acercó a la administración para pedir el deportivo y convertirlo en un gimnasio de box, con la intención de no solo fomentar el deporte, sino también “para ayudar a los jóvenes, a rescatarlos” de las drogas, de las malas decisiones que se toman cuando se sienten solos o provienen de familias disfuncionales. “Hay que aprender a guiar. Tener empatía […] Aquí les enseñamos a tener una buena defensa. Si recibes un golpe, en lugar de actuar por instinto, [hay que] pensar antes de responder: ¿por qué recibes este golpe? Se trata de canalizar todas esas energías, malestares: ‘Este costal son tus problemas, enfréntalos. El boxeo es para inculcar valores, respeto, disciplina”, abunda Alejandro.
Al deportivo se llega a pelear, pero, sobre todo, por un sentido de pertenencia. No es un gimnasio cualquiera. En él se han acumulado historias de personas que desde el box lograron, por ejemplo, terminar una carrera o coronarse campeonas, como Maribel.
La campeona se hace a sí misma
Todos los días al concluir su entrenamiento, y si el desgaste se lo permite, Maribel emprende camino al negocio familiar. Mientras caminamos, nos cuenta que detrás de la preparación y las competencias hay, claro, mucho esfuerzo físico y emocional, pero también económico. Le ha sido difícil encontrar un trabajo que le permita entrenar y salir de viaje a pelear. No hay muchos empleadores que entiendan el desgaste físico y el ritmo de una deportista.
Maribel se detiene y regresa el saludo de una señora que atiende un puesto de tamales. Se trata de Josefina. “Cuando me quedé sin trabajo, Josefina me apoyó muchísimo; entonces tenía un puesto de comida corrida, me decía ‘vente hija, aquí está tu pechuga asada y tu ensalada’. No puedo comer cualquier cosa, debo invertirle a la alimentación, vitaminas… que si los tenis ya se rompieron, una sudadera para ir presentable, la licra, el costo del transporte”.
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Al llegar al puesto de la familia, Maribel saluda a su mamá y a sus hermanos. De inmediato comienza a limpiar los nopales y a acomodar las flores que venden. Se trata de un puesto de frutas y verduras, ubicado sobre la calle. Su mama nos cuenta que se siente orgullosa de que su hija se dedique al box. Y cómo no va a estarlo.
En 2018 Maribel se preparaba para el campeonato mundial que se disputaría en Perú, pero carecía de recursos. Entrenador y boxeadora estaban preocupados. Recuerda Alejandro: “Andábamos buscando quién nos apoyara para unos tenis […] se los acaba rapidísimo por el nivel de entrenamiento que realiza. En ese entonces estaba lloviendo mucho, el techo que tenemos es muy pequeño, mientras Maribel le pegaba al costal, el agua le salpicaba los pies. Estaba preocupado de que se enfermara a unos días del campamento. No tenemos las instalaciones adecuadas para llevar la preparación como debe de ser. Por los costos de transporte y hospedaje, no la pude llevar al Ocotal o al Otomí para entrenar en condiciones similares a Perú. Solo fuimos a un bosque cercano para trabajar acondicionamiento físico y resistencia”.
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Con todo, Maribel se proclamó campeona supermosca por la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) tras vencer a la peruana Linda Lecca, con quien ya se había enfrentado en 2013.
“Me sentí muy fuerte, muy fuerte; dije: ʻNo me va ganarʼ. Hasta de zurda me puse; cosas que había trabajado con el profe, estando arriba las desarrollé. Cuando anuncian la nueva campeona mundial y dan mi nombre, no lo creía y lloré; me hinqué en el ring, también mi profesor. Fue una emoción muy, muy bonita; decir ʻsí se pudo y sí se puede, si uno trabaja con dedicaciónʼ”.
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Como a Maribel todo le ha costado mucho, percibe de forma particularmente aguda las desigualdades estructurales. “Las mujeres, no solo en el box, sino también en el futbol y otros deportes, seguimos pasando por lo mismo: me gustaría que nos pagaran bien e igual que a ellos [a los hombres]. Nosotras también entrenamos, nos esforzamos, lo damos todo en el ring, damos espectáculo. No por ser mujeres quiere decir que no podemos hacer lo que ellos hacen, esto nos minimiza. Esto tiene que ver más de fondo, quienes hacen las peleas, los promotores, ellos son los responsables de dar el sueldo”.
También cuenta sobre la desigualdad en la cantidad de rounds: a las mujeres solo les permiten pelear 10, mientras que a los hombres, 12. “Eso también lo toman de pretexto, pero lo podemos hacer, ¡si lo hacemos cuando entrenamos!”.
Alejandro amplía la perspectiva: desafortunadamente las mujeres son las que menos apoyo reciben de patrocinadores. “Nosotros tenemos que andar siempre tocando puertas y no siempre se abren […] No puede ser justo, es discriminación. La mujer se prepara más, es más disciplinada, son muy dedicadas. Las mujeres desde el primer campanazo hasta el último salen a desquitar su sueldo. [Por] una pelea internacional a ocho o diez rounds, un hombre llega a cobrar hasta 15 000 dólares. Maribel, por el campeonato internacional, cobró 2 500 dólares. A eso réstale que no tiene apoyos, tiene que dejar de trabajar, hacer una alimentación diferente, los gastos de su persona, de su equipo, la visa, las deudas que adquirió… todo corre por su cuenta”.
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En marzo de 2023, contra todo pronóstico y sin apoyos oficiales más que los que recibieron por parte de la familia y amigos, sin patrocinadores, Maribel obtuvo el campeonato internacional de peso supermosca de la World Boxing Association (WBA). Se lo disputó en Nueva Zelanda a la local Michelle Preston.
“Preston era muy fuerte, escurridiza, pero logré taparle los pasos, como me decía el Profe. Cuando dicen que por decisión unánime soy la campeona internacional, de la emoción me quedé paralizada. Me falta mucho por aprender, pero estoy madurando, por las experiencias que he tenido. Gracias a todos, no solo a los que han creído en mí, también a aquellos que no lo hacían, que me consideraban grande para este deporte, gracias a todos ellos estoy donde estoy ahora. Eso me impulsó, sé que mi trabajo vale”.
Maribel se mantiene entrenando para dar cada vez mejores peleas y, en el fondo, para seguir apoyando a su entrenador. Quiere certificarse como entrenadora. Dará clases a las nuevas generaciones, pero no solo a las boxeadoras que, quizá, serán las próximas campeonas, sino también a todos los que acudan al gimnasio impulsados por el sentido de pertenencia. A todos los que necesiten ser escuchados.
De cualquier forma, La Pantera habla, más que nada, con los puños. Y no ha dejado de ser elocuente. El pasado 18 de julio nuevamente se coronó como campeona: esta vez fue el título intercontinental WBA, en la categoría supermosca. Como un déjà vú, venció a Preston en Nueva Zelanda. Fue en el noveno round. Por un instante sintió que no podía más; de inmediato por su mente pasaron escenas de todos los días de trabajo y esfuerzo, mientras de fondo escuchaba la voz de su entrenador: ¡“Vamos, flaca, para eso entrenaste todo este tiempo, dale con todo, venimos desde lejos!”. Maribel pensó: “Sí, vengo por un campeonato, y me lo voy a llevar”.
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