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¿Por qué estas elecciones presidenciales son tan importantes en Colombia?, ¿qué sabemos de los finalistas Gustavo Petro y Rodolfo Hernández?, ¿cuáles son los problemas acuciantes del país y qué propuestas tienen los candidatos para resolverlos? Un resumen informado sobre esta contienda.
Ahora mismo la gente de Colombia está en las urnas, votando para decidir quién será el próximo presidente de su país. Gane quien gane, serán unas elecciones verdaderamente históricas, pues ninguno de los dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta pertenece al grupo del expresidente Álvaro Uribe, cuya corriente ha predominado durante veinte años, desde que él tomó posesión en 2002. El contendiente más cercano a este bando, Federico Gutiérrez, quedó en tercer lugar en la primera vuelta y, por ello, fue descartado de participar en la ronda final, por lo que Iván Duque será el último presidente del “uribismo”.
Así, Colombia hoy está en vilo: el veterano de la izquierda, Gustavo Petro, se encuentra en empate técnico con Rodolfo Hernández, el outsider sin más plataforma que la lucha contra la corrupción y muchos escándalos de los que se excusa calificándolos de lapsus —como cuando dijo admirar al “gran pensador” Adolf Hitler—. ¿Qué más sabemos de cada uno? Gatopardo ha publicado un perfil de Petro y otro de Hernández.
Empecemos por la sorpresa: a sus 77 años, millonario por sus negocios como prestamista y constructor de vivienda para personas en situación de pobreza, con muy pocos cargos públicos y una trayectoria política casi nula, Rodolfo Hernández consiguió casi seis millones de votos en la primera vuelta de las elecciones. Su éxito se debe, en buena parte, a la viralidad de sus contenidos en redes sociales. Con seiscientos mil seguidores y 4.8 millones de “me gusta”, se autoproclamó “rey de TikTok”, donde sube videos descamisado, junto a una alberca, rodeado de modelos y con “bling-bling, como un reguetonero”, escribe Klarem Valoyes Gutiérrez en su perfil sobre él. En esa red social el candidato se presenta así: “Viejo pero sabroso”.
Sin embargo, su popularidad no garantiza que podría terminar su periodo como presidente, pues no acabó su gobierno ni como alcalde de Bucaramanga ni como concejal de Piedecuesta. Renunció a ambos cargos. Por si fuera poco, el candidato anticorrupción tiene una acusación por corrupción, en específico, por interés indebido en la celebración de contratos con la empresa Vitalogic, de los que su hijo, Luis Carlos, recibió una comisión de 1.5 millones de dólares. El 21 de julio de este año, haya ganado las elecciones o no, deberá acudir a una audiencia por este asunto. Se puede leer mucho más sobre Rodolfo Hernández y el equipo de campaña, integrado por milenials y centenials, que lo llevó a la celebridad viral y electoral en “Candidato a presidente de Colombia y ‘rey del Tiktok’”.
Si Rodolfo Hernández existe como candidato viable se debe también a su rival, Gustavo Petro, quien encarna como nadie el temor de una buena parte de los colombianos a la izquierda. Para otros, el tricontendiente —es la tercera vez que compite en las elecciones presidenciales de Colombia— es la esperanza de un país gobernado, como ya mencionamos, por la derecha durante dos décadas y que padece una desigualdad tan abismal que superarla, según el último reporte del Banco Mundial, le tomaría treinta años. Por ejemplo, a causa de la pandemia, 3.6 millones de personas cayeron en la pobreza, los ingresos del 10% de la población más rica son once veces mayores que los del 10% más pobre y los niños sin recursos reciben dos años y medio menos de educación en comparación con los más favorecidos.
La parte de Colombia que se ha manifestado en las calles durante los últimos tres años, una agitación que finalmente desembocó en el Paro Nacional de 2021, prefiere al candidato de izquierda, que fue “guerrillero y enlace clandestino del M-19, preso, torturado por el ejército nacional y, más tarde, un congresista que reveló la corrupción de varios políticos —incluso de sus copartidarios—, así como los lazos entre el narcotráfico y la clase política”, escribe el periodista Camilo Anaya en su perfil sobre él. Ahora el izquierdista es un hombre con cuatro décadas de trayectoria pública y hace mucho tiempo que moderó sus posturas: los primeros capítulos de su autobiografía, Una vida, muchas vidas (Planeta, 2021), se pueden leer como una apología de su paso por el M-19 y como un distanciamiento tajante de la ruta armada por la que tantos latinoamericanos, como él, optaron en el siglo pasado. Petro enfatiza que el M-19 no pretendía imponer el totalitarismo ni promovía el modelo soviético, sino que luchaba por la democracia en Colombia porque entonces, en los setenta y ochenta, el país era una "dictadura con corbata" (el gobierno declaraba Estado de sitio para suspender las garantías individuales). En esas circunstancias, según Petro, no existía una ruta pacífica para la democratización. De cualquier modo, el candidato subraya actualmente su vocación democrática y popular.
También se ha comprometido a hacer cambios profundos en Colombia, por ejemplo, terminar con la guerra que, como advierte Camilo Anaya, en su país son varias: la del crimen organizado, la del paramilitarismo —hay empresarios y políticos acusados de financiar y tener lazos con los grupos paramilitares, entre ellos, el actual presidente Duque— y otra más con las guerrillas de izquierda. Pasa el tiempo y el conflicto sigue restando vidas. En parte, porque el gobierno incumple los acuerdos de paz, firmados en 2016, con este saldo: 291 guerrilleros que abandonaron las armas, pensando que entrarían a un proceso de justicia transicional y que podrían participar legalmente en la política, han sido asesinados desde aquel año. El mismo Gustavo Petro que pretende acabar con una guerra prolongada por décadas ha sido amenazado de muerte en incontables ocasiones, incluso en estas elecciones, y ha tenido que hacer apariciones públicas con chaleco antibalas, una decena de guardaespaldas y sus escudos.
Además, el candidato ha hecho promesas muy grandes ante los colombianos. Él quiere un cambio completo. Por ejemplo, la transición a las energías limpias, el fin del extractivismo, hacer que las cuatro mil fortunas más abultadas del país paguen más impuestos, establecer la gratuidad de la educación pública superior, reformar las pensiones, descriminalizar a los productores rurales de droga y mucho más, tanto que sus críticos opinan que todo esto es irrealizable.
Pero que semejante transformación sea inverosímil no termina de paliar el miedo de otra buena parte del país, que se rehúsa a entregarle su apoyo y se ha sumado a la campaña sui géneris de Rodolfo Hernández. El temor de que los arrastre a un “infierno castrochavista” ya tiene un nombre, poco científico pero popular: la Petrofobia. Se puede saber más sobre este candidato en el perfil “Gustavo Petro: el miedo y la esperanza”, escrito por Camilo Anaya.
En su fórmula corre Francia Márquez, quien podría convertirse en la primera vicepresidenta afro de Colombia. Ella nació en La Toma, un territorio habitado por descendientes de esclavos africanos, cuyos recursos naturales defendió del extractivismo del gobierno y las empresas desde que era niña, en acciones colectivas con su familia y su comunidad. En 1993, por ejemplo, lograron frenar el desvío de un río mediante el primer ejercicio de consulta previa de una comunidad étnica. Luego, mientras estudiaba para convertirse en abogada, fue parte de una lucha jurídica contra el modelo de extracción minera y caminó más de quinientos kilómetros con ochenta mujeres en la Marcha de los Turbantes: juntas consiguieron que se retiraran doscientas retroexcavadoras dedicadas a la minería ilegal.
También Márquez ha sido amenazada constantemente por su oposición a los proyectos mineros y es una de tantas activistas desplazadas. Tuvo que huir de su hogar para refugiarse en Cali. En entrevista con Gatopardo, recuerda: “Este destierro que he vivido con mis hijos nos ha dañado [...] Si regresamos, mis hijos dicen: no quiero estar aquí, tengo miedo de que vengan por nosotros. Eso es el destierro: la imposibilidad de que la gente vuelva a pensarse en su territorio”. Sobre su vida, dice: “Soy de una región donde el conflicto armado ha afectado en términos históricos y de racismo. No nos llega el agua, pero nos llegan las balas”. Ella quiere que Colombia tenga un gobierno “que sepa lo que significa aguantar hambre o que una lideresa sea asesinada”. Por eso, desde la periferia y las mayorías, tomó una decisión: “Vamos para la presidencia, vamos a ocupar ese espacio que hemos cedido por muchos años”.
Pero su relación con Gustavo Petro ha sido ambivalente... En las elecciones presidenciales de 2018 lo apoyó, pero se mantuvo como candidata independiente. Entonces los petristas la criticaron porque, según ellos, la única forma de derrotar al uribismo en las urnas es creando una alianza fuerte. Esta vez se sumó a la fórmula del izquierdista, que ha sido duramente criticado por las feministas de Colombia por dos razones de peso: la primera, su postura sobre el “aborto cero” —Petro se declara a favor de su descriminalización, pero cree que el país debería apostar por la prevención del embarazo para que no haya ni un solo aborto—; la segunda es la inclusión en su alianza política y electoral de personajes de la derecha que se oponen a las causas de género y de la disidencia sexual, así como el desaire que le ha hecho a varias líderes feministas sumamente reconocidas en el país, entre ellas, Ángela Robledo. La posible vicepresidenta funciona como contrapeso de estos políticos y podría ganarle al candidato el voto del feminismo. Se puede saber más sobre las posturas contra el patriarcado, el racismo y la injusticia ambiental de su compañera en estas elecciones en el texto de la periodista Lina Vargas: “Francia Márquez podría ser la próxima vicepresidenta de Colombia”.
“Algo muy grave va a suceder en Colombia”, nos advierte el periodista Camilo Anaya, “se intuye en el desprecio de unos por otros” y en que ambos finalistas son señalados como “populistas”. Acerca del término, el politólogo Julio Ríos recomienda tener en mente la clasificación que hizo Nadia Urbinati, teórica de la política. Para que el “populismo” se configure se necesitan tres condiciones: i) un líder carismático, ii) que recurre al discurso del pueblo “bueno” contras las élites corruptas y iii) confunde la mayoría que lo apoya con la mayoría legítima. En estas elecciones, según Ríos, se configura un escenario populista, pero con Petro de izquierda y Hernández de derecha, aunque “el primero se ha moderado mucho en el tercer punto, sobre todo desde que Hernández pasó a la segunda vuelta”.
La encarnizada y polarizada contienda electoral que vemos este domingo se resume así: “El salvador del pueblo”, Gustavo Petro, se enfrenta cara a cara con Rodolfo Hernández, “el rey del TikTok”.
Nos mantendremos atentos...
¿Por qué estas elecciones presidenciales son tan importantes en Colombia?, ¿qué sabemos de los finalistas Gustavo Petro y Rodolfo Hernández?, ¿cuáles son los problemas acuciantes del país y qué propuestas tienen los candidatos para resolverlos? Un resumen informado sobre esta contienda.
Ahora mismo la gente de Colombia está en las urnas, votando para decidir quién será el próximo presidente de su país. Gane quien gane, serán unas elecciones verdaderamente históricas, pues ninguno de los dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta pertenece al grupo del expresidente Álvaro Uribe, cuya corriente ha predominado durante veinte años, desde que él tomó posesión en 2002. El contendiente más cercano a este bando, Federico Gutiérrez, quedó en tercer lugar en la primera vuelta y, por ello, fue descartado de participar en la ronda final, por lo que Iván Duque será el último presidente del “uribismo”.
Así, Colombia hoy está en vilo: el veterano de la izquierda, Gustavo Petro, se encuentra en empate técnico con Rodolfo Hernández, el outsider sin más plataforma que la lucha contra la corrupción y muchos escándalos de los que se excusa calificándolos de lapsus —como cuando dijo admirar al “gran pensador” Adolf Hitler—. ¿Qué más sabemos de cada uno? Gatopardo ha publicado un perfil de Petro y otro de Hernández.
Empecemos por la sorpresa: a sus 77 años, millonario por sus negocios como prestamista y constructor de vivienda para personas en situación de pobreza, con muy pocos cargos públicos y una trayectoria política casi nula, Rodolfo Hernández consiguió casi seis millones de votos en la primera vuelta de las elecciones. Su éxito se debe, en buena parte, a la viralidad de sus contenidos en redes sociales. Con seiscientos mil seguidores y 4.8 millones de “me gusta”, se autoproclamó “rey de TikTok”, donde sube videos descamisado, junto a una alberca, rodeado de modelos y con “bling-bling, como un reguetonero”, escribe Klarem Valoyes Gutiérrez en su perfil sobre él. En esa red social el candidato se presenta así: “Viejo pero sabroso”.
Sin embargo, su popularidad no garantiza que podría terminar su periodo como presidente, pues no acabó su gobierno ni como alcalde de Bucaramanga ni como concejal de Piedecuesta. Renunció a ambos cargos. Por si fuera poco, el candidato anticorrupción tiene una acusación por corrupción, en específico, por interés indebido en la celebración de contratos con la empresa Vitalogic, de los que su hijo, Luis Carlos, recibió una comisión de 1.5 millones de dólares. El 21 de julio de este año, haya ganado las elecciones o no, deberá acudir a una audiencia por este asunto. Se puede leer mucho más sobre Rodolfo Hernández y el equipo de campaña, integrado por milenials y centenials, que lo llevó a la celebridad viral y electoral en “Candidato a presidente de Colombia y ‘rey del Tiktok’”.
Si Rodolfo Hernández existe como candidato viable se debe también a su rival, Gustavo Petro, quien encarna como nadie el temor de una buena parte de los colombianos a la izquierda. Para otros, el tricontendiente —es la tercera vez que compite en las elecciones presidenciales de Colombia— es la esperanza de un país gobernado, como ya mencionamos, por la derecha durante dos décadas y que padece una desigualdad tan abismal que superarla, según el último reporte del Banco Mundial, le tomaría treinta años. Por ejemplo, a causa de la pandemia, 3.6 millones de personas cayeron en la pobreza, los ingresos del 10% de la población más rica son once veces mayores que los del 10% más pobre y los niños sin recursos reciben dos años y medio menos de educación en comparación con los más favorecidos.
La parte de Colombia que se ha manifestado en las calles durante los últimos tres años, una agitación que finalmente desembocó en el Paro Nacional de 2021, prefiere al candidato de izquierda, que fue “guerrillero y enlace clandestino del M-19, preso, torturado por el ejército nacional y, más tarde, un congresista que reveló la corrupción de varios políticos —incluso de sus copartidarios—, así como los lazos entre el narcotráfico y la clase política”, escribe el periodista Camilo Anaya en su perfil sobre él. Ahora el izquierdista es un hombre con cuatro décadas de trayectoria pública y hace mucho tiempo que moderó sus posturas: los primeros capítulos de su autobiografía, Una vida, muchas vidas (Planeta, 2021), se pueden leer como una apología de su paso por el M-19 y como un distanciamiento tajante de la ruta armada por la que tantos latinoamericanos, como él, optaron en el siglo pasado. Petro enfatiza que el M-19 no pretendía imponer el totalitarismo ni promovía el modelo soviético, sino que luchaba por la democracia en Colombia porque entonces, en los setenta y ochenta, el país era una "dictadura con corbata" (el gobierno declaraba Estado de sitio para suspender las garantías individuales). En esas circunstancias, según Petro, no existía una ruta pacífica para la democratización. De cualquier modo, el candidato subraya actualmente su vocación democrática y popular.
También se ha comprometido a hacer cambios profundos en Colombia, por ejemplo, terminar con la guerra que, como advierte Camilo Anaya, en su país son varias: la del crimen organizado, la del paramilitarismo —hay empresarios y políticos acusados de financiar y tener lazos con los grupos paramilitares, entre ellos, el actual presidente Duque— y otra más con las guerrillas de izquierda. Pasa el tiempo y el conflicto sigue restando vidas. En parte, porque el gobierno incumple los acuerdos de paz, firmados en 2016, con este saldo: 291 guerrilleros que abandonaron las armas, pensando que entrarían a un proceso de justicia transicional y que podrían participar legalmente en la política, han sido asesinados desde aquel año. El mismo Gustavo Petro que pretende acabar con una guerra prolongada por décadas ha sido amenazado de muerte en incontables ocasiones, incluso en estas elecciones, y ha tenido que hacer apariciones públicas con chaleco antibalas, una decena de guardaespaldas y sus escudos.
Además, el candidato ha hecho promesas muy grandes ante los colombianos. Él quiere un cambio completo. Por ejemplo, la transición a las energías limpias, el fin del extractivismo, hacer que las cuatro mil fortunas más abultadas del país paguen más impuestos, establecer la gratuidad de la educación pública superior, reformar las pensiones, descriminalizar a los productores rurales de droga y mucho más, tanto que sus críticos opinan que todo esto es irrealizable.
Pero que semejante transformación sea inverosímil no termina de paliar el miedo de otra buena parte del país, que se rehúsa a entregarle su apoyo y se ha sumado a la campaña sui géneris de Rodolfo Hernández. El temor de que los arrastre a un “infierno castrochavista” ya tiene un nombre, poco científico pero popular: la Petrofobia. Se puede saber más sobre este candidato en el perfil “Gustavo Petro: el miedo y la esperanza”, escrito por Camilo Anaya.
En su fórmula corre Francia Márquez, quien podría convertirse en la primera vicepresidenta afro de Colombia. Ella nació en La Toma, un territorio habitado por descendientes de esclavos africanos, cuyos recursos naturales defendió del extractivismo del gobierno y las empresas desde que era niña, en acciones colectivas con su familia y su comunidad. En 1993, por ejemplo, lograron frenar el desvío de un río mediante el primer ejercicio de consulta previa de una comunidad étnica. Luego, mientras estudiaba para convertirse en abogada, fue parte de una lucha jurídica contra el modelo de extracción minera y caminó más de quinientos kilómetros con ochenta mujeres en la Marcha de los Turbantes: juntas consiguieron que se retiraran doscientas retroexcavadoras dedicadas a la minería ilegal.
También Márquez ha sido amenazada constantemente por su oposición a los proyectos mineros y es una de tantas activistas desplazadas. Tuvo que huir de su hogar para refugiarse en Cali. En entrevista con Gatopardo, recuerda: “Este destierro que he vivido con mis hijos nos ha dañado [...] Si regresamos, mis hijos dicen: no quiero estar aquí, tengo miedo de que vengan por nosotros. Eso es el destierro: la imposibilidad de que la gente vuelva a pensarse en su territorio”. Sobre su vida, dice: “Soy de una región donde el conflicto armado ha afectado en términos históricos y de racismo. No nos llega el agua, pero nos llegan las balas”. Ella quiere que Colombia tenga un gobierno “que sepa lo que significa aguantar hambre o que una lideresa sea asesinada”. Por eso, desde la periferia y las mayorías, tomó una decisión: “Vamos para la presidencia, vamos a ocupar ese espacio que hemos cedido por muchos años”.
Pero su relación con Gustavo Petro ha sido ambivalente... En las elecciones presidenciales de 2018 lo apoyó, pero se mantuvo como candidata independiente. Entonces los petristas la criticaron porque, según ellos, la única forma de derrotar al uribismo en las urnas es creando una alianza fuerte. Esta vez se sumó a la fórmula del izquierdista, que ha sido duramente criticado por las feministas de Colombia por dos razones de peso: la primera, su postura sobre el “aborto cero” —Petro se declara a favor de su descriminalización, pero cree que el país debería apostar por la prevención del embarazo para que no haya ni un solo aborto—; la segunda es la inclusión en su alianza política y electoral de personajes de la derecha que se oponen a las causas de género y de la disidencia sexual, así como el desaire que le ha hecho a varias líderes feministas sumamente reconocidas en el país, entre ellas, Ángela Robledo. La posible vicepresidenta funciona como contrapeso de estos políticos y podría ganarle al candidato el voto del feminismo. Se puede saber más sobre las posturas contra el patriarcado, el racismo y la injusticia ambiental de su compañera en estas elecciones en el texto de la periodista Lina Vargas: “Francia Márquez podría ser la próxima vicepresidenta de Colombia”.
“Algo muy grave va a suceder en Colombia”, nos advierte el periodista Camilo Anaya, “se intuye en el desprecio de unos por otros” y en que ambos finalistas son señalados como “populistas”. Acerca del término, el politólogo Julio Ríos recomienda tener en mente la clasificación que hizo Nadia Urbinati, teórica de la política. Para que el “populismo” se configure se necesitan tres condiciones: i) un líder carismático, ii) que recurre al discurso del pueblo “bueno” contras las élites corruptas y iii) confunde la mayoría que lo apoya con la mayoría legítima. En estas elecciones, según Ríos, se configura un escenario populista, pero con Petro de izquierda y Hernández de derecha, aunque “el primero se ha moderado mucho en el tercer punto, sobre todo desde que Hernández pasó a la segunda vuelta”.
La encarnizada y polarizada contienda electoral que vemos este domingo se resume así: “El salvador del pueblo”, Gustavo Petro, se enfrenta cara a cara con Rodolfo Hernández, “el rey del TikTok”.
Nos mantendremos atentos...
¿Por qué estas elecciones presidenciales son tan importantes en Colombia?, ¿qué sabemos de los finalistas Gustavo Petro y Rodolfo Hernández?, ¿cuáles son los problemas acuciantes del país y qué propuestas tienen los candidatos para resolverlos? Un resumen informado sobre esta contienda.
Ahora mismo la gente de Colombia está en las urnas, votando para decidir quién será el próximo presidente de su país. Gane quien gane, serán unas elecciones verdaderamente históricas, pues ninguno de los dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta pertenece al grupo del expresidente Álvaro Uribe, cuya corriente ha predominado durante veinte años, desde que él tomó posesión en 2002. El contendiente más cercano a este bando, Federico Gutiérrez, quedó en tercer lugar en la primera vuelta y, por ello, fue descartado de participar en la ronda final, por lo que Iván Duque será el último presidente del “uribismo”.
Así, Colombia hoy está en vilo: el veterano de la izquierda, Gustavo Petro, se encuentra en empate técnico con Rodolfo Hernández, el outsider sin más plataforma que la lucha contra la corrupción y muchos escándalos de los que se excusa calificándolos de lapsus —como cuando dijo admirar al “gran pensador” Adolf Hitler—. ¿Qué más sabemos de cada uno? Gatopardo ha publicado un perfil de Petro y otro de Hernández.
Empecemos por la sorpresa: a sus 77 años, millonario por sus negocios como prestamista y constructor de vivienda para personas en situación de pobreza, con muy pocos cargos públicos y una trayectoria política casi nula, Rodolfo Hernández consiguió casi seis millones de votos en la primera vuelta de las elecciones. Su éxito se debe, en buena parte, a la viralidad de sus contenidos en redes sociales. Con seiscientos mil seguidores y 4.8 millones de “me gusta”, se autoproclamó “rey de TikTok”, donde sube videos descamisado, junto a una alberca, rodeado de modelos y con “bling-bling, como un reguetonero”, escribe Klarem Valoyes Gutiérrez en su perfil sobre él. En esa red social el candidato se presenta así: “Viejo pero sabroso”.
Sin embargo, su popularidad no garantiza que podría terminar su periodo como presidente, pues no acabó su gobierno ni como alcalde de Bucaramanga ni como concejal de Piedecuesta. Renunció a ambos cargos. Por si fuera poco, el candidato anticorrupción tiene una acusación por corrupción, en específico, por interés indebido en la celebración de contratos con la empresa Vitalogic, de los que su hijo, Luis Carlos, recibió una comisión de 1.5 millones de dólares. El 21 de julio de este año, haya ganado las elecciones o no, deberá acudir a una audiencia por este asunto. Se puede leer mucho más sobre Rodolfo Hernández y el equipo de campaña, integrado por milenials y centenials, que lo llevó a la celebridad viral y electoral en “Candidato a presidente de Colombia y ‘rey del Tiktok’”.
Si Rodolfo Hernández existe como candidato viable se debe también a su rival, Gustavo Petro, quien encarna como nadie el temor de una buena parte de los colombianos a la izquierda. Para otros, el tricontendiente —es la tercera vez que compite en las elecciones presidenciales de Colombia— es la esperanza de un país gobernado, como ya mencionamos, por la derecha durante dos décadas y que padece una desigualdad tan abismal que superarla, según el último reporte del Banco Mundial, le tomaría treinta años. Por ejemplo, a causa de la pandemia, 3.6 millones de personas cayeron en la pobreza, los ingresos del 10% de la población más rica son once veces mayores que los del 10% más pobre y los niños sin recursos reciben dos años y medio menos de educación en comparación con los más favorecidos.
La parte de Colombia que se ha manifestado en las calles durante los últimos tres años, una agitación que finalmente desembocó en el Paro Nacional de 2021, prefiere al candidato de izquierda, que fue “guerrillero y enlace clandestino del M-19, preso, torturado por el ejército nacional y, más tarde, un congresista que reveló la corrupción de varios políticos —incluso de sus copartidarios—, así como los lazos entre el narcotráfico y la clase política”, escribe el periodista Camilo Anaya en su perfil sobre él. Ahora el izquierdista es un hombre con cuatro décadas de trayectoria pública y hace mucho tiempo que moderó sus posturas: los primeros capítulos de su autobiografía, Una vida, muchas vidas (Planeta, 2021), se pueden leer como una apología de su paso por el M-19 y como un distanciamiento tajante de la ruta armada por la que tantos latinoamericanos, como él, optaron en el siglo pasado. Petro enfatiza que el M-19 no pretendía imponer el totalitarismo ni promovía el modelo soviético, sino que luchaba por la democracia en Colombia porque entonces, en los setenta y ochenta, el país era una "dictadura con corbata" (el gobierno declaraba Estado de sitio para suspender las garantías individuales). En esas circunstancias, según Petro, no existía una ruta pacífica para la democratización. De cualquier modo, el candidato subraya actualmente su vocación democrática y popular.
También se ha comprometido a hacer cambios profundos en Colombia, por ejemplo, terminar con la guerra que, como advierte Camilo Anaya, en su país son varias: la del crimen organizado, la del paramilitarismo —hay empresarios y políticos acusados de financiar y tener lazos con los grupos paramilitares, entre ellos, el actual presidente Duque— y otra más con las guerrillas de izquierda. Pasa el tiempo y el conflicto sigue restando vidas. En parte, porque el gobierno incumple los acuerdos de paz, firmados en 2016, con este saldo: 291 guerrilleros que abandonaron las armas, pensando que entrarían a un proceso de justicia transicional y que podrían participar legalmente en la política, han sido asesinados desde aquel año. El mismo Gustavo Petro que pretende acabar con una guerra prolongada por décadas ha sido amenazado de muerte en incontables ocasiones, incluso en estas elecciones, y ha tenido que hacer apariciones públicas con chaleco antibalas, una decena de guardaespaldas y sus escudos.
Además, el candidato ha hecho promesas muy grandes ante los colombianos. Él quiere un cambio completo. Por ejemplo, la transición a las energías limpias, el fin del extractivismo, hacer que las cuatro mil fortunas más abultadas del país paguen más impuestos, establecer la gratuidad de la educación pública superior, reformar las pensiones, descriminalizar a los productores rurales de droga y mucho más, tanto que sus críticos opinan que todo esto es irrealizable.
Pero que semejante transformación sea inverosímil no termina de paliar el miedo de otra buena parte del país, que se rehúsa a entregarle su apoyo y se ha sumado a la campaña sui géneris de Rodolfo Hernández. El temor de que los arrastre a un “infierno castrochavista” ya tiene un nombre, poco científico pero popular: la Petrofobia. Se puede saber más sobre este candidato en el perfil “Gustavo Petro: el miedo y la esperanza”, escrito por Camilo Anaya.
En su fórmula corre Francia Márquez, quien podría convertirse en la primera vicepresidenta afro de Colombia. Ella nació en La Toma, un territorio habitado por descendientes de esclavos africanos, cuyos recursos naturales defendió del extractivismo del gobierno y las empresas desde que era niña, en acciones colectivas con su familia y su comunidad. En 1993, por ejemplo, lograron frenar el desvío de un río mediante el primer ejercicio de consulta previa de una comunidad étnica. Luego, mientras estudiaba para convertirse en abogada, fue parte de una lucha jurídica contra el modelo de extracción minera y caminó más de quinientos kilómetros con ochenta mujeres en la Marcha de los Turbantes: juntas consiguieron que se retiraran doscientas retroexcavadoras dedicadas a la minería ilegal.
También Márquez ha sido amenazada constantemente por su oposición a los proyectos mineros y es una de tantas activistas desplazadas. Tuvo que huir de su hogar para refugiarse en Cali. En entrevista con Gatopardo, recuerda: “Este destierro que he vivido con mis hijos nos ha dañado [...] Si regresamos, mis hijos dicen: no quiero estar aquí, tengo miedo de que vengan por nosotros. Eso es el destierro: la imposibilidad de que la gente vuelva a pensarse en su territorio”. Sobre su vida, dice: “Soy de una región donde el conflicto armado ha afectado en términos históricos y de racismo. No nos llega el agua, pero nos llegan las balas”. Ella quiere que Colombia tenga un gobierno “que sepa lo que significa aguantar hambre o que una lideresa sea asesinada”. Por eso, desde la periferia y las mayorías, tomó una decisión: “Vamos para la presidencia, vamos a ocupar ese espacio que hemos cedido por muchos años”.
Pero su relación con Gustavo Petro ha sido ambivalente... En las elecciones presidenciales de 2018 lo apoyó, pero se mantuvo como candidata independiente. Entonces los petristas la criticaron porque, según ellos, la única forma de derrotar al uribismo en las urnas es creando una alianza fuerte. Esta vez se sumó a la fórmula del izquierdista, que ha sido duramente criticado por las feministas de Colombia por dos razones de peso: la primera, su postura sobre el “aborto cero” —Petro se declara a favor de su descriminalización, pero cree que el país debería apostar por la prevención del embarazo para que no haya ni un solo aborto—; la segunda es la inclusión en su alianza política y electoral de personajes de la derecha que se oponen a las causas de género y de la disidencia sexual, así como el desaire que le ha hecho a varias líderes feministas sumamente reconocidas en el país, entre ellas, Ángela Robledo. La posible vicepresidenta funciona como contrapeso de estos políticos y podría ganarle al candidato el voto del feminismo. Se puede saber más sobre las posturas contra el patriarcado, el racismo y la injusticia ambiental de su compañera en estas elecciones en el texto de la periodista Lina Vargas: “Francia Márquez podría ser la próxima vicepresidenta de Colombia”.
“Algo muy grave va a suceder en Colombia”, nos advierte el periodista Camilo Anaya, “se intuye en el desprecio de unos por otros” y en que ambos finalistas son señalados como “populistas”. Acerca del término, el politólogo Julio Ríos recomienda tener en mente la clasificación que hizo Nadia Urbinati, teórica de la política. Para que el “populismo” se configure se necesitan tres condiciones: i) un líder carismático, ii) que recurre al discurso del pueblo “bueno” contras las élites corruptas y iii) confunde la mayoría que lo apoya con la mayoría legítima. En estas elecciones, según Ríos, se configura un escenario populista, pero con Petro de izquierda y Hernández de derecha, aunque “el primero se ha moderado mucho en el tercer punto, sobre todo desde que Hernández pasó a la segunda vuelta”.
La encarnizada y polarizada contienda electoral que vemos este domingo se resume así: “El salvador del pueblo”, Gustavo Petro, se enfrenta cara a cara con Rodolfo Hernández, “el rey del TikTok”.
Nos mantendremos atentos...
¿Por qué estas elecciones presidenciales son tan importantes en Colombia?, ¿qué sabemos de los finalistas Gustavo Petro y Rodolfo Hernández?, ¿cuáles son los problemas acuciantes del país y qué propuestas tienen los candidatos para resolverlos? Un resumen informado sobre esta contienda.
Ahora mismo la gente de Colombia está en las urnas, votando para decidir quién será el próximo presidente de su país. Gane quien gane, serán unas elecciones verdaderamente históricas, pues ninguno de los dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta pertenece al grupo del expresidente Álvaro Uribe, cuya corriente ha predominado durante veinte años, desde que él tomó posesión en 2002. El contendiente más cercano a este bando, Federico Gutiérrez, quedó en tercer lugar en la primera vuelta y, por ello, fue descartado de participar en la ronda final, por lo que Iván Duque será el último presidente del “uribismo”.
Así, Colombia hoy está en vilo: el veterano de la izquierda, Gustavo Petro, se encuentra en empate técnico con Rodolfo Hernández, el outsider sin más plataforma que la lucha contra la corrupción y muchos escándalos de los que se excusa calificándolos de lapsus —como cuando dijo admirar al “gran pensador” Adolf Hitler—. ¿Qué más sabemos de cada uno? Gatopardo ha publicado un perfil de Petro y otro de Hernández.
Empecemos por la sorpresa: a sus 77 años, millonario por sus negocios como prestamista y constructor de vivienda para personas en situación de pobreza, con muy pocos cargos públicos y una trayectoria política casi nula, Rodolfo Hernández consiguió casi seis millones de votos en la primera vuelta de las elecciones. Su éxito se debe, en buena parte, a la viralidad de sus contenidos en redes sociales. Con seiscientos mil seguidores y 4.8 millones de “me gusta”, se autoproclamó “rey de TikTok”, donde sube videos descamisado, junto a una alberca, rodeado de modelos y con “bling-bling, como un reguetonero”, escribe Klarem Valoyes Gutiérrez en su perfil sobre él. En esa red social el candidato se presenta así: “Viejo pero sabroso”.
Sin embargo, su popularidad no garantiza que podría terminar su periodo como presidente, pues no acabó su gobierno ni como alcalde de Bucaramanga ni como concejal de Piedecuesta. Renunció a ambos cargos. Por si fuera poco, el candidato anticorrupción tiene una acusación por corrupción, en específico, por interés indebido en la celebración de contratos con la empresa Vitalogic, de los que su hijo, Luis Carlos, recibió una comisión de 1.5 millones de dólares. El 21 de julio de este año, haya ganado las elecciones o no, deberá acudir a una audiencia por este asunto. Se puede leer mucho más sobre Rodolfo Hernández y el equipo de campaña, integrado por milenials y centenials, que lo llevó a la celebridad viral y electoral en “Candidato a presidente de Colombia y ‘rey del Tiktok’”.
Si Rodolfo Hernández existe como candidato viable se debe también a su rival, Gustavo Petro, quien encarna como nadie el temor de una buena parte de los colombianos a la izquierda. Para otros, el tricontendiente —es la tercera vez que compite en las elecciones presidenciales de Colombia— es la esperanza de un país gobernado, como ya mencionamos, por la derecha durante dos décadas y que padece una desigualdad tan abismal que superarla, según el último reporte del Banco Mundial, le tomaría treinta años. Por ejemplo, a causa de la pandemia, 3.6 millones de personas cayeron en la pobreza, los ingresos del 10% de la población más rica son once veces mayores que los del 10% más pobre y los niños sin recursos reciben dos años y medio menos de educación en comparación con los más favorecidos.
La parte de Colombia que se ha manifestado en las calles durante los últimos tres años, una agitación que finalmente desembocó en el Paro Nacional de 2021, prefiere al candidato de izquierda, que fue “guerrillero y enlace clandestino del M-19, preso, torturado por el ejército nacional y, más tarde, un congresista que reveló la corrupción de varios políticos —incluso de sus copartidarios—, así como los lazos entre el narcotráfico y la clase política”, escribe el periodista Camilo Anaya en su perfil sobre él. Ahora el izquierdista es un hombre con cuatro décadas de trayectoria pública y hace mucho tiempo que moderó sus posturas: los primeros capítulos de su autobiografía, Una vida, muchas vidas (Planeta, 2021), se pueden leer como una apología de su paso por el M-19 y como un distanciamiento tajante de la ruta armada por la que tantos latinoamericanos, como él, optaron en el siglo pasado. Petro enfatiza que el M-19 no pretendía imponer el totalitarismo ni promovía el modelo soviético, sino que luchaba por la democracia en Colombia porque entonces, en los setenta y ochenta, el país era una "dictadura con corbata" (el gobierno declaraba Estado de sitio para suspender las garantías individuales). En esas circunstancias, según Petro, no existía una ruta pacífica para la democratización. De cualquier modo, el candidato subraya actualmente su vocación democrática y popular.
También se ha comprometido a hacer cambios profundos en Colombia, por ejemplo, terminar con la guerra que, como advierte Camilo Anaya, en su país son varias: la del crimen organizado, la del paramilitarismo —hay empresarios y políticos acusados de financiar y tener lazos con los grupos paramilitares, entre ellos, el actual presidente Duque— y otra más con las guerrillas de izquierda. Pasa el tiempo y el conflicto sigue restando vidas. En parte, porque el gobierno incumple los acuerdos de paz, firmados en 2016, con este saldo: 291 guerrilleros que abandonaron las armas, pensando que entrarían a un proceso de justicia transicional y que podrían participar legalmente en la política, han sido asesinados desde aquel año. El mismo Gustavo Petro que pretende acabar con una guerra prolongada por décadas ha sido amenazado de muerte en incontables ocasiones, incluso en estas elecciones, y ha tenido que hacer apariciones públicas con chaleco antibalas, una decena de guardaespaldas y sus escudos.
Además, el candidato ha hecho promesas muy grandes ante los colombianos. Él quiere un cambio completo. Por ejemplo, la transición a las energías limpias, el fin del extractivismo, hacer que las cuatro mil fortunas más abultadas del país paguen más impuestos, establecer la gratuidad de la educación pública superior, reformar las pensiones, descriminalizar a los productores rurales de droga y mucho más, tanto que sus críticos opinan que todo esto es irrealizable.
Pero que semejante transformación sea inverosímil no termina de paliar el miedo de otra buena parte del país, que se rehúsa a entregarle su apoyo y se ha sumado a la campaña sui géneris de Rodolfo Hernández. El temor de que los arrastre a un “infierno castrochavista” ya tiene un nombre, poco científico pero popular: la Petrofobia. Se puede saber más sobre este candidato en el perfil “Gustavo Petro: el miedo y la esperanza”, escrito por Camilo Anaya.
En su fórmula corre Francia Márquez, quien podría convertirse en la primera vicepresidenta afro de Colombia. Ella nació en La Toma, un territorio habitado por descendientes de esclavos africanos, cuyos recursos naturales defendió del extractivismo del gobierno y las empresas desde que era niña, en acciones colectivas con su familia y su comunidad. En 1993, por ejemplo, lograron frenar el desvío de un río mediante el primer ejercicio de consulta previa de una comunidad étnica. Luego, mientras estudiaba para convertirse en abogada, fue parte de una lucha jurídica contra el modelo de extracción minera y caminó más de quinientos kilómetros con ochenta mujeres en la Marcha de los Turbantes: juntas consiguieron que se retiraran doscientas retroexcavadoras dedicadas a la minería ilegal.
También Márquez ha sido amenazada constantemente por su oposición a los proyectos mineros y es una de tantas activistas desplazadas. Tuvo que huir de su hogar para refugiarse en Cali. En entrevista con Gatopardo, recuerda: “Este destierro que he vivido con mis hijos nos ha dañado [...] Si regresamos, mis hijos dicen: no quiero estar aquí, tengo miedo de que vengan por nosotros. Eso es el destierro: la imposibilidad de que la gente vuelva a pensarse en su territorio”. Sobre su vida, dice: “Soy de una región donde el conflicto armado ha afectado en términos históricos y de racismo. No nos llega el agua, pero nos llegan las balas”. Ella quiere que Colombia tenga un gobierno “que sepa lo que significa aguantar hambre o que una lideresa sea asesinada”. Por eso, desde la periferia y las mayorías, tomó una decisión: “Vamos para la presidencia, vamos a ocupar ese espacio que hemos cedido por muchos años”.
Pero su relación con Gustavo Petro ha sido ambivalente... En las elecciones presidenciales de 2018 lo apoyó, pero se mantuvo como candidata independiente. Entonces los petristas la criticaron porque, según ellos, la única forma de derrotar al uribismo en las urnas es creando una alianza fuerte. Esta vez se sumó a la fórmula del izquierdista, que ha sido duramente criticado por las feministas de Colombia por dos razones de peso: la primera, su postura sobre el “aborto cero” —Petro se declara a favor de su descriminalización, pero cree que el país debería apostar por la prevención del embarazo para que no haya ni un solo aborto—; la segunda es la inclusión en su alianza política y electoral de personajes de la derecha que se oponen a las causas de género y de la disidencia sexual, así como el desaire que le ha hecho a varias líderes feministas sumamente reconocidas en el país, entre ellas, Ángela Robledo. La posible vicepresidenta funciona como contrapeso de estos políticos y podría ganarle al candidato el voto del feminismo. Se puede saber más sobre las posturas contra el patriarcado, el racismo y la injusticia ambiental de su compañera en estas elecciones en el texto de la periodista Lina Vargas: “Francia Márquez podría ser la próxima vicepresidenta de Colombia”.
“Algo muy grave va a suceder en Colombia”, nos advierte el periodista Camilo Anaya, “se intuye en el desprecio de unos por otros” y en que ambos finalistas son señalados como “populistas”. Acerca del término, el politólogo Julio Ríos recomienda tener en mente la clasificación que hizo Nadia Urbinati, teórica de la política. Para que el “populismo” se configure se necesitan tres condiciones: i) un líder carismático, ii) que recurre al discurso del pueblo “bueno” contras las élites corruptas y iii) confunde la mayoría que lo apoya con la mayoría legítima. En estas elecciones, según Ríos, se configura un escenario populista, pero con Petro de izquierda y Hernández de derecha, aunque “el primero se ha moderado mucho en el tercer punto, sobre todo desde que Hernández pasó a la segunda vuelta”.
La encarnizada y polarizada contienda electoral que vemos este domingo se resume así: “El salvador del pueblo”, Gustavo Petro, se enfrenta cara a cara con Rodolfo Hernández, “el rey del TikTok”.
Nos mantendremos atentos...
¿Por qué estas elecciones presidenciales son tan importantes en Colombia?, ¿qué sabemos de los finalistas Gustavo Petro y Rodolfo Hernández?, ¿cuáles son los problemas acuciantes del país y qué propuestas tienen los candidatos para resolverlos? Un resumen informado sobre esta contienda.
Ahora mismo la gente de Colombia está en las urnas, votando para decidir quién será el próximo presidente de su país. Gane quien gane, serán unas elecciones verdaderamente históricas, pues ninguno de los dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta pertenece al grupo del expresidente Álvaro Uribe, cuya corriente ha predominado durante veinte años, desde que él tomó posesión en 2002. El contendiente más cercano a este bando, Federico Gutiérrez, quedó en tercer lugar en la primera vuelta y, por ello, fue descartado de participar en la ronda final, por lo que Iván Duque será el último presidente del “uribismo”.
Así, Colombia hoy está en vilo: el veterano de la izquierda, Gustavo Petro, se encuentra en empate técnico con Rodolfo Hernández, el outsider sin más plataforma que la lucha contra la corrupción y muchos escándalos de los que se excusa calificándolos de lapsus —como cuando dijo admirar al “gran pensador” Adolf Hitler—. ¿Qué más sabemos de cada uno? Gatopardo ha publicado un perfil de Petro y otro de Hernández.
Empecemos por la sorpresa: a sus 77 años, millonario por sus negocios como prestamista y constructor de vivienda para personas en situación de pobreza, con muy pocos cargos públicos y una trayectoria política casi nula, Rodolfo Hernández consiguió casi seis millones de votos en la primera vuelta de las elecciones. Su éxito se debe, en buena parte, a la viralidad de sus contenidos en redes sociales. Con seiscientos mil seguidores y 4.8 millones de “me gusta”, se autoproclamó “rey de TikTok”, donde sube videos descamisado, junto a una alberca, rodeado de modelos y con “bling-bling, como un reguetonero”, escribe Klarem Valoyes Gutiérrez en su perfil sobre él. En esa red social el candidato se presenta así: “Viejo pero sabroso”.
Sin embargo, su popularidad no garantiza que podría terminar su periodo como presidente, pues no acabó su gobierno ni como alcalde de Bucaramanga ni como concejal de Piedecuesta. Renunció a ambos cargos. Por si fuera poco, el candidato anticorrupción tiene una acusación por corrupción, en específico, por interés indebido en la celebración de contratos con la empresa Vitalogic, de los que su hijo, Luis Carlos, recibió una comisión de 1.5 millones de dólares. El 21 de julio de este año, haya ganado las elecciones o no, deberá acudir a una audiencia por este asunto. Se puede leer mucho más sobre Rodolfo Hernández y el equipo de campaña, integrado por milenials y centenials, que lo llevó a la celebridad viral y electoral en “Candidato a presidente de Colombia y ‘rey del Tiktok’”.
Si Rodolfo Hernández existe como candidato viable se debe también a su rival, Gustavo Petro, quien encarna como nadie el temor de una buena parte de los colombianos a la izquierda. Para otros, el tricontendiente —es la tercera vez que compite en las elecciones presidenciales de Colombia— es la esperanza de un país gobernado, como ya mencionamos, por la derecha durante dos décadas y que padece una desigualdad tan abismal que superarla, según el último reporte del Banco Mundial, le tomaría treinta años. Por ejemplo, a causa de la pandemia, 3.6 millones de personas cayeron en la pobreza, los ingresos del 10% de la población más rica son once veces mayores que los del 10% más pobre y los niños sin recursos reciben dos años y medio menos de educación en comparación con los más favorecidos.
La parte de Colombia que se ha manifestado en las calles durante los últimos tres años, una agitación que finalmente desembocó en el Paro Nacional de 2021, prefiere al candidato de izquierda, que fue “guerrillero y enlace clandestino del M-19, preso, torturado por el ejército nacional y, más tarde, un congresista que reveló la corrupción de varios políticos —incluso de sus copartidarios—, así como los lazos entre el narcotráfico y la clase política”, escribe el periodista Camilo Anaya en su perfil sobre él. Ahora el izquierdista es un hombre con cuatro décadas de trayectoria pública y hace mucho tiempo que moderó sus posturas: los primeros capítulos de su autobiografía, Una vida, muchas vidas (Planeta, 2021), se pueden leer como una apología de su paso por el M-19 y como un distanciamiento tajante de la ruta armada por la que tantos latinoamericanos, como él, optaron en el siglo pasado. Petro enfatiza que el M-19 no pretendía imponer el totalitarismo ni promovía el modelo soviético, sino que luchaba por la democracia en Colombia porque entonces, en los setenta y ochenta, el país era una "dictadura con corbata" (el gobierno declaraba Estado de sitio para suspender las garantías individuales). En esas circunstancias, según Petro, no existía una ruta pacífica para la democratización. De cualquier modo, el candidato subraya actualmente su vocación democrática y popular.
También se ha comprometido a hacer cambios profundos en Colombia, por ejemplo, terminar con la guerra que, como advierte Camilo Anaya, en su país son varias: la del crimen organizado, la del paramilitarismo —hay empresarios y políticos acusados de financiar y tener lazos con los grupos paramilitares, entre ellos, el actual presidente Duque— y otra más con las guerrillas de izquierda. Pasa el tiempo y el conflicto sigue restando vidas. En parte, porque el gobierno incumple los acuerdos de paz, firmados en 2016, con este saldo: 291 guerrilleros que abandonaron las armas, pensando que entrarían a un proceso de justicia transicional y que podrían participar legalmente en la política, han sido asesinados desde aquel año. El mismo Gustavo Petro que pretende acabar con una guerra prolongada por décadas ha sido amenazado de muerte en incontables ocasiones, incluso en estas elecciones, y ha tenido que hacer apariciones públicas con chaleco antibalas, una decena de guardaespaldas y sus escudos.
Además, el candidato ha hecho promesas muy grandes ante los colombianos. Él quiere un cambio completo. Por ejemplo, la transición a las energías limpias, el fin del extractivismo, hacer que las cuatro mil fortunas más abultadas del país paguen más impuestos, establecer la gratuidad de la educación pública superior, reformar las pensiones, descriminalizar a los productores rurales de droga y mucho más, tanto que sus críticos opinan que todo esto es irrealizable.
Pero que semejante transformación sea inverosímil no termina de paliar el miedo de otra buena parte del país, que se rehúsa a entregarle su apoyo y se ha sumado a la campaña sui géneris de Rodolfo Hernández. El temor de que los arrastre a un “infierno castrochavista” ya tiene un nombre, poco científico pero popular: la Petrofobia. Se puede saber más sobre este candidato en el perfil “Gustavo Petro: el miedo y la esperanza”, escrito por Camilo Anaya.
En su fórmula corre Francia Márquez, quien podría convertirse en la primera vicepresidenta afro de Colombia. Ella nació en La Toma, un territorio habitado por descendientes de esclavos africanos, cuyos recursos naturales defendió del extractivismo del gobierno y las empresas desde que era niña, en acciones colectivas con su familia y su comunidad. En 1993, por ejemplo, lograron frenar el desvío de un río mediante el primer ejercicio de consulta previa de una comunidad étnica. Luego, mientras estudiaba para convertirse en abogada, fue parte de una lucha jurídica contra el modelo de extracción minera y caminó más de quinientos kilómetros con ochenta mujeres en la Marcha de los Turbantes: juntas consiguieron que se retiraran doscientas retroexcavadoras dedicadas a la minería ilegal.
También Márquez ha sido amenazada constantemente por su oposición a los proyectos mineros y es una de tantas activistas desplazadas. Tuvo que huir de su hogar para refugiarse en Cali. En entrevista con Gatopardo, recuerda: “Este destierro que he vivido con mis hijos nos ha dañado [...] Si regresamos, mis hijos dicen: no quiero estar aquí, tengo miedo de que vengan por nosotros. Eso es el destierro: la imposibilidad de que la gente vuelva a pensarse en su territorio”. Sobre su vida, dice: “Soy de una región donde el conflicto armado ha afectado en términos históricos y de racismo. No nos llega el agua, pero nos llegan las balas”. Ella quiere que Colombia tenga un gobierno “que sepa lo que significa aguantar hambre o que una lideresa sea asesinada”. Por eso, desde la periferia y las mayorías, tomó una decisión: “Vamos para la presidencia, vamos a ocupar ese espacio que hemos cedido por muchos años”.
Pero su relación con Gustavo Petro ha sido ambivalente... En las elecciones presidenciales de 2018 lo apoyó, pero se mantuvo como candidata independiente. Entonces los petristas la criticaron porque, según ellos, la única forma de derrotar al uribismo en las urnas es creando una alianza fuerte. Esta vez se sumó a la fórmula del izquierdista, que ha sido duramente criticado por las feministas de Colombia por dos razones de peso: la primera, su postura sobre el “aborto cero” —Petro se declara a favor de su descriminalización, pero cree que el país debería apostar por la prevención del embarazo para que no haya ni un solo aborto—; la segunda es la inclusión en su alianza política y electoral de personajes de la derecha que se oponen a las causas de género y de la disidencia sexual, así como el desaire que le ha hecho a varias líderes feministas sumamente reconocidas en el país, entre ellas, Ángela Robledo. La posible vicepresidenta funciona como contrapeso de estos políticos y podría ganarle al candidato el voto del feminismo. Se puede saber más sobre las posturas contra el patriarcado, el racismo y la injusticia ambiental de su compañera en estas elecciones en el texto de la periodista Lina Vargas: “Francia Márquez podría ser la próxima vicepresidenta de Colombia”.
“Algo muy grave va a suceder en Colombia”, nos advierte el periodista Camilo Anaya, “se intuye en el desprecio de unos por otros” y en que ambos finalistas son señalados como “populistas”. Acerca del término, el politólogo Julio Ríos recomienda tener en mente la clasificación que hizo Nadia Urbinati, teórica de la política. Para que el “populismo” se configure se necesitan tres condiciones: i) un líder carismático, ii) que recurre al discurso del pueblo “bueno” contras las élites corruptas y iii) confunde la mayoría que lo apoya con la mayoría legítima. En estas elecciones, según Ríos, se configura un escenario populista, pero con Petro de izquierda y Hernández de derecha, aunque “el primero se ha moderado mucho en el tercer punto, sobre todo desde que Hernández pasó a la segunda vuelta”.
La encarnizada y polarizada contienda electoral que vemos este domingo se resume así: “El salvador del pueblo”, Gustavo Petro, se enfrenta cara a cara con Rodolfo Hernández, “el rey del TikTok”.
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