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Existen unas 700 especies de salamandras y todas comienzan su vida como ajolotes. Después abandonan el agua para convertirse en adultos terrestres, excepto cuatro especies mexicanas.
Científicos, poetas y exploradores se han obsesionado con esta especie casi mitológica, pero ni los memes ni los billetes de 50 pesos garantizan la supervivencia del famoso ajolote de Xochimilco.
Elsemblante del pequeño monstruo de agua es difícil de olvidar. Su aspecto remite a un ser arcaico y extravagante, propio de un mundo perdido o de una película de ciencia ficción. Perturbador como sueño de infancia. Extraordinario cual invención de Julio Verne. Portentoso, milagroso. Enigma científico. Deidad precolombina. Una criatura endémica del gran valle central del altiplano mexicano (la cuenca del Anáhuac), de hábitos nocturnos y completamente acuáticos, que posee la llave de los secretos de la eterna juventud y el don dela regeneración corporal extrema. Un organismo tan singular que si no existiera en la naturaleza probablemente figuraría dentro de la zoología fantástica deBorges. Al observarlo flotando casi ingrávido en el agua turbia se tiene la sensación de que la evolución con él fue un poco más imaginativa que con el resto de los seres vivos, moldeando a través de los años a un ente casi surrealista. Absurdo como fantasía de Lewis Carroll, incomprensible cual reliquia arqueológica. Su enorme boca y ojos diminutos sugieren que está condenado a vivir de buen humor, y el conspicuo penacho de branquias que se dispara por detrás de su cabeza ovoide lo asemeja a un dragón chino.
Cometo el atrevimiento de autocitarme para abrir este texto por dos razones, la primera es que cuando uno se ha roto la cabeza a lo largo de décadas intentando escribir sobre un organismo en particular, como me ha ocurrido con el axolotl, regresar a esas frases es la mejor manera de poner nuevamente en marcha los engranajes mentales. La segunda es porque estas líneas abren El ajolote. Biología del anfibio más sobresaliente del mundo, mi reciente audiolibro en el que revisito al emblemático anfibio de los pantanos mexicanos para indagar cuál es su estado actual.
Para mí todo comenzó con los ajolotes: mi despertar infantil hacia el naturalismo, mi posterior iniciación en las ciencias biológicas y, finalmente, el salto que di hacia la comunicación de la ciencia y la literNatura (cruce entre la naturaleza y las letras) que ahora cultivo y promuevo. Recuerdo la primera vez que estuve cerca de uno de estos ejemplares, cuando tenía apenas unos 9 años. Esa mañana en Pátzcuaro, Michoacán, Agustín, el biólogo que lideraba esta aventura, llevó a un grupo de niños de diferentes edades, incluyéndome, al campo. Aún recuerdo cómo hundió con facilidad el bisturí en la carne blanduzca; luego efectuó un corte longitudinal a lo largo de la cabeza y extirpó uno de los ojos del anfibio para mostrarnos el cristalino. Parecía una roquita de sal traslúcida. Agustín giró el lente entre sus dedos con delicadeza y después lo aproximó a cada uno de nosotros para que nos asomáramos. Mucho años después, cuando la curiosidad por esta especie ya me había dominado, realicé experimentos para tratar de saber cómo se destrababa el artificio fisiológico que los mantiene en forma de larva eterna.
Pero antes de avanzar, es importante explicar de quién estamos hablando. Todas las salamandras —unas 700especies descritas a nivel mundial— empiezan sus días siendo ajolotes, después crecen y, de forma similar a los renacuajos que se transforman en ranas, abandonan el agua para convertirse en adultos terrestres, o sea salamandras y tritones, con excepción de cuatro especies mexicanas que se ahorran el proceso de metamorfosis y, en su lugar, pasan toda su vida en perenne etapa larvaria; es decir, en forma de ajolotes. En biología este rasgo recibe el nombre de neotenia y se presenta en el achoque del lago de Pátzcuaro (Ambystoma dumerilli), enlos ajolotes endémicos de las lagunas michoacanas de Alchichica y de Zacapu (Ambystomataylori y Ambystoma andersoni, respectivamente) y por, supuesto, enel que es originario del valle de México, conocido como axolotl o Ambystomamexicanum, protagonista de mi libro.
Sumemos a la singularidad reproductiva del ajolote su asombrosa capacidad de regeneración morfológica,una habilidad que francamente raya en lo fantástico y que, ante la necesidad, les permite regenerar extremidades perdidas, manos, ojos, branquias, mandíbula, cola e incluso órganos internos, y sin dejar cicatriz tras el proceso. Los tejidos nuevos son indistinguibles de los originales, y pueden hacerlo tantas veces como sea necesario. Son dotes de restauración anatómica insólitas que los han consagrado en el imaginario popular como entes casi milagrosos, que hacen salivar a la medicina moderna con fantasías de tratamientos promisorios. No sorprende que los fundadores de Tenochtitlán concibieran al pequeño monstruo de agua como la reencarnación de un dios; pero ya llegaremos a ello. Por ahora, basta decir que el mecanismo responsable de su impresionante don reside en la transdiferenciación celular. Sucede que las células de estos anfibios cuentan con la enigmática habilidad de retroceder en su escala de especialización y volver a un estado más maleable: una forma pluripotente de la célula, si se prefiere, que después se encamina en otra dirección para transformarse en el tejido que sea necesario.
Sí, he escrito muchas veces y con diferentes intenciones sobre salamandras; y heme aquí, una vez más, tecleando al respecto y pensando que si hay criaturas que representan la historia de un país, en nuestro caso tendrían que ser los ajolotes. Digamos que existen organismos que se les identifica como un espejo alegórico, pues se considera que reflejan la cosmovisión de las sociedades que transitan ante su superficie.imperios, colonias, revoluciones, crisis económicas y vanguardias artísticas.
¿A quiénes no ha visto desfilar el legendario anfibio desde el fondo del pantano?: chamanes, frailes, científicos y curanderos. A todos ha cautivado con su extravagante fisonomía: tlatoanis, virreyes, emperadores y presidentes. Los ha visto llegar y partir con ese orgullo apacible que le otorga saberse, a diferencia de ellos, una constante de estos linderos fangosos. Se me ocurren muy pocos animales que hayan fascinado tanto a los habitantes del gran valle de las alturas volcánicas como el carismático Ambystoma mexicanum.
Los mexicas y toltecas lo consideraban la reencarnación del dios Xólotl, gemelo de Quetzalcóatl (el dios principal) que, de acuerdo con la leyenda del Quinto Sol, se rehusó a entregarse en sacrifico, como lo hicieron las demás deidades, para poner en marcha el movimiento astral. La leyenda narra que Xólotl emprendió la huida transformándose primero en una planta de maíz; luego, al ser alcanzado por el verdugo de los dioses, se convirtió en un agave de doble penca y, posteriormente, descubierto una vez más, saltó al agua para adoptar la forma de un casi-pez, un pequeño monstruo del pantano llamado axolotl. Hay que recordar que todos los organismos en los que iba permutando el dios prófugo —incluyendo el axolotl—eran alimentos de vital importancia para las culturas regionales.
Con la caída deTenochtitlán y la llegada de la religión católica, la simbología del ajolote cambió drásticamente, pues se le acusaba de embarazar a las mujeres en los lagos (creencia aún arraigada en ciertas zonas rurales del país) o de tener vulva, flujos menstruales y excitar la actividad sexual al ser consumido. Esta visión perversa, dirigida a desvirtuar los carácteres identitarios de la nación conquistada, perduró a lo largo de la Colonia y llegó hasta el siglo XIX, cuando las primeras muestras de los Ambystoma mexicanum llegaron a los laboratorios europeos gracias a Alexander von Humboldt.
En su paso porMéxico, el explorador recolectó algunos especímenes y los entregó a George Cuvier, considerado el padre de la anatomía comparada, quien realizó la primera descripción científica de la especie y que hasta su muerte consideró que el sirénido mexicano, como se le llamaba entonces del otro lado del Atlántico, se trataba de la larva de una salamandra gigante y desconocida.
Comienza entonces medio siglo en el que su peculiar ciclo de vida, ese transitar por la vida en forma de larva eterna, representó un enigma científico infranqueable, al menos hasta la segunda intervención francesa en México, en la década de 1860, y luego del encargo expreso de llevar algunos ejemplares con vida de al viejo mundo. Auguste Duméril, discípulo de Georges Cuvier, fue el encargado de recibir a los especímenes (cuatro machos y una hembra, que fueron los únicos que consiguieron sobrevivir a la ardua travesía marítima) y, unos años más tarde, hacia 1866, sería el primer naturalista europeo en atestiguar y describir su insólita reproducción en estado larvario. El propio Darwin incluyó algunos pasajes al respecto en su obra cumbre El origen de las especies por selección natural, aunque no sería sino hasta 1885 que Julius Kollmann acuñara el término neotenia. Así se puso fin a siglos de misterio sobre la naturaleza del ajolote.
Hacia mitad delsiglo xx, la suerte quiso que el carismático anfibio diera otro vuelco de idolatría y se incrustara en la psique de JulioCortázar, ni más ni menos. Debido a la obsesión que atrapó al escritor argentino cuando los descubrió en el zoológico de París, en su cuento “Axolotl”,de 1956, plantea un juego de perspectivas que termina con el propio autor convertido en uno de ellos. Ahí empieza otra de las iteraciones del anfibio, su símbolo como musa literaria, apareciendo en textos de Juan José Arreola, Salvador Elizondo, Octavio Paz, Gutierre Tibón y otras plumas latinoamericanas notables.Pero mi favorito es José Emilio Pacheco que en el poema “Acrosoma” escribe: “Ni pez ni salamandra, ni sapo ni lagarto, posee rasgos humanoides y es, como nosotros, el habitante quintaescencial de Nepantla, la cuna de sor Juana, la tierra de en medio, el lugar de nadie, el recinto y tumba de quienes, a lo largo de todas nuestras metamorfosis, tampoco llegamos a la verdad de ser adultos y lo único que sabemos es reproducirnos”. Idea que hace ecos en la obra clásica de Roger Bartra La jaula de la melancolía, en la que el ajolote es una metáfora para describir a México como una nación neoténica.
En 2011, el mismo Roger Bartra editó Axolotiada, vida y mito de un anfibio mexicano, un vistoso almanaque publicado por el Fondo de Cultura Económica que explora a profundidad las referencias del ajolote en la historia, la literatura y el arte. Claro que ahí no se detiene la influencia del ajolote, pues su virtud de regeneración morfológica extrema, y el luminoso poder de estar blindado también a ciertos tipos de cáncer, gracias al mismo proceso de transdiferenciación celular, representa el Santo Grial de la ciencia médica contemporánea. Sin ir más lejos, academia.edu registra ni más ni menos que 10 189 artículos dedicados a su figura en revistas indexadas.
Así llegamos al panorama actual cuando, a pesar de su fastuoso legado, el icónico organismo batalla contra la extinción. Estamos presenciando su muerte por las mil estocadas que ha recibido: especies introducidas en su hábitat (tilapias y carpas que han puesto la cadena alimenticia de cabeza), fragmentación de su entorno (fagocitado por una de las megalópolis más grandes del planeta y el cambio de uso chinampero que en tiempos recientes ha virado masivamente hacia las canchas de futbol y los eventos sociales) y la contaminación (el agua donde habitan proviene de plantas de tratamiento). A los problemas mencionados, se suma la indiferencia gubernamental, cuando no la llana simulación, como aquella infame liberación conocida como Ajolotón, celebrada con bombo y platillo por seis alcaldes en 2022 y que en el mejor de los casos simplemente condenó a los ajolotes “liberados” a ser carne de cañón. Los números de su población han colapsado vertiginosamente, pasando de los 6 000 ejemplares por kilómetro cuadrado, en 1998, a menos de 100 dos décadas más tarde.
Hoy en día se tiene suerte si se encuentran unos cuantos ejemplares nadando a sus anchas en los canales de Xochimilco, último reducto para los de su clase en libertad, y esos días parecen estar contados. En cautiverio su presencia es ubicua, tanto en laboratorios de investigación como en el bullente marcado de mascotas exóticas, donde se ofrece todo un abanico de coloraciones diferentes: desde los albinos, con tonos rosados y que dominan el imaginario colectivo, hasta los leucísticos completamente blancos, así como dorados, negros y manchados. Quizá sea por su parecido al personaje de Pokémon que en Corea del Sur se le considera un animal nacional.
Por otro lado, habría que preguntarse cuál es el sentido de la existencia del ajolote si está condenado a vivir en peceras. Se podrá mantener a todos los ejemplares que se quiera en cautiverio, pero jamás a una especie. Una especie es mucho más que los integrantes individuales que la componen, es una capacidad emergente del sistema que surge de la interacción de un grupo específico de organismos con todos los que lo rodean. Por eso, a pesar de haber tantos ejemplares distribuidos en criaderos alrededor del mundo, por ahora la especie es prácticamente invisible. Quién sabe, pero de seguir por esa ruta, podría ser que el axolotl acabará por engendrar algo así como el perro, que se diferenció del lobo primigenio generación tras generación hasta volverse nuestro actual canino de compañía.
Mientras tanto, el ajolote ha alcanzado nuevamente el nivel de divinidad, pues lo hemos convertido en moneda de cambio, estampándolo en billetes de cincuenta pesos. Y si es que existe un dios todo poderoso en nuestra era, ese es el dinero. Una vez más, meditemos: ¿qué tienen en común todos esos personajes que aparecen en nuestra moneda?… que están muertos, que son personajes históricos. ¿Por qué será que los humanos tenemos que esperar hasta el borde de la desaparición de algo para valorarlo como se debe?
Me parece que estamos ante la última oportunidad de replantear el símbolo del ajolote. Si bien en estos tiempos de crisis climática y ambición desmedida, su destino pareciera ser el de la extinción inminente, todavía es posible virar el timón del barco, dejarnos de simulaciones huecas y dirigirnos hacia un futuro si no más sustentable, sí más amable para nosotros y las criaturas que nos acompañan.
Hay una última trinchera de esperanza para que el emblemático anfibio siga merodeando en su medio relativamente silvestre: los canales-refugio que el equipo del laboratorio de restauración ecológica del Instituto de Biología UNAM está creando, junto con las comunidades locales de Xochimilco. La idea, concebida por el investigador Luis Zambrano y el veterinario HoracioMena, es sencilla, pero no por ello menos efectiva: consiste en crear canales entre las chinampas que establezcan barreras físicas, con tezontle y otras piedras porosas, para que las especies introducidas no puedan penetrar en ellos. Asimismo, se incorporan plantas acuáticas que mejoran notablemente la calidad del agua. De esta manera, se beneficia tanto al ajolote como a las personas que trabajan la chinampa, puesto que sus cultivos adquieren un valor agroecológico mercadeable. En el audiolibro citado al principio de este texto, se incluyen un par de entrevistas a Luis Zambrano y Horacio Mena en las que explican con más detalle cómo funcionan los canales-refugio.
Por último, me gustaría pensar que, con los años, el axolotl se volverá un nuevo símbolo de la conservación y la resiliencia ante los embates del Antropoceno.
Científicos, poetas y exploradores se han obsesionado con esta especie casi mitológica, pero ni los memes ni los billetes de 50 pesos garantizan la supervivencia del famoso ajolote de Xochimilco.
Elsemblante del pequeño monstruo de agua es difícil de olvidar. Su aspecto remite a un ser arcaico y extravagante, propio de un mundo perdido o de una película de ciencia ficción. Perturbador como sueño de infancia. Extraordinario cual invención de Julio Verne. Portentoso, milagroso. Enigma científico. Deidad precolombina. Una criatura endémica del gran valle central del altiplano mexicano (la cuenca del Anáhuac), de hábitos nocturnos y completamente acuáticos, que posee la llave de los secretos de la eterna juventud y el don dela regeneración corporal extrema. Un organismo tan singular que si no existiera en la naturaleza probablemente figuraría dentro de la zoología fantástica deBorges. Al observarlo flotando casi ingrávido en el agua turbia se tiene la sensación de que la evolución con él fue un poco más imaginativa que con el resto de los seres vivos, moldeando a través de los años a un ente casi surrealista. Absurdo como fantasía de Lewis Carroll, incomprensible cual reliquia arqueológica. Su enorme boca y ojos diminutos sugieren que está condenado a vivir de buen humor, y el conspicuo penacho de branquias que se dispara por detrás de su cabeza ovoide lo asemeja a un dragón chino.
Cometo el atrevimiento de autocitarme para abrir este texto por dos razones, la primera es que cuando uno se ha roto la cabeza a lo largo de décadas intentando escribir sobre un organismo en particular, como me ha ocurrido con el axolotl, regresar a esas frases es la mejor manera de poner nuevamente en marcha los engranajes mentales. La segunda es porque estas líneas abren El ajolote. Biología del anfibio más sobresaliente del mundo, mi reciente audiolibro en el que revisito al emblemático anfibio de los pantanos mexicanos para indagar cuál es su estado actual.
Para mí todo comenzó con los ajolotes: mi despertar infantil hacia el naturalismo, mi posterior iniciación en las ciencias biológicas y, finalmente, el salto que di hacia la comunicación de la ciencia y la literNatura (cruce entre la naturaleza y las letras) que ahora cultivo y promuevo. Recuerdo la primera vez que estuve cerca de uno de estos ejemplares, cuando tenía apenas unos 9 años. Esa mañana en Pátzcuaro, Michoacán, Agustín, el biólogo que lideraba esta aventura, llevó a un grupo de niños de diferentes edades, incluyéndome, al campo. Aún recuerdo cómo hundió con facilidad el bisturí en la carne blanduzca; luego efectuó un corte longitudinal a lo largo de la cabeza y extirpó uno de los ojos del anfibio para mostrarnos el cristalino. Parecía una roquita de sal traslúcida. Agustín giró el lente entre sus dedos con delicadeza y después lo aproximó a cada uno de nosotros para que nos asomáramos. Mucho años después, cuando la curiosidad por esta especie ya me había dominado, realicé experimentos para tratar de saber cómo se destrababa el artificio fisiológico que los mantiene en forma de larva eterna.
Pero antes de avanzar, es importante explicar de quién estamos hablando. Todas las salamandras —unas 700especies descritas a nivel mundial— empiezan sus días siendo ajolotes, después crecen y, de forma similar a los renacuajos que se transforman en ranas, abandonan el agua para convertirse en adultos terrestres, o sea salamandras y tritones, con excepción de cuatro especies mexicanas que se ahorran el proceso de metamorfosis y, en su lugar, pasan toda su vida en perenne etapa larvaria; es decir, en forma de ajolotes. En biología este rasgo recibe el nombre de neotenia y se presenta en el achoque del lago de Pátzcuaro (Ambystoma dumerilli), enlos ajolotes endémicos de las lagunas michoacanas de Alchichica y de Zacapu (Ambystomataylori y Ambystoma andersoni, respectivamente) y por, supuesto, enel que es originario del valle de México, conocido como axolotl o Ambystomamexicanum, protagonista de mi libro.
Sumemos a la singularidad reproductiva del ajolote su asombrosa capacidad de regeneración morfológica,una habilidad que francamente raya en lo fantástico y que, ante la necesidad, les permite regenerar extremidades perdidas, manos, ojos, branquias, mandíbula, cola e incluso órganos internos, y sin dejar cicatriz tras el proceso. Los tejidos nuevos son indistinguibles de los originales, y pueden hacerlo tantas veces como sea necesario. Son dotes de restauración anatómica insólitas que los han consagrado en el imaginario popular como entes casi milagrosos, que hacen salivar a la medicina moderna con fantasías de tratamientos promisorios. No sorprende que los fundadores de Tenochtitlán concibieran al pequeño monstruo de agua como la reencarnación de un dios; pero ya llegaremos a ello. Por ahora, basta decir que el mecanismo responsable de su impresionante don reside en la transdiferenciación celular. Sucede que las células de estos anfibios cuentan con la enigmática habilidad de retroceder en su escala de especialización y volver a un estado más maleable: una forma pluripotente de la célula, si se prefiere, que después se encamina en otra dirección para transformarse en el tejido que sea necesario.
Sí, he escrito muchas veces y con diferentes intenciones sobre salamandras; y heme aquí, una vez más, tecleando al respecto y pensando que si hay criaturas que representan la historia de un país, en nuestro caso tendrían que ser los ajolotes. Digamos que existen organismos que se les identifica como un espejo alegórico, pues se considera que reflejan la cosmovisión de las sociedades que transitan ante su superficie.imperios, colonias, revoluciones, crisis económicas y vanguardias artísticas.
¿A quiénes no ha visto desfilar el legendario anfibio desde el fondo del pantano?: chamanes, frailes, científicos y curanderos. A todos ha cautivado con su extravagante fisonomía: tlatoanis, virreyes, emperadores y presidentes. Los ha visto llegar y partir con ese orgullo apacible que le otorga saberse, a diferencia de ellos, una constante de estos linderos fangosos. Se me ocurren muy pocos animales que hayan fascinado tanto a los habitantes del gran valle de las alturas volcánicas como el carismático Ambystoma mexicanum.
Los mexicas y toltecas lo consideraban la reencarnación del dios Xólotl, gemelo de Quetzalcóatl (el dios principal) que, de acuerdo con la leyenda del Quinto Sol, se rehusó a entregarse en sacrifico, como lo hicieron las demás deidades, para poner en marcha el movimiento astral. La leyenda narra que Xólotl emprendió la huida transformándose primero en una planta de maíz; luego, al ser alcanzado por el verdugo de los dioses, se convirtió en un agave de doble penca y, posteriormente, descubierto una vez más, saltó al agua para adoptar la forma de un casi-pez, un pequeño monstruo del pantano llamado axolotl. Hay que recordar que todos los organismos en los que iba permutando el dios prófugo —incluyendo el axolotl—eran alimentos de vital importancia para las culturas regionales.
Con la caída deTenochtitlán y la llegada de la religión católica, la simbología del ajolote cambió drásticamente, pues se le acusaba de embarazar a las mujeres en los lagos (creencia aún arraigada en ciertas zonas rurales del país) o de tener vulva, flujos menstruales y excitar la actividad sexual al ser consumido. Esta visión perversa, dirigida a desvirtuar los carácteres identitarios de la nación conquistada, perduró a lo largo de la Colonia y llegó hasta el siglo XIX, cuando las primeras muestras de los Ambystoma mexicanum llegaron a los laboratorios europeos gracias a Alexander von Humboldt.
En su paso porMéxico, el explorador recolectó algunos especímenes y los entregó a George Cuvier, considerado el padre de la anatomía comparada, quien realizó la primera descripción científica de la especie y que hasta su muerte consideró que el sirénido mexicano, como se le llamaba entonces del otro lado del Atlántico, se trataba de la larva de una salamandra gigante y desconocida.
Comienza entonces medio siglo en el que su peculiar ciclo de vida, ese transitar por la vida en forma de larva eterna, representó un enigma científico infranqueable, al menos hasta la segunda intervención francesa en México, en la década de 1860, y luego del encargo expreso de llevar algunos ejemplares con vida de al viejo mundo. Auguste Duméril, discípulo de Georges Cuvier, fue el encargado de recibir a los especímenes (cuatro machos y una hembra, que fueron los únicos que consiguieron sobrevivir a la ardua travesía marítima) y, unos años más tarde, hacia 1866, sería el primer naturalista europeo en atestiguar y describir su insólita reproducción en estado larvario. El propio Darwin incluyó algunos pasajes al respecto en su obra cumbre El origen de las especies por selección natural, aunque no sería sino hasta 1885 que Julius Kollmann acuñara el término neotenia. Así se puso fin a siglos de misterio sobre la naturaleza del ajolote.
Hacia mitad delsiglo xx, la suerte quiso que el carismático anfibio diera otro vuelco de idolatría y se incrustara en la psique de JulioCortázar, ni más ni menos. Debido a la obsesión que atrapó al escritor argentino cuando los descubrió en el zoológico de París, en su cuento “Axolotl”,de 1956, plantea un juego de perspectivas que termina con el propio autor convertido en uno de ellos. Ahí empieza otra de las iteraciones del anfibio, su símbolo como musa literaria, apareciendo en textos de Juan José Arreola, Salvador Elizondo, Octavio Paz, Gutierre Tibón y otras plumas latinoamericanas notables.Pero mi favorito es José Emilio Pacheco que en el poema “Acrosoma” escribe: “Ni pez ni salamandra, ni sapo ni lagarto, posee rasgos humanoides y es, como nosotros, el habitante quintaescencial de Nepantla, la cuna de sor Juana, la tierra de en medio, el lugar de nadie, el recinto y tumba de quienes, a lo largo de todas nuestras metamorfosis, tampoco llegamos a la verdad de ser adultos y lo único que sabemos es reproducirnos”. Idea que hace ecos en la obra clásica de Roger Bartra La jaula de la melancolía, en la que el ajolote es una metáfora para describir a México como una nación neoténica.
En 2011, el mismo Roger Bartra editó Axolotiada, vida y mito de un anfibio mexicano, un vistoso almanaque publicado por el Fondo de Cultura Económica que explora a profundidad las referencias del ajolote en la historia, la literatura y el arte. Claro que ahí no se detiene la influencia del ajolote, pues su virtud de regeneración morfológica extrema, y el luminoso poder de estar blindado también a ciertos tipos de cáncer, gracias al mismo proceso de transdiferenciación celular, representa el Santo Grial de la ciencia médica contemporánea. Sin ir más lejos, academia.edu registra ni más ni menos que 10 189 artículos dedicados a su figura en revistas indexadas.
Así llegamos al panorama actual cuando, a pesar de su fastuoso legado, el icónico organismo batalla contra la extinción. Estamos presenciando su muerte por las mil estocadas que ha recibido: especies introducidas en su hábitat (tilapias y carpas que han puesto la cadena alimenticia de cabeza), fragmentación de su entorno (fagocitado por una de las megalópolis más grandes del planeta y el cambio de uso chinampero que en tiempos recientes ha virado masivamente hacia las canchas de futbol y los eventos sociales) y la contaminación (el agua donde habitan proviene de plantas de tratamiento). A los problemas mencionados, se suma la indiferencia gubernamental, cuando no la llana simulación, como aquella infame liberación conocida como Ajolotón, celebrada con bombo y platillo por seis alcaldes en 2022 y que en el mejor de los casos simplemente condenó a los ajolotes “liberados” a ser carne de cañón. Los números de su población han colapsado vertiginosamente, pasando de los 6 000 ejemplares por kilómetro cuadrado, en 1998, a menos de 100 dos décadas más tarde.
Hoy en día se tiene suerte si se encuentran unos cuantos ejemplares nadando a sus anchas en los canales de Xochimilco, último reducto para los de su clase en libertad, y esos días parecen estar contados. En cautiverio su presencia es ubicua, tanto en laboratorios de investigación como en el bullente marcado de mascotas exóticas, donde se ofrece todo un abanico de coloraciones diferentes: desde los albinos, con tonos rosados y que dominan el imaginario colectivo, hasta los leucísticos completamente blancos, así como dorados, negros y manchados. Quizá sea por su parecido al personaje de Pokémon que en Corea del Sur se le considera un animal nacional.
Por otro lado, habría que preguntarse cuál es el sentido de la existencia del ajolote si está condenado a vivir en peceras. Se podrá mantener a todos los ejemplares que se quiera en cautiverio, pero jamás a una especie. Una especie es mucho más que los integrantes individuales que la componen, es una capacidad emergente del sistema que surge de la interacción de un grupo específico de organismos con todos los que lo rodean. Por eso, a pesar de haber tantos ejemplares distribuidos en criaderos alrededor del mundo, por ahora la especie es prácticamente invisible. Quién sabe, pero de seguir por esa ruta, podría ser que el axolotl acabará por engendrar algo así como el perro, que se diferenció del lobo primigenio generación tras generación hasta volverse nuestro actual canino de compañía.
Mientras tanto, el ajolote ha alcanzado nuevamente el nivel de divinidad, pues lo hemos convertido en moneda de cambio, estampándolo en billetes de cincuenta pesos. Y si es que existe un dios todo poderoso en nuestra era, ese es el dinero. Una vez más, meditemos: ¿qué tienen en común todos esos personajes que aparecen en nuestra moneda?… que están muertos, que son personajes históricos. ¿Por qué será que los humanos tenemos que esperar hasta el borde de la desaparición de algo para valorarlo como se debe?
Me parece que estamos ante la última oportunidad de replantear el símbolo del ajolote. Si bien en estos tiempos de crisis climática y ambición desmedida, su destino pareciera ser el de la extinción inminente, todavía es posible virar el timón del barco, dejarnos de simulaciones huecas y dirigirnos hacia un futuro si no más sustentable, sí más amable para nosotros y las criaturas que nos acompañan.
Hay una última trinchera de esperanza para que el emblemático anfibio siga merodeando en su medio relativamente silvestre: los canales-refugio que el equipo del laboratorio de restauración ecológica del Instituto de Biología UNAM está creando, junto con las comunidades locales de Xochimilco. La idea, concebida por el investigador Luis Zambrano y el veterinario HoracioMena, es sencilla, pero no por ello menos efectiva: consiste en crear canales entre las chinampas que establezcan barreras físicas, con tezontle y otras piedras porosas, para que las especies introducidas no puedan penetrar en ellos. Asimismo, se incorporan plantas acuáticas que mejoran notablemente la calidad del agua. De esta manera, se beneficia tanto al ajolote como a las personas que trabajan la chinampa, puesto que sus cultivos adquieren un valor agroecológico mercadeable. En el audiolibro citado al principio de este texto, se incluyen un par de entrevistas a Luis Zambrano y Horacio Mena en las que explican con más detalle cómo funcionan los canales-refugio.
Por último, me gustaría pensar que, con los años, el axolotl se volverá un nuevo símbolo de la conservación y la resiliencia ante los embates del Antropoceno.
Existen unas 700 especies de salamandras y todas comienzan su vida como ajolotes. Después abandonan el agua para convertirse en adultos terrestres, excepto cuatro especies mexicanas.
Científicos, poetas y exploradores se han obsesionado con esta especie casi mitológica, pero ni los memes ni los billetes de 50 pesos garantizan la supervivencia del famoso ajolote de Xochimilco.
Elsemblante del pequeño monstruo de agua es difícil de olvidar. Su aspecto remite a un ser arcaico y extravagante, propio de un mundo perdido o de una película de ciencia ficción. Perturbador como sueño de infancia. Extraordinario cual invención de Julio Verne. Portentoso, milagroso. Enigma científico. Deidad precolombina. Una criatura endémica del gran valle central del altiplano mexicano (la cuenca del Anáhuac), de hábitos nocturnos y completamente acuáticos, que posee la llave de los secretos de la eterna juventud y el don dela regeneración corporal extrema. Un organismo tan singular que si no existiera en la naturaleza probablemente figuraría dentro de la zoología fantástica deBorges. Al observarlo flotando casi ingrávido en el agua turbia se tiene la sensación de que la evolución con él fue un poco más imaginativa que con el resto de los seres vivos, moldeando a través de los años a un ente casi surrealista. Absurdo como fantasía de Lewis Carroll, incomprensible cual reliquia arqueológica. Su enorme boca y ojos diminutos sugieren que está condenado a vivir de buen humor, y el conspicuo penacho de branquias que se dispara por detrás de su cabeza ovoide lo asemeja a un dragón chino.
Cometo el atrevimiento de autocitarme para abrir este texto por dos razones, la primera es que cuando uno se ha roto la cabeza a lo largo de décadas intentando escribir sobre un organismo en particular, como me ha ocurrido con el axolotl, regresar a esas frases es la mejor manera de poner nuevamente en marcha los engranajes mentales. La segunda es porque estas líneas abren El ajolote. Biología del anfibio más sobresaliente del mundo, mi reciente audiolibro en el que revisito al emblemático anfibio de los pantanos mexicanos para indagar cuál es su estado actual.
Para mí todo comenzó con los ajolotes: mi despertar infantil hacia el naturalismo, mi posterior iniciación en las ciencias biológicas y, finalmente, el salto que di hacia la comunicación de la ciencia y la literNatura (cruce entre la naturaleza y las letras) que ahora cultivo y promuevo. Recuerdo la primera vez que estuve cerca de uno de estos ejemplares, cuando tenía apenas unos 9 años. Esa mañana en Pátzcuaro, Michoacán, Agustín, el biólogo que lideraba esta aventura, llevó a un grupo de niños de diferentes edades, incluyéndome, al campo. Aún recuerdo cómo hundió con facilidad el bisturí en la carne blanduzca; luego efectuó un corte longitudinal a lo largo de la cabeza y extirpó uno de los ojos del anfibio para mostrarnos el cristalino. Parecía una roquita de sal traslúcida. Agustín giró el lente entre sus dedos con delicadeza y después lo aproximó a cada uno de nosotros para que nos asomáramos. Mucho años después, cuando la curiosidad por esta especie ya me había dominado, realicé experimentos para tratar de saber cómo se destrababa el artificio fisiológico que los mantiene en forma de larva eterna.
Pero antes de avanzar, es importante explicar de quién estamos hablando. Todas las salamandras —unas 700especies descritas a nivel mundial— empiezan sus días siendo ajolotes, después crecen y, de forma similar a los renacuajos que se transforman en ranas, abandonan el agua para convertirse en adultos terrestres, o sea salamandras y tritones, con excepción de cuatro especies mexicanas que se ahorran el proceso de metamorfosis y, en su lugar, pasan toda su vida en perenne etapa larvaria; es decir, en forma de ajolotes. En biología este rasgo recibe el nombre de neotenia y se presenta en el achoque del lago de Pátzcuaro (Ambystoma dumerilli), enlos ajolotes endémicos de las lagunas michoacanas de Alchichica y de Zacapu (Ambystomataylori y Ambystoma andersoni, respectivamente) y por, supuesto, enel que es originario del valle de México, conocido como axolotl o Ambystomamexicanum, protagonista de mi libro.
Sumemos a la singularidad reproductiva del ajolote su asombrosa capacidad de regeneración morfológica,una habilidad que francamente raya en lo fantástico y que, ante la necesidad, les permite regenerar extremidades perdidas, manos, ojos, branquias, mandíbula, cola e incluso órganos internos, y sin dejar cicatriz tras el proceso. Los tejidos nuevos son indistinguibles de los originales, y pueden hacerlo tantas veces como sea necesario. Son dotes de restauración anatómica insólitas que los han consagrado en el imaginario popular como entes casi milagrosos, que hacen salivar a la medicina moderna con fantasías de tratamientos promisorios. No sorprende que los fundadores de Tenochtitlán concibieran al pequeño monstruo de agua como la reencarnación de un dios; pero ya llegaremos a ello. Por ahora, basta decir que el mecanismo responsable de su impresionante don reside en la transdiferenciación celular. Sucede que las células de estos anfibios cuentan con la enigmática habilidad de retroceder en su escala de especialización y volver a un estado más maleable: una forma pluripotente de la célula, si se prefiere, que después se encamina en otra dirección para transformarse en el tejido que sea necesario.
Sí, he escrito muchas veces y con diferentes intenciones sobre salamandras; y heme aquí, una vez más, tecleando al respecto y pensando que si hay criaturas que representan la historia de un país, en nuestro caso tendrían que ser los ajolotes. Digamos que existen organismos que se les identifica como un espejo alegórico, pues se considera que reflejan la cosmovisión de las sociedades que transitan ante su superficie.imperios, colonias, revoluciones, crisis económicas y vanguardias artísticas.
¿A quiénes no ha visto desfilar el legendario anfibio desde el fondo del pantano?: chamanes, frailes, científicos y curanderos. A todos ha cautivado con su extravagante fisonomía: tlatoanis, virreyes, emperadores y presidentes. Los ha visto llegar y partir con ese orgullo apacible que le otorga saberse, a diferencia de ellos, una constante de estos linderos fangosos. Se me ocurren muy pocos animales que hayan fascinado tanto a los habitantes del gran valle de las alturas volcánicas como el carismático Ambystoma mexicanum.
Los mexicas y toltecas lo consideraban la reencarnación del dios Xólotl, gemelo de Quetzalcóatl (el dios principal) que, de acuerdo con la leyenda del Quinto Sol, se rehusó a entregarse en sacrifico, como lo hicieron las demás deidades, para poner en marcha el movimiento astral. La leyenda narra que Xólotl emprendió la huida transformándose primero en una planta de maíz; luego, al ser alcanzado por el verdugo de los dioses, se convirtió en un agave de doble penca y, posteriormente, descubierto una vez más, saltó al agua para adoptar la forma de un casi-pez, un pequeño monstruo del pantano llamado axolotl. Hay que recordar que todos los organismos en los que iba permutando el dios prófugo —incluyendo el axolotl—eran alimentos de vital importancia para las culturas regionales.
Con la caída deTenochtitlán y la llegada de la religión católica, la simbología del ajolote cambió drásticamente, pues se le acusaba de embarazar a las mujeres en los lagos (creencia aún arraigada en ciertas zonas rurales del país) o de tener vulva, flujos menstruales y excitar la actividad sexual al ser consumido. Esta visión perversa, dirigida a desvirtuar los carácteres identitarios de la nación conquistada, perduró a lo largo de la Colonia y llegó hasta el siglo XIX, cuando las primeras muestras de los Ambystoma mexicanum llegaron a los laboratorios europeos gracias a Alexander von Humboldt.
En su paso porMéxico, el explorador recolectó algunos especímenes y los entregó a George Cuvier, considerado el padre de la anatomía comparada, quien realizó la primera descripción científica de la especie y que hasta su muerte consideró que el sirénido mexicano, como se le llamaba entonces del otro lado del Atlántico, se trataba de la larva de una salamandra gigante y desconocida.
Comienza entonces medio siglo en el que su peculiar ciclo de vida, ese transitar por la vida en forma de larva eterna, representó un enigma científico infranqueable, al menos hasta la segunda intervención francesa en México, en la década de 1860, y luego del encargo expreso de llevar algunos ejemplares con vida de al viejo mundo. Auguste Duméril, discípulo de Georges Cuvier, fue el encargado de recibir a los especímenes (cuatro machos y una hembra, que fueron los únicos que consiguieron sobrevivir a la ardua travesía marítima) y, unos años más tarde, hacia 1866, sería el primer naturalista europeo en atestiguar y describir su insólita reproducción en estado larvario. El propio Darwin incluyó algunos pasajes al respecto en su obra cumbre El origen de las especies por selección natural, aunque no sería sino hasta 1885 que Julius Kollmann acuñara el término neotenia. Así se puso fin a siglos de misterio sobre la naturaleza del ajolote.
Hacia mitad delsiglo xx, la suerte quiso que el carismático anfibio diera otro vuelco de idolatría y se incrustara en la psique de JulioCortázar, ni más ni menos. Debido a la obsesión que atrapó al escritor argentino cuando los descubrió en el zoológico de París, en su cuento “Axolotl”,de 1956, plantea un juego de perspectivas que termina con el propio autor convertido en uno de ellos. Ahí empieza otra de las iteraciones del anfibio, su símbolo como musa literaria, apareciendo en textos de Juan José Arreola, Salvador Elizondo, Octavio Paz, Gutierre Tibón y otras plumas latinoamericanas notables.Pero mi favorito es José Emilio Pacheco que en el poema “Acrosoma” escribe: “Ni pez ni salamandra, ni sapo ni lagarto, posee rasgos humanoides y es, como nosotros, el habitante quintaescencial de Nepantla, la cuna de sor Juana, la tierra de en medio, el lugar de nadie, el recinto y tumba de quienes, a lo largo de todas nuestras metamorfosis, tampoco llegamos a la verdad de ser adultos y lo único que sabemos es reproducirnos”. Idea que hace ecos en la obra clásica de Roger Bartra La jaula de la melancolía, en la que el ajolote es una metáfora para describir a México como una nación neoténica.
En 2011, el mismo Roger Bartra editó Axolotiada, vida y mito de un anfibio mexicano, un vistoso almanaque publicado por el Fondo de Cultura Económica que explora a profundidad las referencias del ajolote en la historia, la literatura y el arte. Claro que ahí no se detiene la influencia del ajolote, pues su virtud de regeneración morfológica extrema, y el luminoso poder de estar blindado también a ciertos tipos de cáncer, gracias al mismo proceso de transdiferenciación celular, representa el Santo Grial de la ciencia médica contemporánea. Sin ir más lejos, academia.edu registra ni más ni menos que 10 189 artículos dedicados a su figura en revistas indexadas.
Así llegamos al panorama actual cuando, a pesar de su fastuoso legado, el icónico organismo batalla contra la extinción. Estamos presenciando su muerte por las mil estocadas que ha recibido: especies introducidas en su hábitat (tilapias y carpas que han puesto la cadena alimenticia de cabeza), fragmentación de su entorno (fagocitado por una de las megalópolis más grandes del planeta y el cambio de uso chinampero que en tiempos recientes ha virado masivamente hacia las canchas de futbol y los eventos sociales) y la contaminación (el agua donde habitan proviene de plantas de tratamiento). A los problemas mencionados, se suma la indiferencia gubernamental, cuando no la llana simulación, como aquella infame liberación conocida como Ajolotón, celebrada con bombo y platillo por seis alcaldes en 2022 y que en el mejor de los casos simplemente condenó a los ajolotes “liberados” a ser carne de cañón. Los números de su población han colapsado vertiginosamente, pasando de los 6 000 ejemplares por kilómetro cuadrado, en 1998, a menos de 100 dos décadas más tarde.
Hoy en día se tiene suerte si se encuentran unos cuantos ejemplares nadando a sus anchas en los canales de Xochimilco, último reducto para los de su clase en libertad, y esos días parecen estar contados. En cautiverio su presencia es ubicua, tanto en laboratorios de investigación como en el bullente marcado de mascotas exóticas, donde se ofrece todo un abanico de coloraciones diferentes: desde los albinos, con tonos rosados y que dominan el imaginario colectivo, hasta los leucísticos completamente blancos, así como dorados, negros y manchados. Quizá sea por su parecido al personaje de Pokémon que en Corea del Sur se le considera un animal nacional.
Por otro lado, habría que preguntarse cuál es el sentido de la existencia del ajolote si está condenado a vivir en peceras. Se podrá mantener a todos los ejemplares que se quiera en cautiverio, pero jamás a una especie. Una especie es mucho más que los integrantes individuales que la componen, es una capacidad emergente del sistema que surge de la interacción de un grupo específico de organismos con todos los que lo rodean. Por eso, a pesar de haber tantos ejemplares distribuidos en criaderos alrededor del mundo, por ahora la especie es prácticamente invisible. Quién sabe, pero de seguir por esa ruta, podría ser que el axolotl acabará por engendrar algo así como el perro, que se diferenció del lobo primigenio generación tras generación hasta volverse nuestro actual canino de compañía.
Mientras tanto, el ajolote ha alcanzado nuevamente el nivel de divinidad, pues lo hemos convertido en moneda de cambio, estampándolo en billetes de cincuenta pesos. Y si es que existe un dios todo poderoso en nuestra era, ese es el dinero. Una vez más, meditemos: ¿qué tienen en común todos esos personajes que aparecen en nuestra moneda?… que están muertos, que son personajes históricos. ¿Por qué será que los humanos tenemos que esperar hasta el borde de la desaparición de algo para valorarlo como se debe?
Me parece que estamos ante la última oportunidad de replantear el símbolo del ajolote. Si bien en estos tiempos de crisis climática y ambición desmedida, su destino pareciera ser el de la extinción inminente, todavía es posible virar el timón del barco, dejarnos de simulaciones huecas y dirigirnos hacia un futuro si no más sustentable, sí más amable para nosotros y las criaturas que nos acompañan.
Hay una última trinchera de esperanza para que el emblemático anfibio siga merodeando en su medio relativamente silvestre: los canales-refugio que el equipo del laboratorio de restauración ecológica del Instituto de Biología UNAM está creando, junto con las comunidades locales de Xochimilco. La idea, concebida por el investigador Luis Zambrano y el veterinario HoracioMena, es sencilla, pero no por ello menos efectiva: consiste en crear canales entre las chinampas que establezcan barreras físicas, con tezontle y otras piedras porosas, para que las especies introducidas no puedan penetrar en ellos. Asimismo, se incorporan plantas acuáticas que mejoran notablemente la calidad del agua. De esta manera, se beneficia tanto al ajolote como a las personas que trabajan la chinampa, puesto que sus cultivos adquieren un valor agroecológico mercadeable. En el audiolibro citado al principio de este texto, se incluyen un par de entrevistas a Luis Zambrano y Horacio Mena en las que explican con más detalle cómo funcionan los canales-refugio.
Por último, me gustaría pensar que, con los años, el axolotl se volverá un nuevo símbolo de la conservación y la resiliencia ante los embates del Antropoceno.
Científicos, poetas y exploradores se han obsesionado con esta especie casi mitológica, pero ni los memes ni los billetes de 50 pesos garantizan la supervivencia del famoso ajolote de Xochimilco.
Elsemblante del pequeño monstruo de agua es difícil de olvidar. Su aspecto remite a un ser arcaico y extravagante, propio de un mundo perdido o de una película de ciencia ficción. Perturbador como sueño de infancia. Extraordinario cual invención de Julio Verne. Portentoso, milagroso. Enigma científico. Deidad precolombina. Una criatura endémica del gran valle central del altiplano mexicano (la cuenca del Anáhuac), de hábitos nocturnos y completamente acuáticos, que posee la llave de los secretos de la eterna juventud y el don dela regeneración corporal extrema. Un organismo tan singular que si no existiera en la naturaleza probablemente figuraría dentro de la zoología fantástica deBorges. Al observarlo flotando casi ingrávido en el agua turbia se tiene la sensación de que la evolución con él fue un poco más imaginativa que con el resto de los seres vivos, moldeando a través de los años a un ente casi surrealista. Absurdo como fantasía de Lewis Carroll, incomprensible cual reliquia arqueológica. Su enorme boca y ojos diminutos sugieren que está condenado a vivir de buen humor, y el conspicuo penacho de branquias que se dispara por detrás de su cabeza ovoide lo asemeja a un dragón chino.
Cometo el atrevimiento de autocitarme para abrir este texto por dos razones, la primera es que cuando uno se ha roto la cabeza a lo largo de décadas intentando escribir sobre un organismo en particular, como me ha ocurrido con el axolotl, regresar a esas frases es la mejor manera de poner nuevamente en marcha los engranajes mentales. La segunda es porque estas líneas abren El ajolote. Biología del anfibio más sobresaliente del mundo, mi reciente audiolibro en el que revisito al emblemático anfibio de los pantanos mexicanos para indagar cuál es su estado actual.
Para mí todo comenzó con los ajolotes: mi despertar infantil hacia el naturalismo, mi posterior iniciación en las ciencias biológicas y, finalmente, el salto que di hacia la comunicación de la ciencia y la literNatura (cruce entre la naturaleza y las letras) que ahora cultivo y promuevo. Recuerdo la primera vez que estuve cerca de uno de estos ejemplares, cuando tenía apenas unos 9 años. Esa mañana en Pátzcuaro, Michoacán, Agustín, el biólogo que lideraba esta aventura, llevó a un grupo de niños de diferentes edades, incluyéndome, al campo. Aún recuerdo cómo hundió con facilidad el bisturí en la carne blanduzca; luego efectuó un corte longitudinal a lo largo de la cabeza y extirpó uno de los ojos del anfibio para mostrarnos el cristalino. Parecía una roquita de sal traslúcida. Agustín giró el lente entre sus dedos con delicadeza y después lo aproximó a cada uno de nosotros para que nos asomáramos. Mucho años después, cuando la curiosidad por esta especie ya me había dominado, realicé experimentos para tratar de saber cómo se destrababa el artificio fisiológico que los mantiene en forma de larva eterna.
Pero antes de avanzar, es importante explicar de quién estamos hablando. Todas las salamandras —unas 700especies descritas a nivel mundial— empiezan sus días siendo ajolotes, después crecen y, de forma similar a los renacuajos que se transforman en ranas, abandonan el agua para convertirse en adultos terrestres, o sea salamandras y tritones, con excepción de cuatro especies mexicanas que se ahorran el proceso de metamorfosis y, en su lugar, pasan toda su vida en perenne etapa larvaria; es decir, en forma de ajolotes. En biología este rasgo recibe el nombre de neotenia y se presenta en el achoque del lago de Pátzcuaro (Ambystoma dumerilli), enlos ajolotes endémicos de las lagunas michoacanas de Alchichica y de Zacapu (Ambystomataylori y Ambystoma andersoni, respectivamente) y por, supuesto, enel que es originario del valle de México, conocido como axolotl o Ambystomamexicanum, protagonista de mi libro.
Sumemos a la singularidad reproductiva del ajolote su asombrosa capacidad de regeneración morfológica,una habilidad que francamente raya en lo fantástico y que, ante la necesidad, les permite regenerar extremidades perdidas, manos, ojos, branquias, mandíbula, cola e incluso órganos internos, y sin dejar cicatriz tras el proceso. Los tejidos nuevos son indistinguibles de los originales, y pueden hacerlo tantas veces como sea necesario. Son dotes de restauración anatómica insólitas que los han consagrado en el imaginario popular como entes casi milagrosos, que hacen salivar a la medicina moderna con fantasías de tratamientos promisorios. No sorprende que los fundadores de Tenochtitlán concibieran al pequeño monstruo de agua como la reencarnación de un dios; pero ya llegaremos a ello. Por ahora, basta decir que el mecanismo responsable de su impresionante don reside en la transdiferenciación celular. Sucede que las células de estos anfibios cuentan con la enigmática habilidad de retroceder en su escala de especialización y volver a un estado más maleable: una forma pluripotente de la célula, si se prefiere, que después se encamina en otra dirección para transformarse en el tejido que sea necesario.
Sí, he escrito muchas veces y con diferentes intenciones sobre salamandras; y heme aquí, una vez más, tecleando al respecto y pensando que si hay criaturas que representan la historia de un país, en nuestro caso tendrían que ser los ajolotes. Digamos que existen organismos que se les identifica como un espejo alegórico, pues se considera que reflejan la cosmovisión de las sociedades que transitan ante su superficie.imperios, colonias, revoluciones, crisis económicas y vanguardias artísticas.
¿A quiénes no ha visto desfilar el legendario anfibio desde el fondo del pantano?: chamanes, frailes, científicos y curanderos. A todos ha cautivado con su extravagante fisonomía: tlatoanis, virreyes, emperadores y presidentes. Los ha visto llegar y partir con ese orgullo apacible que le otorga saberse, a diferencia de ellos, una constante de estos linderos fangosos. Se me ocurren muy pocos animales que hayan fascinado tanto a los habitantes del gran valle de las alturas volcánicas como el carismático Ambystoma mexicanum.
Los mexicas y toltecas lo consideraban la reencarnación del dios Xólotl, gemelo de Quetzalcóatl (el dios principal) que, de acuerdo con la leyenda del Quinto Sol, se rehusó a entregarse en sacrifico, como lo hicieron las demás deidades, para poner en marcha el movimiento astral. La leyenda narra que Xólotl emprendió la huida transformándose primero en una planta de maíz; luego, al ser alcanzado por el verdugo de los dioses, se convirtió en un agave de doble penca y, posteriormente, descubierto una vez más, saltó al agua para adoptar la forma de un casi-pez, un pequeño monstruo del pantano llamado axolotl. Hay que recordar que todos los organismos en los que iba permutando el dios prófugo —incluyendo el axolotl—eran alimentos de vital importancia para las culturas regionales.
Con la caída deTenochtitlán y la llegada de la religión católica, la simbología del ajolote cambió drásticamente, pues se le acusaba de embarazar a las mujeres en los lagos (creencia aún arraigada en ciertas zonas rurales del país) o de tener vulva, flujos menstruales y excitar la actividad sexual al ser consumido. Esta visión perversa, dirigida a desvirtuar los carácteres identitarios de la nación conquistada, perduró a lo largo de la Colonia y llegó hasta el siglo XIX, cuando las primeras muestras de los Ambystoma mexicanum llegaron a los laboratorios europeos gracias a Alexander von Humboldt.
En su paso porMéxico, el explorador recolectó algunos especímenes y los entregó a George Cuvier, considerado el padre de la anatomía comparada, quien realizó la primera descripción científica de la especie y que hasta su muerte consideró que el sirénido mexicano, como se le llamaba entonces del otro lado del Atlántico, se trataba de la larva de una salamandra gigante y desconocida.
Comienza entonces medio siglo en el que su peculiar ciclo de vida, ese transitar por la vida en forma de larva eterna, representó un enigma científico infranqueable, al menos hasta la segunda intervención francesa en México, en la década de 1860, y luego del encargo expreso de llevar algunos ejemplares con vida de al viejo mundo. Auguste Duméril, discípulo de Georges Cuvier, fue el encargado de recibir a los especímenes (cuatro machos y una hembra, que fueron los únicos que consiguieron sobrevivir a la ardua travesía marítima) y, unos años más tarde, hacia 1866, sería el primer naturalista europeo en atestiguar y describir su insólita reproducción en estado larvario. El propio Darwin incluyó algunos pasajes al respecto en su obra cumbre El origen de las especies por selección natural, aunque no sería sino hasta 1885 que Julius Kollmann acuñara el término neotenia. Así se puso fin a siglos de misterio sobre la naturaleza del ajolote.
Hacia mitad delsiglo xx, la suerte quiso que el carismático anfibio diera otro vuelco de idolatría y se incrustara en la psique de JulioCortázar, ni más ni menos. Debido a la obsesión que atrapó al escritor argentino cuando los descubrió en el zoológico de París, en su cuento “Axolotl”,de 1956, plantea un juego de perspectivas que termina con el propio autor convertido en uno de ellos. Ahí empieza otra de las iteraciones del anfibio, su símbolo como musa literaria, apareciendo en textos de Juan José Arreola, Salvador Elizondo, Octavio Paz, Gutierre Tibón y otras plumas latinoamericanas notables.Pero mi favorito es José Emilio Pacheco que en el poema “Acrosoma” escribe: “Ni pez ni salamandra, ni sapo ni lagarto, posee rasgos humanoides y es, como nosotros, el habitante quintaescencial de Nepantla, la cuna de sor Juana, la tierra de en medio, el lugar de nadie, el recinto y tumba de quienes, a lo largo de todas nuestras metamorfosis, tampoco llegamos a la verdad de ser adultos y lo único que sabemos es reproducirnos”. Idea que hace ecos en la obra clásica de Roger Bartra La jaula de la melancolía, en la que el ajolote es una metáfora para describir a México como una nación neoténica.
En 2011, el mismo Roger Bartra editó Axolotiada, vida y mito de un anfibio mexicano, un vistoso almanaque publicado por el Fondo de Cultura Económica que explora a profundidad las referencias del ajolote en la historia, la literatura y el arte. Claro que ahí no se detiene la influencia del ajolote, pues su virtud de regeneración morfológica extrema, y el luminoso poder de estar blindado también a ciertos tipos de cáncer, gracias al mismo proceso de transdiferenciación celular, representa el Santo Grial de la ciencia médica contemporánea. Sin ir más lejos, academia.edu registra ni más ni menos que 10 189 artículos dedicados a su figura en revistas indexadas.
Así llegamos al panorama actual cuando, a pesar de su fastuoso legado, el icónico organismo batalla contra la extinción. Estamos presenciando su muerte por las mil estocadas que ha recibido: especies introducidas en su hábitat (tilapias y carpas que han puesto la cadena alimenticia de cabeza), fragmentación de su entorno (fagocitado por una de las megalópolis más grandes del planeta y el cambio de uso chinampero que en tiempos recientes ha virado masivamente hacia las canchas de futbol y los eventos sociales) y la contaminación (el agua donde habitan proviene de plantas de tratamiento). A los problemas mencionados, se suma la indiferencia gubernamental, cuando no la llana simulación, como aquella infame liberación conocida como Ajolotón, celebrada con bombo y platillo por seis alcaldes en 2022 y que en el mejor de los casos simplemente condenó a los ajolotes “liberados” a ser carne de cañón. Los números de su población han colapsado vertiginosamente, pasando de los 6 000 ejemplares por kilómetro cuadrado, en 1998, a menos de 100 dos décadas más tarde.
Hoy en día se tiene suerte si se encuentran unos cuantos ejemplares nadando a sus anchas en los canales de Xochimilco, último reducto para los de su clase en libertad, y esos días parecen estar contados. En cautiverio su presencia es ubicua, tanto en laboratorios de investigación como en el bullente marcado de mascotas exóticas, donde se ofrece todo un abanico de coloraciones diferentes: desde los albinos, con tonos rosados y que dominan el imaginario colectivo, hasta los leucísticos completamente blancos, así como dorados, negros y manchados. Quizá sea por su parecido al personaje de Pokémon que en Corea del Sur se le considera un animal nacional.
Por otro lado, habría que preguntarse cuál es el sentido de la existencia del ajolote si está condenado a vivir en peceras. Se podrá mantener a todos los ejemplares que se quiera en cautiverio, pero jamás a una especie. Una especie es mucho más que los integrantes individuales que la componen, es una capacidad emergente del sistema que surge de la interacción de un grupo específico de organismos con todos los que lo rodean. Por eso, a pesar de haber tantos ejemplares distribuidos en criaderos alrededor del mundo, por ahora la especie es prácticamente invisible. Quién sabe, pero de seguir por esa ruta, podría ser que el axolotl acabará por engendrar algo así como el perro, que se diferenció del lobo primigenio generación tras generación hasta volverse nuestro actual canino de compañía.
Mientras tanto, el ajolote ha alcanzado nuevamente el nivel de divinidad, pues lo hemos convertido en moneda de cambio, estampándolo en billetes de cincuenta pesos. Y si es que existe un dios todo poderoso en nuestra era, ese es el dinero. Una vez más, meditemos: ¿qué tienen en común todos esos personajes que aparecen en nuestra moneda?… que están muertos, que son personajes históricos. ¿Por qué será que los humanos tenemos que esperar hasta el borde de la desaparición de algo para valorarlo como se debe?
Me parece que estamos ante la última oportunidad de replantear el símbolo del ajolote. Si bien en estos tiempos de crisis climática y ambición desmedida, su destino pareciera ser el de la extinción inminente, todavía es posible virar el timón del barco, dejarnos de simulaciones huecas y dirigirnos hacia un futuro si no más sustentable, sí más amable para nosotros y las criaturas que nos acompañan.
Hay una última trinchera de esperanza para que el emblemático anfibio siga merodeando en su medio relativamente silvestre: los canales-refugio que el equipo del laboratorio de restauración ecológica del Instituto de Biología UNAM está creando, junto con las comunidades locales de Xochimilco. La idea, concebida por el investigador Luis Zambrano y el veterinario HoracioMena, es sencilla, pero no por ello menos efectiva: consiste en crear canales entre las chinampas que establezcan barreras físicas, con tezontle y otras piedras porosas, para que las especies introducidas no puedan penetrar en ellos. Asimismo, se incorporan plantas acuáticas que mejoran notablemente la calidad del agua. De esta manera, se beneficia tanto al ajolote como a las personas que trabajan la chinampa, puesto que sus cultivos adquieren un valor agroecológico mercadeable. En el audiolibro citado al principio de este texto, se incluyen un par de entrevistas a Luis Zambrano y Horacio Mena en las que explican con más detalle cómo funcionan los canales-refugio.
Por último, me gustaría pensar que, con los años, el axolotl se volverá un nuevo símbolo de la conservación y la resiliencia ante los embates del Antropoceno.
Existen unas 700 especies de salamandras y todas comienzan su vida como ajolotes. Después abandonan el agua para convertirse en adultos terrestres, excepto cuatro especies mexicanas.
Elsemblante del pequeño monstruo de agua es difícil de olvidar. Su aspecto remite a un ser arcaico y extravagante, propio de un mundo perdido o de una película de ciencia ficción. Perturbador como sueño de infancia. Extraordinario cual invención de Julio Verne. Portentoso, milagroso. Enigma científico. Deidad precolombina. Una criatura endémica del gran valle central del altiplano mexicano (la cuenca del Anáhuac), de hábitos nocturnos y completamente acuáticos, que posee la llave de los secretos de la eterna juventud y el don dela regeneración corporal extrema. Un organismo tan singular que si no existiera en la naturaleza probablemente figuraría dentro de la zoología fantástica deBorges. Al observarlo flotando casi ingrávido en el agua turbia se tiene la sensación de que la evolución con él fue un poco más imaginativa que con el resto de los seres vivos, moldeando a través de los años a un ente casi surrealista. Absurdo como fantasía de Lewis Carroll, incomprensible cual reliquia arqueológica. Su enorme boca y ojos diminutos sugieren que está condenado a vivir de buen humor, y el conspicuo penacho de branquias que se dispara por detrás de su cabeza ovoide lo asemeja a un dragón chino.
Cometo el atrevimiento de autocitarme para abrir este texto por dos razones, la primera es que cuando uno se ha roto la cabeza a lo largo de décadas intentando escribir sobre un organismo en particular, como me ha ocurrido con el axolotl, regresar a esas frases es la mejor manera de poner nuevamente en marcha los engranajes mentales. La segunda es porque estas líneas abren El ajolote. Biología del anfibio más sobresaliente del mundo, mi reciente audiolibro en el que revisito al emblemático anfibio de los pantanos mexicanos para indagar cuál es su estado actual.
Para mí todo comenzó con los ajolotes: mi despertar infantil hacia el naturalismo, mi posterior iniciación en las ciencias biológicas y, finalmente, el salto que di hacia la comunicación de la ciencia y la literNatura (cruce entre la naturaleza y las letras) que ahora cultivo y promuevo. Recuerdo la primera vez que estuve cerca de uno de estos ejemplares, cuando tenía apenas unos 9 años. Esa mañana en Pátzcuaro, Michoacán, Agustín, el biólogo que lideraba esta aventura, llevó a un grupo de niños de diferentes edades, incluyéndome, al campo. Aún recuerdo cómo hundió con facilidad el bisturí en la carne blanduzca; luego efectuó un corte longitudinal a lo largo de la cabeza y extirpó uno de los ojos del anfibio para mostrarnos el cristalino. Parecía una roquita de sal traslúcida. Agustín giró el lente entre sus dedos con delicadeza y después lo aproximó a cada uno de nosotros para que nos asomáramos. Mucho años después, cuando la curiosidad por esta especie ya me había dominado, realicé experimentos para tratar de saber cómo se destrababa el artificio fisiológico que los mantiene en forma de larva eterna.
Pero antes de avanzar, es importante explicar de quién estamos hablando. Todas las salamandras —unas 700especies descritas a nivel mundial— empiezan sus días siendo ajolotes, después crecen y, de forma similar a los renacuajos que se transforman en ranas, abandonan el agua para convertirse en adultos terrestres, o sea salamandras y tritones, con excepción de cuatro especies mexicanas que se ahorran el proceso de metamorfosis y, en su lugar, pasan toda su vida en perenne etapa larvaria; es decir, en forma de ajolotes. En biología este rasgo recibe el nombre de neotenia y se presenta en el achoque del lago de Pátzcuaro (Ambystoma dumerilli), enlos ajolotes endémicos de las lagunas michoacanas de Alchichica y de Zacapu (Ambystomataylori y Ambystoma andersoni, respectivamente) y por, supuesto, enel que es originario del valle de México, conocido como axolotl o Ambystomamexicanum, protagonista de mi libro.
Sumemos a la singularidad reproductiva del ajolote su asombrosa capacidad de regeneración morfológica,una habilidad que francamente raya en lo fantástico y que, ante la necesidad, les permite regenerar extremidades perdidas, manos, ojos, branquias, mandíbula, cola e incluso órganos internos, y sin dejar cicatriz tras el proceso. Los tejidos nuevos son indistinguibles de los originales, y pueden hacerlo tantas veces como sea necesario. Son dotes de restauración anatómica insólitas que los han consagrado en el imaginario popular como entes casi milagrosos, que hacen salivar a la medicina moderna con fantasías de tratamientos promisorios. No sorprende que los fundadores de Tenochtitlán concibieran al pequeño monstruo de agua como la reencarnación de un dios; pero ya llegaremos a ello. Por ahora, basta decir que el mecanismo responsable de su impresionante don reside en la transdiferenciación celular. Sucede que las células de estos anfibios cuentan con la enigmática habilidad de retroceder en su escala de especialización y volver a un estado más maleable: una forma pluripotente de la célula, si se prefiere, que después se encamina en otra dirección para transformarse en el tejido que sea necesario.
Sí, he escrito muchas veces y con diferentes intenciones sobre salamandras; y heme aquí, una vez más, tecleando al respecto y pensando que si hay criaturas que representan la historia de un país, en nuestro caso tendrían que ser los ajolotes. Digamos que existen organismos que se les identifica como un espejo alegórico, pues se considera que reflejan la cosmovisión de las sociedades que transitan ante su superficie.imperios, colonias, revoluciones, crisis económicas y vanguardias artísticas.
¿A quiénes no ha visto desfilar el legendario anfibio desde el fondo del pantano?: chamanes, frailes, científicos y curanderos. A todos ha cautivado con su extravagante fisonomía: tlatoanis, virreyes, emperadores y presidentes. Los ha visto llegar y partir con ese orgullo apacible que le otorga saberse, a diferencia de ellos, una constante de estos linderos fangosos. Se me ocurren muy pocos animales que hayan fascinado tanto a los habitantes del gran valle de las alturas volcánicas como el carismático Ambystoma mexicanum.
Los mexicas y toltecas lo consideraban la reencarnación del dios Xólotl, gemelo de Quetzalcóatl (el dios principal) que, de acuerdo con la leyenda del Quinto Sol, se rehusó a entregarse en sacrifico, como lo hicieron las demás deidades, para poner en marcha el movimiento astral. La leyenda narra que Xólotl emprendió la huida transformándose primero en una planta de maíz; luego, al ser alcanzado por el verdugo de los dioses, se convirtió en un agave de doble penca y, posteriormente, descubierto una vez más, saltó al agua para adoptar la forma de un casi-pez, un pequeño monstruo del pantano llamado axolotl. Hay que recordar que todos los organismos en los que iba permutando el dios prófugo —incluyendo el axolotl—eran alimentos de vital importancia para las culturas regionales.
Con la caída deTenochtitlán y la llegada de la religión católica, la simbología del ajolote cambió drásticamente, pues se le acusaba de embarazar a las mujeres en los lagos (creencia aún arraigada en ciertas zonas rurales del país) o de tener vulva, flujos menstruales y excitar la actividad sexual al ser consumido. Esta visión perversa, dirigida a desvirtuar los carácteres identitarios de la nación conquistada, perduró a lo largo de la Colonia y llegó hasta el siglo XIX, cuando las primeras muestras de los Ambystoma mexicanum llegaron a los laboratorios europeos gracias a Alexander von Humboldt.
En su paso porMéxico, el explorador recolectó algunos especímenes y los entregó a George Cuvier, considerado el padre de la anatomía comparada, quien realizó la primera descripción científica de la especie y que hasta su muerte consideró que el sirénido mexicano, como se le llamaba entonces del otro lado del Atlántico, se trataba de la larva de una salamandra gigante y desconocida.
Comienza entonces medio siglo en el que su peculiar ciclo de vida, ese transitar por la vida en forma de larva eterna, representó un enigma científico infranqueable, al menos hasta la segunda intervención francesa en México, en la década de 1860, y luego del encargo expreso de llevar algunos ejemplares con vida de al viejo mundo. Auguste Duméril, discípulo de Georges Cuvier, fue el encargado de recibir a los especímenes (cuatro machos y una hembra, que fueron los únicos que consiguieron sobrevivir a la ardua travesía marítima) y, unos años más tarde, hacia 1866, sería el primer naturalista europeo en atestiguar y describir su insólita reproducción en estado larvario. El propio Darwin incluyó algunos pasajes al respecto en su obra cumbre El origen de las especies por selección natural, aunque no sería sino hasta 1885 que Julius Kollmann acuñara el término neotenia. Así se puso fin a siglos de misterio sobre la naturaleza del ajolote.
Hacia mitad delsiglo xx, la suerte quiso que el carismático anfibio diera otro vuelco de idolatría y se incrustara en la psique de JulioCortázar, ni más ni menos. Debido a la obsesión que atrapó al escritor argentino cuando los descubrió en el zoológico de París, en su cuento “Axolotl”,de 1956, plantea un juego de perspectivas que termina con el propio autor convertido en uno de ellos. Ahí empieza otra de las iteraciones del anfibio, su símbolo como musa literaria, apareciendo en textos de Juan José Arreola, Salvador Elizondo, Octavio Paz, Gutierre Tibón y otras plumas latinoamericanas notables.Pero mi favorito es José Emilio Pacheco que en el poema “Acrosoma” escribe: “Ni pez ni salamandra, ni sapo ni lagarto, posee rasgos humanoides y es, como nosotros, el habitante quintaescencial de Nepantla, la cuna de sor Juana, la tierra de en medio, el lugar de nadie, el recinto y tumba de quienes, a lo largo de todas nuestras metamorfosis, tampoco llegamos a la verdad de ser adultos y lo único que sabemos es reproducirnos”. Idea que hace ecos en la obra clásica de Roger Bartra La jaula de la melancolía, en la que el ajolote es una metáfora para describir a México como una nación neoténica.
En 2011, el mismo Roger Bartra editó Axolotiada, vida y mito de un anfibio mexicano, un vistoso almanaque publicado por el Fondo de Cultura Económica que explora a profundidad las referencias del ajolote en la historia, la literatura y el arte. Claro que ahí no se detiene la influencia del ajolote, pues su virtud de regeneración morfológica extrema, y el luminoso poder de estar blindado también a ciertos tipos de cáncer, gracias al mismo proceso de transdiferenciación celular, representa el Santo Grial de la ciencia médica contemporánea. Sin ir más lejos, academia.edu registra ni más ni menos que 10 189 artículos dedicados a su figura en revistas indexadas.
Así llegamos al panorama actual cuando, a pesar de su fastuoso legado, el icónico organismo batalla contra la extinción. Estamos presenciando su muerte por las mil estocadas que ha recibido: especies introducidas en su hábitat (tilapias y carpas que han puesto la cadena alimenticia de cabeza), fragmentación de su entorno (fagocitado por una de las megalópolis más grandes del planeta y el cambio de uso chinampero que en tiempos recientes ha virado masivamente hacia las canchas de futbol y los eventos sociales) y la contaminación (el agua donde habitan proviene de plantas de tratamiento). A los problemas mencionados, se suma la indiferencia gubernamental, cuando no la llana simulación, como aquella infame liberación conocida como Ajolotón, celebrada con bombo y platillo por seis alcaldes en 2022 y que en el mejor de los casos simplemente condenó a los ajolotes “liberados” a ser carne de cañón. Los números de su población han colapsado vertiginosamente, pasando de los 6 000 ejemplares por kilómetro cuadrado, en 1998, a menos de 100 dos décadas más tarde.
Hoy en día se tiene suerte si se encuentran unos cuantos ejemplares nadando a sus anchas en los canales de Xochimilco, último reducto para los de su clase en libertad, y esos días parecen estar contados. En cautiverio su presencia es ubicua, tanto en laboratorios de investigación como en el bullente marcado de mascotas exóticas, donde se ofrece todo un abanico de coloraciones diferentes: desde los albinos, con tonos rosados y que dominan el imaginario colectivo, hasta los leucísticos completamente blancos, así como dorados, negros y manchados. Quizá sea por su parecido al personaje de Pokémon que en Corea del Sur se le considera un animal nacional.
Por otro lado, habría que preguntarse cuál es el sentido de la existencia del ajolote si está condenado a vivir en peceras. Se podrá mantener a todos los ejemplares que se quiera en cautiverio, pero jamás a una especie. Una especie es mucho más que los integrantes individuales que la componen, es una capacidad emergente del sistema que surge de la interacción de un grupo específico de organismos con todos los que lo rodean. Por eso, a pesar de haber tantos ejemplares distribuidos en criaderos alrededor del mundo, por ahora la especie es prácticamente invisible. Quién sabe, pero de seguir por esa ruta, podría ser que el axolotl acabará por engendrar algo así como el perro, que se diferenció del lobo primigenio generación tras generación hasta volverse nuestro actual canino de compañía.
Mientras tanto, el ajolote ha alcanzado nuevamente el nivel de divinidad, pues lo hemos convertido en moneda de cambio, estampándolo en billetes de cincuenta pesos. Y si es que existe un dios todo poderoso en nuestra era, ese es el dinero. Una vez más, meditemos: ¿qué tienen en común todos esos personajes que aparecen en nuestra moneda?… que están muertos, que son personajes históricos. ¿Por qué será que los humanos tenemos que esperar hasta el borde de la desaparición de algo para valorarlo como se debe?
Me parece que estamos ante la última oportunidad de replantear el símbolo del ajolote. Si bien en estos tiempos de crisis climática y ambición desmedida, su destino pareciera ser el de la extinción inminente, todavía es posible virar el timón del barco, dejarnos de simulaciones huecas y dirigirnos hacia un futuro si no más sustentable, sí más amable para nosotros y las criaturas que nos acompañan.
Hay una última trinchera de esperanza para que el emblemático anfibio siga merodeando en su medio relativamente silvestre: los canales-refugio que el equipo del laboratorio de restauración ecológica del Instituto de Biología UNAM está creando, junto con las comunidades locales de Xochimilco. La idea, concebida por el investigador Luis Zambrano y el veterinario HoracioMena, es sencilla, pero no por ello menos efectiva: consiste en crear canales entre las chinampas que establezcan barreras físicas, con tezontle y otras piedras porosas, para que las especies introducidas no puedan penetrar en ellos. Asimismo, se incorporan plantas acuáticas que mejoran notablemente la calidad del agua. De esta manera, se beneficia tanto al ajolote como a las personas que trabajan la chinampa, puesto que sus cultivos adquieren un valor agroecológico mercadeable. En el audiolibro citado al principio de este texto, se incluyen un par de entrevistas a Luis Zambrano y Horacio Mena en las que explican con más detalle cómo funcionan los canales-refugio.
Por último, me gustaría pensar que, con los años, el axolotl se volverá un nuevo símbolo de la conservación y la resiliencia ante los embates del Antropoceno.
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