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Día 2: El poder de las historias reales

Día 2: El poder de las historias reales

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Fotografía de
Realización de
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Traducción de
29
.
05
.
18
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Tiempo de Lectura: 00 min

El poder de las historias reales es evidente entre el público del Hay Festival y contrasta con la actitud soberbia de los poderosos que retara el mismo Michael Wolff en su libro Fuego y Furia.

Hay on Wye es una pequeña ciudad de dos mil habitantes en la campiña galesa, que se hizo famosa en la segunda mitad del siglo XX por ser la ciudad del mundo con más librerías por habitante. Es la sede original del Hay Festival, un encuentro cultural que surgió en 1988 y desde entonces se ha extendido a varios países del mundo. Ahí se reúnen todos los años escritores, políticos, científicos, músicos y artistas para hablarle de viva voz a su audiencia. Desde allá, Felipe Restrepo, nuestro Director Editorial escribe este blog.

¿En algún momento pensaste que los asesores de Trump sospechaban de tu presencia en la Casa Blanca?— Creo que sobrestimas a estas personas, ellos no pensaban en eso.— Pero debe haber alguien ahí lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que no es la mejor idea del mundo tener a un periodista husmeando…— El asunto es que quienes trabajan en el gobierno no se sienten amenazados por los escritores: para ellos somos personas sin poder.[caption id="attachment_211561" align="aligncenter" width="725"]

cronica Hay Festival día 2, int1

Fotografía: Casa de América[/caption]Es domingo en la tarde y no cabe una persona más en el Tata Tent, el escenario más grande del Hay Festival. El ambiente es vibrante. El público empieza a llegar antes de las 5 de la tarde, 40 minutos antes del inicio de la charla entre Michael Wolff, periodista neoyorquino, y Dylan Jones, director de la edición británica de la revista GQ. Wolff es —como si alguien no lo supiera ya— el autor de Fire and Fury, el libro que enfureció al presidente de los Estados Unidos.Wolff, un controvertido cronista, conoció a DonaldTrump hace veinte años. Entonces empezó a interesarse en este personaje: un hombre que estaba presente en todas las fiestas que se organizaban en Manhattan. Cuando el magnate logró la nominación como candidato del partido republicano, Wolff decidió que quería escribir un libro sobre él. Contactó entonces a Steve Bannon, el controvertido asesor, quien le abrió las puertas a la excéntrica campaña que terminó con el triunfo en las elecciones.— ¿Cómo lograste que alguien tan elusivo como Bannon te diera acceso?— Sólo le pedí que me dejara ir a la Casa Blanca. Un día llegué, fui hacia la portería, me registré. Desde entonces obtuve acceso total. Te sorprendería ver lo poco custodiada que son las oficinas ahí.— ¿El equipo de Trump te podía hablar?— Poco a poco me convertí en alguien que estaba ahí. Durante siete meses fui todos los días a la Casa Blanca. Me volví parte del paisaje y la gente empezó a hablar conmigo sin ningún filtro.Cada vez que Wolff cuenta una de sus anécdotas el público estalla en carcajadas. O escucha hipnotizado a las historias alucinantes. Hay que decir que su autosuficiencia es sofocante pero que es un gran narrador. Acude, varias veces, al recurso fácil de llamar a Trump “idiota” o “ignorante”. Al final de la charla, la gente se pelea por hacer preguntas. Todos necesitan saber más: no les basta una hora de chismes. El poder de las historias reales es evidente entre el público del Hay y contrasta con la actitud soberbia de los poderosos que retara el mismo Wolff.— ¿Qué te decía Trump cuando le hablabas de tu trabajo?— Apenas le dije que estaba escribiendo un libro perdió el interés en mí.

***

Unas horas antes de la charla entre Wolff y Jones, llegué a una pequeña sala en el costado opuesto del enorme auditorio. A pesar del aguacero que empezó a caer en la madrugada y que alcanzó su mayor intensidad hacia las 11 de la mañana, me encontré con gente que ya estaba formada. Estaban en fila esperando escuchar mi charla sobre periodismo en áreas de conflicto. En medio de la humedad, del viento helado y de la tormenta, una treintena de personas esperaba pacientemente. Yo estaba empapado, así que subí al escenario descalzo y envuelto en una toalla.Lo que parecía, en principio, un evento fallido se transformó en una charla entrañable. Después de la presentación por parte de Cristina Fuentes, directora internacional del Hay Festival, proyecté un documental sobre desapariciones forzadas en México. Esta pieza audiovisual hace parte de una serie que producimos en Gatopardo, la revista en la cual soy director. Se trata de cinco capítulos que abordan los problemas fundamentales del país antes de las elecciones presidenciales del 1ero de julio: desaparición forzada, violencia de genero, pobreza, libertades individuales y migración.



Luego leí fragmentos de The Sorrows of Mexico, un libro que edité hace unos años y que fue publicado en el Reino Unido. En él, siete grandes cronistas mexicanos narran en primera persona sus experiencias reporteando en su país. Sus textos son conmovedores y, a medida que avanzaba en la lectura, sentía la intensidad de la mirada del público. Al final, las preguntas cayeron con más fuerza que la lluvia que golpeaba la carpa donde estábamos. ¿Quién protege a los periodistas en zonas donde el estado no tiene presencia?, ¿quién financia el periodismo independiente y de denuncia?, ¿hasta qué punto los periodistas deben ser activistas?, ¿es un narcotraficante una fuente válida para una historia.No tengo, por supuesto, las respuestas a estas interesantes preguntas. Pero me siento afortunado de ver la sensibilidad del público en Gales, su genuino interés en una realidad que ocurre a miles de kilómetros de su vida diaria. Me siento afortunado de poder viajar y hablar del trabajo que hacen los periodistas latinoamericanos. No me interesa jugar al papel de la víctima: sólo quiero mostrar las condiciones nefastas en las que se ejerce mi oficio en algunas zonas y los ataques constantes de los poderes de facto en contra de la libertad de prensa.Al final de mi charla se acercaron varias personas con más preguntas y con propuestas para mejorar la situación. Aprecié mucho ese gesto. Y pensé, de nuevo, en la necesidad de narrar lo que ocurre en el mundo.

* * *

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El poder de las historias reales es evidente entre el público del Hay Festival y contrasta con la actitud soberbia de los poderosos que retara el mismo Michael Wolff en su libro Fuego y Furia.

Hay on Wye es una pequeña ciudad de dos mil habitantes en la campiña galesa, que se hizo famosa en la segunda mitad del siglo XX por ser la ciudad del mundo con más librerías por habitante. Es la sede original del Hay Festival, un encuentro cultural que surgió en 1988 y desde entonces se ha extendido a varios países del mundo. Ahí se reúnen todos los años escritores, políticos, científicos, músicos y artistas para hablarle de viva voz a su audiencia. Desde allá, Felipe Restrepo, nuestro Director Editorial escribe este blog.

¿En algún momento pensaste que los asesores de Trump sospechaban de tu presencia en la Casa Blanca?— Creo que sobrestimas a estas personas, ellos no pensaban en eso.— Pero debe haber alguien ahí lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que no es la mejor idea del mundo tener a un periodista husmeando…— El asunto es que quienes trabajan en el gobierno no se sienten amenazados por los escritores: para ellos somos personas sin poder.[caption id="attachment_211561" align="aligncenter" width="725"]

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Fotografía: Casa de América[/caption]Es domingo en la tarde y no cabe una persona más en el Tata Tent, el escenario más grande del Hay Festival. El ambiente es vibrante. El público empieza a llegar antes de las 5 de la tarde, 40 minutos antes del inicio de la charla entre Michael Wolff, periodista neoyorquino, y Dylan Jones, director de la edición británica de la revista GQ. Wolff es —como si alguien no lo supiera ya— el autor de Fire and Fury, el libro que enfureció al presidente de los Estados Unidos.Wolff, un controvertido cronista, conoció a DonaldTrump hace veinte años. Entonces empezó a interesarse en este personaje: un hombre que estaba presente en todas las fiestas que se organizaban en Manhattan. Cuando el magnate logró la nominación como candidato del partido republicano, Wolff decidió que quería escribir un libro sobre él. Contactó entonces a Steve Bannon, el controvertido asesor, quien le abrió las puertas a la excéntrica campaña que terminó con el triunfo en las elecciones.— ¿Cómo lograste que alguien tan elusivo como Bannon te diera acceso?— Sólo le pedí que me dejara ir a la Casa Blanca. Un día llegué, fui hacia la portería, me registré. Desde entonces obtuve acceso total. Te sorprendería ver lo poco custodiada que son las oficinas ahí.— ¿El equipo de Trump te podía hablar?— Poco a poco me convertí en alguien que estaba ahí. Durante siete meses fui todos los días a la Casa Blanca. Me volví parte del paisaje y la gente empezó a hablar conmigo sin ningún filtro.Cada vez que Wolff cuenta una de sus anécdotas el público estalla en carcajadas. O escucha hipnotizado a las historias alucinantes. Hay que decir que su autosuficiencia es sofocante pero que es un gran narrador. Acude, varias veces, al recurso fácil de llamar a Trump “idiota” o “ignorante”. Al final de la charla, la gente se pelea por hacer preguntas. Todos necesitan saber más: no les basta una hora de chismes. El poder de las historias reales es evidente entre el público del Hay y contrasta con la actitud soberbia de los poderosos que retara el mismo Wolff.— ¿Qué te decía Trump cuando le hablabas de tu trabajo?— Apenas le dije que estaba escribiendo un libro perdió el interés en mí.

***

Unas horas antes de la charla entre Wolff y Jones, llegué a una pequeña sala en el costado opuesto del enorme auditorio. A pesar del aguacero que empezó a caer en la madrugada y que alcanzó su mayor intensidad hacia las 11 de la mañana, me encontré con gente que ya estaba formada. Estaban en fila esperando escuchar mi charla sobre periodismo en áreas de conflicto. En medio de la humedad, del viento helado y de la tormenta, una treintena de personas esperaba pacientemente. Yo estaba empapado, así que subí al escenario descalzo y envuelto en una toalla.Lo que parecía, en principio, un evento fallido se transformó en una charla entrañable. Después de la presentación por parte de Cristina Fuentes, directora internacional del Hay Festival, proyecté un documental sobre desapariciones forzadas en México. Esta pieza audiovisual hace parte de una serie que producimos en Gatopardo, la revista en la cual soy director. Se trata de cinco capítulos que abordan los problemas fundamentales del país antes de las elecciones presidenciales del 1ero de julio: desaparición forzada, violencia de genero, pobreza, libertades individuales y migración.



Luego leí fragmentos de The Sorrows of Mexico, un libro que edité hace unos años y que fue publicado en el Reino Unido. En él, siete grandes cronistas mexicanos narran en primera persona sus experiencias reporteando en su país. Sus textos son conmovedores y, a medida que avanzaba en la lectura, sentía la intensidad de la mirada del público. Al final, las preguntas cayeron con más fuerza que la lluvia que golpeaba la carpa donde estábamos. ¿Quién protege a los periodistas en zonas donde el estado no tiene presencia?, ¿quién financia el periodismo independiente y de denuncia?, ¿hasta qué punto los periodistas deben ser activistas?, ¿es un narcotraficante una fuente válida para una historia.No tengo, por supuesto, las respuestas a estas interesantes preguntas. Pero me siento afortunado de ver la sensibilidad del público en Gales, su genuino interés en una realidad que ocurre a miles de kilómetros de su vida diaria. Me siento afortunado de poder viajar y hablar del trabajo que hacen los periodistas latinoamericanos. No me interesa jugar al papel de la víctima: sólo quiero mostrar las condiciones nefastas en las que se ejerce mi oficio en algunas zonas y los ataques constantes de los poderes de facto en contra de la libertad de prensa.Al final de mi charla se acercaron varias personas con más preguntas y con propuestas para mejorar la situación. Aprecié mucho ese gesto. Y pensé, de nuevo, en la necesidad de narrar lo que ocurre en el mundo.

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Hay on Wye es una pequeña ciudad de dos mil habitantes en la campiña galesa, que se hizo famosa en la segunda mitad del siglo XX por ser la ciudad del mundo con más librerías por habitante. Es la sede original del Hay Festival, un encuentro cultural que surgió en 1988 y desde entonces se ha extendido a varios países del mundo. Ahí se reúnen todos los años escritores, políticos, científicos, músicos y artistas para hablarle de viva voz a su audiencia. Desde allá, Felipe Restrepo, nuestro Director Editorial escribe este blog.

¿En algún momento pensaste que los asesores de Trump sospechaban de tu presencia en la Casa Blanca?— Creo que sobrestimas a estas personas, ellos no pensaban en eso.— Pero debe haber alguien ahí lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que no es la mejor idea del mundo tener a un periodista husmeando…— El asunto es que quienes trabajan en el gobierno no se sienten amenazados por los escritores: para ellos somos personas sin poder.[caption id="attachment_211561" align="aligncenter" width="725"]

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***

Unas horas antes de la charla entre Wolff y Jones, llegué a una pequeña sala en el costado opuesto del enorme auditorio. A pesar del aguacero que empezó a caer en la madrugada y que alcanzó su mayor intensidad hacia las 11 de la mañana, me encontré con gente que ya estaba formada. Estaban en fila esperando escuchar mi charla sobre periodismo en áreas de conflicto. En medio de la humedad, del viento helado y de la tormenta, una treintena de personas esperaba pacientemente. Yo estaba empapado, así que subí al escenario descalzo y envuelto en una toalla.Lo que parecía, en principio, un evento fallido se transformó en una charla entrañable. Después de la presentación por parte de Cristina Fuentes, directora internacional del Hay Festival, proyecté un documental sobre desapariciones forzadas en México. Esta pieza audiovisual hace parte de una serie que producimos en Gatopardo, la revista en la cual soy director. Se trata de cinco capítulos que abordan los problemas fundamentales del país antes de las elecciones presidenciales del 1ero de julio: desaparición forzada, violencia de genero, pobreza, libertades individuales y migración.



Luego leí fragmentos de The Sorrows of Mexico, un libro que edité hace unos años y que fue publicado en el Reino Unido. En él, siete grandes cronistas mexicanos narran en primera persona sus experiencias reporteando en su país. Sus textos son conmovedores y, a medida que avanzaba en la lectura, sentía la intensidad de la mirada del público. Al final, las preguntas cayeron con más fuerza que la lluvia que golpeaba la carpa donde estábamos. ¿Quién protege a los periodistas en zonas donde el estado no tiene presencia?, ¿quién financia el periodismo independiente y de denuncia?, ¿hasta qué punto los periodistas deben ser activistas?, ¿es un narcotraficante una fuente válida para una historia.No tengo, por supuesto, las respuestas a estas interesantes preguntas. Pero me siento afortunado de ver la sensibilidad del público en Gales, su genuino interés en una realidad que ocurre a miles de kilómetros de su vida diaria. Me siento afortunado de poder viajar y hablar del trabajo que hacen los periodistas latinoamericanos. No me interesa jugar al papel de la víctima: sólo quiero mostrar las condiciones nefastas en las que se ejerce mi oficio en algunas zonas y los ataques constantes de los poderes de facto en contra de la libertad de prensa.Al final de mi charla se acercaron varias personas con más preguntas y con propuestas para mejorar la situación. Aprecié mucho ese gesto. Y pensé, de nuevo, en la necesidad de narrar lo que ocurre en el mundo.

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Hay on Wye es una pequeña ciudad de dos mil habitantes en la campiña galesa, que se hizo famosa en la segunda mitad del siglo XX por ser la ciudad del mundo con más librerías por habitante. Es la sede original del Hay Festival, un encuentro cultural que surgió en 1988 y desde entonces se ha extendido a varios países del mundo. Ahí se reúnen todos los años escritores, políticos, científicos, músicos y artistas para hablarle de viva voz a su audiencia. Desde allá, Felipe Restrepo, nuestro Director Editorial escribe este blog.

¿En algún momento pensaste que los asesores de Trump sospechaban de tu presencia en la Casa Blanca?— Creo que sobrestimas a estas personas, ellos no pensaban en eso.— Pero debe haber alguien ahí lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que no es la mejor idea del mundo tener a un periodista husmeando…— El asunto es que quienes trabajan en el gobierno no se sienten amenazados por los escritores: para ellos somos personas sin poder.[caption id="attachment_211561" align="aligncenter" width="725"]

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Fotografía: Casa de América[/caption]Es domingo en la tarde y no cabe una persona más en el Tata Tent, el escenario más grande del Hay Festival. El ambiente es vibrante. El público empieza a llegar antes de las 5 de la tarde, 40 minutos antes del inicio de la charla entre Michael Wolff, periodista neoyorquino, y Dylan Jones, director de la edición británica de la revista GQ. Wolff es —como si alguien no lo supiera ya— el autor de Fire and Fury, el libro que enfureció al presidente de los Estados Unidos.Wolff, un controvertido cronista, conoció a DonaldTrump hace veinte años. Entonces empezó a interesarse en este personaje: un hombre que estaba presente en todas las fiestas que se organizaban en Manhattan. Cuando el magnate logró la nominación como candidato del partido republicano, Wolff decidió que quería escribir un libro sobre él. Contactó entonces a Steve Bannon, el controvertido asesor, quien le abrió las puertas a la excéntrica campaña que terminó con el triunfo en las elecciones.— ¿Cómo lograste que alguien tan elusivo como Bannon te diera acceso?— Sólo le pedí que me dejara ir a la Casa Blanca. Un día llegué, fui hacia la portería, me registré. Desde entonces obtuve acceso total. Te sorprendería ver lo poco custodiada que son las oficinas ahí.— ¿El equipo de Trump te podía hablar?— Poco a poco me convertí en alguien que estaba ahí. Durante siete meses fui todos los días a la Casa Blanca. Me volví parte del paisaje y la gente empezó a hablar conmigo sin ningún filtro.Cada vez que Wolff cuenta una de sus anécdotas el público estalla en carcajadas. O escucha hipnotizado a las historias alucinantes. Hay que decir que su autosuficiencia es sofocante pero que es un gran narrador. Acude, varias veces, al recurso fácil de llamar a Trump “idiota” o “ignorante”. Al final de la charla, la gente se pelea por hacer preguntas. Todos necesitan saber más: no les basta una hora de chismes. El poder de las historias reales es evidente entre el público del Hay y contrasta con la actitud soberbia de los poderosos que retara el mismo Wolff.— ¿Qué te decía Trump cuando le hablabas de tu trabajo?— Apenas le dije que estaba escribiendo un libro perdió el interés en mí.

***

Unas horas antes de la charla entre Wolff y Jones, llegué a una pequeña sala en el costado opuesto del enorme auditorio. A pesar del aguacero que empezó a caer en la madrugada y que alcanzó su mayor intensidad hacia las 11 de la mañana, me encontré con gente que ya estaba formada. Estaban en fila esperando escuchar mi charla sobre periodismo en áreas de conflicto. En medio de la humedad, del viento helado y de la tormenta, una treintena de personas esperaba pacientemente. Yo estaba empapado, así que subí al escenario descalzo y envuelto en una toalla.Lo que parecía, en principio, un evento fallido se transformó en una charla entrañable. Después de la presentación por parte de Cristina Fuentes, directora internacional del Hay Festival, proyecté un documental sobre desapariciones forzadas en México. Esta pieza audiovisual hace parte de una serie que producimos en Gatopardo, la revista en la cual soy director. Se trata de cinco capítulos que abordan los problemas fundamentales del país antes de las elecciones presidenciales del 1ero de julio: desaparición forzada, violencia de genero, pobreza, libertades individuales y migración.



Luego leí fragmentos de The Sorrows of Mexico, un libro que edité hace unos años y que fue publicado en el Reino Unido. En él, siete grandes cronistas mexicanos narran en primera persona sus experiencias reporteando en su país. Sus textos son conmovedores y, a medida que avanzaba en la lectura, sentía la intensidad de la mirada del público. Al final, las preguntas cayeron con más fuerza que la lluvia que golpeaba la carpa donde estábamos. ¿Quién protege a los periodistas en zonas donde el estado no tiene presencia?, ¿quién financia el periodismo independiente y de denuncia?, ¿hasta qué punto los periodistas deben ser activistas?, ¿es un narcotraficante una fuente válida para una historia.No tengo, por supuesto, las respuestas a estas interesantes preguntas. Pero me siento afortunado de ver la sensibilidad del público en Gales, su genuino interés en una realidad que ocurre a miles de kilómetros de su vida diaria. Me siento afortunado de poder viajar y hablar del trabajo que hacen los periodistas latinoamericanos. No me interesa jugar al papel de la víctima: sólo quiero mostrar las condiciones nefastas en las que se ejerce mi oficio en algunas zonas y los ataques constantes de los poderes de facto en contra de la libertad de prensa.Al final de mi charla se acercaron varias personas con más preguntas y con propuestas para mejorar la situación. Aprecié mucho ese gesto. Y pensé, de nuevo, en la necesidad de narrar lo que ocurre en el mundo.

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Hay on Wye es una pequeña ciudad de dos mil habitantes en la campiña galesa, que se hizo famosa en la segunda mitad del siglo XX por ser la ciudad del mundo con más librerías por habitante. Es la sede original del Hay Festival, un encuentro cultural que surgió en 1988 y desde entonces se ha extendido a varios países del mundo. Ahí se reúnen todos los años escritores, políticos, científicos, músicos y artistas para hablarle de viva voz a su audiencia. Desde allá, Felipe Restrepo, nuestro Director Editorial escribe este blog.

¿En algún momento pensaste que los asesores de Trump sospechaban de tu presencia en la Casa Blanca?— Creo que sobrestimas a estas personas, ellos no pensaban en eso.— Pero debe haber alguien ahí lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que no es la mejor idea del mundo tener a un periodista husmeando…— El asunto es que quienes trabajan en el gobierno no se sienten amenazados por los escritores: para ellos somos personas sin poder.[caption id="attachment_211561" align="aligncenter" width="725"]

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¿En algún momento pensaste que los asesores de Trump sospechaban de tu presencia en la Casa Blanca?— Creo que sobrestimas a estas personas, ellos no pensaban en eso.— Pero debe haber alguien ahí lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que no es la mejor idea del mundo tener a un periodista husmeando…— El asunto es que quienes trabajan en el gobierno no se sienten amenazados por los escritores: para ellos somos personas sin poder.[caption id="attachment_211561" align="aligncenter" width="725"]

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Fotografía: Casa de América[/caption]Es domingo en la tarde y no cabe una persona más en el Tata Tent, el escenario más grande del Hay Festival. El ambiente es vibrante. El público empieza a llegar antes de las 5 de la tarde, 40 minutos antes del inicio de la charla entre Michael Wolff, periodista neoyorquino, y Dylan Jones, director de la edición británica de la revista GQ. Wolff es —como si alguien no lo supiera ya— el autor de Fire and Fury, el libro que enfureció al presidente de los Estados Unidos.Wolff, un controvertido cronista, conoció a DonaldTrump hace veinte años. Entonces empezó a interesarse en este personaje: un hombre que estaba presente en todas las fiestas que se organizaban en Manhattan. Cuando el magnate logró la nominación como candidato del partido republicano, Wolff decidió que quería escribir un libro sobre él. Contactó entonces a Steve Bannon, el controvertido asesor, quien le abrió las puertas a la excéntrica campaña que terminó con el triunfo en las elecciones.— ¿Cómo lograste que alguien tan elusivo como Bannon te diera acceso?— Sólo le pedí que me dejara ir a la Casa Blanca. Un día llegué, fui hacia la portería, me registré. Desde entonces obtuve acceso total. Te sorprendería ver lo poco custodiada que son las oficinas ahí.— ¿El equipo de Trump te podía hablar?— Poco a poco me convertí en alguien que estaba ahí. Durante siete meses fui todos los días a la Casa Blanca. Me volví parte del paisaje y la gente empezó a hablar conmigo sin ningún filtro.Cada vez que Wolff cuenta una de sus anécdotas el público estalla en carcajadas. O escucha hipnotizado a las historias alucinantes. Hay que decir que su autosuficiencia es sofocante pero que es un gran narrador. Acude, varias veces, al recurso fácil de llamar a Trump “idiota” o “ignorante”. Al final de la charla, la gente se pelea por hacer preguntas. Todos necesitan saber más: no les basta una hora de chismes. El poder de las historias reales es evidente entre el público del Hay y contrasta con la actitud soberbia de los poderosos que retara el mismo Wolff.— ¿Qué te decía Trump cuando le hablabas de tu trabajo?— Apenas le dije que estaba escribiendo un libro perdió el interés en mí.

***

Unas horas antes de la charla entre Wolff y Jones, llegué a una pequeña sala en el costado opuesto del enorme auditorio. A pesar del aguacero que empezó a caer en la madrugada y que alcanzó su mayor intensidad hacia las 11 de la mañana, me encontré con gente que ya estaba formada. Estaban en fila esperando escuchar mi charla sobre periodismo en áreas de conflicto. En medio de la humedad, del viento helado y de la tormenta, una treintena de personas esperaba pacientemente. Yo estaba empapado, así que subí al escenario descalzo y envuelto en una toalla.Lo que parecía, en principio, un evento fallido se transformó en una charla entrañable. Después de la presentación por parte de Cristina Fuentes, directora internacional del Hay Festival, proyecté un documental sobre desapariciones forzadas en México. Esta pieza audiovisual hace parte de una serie que producimos en Gatopardo, la revista en la cual soy director. Se trata de cinco capítulos que abordan los problemas fundamentales del país antes de las elecciones presidenciales del 1ero de julio: desaparición forzada, violencia de genero, pobreza, libertades individuales y migración.



Luego leí fragmentos de The Sorrows of Mexico, un libro que edité hace unos años y que fue publicado en el Reino Unido. En él, siete grandes cronistas mexicanos narran en primera persona sus experiencias reporteando en su país. Sus textos son conmovedores y, a medida que avanzaba en la lectura, sentía la intensidad de la mirada del público. Al final, las preguntas cayeron con más fuerza que la lluvia que golpeaba la carpa donde estábamos. ¿Quién protege a los periodistas en zonas donde el estado no tiene presencia?, ¿quién financia el periodismo independiente y de denuncia?, ¿hasta qué punto los periodistas deben ser activistas?, ¿es un narcotraficante una fuente válida para una historia.No tengo, por supuesto, las respuestas a estas interesantes preguntas. Pero me siento afortunado de ver la sensibilidad del público en Gales, su genuino interés en una realidad que ocurre a miles de kilómetros de su vida diaria. Me siento afortunado de poder viajar y hablar del trabajo que hacen los periodistas latinoamericanos. No me interesa jugar al papel de la víctima: sólo quiero mostrar las condiciones nefastas en las que se ejerce mi oficio en algunas zonas y los ataques constantes de los poderes de facto en contra de la libertad de prensa.Al final de mi charla se acercaron varias personas con más preguntas y con propuestas para mejorar la situación. Aprecié mucho ese gesto. Y pensé, de nuevo, en la necesidad de narrar lo que ocurre en el mundo.

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