No items found.
No items found.
No items found.
Hace millones de años, la costa del Pacífico mexicano formaba parte del fondo Marino y, en un <i>futuro pasado</i>, la región volverá a estar sumergida en las profundidades del Océano. El Gran Acuario de Mazatlán fue construido anticipando ese momento.
En el año 2289, las ruinas de un edificio antiguo emergieron de las aguas que alguna vez sumergieron a Mazatlán. No conocíamos su propósito original, pero sus muros hablaban en silencio y nos contaban una historia: la naturaleza, paciente, lo había reclamado como suyo. Lo que ante nuestros ojos parecía más un vestigio arqueológico que una estructura moderna revelaba su secreto con lentitud: era el Gran Acuario de Mazatlán, un espacio concebido no para imponer, sino para coexistir con el océano y sus criaturas. Su origen era un enigma, pero su futuro, aún por descubrir, se entrelazaba profundamente con las aguas del Mar de Cortés.
Cuando nos comisionaron el diseño de este acuario, nos preguntamos: “¿qué es un acuario?”. Debíamos considerar que, a 200 metros de la ubicación del edificio comisionado, se encontraba el Mar de Cortés, el acuario natural más grande del mundo. Podíamos elegir replicar elementos o modelos existentes en muchos acuarios ya construidos: enormes tanques, narrativas sin relación alguna con la zona en donde están localizados y con especies exóticas traídas de los rincones más lejanos del mundo. También podíamos elegir crear exhibiciones caricaturescas, como si se tratara de un parque de diversiones creado meramente para el entretenimiento humano. En ambos casos y en otros escenarios que valoramos, el acuario representaría el intento de nuestra especie por controlar a la naturaleza. Concluimos que no era el enfoque adecuado.
Te recomendamos leer: La masacre de los pingüinos: reconstrucción de un crimen que llegó a un juicio histórico
Decidimos alejarnos de la visión plasmada, por ejemplo, en el mural El hombre controlador del universo, de Diego Rivera. No queríamos ser los que manejan y manipulan la naturaleza, sino quienes le abren paso para que sea ella misma la que se manifieste y prospere. Así surgió la idea de crear una estructura que, con el tiempo, fuera invadida por el ecosistema que pretendía representar.
La elección de los materiales fue parte fundamental de esta visión. Utilizamos concreto pigmentado en un tono púrpura inspirado en las islas que salpican la costa de Mazatlán. Este material, resistente y duradero, fue concebido para aguantar el paso de los años y, al mismo tiempo, ser abrazado por la vegetación. Imaginamos que las paredes del acuario se irán desmoronando suavemente, mientras que los árboles y plantas endémicos crecerán en sus grietas, creando así una verdadera ruina. Este no es un edificio que busca imponer su presencia. Es una plataforma, producto de la colaboración entre biólogos marinos, arquitectos, ingenieros y conservacionistas, que invita al Mar de Cortés a tomar el control y desarrollar su propia narrativa.
Desde su concepción, el acuario ha sido un símbolo de orgullo para Mazatlán, un lugar que representa la belleza del mar y también nuestra capacidad para imaginar un futuro diferente. Tenemos la ilusión, soñamos con que los habitantes de la ciudad vean en este espacio un reflejo de su propio entorno, que se conecten con la vida marina y aprendan a cuidarla. Esperamos, además, que los visitantes internacionales vean más allá de las playas y los mariscos de Mazatlán, que descubran en este acuario una razón para conectar con la naturaleza y entender su fragilidad.
También te podría interesar: Juan Pablo Villalobos: de dónde vino y adónde fue a dar
En suma, el Gran Acuario de Mazatlán es más que un edificio. Es un símbolo de nuestro deseo de reconciliarnos con la naturaleza. En un mundo donde la relación entre los humanos y el planeta está constantemente en tensión, este proyecto ofrece una visión de lo que puede ser posible cuando dejamos de tratar de contener a la naturaleza y, en su lugar, diseñamos para coexistir con ella. Sabemos que el mar, en algún momento, reclamará este edificio por completo, y cuando eso ocurra, las futuras generaciones tal vez lo redescubran como nosotros lo imaginamos: una ruina del futuro, cubierta de vida y llena de historias por contar.
{{ linea }}
Hace millones de años, la costa del Pacífico mexicano formaba parte del fondo Marino y, en un <i>futuro pasado</i>, la región volverá a estar sumergida en las profundidades del Océano. El Gran Acuario de Mazatlán fue construido anticipando ese momento.
En el año 2289, las ruinas de un edificio antiguo emergieron de las aguas que alguna vez sumergieron a Mazatlán. No conocíamos su propósito original, pero sus muros hablaban en silencio y nos contaban una historia: la naturaleza, paciente, lo había reclamado como suyo. Lo que ante nuestros ojos parecía más un vestigio arqueológico que una estructura moderna revelaba su secreto con lentitud: era el Gran Acuario de Mazatlán, un espacio concebido no para imponer, sino para coexistir con el océano y sus criaturas. Su origen era un enigma, pero su futuro, aún por descubrir, se entrelazaba profundamente con las aguas del Mar de Cortés.
Cuando nos comisionaron el diseño de este acuario, nos preguntamos: “¿qué es un acuario?”. Debíamos considerar que, a 200 metros de la ubicación del edificio comisionado, se encontraba el Mar de Cortés, el acuario natural más grande del mundo. Podíamos elegir replicar elementos o modelos existentes en muchos acuarios ya construidos: enormes tanques, narrativas sin relación alguna con la zona en donde están localizados y con especies exóticas traídas de los rincones más lejanos del mundo. También podíamos elegir crear exhibiciones caricaturescas, como si se tratara de un parque de diversiones creado meramente para el entretenimiento humano. En ambos casos y en otros escenarios que valoramos, el acuario representaría el intento de nuestra especie por controlar a la naturaleza. Concluimos que no era el enfoque adecuado.
Te recomendamos leer: La masacre de los pingüinos: reconstrucción de un crimen que llegó a un juicio histórico
Decidimos alejarnos de la visión plasmada, por ejemplo, en el mural El hombre controlador del universo, de Diego Rivera. No queríamos ser los que manejan y manipulan la naturaleza, sino quienes le abren paso para que sea ella misma la que se manifieste y prospere. Así surgió la idea de crear una estructura que, con el tiempo, fuera invadida por el ecosistema que pretendía representar.
La elección de los materiales fue parte fundamental de esta visión. Utilizamos concreto pigmentado en un tono púrpura inspirado en las islas que salpican la costa de Mazatlán. Este material, resistente y duradero, fue concebido para aguantar el paso de los años y, al mismo tiempo, ser abrazado por la vegetación. Imaginamos que las paredes del acuario se irán desmoronando suavemente, mientras que los árboles y plantas endémicos crecerán en sus grietas, creando así una verdadera ruina. Este no es un edificio que busca imponer su presencia. Es una plataforma, producto de la colaboración entre biólogos marinos, arquitectos, ingenieros y conservacionistas, que invita al Mar de Cortés a tomar el control y desarrollar su propia narrativa.
Desde su concepción, el acuario ha sido un símbolo de orgullo para Mazatlán, un lugar que representa la belleza del mar y también nuestra capacidad para imaginar un futuro diferente. Tenemos la ilusión, soñamos con que los habitantes de la ciudad vean en este espacio un reflejo de su propio entorno, que se conecten con la vida marina y aprendan a cuidarla. Esperamos, además, que los visitantes internacionales vean más allá de las playas y los mariscos de Mazatlán, que descubran en este acuario una razón para conectar con la naturaleza y entender su fragilidad.
También te podría interesar: Juan Pablo Villalobos: de dónde vino y adónde fue a dar
En suma, el Gran Acuario de Mazatlán es más que un edificio. Es un símbolo de nuestro deseo de reconciliarnos con la naturaleza. En un mundo donde la relación entre los humanos y el planeta está constantemente en tensión, este proyecto ofrece una visión de lo que puede ser posible cuando dejamos de tratar de contener a la naturaleza y, en su lugar, diseñamos para coexistir con ella. Sabemos que el mar, en algún momento, reclamará este edificio por completo, y cuando eso ocurra, las futuras generaciones tal vez lo redescubran como nosotros lo imaginamos: una ruina del futuro, cubierta de vida y llena de historias por contar.
{{ linea }}
Hace millones de años, la costa del Pacífico mexicano formaba parte del fondo Marino y, en un <i>futuro pasado</i>, la región volverá a estar sumergida en las profundidades del Océano. El Gran Acuario de Mazatlán fue construido anticipando ese momento.
En el año 2289, las ruinas de un edificio antiguo emergieron de las aguas que alguna vez sumergieron a Mazatlán. No conocíamos su propósito original, pero sus muros hablaban en silencio y nos contaban una historia: la naturaleza, paciente, lo había reclamado como suyo. Lo que ante nuestros ojos parecía más un vestigio arqueológico que una estructura moderna revelaba su secreto con lentitud: era el Gran Acuario de Mazatlán, un espacio concebido no para imponer, sino para coexistir con el océano y sus criaturas. Su origen era un enigma, pero su futuro, aún por descubrir, se entrelazaba profundamente con las aguas del Mar de Cortés.
Cuando nos comisionaron el diseño de este acuario, nos preguntamos: “¿qué es un acuario?”. Debíamos considerar que, a 200 metros de la ubicación del edificio comisionado, se encontraba el Mar de Cortés, el acuario natural más grande del mundo. Podíamos elegir replicar elementos o modelos existentes en muchos acuarios ya construidos: enormes tanques, narrativas sin relación alguna con la zona en donde están localizados y con especies exóticas traídas de los rincones más lejanos del mundo. También podíamos elegir crear exhibiciones caricaturescas, como si se tratara de un parque de diversiones creado meramente para el entretenimiento humano. En ambos casos y en otros escenarios que valoramos, el acuario representaría el intento de nuestra especie por controlar a la naturaleza. Concluimos que no era el enfoque adecuado.
Te recomendamos leer: La masacre de los pingüinos: reconstrucción de un crimen que llegó a un juicio histórico
Decidimos alejarnos de la visión plasmada, por ejemplo, en el mural El hombre controlador del universo, de Diego Rivera. No queríamos ser los que manejan y manipulan la naturaleza, sino quienes le abren paso para que sea ella misma la que se manifieste y prospere. Así surgió la idea de crear una estructura que, con el tiempo, fuera invadida por el ecosistema que pretendía representar.
La elección de los materiales fue parte fundamental de esta visión. Utilizamos concreto pigmentado en un tono púrpura inspirado en las islas que salpican la costa de Mazatlán. Este material, resistente y duradero, fue concebido para aguantar el paso de los años y, al mismo tiempo, ser abrazado por la vegetación. Imaginamos que las paredes del acuario se irán desmoronando suavemente, mientras que los árboles y plantas endémicos crecerán en sus grietas, creando así una verdadera ruina. Este no es un edificio que busca imponer su presencia. Es una plataforma, producto de la colaboración entre biólogos marinos, arquitectos, ingenieros y conservacionistas, que invita al Mar de Cortés a tomar el control y desarrollar su propia narrativa.
Desde su concepción, el acuario ha sido un símbolo de orgullo para Mazatlán, un lugar que representa la belleza del mar y también nuestra capacidad para imaginar un futuro diferente. Tenemos la ilusión, soñamos con que los habitantes de la ciudad vean en este espacio un reflejo de su propio entorno, que se conecten con la vida marina y aprendan a cuidarla. Esperamos, además, que los visitantes internacionales vean más allá de las playas y los mariscos de Mazatlán, que descubran en este acuario una razón para conectar con la naturaleza y entender su fragilidad.
También te podría interesar: Juan Pablo Villalobos: de dónde vino y adónde fue a dar
En suma, el Gran Acuario de Mazatlán es más que un edificio. Es un símbolo de nuestro deseo de reconciliarnos con la naturaleza. En un mundo donde la relación entre los humanos y el planeta está constantemente en tensión, este proyecto ofrece una visión de lo que puede ser posible cuando dejamos de tratar de contener a la naturaleza y, en su lugar, diseñamos para coexistir con ella. Sabemos que el mar, en algún momento, reclamará este edificio por completo, y cuando eso ocurra, las futuras generaciones tal vez lo redescubran como nosotros lo imaginamos: una ruina del futuro, cubierta de vida y llena de historias por contar.
{{ linea }}
Hace millones de años, la costa del Pacífico mexicano formaba parte del fondo Marino y, en un <i>futuro pasado</i>, la región volverá a estar sumergida en las profundidades del Océano. El Gran Acuario de Mazatlán fue construido anticipando ese momento.
En el año 2289, las ruinas de un edificio antiguo emergieron de las aguas que alguna vez sumergieron a Mazatlán. No conocíamos su propósito original, pero sus muros hablaban en silencio y nos contaban una historia: la naturaleza, paciente, lo había reclamado como suyo. Lo que ante nuestros ojos parecía más un vestigio arqueológico que una estructura moderna revelaba su secreto con lentitud: era el Gran Acuario de Mazatlán, un espacio concebido no para imponer, sino para coexistir con el océano y sus criaturas. Su origen era un enigma, pero su futuro, aún por descubrir, se entrelazaba profundamente con las aguas del Mar de Cortés.
Cuando nos comisionaron el diseño de este acuario, nos preguntamos: “¿qué es un acuario?”. Debíamos considerar que, a 200 metros de la ubicación del edificio comisionado, se encontraba el Mar de Cortés, el acuario natural más grande del mundo. Podíamos elegir replicar elementos o modelos existentes en muchos acuarios ya construidos: enormes tanques, narrativas sin relación alguna con la zona en donde están localizados y con especies exóticas traídas de los rincones más lejanos del mundo. También podíamos elegir crear exhibiciones caricaturescas, como si se tratara de un parque de diversiones creado meramente para el entretenimiento humano. En ambos casos y en otros escenarios que valoramos, el acuario representaría el intento de nuestra especie por controlar a la naturaleza. Concluimos que no era el enfoque adecuado.
Te recomendamos leer: La masacre de los pingüinos: reconstrucción de un crimen que llegó a un juicio histórico
Decidimos alejarnos de la visión plasmada, por ejemplo, en el mural El hombre controlador del universo, de Diego Rivera. No queríamos ser los que manejan y manipulan la naturaleza, sino quienes le abren paso para que sea ella misma la que se manifieste y prospere. Así surgió la idea de crear una estructura que, con el tiempo, fuera invadida por el ecosistema que pretendía representar.
La elección de los materiales fue parte fundamental de esta visión. Utilizamos concreto pigmentado en un tono púrpura inspirado en las islas que salpican la costa de Mazatlán. Este material, resistente y duradero, fue concebido para aguantar el paso de los años y, al mismo tiempo, ser abrazado por la vegetación. Imaginamos que las paredes del acuario se irán desmoronando suavemente, mientras que los árboles y plantas endémicos crecerán en sus grietas, creando así una verdadera ruina. Este no es un edificio que busca imponer su presencia. Es una plataforma, producto de la colaboración entre biólogos marinos, arquitectos, ingenieros y conservacionistas, que invita al Mar de Cortés a tomar el control y desarrollar su propia narrativa.
Desde su concepción, el acuario ha sido un símbolo de orgullo para Mazatlán, un lugar que representa la belleza del mar y también nuestra capacidad para imaginar un futuro diferente. Tenemos la ilusión, soñamos con que los habitantes de la ciudad vean en este espacio un reflejo de su propio entorno, que se conecten con la vida marina y aprendan a cuidarla. Esperamos, además, que los visitantes internacionales vean más allá de las playas y los mariscos de Mazatlán, que descubran en este acuario una razón para conectar con la naturaleza y entender su fragilidad.
También te podría interesar: Juan Pablo Villalobos: de dónde vino y adónde fue a dar
En suma, el Gran Acuario de Mazatlán es más que un edificio. Es un símbolo de nuestro deseo de reconciliarnos con la naturaleza. En un mundo donde la relación entre los humanos y el planeta está constantemente en tensión, este proyecto ofrece una visión de lo que puede ser posible cuando dejamos de tratar de contener a la naturaleza y, en su lugar, diseñamos para coexistir con ella. Sabemos que el mar, en algún momento, reclamará este edificio por completo, y cuando eso ocurra, las futuras generaciones tal vez lo redescubran como nosotros lo imaginamos: una ruina del futuro, cubierta de vida y llena de historias por contar.
{{ linea }}
Hace millones de años, la costa del Pacífico mexicano formaba parte del fondo Marino y, en un <i>futuro pasado</i>, la región volverá a estar sumergida en las profundidades del Océano. El Gran Acuario de Mazatlán fue construido anticipando ese momento.
En el año 2289, las ruinas de un edificio antiguo emergieron de las aguas que alguna vez sumergieron a Mazatlán. No conocíamos su propósito original, pero sus muros hablaban en silencio y nos contaban una historia: la naturaleza, paciente, lo había reclamado como suyo. Lo que ante nuestros ojos parecía más un vestigio arqueológico que una estructura moderna revelaba su secreto con lentitud: era el Gran Acuario de Mazatlán, un espacio concebido no para imponer, sino para coexistir con el océano y sus criaturas. Su origen era un enigma, pero su futuro, aún por descubrir, se entrelazaba profundamente con las aguas del Mar de Cortés.
Cuando nos comisionaron el diseño de este acuario, nos preguntamos: “¿qué es un acuario?”. Debíamos considerar que, a 200 metros de la ubicación del edificio comisionado, se encontraba el Mar de Cortés, el acuario natural más grande del mundo. Podíamos elegir replicar elementos o modelos existentes en muchos acuarios ya construidos: enormes tanques, narrativas sin relación alguna con la zona en donde están localizados y con especies exóticas traídas de los rincones más lejanos del mundo. También podíamos elegir crear exhibiciones caricaturescas, como si se tratara de un parque de diversiones creado meramente para el entretenimiento humano. En ambos casos y en otros escenarios que valoramos, el acuario representaría el intento de nuestra especie por controlar a la naturaleza. Concluimos que no era el enfoque adecuado.
Te recomendamos leer: La masacre de los pingüinos: reconstrucción de un crimen que llegó a un juicio histórico
Decidimos alejarnos de la visión plasmada, por ejemplo, en el mural El hombre controlador del universo, de Diego Rivera. No queríamos ser los que manejan y manipulan la naturaleza, sino quienes le abren paso para que sea ella misma la que se manifieste y prospere. Así surgió la idea de crear una estructura que, con el tiempo, fuera invadida por el ecosistema que pretendía representar.
La elección de los materiales fue parte fundamental de esta visión. Utilizamos concreto pigmentado en un tono púrpura inspirado en las islas que salpican la costa de Mazatlán. Este material, resistente y duradero, fue concebido para aguantar el paso de los años y, al mismo tiempo, ser abrazado por la vegetación. Imaginamos que las paredes del acuario se irán desmoronando suavemente, mientras que los árboles y plantas endémicos crecerán en sus grietas, creando así una verdadera ruina. Este no es un edificio que busca imponer su presencia. Es una plataforma, producto de la colaboración entre biólogos marinos, arquitectos, ingenieros y conservacionistas, que invita al Mar de Cortés a tomar el control y desarrollar su propia narrativa.
Desde su concepción, el acuario ha sido un símbolo de orgullo para Mazatlán, un lugar que representa la belleza del mar y también nuestra capacidad para imaginar un futuro diferente. Tenemos la ilusión, soñamos con que los habitantes de la ciudad vean en este espacio un reflejo de su propio entorno, que se conecten con la vida marina y aprendan a cuidarla. Esperamos, además, que los visitantes internacionales vean más allá de las playas y los mariscos de Mazatlán, que descubran en este acuario una razón para conectar con la naturaleza y entender su fragilidad.
También te podría interesar: Juan Pablo Villalobos: de dónde vino y adónde fue a dar
En suma, el Gran Acuario de Mazatlán es más que un edificio. Es un símbolo de nuestro deseo de reconciliarnos con la naturaleza. En un mundo donde la relación entre los humanos y el planeta está constantemente en tensión, este proyecto ofrece una visión de lo que puede ser posible cuando dejamos de tratar de contener a la naturaleza y, en su lugar, diseñamos para coexistir con ella. Sabemos que el mar, en algún momento, reclamará este edificio por completo, y cuando eso ocurra, las futuras generaciones tal vez lo redescubran como nosotros lo imaginamos: una ruina del futuro, cubierta de vida y llena de historias por contar.
{{ linea }}
Hace millones de años, la costa del Pacífico mexicano formaba parte del fondo Marino y, en un <i>futuro pasado</i>, la región volverá a estar sumergida en las profundidades del Océano. El Gran Acuario de Mazatlán fue construido anticipando ese momento.
En el año 2289, las ruinas de un edificio antiguo emergieron de las aguas que alguna vez sumergieron a Mazatlán. No conocíamos su propósito original, pero sus muros hablaban en silencio y nos contaban una historia: la naturaleza, paciente, lo había reclamado como suyo. Lo que ante nuestros ojos parecía más un vestigio arqueológico que una estructura moderna revelaba su secreto con lentitud: era el Gran Acuario de Mazatlán, un espacio concebido no para imponer, sino para coexistir con el océano y sus criaturas. Su origen era un enigma, pero su futuro, aún por descubrir, se entrelazaba profundamente con las aguas del Mar de Cortés.
Cuando nos comisionaron el diseño de este acuario, nos preguntamos: “¿qué es un acuario?”. Debíamos considerar que, a 200 metros de la ubicación del edificio comisionado, se encontraba el Mar de Cortés, el acuario natural más grande del mundo. Podíamos elegir replicar elementos o modelos existentes en muchos acuarios ya construidos: enormes tanques, narrativas sin relación alguna con la zona en donde están localizados y con especies exóticas traídas de los rincones más lejanos del mundo. También podíamos elegir crear exhibiciones caricaturescas, como si se tratara de un parque de diversiones creado meramente para el entretenimiento humano. En ambos casos y en otros escenarios que valoramos, el acuario representaría el intento de nuestra especie por controlar a la naturaleza. Concluimos que no era el enfoque adecuado.
Te recomendamos leer: La masacre de los pingüinos: reconstrucción de un crimen que llegó a un juicio histórico
Decidimos alejarnos de la visión plasmada, por ejemplo, en el mural El hombre controlador del universo, de Diego Rivera. No queríamos ser los que manejan y manipulan la naturaleza, sino quienes le abren paso para que sea ella misma la que se manifieste y prospere. Así surgió la idea de crear una estructura que, con el tiempo, fuera invadida por el ecosistema que pretendía representar.
La elección de los materiales fue parte fundamental de esta visión. Utilizamos concreto pigmentado en un tono púrpura inspirado en las islas que salpican la costa de Mazatlán. Este material, resistente y duradero, fue concebido para aguantar el paso de los años y, al mismo tiempo, ser abrazado por la vegetación. Imaginamos que las paredes del acuario se irán desmoronando suavemente, mientras que los árboles y plantas endémicos crecerán en sus grietas, creando así una verdadera ruina. Este no es un edificio que busca imponer su presencia. Es una plataforma, producto de la colaboración entre biólogos marinos, arquitectos, ingenieros y conservacionistas, que invita al Mar de Cortés a tomar el control y desarrollar su propia narrativa.
Desde su concepción, el acuario ha sido un símbolo de orgullo para Mazatlán, un lugar que representa la belleza del mar y también nuestra capacidad para imaginar un futuro diferente. Tenemos la ilusión, soñamos con que los habitantes de la ciudad vean en este espacio un reflejo de su propio entorno, que se conecten con la vida marina y aprendan a cuidarla. Esperamos, además, que los visitantes internacionales vean más allá de las playas y los mariscos de Mazatlán, que descubran en este acuario una razón para conectar con la naturaleza y entender su fragilidad.
También te podría interesar: Juan Pablo Villalobos: de dónde vino y adónde fue a dar
En suma, el Gran Acuario de Mazatlán es más que un edificio. Es un símbolo de nuestro deseo de reconciliarnos con la naturaleza. En un mundo donde la relación entre los humanos y el planeta está constantemente en tensión, este proyecto ofrece una visión de lo que puede ser posible cuando dejamos de tratar de contener a la naturaleza y, en su lugar, diseñamos para coexistir con ella. Sabemos que el mar, en algún momento, reclamará este edificio por completo, y cuando eso ocurra, las futuras generaciones tal vez lo redescubran como nosotros lo imaginamos: una ruina del futuro, cubierta de vida y llena de historias por contar.
{{ linea }}
No items found.