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Los archivos guardados de Hemingway

Los archivos guardados de Hemingway

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Traducción de
Desde 1962 Finca Vigía, la casa del premio Nobel de Literatura, Ernest Hemingway, es un museo; una quinta de 43 mil metros cuadrados que aún la esencia de su vida.
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Tiempo de Lectura: 00 min

Desde su muerte en 1961, las memorias de Ernest Hemingway estuvieron cerradas y selladas.

A la salida de La Habana existe un tesoro sobre el terreno que ocupó un cuartel de vigilancia del ejército español. Es Finca Vigía, una quinta de 43 mil metros cuadrados construida en 1887 y situada en una ladera rica en mangos y otros árboles frutales, que fue la guarida cubana del escritor Ernest Hemingway.

Hasta 1961, en el portón principal que abre paso a la casona estuvo colgado un enorme cartel: “No se admiten visitas sin cita previa”. Era la forma de Hemingway de decir que aquel lugar era un santuario que nadie debía violar, pues allí había encontrado la paz y la inspiración para escribir.

La residencia se conserva idéntica tal como la dejó el novelista hace casi medio siglo. La amplia y fresca sala está decorada con trofeos de caza, carteles de toreo, jarrones y objetos que él y sus últimas dos esposas, Martha Gellhorn y Mary Welsh, reunieron a lo largo y ancho del mundo.

Cada espacio tiene su ambiente particular y hay libreros por todos lados. El cuarto de Hemingway es un bazar donde uno puede encontrar casquillos de balas, navajas, cuchillos, pistolas, tela de camuflaje, dientes de jabalí, fotos de sus hijos y de amigos como Gregory Peck y Marlene Dietrich. También hay escopetas, bastones de mando que le regalaron jefes de tribus africanas, su colección de mocasines y botas de infantería en la zapatera, los anteojos con montura de metal y su máquina de escribir.

En la biblioteca destacan las obras completas de Mark Twain y de Benito Pérez Galdós, junto a candelabros conforma de cabeza de ángeles, objetos del yate Pilar y un gran escritorio de madera noble sobre el que todavía se ve el cuño de “I never write letters”, con su firma, empleado por su secretaria y su mayordomo para contestar la correspondencia.

Te recomendamos leer: "Grecia: leer en movimiento" de Juan Villoro

Un turista sonrosado, con sandalias, bermudas e inconfundible acento estadounidense, camina ahora por el exterior de la residencia.

Oh,my God! —exclama.

Está asomado al cuarto de baño de Hemingway. El hombre, de unos 50 años, husmea por todos lados y se ha quedado extasiado ante un frasco que guarda un murciélago conservado en formol; “el murciélago embotellado”, le llamaba Hemingway.

Al lado del inodoro hay un pequeño librero con todo tipo de literatura, pero sobre todo biografías y libros de aventuras. Destaca un ejemplar sobre el ilusionista Houdini. El extranjero, que disfruta cada detalle, repite: “Oh my God!”.

En la pared, al costado de una vieja pesa hay escritas a lápiz unas marcas imposibles de leer desde donde estamos, del lado exterior de la ventana. Preguntamos a una de las celadoras…“Son anotaciones de su peso, Papa lo controlaba a diario”.

Las marcas de 1955 nos muestran al Hemingway más conocido (modelo oso):

14 de abril ……………….. 240 ½libras.

En 1959 había bajado de peso:

18 de marzo………………..204 libras.

29 de marzo..………………203 ¼libras.

La última anotación es de un día antes de partir de Cuba para no regresar más:

24 de julio de 1960……………….190½ libras.

“Estaba acabadito”, dice la vigilante. El diminutivo es una exageración cubana, si bien es cierto que por aquel entonces Hemingway ya comenzaba a manifestar los primeros síntomas de su enfermedad.

Meses después, estando de visita en España interrumpió el viaje y regresó a Estados Unidos. El 2 de julio de 1961, tras dos ingresos en la Clínica Mayo y de someterse a tratamiento de electroshocks, Hem se voló la tapa de los sesos con una escopeta de caza en su residencia de Ketchum, Idaho.

A estas alturas, el turista estadounidense está más relajado: dice llamarse John y confiesa que ha viajado a Cuba violando el embargo —o el bloqueo, como le llaman en La Habana—.

La política de embargo contra Cuba, que Washington mantiene desde hace casi 50 años, impide las visitas de placer de los ciudadanos estadounidenses so pena de elevadas multas y hasta condenas de cárcel, por lo que John prefiere no dar su nombre.

Sólo cuenta que es natural de Oak Park, la misma localidad de Illinois donde nació el Premio Nobel de Literatura. John estudió el bachillerato en la misma escuela que Hemingway y se sabe bien su historia. “Allí Papa publicó su primer relato en la revista literaria de la escuela [1916], también jugó futbol americano en el equipo escolar de Oak Park”, dice.

Envalentonado por tres daiquiris, revela que ha venido por Cancún y que a su entrada a la isla no le han puesto ningún cuño en el pasaporte.

“¡Hace años que quería hacer esto!”, dice. Como él, decenas de miles de turistas estadounidenses viajan a Cuba cada año violando las leyes del embargo, y muchos siguen la ruta de Hemingway. John ha hecho hoy el recorrido completo: primero Cojímar, el pueblito de pescadores donde el escritor tenía su yate Pilar, escenario de El viejo y el mar; después Floridita, uno de los abrevaderos más famosos del mundo gracias a Papa, que siempre pedía allí daiquirís dobles sin azúcar; para terminar en Finca Vigía, en el poblado de San Francisco de Paula que fue su guarida cubana entre 1939 y 1960, y donde escribió una porción sustancial de su obra. A saber, parte de Por quién doblan las campanas, Al otro lado del río y entre los árboles, El viejo y el mar, París era una fiesta e Islas en el golfo.

—¿Sabe cuál era el récord de Papa en Floridita? —me pregunta John.

—Ni idea. ¿Siete? ¿Ocho?

—¡Uff! Quince o dieciséis.

Se lo confesó una vez a un periodista de Argosy.

A punto de despeñarse por esa pendiente muchas veces Hemingway salió del bar, bordeó la bahía y recorrió los 20 kilómetros que separan Floridita de la Finca Vigía. Desde la colina donde está situada y que le da nombre, se domina La Habana y hasta se ve el mar azul por donde corre la corriente del Golfo, el mejor lugar del mundo para pescar el pez espada.

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Desde 1962 Finca Vigía es un museo. Mientras lo recorremos, John me pregunta la razón que atrae hoy aquí a un par de periodistas. Le recomendamos el prólogo de Gabriel García Márquez al libro Hemingway en Cuba (1984), el más completo realizado sobre la estancia en la isla del narrador estadounidense, escrito por el cubano Norberto Fuentes.

García Márquez parte de un hecho para él definitivo: Finca Vigía “fue la única residencia de veras estable que tuvo Hemingway en su vida. Allí pasó casi la mitad de sus años útiles de escritor, y escribió sus obras mayores”. A su juicio, la mayoría delos escritores que tienen casa en diferentes ciudades consideran su residencia principal “aquella donde tienen sus libros”. Pues bien, Hemingway tenía en Finca Vigía cerca de nueve mil volúmenes, revistas y folletos, “además de cuatro perros y 57 gatos”, asegura el Premio Nobel colombiano.

De esos libros, explica Ada Rosa Alfonso, la directora del museo, “cerca de dos mil están subrayados o tienen comentarios al margen”.

Además, la casa habanera de Hemingway guarda un tesoro que ha permanecido durmiendo durante más de 40 años: son cientos de cartas de admiradores y amigos recibidas en diferentes momentos; miles de fotos color sepia; manuscritos de sus obras; guiones de cine corregidos de su puño y letra, y lo que Gabo describe como “cartas que nunca puso en el correo”, “borradores arrepentidos”, “notas a medio escribir” y “su magnifico diario de navegación donde resplandece toda la luz de su estilo”, entre otros documentos personales que permiten “descubrir los rastros de su corazón”.

Debido a la burocracia, a la falta de recursos para conservar los manuscritos y también a causa de la madeja de leyes políticas que conforman el embargo y dificultan la colaboración entre ambas naciones, durante décadas estos documentos no pudieron ser consultados por los investigadores. Sólo el escritor Norberto Fuentes, entonces ligado a la nomenclatura en el poder —y ahora exiliado en Estados Unidos—, tuvo acceso al archivo de Finca Vigía y utilizó muchos de los papeles en su libro Hemingway en Cuba.

En 2002, el Consejo de Investigación de las Ciencias Sociales de Estados Unidos y el Consejo Nacional de Patrimonio (CNP) de Cuba firmaron un acuerdo para la restauración, conservación, microfilmación y digitalización de los documentos guardados en Finca Vigía. En enero de 2009, después de años de trabajo y de sortear no pocos obstáculos políticos y zancadillas de la administración Bush, se han puesto a disposición de los investigadores las primeras 3 200 páginas digitalizadas.

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Para evitar que los turistas expolien Finca Vigía, donde hay balas, insignias de prisioneros alemanes, dientes de felinos y otras tonterías de cazador fácilmente sustraíbles, desde hace años está prohibido el acceso al interior de la residencia.

Los visitantes pueden pasear por los pasillos exteriores y observar el mundo de Hemingway a través de las ventanas abiertas; sólo queda fuera del ojo de los curiosos el sótano, la cocina y la habitación de Mary Welsh, su última esposa.

En el cuarto de Papa se conserva su máquina de escribir Underwood, colocada sobre un grueso tomo de Who’s who in America (1954–1955), encima de un librero. Hemingway solía escribir de pie —y muchas veces descalzo— sobre la piel de un kudú vencido por una bala de Mary. Entre los libros que tenía cerca: What the Citizen Should Know About the Navy, de Baldwin, o A Treasury of Cat Stories, una compilación de historias de gatos muy propia de una casa en la que llegó a haber más de 50 mininos, todos con personalidad propia y algunos tan famosos como Boise, inmortalizado por el escritor en su novela póstuma Islas en el golfo.

—¡Ughh! Qué impresión —dice John al pasar por el comedor, donde al menos seis cabezas disecadas de animales cuelgan de las paredes.

La más impresionante es la de un gran kudú cazado por Hemingway en 1934, colgado en la pared sobre el espacio vacío dejado por La masía, del gran de Miró que Mary Welsh se llevó antes de donar la casa al gobierno cubano, en 1961.

Toda la Finca Vigía está llena de cuernos de ciervos y búfalos, cabezas de leones, pieles de leopardo y en general trozos de animales acribillados a balazos por Papa. Fuentes cuenta en su libro que cuando el novelista Graham Greene visitó la casa, al ver aquel zoológico, dijo: “No sé cómo un artista puede escribir con tantas cabezas de animales muertos a su alrededor”. E insistió: “Demasiadas cabezas”.

García Márquez tiene la teoría de que en verdad había dos Hemingway “distintos y a veces contrapuestos”:

“Había uno para el consumo mundano —mitad estrella de cine, mitad aventurero— que se exhibía a sus anchasen los lugares más visibles del mundo; que entraba con la vanguardia de las tropas de liberación en el hotel Ritz de París; que apadrinaba a los toreros demoda en las ferias de España; que se hacía fotografiar con las actrices de cinemas deslumbrantes, con los boxeadores más bravos, con los pistoleros mástenebrosos, y que mataba primero al león y después al bisonte y después alrinoceronte en las praderas de Kenia”.

Pero, dice Gabo, había otro Hemingway en La Habana, “escondido de sí mismo en una casa rodeada de árboles enormes, en cuyos aposentos se fueron acumulando a través de los años los trofeos de artes viriles que el otro Hemingway mundano le llevaba como recuerdos de sus navegaciones y regresos”.

Hemingway desembarcó en el hotel Ambos Mundos, en el corazón de La Habana Vieja, en 1932. Su objetivo al viajar a Cuba era pescar, pero entre cada pesquería desde luego escribía, y la pequeña habitación del hotel le quedó pequeña muy pronto. Fue Martha Gellhorn quien descubrió en 1939 el anuncio de Finca Vigía. Primero la alquilaron por 100 pesos mensuales, y un año después Hemingway la adquirió al precio de 18 mil dólares al contado.

En Cuba, Hemingway pasaba largas temporadas entre sus viajes por África, Europa y Estados Unidos, y prácticamente no hacía vida social ni frecuentaba el mundo intelectual de La Habana. Ni antes ni después de la Revolución se prodigó en actos públicos, con excepción de sus visitas a Floridita, sólo o acompañado de amigos estadounidenses que lo visitaban.

Finca Vigía fue el lugar mágico que Hemingway descubrió para escribir en Cuba y su guarida cerca de la Corriente del Golfo, “el Gran Río Azul”, a 45 minutos de su casa, donde encontró “la mejor y más abundante pesca” que había visto en su vida y enganchó el argumento de su novela más corta y famosa.

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Ada Rosa Alfonso, la directora del museo, dice que algunos de los documentos digitalizados fueron dados a conocer por Fuentes. Pero otros muchos son desconocidos. En cualquier caso, ahora estos materiales podrán ser consultados por primera vez por aquellos investigadores que lo soliciten.

Papa, mi amor: gracias por tu regalo. Todavía no he llegado y ya estoy ansiosa por ver qué es. ¿Un libro?¿Una paloma blanca como la nieve, como la nieve? Un bolígrafo. Un caballo negro… Eres siempre tan, tan…; bueno, tú sabes… Estoy contenta de que te gustara mi sueño; me impresionó mucho. Esperemos que la vida se convierta en un sueño por una vez”, le escribe el 22 de enero de 1952 la joven condesa italiana Adriana Ivancich.

Ivancich era 30 años menor que él. Hemingway se basó en ella para crear a la Renata de Al otro lado del río y entre los árboles, y algunos autores creen que sostuvieron un romance. Las cartas cruzadas son muchas y con muchos guiños, literarios y de todo tipo. En una le dice la condesa: “Papa, la vita di milionario is wonderfull”[sic]. O se despide: “un abrazo profundo como el mar”.

La correspondencia de Hemingway es copiosa. Hay grandes nombres: Marlene Dietrich, Scott Fitzgerald, Hollywood casi completo. Pero también muchas de gente anónima, admiradores o personas que había conocido durante la guerra y que le pedían favores. Recibía cientos, miles de cartas y las guardaba todas. Eran tantas que su secretaria y su mayordomo cubano, René Villarreal, se ocupaban de clasificarlas.

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Hay algunas muy curiosas. En mayo de 1956, cuando mandaba en España el dictador Francisco Franco, le escribe un seguidor desde Calella, en Cataluña: “No soy tan admirador suyo que por ello deje de admirar a otros escritores, y aún sintiendo un vivo interés por su excitada vida no dejo de encontrarle ciertas actitudes que estoy muy lejos de compartir, como su, para mí incomprensible, pasión por la bebida”. Después de este rapapolvo, el hombre le revela su objetivo: “siento no poder leer Por quién doblan las campanas (…) por no estar autorizada su venta en España”.

Las solicitudes eran de todo tipo: en 1943, Alexander Fadeiev, presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales de la Unión de Escritores Soviéticos le pide que envíe copia de sus discursos antifascistas para colaborar con la lucha contra el “vandalismo nazi”; otro amigo le ruega desde México su gestión para que pueda entrar a Estados Unidos un jugador español de jai-alai, vetado por supuestos vínculos con la falange; son varios los veteranos de la Guerra Civil española que le piden que ayuda.

Entre los documentos digitalizados, además de la correspondencia, hay telegramas, cuentas y manuscritos que son verdaderas joyas, como un guion de El viejo y el mar sobre el que Hemingway hizo críticas a algunas escenas y corrigió o amplió diálogos. La película se rodó en Cojímar en 1957 con Spencer Tracy como protagonista.

También está el epílogo manuscrito de Por quien doblan las campanas, que difiere del que se publicó, y los códigos para descifrar los mensajes en clave que enviaba desde el Pilar en la operación de “persecución” de submarinos nazis durante la Segunda Guerra Mundial, durante la cual artilló su yate. Hemingway siempre creyó que los alemanes merodeaban por los alrededores de Cuba y organizó expediciones para capturarlos por la cayería norte de la isla, episodio que sale descrito en Islas en el golfo.

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La primera vez que Fidel Castro estuvo en Finca Vigía fue en 1961, meses después de la muerte de Hemingway, cuando Mary Welsh viajó a La Habana para cumplir la última voluntad del escritor. Castro y el escritor se conocieron en mayo de 1960, durante la celebración del Concurso de Pesca Hemingway, poco antes de que abandonara la isla definitivamente. Sólo estuvieron juntos algunas horas, pero hubo buena sintonía.

Tras entrevistarse con Castro, Welsh se llevó muchos de los manuscritos, quemó las cartas y papeles que Papa decidió que desaparecieran y recogió algunos objetos de valor, como el Miró y el Juan Gris de su colección de arte. Dejó el Pilar a Gregorio, el mítico patrón de su yate, que después lo donó y ahora se exhibe en los jardines de la finca.

Castro y Welsh acordaron que la casa sería preservada tal como la dejó el escritor y convertida en museo.

En la sala, al lado de su sillón preferido, sobre una mesita están las revistas que dejó Hem a medio hojear. Encima de todas hay una Newsweek del 4 de julio de 1960con una caricatura de JFK en la portada titulada “Can anybody stop Kennedy?”.

Desde la ventana, John pregunta a la vigilante qué hay en el mueble-bar que diseñó el propio Hemingway: una botella de ginebra Gordon’s; agua mineral efervescente El Copey; tónicas; whisky Old Forester a medio llenar, una botella de ron Bacardi. “Todo un profesional”, corrobora su compatriota.

En el librero más cercano hay una biografía de Freud, un tratado de percepciones extrasensoriales y un catálogo de vinos estadounidenses, y encima de una repisa una vieja radio que todavía funciona y llamó la atención de Castro en noviembre de 2002, cuando regresó a Finca Vigía con el congresista demócrata James McGovern.

Ambos asistieron a la firma del acuerdo entre Estados Unidos y Cuba que permitió la restauración de las 3 200 páginas digitalizadas hasta ahora, que en breve podrán consultarse también en la biblioteca Kennedy de Boston.

Mil documentos más se agregarán próximamente, pero otros deben aguardar para preservarse por un escáner de alta tecnología para libros raros y valiosos, del que el museo no dispone. Está el pasaporte que Hemingway utilizó durante la Guerra Civil española, con todos los cuños de entrada y salida, antes de que los republicanos perdieran la contienda. También el cuaderno de bitácora escrito a lápiz por Papa durante la última travesía que hizo junto a Gregorio en el yate Pilar frente a las costas de Cuba. Allí está registrado el peso y tamaño del último pez espada que capturó antes de morir. Y el último temporal a que se enfrentó.

La humedad, el polvo, las termitas y la crisis hicieron estragos en Finca Vigía en las últimas dos décadas. También la política. Pese al acuerdo firmado por los responsables cubanos de Patrimonio y el Consejo de las Ciencias Sociales de Estados Unidos, el embargo impidió que llegaran ayudas y dinero de Estados Unidos. “Ahora con Obama todo puede cambiar y quizás hasta se permitan los viajes turísticos”, dice John.

Alfonso nos explica que el tesoro de Finca Vigía probablemente no cambiará nada esencial de la biografía del escritor estadounidense. “Pero sí hay mucha información importante y elementos para conocer mejor quién era en verdad Ernest Hemingway. Eso está aquí”.

En El gran río azul, crónica de1949, Hemingway explicó algunas razones por las que se había mudado a Finca Vigía. Citó las 18 clases de mangos que se cultivaban en el jardín, de la posibilidad de criar gallos de pelea o de apostar al tiro del pichón en un club deportivo cercano. Y por supuesto de la pesca de la aguja en la Corriente del Golfo. Finalmente confesó: “Uno vive en esta isla porque para ir a la ciudad no hace falta más que ponerse los zapatos, porque se puede tapar con papel el timbre del teléfono para evitar cualquier llamada, y porque en el fresco de la mañana se trabaja mejor y con más comodidad que en cualquier otro sitio. Pero esto es un secreto profesional”.

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Tiempo de Lectura: 00 min

Desde su muerte en 1961, las memorias de Ernest Hemingway estuvieron cerradas y selladas.

A la salida de La Habana existe un tesoro sobre el terreno que ocupó un cuartel de vigilancia del ejército español. Es Finca Vigía, una quinta de 43 mil metros cuadrados construida en 1887 y situada en una ladera rica en mangos y otros árboles frutales, que fue la guarida cubana del escritor Ernest Hemingway.

Hasta 1961, en el portón principal que abre paso a la casona estuvo colgado un enorme cartel: “No se admiten visitas sin cita previa”. Era la forma de Hemingway de decir que aquel lugar era un santuario que nadie debía violar, pues allí había encontrado la paz y la inspiración para escribir.

La residencia se conserva idéntica tal como la dejó el novelista hace casi medio siglo. La amplia y fresca sala está decorada con trofeos de caza, carteles de toreo, jarrones y objetos que él y sus últimas dos esposas, Martha Gellhorn y Mary Welsh, reunieron a lo largo y ancho del mundo.

Cada espacio tiene su ambiente particular y hay libreros por todos lados. El cuarto de Hemingway es un bazar donde uno puede encontrar casquillos de balas, navajas, cuchillos, pistolas, tela de camuflaje, dientes de jabalí, fotos de sus hijos y de amigos como Gregory Peck y Marlene Dietrich. También hay escopetas, bastones de mando que le regalaron jefes de tribus africanas, su colección de mocasines y botas de infantería en la zapatera, los anteojos con montura de metal y su máquina de escribir.

En la biblioteca destacan las obras completas de Mark Twain y de Benito Pérez Galdós, junto a candelabros conforma de cabeza de ángeles, objetos del yate Pilar y un gran escritorio de madera noble sobre el que todavía se ve el cuño de “I never write letters”, con su firma, empleado por su secretaria y su mayordomo para contestar la correspondencia.

Te recomendamos leer: "Grecia: leer en movimiento" de Juan Villoro

Un turista sonrosado, con sandalias, bermudas e inconfundible acento estadounidense, camina ahora por el exterior de la residencia.

Oh,my God! —exclama.

Está asomado al cuarto de baño de Hemingway. El hombre, de unos 50 años, husmea por todos lados y se ha quedado extasiado ante un frasco que guarda un murciélago conservado en formol; “el murciélago embotellado”, le llamaba Hemingway.

Al lado del inodoro hay un pequeño librero con todo tipo de literatura, pero sobre todo biografías y libros de aventuras. Destaca un ejemplar sobre el ilusionista Houdini. El extranjero, que disfruta cada detalle, repite: “Oh my God!”.

En la pared, al costado de una vieja pesa hay escritas a lápiz unas marcas imposibles de leer desde donde estamos, del lado exterior de la ventana. Preguntamos a una de las celadoras…“Son anotaciones de su peso, Papa lo controlaba a diario”.

Las marcas de 1955 nos muestran al Hemingway más conocido (modelo oso):

14 de abril ……………….. 240 ½libras.

En 1959 había bajado de peso:

18 de marzo………………..204 libras.

29 de marzo..………………203 ¼libras.

La última anotación es de un día antes de partir de Cuba para no regresar más:

24 de julio de 1960……………….190½ libras.

“Estaba acabadito”, dice la vigilante. El diminutivo es una exageración cubana, si bien es cierto que por aquel entonces Hemingway ya comenzaba a manifestar los primeros síntomas de su enfermedad.

Meses después, estando de visita en España interrumpió el viaje y regresó a Estados Unidos. El 2 de julio de 1961, tras dos ingresos en la Clínica Mayo y de someterse a tratamiento de electroshocks, Hem se voló la tapa de los sesos con una escopeta de caza en su residencia de Ketchum, Idaho.

A estas alturas, el turista estadounidense está más relajado: dice llamarse John y confiesa que ha viajado a Cuba violando el embargo —o el bloqueo, como le llaman en La Habana—.

La política de embargo contra Cuba, que Washington mantiene desde hace casi 50 años, impide las visitas de placer de los ciudadanos estadounidenses so pena de elevadas multas y hasta condenas de cárcel, por lo que John prefiere no dar su nombre.

Sólo cuenta que es natural de Oak Park, la misma localidad de Illinois donde nació el Premio Nobel de Literatura. John estudió el bachillerato en la misma escuela que Hemingway y se sabe bien su historia. “Allí Papa publicó su primer relato en la revista literaria de la escuela [1916], también jugó futbol americano en el equipo escolar de Oak Park”, dice.

Envalentonado por tres daiquiris, revela que ha venido por Cancún y que a su entrada a la isla no le han puesto ningún cuño en el pasaporte.

“¡Hace años que quería hacer esto!”, dice. Como él, decenas de miles de turistas estadounidenses viajan a Cuba cada año violando las leyes del embargo, y muchos siguen la ruta de Hemingway. John ha hecho hoy el recorrido completo: primero Cojímar, el pueblito de pescadores donde el escritor tenía su yate Pilar, escenario de El viejo y el mar; después Floridita, uno de los abrevaderos más famosos del mundo gracias a Papa, que siempre pedía allí daiquirís dobles sin azúcar; para terminar en Finca Vigía, en el poblado de San Francisco de Paula que fue su guarida cubana entre 1939 y 1960, y donde escribió una porción sustancial de su obra. A saber, parte de Por quién doblan las campanas, Al otro lado del río y entre los árboles, El viejo y el mar, París era una fiesta e Islas en el golfo.

—¿Sabe cuál era el récord de Papa en Floridita? —me pregunta John.

—Ni idea. ¿Siete? ¿Ocho?

—¡Uff! Quince o dieciséis.

Se lo confesó una vez a un periodista de Argosy.

A punto de despeñarse por esa pendiente muchas veces Hemingway salió del bar, bordeó la bahía y recorrió los 20 kilómetros que separan Floridita de la Finca Vigía. Desde la colina donde está situada y que le da nombre, se domina La Habana y hasta se ve el mar azul por donde corre la corriente del Golfo, el mejor lugar del mundo para pescar el pez espada.

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Desde 1962 Finca Vigía es un museo. Mientras lo recorremos, John me pregunta la razón que atrae hoy aquí a un par de periodistas. Le recomendamos el prólogo de Gabriel García Márquez al libro Hemingway en Cuba (1984), el más completo realizado sobre la estancia en la isla del narrador estadounidense, escrito por el cubano Norberto Fuentes.

García Márquez parte de un hecho para él definitivo: Finca Vigía “fue la única residencia de veras estable que tuvo Hemingway en su vida. Allí pasó casi la mitad de sus años útiles de escritor, y escribió sus obras mayores”. A su juicio, la mayoría delos escritores que tienen casa en diferentes ciudades consideran su residencia principal “aquella donde tienen sus libros”. Pues bien, Hemingway tenía en Finca Vigía cerca de nueve mil volúmenes, revistas y folletos, “además de cuatro perros y 57 gatos”, asegura el Premio Nobel colombiano.

De esos libros, explica Ada Rosa Alfonso, la directora del museo, “cerca de dos mil están subrayados o tienen comentarios al margen”.

Además, la casa habanera de Hemingway guarda un tesoro que ha permanecido durmiendo durante más de 40 años: son cientos de cartas de admiradores y amigos recibidas en diferentes momentos; miles de fotos color sepia; manuscritos de sus obras; guiones de cine corregidos de su puño y letra, y lo que Gabo describe como “cartas que nunca puso en el correo”, “borradores arrepentidos”, “notas a medio escribir” y “su magnifico diario de navegación donde resplandece toda la luz de su estilo”, entre otros documentos personales que permiten “descubrir los rastros de su corazón”.

Debido a la burocracia, a la falta de recursos para conservar los manuscritos y también a causa de la madeja de leyes políticas que conforman el embargo y dificultan la colaboración entre ambas naciones, durante décadas estos documentos no pudieron ser consultados por los investigadores. Sólo el escritor Norberto Fuentes, entonces ligado a la nomenclatura en el poder —y ahora exiliado en Estados Unidos—, tuvo acceso al archivo de Finca Vigía y utilizó muchos de los papeles en su libro Hemingway en Cuba.

En 2002, el Consejo de Investigación de las Ciencias Sociales de Estados Unidos y el Consejo Nacional de Patrimonio (CNP) de Cuba firmaron un acuerdo para la restauración, conservación, microfilmación y digitalización de los documentos guardados en Finca Vigía. En enero de 2009, después de años de trabajo y de sortear no pocos obstáculos políticos y zancadillas de la administración Bush, se han puesto a disposición de los investigadores las primeras 3 200 páginas digitalizadas.

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Para evitar que los turistas expolien Finca Vigía, donde hay balas, insignias de prisioneros alemanes, dientes de felinos y otras tonterías de cazador fácilmente sustraíbles, desde hace años está prohibido el acceso al interior de la residencia.

Los visitantes pueden pasear por los pasillos exteriores y observar el mundo de Hemingway a través de las ventanas abiertas; sólo queda fuera del ojo de los curiosos el sótano, la cocina y la habitación de Mary Welsh, su última esposa.

En el cuarto de Papa se conserva su máquina de escribir Underwood, colocada sobre un grueso tomo de Who’s who in America (1954–1955), encima de un librero. Hemingway solía escribir de pie —y muchas veces descalzo— sobre la piel de un kudú vencido por una bala de Mary. Entre los libros que tenía cerca: What the Citizen Should Know About the Navy, de Baldwin, o A Treasury of Cat Stories, una compilación de historias de gatos muy propia de una casa en la que llegó a haber más de 50 mininos, todos con personalidad propia y algunos tan famosos como Boise, inmortalizado por el escritor en su novela póstuma Islas en el golfo.

—¡Ughh! Qué impresión —dice John al pasar por el comedor, donde al menos seis cabezas disecadas de animales cuelgan de las paredes.

La más impresionante es la de un gran kudú cazado por Hemingway en 1934, colgado en la pared sobre el espacio vacío dejado por La masía, del gran de Miró que Mary Welsh se llevó antes de donar la casa al gobierno cubano, en 1961.

Toda la Finca Vigía está llena de cuernos de ciervos y búfalos, cabezas de leones, pieles de leopardo y en general trozos de animales acribillados a balazos por Papa. Fuentes cuenta en su libro que cuando el novelista Graham Greene visitó la casa, al ver aquel zoológico, dijo: “No sé cómo un artista puede escribir con tantas cabezas de animales muertos a su alrededor”. E insistió: “Demasiadas cabezas”.

García Márquez tiene la teoría de que en verdad había dos Hemingway “distintos y a veces contrapuestos”:

“Había uno para el consumo mundano —mitad estrella de cine, mitad aventurero— que se exhibía a sus anchasen los lugares más visibles del mundo; que entraba con la vanguardia de las tropas de liberación en el hotel Ritz de París; que apadrinaba a los toreros demoda en las ferias de España; que se hacía fotografiar con las actrices de cinemas deslumbrantes, con los boxeadores más bravos, con los pistoleros mástenebrosos, y que mataba primero al león y después al bisonte y después alrinoceronte en las praderas de Kenia”.

Pero, dice Gabo, había otro Hemingway en La Habana, “escondido de sí mismo en una casa rodeada de árboles enormes, en cuyos aposentos se fueron acumulando a través de los años los trofeos de artes viriles que el otro Hemingway mundano le llevaba como recuerdos de sus navegaciones y regresos”.

Hemingway desembarcó en el hotel Ambos Mundos, en el corazón de La Habana Vieja, en 1932. Su objetivo al viajar a Cuba era pescar, pero entre cada pesquería desde luego escribía, y la pequeña habitación del hotel le quedó pequeña muy pronto. Fue Martha Gellhorn quien descubrió en 1939 el anuncio de Finca Vigía. Primero la alquilaron por 100 pesos mensuales, y un año después Hemingway la adquirió al precio de 18 mil dólares al contado.

En Cuba, Hemingway pasaba largas temporadas entre sus viajes por África, Europa y Estados Unidos, y prácticamente no hacía vida social ni frecuentaba el mundo intelectual de La Habana. Ni antes ni después de la Revolución se prodigó en actos públicos, con excepción de sus visitas a Floridita, sólo o acompañado de amigos estadounidenses que lo visitaban.

Finca Vigía fue el lugar mágico que Hemingway descubrió para escribir en Cuba y su guarida cerca de la Corriente del Golfo, “el Gran Río Azul”, a 45 minutos de su casa, donde encontró “la mejor y más abundante pesca” que había visto en su vida y enganchó el argumento de su novela más corta y famosa.

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Ada Rosa Alfonso, la directora del museo, dice que algunos de los documentos digitalizados fueron dados a conocer por Fuentes. Pero otros muchos son desconocidos. En cualquier caso, ahora estos materiales podrán ser consultados por primera vez por aquellos investigadores que lo soliciten.

Papa, mi amor: gracias por tu regalo. Todavía no he llegado y ya estoy ansiosa por ver qué es. ¿Un libro?¿Una paloma blanca como la nieve, como la nieve? Un bolígrafo. Un caballo negro… Eres siempre tan, tan…; bueno, tú sabes… Estoy contenta de que te gustara mi sueño; me impresionó mucho. Esperemos que la vida se convierta en un sueño por una vez”, le escribe el 22 de enero de 1952 la joven condesa italiana Adriana Ivancich.

Ivancich era 30 años menor que él. Hemingway se basó en ella para crear a la Renata de Al otro lado del río y entre los árboles, y algunos autores creen que sostuvieron un romance. Las cartas cruzadas son muchas y con muchos guiños, literarios y de todo tipo. En una le dice la condesa: “Papa, la vita di milionario is wonderfull”[sic]. O se despide: “un abrazo profundo como el mar”.

La correspondencia de Hemingway es copiosa. Hay grandes nombres: Marlene Dietrich, Scott Fitzgerald, Hollywood casi completo. Pero también muchas de gente anónima, admiradores o personas que había conocido durante la guerra y que le pedían favores. Recibía cientos, miles de cartas y las guardaba todas. Eran tantas que su secretaria y su mayordomo cubano, René Villarreal, se ocupaban de clasificarlas.

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Hay algunas muy curiosas. En mayo de 1956, cuando mandaba en España el dictador Francisco Franco, le escribe un seguidor desde Calella, en Cataluña: “No soy tan admirador suyo que por ello deje de admirar a otros escritores, y aún sintiendo un vivo interés por su excitada vida no dejo de encontrarle ciertas actitudes que estoy muy lejos de compartir, como su, para mí incomprensible, pasión por la bebida”. Después de este rapapolvo, el hombre le revela su objetivo: “siento no poder leer Por quién doblan las campanas (…) por no estar autorizada su venta en España”.

Las solicitudes eran de todo tipo: en 1943, Alexander Fadeiev, presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales de la Unión de Escritores Soviéticos le pide que envíe copia de sus discursos antifascistas para colaborar con la lucha contra el “vandalismo nazi”; otro amigo le ruega desde México su gestión para que pueda entrar a Estados Unidos un jugador español de jai-alai, vetado por supuestos vínculos con la falange; son varios los veteranos de la Guerra Civil española que le piden que ayuda.

Entre los documentos digitalizados, además de la correspondencia, hay telegramas, cuentas y manuscritos que son verdaderas joyas, como un guion de El viejo y el mar sobre el que Hemingway hizo críticas a algunas escenas y corrigió o amplió diálogos. La película se rodó en Cojímar en 1957 con Spencer Tracy como protagonista.

También está el epílogo manuscrito de Por quien doblan las campanas, que difiere del que se publicó, y los códigos para descifrar los mensajes en clave que enviaba desde el Pilar en la operación de “persecución” de submarinos nazis durante la Segunda Guerra Mundial, durante la cual artilló su yate. Hemingway siempre creyó que los alemanes merodeaban por los alrededores de Cuba y organizó expediciones para capturarlos por la cayería norte de la isla, episodio que sale descrito en Islas en el golfo.

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La primera vez que Fidel Castro estuvo en Finca Vigía fue en 1961, meses después de la muerte de Hemingway, cuando Mary Welsh viajó a La Habana para cumplir la última voluntad del escritor. Castro y el escritor se conocieron en mayo de 1960, durante la celebración del Concurso de Pesca Hemingway, poco antes de que abandonara la isla definitivamente. Sólo estuvieron juntos algunas horas, pero hubo buena sintonía.

Tras entrevistarse con Castro, Welsh se llevó muchos de los manuscritos, quemó las cartas y papeles que Papa decidió que desaparecieran y recogió algunos objetos de valor, como el Miró y el Juan Gris de su colección de arte. Dejó el Pilar a Gregorio, el mítico patrón de su yate, que después lo donó y ahora se exhibe en los jardines de la finca.

Castro y Welsh acordaron que la casa sería preservada tal como la dejó el escritor y convertida en museo.

En la sala, al lado de su sillón preferido, sobre una mesita están las revistas que dejó Hem a medio hojear. Encima de todas hay una Newsweek del 4 de julio de 1960con una caricatura de JFK en la portada titulada “Can anybody stop Kennedy?”.

Desde la ventana, John pregunta a la vigilante qué hay en el mueble-bar que diseñó el propio Hemingway: una botella de ginebra Gordon’s; agua mineral efervescente El Copey; tónicas; whisky Old Forester a medio llenar, una botella de ron Bacardi. “Todo un profesional”, corrobora su compatriota.

En el librero más cercano hay una biografía de Freud, un tratado de percepciones extrasensoriales y un catálogo de vinos estadounidenses, y encima de una repisa una vieja radio que todavía funciona y llamó la atención de Castro en noviembre de 2002, cuando regresó a Finca Vigía con el congresista demócrata James McGovern.

Ambos asistieron a la firma del acuerdo entre Estados Unidos y Cuba que permitió la restauración de las 3 200 páginas digitalizadas hasta ahora, que en breve podrán consultarse también en la biblioteca Kennedy de Boston.

Mil documentos más se agregarán próximamente, pero otros deben aguardar para preservarse por un escáner de alta tecnología para libros raros y valiosos, del que el museo no dispone. Está el pasaporte que Hemingway utilizó durante la Guerra Civil española, con todos los cuños de entrada y salida, antes de que los republicanos perdieran la contienda. También el cuaderno de bitácora escrito a lápiz por Papa durante la última travesía que hizo junto a Gregorio en el yate Pilar frente a las costas de Cuba. Allí está registrado el peso y tamaño del último pez espada que capturó antes de morir. Y el último temporal a que se enfrentó.

La humedad, el polvo, las termitas y la crisis hicieron estragos en Finca Vigía en las últimas dos décadas. También la política. Pese al acuerdo firmado por los responsables cubanos de Patrimonio y el Consejo de las Ciencias Sociales de Estados Unidos, el embargo impidió que llegaran ayudas y dinero de Estados Unidos. “Ahora con Obama todo puede cambiar y quizás hasta se permitan los viajes turísticos”, dice John.

Alfonso nos explica que el tesoro de Finca Vigía probablemente no cambiará nada esencial de la biografía del escritor estadounidense. “Pero sí hay mucha información importante y elementos para conocer mejor quién era en verdad Ernest Hemingway. Eso está aquí”.

En El gran río azul, crónica de1949, Hemingway explicó algunas razones por las que se había mudado a Finca Vigía. Citó las 18 clases de mangos que se cultivaban en el jardín, de la posibilidad de criar gallos de pelea o de apostar al tiro del pichón en un club deportivo cercano. Y por supuesto de la pesca de la aguja en la Corriente del Golfo. Finalmente confesó: “Uno vive en esta isla porque para ir a la ciudad no hace falta más que ponerse los zapatos, porque se puede tapar con papel el timbre del teléfono para evitar cualquier llamada, y porque en el fresco de la mañana se trabaja mejor y con más comodidad que en cualquier otro sitio. Pero esto es un secreto profesional”.

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Los archivos guardados de Hemingway

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Fotografía de
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Desde 1962 Finca Vigía, la casa del premio Nobel de Literatura, Ernest Hemingway, es un museo; una quinta de 43 mil metros cuadrados que aún la esencia de su vida.
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Desde su muerte en 1961, las memorias de Ernest Hemingway estuvieron cerradas y selladas.

A la salida de La Habana existe un tesoro sobre el terreno que ocupó un cuartel de vigilancia del ejército español. Es Finca Vigía, una quinta de 43 mil metros cuadrados construida en 1887 y situada en una ladera rica en mangos y otros árboles frutales, que fue la guarida cubana del escritor Ernest Hemingway.

Hasta 1961, en el portón principal que abre paso a la casona estuvo colgado un enorme cartel: “No se admiten visitas sin cita previa”. Era la forma de Hemingway de decir que aquel lugar era un santuario que nadie debía violar, pues allí había encontrado la paz y la inspiración para escribir.

La residencia se conserva idéntica tal como la dejó el novelista hace casi medio siglo. La amplia y fresca sala está decorada con trofeos de caza, carteles de toreo, jarrones y objetos que él y sus últimas dos esposas, Martha Gellhorn y Mary Welsh, reunieron a lo largo y ancho del mundo.

Cada espacio tiene su ambiente particular y hay libreros por todos lados. El cuarto de Hemingway es un bazar donde uno puede encontrar casquillos de balas, navajas, cuchillos, pistolas, tela de camuflaje, dientes de jabalí, fotos de sus hijos y de amigos como Gregory Peck y Marlene Dietrich. También hay escopetas, bastones de mando que le regalaron jefes de tribus africanas, su colección de mocasines y botas de infantería en la zapatera, los anteojos con montura de metal y su máquina de escribir.

En la biblioteca destacan las obras completas de Mark Twain y de Benito Pérez Galdós, junto a candelabros conforma de cabeza de ángeles, objetos del yate Pilar y un gran escritorio de madera noble sobre el que todavía se ve el cuño de “I never write letters”, con su firma, empleado por su secretaria y su mayordomo para contestar la correspondencia.

Te recomendamos leer: "Grecia: leer en movimiento" de Juan Villoro

Un turista sonrosado, con sandalias, bermudas e inconfundible acento estadounidense, camina ahora por el exterior de la residencia.

Oh,my God! —exclama.

Está asomado al cuarto de baño de Hemingway. El hombre, de unos 50 años, husmea por todos lados y se ha quedado extasiado ante un frasco que guarda un murciélago conservado en formol; “el murciélago embotellado”, le llamaba Hemingway.

Al lado del inodoro hay un pequeño librero con todo tipo de literatura, pero sobre todo biografías y libros de aventuras. Destaca un ejemplar sobre el ilusionista Houdini. El extranjero, que disfruta cada detalle, repite: “Oh my God!”.

En la pared, al costado de una vieja pesa hay escritas a lápiz unas marcas imposibles de leer desde donde estamos, del lado exterior de la ventana. Preguntamos a una de las celadoras…“Son anotaciones de su peso, Papa lo controlaba a diario”.

Las marcas de 1955 nos muestran al Hemingway más conocido (modelo oso):

14 de abril ……………….. 240 ½libras.

En 1959 había bajado de peso:

18 de marzo………………..204 libras.

29 de marzo..………………203 ¼libras.

La última anotación es de un día antes de partir de Cuba para no regresar más:

24 de julio de 1960……………….190½ libras.

“Estaba acabadito”, dice la vigilante. El diminutivo es una exageración cubana, si bien es cierto que por aquel entonces Hemingway ya comenzaba a manifestar los primeros síntomas de su enfermedad.

Meses después, estando de visita en España interrumpió el viaje y regresó a Estados Unidos. El 2 de julio de 1961, tras dos ingresos en la Clínica Mayo y de someterse a tratamiento de electroshocks, Hem se voló la tapa de los sesos con una escopeta de caza en su residencia de Ketchum, Idaho.

A estas alturas, el turista estadounidense está más relajado: dice llamarse John y confiesa que ha viajado a Cuba violando el embargo —o el bloqueo, como le llaman en La Habana—.

La política de embargo contra Cuba, que Washington mantiene desde hace casi 50 años, impide las visitas de placer de los ciudadanos estadounidenses so pena de elevadas multas y hasta condenas de cárcel, por lo que John prefiere no dar su nombre.

Sólo cuenta que es natural de Oak Park, la misma localidad de Illinois donde nació el Premio Nobel de Literatura. John estudió el bachillerato en la misma escuela que Hemingway y se sabe bien su historia. “Allí Papa publicó su primer relato en la revista literaria de la escuela [1916], también jugó futbol americano en el equipo escolar de Oak Park”, dice.

Envalentonado por tres daiquiris, revela que ha venido por Cancún y que a su entrada a la isla no le han puesto ningún cuño en el pasaporte.

“¡Hace años que quería hacer esto!”, dice. Como él, decenas de miles de turistas estadounidenses viajan a Cuba cada año violando las leyes del embargo, y muchos siguen la ruta de Hemingway. John ha hecho hoy el recorrido completo: primero Cojímar, el pueblito de pescadores donde el escritor tenía su yate Pilar, escenario de El viejo y el mar; después Floridita, uno de los abrevaderos más famosos del mundo gracias a Papa, que siempre pedía allí daiquirís dobles sin azúcar; para terminar en Finca Vigía, en el poblado de San Francisco de Paula que fue su guarida cubana entre 1939 y 1960, y donde escribió una porción sustancial de su obra. A saber, parte de Por quién doblan las campanas, Al otro lado del río y entre los árboles, El viejo y el mar, París era una fiesta e Islas en el golfo.

—¿Sabe cuál era el récord de Papa en Floridita? —me pregunta John.

—Ni idea. ¿Siete? ¿Ocho?

—¡Uff! Quince o dieciséis.

Se lo confesó una vez a un periodista de Argosy.

A punto de despeñarse por esa pendiente muchas veces Hemingway salió del bar, bordeó la bahía y recorrió los 20 kilómetros que separan Floridita de la Finca Vigía. Desde la colina donde está situada y que le da nombre, se domina La Habana y hasta se ve el mar azul por donde corre la corriente del Golfo, el mejor lugar del mundo para pescar el pez espada.

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Desde 1962 Finca Vigía es un museo. Mientras lo recorremos, John me pregunta la razón que atrae hoy aquí a un par de periodistas. Le recomendamos el prólogo de Gabriel García Márquez al libro Hemingway en Cuba (1984), el más completo realizado sobre la estancia en la isla del narrador estadounidense, escrito por el cubano Norberto Fuentes.

García Márquez parte de un hecho para él definitivo: Finca Vigía “fue la única residencia de veras estable que tuvo Hemingway en su vida. Allí pasó casi la mitad de sus años útiles de escritor, y escribió sus obras mayores”. A su juicio, la mayoría delos escritores que tienen casa en diferentes ciudades consideran su residencia principal “aquella donde tienen sus libros”. Pues bien, Hemingway tenía en Finca Vigía cerca de nueve mil volúmenes, revistas y folletos, “además de cuatro perros y 57 gatos”, asegura el Premio Nobel colombiano.

De esos libros, explica Ada Rosa Alfonso, la directora del museo, “cerca de dos mil están subrayados o tienen comentarios al margen”.

Además, la casa habanera de Hemingway guarda un tesoro que ha permanecido durmiendo durante más de 40 años: son cientos de cartas de admiradores y amigos recibidas en diferentes momentos; miles de fotos color sepia; manuscritos de sus obras; guiones de cine corregidos de su puño y letra, y lo que Gabo describe como “cartas que nunca puso en el correo”, “borradores arrepentidos”, “notas a medio escribir” y “su magnifico diario de navegación donde resplandece toda la luz de su estilo”, entre otros documentos personales que permiten “descubrir los rastros de su corazón”.

Debido a la burocracia, a la falta de recursos para conservar los manuscritos y también a causa de la madeja de leyes políticas que conforman el embargo y dificultan la colaboración entre ambas naciones, durante décadas estos documentos no pudieron ser consultados por los investigadores. Sólo el escritor Norberto Fuentes, entonces ligado a la nomenclatura en el poder —y ahora exiliado en Estados Unidos—, tuvo acceso al archivo de Finca Vigía y utilizó muchos de los papeles en su libro Hemingway en Cuba.

En 2002, el Consejo de Investigación de las Ciencias Sociales de Estados Unidos y el Consejo Nacional de Patrimonio (CNP) de Cuba firmaron un acuerdo para la restauración, conservación, microfilmación y digitalización de los documentos guardados en Finca Vigía. En enero de 2009, después de años de trabajo y de sortear no pocos obstáculos políticos y zancadillas de la administración Bush, se han puesto a disposición de los investigadores las primeras 3 200 páginas digitalizadas.

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Para evitar que los turistas expolien Finca Vigía, donde hay balas, insignias de prisioneros alemanes, dientes de felinos y otras tonterías de cazador fácilmente sustraíbles, desde hace años está prohibido el acceso al interior de la residencia.

Los visitantes pueden pasear por los pasillos exteriores y observar el mundo de Hemingway a través de las ventanas abiertas; sólo queda fuera del ojo de los curiosos el sótano, la cocina y la habitación de Mary Welsh, su última esposa.

En el cuarto de Papa se conserva su máquina de escribir Underwood, colocada sobre un grueso tomo de Who’s who in America (1954–1955), encima de un librero. Hemingway solía escribir de pie —y muchas veces descalzo— sobre la piel de un kudú vencido por una bala de Mary. Entre los libros que tenía cerca: What the Citizen Should Know About the Navy, de Baldwin, o A Treasury of Cat Stories, una compilación de historias de gatos muy propia de una casa en la que llegó a haber más de 50 mininos, todos con personalidad propia y algunos tan famosos como Boise, inmortalizado por el escritor en su novela póstuma Islas en el golfo.

—¡Ughh! Qué impresión —dice John al pasar por el comedor, donde al menos seis cabezas disecadas de animales cuelgan de las paredes.

La más impresionante es la de un gran kudú cazado por Hemingway en 1934, colgado en la pared sobre el espacio vacío dejado por La masía, del gran de Miró que Mary Welsh se llevó antes de donar la casa al gobierno cubano, en 1961.

Toda la Finca Vigía está llena de cuernos de ciervos y búfalos, cabezas de leones, pieles de leopardo y en general trozos de animales acribillados a balazos por Papa. Fuentes cuenta en su libro que cuando el novelista Graham Greene visitó la casa, al ver aquel zoológico, dijo: “No sé cómo un artista puede escribir con tantas cabezas de animales muertos a su alrededor”. E insistió: “Demasiadas cabezas”.

García Márquez tiene la teoría de que en verdad había dos Hemingway “distintos y a veces contrapuestos”:

“Había uno para el consumo mundano —mitad estrella de cine, mitad aventurero— que se exhibía a sus anchasen los lugares más visibles del mundo; que entraba con la vanguardia de las tropas de liberación en el hotel Ritz de París; que apadrinaba a los toreros demoda en las ferias de España; que se hacía fotografiar con las actrices de cinemas deslumbrantes, con los boxeadores más bravos, con los pistoleros mástenebrosos, y que mataba primero al león y después al bisonte y después alrinoceronte en las praderas de Kenia”.

Pero, dice Gabo, había otro Hemingway en La Habana, “escondido de sí mismo en una casa rodeada de árboles enormes, en cuyos aposentos se fueron acumulando a través de los años los trofeos de artes viriles que el otro Hemingway mundano le llevaba como recuerdos de sus navegaciones y regresos”.

Hemingway desembarcó en el hotel Ambos Mundos, en el corazón de La Habana Vieja, en 1932. Su objetivo al viajar a Cuba era pescar, pero entre cada pesquería desde luego escribía, y la pequeña habitación del hotel le quedó pequeña muy pronto. Fue Martha Gellhorn quien descubrió en 1939 el anuncio de Finca Vigía. Primero la alquilaron por 100 pesos mensuales, y un año después Hemingway la adquirió al precio de 18 mil dólares al contado.

En Cuba, Hemingway pasaba largas temporadas entre sus viajes por África, Europa y Estados Unidos, y prácticamente no hacía vida social ni frecuentaba el mundo intelectual de La Habana. Ni antes ni después de la Revolución se prodigó en actos públicos, con excepción de sus visitas a Floridita, sólo o acompañado de amigos estadounidenses que lo visitaban.

Finca Vigía fue el lugar mágico que Hemingway descubrió para escribir en Cuba y su guarida cerca de la Corriente del Golfo, “el Gran Río Azul”, a 45 minutos de su casa, donde encontró “la mejor y más abundante pesca” que había visto en su vida y enganchó el argumento de su novela más corta y famosa.

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Ada Rosa Alfonso, la directora del museo, dice que algunos de los documentos digitalizados fueron dados a conocer por Fuentes. Pero otros muchos son desconocidos. En cualquier caso, ahora estos materiales podrán ser consultados por primera vez por aquellos investigadores que lo soliciten.

Papa, mi amor: gracias por tu regalo. Todavía no he llegado y ya estoy ansiosa por ver qué es. ¿Un libro?¿Una paloma blanca como la nieve, como la nieve? Un bolígrafo. Un caballo negro… Eres siempre tan, tan…; bueno, tú sabes… Estoy contenta de que te gustara mi sueño; me impresionó mucho. Esperemos que la vida se convierta en un sueño por una vez”, le escribe el 22 de enero de 1952 la joven condesa italiana Adriana Ivancich.

Ivancich era 30 años menor que él. Hemingway se basó en ella para crear a la Renata de Al otro lado del río y entre los árboles, y algunos autores creen que sostuvieron un romance. Las cartas cruzadas son muchas y con muchos guiños, literarios y de todo tipo. En una le dice la condesa: “Papa, la vita di milionario is wonderfull”[sic]. O se despide: “un abrazo profundo como el mar”.

La correspondencia de Hemingway es copiosa. Hay grandes nombres: Marlene Dietrich, Scott Fitzgerald, Hollywood casi completo. Pero también muchas de gente anónima, admiradores o personas que había conocido durante la guerra y que le pedían favores. Recibía cientos, miles de cartas y las guardaba todas. Eran tantas que su secretaria y su mayordomo cubano, René Villarreal, se ocupaban de clasificarlas.

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Hay algunas muy curiosas. En mayo de 1956, cuando mandaba en España el dictador Francisco Franco, le escribe un seguidor desde Calella, en Cataluña: “No soy tan admirador suyo que por ello deje de admirar a otros escritores, y aún sintiendo un vivo interés por su excitada vida no dejo de encontrarle ciertas actitudes que estoy muy lejos de compartir, como su, para mí incomprensible, pasión por la bebida”. Después de este rapapolvo, el hombre le revela su objetivo: “siento no poder leer Por quién doblan las campanas (…) por no estar autorizada su venta en España”.

Las solicitudes eran de todo tipo: en 1943, Alexander Fadeiev, presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales de la Unión de Escritores Soviéticos le pide que envíe copia de sus discursos antifascistas para colaborar con la lucha contra el “vandalismo nazi”; otro amigo le ruega desde México su gestión para que pueda entrar a Estados Unidos un jugador español de jai-alai, vetado por supuestos vínculos con la falange; son varios los veteranos de la Guerra Civil española que le piden que ayuda.

Entre los documentos digitalizados, además de la correspondencia, hay telegramas, cuentas y manuscritos que son verdaderas joyas, como un guion de El viejo y el mar sobre el que Hemingway hizo críticas a algunas escenas y corrigió o amplió diálogos. La película se rodó en Cojímar en 1957 con Spencer Tracy como protagonista.

También está el epílogo manuscrito de Por quien doblan las campanas, que difiere del que se publicó, y los códigos para descifrar los mensajes en clave que enviaba desde el Pilar en la operación de “persecución” de submarinos nazis durante la Segunda Guerra Mundial, durante la cual artilló su yate. Hemingway siempre creyó que los alemanes merodeaban por los alrededores de Cuba y organizó expediciones para capturarlos por la cayería norte de la isla, episodio que sale descrito en Islas en el golfo.

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La primera vez que Fidel Castro estuvo en Finca Vigía fue en 1961, meses después de la muerte de Hemingway, cuando Mary Welsh viajó a La Habana para cumplir la última voluntad del escritor. Castro y el escritor se conocieron en mayo de 1960, durante la celebración del Concurso de Pesca Hemingway, poco antes de que abandonara la isla definitivamente. Sólo estuvieron juntos algunas horas, pero hubo buena sintonía.

Tras entrevistarse con Castro, Welsh se llevó muchos de los manuscritos, quemó las cartas y papeles que Papa decidió que desaparecieran y recogió algunos objetos de valor, como el Miró y el Juan Gris de su colección de arte. Dejó el Pilar a Gregorio, el mítico patrón de su yate, que después lo donó y ahora se exhibe en los jardines de la finca.

Castro y Welsh acordaron que la casa sería preservada tal como la dejó el escritor y convertida en museo.

En la sala, al lado de su sillón preferido, sobre una mesita están las revistas que dejó Hem a medio hojear. Encima de todas hay una Newsweek del 4 de julio de 1960con una caricatura de JFK en la portada titulada “Can anybody stop Kennedy?”.

Desde la ventana, John pregunta a la vigilante qué hay en el mueble-bar que diseñó el propio Hemingway: una botella de ginebra Gordon’s; agua mineral efervescente El Copey; tónicas; whisky Old Forester a medio llenar, una botella de ron Bacardi. “Todo un profesional”, corrobora su compatriota.

En el librero más cercano hay una biografía de Freud, un tratado de percepciones extrasensoriales y un catálogo de vinos estadounidenses, y encima de una repisa una vieja radio que todavía funciona y llamó la atención de Castro en noviembre de 2002, cuando regresó a Finca Vigía con el congresista demócrata James McGovern.

Ambos asistieron a la firma del acuerdo entre Estados Unidos y Cuba que permitió la restauración de las 3 200 páginas digitalizadas hasta ahora, que en breve podrán consultarse también en la biblioteca Kennedy de Boston.

Mil documentos más se agregarán próximamente, pero otros deben aguardar para preservarse por un escáner de alta tecnología para libros raros y valiosos, del que el museo no dispone. Está el pasaporte que Hemingway utilizó durante la Guerra Civil española, con todos los cuños de entrada y salida, antes de que los republicanos perdieran la contienda. También el cuaderno de bitácora escrito a lápiz por Papa durante la última travesía que hizo junto a Gregorio en el yate Pilar frente a las costas de Cuba. Allí está registrado el peso y tamaño del último pez espada que capturó antes de morir. Y el último temporal a que se enfrentó.

La humedad, el polvo, las termitas y la crisis hicieron estragos en Finca Vigía en las últimas dos décadas. También la política. Pese al acuerdo firmado por los responsables cubanos de Patrimonio y el Consejo de las Ciencias Sociales de Estados Unidos, el embargo impidió que llegaran ayudas y dinero de Estados Unidos. “Ahora con Obama todo puede cambiar y quizás hasta se permitan los viajes turísticos”, dice John.

Alfonso nos explica que el tesoro de Finca Vigía probablemente no cambiará nada esencial de la biografía del escritor estadounidense. “Pero sí hay mucha información importante y elementos para conocer mejor quién era en verdad Ernest Hemingway. Eso está aquí”.

En El gran río azul, crónica de1949, Hemingway explicó algunas razones por las que se había mudado a Finca Vigía. Citó las 18 clases de mangos que se cultivaban en el jardín, de la posibilidad de criar gallos de pelea o de apostar al tiro del pichón en un club deportivo cercano. Y por supuesto de la pesca de la aguja en la Corriente del Golfo. Finalmente confesó: “Uno vive en esta isla porque para ir a la ciudad no hace falta más que ponerse los zapatos, porque se puede tapar con papel el timbre del teléfono para evitar cualquier llamada, y porque en el fresco de la mañana se trabaja mejor y con más comodidad que en cualquier otro sitio. Pero esto es un secreto profesional”.

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Desde su muerte en 1961, las memorias de Ernest Hemingway estuvieron cerradas y selladas.

A la salida de La Habana existe un tesoro sobre el terreno que ocupó un cuartel de vigilancia del ejército español. Es Finca Vigía, una quinta de 43 mil metros cuadrados construida en 1887 y situada en una ladera rica en mangos y otros árboles frutales, que fue la guarida cubana del escritor Ernest Hemingway.

Hasta 1961, en el portón principal que abre paso a la casona estuvo colgado un enorme cartel: “No se admiten visitas sin cita previa”. Era la forma de Hemingway de decir que aquel lugar era un santuario que nadie debía violar, pues allí había encontrado la paz y la inspiración para escribir.

La residencia se conserva idéntica tal como la dejó el novelista hace casi medio siglo. La amplia y fresca sala está decorada con trofeos de caza, carteles de toreo, jarrones y objetos que él y sus últimas dos esposas, Martha Gellhorn y Mary Welsh, reunieron a lo largo y ancho del mundo.

Cada espacio tiene su ambiente particular y hay libreros por todos lados. El cuarto de Hemingway es un bazar donde uno puede encontrar casquillos de balas, navajas, cuchillos, pistolas, tela de camuflaje, dientes de jabalí, fotos de sus hijos y de amigos como Gregory Peck y Marlene Dietrich. También hay escopetas, bastones de mando que le regalaron jefes de tribus africanas, su colección de mocasines y botas de infantería en la zapatera, los anteojos con montura de metal y su máquina de escribir.

En la biblioteca destacan las obras completas de Mark Twain y de Benito Pérez Galdós, junto a candelabros conforma de cabeza de ángeles, objetos del yate Pilar y un gran escritorio de madera noble sobre el que todavía se ve el cuño de “I never write letters”, con su firma, empleado por su secretaria y su mayordomo para contestar la correspondencia.

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Un turista sonrosado, con sandalias, bermudas e inconfundible acento estadounidense, camina ahora por el exterior de la residencia.

Oh,my God! —exclama.

Está asomado al cuarto de baño de Hemingway. El hombre, de unos 50 años, husmea por todos lados y se ha quedado extasiado ante un frasco que guarda un murciélago conservado en formol; “el murciélago embotellado”, le llamaba Hemingway.

Al lado del inodoro hay un pequeño librero con todo tipo de literatura, pero sobre todo biografías y libros de aventuras. Destaca un ejemplar sobre el ilusionista Houdini. El extranjero, que disfruta cada detalle, repite: “Oh my God!”.

En la pared, al costado de una vieja pesa hay escritas a lápiz unas marcas imposibles de leer desde donde estamos, del lado exterior de la ventana. Preguntamos a una de las celadoras…“Son anotaciones de su peso, Papa lo controlaba a diario”.

Las marcas de 1955 nos muestran al Hemingway más conocido (modelo oso):

14 de abril ……………….. 240 ½libras.

En 1959 había bajado de peso:

18 de marzo………………..204 libras.

29 de marzo..………………203 ¼libras.

La última anotación es de un día antes de partir de Cuba para no regresar más:

24 de julio de 1960……………….190½ libras.

“Estaba acabadito”, dice la vigilante. El diminutivo es una exageración cubana, si bien es cierto que por aquel entonces Hemingway ya comenzaba a manifestar los primeros síntomas de su enfermedad.

Meses después, estando de visita en España interrumpió el viaje y regresó a Estados Unidos. El 2 de julio de 1961, tras dos ingresos en la Clínica Mayo y de someterse a tratamiento de electroshocks, Hem se voló la tapa de los sesos con una escopeta de caza en su residencia de Ketchum, Idaho.

A estas alturas, el turista estadounidense está más relajado: dice llamarse John y confiesa que ha viajado a Cuba violando el embargo —o el bloqueo, como le llaman en La Habana—.

La política de embargo contra Cuba, que Washington mantiene desde hace casi 50 años, impide las visitas de placer de los ciudadanos estadounidenses so pena de elevadas multas y hasta condenas de cárcel, por lo que John prefiere no dar su nombre.

Sólo cuenta que es natural de Oak Park, la misma localidad de Illinois donde nació el Premio Nobel de Literatura. John estudió el bachillerato en la misma escuela que Hemingway y se sabe bien su historia. “Allí Papa publicó su primer relato en la revista literaria de la escuela [1916], también jugó futbol americano en el equipo escolar de Oak Park”, dice.

Envalentonado por tres daiquiris, revela que ha venido por Cancún y que a su entrada a la isla no le han puesto ningún cuño en el pasaporte.

“¡Hace años que quería hacer esto!”, dice. Como él, decenas de miles de turistas estadounidenses viajan a Cuba cada año violando las leyes del embargo, y muchos siguen la ruta de Hemingway. John ha hecho hoy el recorrido completo: primero Cojímar, el pueblito de pescadores donde el escritor tenía su yate Pilar, escenario de El viejo y el mar; después Floridita, uno de los abrevaderos más famosos del mundo gracias a Papa, que siempre pedía allí daiquirís dobles sin azúcar; para terminar en Finca Vigía, en el poblado de San Francisco de Paula que fue su guarida cubana entre 1939 y 1960, y donde escribió una porción sustancial de su obra. A saber, parte de Por quién doblan las campanas, Al otro lado del río y entre los árboles, El viejo y el mar, París era una fiesta e Islas en el golfo.

—¿Sabe cuál era el récord de Papa en Floridita? —me pregunta John.

—Ni idea. ¿Siete? ¿Ocho?

—¡Uff! Quince o dieciséis.

Se lo confesó una vez a un periodista de Argosy.

A punto de despeñarse por esa pendiente muchas veces Hemingway salió del bar, bordeó la bahía y recorrió los 20 kilómetros que separan Floridita de la Finca Vigía. Desde la colina donde está situada y que le da nombre, se domina La Habana y hasta se ve el mar azul por donde corre la corriente del Golfo, el mejor lugar del mundo para pescar el pez espada.

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Desde 1962 Finca Vigía es un museo. Mientras lo recorremos, John me pregunta la razón que atrae hoy aquí a un par de periodistas. Le recomendamos el prólogo de Gabriel García Márquez al libro Hemingway en Cuba (1984), el más completo realizado sobre la estancia en la isla del narrador estadounidense, escrito por el cubano Norberto Fuentes.

García Márquez parte de un hecho para él definitivo: Finca Vigía “fue la única residencia de veras estable que tuvo Hemingway en su vida. Allí pasó casi la mitad de sus años útiles de escritor, y escribió sus obras mayores”. A su juicio, la mayoría delos escritores que tienen casa en diferentes ciudades consideran su residencia principal “aquella donde tienen sus libros”. Pues bien, Hemingway tenía en Finca Vigía cerca de nueve mil volúmenes, revistas y folletos, “además de cuatro perros y 57 gatos”, asegura el Premio Nobel colombiano.

De esos libros, explica Ada Rosa Alfonso, la directora del museo, “cerca de dos mil están subrayados o tienen comentarios al margen”.

Además, la casa habanera de Hemingway guarda un tesoro que ha permanecido durmiendo durante más de 40 años: son cientos de cartas de admiradores y amigos recibidas en diferentes momentos; miles de fotos color sepia; manuscritos de sus obras; guiones de cine corregidos de su puño y letra, y lo que Gabo describe como “cartas que nunca puso en el correo”, “borradores arrepentidos”, “notas a medio escribir” y “su magnifico diario de navegación donde resplandece toda la luz de su estilo”, entre otros documentos personales que permiten “descubrir los rastros de su corazón”.

Debido a la burocracia, a la falta de recursos para conservar los manuscritos y también a causa de la madeja de leyes políticas que conforman el embargo y dificultan la colaboración entre ambas naciones, durante décadas estos documentos no pudieron ser consultados por los investigadores. Sólo el escritor Norberto Fuentes, entonces ligado a la nomenclatura en el poder —y ahora exiliado en Estados Unidos—, tuvo acceso al archivo de Finca Vigía y utilizó muchos de los papeles en su libro Hemingway en Cuba.

En 2002, el Consejo de Investigación de las Ciencias Sociales de Estados Unidos y el Consejo Nacional de Patrimonio (CNP) de Cuba firmaron un acuerdo para la restauración, conservación, microfilmación y digitalización de los documentos guardados en Finca Vigía. En enero de 2009, después de años de trabajo y de sortear no pocos obstáculos políticos y zancadillas de la administración Bush, se han puesto a disposición de los investigadores las primeras 3 200 páginas digitalizadas.

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Para evitar que los turistas expolien Finca Vigía, donde hay balas, insignias de prisioneros alemanes, dientes de felinos y otras tonterías de cazador fácilmente sustraíbles, desde hace años está prohibido el acceso al interior de la residencia.

Los visitantes pueden pasear por los pasillos exteriores y observar el mundo de Hemingway a través de las ventanas abiertas; sólo queda fuera del ojo de los curiosos el sótano, la cocina y la habitación de Mary Welsh, su última esposa.

En el cuarto de Papa se conserva su máquina de escribir Underwood, colocada sobre un grueso tomo de Who’s who in America (1954–1955), encima de un librero. Hemingway solía escribir de pie —y muchas veces descalzo— sobre la piel de un kudú vencido por una bala de Mary. Entre los libros que tenía cerca: What the Citizen Should Know About the Navy, de Baldwin, o A Treasury of Cat Stories, una compilación de historias de gatos muy propia de una casa en la que llegó a haber más de 50 mininos, todos con personalidad propia y algunos tan famosos como Boise, inmortalizado por el escritor en su novela póstuma Islas en el golfo.

—¡Ughh! Qué impresión —dice John al pasar por el comedor, donde al menos seis cabezas disecadas de animales cuelgan de las paredes.

La más impresionante es la de un gran kudú cazado por Hemingway en 1934, colgado en la pared sobre el espacio vacío dejado por La masía, del gran de Miró que Mary Welsh se llevó antes de donar la casa al gobierno cubano, en 1961.

Toda la Finca Vigía está llena de cuernos de ciervos y búfalos, cabezas de leones, pieles de leopardo y en general trozos de animales acribillados a balazos por Papa. Fuentes cuenta en su libro que cuando el novelista Graham Greene visitó la casa, al ver aquel zoológico, dijo: “No sé cómo un artista puede escribir con tantas cabezas de animales muertos a su alrededor”. E insistió: “Demasiadas cabezas”.

García Márquez tiene la teoría de que en verdad había dos Hemingway “distintos y a veces contrapuestos”:

“Había uno para el consumo mundano —mitad estrella de cine, mitad aventurero— que se exhibía a sus anchasen los lugares más visibles del mundo; que entraba con la vanguardia de las tropas de liberación en el hotel Ritz de París; que apadrinaba a los toreros demoda en las ferias de España; que se hacía fotografiar con las actrices de cinemas deslumbrantes, con los boxeadores más bravos, con los pistoleros mástenebrosos, y que mataba primero al león y después al bisonte y después alrinoceronte en las praderas de Kenia”.

Pero, dice Gabo, había otro Hemingway en La Habana, “escondido de sí mismo en una casa rodeada de árboles enormes, en cuyos aposentos se fueron acumulando a través de los años los trofeos de artes viriles que el otro Hemingway mundano le llevaba como recuerdos de sus navegaciones y regresos”.

Hemingway desembarcó en el hotel Ambos Mundos, en el corazón de La Habana Vieja, en 1932. Su objetivo al viajar a Cuba era pescar, pero entre cada pesquería desde luego escribía, y la pequeña habitación del hotel le quedó pequeña muy pronto. Fue Martha Gellhorn quien descubrió en 1939 el anuncio de Finca Vigía. Primero la alquilaron por 100 pesos mensuales, y un año después Hemingway la adquirió al precio de 18 mil dólares al contado.

En Cuba, Hemingway pasaba largas temporadas entre sus viajes por África, Europa y Estados Unidos, y prácticamente no hacía vida social ni frecuentaba el mundo intelectual de La Habana. Ni antes ni después de la Revolución se prodigó en actos públicos, con excepción de sus visitas a Floridita, sólo o acompañado de amigos estadounidenses que lo visitaban.

Finca Vigía fue el lugar mágico que Hemingway descubrió para escribir en Cuba y su guarida cerca de la Corriente del Golfo, “el Gran Río Azul”, a 45 minutos de su casa, donde encontró “la mejor y más abundante pesca” que había visto en su vida y enganchó el argumento de su novela más corta y famosa.

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Ada Rosa Alfonso, la directora del museo, dice que algunos de los documentos digitalizados fueron dados a conocer por Fuentes. Pero otros muchos son desconocidos. En cualquier caso, ahora estos materiales podrán ser consultados por primera vez por aquellos investigadores que lo soliciten.

Papa, mi amor: gracias por tu regalo. Todavía no he llegado y ya estoy ansiosa por ver qué es. ¿Un libro?¿Una paloma blanca como la nieve, como la nieve? Un bolígrafo. Un caballo negro… Eres siempre tan, tan…; bueno, tú sabes… Estoy contenta de que te gustara mi sueño; me impresionó mucho. Esperemos que la vida se convierta en un sueño por una vez”, le escribe el 22 de enero de 1952 la joven condesa italiana Adriana Ivancich.

Ivancich era 30 años menor que él. Hemingway se basó en ella para crear a la Renata de Al otro lado del río y entre los árboles, y algunos autores creen que sostuvieron un romance. Las cartas cruzadas son muchas y con muchos guiños, literarios y de todo tipo. En una le dice la condesa: “Papa, la vita di milionario is wonderfull”[sic]. O se despide: “un abrazo profundo como el mar”.

La correspondencia de Hemingway es copiosa. Hay grandes nombres: Marlene Dietrich, Scott Fitzgerald, Hollywood casi completo. Pero también muchas de gente anónima, admiradores o personas que había conocido durante la guerra y que le pedían favores. Recibía cientos, miles de cartas y las guardaba todas. Eran tantas que su secretaria y su mayordomo cubano, René Villarreal, se ocupaban de clasificarlas.

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Hay algunas muy curiosas. En mayo de 1956, cuando mandaba en España el dictador Francisco Franco, le escribe un seguidor desde Calella, en Cataluña: “No soy tan admirador suyo que por ello deje de admirar a otros escritores, y aún sintiendo un vivo interés por su excitada vida no dejo de encontrarle ciertas actitudes que estoy muy lejos de compartir, como su, para mí incomprensible, pasión por la bebida”. Después de este rapapolvo, el hombre le revela su objetivo: “siento no poder leer Por quién doblan las campanas (…) por no estar autorizada su venta en España”.

Las solicitudes eran de todo tipo: en 1943, Alexander Fadeiev, presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales de la Unión de Escritores Soviéticos le pide que envíe copia de sus discursos antifascistas para colaborar con la lucha contra el “vandalismo nazi”; otro amigo le ruega desde México su gestión para que pueda entrar a Estados Unidos un jugador español de jai-alai, vetado por supuestos vínculos con la falange; son varios los veteranos de la Guerra Civil española que le piden que ayuda.

Entre los documentos digitalizados, además de la correspondencia, hay telegramas, cuentas y manuscritos que son verdaderas joyas, como un guion de El viejo y el mar sobre el que Hemingway hizo críticas a algunas escenas y corrigió o amplió diálogos. La película se rodó en Cojímar en 1957 con Spencer Tracy como protagonista.

También está el epílogo manuscrito de Por quien doblan las campanas, que difiere del que se publicó, y los códigos para descifrar los mensajes en clave que enviaba desde el Pilar en la operación de “persecución” de submarinos nazis durante la Segunda Guerra Mundial, durante la cual artilló su yate. Hemingway siempre creyó que los alemanes merodeaban por los alrededores de Cuba y organizó expediciones para capturarlos por la cayería norte de la isla, episodio que sale descrito en Islas en el golfo.

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La primera vez que Fidel Castro estuvo en Finca Vigía fue en 1961, meses después de la muerte de Hemingway, cuando Mary Welsh viajó a La Habana para cumplir la última voluntad del escritor. Castro y el escritor se conocieron en mayo de 1960, durante la celebración del Concurso de Pesca Hemingway, poco antes de que abandonara la isla definitivamente. Sólo estuvieron juntos algunas horas, pero hubo buena sintonía.

Tras entrevistarse con Castro, Welsh se llevó muchos de los manuscritos, quemó las cartas y papeles que Papa decidió que desaparecieran y recogió algunos objetos de valor, como el Miró y el Juan Gris de su colección de arte. Dejó el Pilar a Gregorio, el mítico patrón de su yate, que después lo donó y ahora se exhibe en los jardines de la finca.

Castro y Welsh acordaron que la casa sería preservada tal como la dejó el escritor y convertida en museo.

En la sala, al lado de su sillón preferido, sobre una mesita están las revistas que dejó Hem a medio hojear. Encima de todas hay una Newsweek del 4 de julio de 1960con una caricatura de JFK en la portada titulada “Can anybody stop Kennedy?”.

Desde la ventana, John pregunta a la vigilante qué hay en el mueble-bar que diseñó el propio Hemingway: una botella de ginebra Gordon’s; agua mineral efervescente El Copey; tónicas; whisky Old Forester a medio llenar, una botella de ron Bacardi. “Todo un profesional”, corrobora su compatriota.

En el librero más cercano hay una biografía de Freud, un tratado de percepciones extrasensoriales y un catálogo de vinos estadounidenses, y encima de una repisa una vieja radio que todavía funciona y llamó la atención de Castro en noviembre de 2002, cuando regresó a Finca Vigía con el congresista demócrata James McGovern.

Ambos asistieron a la firma del acuerdo entre Estados Unidos y Cuba que permitió la restauración de las 3 200 páginas digitalizadas hasta ahora, que en breve podrán consultarse también en la biblioteca Kennedy de Boston.

Mil documentos más se agregarán próximamente, pero otros deben aguardar para preservarse por un escáner de alta tecnología para libros raros y valiosos, del que el museo no dispone. Está el pasaporte que Hemingway utilizó durante la Guerra Civil española, con todos los cuños de entrada y salida, antes de que los republicanos perdieran la contienda. También el cuaderno de bitácora escrito a lápiz por Papa durante la última travesía que hizo junto a Gregorio en el yate Pilar frente a las costas de Cuba. Allí está registrado el peso y tamaño del último pez espada que capturó antes de morir. Y el último temporal a que se enfrentó.

La humedad, el polvo, las termitas y la crisis hicieron estragos en Finca Vigía en las últimas dos décadas. También la política. Pese al acuerdo firmado por los responsables cubanos de Patrimonio y el Consejo de las Ciencias Sociales de Estados Unidos, el embargo impidió que llegaran ayudas y dinero de Estados Unidos. “Ahora con Obama todo puede cambiar y quizás hasta se permitan los viajes turísticos”, dice John.

Alfonso nos explica que el tesoro de Finca Vigía probablemente no cambiará nada esencial de la biografía del escritor estadounidense. “Pero sí hay mucha información importante y elementos para conocer mejor quién era en verdad Ernest Hemingway. Eso está aquí”.

En El gran río azul, crónica de1949, Hemingway explicó algunas razones por las que se había mudado a Finca Vigía. Citó las 18 clases de mangos que se cultivaban en el jardín, de la posibilidad de criar gallos de pelea o de apostar al tiro del pichón en un club deportivo cercano. Y por supuesto de la pesca de la aguja en la Corriente del Golfo. Finalmente confesó: “Uno vive en esta isla porque para ir a la ciudad no hace falta más que ponerse los zapatos, porque se puede tapar con papel el timbre del teléfono para evitar cualquier llamada, y porque en el fresco de la mañana se trabaja mejor y con más comodidad que en cualquier otro sitio. Pero esto es un secreto profesional”.

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Desde 1962 Finca Vigía, la casa del premio Nobel de Literatura, Ernest Hemingway, es un museo; una quinta de 43 mil metros cuadrados que aún la esencia de su vida.

Los archivos guardados de Hemingway

Los archivos guardados de Hemingway

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Desde su muerte en 1961, las memorias de Ernest Hemingway estuvieron cerradas y selladas.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

A la salida de La Habana existe un tesoro sobre el terreno que ocupó un cuartel de vigilancia del ejército español. Es Finca Vigía, una quinta de 43 mil metros cuadrados construida en 1887 y situada en una ladera rica en mangos y otros árboles frutales, que fue la guarida cubana del escritor Ernest Hemingway.

Hasta 1961, en el portón principal que abre paso a la casona estuvo colgado un enorme cartel: “No se admiten visitas sin cita previa”. Era la forma de Hemingway de decir que aquel lugar era un santuario que nadie debía violar, pues allí había encontrado la paz y la inspiración para escribir.

La residencia se conserva idéntica tal como la dejó el novelista hace casi medio siglo. La amplia y fresca sala está decorada con trofeos de caza, carteles de toreo, jarrones y objetos que él y sus últimas dos esposas, Martha Gellhorn y Mary Welsh, reunieron a lo largo y ancho del mundo.

Cada espacio tiene su ambiente particular y hay libreros por todos lados. El cuarto de Hemingway es un bazar donde uno puede encontrar casquillos de balas, navajas, cuchillos, pistolas, tela de camuflaje, dientes de jabalí, fotos de sus hijos y de amigos como Gregory Peck y Marlene Dietrich. También hay escopetas, bastones de mando que le regalaron jefes de tribus africanas, su colección de mocasines y botas de infantería en la zapatera, los anteojos con montura de metal y su máquina de escribir.

En la biblioteca destacan las obras completas de Mark Twain y de Benito Pérez Galdós, junto a candelabros conforma de cabeza de ángeles, objetos del yate Pilar y un gran escritorio de madera noble sobre el que todavía se ve el cuño de “I never write letters”, con su firma, empleado por su secretaria y su mayordomo para contestar la correspondencia.

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Un turista sonrosado, con sandalias, bermudas e inconfundible acento estadounidense, camina ahora por el exterior de la residencia.

Oh,my God! —exclama.

Está asomado al cuarto de baño de Hemingway. El hombre, de unos 50 años, husmea por todos lados y se ha quedado extasiado ante un frasco que guarda un murciélago conservado en formol; “el murciélago embotellado”, le llamaba Hemingway.

Al lado del inodoro hay un pequeño librero con todo tipo de literatura, pero sobre todo biografías y libros de aventuras. Destaca un ejemplar sobre el ilusionista Houdini. El extranjero, que disfruta cada detalle, repite: “Oh my God!”.

En la pared, al costado de una vieja pesa hay escritas a lápiz unas marcas imposibles de leer desde donde estamos, del lado exterior de la ventana. Preguntamos a una de las celadoras…“Son anotaciones de su peso, Papa lo controlaba a diario”.

Las marcas de 1955 nos muestran al Hemingway más conocido (modelo oso):

14 de abril ……………….. 240 ½libras.

En 1959 había bajado de peso:

18 de marzo………………..204 libras.

29 de marzo..………………203 ¼libras.

La última anotación es de un día antes de partir de Cuba para no regresar más:

24 de julio de 1960……………….190½ libras.

“Estaba acabadito”, dice la vigilante. El diminutivo es una exageración cubana, si bien es cierto que por aquel entonces Hemingway ya comenzaba a manifestar los primeros síntomas de su enfermedad.

Meses después, estando de visita en España interrumpió el viaje y regresó a Estados Unidos. El 2 de julio de 1961, tras dos ingresos en la Clínica Mayo y de someterse a tratamiento de electroshocks, Hem se voló la tapa de los sesos con una escopeta de caza en su residencia de Ketchum, Idaho.

A estas alturas, el turista estadounidense está más relajado: dice llamarse John y confiesa que ha viajado a Cuba violando el embargo —o el bloqueo, como le llaman en La Habana—.

La política de embargo contra Cuba, que Washington mantiene desde hace casi 50 años, impide las visitas de placer de los ciudadanos estadounidenses so pena de elevadas multas y hasta condenas de cárcel, por lo que John prefiere no dar su nombre.

Sólo cuenta que es natural de Oak Park, la misma localidad de Illinois donde nació el Premio Nobel de Literatura. John estudió el bachillerato en la misma escuela que Hemingway y se sabe bien su historia. “Allí Papa publicó su primer relato en la revista literaria de la escuela [1916], también jugó futbol americano en el equipo escolar de Oak Park”, dice.

Envalentonado por tres daiquiris, revela que ha venido por Cancún y que a su entrada a la isla no le han puesto ningún cuño en el pasaporte.

“¡Hace años que quería hacer esto!”, dice. Como él, decenas de miles de turistas estadounidenses viajan a Cuba cada año violando las leyes del embargo, y muchos siguen la ruta de Hemingway. John ha hecho hoy el recorrido completo: primero Cojímar, el pueblito de pescadores donde el escritor tenía su yate Pilar, escenario de El viejo y el mar; después Floridita, uno de los abrevaderos más famosos del mundo gracias a Papa, que siempre pedía allí daiquirís dobles sin azúcar; para terminar en Finca Vigía, en el poblado de San Francisco de Paula que fue su guarida cubana entre 1939 y 1960, y donde escribió una porción sustancial de su obra. A saber, parte de Por quién doblan las campanas, Al otro lado del río y entre los árboles, El viejo y el mar, París era una fiesta e Islas en el golfo.

—¿Sabe cuál era el récord de Papa en Floridita? —me pregunta John.

—Ni idea. ¿Siete? ¿Ocho?

—¡Uff! Quince o dieciséis.

Se lo confesó una vez a un periodista de Argosy.

A punto de despeñarse por esa pendiente muchas veces Hemingway salió del bar, bordeó la bahía y recorrió los 20 kilómetros que separan Floridita de la Finca Vigía. Desde la colina donde está situada y que le da nombre, se domina La Habana y hasta se ve el mar azul por donde corre la corriente del Golfo, el mejor lugar del mundo para pescar el pez espada.

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Desde 1962 Finca Vigía es un museo. Mientras lo recorremos, John me pregunta la razón que atrae hoy aquí a un par de periodistas. Le recomendamos el prólogo de Gabriel García Márquez al libro Hemingway en Cuba (1984), el más completo realizado sobre la estancia en la isla del narrador estadounidense, escrito por el cubano Norberto Fuentes.

García Márquez parte de un hecho para él definitivo: Finca Vigía “fue la única residencia de veras estable que tuvo Hemingway en su vida. Allí pasó casi la mitad de sus años útiles de escritor, y escribió sus obras mayores”. A su juicio, la mayoría delos escritores que tienen casa en diferentes ciudades consideran su residencia principal “aquella donde tienen sus libros”. Pues bien, Hemingway tenía en Finca Vigía cerca de nueve mil volúmenes, revistas y folletos, “además de cuatro perros y 57 gatos”, asegura el Premio Nobel colombiano.

De esos libros, explica Ada Rosa Alfonso, la directora del museo, “cerca de dos mil están subrayados o tienen comentarios al margen”.

Además, la casa habanera de Hemingway guarda un tesoro que ha permanecido durmiendo durante más de 40 años: son cientos de cartas de admiradores y amigos recibidas en diferentes momentos; miles de fotos color sepia; manuscritos de sus obras; guiones de cine corregidos de su puño y letra, y lo que Gabo describe como “cartas que nunca puso en el correo”, “borradores arrepentidos”, “notas a medio escribir” y “su magnifico diario de navegación donde resplandece toda la luz de su estilo”, entre otros documentos personales que permiten “descubrir los rastros de su corazón”.

Debido a la burocracia, a la falta de recursos para conservar los manuscritos y también a causa de la madeja de leyes políticas que conforman el embargo y dificultan la colaboración entre ambas naciones, durante décadas estos documentos no pudieron ser consultados por los investigadores. Sólo el escritor Norberto Fuentes, entonces ligado a la nomenclatura en el poder —y ahora exiliado en Estados Unidos—, tuvo acceso al archivo de Finca Vigía y utilizó muchos de los papeles en su libro Hemingway en Cuba.

En 2002, el Consejo de Investigación de las Ciencias Sociales de Estados Unidos y el Consejo Nacional de Patrimonio (CNP) de Cuba firmaron un acuerdo para la restauración, conservación, microfilmación y digitalización de los documentos guardados en Finca Vigía. En enero de 2009, después de años de trabajo y de sortear no pocos obstáculos políticos y zancadillas de la administración Bush, se han puesto a disposición de los investigadores las primeras 3 200 páginas digitalizadas.

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Para evitar que los turistas expolien Finca Vigía, donde hay balas, insignias de prisioneros alemanes, dientes de felinos y otras tonterías de cazador fácilmente sustraíbles, desde hace años está prohibido el acceso al interior de la residencia.

Los visitantes pueden pasear por los pasillos exteriores y observar el mundo de Hemingway a través de las ventanas abiertas; sólo queda fuera del ojo de los curiosos el sótano, la cocina y la habitación de Mary Welsh, su última esposa.

En el cuarto de Papa se conserva su máquina de escribir Underwood, colocada sobre un grueso tomo de Who’s who in America (1954–1955), encima de un librero. Hemingway solía escribir de pie —y muchas veces descalzo— sobre la piel de un kudú vencido por una bala de Mary. Entre los libros que tenía cerca: What the Citizen Should Know About the Navy, de Baldwin, o A Treasury of Cat Stories, una compilación de historias de gatos muy propia de una casa en la que llegó a haber más de 50 mininos, todos con personalidad propia y algunos tan famosos como Boise, inmortalizado por el escritor en su novela póstuma Islas en el golfo.

—¡Ughh! Qué impresión —dice John al pasar por el comedor, donde al menos seis cabezas disecadas de animales cuelgan de las paredes.

La más impresionante es la de un gran kudú cazado por Hemingway en 1934, colgado en la pared sobre el espacio vacío dejado por La masía, del gran de Miró que Mary Welsh se llevó antes de donar la casa al gobierno cubano, en 1961.

Toda la Finca Vigía está llena de cuernos de ciervos y búfalos, cabezas de leones, pieles de leopardo y en general trozos de animales acribillados a balazos por Papa. Fuentes cuenta en su libro que cuando el novelista Graham Greene visitó la casa, al ver aquel zoológico, dijo: “No sé cómo un artista puede escribir con tantas cabezas de animales muertos a su alrededor”. E insistió: “Demasiadas cabezas”.

García Márquez tiene la teoría de que en verdad había dos Hemingway “distintos y a veces contrapuestos”:

“Había uno para el consumo mundano —mitad estrella de cine, mitad aventurero— que se exhibía a sus anchasen los lugares más visibles del mundo; que entraba con la vanguardia de las tropas de liberación en el hotel Ritz de París; que apadrinaba a los toreros demoda en las ferias de España; que se hacía fotografiar con las actrices de cinemas deslumbrantes, con los boxeadores más bravos, con los pistoleros mástenebrosos, y que mataba primero al león y después al bisonte y después alrinoceronte en las praderas de Kenia”.

Pero, dice Gabo, había otro Hemingway en La Habana, “escondido de sí mismo en una casa rodeada de árboles enormes, en cuyos aposentos se fueron acumulando a través de los años los trofeos de artes viriles que el otro Hemingway mundano le llevaba como recuerdos de sus navegaciones y regresos”.

Hemingway desembarcó en el hotel Ambos Mundos, en el corazón de La Habana Vieja, en 1932. Su objetivo al viajar a Cuba era pescar, pero entre cada pesquería desde luego escribía, y la pequeña habitación del hotel le quedó pequeña muy pronto. Fue Martha Gellhorn quien descubrió en 1939 el anuncio de Finca Vigía. Primero la alquilaron por 100 pesos mensuales, y un año después Hemingway la adquirió al precio de 18 mil dólares al contado.

En Cuba, Hemingway pasaba largas temporadas entre sus viajes por África, Europa y Estados Unidos, y prácticamente no hacía vida social ni frecuentaba el mundo intelectual de La Habana. Ni antes ni después de la Revolución se prodigó en actos públicos, con excepción de sus visitas a Floridita, sólo o acompañado de amigos estadounidenses que lo visitaban.

Finca Vigía fue el lugar mágico que Hemingway descubrió para escribir en Cuba y su guarida cerca de la Corriente del Golfo, “el Gran Río Azul”, a 45 minutos de su casa, donde encontró “la mejor y más abundante pesca” que había visto en su vida y enganchó el argumento de su novela más corta y famosa.

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Ada Rosa Alfonso, la directora del museo, dice que algunos de los documentos digitalizados fueron dados a conocer por Fuentes. Pero otros muchos son desconocidos. En cualquier caso, ahora estos materiales podrán ser consultados por primera vez por aquellos investigadores que lo soliciten.

Papa, mi amor: gracias por tu regalo. Todavía no he llegado y ya estoy ansiosa por ver qué es. ¿Un libro?¿Una paloma blanca como la nieve, como la nieve? Un bolígrafo. Un caballo negro… Eres siempre tan, tan…; bueno, tú sabes… Estoy contenta de que te gustara mi sueño; me impresionó mucho. Esperemos que la vida se convierta en un sueño por una vez”, le escribe el 22 de enero de 1952 la joven condesa italiana Adriana Ivancich.

Ivancich era 30 años menor que él. Hemingway se basó en ella para crear a la Renata de Al otro lado del río y entre los árboles, y algunos autores creen que sostuvieron un romance. Las cartas cruzadas son muchas y con muchos guiños, literarios y de todo tipo. En una le dice la condesa: “Papa, la vita di milionario is wonderfull”[sic]. O se despide: “un abrazo profundo como el mar”.

La correspondencia de Hemingway es copiosa. Hay grandes nombres: Marlene Dietrich, Scott Fitzgerald, Hollywood casi completo. Pero también muchas de gente anónima, admiradores o personas que había conocido durante la guerra y que le pedían favores. Recibía cientos, miles de cartas y las guardaba todas. Eran tantas que su secretaria y su mayordomo cubano, René Villarreal, se ocupaban de clasificarlas.

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Hay algunas muy curiosas. En mayo de 1956, cuando mandaba en España el dictador Francisco Franco, le escribe un seguidor desde Calella, en Cataluña: “No soy tan admirador suyo que por ello deje de admirar a otros escritores, y aún sintiendo un vivo interés por su excitada vida no dejo de encontrarle ciertas actitudes que estoy muy lejos de compartir, como su, para mí incomprensible, pasión por la bebida”. Después de este rapapolvo, el hombre le revela su objetivo: “siento no poder leer Por quién doblan las campanas (…) por no estar autorizada su venta en España”.

Las solicitudes eran de todo tipo: en 1943, Alexander Fadeiev, presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales de la Unión de Escritores Soviéticos le pide que envíe copia de sus discursos antifascistas para colaborar con la lucha contra el “vandalismo nazi”; otro amigo le ruega desde México su gestión para que pueda entrar a Estados Unidos un jugador español de jai-alai, vetado por supuestos vínculos con la falange; son varios los veteranos de la Guerra Civil española que le piden que ayuda.

Entre los documentos digitalizados, además de la correspondencia, hay telegramas, cuentas y manuscritos que son verdaderas joyas, como un guion de El viejo y el mar sobre el que Hemingway hizo críticas a algunas escenas y corrigió o amplió diálogos. La película se rodó en Cojímar en 1957 con Spencer Tracy como protagonista.

También está el epílogo manuscrito de Por quien doblan las campanas, que difiere del que se publicó, y los códigos para descifrar los mensajes en clave que enviaba desde el Pilar en la operación de “persecución” de submarinos nazis durante la Segunda Guerra Mundial, durante la cual artilló su yate. Hemingway siempre creyó que los alemanes merodeaban por los alrededores de Cuba y organizó expediciones para capturarlos por la cayería norte de la isla, episodio que sale descrito en Islas en el golfo.

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La primera vez que Fidel Castro estuvo en Finca Vigía fue en 1961, meses después de la muerte de Hemingway, cuando Mary Welsh viajó a La Habana para cumplir la última voluntad del escritor. Castro y el escritor se conocieron en mayo de 1960, durante la celebración del Concurso de Pesca Hemingway, poco antes de que abandonara la isla definitivamente. Sólo estuvieron juntos algunas horas, pero hubo buena sintonía.

Tras entrevistarse con Castro, Welsh se llevó muchos de los manuscritos, quemó las cartas y papeles que Papa decidió que desaparecieran y recogió algunos objetos de valor, como el Miró y el Juan Gris de su colección de arte. Dejó el Pilar a Gregorio, el mítico patrón de su yate, que después lo donó y ahora se exhibe en los jardines de la finca.

Castro y Welsh acordaron que la casa sería preservada tal como la dejó el escritor y convertida en museo.

En la sala, al lado de su sillón preferido, sobre una mesita están las revistas que dejó Hem a medio hojear. Encima de todas hay una Newsweek del 4 de julio de 1960con una caricatura de JFK en la portada titulada “Can anybody stop Kennedy?”.

Desde la ventana, John pregunta a la vigilante qué hay en el mueble-bar que diseñó el propio Hemingway: una botella de ginebra Gordon’s; agua mineral efervescente El Copey; tónicas; whisky Old Forester a medio llenar, una botella de ron Bacardi. “Todo un profesional”, corrobora su compatriota.

En el librero más cercano hay una biografía de Freud, un tratado de percepciones extrasensoriales y un catálogo de vinos estadounidenses, y encima de una repisa una vieja radio que todavía funciona y llamó la atención de Castro en noviembre de 2002, cuando regresó a Finca Vigía con el congresista demócrata James McGovern.

Ambos asistieron a la firma del acuerdo entre Estados Unidos y Cuba que permitió la restauración de las 3 200 páginas digitalizadas hasta ahora, que en breve podrán consultarse también en la biblioteca Kennedy de Boston.

Mil documentos más se agregarán próximamente, pero otros deben aguardar para preservarse por un escáner de alta tecnología para libros raros y valiosos, del que el museo no dispone. Está el pasaporte que Hemingway utilizó durante la Guerra Civil española, con todos los cuños de entrada y salida, antes de que los republicanos perdieran la contienda. También el cuaderno de bitácora escrito a lápiz por Papa durante la última travesía que hizo junto a Gregorio en el yate Pilar frente a las costas de Cuba. Allí está registrado el peso y tamaño del último pez espada que capturó antes de morir. Y el último temporal a que se enfrentó.

La humedad, el polvo, las termitas y la crisis hicieron estragos en Finca Vigía en las últimas dos décadas. También la política. Pese al acuerdo firmado por los responsables cubanos de Patrimonio y el Consejo de las Ciencias Sociales de Estados Unidos, el embargo impidió que llegaran ayudas y dinero de Estados Unidos. “Ahora con Obama todo puede cambiar y quizás hasta se permitan los viajes turísticos”, dice John.

Alfonso nos explica que el tesoro de Finca Vigía probablemente no cambiará nada esencial de la biografía del escritor estadounidense. “Pero sí hay mucha información importante y elementos para conocer mejor quién era en verdad Ernest Hemingway. Eso está aquí”.

En El gran río azul, crónica de1949, Hemingway explicó algunas razones por las que se había mudado a Finca Vigía. Citó las 18 clases de mangos que se cultivaban en el jardín, de la posibilidad de criar gallos de pelea o de apostar al tiro del pichón en un club deportivo cercano. Y por supuesto de la pesca de la aguja en la Corriente del Golfo. Finalmente confesó: “Uno vive en esta isla porque para ir a la ciudad no hace falta más que ponerse los zapatos, porque se puede tapar con papel el timbre del teléfono para evitar cualquier llamada, y porque en el fresco de la mañana se trabaja mejor y con más comodidad que en cualquier otro sitio. Pero esto es un secreto profesional”.

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