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Gatopardo 220: la historia detrás de la portada

Gatopardo 220: la historia detrás de la portada

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
15
.
05
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En Gatopardo concebimos el periodismo narrativo como un vehículo para hablar de las grandes paradojas de América Latina. En nuestra edición 220, llevamos nuestra cobertura periodística hacia el Caribe, en busca de la diversidad de testimonios, idiomas y experiencias que conforman a la realidad de esta región. Esta es la historia detrás de la portada.

Sandra Eleta fue por primera vez al pueblo colonial de Portobelo, en la costa caribeña de Panamá, en 1950. Tenía ocho años. La llevó su padre a conocer al hombre que le había salvado la vida a su abuelo. “Quiero que conozcas a mi héroe”, le dijo. Esta historia la motivó a volver, ya con más de veinte años y convertida en fotógrafa. Se encontró con un entorno de redescubrimiento y reconexión con el legado afrodescendiente de la región, un momento en el que surgían iniciativas culturales que agrupaban a cineastas, músicos, poetas y artistas para fortalecer la consciencia de sus vínculos con África. Para finales de la década de los setenta muchos de los habitantes de Portobelo eran casi familia para Eleta y retratarlos se convirtió en una especie de diario de vida. Esta serie de imágenes se extendió durante décadas y marcó su carrera en la fotografía. Sandra Eleta dice que Putulugo, el pulpero de la portada, se le apareció saliendo de los arrecifes, rumbo a la orilla del mar, y le brindó esa imagen. “Él posó así, yo no le pedí nada. Es enteramente una imagen de su invención”, cuenta la fotógrafa. Luego vino el reto técnico de revelarla, pues se tomó bajo el sol del mediodía, con una luz intensa que hacía casi imposible salvar detalles y texturas. Sin embargo, un amigo la ayudó a trabajarla en el cuarto oscuro y logró rescatar un retrato que recorrería el mundo en libros, conferencias y exposiciones. El gesto de orgullo y reconocimiento en el rostro del pulpero, en esta fotografía de 1977, se repite en las miradas fuertes de decenas de personajes que Eleta retrató durante años, cautivada por su energía desafiante, por la herencia cimarrona de esclavos libertos en reinvención. 

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En Gatopardo concebimos el periodismo narrativo como un vehículo para hablar de las grandes paradojas de América Latina. En nuestra edición 220, llevamos nuestra cobertura periodística hacia el Caribe, en busca de la diversidad de testimonios, idiomas y experiencias que conforman a la realidad de esta región. Esta es la historia detrás de la portada.

Sandra Eleta fue por primera vez al pueblo colonial de Portobelo, en la costa caribeña de Panamá, en 1950. Tenía ocho años. La llevó su padre a conocer al hombre que le había salvado la vida a su abuelo. “Quiero que conozcas a mi héroe”, le dijo. Esta historia la motivó a volver, ya con más de veinte años y convertida en fotógrafa. Se encontró con un entorno de redescubrimiento y reconexión con el legado afrodescendiente de la región, un momento en el que surgían iniciativas culturales que agrupaban a cineastas, músicos, poetas y artistas para fortalecer la consciencia de sus vínculos con África. Para finales de la década de los setenta muchos de los habitantes de Portobelo eran casi familia para Eleta y retratarlos se convirtió en una especie de diario de vida. Esta serie de imágenes se extendió durante décadas y marcó su carrera en la fotografía. Sandra Eleta dice que Putulugo, el pulpero de la portada, se le apareció saliendo de los arrecifes, rumbo a la orilla del mar, y le brindó esa imagen. “Él posó así, yo no le pedí nada. Es enteramente una imagen de su invención”, cuenta la fotógrafa. Luego vino el reto técnico de revelarla, pues se tomó bajo el sol del mediodía, con una luz intensa que hacía casi imposible salvar detalles y texturas. Sin embargo, un amigo la ayudó a trabajarla en el cuarto oscuro y logró rescatar un retrato que recorrería el mundo en libros, conferencias y exposiciones. El gesto de orgullo y reconocimiento en el rostro del pulpero, en esta fotografía de 1977, se repite en las miradas fuertes de decenas de personajes que Eleta retrató durante años, cautivada por su energía desafiante, por la herencia cimarrona de esclavos libertos en reinvención. 

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Sandra Eleta fue por primera vez al pueblo colonial de Portobelo, en la costa caribeña de Panamá, en 1950. Tenía ocho años. La llevó su padre a conocer al hombre que le había salvado la vida a su abuelo. “Quiero que conozcas a mi héroe”, le dijo. Esta historia la motivó a volver, ya con más de veinte años y convertida en fotógrafa. Se encontró con un entorno de redescubrimiento y reconexión con el legado afrodescendiente de la región, un momento en el que surgían iniciativas culturales que agrupaban a cineastas, músicos, poetas y artistas para fortalecer la consciencia de sus vínculos con África. Para finales de la década de los setenta muchos de los habitantes de Portobelo eran casi familia para Eleta y retratarlos se convirtió en una especie de diario de vida. Esta serie de imágenes se extendió durante décadas y marcó su carrera en la fotografía. Sandra Eleta dice que Putulugo, el pulpero de la portada, se le apareció saliendo de los arrecifes, rumbo a la orilla del mar, y le brindó esa imagen. “Él posó así, yo no le pedí nada. Es enteramente una imagen de su invención”, cuenta la fotógrafa. Luego vino el reto técnico de revelarla, pues se tomó bajo el sol del mediodía, con una luz intensa que hacía casi imposible salvar detalles y texturas. Sin embargo, un amigo la ayudó a trabajarla en el cuarto oscuro y logró rescatar un retrato que recorrería el mundo en libros, conferencias y exposiciones. El gesto de orgullo y reconocimiento en el rostro del pulpero, en esta fotografía de 1977, se repite en las miradas fuertes de decenas de personajes que Eleta retrató durante años, cautivada por su energía desafiante, por la herencia cimarrona de esclavos libertos en reinvención. 

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Sandra Eleta fue por primera vez al pueblo colonial de Portobelo, en la costa caribeña de Panamá, en 1950. Tenía ocho años. La llevó su padre a conocer al hombre que le había salvado la vida a su abuelo. “Quiero que conozcas a mi héroe”, le dijo. Esta historia la motivó a volver, ya con más de veinte años y convertida en fotógrafa. Se encontró con un entorno de redescubrimiento y reconexión con el legado afrodescendiente de la región, un momento en el que surgían iniciativas culturales que agrupaban a cineastas, músicos, poetas y artistas para fortalecer la consciencia de sus vínculos con África. Para finales de la década de los setenta muchos de los habitantes de Portobelo eran casi familia para Eleta y retratarlos se convirtió en una especie de diario de vida. Esta serie de imágenes se extendió durante décadas y marcó su carrera en la fotografía. Sandra Eleta dice que Putulugo, el pulpero de la portada, se le apareció saliendo de los arrecifes, rumbo a la orilla del mar, y le brindó esa imagen. “Él posó así, yo no le pedí nada. Es enteramente una imagen de su invención”, cuenta la fotógrafa. Luego vino el reto técnico de revelarla, pues se tomó bajo el sol del mediodía, con una luz intensa que hacía casi imposible salvar detalles y texturas. Sin embargo, un amigo la ayudó a trabajarla en el cuarto oscuro y logró rescatar un retrato que recorrería el mundo en libros, conferencias y exposiciones. El gesto de orgullo y reconocimiento en el rostro del pulpero, en esta fotografía de 1977, se repite en las miradas fuertes de decenas de personajes que Eleta retrató durante años, cautivada por su energía desafiante, por la herencia cimarrona de esclavos libertos en reinvención. 

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Sandra Eleta fue por primera vez al pueblo colonial de Portobelo, en la costa caribeña de Panamá, en 1950. Tenía ocho años. La llevó su padre a conocer al hombre que le había salvado la vida a su abuelo. “Quiero que conozcas a mi héroe”, le dijo. Esta historia la motivó a volver, ya con más de veinte años y convertida en fotógrafa. Se encontró con un entorno de redescubrimiento y reconexión con el legado afrodescendiente de la región, un momento en el que surgían iniciativas culturales que agrupaban a cineastas, músicos, poetas y artistas para fortalecer la consciencia de sus vínculos con África. Para finales de la década de los setenta muchos de los habitantes de Portobelo eran casi familia para Eleta y retratarlos se convirtió en una especie de diario de vida. Esta serie de imágenes se extendió durante décadas y marcó su carrera en la fotografía. Sandra Eleta dice que Putulugo, el pulpero de la portada, se le apareció saliendo de los arrecifes, rumbo a la orilla del mar, y le brindó esa imagen. “Él posó así, yo no le pedí nada. Es enteramente una imagen de su invención”, cuenta la fotógrafa. Luego vino el reto técnico de revelarla, pues se tomó bajo el sol del mediodía, con una luz intensa que hacía casi imposible salvar detalles y texturas. Sin embargo, un amigo la ayudó a trabajarla en el cuarto oscuro y logró rescatar un retrato que recorrería el mundo en libros, conferencias y exposiciones. El gesto de orgullo y reconocimiento en el rostro del pulpero, en esta fotografía de 1977, se repite en las miradas fuertes de decenas de personajes que Eleta retrató durante años, cautivada por su energía desafiante, por la herencia cimarrona de esclavos libertos en reinvención. 

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