La trayectoria de Osiris Gaona comenzó con los murciélagos, tan buenos polinizadores que ella los llama “los jardineros de la selva húmeda tropical”. Aunque ahora estudia, como pionera en México, el microbioma. Insiste en que nuestras actividades ponen en peligro a los animales y los ecosistemas y, en consecuencia, a la humanidad misma. Ella se concibe como una científica enfocada en que la gente conozca la verdad. El siguiente texto es parte de los perfiles de mexicanas científicas y ambientalistas, una serie que publica Gatopardo.
Posiblemente sea la mujer científica con mayor conocimiento de los murciélagos en todo México. Lo que sí es un hecho es que su actual línea de investigación, el microbioma ligado con la vida silvestre, es algo totalmente nuevo en el país. En ningún otro laboratorio mexicano se desarrolla ese tipo de estudios. Sin embargo, suelta una carcajada y achica los ojos detrás del gran armazón negro de sus lentes. La doctora en Ecología Osiris Gaona Pineda afirma que a menudo se ríen de ella cuando confiesa su sueño frustrado: “Siempre quise ser bailarina de rumba como Tongolele y Ninón Sevilla”, las grandes rumberas del cine nacional, “y terminé siendo bióloga”.
Concretamente, es una científica especializada en murciélagos, a los que conoció desde niña en casa de su abuela, ubicada en la región conocida como Tierra Caliente, una zona limítrofe entre Guerrero, Michoacán y el Estado de México. Su papá, un maestro de Educación Física al que le encantaba leer a los clásicos griegos y latinos, adoraba a su pequeño pueblo: Santa Teresa de Jesús, ubicado en el municipio de Coyuca de Catalán, en Guerrero, rumbo a Zirándaro de los Chávez, una zona muy árida y muy caliente. Todas las vacaciones, su padre organizaba a la familia para que regresaran al campo año con año.
Entrevisto a Osiris Gaona a través de Zoom. Ella se encuentra en el pueblo de Chicxulub, en Yucatán, donde todavía está el cráter de un gran meteorito que impactó la superficie terrestre. Ahí, junto con su jefa, la doctora Luisa Falcón, es pionera en la transición que culminará con el traslado de la sede del Instituto de Ecología de la UNAM a esa población. Pero ahora recuerda lo que sucedió años atrás: “Cuando yo era niña, ni siquiera había luz eléctrica en el pueblo”. Se alumbraban con quinqués de petróleo, a los que sus padres llamaban “aparatos”. Como si entrara en una ensoñación narra que veía cómo nacían las vacas, la sangre que les escurría en los alumbramientos, y cómo ordeñaban a las que ya eran adultas. No olvida que la mandaban por huevos a la troje y que observaba con gran asombro cómo algunos de esos huevos se convertían en animales.
Como “mi papá era muy pachanguero” llevaba a la familia hasta las rancherías más alejadas; a veces se tardaban más de una hora en llegar, navegando a través de los ríos. Al llegar a su destino, la niña se entretenía en recolectar diversas flores que guardaba y disecaba en sus libros, y atrapaba alacranes que guardaba en frascos. “Ahora, añade con nostalgia, es imposible llegar ahí, a esa zona que se ha vuelto tan peligrosa y conflictiva debido al narcotráfico. Pero yo crecí en ese pueblito cuando todo era diferente, cuando era un lugar tranquilo y pacífico, enclavado a la mitad del camino”. Ahí y así nació la vocación de la futura licenciada en Biología, maestra en Ciencias Biológicas y doctora en Ecología, especializada en restauración del medio ambiente.
Un cambio de paradigma
Cuando la joven Osiris Gaona llegó a la UNAM a estudiar la carrera de Biología, el primer semestre le pareció horrible porque llevaba Física, Química y Matemáticas… pero ya después, en las salidas de campo correspondientes a los distintos niveles de Botánica (1, 2, 3 y 4) y gracias al plan de estudios que le tocó —que incluía la materia de Zoología—, pudo ver el nacimiento de los animales y su desarrollo, las diferencias entre los reinos vegetal y animal. Entonces se dijo a sí misma: “De aquí soy. Creo que fue la mejor elección que hice en toda mi vida. No me arrepiento para nada”.
Durante sus estudios exploró la teoría sobre el origen de las especies, de Charles Darwin (1809-1882), pero en la actualidad se encuentra sumergida en su investigación sobre el microbioma, pues exista una teoría que tiene sus bases en la simbiosis y en lo endosimbiótica, propuesta hace muchos años por la bióloga estadounidense Lynn Margulis (1938-2011) y se contrapone de manera frontal a los planteamientos de Darwin. De acuerdo con Margulis, el origen de la vida, es decir, el origen de las células eucariotas, es producto de una simbiosis entre un grupo de bacterias arqueas, microorganismos que dan origen a la mitocondria. Osiris Gaona lo explica en palabras muy sencillas: “Nosotros somos una caja de Petri que guarda millones de microorganismos, sin los cuales no podríamos existir. Así de simple es la vida”.
Los postulados de Margulis, sostiene la doctora Osiris Gaona, dieron paso a un nuevo concepto, según el cual todos los seres vivos —plantas, animales y seres humanos— somos holobiontes, es decir, seres que tienen relaciones simbióticas con todos los microorganismos que están en nuestros cuerpos, esto es, con el microbioma. “Lo que yo puedo afirmar es que en México estamos apenas entendiendo todas estas asociaciones simbióticas que dan lugar a las teorías del microbioma y la microbiota”, aunque hay una diferencia a nivel genético, ambos términos se usan de manera intercambiable. “No tienen más de treinta años y vienen a revolucionar nuevamente todo lo que creíamos sobre el origen de la vida y el Homo sapiens: basta con pensar que únicamente el diez por ciento de nuestras células pertenecen a ese Homo sapiens y el resto corresponde a todas las asociaciones simbióticas que tenemos, sin las cuales no podríamos digerir lo que comemos. Es para volarte los sesos. Otro ejemplo: antes se creía que el líquido amniótico y la leche materna eran estériles, pero ahora sabemos que ambos líquidos están impregnados de nutrientes y de microbiota que permite al bebé defenderse de posibles infecciones y virus. Eso explica que en la actualidad se le otorgue tanta importancia a los partos naturales. Es el nuevo boom. A mí me da mucho gusto haber elegido desarrollar el tema de mi doctorado a la luz de las aportaciones de Margulis”.
Los obstáculos en el camino
En la actualidad la doctora Osiris Gaona ostenta la plaza de técnico académico titular C y está a la espera de que, durante este mes de septiembre, se resuelva si obtiene el PRIDE D, el estímulo económico que, sumado a su plaza, es la máxima categoría a la que ella puede aspirar dentro de la UNAM. La bióloga lleva trabajando treinta y tantos años en el Instituto de Ecología de la máxima casa de estudios del país. Sin embargo, nada más se le reconocen veintitrés años de antigüedad en la categoría de técnica titular; por la forma en que se dieron las cosas, nunca obtuvo una plaza como investigadora.
Era muy joven cuando llegó a la UNAM para cursar su licenciatura en Biología y aterrizó en el laboratorio de Ecología y Conservación de Vertebrados Terrestres, encabezado por el doctor Rodrigo A. Medellín Legorreta —conocido popularmente con el apodo de “el Batman mexicano”— y, aunque reconoce que aprendió muchísimo con el Dr. Medellín porque le abrió una gran ventana, principalmente al mundo de los murciélagos, “en los veinte años que estuve ahí, no avancé mucho en el terreno académico porque, de acuerdo con las jerarquías burocráticas, todos los que estábamos en ese laboratorio trabajábamos para el jefe”. Al principio yo trabajé como una década sin plaza ni nada. Posteriormente, cuando ya era técnica académica, por la manera en que está organizada la UNAM, me fue prácticamente imposible cambiar a la categoría de investigadora”.
Sin ser un requisito para cursar y terminar la licenciatura en Biología, Osiris Gaona publicó dos artículos científicos en los que tiene crédito como segunda autora de Medellín, ya que fue ella quien visitó la Selva lacandona para hacer el trabajo de campo. Las heces de los murciélagos frugívoros que ella estudió permitieron conocer el número y el tipo de semillas que comen e identificar los hábitos alimenticios de esos murciélagos. “Lo que encontramos ahí”, describe, “es maravilloso: lo que los murciélagos hacen al ingerir y defecar semillas pioneras, que son muy resistentes al calor y al tipo de suelo, ayuda a regenerar la selva. Además, los murciélagos tienen una ventaja sobre otras especies: son los únicos mamíferos que vuelan y eso los convierte en excelentes regeneradores o jardineros de las selvas húmedas tropicales”. En otro artículo de investigación, que también firmó con Medellín como su segunda autora, se compara la cantidad de semillas pioneras que ingieren los murciélagos y las aves. Descubrieron que los murciélagos son más efectivos: comen y dispersan un número de dos a cuatro veces mayor que las aves.
Debido a la naturaleza de su puesto, Osiris Gaona tuvo que obtener el permiso directo de su jefe para seguir estudiando. El Dr. Medellín otorgó su autorización para que la bióloga cursara la maestría. Resulta “contradictorio” para ella que, por ser técnica de un laboratorio, en la propia UNAM, haya tenido que conseguir un permiso para seguir avanzando en sus estudios. Sin esa autorización se habría quedado estancada. Cuando le llegó el momento de cursar el doctorado, a causa de las diferencias con su jefe inmediato, la bióloga llegó al extremo de considerar renunciar a su puesto.
El eminente biólogo José Sarukhán Kermez la recibió en la oficina que ocupaba como cabeza de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), cargo al que renunció apenas, el pasado 25 de agosto, debido a diferencias con la actual titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Sarukhán había sido uno de sus maestros preferidos de la maestría y él la aconsejó como si fuese su padre: “¿Usted se quiere salir de la UNAM cuando todo el mundo quiere entrar? Mejor busque otro laboratorio dentro de la UNAM y no se vaya. Todos conocemos sus capacidades y su trayectoria. Resista”.
Finalmente se decidió a solicitar el cambio de laboratorio, tal como le había aconsejado su mentor, pero a cambio le pidieron dejar su plaza. Eso sucedió hace como diez o doce años, cuando las hijas de la bióloga eran pequeñas, lo que le dificultó tomar una decisión. Pensó: “No me puedo ir así porque mis dos niñas dependen de mí”. “Bien canijos”, recuerda, “me mandaron a un área totalmente diferente de lo que yo hacía. Fui a dar al laboratorio de la Dra. Luisa Falcón, quien se dedica a la ecología molecular. Una científica más joven que yo y superbrillante, pero con una línea de investigación totalmente diferente a la mía…”
Claro que en la carrera había aprendido a pipetear y a preparar soluciones, pero estaba llegando a un área de conocimiento distinta. La doctora Falcón le dijo que ella necesitaba a un técnico que supiera hacer ese tipo de procedimientos y, por eso, le propuso: “¿Qué te parece que te avientas el doctorado? Eso te va a permitir desarrollar las técnicas de las que hemos hablado”. Así fue como Osiris Gaona se abrió espacio en un área totalmente desconocida para ella: la de la biología molecular. Con apoyo de su nueva jefa, la científica se sobrepuso a la adversidad burocrática: esta nueva especialización le permitió explorar muchos temas relacionados con el microbioma y la microbiota, pero eso sí, a partir de los murciélagos que tanto ha amado desde el principio de su carrera.
Soluciones Ambientales Itzeni
A la par de sus estudios académicos, Osiris Gaona fundó hace diez años una asociación civil cuya misión es, según su página de Facebook, “mejorar la relación entre las personas y la naturaleza a través de la ciencia, la educación y la participación social para atender la problemática ambiental que nos afecta a todos”. Desde la perspectiva de la bióloga, uno de los problemas centrales radica en que los científicos no hablan el mismo lenguaje que usa la gente común y quieren resolver todo a través de ecuaciones y palabras rimbombantes —se refiere al uso del latín en los nombres de las especies—, que la gente no comprende.
Admite, sin embargo, que en la actualidad su asociación está bastante castigada en términos económicos “porque las autoridades no simpatizan con las organizaciones no gubernamentales ni con las asociaciones civiles”. A pesar de todos los obstáculos y cargas tributarias, su asociación se ha podido sostener gracias a los fondos que recibe de Estados Unidos para el proyecto de reintroducción del lobo mexicano. Su colega Carlos López, de la Universidad Autónoma de Querétaro, coordina para la asociación todos los estudios de genética de este lobo que está en peligro de extinción. Lo que hacen es una restauración ecológica, es decir, llevan lobos a una zona fronteriza de México, principalmente en los estados de Sonora y Chihuahua, porque anteriormente hubo lobos ahí. Los ejemplares que sueltan tienen que estar totalmente sanos, sin ningún tipo de enfermedad. También hablan con los propietarios de los terrenos para avisarles que se van a introducir esos animales porque la gente piensa que van a acabar con su ganado, pero son parte del equilibrio ecológico. “A la gente le tiene que caer el veinte de que si acabamos con los animales, estamos acabando con nosotros mismos”, advierte Osiris Gaona en su papel de directora de Itzeni.
La especialista en murciélagos disfruta enormemente dedicarse a la educación ambiental. A través de Itzeni y otras asociaciones civiles, se lanzó una convocatoria pública para impartir unos talleres en la calle de Vito Alessio Robles, en la Ciudad de México, con el propósito de limpiar el río Magdalena, tarea para la cual lograron reunir a un gran grupo de personas ávidas de ayudar. Otro de los proyectos más importantes de la asociación tuvo lugar en la mina la Quintera, que se ubica en Álamos, Sonora. Los concesionarios de esa mina —muy antigua y actualmente abandonada— son don Benjamín Lagarda y su hijo. Ellos le pidieron asesoría para ver si se podía o no explotar una mina cuyos tiros se convirtieron en el hogar de una cantidad impresionante de murciélagos, aliados de los seres humanos porque cumplen diversas funciones dentro del ecosistema. El veredicto de Osiris Gaona fue no tocar a los murciélagos y les entregó a los mineros el estudio correspondiente. A la par, como parte de un proceso educativo, dieron pláticas en los pueblos aledaños sobre la importancia de los murciélagos hematófagos y distribuyeron una cantidad considerable de folletos gratuitos al respeto. Al respecto, la bióloga insiste en hacerle buena reputación a los murciélagos; en una entrevista con La Opinión señaló que solo tres de 1,400 especies de murciélagos son hematófagos, es decir, no todos son “chupasangre” y, en cambio, son clave para la regeneración y la preservación de los hábitats.
Los científicos como activistas ambientales
La selva maya es el último relicto de selva húmeda tropical que queda en México, es decir, es un remanente de asociaciones biológicas con una distribución muy reducida comparada con la que anteriormente tuvo, aunque aún alberga una gran biodiversidad de animales y plantas. “Si acabamos con las selvas húmedas tropicales, nos estamos matando a nosotros mismos”, sostiene Osiris Gaona y sentencia: “Nos estamos acabando los hábitats naturales: los humanos llegamos cada vez más allá, más allá, más allá, e invadimos los territorios de diversos animales, lo que da pie a un proceso de zoonosis, mediante el cual nos están pasando sus enfermedades, porque nos los comemos o estamos más en contacto con ellos. Entonces, no es su culpa, es nuestra culpa”.
Más aún: la gente piensa que es por arte de magia que se inunda Tabasco y ¿por qué se inunda Tabasco? La respuesta es sencilla para la bióloga: “porque acabaron con la selva y ya no hay nada que amortigüe esa agua; arrasaron con esa esponja que la ciudad tenía alrededor…. La naturaleza va tomado su camino. Nosotros somos los que deberíamos de entender esto. No digo que el planeta se vaya a acabar, los que nos vamos a acabar somos nosotros”.
Ella se identifica más como una científica enfocada en que la gente sepa y pueda entender la verdad. Recientemente la revista Nexos publicó el artículo “Miradas impávidas ante la muerte de los siete colores de la laguna Bacalar”, firmado por la propia Osiris Gaona, Luisa Falcón, Alfredo Yanez-Montalvo (adscrito al Colegio de la Frontera Sur, pero está haciendo un posdoctorado bajo la dirección de Osirirs) y Miriam Guerrero, colegas del mismo laboratorio. Sorpresivamente recibió una llamada telefónica en la que le informaron que su artículo había sido criticado en una de las conferencias mañaneras del presidente López Obrador. El mandatario negó de manera enfática que el Tren Maya hubiese afectado los colores de la laguna de Bacalar, ubicada en el estado de Quintana Roo. En el texto nunca se alude directamente al Tren Maya, una de las obras emblemáticas del sexenio. Se habla de impacto negativo de diversas actividades humanas en general y se atribuye la decoloración de la laguna de Bacalar a la muerte de estromatolitos, que son comunidades formadas por bacterias y, también, los primeros oxigenadores de la atmósfera. Lo que el artículo expone es su aniquilación porque tiene un alto costo ambiental:
“[P]areciera que vale más satisfacer las necesidades de los turistas, un tren, una carretera, un hotel que la captura de carbono (CO2) en minerales y materia orgánica. […] Hasta finales del siglo pasado, el sur de Quintana Roo había mantenido en buen estado de conservación su cobertura vegetal. Pero en las últimas dos décadas se ha desencadenado un proceso de cambio de uso del suelo que ha sido el detonante del deterioro ambiental. La deforestación se debe a la producción de ganado, a la agricultura (caña de azúcar, soya, cítricos, piña) y al incremento del desarrollo inmobiliario y turístico”.
Desde la perspectiva de Osiris Gaona, los científicos se convierten en activistas al publicar textos críticos y rigurosos, pero añade que su comportamiento debe ser ético en todo lo que hagan, en todos los ámbitos.
A sus 53 años, ella vive en el pueblo de Chicxulub, Yucatán, más relajada que antes y disfruta el hecho de que sus hijas, Fandila e Itzayana, ambas del mismo padre francés (Boris Furlan, también con estudios de Biología y dedicado ahora a fotografiar la vida silvestre y del que Osiris se separó hace varios años), sean ya unas jóvenes que cursan especialidades en institutos científicos y artísticos en Europa.
Después de un continuo batallar con distintas trabas, las cosas finalmente se acomodaron para la doctora Osiris Gaona. Hace poco le preguntaron si quería dejar de ser técnica para convertirse en investigadora. Su respuesta fue contundente: “Por supuesto que no”. Explica: “Se trata, simplemente, de una jerarquía burocrática muy dura. A estas alturas de la vida, con una tesis de doctorado que obtuvo mención honorífica y que fue candidata a la presea Alfonso Caso, hago un trabajo prácticamente igual al que hace un investigador. Como, además, me gusta vincular a la población general con la ciencia, desde mi asociación civil puedo hacer muchas cosas más. No necesito ese cambio porque, por donde se vea, soy académica de la UNAM, con veintitrés años de antigüedad. En el instituto al que pertenezco defiendo de manera permanente la conciencia de género al luchar por oportunidades equitativas para que tanto los hombres como las mujeres tengamos la posibilidad de desarrollar nuestras carreras científicas en las mejores condiciones posibles”.
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Ilustración de Fernanda Jiménez.
La trayectoria de Osiris Gaona comenzó con los murciélagos, tan buenos polinizadores que ella los llama “los jardineros de la selva húmeda tropical”. Aunque ahora estudia, como pionera en México, el microbioma. Insiste en que nuestras actividades ponen en peligro a los animales y los ecosistemas y, en consecuencia, a la humanidad misma. Ella se concibe como una científica enfocada en que la gente conozca la verdad. El siguiente texto es parte de los perfiles de mexicanas científicas y ambientalistas, una serie que publica Gatopardo.
Posiblemente sea la mujer científica con mayor conocimiento de los murciélagos en todo México. Lo que sí es un hecho es que su actual línea de investigación, el microbioma ligado con la vida silvestre, es algo totalmente nuevo en el país. En ningún otro laboratorio mexicano se desarrolla ese tipo de estudios. Sin embargo, suelta una carcajada y achica los ojos detrás del gran armazón negro de sus lentes. La doctora en Ecología Osiris Gaona Pineda afirma que a menudo se ríen de ella cuando confiesa su sueño frustrado: “Siempre quise ser bailarina de rumba como Tongolele y Ninón Sevilla”, las grandes rumberas del cine nacional, “y terminé siendo bióloga”.
Concretamente, es una científica especializada en murciélagos, a los que conoció desde niña en casa de su abuela, ubicada en la región conocida como Tierra Caliente, una zona limítrofe entre Guerrero, Michoacán y el Estado de México. Su papá, un maestro de Educación Física al que le encantaba leer a los clásicos griegos y latinos, adoraba a su pequeño pueblo: Santa Teresa de Jesús, ubicado en el municipio de Coyuca de Catalán, en Guerrero, rumbo a Zirándaro de los Chávez, una zona muy árida y muy caliente. Todas las vacaciones, su padre organizaba a la familia para que regresaran al campo año con año.
Entrevisto a Osiris Gaona a través de Zoom. Ella se encuentra en el pueblo de Chicxulub, en Yucatán, donde todavía está el cráter de un gran meteorito que impactó la superficie terrestre. Ahí, junto con su jefa, la doctora Luisa Falcón, es pionera en la transición que culminará con el traslado de la sede del Instituto de Ecología de la UNAM a esa población. Pero ahora recuerda lo que sucedió años atrás: “Cuando yo era niña, ni siquiera había luz eléctrica en el pueblo”. Se alumbraban con quinqués de petróleo, a los que sus padres llamaban “aparatos”. Como si entrara en una ensoñación narra que veía cómo nacían las vacas, la sangre que les escurría en los alumbramientos, y cómo ordeñaban a las que ya eran adultas. No olvida que la mandaban por huevos a la troje y que observaba con gran asombro cómo algunos de esos huevos se convertían en animales.
Como “mi papá era muy pachanguero” llevaba a la familia hasta las rancherías más alejadas; a veces se tardaban más de una hora en llegar, navegando a través de los ríos. Al llegar a su destino, la niña se entretenía en recolectar diversas flores que guardaba y disecaba en sus libros, y atrapaba alacranes que guardaba en frascos. “Ahora, añade con nostalgia, es imposible llegar ahí, a esa zona que se ha vuelto tan peligrosa y conflictiva debido al narcotráfico. Pero yo crecí en ese pueblito cuando todo era diferente, cuando era un lugar tranquilo y pacífico, enclavado a la mitad del camino”. Ahí y así nació la vocación de la futura licenciada en Biología, maestra en Ciencias Biológicas y doctora en Ecología, especializada en restauración del medio ambiente.
Un cambio de paradigma
Cuando la joven Osiris Gaona llegó a la UNAM a estudiar la carrera de Biología, el primer semestre le pareció horrible porque llevaba Física, Química y Matemáticas… pero ya después, en las salidas de campo correspondientes a los distintos niveles de Botánica (1, 2, 3 y 4) y gracias al plan de estudios que le tocó —que incluía la materia de Zoología—, pudo ver el nacimiento de los animales y su desarrollo, las diferencias entre los reinos vegetal y animal. Entonces se dijo a sí misma: “De aquí soy. Creo que fue la mejor elección que hice en toda mi vida. No me arrepiento para nada”.
Durante sus estudios exploró la teoría sobre el origen de las especies, de Charles Darwin (1809-1882), pero en la actualidad se encuentra sumergida en su investigación sobre el microbioma, pues exista una teoría que tiene sus bases en la simbiosis y en lo endosimbiótica, propuesta hace muchos años por la bióloga estadounidense Lynn Margulis (1938-2011) y se contrapone de manera frontal a los planteamientos de Darwin. De acuerdo con Margulis, el origen de la vida, es decir, el origen de las células eucariotas, es producto de una simbiosis entre un grupo de bacterias arqueas, microorganismos que dan origen a la mitocondria. Osiris Gaona lo explica en palabras muy sencillas: “Nosotros somos una caja de Petri que guarda millones de microorganismos, sin los cuales no podríamos existir. Así de simple es la vida”.
Los postulados de Margulis, sostiene la doctora Osiris Gaona, dieron paso a un nuevo concepto, según el cual todos los seres vivos —plantas, animales y seres humanos— somos holobiontes, es decir, seres que tienen relaciones simbióticas con todos los microorganismos que están en nuestros cuerpos, esto es, con el microbioma. “Lo que yo puedo afirmar es que en México estamos apenas entendiendo todas estas asociaciones simbióticas que dan lugar a las teorías del microbioma y la microbiota”, aunque hay una diferencia a nivel genético, ambos términos se usan de manera intercambiable. “No tienen más de treinta años y vienen a revolucionar nuevamente todo lo que creíamos sobre el origen de la vida y el Homo sapiens: basta con pensar que únicamente el diez por ciento de nuestras células pertenecen a ese Homo sapiens y el resto corresponde a todas las asociaciones simbióticas que tenemos, sin las cuales no podríamos digerir lo que comemos. Es para volarte los sesos. Otro ejemplo: antes se creía que el líquido amniótico y la leche materna eran estériles, pero ahora sabemos que ambos líquidos están impregnados de nutrientes y de microbiota que permite al bebé defenderse de posibles infecciones y virus. Eso explica que en la actualidad se le otorgue tanta importancia a los partos naturales. Es el nuevo boom. A mí me da mucho gusto haber elegido desarrollar el tema de mi doctorado a la luz de las aportaciones de Margulis”.
Los obstáculos en el camino
En la actualidad la doctora Osiris Gaona ostenta la plaza de técnico académico titular C y está a la espera de que, durante este mes de septiembre, se resuelva si obtiene el PRIDE D, el estímulo económico que, sumado a su plaza, es la máxima categoría a la que ella puede aspirar dentro de la UNAM. La bióloga lleva trabajando treinta y tantos años en el Instituto de Ecología de la máxima casa de estudios del país. Sin embargo, nada más se le reconocen veintitrés años de antigüedad en la categoría de técnica titular; por la forma en que se dieron las cosas, nunca obtuvo una plaza como investigadora.
Era muy joven cuando llegó a la UNAM para cursar su licenciatura en Biología y aterrizó en el laboratorio de Ecología y Conservación de Vertebrados Terrestres, encabezado por el doctor Rodrigo A. Medellín Legorreta —conocido popularmente con el apodo de “el Batman mexicano”— y, aunque reconoce que aprendió muchísimo con el Dr. Medellín porque le abrió una gran ventana, principalmente al mundo de los murciélagos, “en los veinte años que estuve ahí, no avancé mucho en el terreno académico porque, de acuerdo con las jerarquías burocráticas, todos los que estábamos en ese laboratorio trabajábamos para el jefe”. Al principio yo trabajé como una década sin plaza ni nada. Posteriormente, cuando ya era técnica académica, por la manera en que está organizada la UNAM, me fue prácticamente imposible cambiar a la categoría de investigadora”.
Sin ser un requisito para cursar y terminar la licenciatura en Biología, Osiris Gaona publicó dos artículos científicos en los que tiene crédito como segunda autora de Medellín, ya que fue ella quien visitó la Selva lacandona para hacer el trabajo de campo. Las heces de los murciélagos frugívoros que ella estudió permitieron conocer el número y el tipo de semillas que comen e identificar los hábitos alimenticios de esos murciélagos. “Lo que encontramos ahí”, describe, “es maravilloso: lo que los murciélagos hacen al ingerir y defecar semillas pioneras, que son muy resistentes al calor y al tipo de suelo, ayuda a regenerar la selva. Además, los murciélagos tienen una ventaja sobre otras especies: son los únicos mamíferos que vuelan y eso los convierte en excelentes regeneradores o jardineros de las selvas húmedas tropicales”. En otro artículo de investigación, que también firmó con Medellín como su segunda autora, se compara la cantidad de semillas pioneras que ingieren los murciélagos y las aves. Descubrieron que los murciélagos son más efectivos: comen y dispersan un número de dos a cuatro veces mayor que las aves.
Debido a la naturaleza de su puesto, Osiris Gaona tuvo que obtener el permiso directo de su jefe para seguir estudiando. El Dr. Medellín otorgó su autorización para que la bióloga cursara la maestría. Resulta “contradictorio” para ella que, por ser técnica de un laboratorio, en la propia UNAM, haya tenido que conseguir un permiso para seguir avanzando en sus estudios. Sin esa autorización se habría quedado estancada. Cuando le llegó el momento de cursar el doctorado, a causa de las diferencias con su jefe inmediato, la bióloga llegó al extremo de considerar renunciar a su puesto.
El eminente biólogo José Sarukhán Kermez la recibió en la oficina que ocupaba como cabeza de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), cargo al que renunció apenas, el pasado 25 de agosto, debido a diferencias con la actual titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Sarukhán había sido uno de sus maestros preferidos de la maestría y él la aconsejó como si fuese su padre: “¿Usted se quiere salir de la UNAM cuando todo el mundo quiere entrar? Mejor busque otro laboratorio dentro de la UNAM y no se vaya. Todos conocemos sus capacidades y su trayectoria. Resista”.
Finalmente se decidió a solicitar el cambio de laboratorio, tal como le había aconsejado su mentor, pero a cambio le pidieron dejar su plaza. Eso sucedió hace como diez o doce años, cuando las hijas de la bióloga eran pequeñas, lo que le dificultó tomar una decisión. Pensó: “No me puedo ir así porque mis dos niñas dependen de mí”. “Bien canijos”, recuerda, “me mandaron a un área totalmente diferente de lo que yo hacía. Fui a dar al laboratorio de la Dra. Luisa Falcón, quien se dedica a la ecología molecular. Una científica más joven que yo y superbrillante, pero con una línea de investigación totalmente diferente a la mía…”
Claro que en la carrera había aprendido a pipetear y a preparar soluciones, pero estaba llegando a un área de conocimiento distinta. La doctora Falcón le dijo que ella necesitaba a un técnico que supiera hacer ese tipo de procedimientos y, por eso, le propuso: “¿Qué te parece que te avientas el doctorado? Eso te va a permitir desarrollar las técnicas de las que hemos hablado”. Así fue como Osiris Gaona se abrió espacio en un área totalmente desconocida para ella: la de la biología molecular. Con apoyo de su nueva jefa, la científica se sobrepuso a la adversidad burocrática: esta nueva especialización le permitió explorar muchos temas relacionados con el microbioma y la microbiota, pero eso sí, a partir de los murciélagos que tanto ha amado desde el principio de su carrera.
Soluciones Ambientales Itzeni
A la par de sus estudios académicos, Osiris Gaona fundó hace diez años una asociación civil cuya misión es, según su página de Facebook, “mejorar la relación entre las personas y la naturaleza a través de la ciencia, la educación y la participación social para atender la problemática ambiental que nos afecta a todos”. Desde la perspectiva de la bióloga, uno de los problemas centrales radica en que los científicos no hablan el mismo lenguaje que usa la gente común y quieren resolver todo a través de ecuaciones y palabras rimbombantes —se refiere al uso del latín en los nombres de las especies—, que la gente no comprende.
Admite, sin embargo, que en la actualidad su asociación está bastante castigada en términos económicos “porque las autoridades no simpatizan con las organizaciones no gubernamentales ni con las asociaciones civiles”. A pesar de todos los obstáculos y cargas tributarias, su asociación se ha podido sostener gracias a los fondos que recibe de Estados Unidos para el proyecto de reintroducción del lobo mexicano. Su colega Carlos López, de la Universidad Autónoma de Querétaro, coordina para la asociación todos los estudios de genética de este lobo que está en peligro de extinción. Lo que hacen es una restauración ecológica, es decir, llevan lobos a una zona fronteriza de México, principalmente en los estados de Sonora y Chihuahua, porque anteriormente hubo lobos ahí. Los ejemplares que sueltan tienen que estar totalmente sanos, sin ningún tipo de enfermedad. También hablan con los propietarios de los terrenos para avisarles que se van a introducir esos animales porque la gente piensa que van a acabar con su ganado, pero son parte del equilibrio ecológico. “A la gente le tiene que caer el veinte de que si acabamos con los animales, estamos acabando con nosotros mismos”, advierte Osiris Gaona en su papel de directora de Itzeni.
La especialista en murciélagos disfruta enormemente dedicarse a la educación ambiental. A través de Itzeni y otras asociaciones civiles, se lanzó una convocatoria pública para impartir unos talleres en la calle de Vito Alessio Robles, en la Ciudad de México, con el propósito de limpiar el río Magdalena, tarea para la cual lograron reunir a un gran grupo de personas ávidas de ayudar. Otro de los proyectos más importantes de la asociación tuvo lugar en la mina la Quintera, que se ubica en Álamos, Sonora. Los concesionarios de esa mina —muy antigua y actualmente abandonada— son don Benjamín Lagarda y su hijo. Ellos le pidieron asesoría para ver si se podía o no explotar una mina cuyos tiros se convirtieron en el hogar de una cantidad impresionante de murciélagos, aliados de los seres humanos porque cumplen diversas funciones dentro del ecosistema. El veredicto de Osiris Gaona fue no tocar a los murciélagos y les entregó a los mineros el estudio correspondiente. A la par, como parte de un proceso educativo, dieron pláticas en los pueblos aledaños sobre la importancia de los murciélagos hematófagos y distribuyeron una cantidad considerable de folletos gratuitos al respeto. Al respecto, la bióloga insiste en hacerle buena reputación a los murciélagos; en una entrevista con La Opinión señaló que solo tres de 1,400 especies de murciélagos son hematófagos, es decir, no todos son “chupasangre” y, en cambio, son clave para la regeneración y la preservación de los hábitats.
Los científicos como activistas ambientales
La selva maya es el último relicto de selva húmeda tropical que queda en México, es decir, es un remanente de asociaciones biológicas con una distribución muy reducida comparada con la que anteriormente tuvo, aunque aún alberga una gran biodiversidad de animales y plantas. “Si acabamos con las selvas húmedas tropicales, nos estamos matando a nosotros mismos”, sostiene Osiris Gaona y sentencia: “Nos estamos acabando los hábitats naturales: los humanos llegamos cada vez más allá, más allá, más allá, e invadimos los territorios de diversos animales, lo que da pie a un proceso de zoonosis, mediante el cual nos están pasando sus enfermedades, porque nos los comemos o estamos más en contacto con ellos. Entonces, no es su culpa, es nuestra culpa”.
Más aún: la gente piensa que es por arte de magia que se inunda Tabasco y ¿por qué se inunda Tabasco? La respuesta es sencilla para la bióloga: “porque acabaron con la selva y ya no hay nada que amortigüe esa agua; arrasaron con esa esponja que la ciudad tenía alrededor…. La naturaleza va tomado su camino. Nosotros somos los que deberíamos de entender esto. No digo que el planeta se vaya a acabar, los que nos vamos a acabar somos nosotros”.
Ella se identifica más como una científica enfocada en que la gente sepa y pueda entender la verdad. Recientemente la revista Nexos publicó el artículo “Miradas impávidas ante la muerte de los siete colores de la laguna Bacalar”, firmado por la propia Osiris Gaona, Luisa Falcón, Alfredo Yanez-Montalvo (adscrito al Colegio de la Frontera Sur, pero está haciendo un posdoctorado bajo la dirección de Osirirs) y Miriam Guerrero, colegas del mismo laboratorio. Sorpresivamente recibió una llamada telefónica en la que le informaron que su artículo había sido criticado en una de las conferencias mañaneras del presidente López Obrador. El mandatario negó de manera enfática que el Tren Maya hubiese afectado los colores de la laguna de Bacalar, ubicada en el estado de Quintana Roo. En el texto nunca se alude directamente al Tren Maya, una de las obras emblemáticas del sexenio. Se habla de impacto negativo de diversas actividades humanas en general y se atribuye la decoloración de la laguna de Bacalar a la muerte de estromatolitos, que son comunidades formadas por bacterias y, también, los primeros oxigenadores de la atmósfera. Lo que el artículo expone es su aniquilación porque tiene un alto costo ambiental:
“[P]areciera que vale más satisfacer las necesidades de los turistas, un tren, una carretera, un hotel que la captura de carbono (CO2) en minerales y materia orgánica. […] Hasta finales del siglo pasado, el sur de Quintana Roo había mantenido en buen estado de conservación su cobertura vegetal. Pero en las últimas dos décadas se ha desencadenado un proceso de cambio de uso del suelo que ha sido el detonante del deterioro ambiental. La deforestación se debe a la producción de ganado, a la agricultura (caña de azúcar, soya, cítricos, piña) y al incremento del desarrollo inmobiliario y turístico”.
Desde la perspectiva de Osiris Gaona, los científicos se convierten en activistas al publicar textos críticos y rigurosos, pero añade que su comportamiento debe ser ético en todo lo que hagan, en todos los ámbitos.
A sus 53 años, ella vive en el pueblo de Chicxulub, Yucatán, más relajada que antes y disfruta el hecho de que sus hijas, Fandila e Itzayana, ambas del mismo padre francés (Boris Furlan, también con estudios de Biología y dedicado ahora a fotografiar la vida silvestre y del que Osiris se separó hace varios años), sean ya unas jóvenes que cursan especialidades en institutos científicos y artísticos en Europa.
Después de un continuo batallar con distintas trabas, las cosas finalmente se acomodaron para la doctora Osiris Gaona. Hace poco le preguntaron si quería dejar de ser técnica para convertirse en investigadora. Su respuesta fue contundente: “Por supuesto que no”. Explica: “Se trata, simplemente, de una jerarquía burocrática muy dura. A estas alturas de la vida, con una tesis de doctorado que obtuvo mención honorífica y que fue candidata a la presea Alfonso Caso, hago un trabajo prácticamente igual al que hace un investigador. Como, además, me gusta vincular a la población general con la ciencia, desde mi asociación civil puedo hacer muchas cosas más. No necesito ese cambio porque, por donde se vea, soy académica de la UNAM, con veintitrés años de antigüedad. En el instituto al que pertenezco defiendo de manera permanente la conciencia de género al luchar por oportunidades equitativas para que tanto los hombres como las mujeres tengamos la posibilidad de desarrollar nuestras carreras científicas en las mejores condiciones posibles”.
La trayectoria de Osiris Gaona comenzó con los murciélagos, tan buenos polinizadores que ella los llama “los jardineros de la selva húmeda tropical”. Aunque ahora estudia, como pionera en México, el microbioma. Insiste en que nuestras actividades ponen en peligro a los animales y los ecosistemas y, en consecuencia, a la humanidad misma. Ella se concibe como una científica enfocada en que la gente conozca la verdad. El siguiente texto es parte de los perfiles de mexicanas científicas y ambientalistas, una serie que publica Gatopardo.
Posiblemente sea la mujer científica con mayor conocimiento de los murciélagos en todo México. Lo que sí es un hecho es que su actual línea de investigación, el microbioma ligado con la vida silvestre, es algo totalmente nuevo en el país. En ningún otro laboratorio mexicano se desarrolla ese tipo de estudios. Sin embargo, suelta una carcajada y achica los ojos detrás del gran armazón negro de sus lentes. La doctora en Ecología Osiris Gaona Pineda afirma que a menudo se ríen de ella cuando confiesa su sueño frustrado: “Siempre quise ser bailarina de rumba como Tongolele y Ninón Sevilla”, las grandes rumberas del cine nacional, “y terminé siendo bióloga”.
Concretamente, es una científica especializada en murciélagos, a los que conoció desde niña en casa de su abuela, ubicada en la región conocida como Tierra Caliente, una zona limítrofe entre Guerrero, Michoacán y el Estado de México. Su papá, un maestro de Educación Física al que le encantaba leer a los clásicos griegos y latinos, adoraba a su pequeño pueblo: Santa Teresa de Jesús, ubicado en el municipio de Coyuca de Catalán, en Guerrero, rumbo a Zirándaro de los Chávez, una zona muy árida y muy caliente. Todas las vacaciones, su padre organizaba a la familia para que regresaran al campo año con año.
Entrevisto a Osiris Gaona a través de Zoom. Ella se encuentra en el pueblo de Chicxulub, en Yucatán, donde todavía está el cráter de un gran meteorito que impactó la superficie terrestre. Ahí, junto con su jefa, la doctora Luisa Falcón, es pionera en la transición que culminará con el traslado de la sede del Instituto de Ecología de la UNAM a esa población. Pero ahora recuerda lo que sucedió años atrás: “Cuando yo era niña, ni siquiera había luz eléctrica en el pueblo”. Se alumbraban con quinqués de petróleo, a los que sus padres llamaban “aparatos”. Como si entrara en una ensoñación narra que veía cómo nacían las vacas, la sangre que les escurría en los alumbramientos, y cómo ordeñaban a las que ya eran adultas. No olvida que la mandaban por huevos a la troje y que observaba con gran asombro cómo algunos de esos huevos se convertían en animales.
Como “mi papá era muy pachanguero” llevaba a la familia hasta las rancherías más alejadas; a veces se tardaban más de una hora en llegar, navegando a través de los ríos. Al llegar a su destino, la niña se entretenía en recolectar diversas flores que guardaba y disecaba en sus libros, y atrapaba alacranes que guardaba en frascos. “Ahora, añade con nostalgia, es imposible llegar ahí, a esa zona que se ha vuelto tan peligrosa y conflictiva debido al narcotráfico. Pero yo crecí en ese pueblito cuando todo era diferente, cuando era un lugar tranquilo y pacífico, enclavado a la mitad del camino”. Ahí y así nació la vocación de la futura licenciada en Biología, maestra en Ciencias Biológicas y doctora en Ecología, especializada en restauración del medio ambiente.
Un cambio de paradigma
Cuando la joven Osiris Gaona llegó a la UNAM a estudiar la carrera de Biología, el primer semestre le pareció horrible porque llevaba Física, Química y Matemáticas… pero ya después, en las salidas de campo correspondientes a los distintos niveles de Botánica (1, 2, 3 y 4) y gracias al plan de estudios que le tocó —que incluía la materia de Zoología—, pudo ver el nacimiento de los animales y su desarrollo, las diferencias entre los reinos vegetal y animal. Entonces se dijo a sí misma: “De aquí soy. Creo que fue la mejor elección que hice en toda mi vida. No me arrepiento para nada”.
Durante sus estudios exploró la teoría sobre el origen de las especies, de Charles Darwin (1809-1882), pero en la actualidad se encuentra sumergida en su investigación sobre el microbioma, pues exista una teoría que tiene sus bases en la simbiosis y en lo endosimbiótica, propuesta hace muchos años por la bióloga estadounidense Lynn Margulis (1938-2011) y se contrapone de manera frontal a los planteamientos de Darwin. De acuerdo con Margulis, el origen de la vida, es decir, el origen de las células eucariotas, es producto de una simbiosis entre un grupo de bacterias arqueas, microorganismos que dan origen a la mitocondria. Osiris Gaona lo explica en palabras muy sencillas: “Nosotros somos una caja de Petri que guarda millones de microorganismos, sin los cuales no podríamos existir. Así de simple es la vida”.
Los postulados de Margulis, sostiene la doctora Osiris Gaona, dieron paso a un nuevo concepto, según el cual todos los seres vivos —plantas, animales y seres humanos— somos holobiontes, es decir, seres que tienen relaciones simbióticas con todos los microorganismos que están en nuestros cuerpos, esto es, con el microbioma. “Lo que yo puedo afirmar es que en México estamos apenas entendiendo todas estas asociaciones simbióticas que dan lugar a las teorías del microbioma y la microbiota”, aunque hay una diferencia a nivel genético, ambos términos se usan de manera intercambiable. “No tienen más de treinta años y vienen a revolucionar nuevamente todo lo que creíamos sobre el origen de la vida y el Homo sapiens: basta con pensar que únicamente el diez por ciento de nuestras células pertenecen a ese Homo sapiens y el resto corresponde a todas las asociaciones simbióticas que tenemos, sin las cuales no podríamos digerir lo que comemos. Es para volarte los sesos. Otro ejemplo: antes se creía que el líquido amniótico y la leche materna eran estériles, pero ahora sabemos que ambos líquidos están impregnados de nutrientes y de microbiota que permite al bebé defenderse de posibles infecciones y virus. Eso explica que en la actualidad se le otorgue tanta importancia a los partos naturales. Es el nuevo boom. A mí me da mucho gusto haber elegido desarrollar el tema de mi doctorado a la luz de las aportaciones de Margulis”.
Los obstáculos en el camino
En la actualidad la doctora Osiris Gaona ostenta la plaza de técnico académico titular C y está a la espera de que, durante este mes de septiembre, se resuelva si obtiene el PRIDE D, el estímulo económico que, sumado a su plaza, es la máxima categoría a la que ella puede aspirar dentro de la UNAM. La bióloga lleva trabajando treinta y tantos años en el Instituto de Ecología de la máxima casa de estudios del país. Sin embargo, nada más se le reconocen veintitrés años de antigüedad en la categoría de técnica titular; por la forma en que se dieron las cosas, nunca obtuvo una plaza como investigadora.
Era muy joven cuando llegó a la UNAM para cursar su licenciatura en Biología y aterrizó en el laboratorio de Ecología y Conservación de Vertebrados Terrestres, encabezado por el doctor Rodrigo A. Medellín Legorreta —conocido popularmente con el apodo de “el Batman mexicano”— y, aunque reconoce que aprendió muchísimo con el Dr. Medellín porque le abrió una gran ventana, principalmente al mundo de los murciélagos, “en los veinte años que estuve ahí, no avancé mucho en el terreno académico porque, de acuerdo con las jerarquías burocráticas, todos los que estábamos en ese laboratorio trabajábamos para el jefe”. Al principio yo trabajé como una década sin plaza ni nada. Posteriormente, cuando ya era técnica académica, por la manera en que está organizada la UNAM, me fue prácticamente imposible cambiar a la categoría de investigadora”.
Sin ser un requisito para cursar y terminar la licenciatura en Biología, Osiris Gaona publicó dos artículos científicos en los que tiene crédito como segunda autora de Medellín, ya que fue ella quien visitó la Selva lacandona para hacer el trabajo de campo. Las heces de los murciélagos frugívoros que ella estudió permitieron conocer el número y el tipo de semillas que comen e identificar los hábitos alimenticios de esos murciélagos. “Lo que encontramos ahí”, describe, “es maravilloso: lo que los murciélagos hacen al ingerir y defecar semillas pioneras, que son muy resistentes al calor y al tipo de suelo, ayuda a regenerar la selva. Además, los murciélagos tienen una ventaja sobre otras especies: son los únicos mamíferos que vuelan y eso los convierte en excelentes regeneradores o jardineros de las selvas húmedas tropicales”. En otro artículo de investigación, que también firmó con Medellín como su segunda autora, se compara la cantidad de semillas pioneras que ingieren los murciélagos y las aves. Descubrieron que los murciélagos son más efectivos: comen y dispersan un número de dos a cuatro veces mayor que las aves.
Debido a la naturaleza de su puesto, Osiris Gaona tuvo que obtener el permiso directo de su jefe para seguir estudiando. El Dr. Medellín otorgó su autorización para que la bióloga cursara la maestría. Resulta “contradictorio” para ella que, por ser técnica de un laboratorio, en la propia UNAM, haya tenido que conseguir un permiso para seguir avanzando en sus estudios. Sin esa autorización se habría quedado estancada. Cuando le llegó el momento de cursar el doctorado, a causa de las diferencias con su jefe inmediato, la bióloga llegó al extremo de considerar renunciar a su puesto.
El eminente biólogo José Sarukhán Kermez la recibió en la oficina que ocupaba como cabeza de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), cargo al que renunció apenas, el pasado 25 de agosto, debido a diferencias con la actual titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Sarukhán había sido uno de sus maestros preferidos de la maestría y él la aconsejó como si fuese su padre: “¿Usted se quiere salir de la UNAM cuando todo el mundo quiere entrar? Mejor busque otro laboratorio dentro de la UNAM y no se vaya. Todos conocemos sus capacidades y su trayectoria. Resista”.
Finalmente se decidió a solicitar el cambio de laboratorio, tal como le había aconsejado su mentor, pero a cambio le pidieron dejar su plaza. Eso sucedió hace como diez o doce años, cuando las hijas de la bióloga eran pequeñas, lo que le dificultó tomar una decisión. Pensó: “No me puedo ir así porque mis dos niñas dependen de mí”. “Bien canijos”, recuerda, “me mandaron a un área totalmente diferente de lo que yo hacía. Fui a dar al laboratorio de la Dra. Luisa Falcón, quien se dedica a la ecología molecular. Una científica más joven que yo y superbrillante, pero con una línea de investigación totalmente diferente a la mía…”
Claro que en la carrera había aprendido a pipetear y a preparar soluciones, pero estaba llegando a un área de conocimiento distinta. La doctora Falcón le dijo que ella necesitaba a un técnico que supiera hacer ese tipo de procedimientos y, por eso, le propuso: “¿Qué te parece que te avientas el doctorado? Eso te va a permitir desarrollar las técnicas de las que hemos hablado”. Así fue como Osiris Gaona se abrió espacio en un área totalmente desconocida para ella: la de la biología molecular. Con apoyo de su nueva jefa, la científica se sobrepuso a la adversidad burocrática: esta nueva especialización le permitió explorar muchos temas relacionados con el microbioma y la microbiota, pero eso sí, a partir de los murciélagos que tanto ha amado desde el principio de su carrera.
Soluciones Ambientales Itzeni
A la par de sus estudios académicos, Osiris Gaona fundó hace diez años una asociación civil cuya misión es, según su página de Facebook, “mejorar la relación entre las personas y la naturaleza a través de la ciencia, la educación y la participación social para atender la problemática ambiental que nos afecta a todos”. Desde la perspectiva de la bióloga, uno de los problemas centrales radica en que los científicos no hablan el mismo lenguaje que usa la gente común y quieren resolver todo a través de ecuaciones y palabras rimbombantes —se refiere al uso del latín en los nombres de las especies—, que la gente no comprende.
Admite, sin embargo, que en la actualidad su asociación está bastante castigada en términos económicos “porque las autoridades no simpatizan con las organizaciones no gubernamentales ni con las asociaciones civiles”. A pesar de todos los obstáculos y cargas tributarias, su asociación se ha podido sostener gracias a los fondos que recibe de Estados Unidos para el proyecto de reintroducción del lobo mexicano. Su colega Carlos López, de la Universidad Autónoma de Querétaro, coordina para la asociación todos los estudios de genética de este lobo que está en peligro de extinción. Lo que hacen es una restauración ecológica, es decir, llevan lobos a una zona fronteriza de México, principalmente en los estados de Sonora y Chihuahua, porque anteriormente hubo lobos ahí. Los ejemplares que sueltan tienen que estar totalmente sanos, sin ningún tipo de enfermedad. También hablan con los propietarios de los terrenos para avisarles que se van a introducir esos animales porque la gente piensa que van a acabar con su ganado, pero son parte del equilibrio ecológico. “A la gente le tiene que caer el veinte de que si acabamos con los animales, estamos acabando con nosotros mismos”, advierte Osiris Gaona en su papel de directora de Itzeni.
La especialista en murciélagos disfruta enormemente dedicarse a la educación ambiental. A través de Itzeni y otras asociaciones civiles, se lanzó una convocatoria pública para impartir unos talleres en la calle de Vito Alessio Robles, en la Ciudad de México, con el propósito de limpiar el río Magdalena, tarea para la cual lograron reunir a un gran grupo de personas ávidas de ayudar. Otro de los proyectos más importantes de la asociación tuvo lugar en la mina la Quintera, que se ubica en Álamos, Sonora. Los concesionarios de esa mina —muy antigua y actualmente abandonada— son don Benjamín Lagarda y su hijo. Ellos le pidieron asesoría para ver si se podía o no explotar una mina cuyos tiros se convirtieron en el hogar de una cantidad impresionante de murciélagos, aliados de los seres humanos porque cumplen diversas funciones dentro del ecosistema. El veredicto de Osiris Gaona fue no tocar a los murciélagos y les entregó a los mineros el estudio correspondiente. A la par, como parte de un proceso educativo, dieron pláticas en los pueblos aledaños sobre la importancia de los murciélagos hematófagos y distribuyeron una cantidad considerable de folletos gratuitos al respeto. Al respecto, la bióloga insiste en hacerle buena reputación a los murciélagos; en una entrevista con La Opinión señaló que solo tres de 1,400 especies de murciélagos son hematófagos, es decir, no todos son “chupasangre” y, en cambio, son clave para la regeneración y la preservación de los hábitats.
Los científicos como activistas ambientales
La selva maya es el último relicto de selva húmeda tropical que queda en México, es decir, es un remanente de asociaciones biológicas con una distribución muy reducida comparada con la que anteriormente tuvo, aunque aún alberga una gran biodiversidad de animales y plantas. “Si acabamos con las selvas húmedas tropicales, nos estamos matando a nosotros mismos”, sostiene Osiris Gaona y sentencia: “Nos estamos acabando los hábitats naturales: los humanos llegamos cada vez más allá, más allá, más allá, e invadimos los territorios de diversos animales, lo que da pie a un proceso de zoonosis, mediante el cual nos están pasando sus enfermedades, porque nos los comemos o estamos más en contacto con ellos. Entonces, no es su culpa, es nuestra culpa”.
Más aún: la gente piensa que es por arte de magia que se inunda Tabasco y ¿por qué se inunda Tabasco? La respuesta es sencilla para la bióloga: “porque acabaron con la selva y ya no hay nada que amortigüe esa agua; arrasaron con esa esponja que la ciudad tenía alrededor…. La naturaleza va tomado su camino. Nosotros somos los que deberíamos de entender esto. No digo que el planeta se vaya a acabar, los que nos vamos a acabar somos nosotros”.
Ella se identifica más como una científica enfocada en que la gente sepa y pueda entender la verdad. Recientemente la revista Nexos publicó el artículo “Miradas impávidas ante la muerte de los siete colores de la laguna Bacalar”, firmado por la propia Osiris Gaona, Luisa Falcón, Alfredo Yanez-Montalvo (adscrito al Colegio de la Frontera Sur, pero está haciendo un posdoctorado bajo la dirección de Osirirs) y Miriam Guerrero, colegas del mismo laboratorio. Sorpresivamente recibió una llamada telefónica en la que le informaron que su artículo había sido criticado en una de las conferencias mañaneras del presidente López Obrador. El mandatario negó de manera enfática que el Tren Maya hubiese afectado los colores de la laguna de Bacalar, ubicada en el estado de Quintana Roo. En el texto nunca se alude directamente al Tren Maya, una de las obras emblemáticas del sexenio. Se habla de impacto negativo de diversas actividades humanas en general y se atribuye la decoloración de la laguna de Bacalar a la muerte de estromatolitos, que son comunidades formadas por bacterias y, también, los primeros oxigenadores de la atmósfera. Lo que el artículo expone es su aniquilación porque tiene un alto costo ambiental:
“[P]areciera que vale más satisfacer las necesidades de los turistas, un tren, una carretera, un hotel que la captura de carbono (CO2) en minerales y materia orgánica. […] Hasta finales del siglo pasado, el sur de Quintana Roo había mantenido en buen estado de conservación su cobertura vegetal. Pero en las últimas dos décadas se ha desencadenado un proceso de cambio de uso del suelo que ha sido el detonante del deterioro ambiental. La deforestación se debe a la producción de ganado, a la agricultura (caña de azúcar, soya, cítricos, piña) y al incremento del desarrollo inmobiliario y turístico”.
Desde la perspectiva de Osiris Gaona, los científicos se convierten en activistas al publicar textos críticos y rigurosos, pero añade que su comportamiento debe ser ético en todo lo que hagan, en todos los ámbitos.
A sus 53 años, ella vive en el pueblo de Chicxulub, Yucatán, más relajada que antes y disfruta el hecho de que sus hijas, Fandila e Itzayana, ambas del mismo padre francés (Boris Furlan, también con estudios de Biología y dedicado ahora a fotografiar la vida silvestre y del que Osiris se separó hace varios años), sean ya unas jóvenes que cursan especialidades en institutos científicos y artísticos en Europa.
Después de un continuo batallar con distintas trabas, las cosas finalmente se acomodaron para la doctora Osiris Gaona. Hace poco le preguntaron si quería dejar de ser técnica para convertirse en investigadora. Su respuesta fue contundente: “Por supuesto que no”. Explica: “Se trata, simplemente, de una jerarquía burocrática muy dura. A estas alturas de la vida, con una tesis de doctorado que obtuvo mención honorífica y que fue candidata a la presea Alfonso Caso, hago un trabajo prácticamente igual al que hace un investigador. Como, además, me gusta vincular a la población general con la ciencia, desde mi asociación civil puedo hacer muchas cosas más. No necesito ese cambio porque, por donde se vea, soy académica de la UNAM, con veintitrés años de antigüedad. En el instituto al que pertenezco defiendo de manera permanente la conciencia de género al luchar por oportunidades equitativas para que tanto los hombres como las mujeres tengamos la posibilidad de desarrollar nuestras carreras científicas en las mejores condiciones posibles”.
Ilustración de Fernanda Jiménez.
La trayectoria de Osiris Gaona comenzó con los murciélagos, tan buenos polinizadores que ella los llama “los jardineros de la selva húmeda tropical”. Aunque ahora estudia, como pionera en México, el microbioma. Insiste en que nuestras actividades ponen en peligro a los animales y los ecosistemas y, en consecuencia, a la humanidad misma. Ella se concibe como una científica enfocada en que la gente conozca la verdad. El siguiente texto es parte de los perfiles de mexicanas científicas y ambientalistas, una serie que publica Gatopardo.
Posiblemente sea la mujer científica con mayor conocimiento de los murciélagos en todo México. Lo que sí es un hecho es que su actual línea de investigación, el microbioma ligado con la vida silvestre, es algo totalmente nuevo en el país. En ningún otro laboratorio mexicano se desarrolla ese tipo de estudios. Sin embargo, suelta una carcajada y achica los ojos detrás del gran armazón negro de sus lentes. La doctora en Ecología Osiris Gaona Pineda afirma que a menudo se ríen de ella cuando confiesa su sueño frustrado: “Siempre quise ser bailarina de rumba como Tongolele y Ninón Sevilla”, las grandes rumberas del cine nacional, “y terminé siendo bióloga”.
Concretamente, es una científica especializada en murciélagos, a los que conoció desde niña en casa de su abuela, ubicada en la región conocida como Tierra Caliente, una zona limítrofe entre Guerrero, Michoacán y el Estado de México. Su papá, un maestro de Educación Física al que le encantaba leer a los clásicos griegos y latinos, adoraba a su pequeño pueblo: Santa Teresa de Jesús, ubicado en el municipio de Coyuca de Catalán, en Guerrero, rumbo a Zirándaro de los Chávez, una zona muy árida y muy caliente. Todas las vacaciones, su padre organizaba a la familia para que regresaran al campo año con año.
Entrevisto a Osiris Gaona a través de Zoom. Ella se encuentra en el pueblo de Chicxulub, en Yucatán, donde todavía está el cráter de un gran meteorito que impactó la superficie terrestre. Ahí, junto con su jefa, la doctora Luisa Falcón, es pionera en la transición que culminará con el traslado de la sede del Instituto de Ecología de la UNAM a esa población. Pero ahora recuerda lo que sucedió años atrás: “Cuando yo era niña, ni siquiera había luz eléctrica en el pueblo”. Se alumbraban con quinqués de petróleo, a los que sus padres llamaban “aparatos”. Como si entrara en una ensoñación narra que veía cómo nacían las vacas, la sangre que les escurría en los alumbramientos, y cómo ordeñaban a las que ya eran adultas. No olvida que la mandaban por huevos a la troje y que observaba con gran asombro cómo algunos de esos huevos se convertían en animales.
Como “mi papá era muy pachanguero” llevaba a la familia hasta las rancherías más alejadas; a veces se tardaban más de una hora en llegar, navegando a través de los ríos. Al llegar a su destino, la niña se entretenía en recolectar diversas flores que guardaba y disecaba en sus libros, y atrapaba alacranes que guardaba en frascos. “Ahora, añade con nostalgia, es imposible llegar ahí, a esa zona que se ha vuelto tan peligrosa y conflictiva debido al narcotráfico. Pero yo crecí en ese pueblito cuando todo era diferente, cuando era un lugar tranquilo y pacífico, enclavado a la mitad del camino”. Ahí y así nació la vocación de la futura licenciada en Biología, maestra en Ciencias Biológicas y doctora en Ecología, especializada en restauración del medio ambiente.
Un cambio de paradigma
Cuando la joven Osiris Gaona llegó a la UNAM a estudiar la carrera de Biología, el primer semestre le pareció horrible porque llevaba Física, Química y Matemáticas… pero ya después, en las salidas de campo correspondientes a los distintos niveles de Botánica (1, 2, 3 y 4) y gracias al plan de estudios que le tocó —que incluía la materia de Zoología—, pudo ver el nacimiento de los animales y su desarrollo, las diferencias entre los reinos vegetal y animal. Entonces se dijo a sí misma: “De aquí soy. Creo que fue la mejor elección que hice en toda mi vida. No me arrepiento para nada”.
Durante sus estudios exploró la teoría sobre el origen de las especies, de Charles Darwin (1809-1882), pero en la actualidad se encuentra sumergida en su investigación sobre el microbioma, pues exista una teoría que tiene sus bases en la simbiosis y en lo endosimbiótica, propuesta hace muchos años por la bióloga estadounidense Lynn Margulis (1938-2011) y se contrapone de manera frontal a los planteamientos de Darwin. De acuerdo con Margulis, el origen de la vida, es decir, el origen de las células eucariotas, es producto de una simbiosis entre un grupo de bacterias arqueas, microorganismos que dan origen a la mitocondria. Osiris Gaona lo explica en palabras muy sencillas: “Nosotros somos una caja de Petri que guarda millones de microorganismos, sin los cuales no podríamos existir. Así de simple es la vida”.
Los postulados de Margulis, sostiene la doctora Osiris Gaona, dieron paso a un nuevo concepto, según el cual todos los seres vivos —plantas, animales y seres humanos— somos holobiontes, es decir, seres que tienen relaciones simbióticas con todos los microorganismos que están en nuestros cuerpos, esto es, con el microbioma. “Lo que yo puedo afirmar es que en México estamos apenas entendiendo todas estas asociaciones simbióticas que dan lugar a las teorías del microbioma y la microbiota”, aunque hay una diferencia a nivel genético, ambos términos se usan de manera intercambiable. “No tienen más de treinta años y vienen a revolucionar nuevamente todo lo que creíamos sobre el origen de la vida y el Homo sapiens: basta con pensar que únicamente el diez por ciento de nuestras células pertenecen a ese Homo sapiens y el resto corresponde a todas las asociaciones simbióticas que tenemos, sin las cuales no podríamos digerir lo que comemos. Es para volarte los sesos. Otro ejemplo: antes se creía que el líquido amniótico y la leche materna eran estériles, pero ahora sabemos que ambos líquidos están impregnados de nutrientes y de microbiota que permite al bebé defenderse de posibles infecciones y virus. Eso explica que en la actualidad se le otorgue tanta importancia a los partos naturales. Es el nuevo boom. A mí me da mucho gusto haber elegido desarrollar el tema de mi doctorado a la luz de las aportaciones de Margulis”.
Los obstáculos en el camino
En la actualidad la doctora Osiris Gaona ostenta la plaza de técnico académico titular C y está a la espera de que, durante este mes de septiembre, se resuelva si obtiene el PRIDE D, el estímulo económico que, sumado a su plaza, es la máxima categoría a la que ella puede aspirar dentro de la UNAM. La bióloga lleva trabajando treinta y tantos años en el Instituto de Ecología de la máxima casa de estudios del país. Sin embargo, nada más se le reconocen veintitrés años de antigüedad en la categoría de técnica titular; por la forma en que se dieron las cosas, nunca obtuvo una plaza como investigadora.
Era muy joven cuando llegó a la UNAM para cursar su licenciatura en Biología y aterrizó en el laboratorio de Ecología y Conservación de Vertebrados Terrestres, encabezado por el doctor Rodrigo A. Medellín Legorreta —conocido popularmente con el apodo de “el Batman mexicano”— y, aunque reconoce que aprendió muchísimo con el Dr. Medellín porque le abrió una gran ventana, principalmente al mundo de los murciélagos, “en los veinte años que estuve ahí, no avancé mucho en el terreno académico porque, de acuerdo con las jerarquías burocráticas, todos los que estábamos en ese laboratorio trabajábamos para el jefe”. Al principio yo trabajé como una década sin plaza ni nada. Posteriormente, cuando ya era técnica académica, por la manera en que está organizada la UNAM, me fue prácticamente imposible cambiar a la categoría de investigadora”.
Sin ser un requisito para cursar y terminar la licenciatura en Biología, Osiris Gaona publicó dos artículos científicos en los que tiene crédito como segunda autora de Medellín, ya que fue ella quien visitó la Selva lacandona para hacer el trabajo de campo. Las heces de los murciélagos frugívoros que ella estudió permitieron conocer el número y el tipo de semillas que comen e identificar los hábitos alimenticios de esos murciélagos. “Lo que encontramos ahí”, describe, “es maravilloso: lo que los murciélagos hacen al ingerir y defecar semillas pioneras, que son muy resistentes al calor y al tipo de suelo, ayuda a regenerar la selva. Además, los murciélagos tienen una ventaja sobre otras especies: son los únicos mamíferos que vuelan y eso los convierte en excelentes regeneradores o jardineros de las selvas húmedas tropicales”. En otro artículo de investigación, que también firmó con Medellín como su segunda autora, se compara la cantidad de semillas pioneras que ingieren los murciélagos y las aves. Descubrieron que los murciélagos son más efectivos: comen y dispersan un número de dos a cuatro veces mayor que las aves.
Debido a la naturaleza de su puesto, Osiris Gaona tuvo que obtener el permiso directo de su jefe para seguir estudiando. El Dr. Medellín otorgó su autorización para que la bióloga cursara la maestría. Resulta “contradictorio” para ella que, por ser técnica de un laboratorio, en la propia UNAM, haya tenido que conseguir un permiso para seguir avanzando en sus estudios. Sin esa autorización se habría quedado estancada. Cuando le llegó el momento de cursar el doctorado, a causa de las diferencias con su jefe inmediato, la bióloga llegó al extremo de considerar renunciar a su puesto.
El eminente biólogo José Sarukhán Kermez la recibió en la oficina que ocupaba como cabeza de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), cargo al que renunció apenas, el pasado 25 de agosto, debido a diferencias con la actual titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Sarukhán había sido uno de sus maestros preferidos de la maestría y él la aconsejó como si fuese su padre: “¿Usted se quiere salir de la UNAM cuando todo el mundo quiere entrar? Mejor busque otro laboratorio dentro de la UNAM y no se vaya. Todos conocemos sus capacidades y su trayectoria. Resista”.
Finalmente se decidió a solicitar el cambio de laboratorio, tal como le había aconsejado su mentor, pero a cambio le pidieron dejar su plaza. Eso sucedió hace como diez o doce años, cuando las hijas de la bióloga eran pequeñas, lo que le dificultó tomar una decisión. Pensó: “No me puedo ir así porque mis dos niñas dependen de mí”. “Bien canijos”, recuerda, “me mandaron a un área totalmente diferente de lo que yo hacía. Fui a dar al laboratorio de la Dra. Luisa Falcón, quien se dedica a la ecología molecular. Una científica más joven que yo y superbrillante, pero con una línea de investigación totalmente diferente a la mía…”
Claro que en la carrera había aprendido a pipetear y a preparar soluciones, pero estaba llegando a un área de conocimiento distinta. La doctora Falcón le dijo que ella necesitaba a un técnico que supiera hacer ese tipo de procedimientos y, por eso, le propuso: “¿Qué te parece que te avientas el doctorado? Eso te va a permitir desarrollar las técnicas de las que hemos hablado”. Así fue como Osiris Gaona se abrió espacio en un área totalmente desconocida para ella: la de la biología molecular. Con apoyo de su nueva jefa, la científica se sobrepuso a la adversidad burocrática: esta nueva especialización le permitió explorar muchos temas relacionados con el microbioma y la microbiota, pero eso sí, a partir de los murciélagos que tanto ha amado desde el principio de su carrera.
Soluciones Ambientales Itzeni
A la par de sus estudios académicos, Osiris Gaona fundó hace diez años una asociación civil cuya misión es, según su página de Facebook, “mejorar la relación entre las personas y la naturaleza a través de la ciencia, la educación y la participación social para atender la problemática ambiental que nos afecta a todos”. Desde la perspectiva de la bióloga, uno de los problemas centrales radica en que los científicos no hablan el mismo lenguaje que usa la gente común y quieren resolver todo a través de ecuaciones y palabras rimbombantes —se refiere al uso del latín en los nombres de las especies—, que la gente no comprende.
Admite, sin embargo, que en la actualidad su asociación está bastante castigada en términos económicos “porque las autoridades no simpatizan con las organizaciones no gubernamentales ni con las asociaciones civiles”. A pesar de todos los obstáculos y cargas tributarias, su asociación se ha podido sostener gracias a los fondos que recibe de Estados Unidos para el proyecto de reintroducción del lobo mexicano. Su colega Carlos López, de la Universidad Autónoma de Querétaro, coordina para la asociación todos los estudios de genética de este lobo que está en peligro de extinción. Lo que hacen es una restauración ecológica, es decir, llevan lobos a una zona fronteriza de México, principalmente en los estados de Sonora y Chihuahua, porque anteriormente hubo lobos ahí. Los ejemplares que sueltan tienen que estar totalmente sanos, sin ningún tipo de enfermedad. También hablan con los propietarios de los terrenos para avisarles que se van a introducir esos animales porque la gente piensa que van a acabar con su ganado, pero son parte del equilibrio ecológico. “A la gente le tiene que caer el veinte de que si acabamos con los animales, estamos acabando con nosotros mismos”, advierte Osiris Gaona en su papel de directora de Itzeni.
La especialista en murciélagos disfruta enormemente dedicarse a la educación ambiental. A través de Itzeni y otras asociaciones civiles, se lanzó una convocatoria pública para impartir unos talleres en la calle de Vito Alessio Robles, en la Ciudad de México, con el propósito de limpiar el río Magdalena, tarea para la cual lograron reunir a un gran grupo de personas ávidas de ayudar. Otro de los proyectos más importantes de la asociación tuvo lugar en la mina la Quintera, que se ubica en Álamos, Sonora. Los concesionarios de esa mina —muy antigua y actualmente abandonada— son don Benjamín Lagarda y su hijo. Ellos le pidieron asesoría para ver si se podía o no explotar una mina cuyos tiros se convirtieron en el hogar de una cantidad impresionante de murciélagos, aliados de los seres humanos porque cumplen diversas funciones dentro del ecosistema. El veredicto de Osiris Gaona fue no tocar a los murciélagos y les entregó a los mineros el estudio correspondiente. A la par, como parte de un proceso educativo, dieron pláticas en los pueblos aledaños sobre la importancia de los murciélagos hematófagos y distribuyeron una cantidad considerable de folletos gratuitos al respeto. Al respecto, la bióloga insiste en hacerle buena reputación a los murciélagos; en una entrevista con La Opinión señaló que solo tres de 1,400 especies de murciélagos son hematófagos, es decir, no todos son “chupasangre” y, en cambio, son clave para la regeneración y la preservación de los hábitats.
Los científicos como activistas ambientales
La selva maya es el último relicto de selva húmeda tropical que queda en México, es decir, es un remanente de asociaciones biológicas con una distribución muy reducida comparada con la que anteriormente tuvo, aunque aún alberga una gran biodiversidad de animales y plantas. “Si acabamos con las selvas húmedas tropicales, nos estamos matando a nosotros mismos”, sostiene Osiris Gaona y sentencia: “Nos estamos acabando los hábitats naturales: los humanos llegamos cada vez más allá, más allá, más allá, e invadimos los territorios de diversos animales, lo que da pie a un proceso de zoonosis, mediante el cual nos están pasando sus enfermedades, porque nos los comemos o estamos más en contacto con ellos. Entonces, no es su culpa, es nuestra culpa”.
Más aún: la gente piensa que es por arte de magia que se inunda Tabasco y ¿por qué se inunda Tabasco? La respuesta es sencilla para la bióloga: “porque acabaron con la selva y ya no hay nada que amortigüe esa agua; arrasaron con esa esponja que la ciudad tenía alrededor…. La naturaleza va tomado su camino. Nosotros somos los que deberíamos de entender esto. No digo que el planeta se vaya a acabar, los que nos vamos a acabar somos nosotros”.
Ella se identifica más como una científica enfocada en que la gente sepa y pueda entender la verdad. Recientemente la revista Nexos publicó el artículo “Miradas impávidas ante la muerte de los siete colores de la laguna Bacalar”, firmado por la propia Osiris Gaona, Luisa Falcón, Alfredo Yanez-Montalvo (adscrito al Colegio de la Frontera Sur, pero está haciendo un posdoctorado bajo la dirección de Osirirs) y Miriam Guerrero, colegas del mismo laboratorio. Sorpresivamente recibió una llamada telefónica en la que le informaron que su artículo había sido criticado en una de las conferencias mañaneras del presidente López Obrador. El mandatario negó de manera enfática que el Tren Maya hubiese afectado los colores de la laguna de Bacalar, ubicada en el estado de Quintana Roo. En el texto nunca se alude directamente al Tren Maya, una de las obras emblemáticas del sexenio. Se habla de impacto negativo de diversas actividades humanas en general y se atribuye la decoloración de la laguna de Bacalar a la muerte de estromatolitos, que son comunidades formadas por bacterias y, también, los primeros oxigenadores de la atmósfera. Lo que el artículo expone es su aniquilación porque tiene un alto costo ambiental:
“[P]areciera que vale más satisfacer las necesidades de los turistas, un tren, una carretera, un hotel que la captura de carbono (CO2) en minerales y materia orgánica. […] Hasta finales del siglo pasado, el sur de Quintana Roo había mantenido en buen estado de conservación su cobertura vegetal. Pero en las últimas dos décadas se ha desencadenado un proceso de cambio de uso del suelo que ha sido el detonante del deterioro ambiental. La deforestación se debe a la producción de ganado, a la agricultura (caña de azúcar, soya, cítricos, piña) y al incremento del desarrollo inmobiliario y turístico”.
Desde la perspectiva de Osiris Gaona, los científicos se convierten en activistas al publicar textos críticos y rigurosos, pero añade que su comportamiento debe ser ético en todo lo que hagan, en todos los ámbitos.
A sus 53 años, ella vive en el pueblo de Chicxulub, Yucatán, más relajada que antes y disfruta el hecho de que sus hijas, Fandila e Itzayana, ambas del mismo padre francés (Boris Furlan, también con estudios de Biología y dedicado ahora a fotografiar la vida silvestre y del que Osiris se separó hace varios años), sean ya unas jóvenes que cursan especialidades en institutos científicos y artísticos en Europa.
Después de un continuo batallar con distintas trabas, las cosas finalmente se acomodaron para la doctora Osiris Gaona. Hace poco le preguntaron si quería dejar de ser técnica para convertirse en investigadora. Su respuesta fue contundente: “Por supuesto que no”. Explica: “Se trata, simplemente, de una jerarquía burocrática muy dura. A estas alturas de la vida, con una tesis de doctorado que obtuvo mención honorífica y que fue candidata a la presea Alfonso Caso, hago un trabajo prácticamente igual al que hace un investigador. Como, además, me gusta vincular a la población general con la ciencia, desde mi asociación civil puedo hacer muchas cosas más. No necesito ese cambio porque, por donde se vea, soy académica de la UNAM, con veintitrés años de antigüedad. En el instituto al que pertenezco defiendo de manera permanente la conciencia de género al luchar por oportunidades equitativas para que tanto los hombres como las mujeres tengamos la posibilidad de desarrollar nuestras carreras científicas en las mejores condiciones posibles”.
La trayectoria de Osiris Gaona comenzó con los murciélagos, tan buenos polinizadores que ella los llama “los jardineros de la selva húmeda tropical”. Aunque ahora estudia, como pionera en México, el microbioma. Insiste en que nuestras actividades ponen en peligro a los animales y los ecosistemas y, en consecuencia, a la humanidad misma. Ella se concibe como una científica enfocada en que la gente conozca la verdad. El siguiente texto es parte de los perfiles de mexicanas científicas y ambientalistas, una serie que publica Gatopardo.
Posiblemente sea la mujer científica con mayor conocimiento de los murciélagos en todo México. Lo que sí es un hecho es que su actual línea de investigación, el microbioma ligado con la vida silvestre, es algo totalmente nuevo en el país. En ningún otro laboratorio mexicano se desarrolla ese tipo de estudios. Sin embargo, suelta una carcajada y achica los ojos detrás del gran armazón negro de sus lentes. La doctora en Ecología Osiris Gaona Pineda afirma que a menudo se ríen de ella cuando confiesa su sueño frustrado: “Siempre quise ser bailarina de rumba como Tongolele y Ninón Sevilla”, las grandes rumberas del cine nacional, “y terminé siendo bióloga”.
Concretamente, es una científica especializada en murciélagos, a los que conoció desde niña en casa de su abuela, ubicada en la región conocida como Tierra Caliente, una zona limítrofe entre Guerrero, Michoacán y el Estado de México. Su papá, un maestro de Educación Física al que le encantaba leer a los clásicos griegos y latinos, adoraba a su pequeño pueblo: Santa Teresa de Jesús, ubicado en el municipio de Coyuca de Catalán, en Guerrero, rumbo a Zirándaro de los Chávez, una zona muy árida y muy caliente. Todas las vacaciones, su padre organizaba a la familia para que regresaran al campo año con año.
Entrevisto a Osiris Gaona a través de Zoom. Ella se encuentra en el pueblo de Chicxulub, en Yucatán, donde todavía está el cráter de un gran meteorito que impactó la superficie terrestre. Ahí, junto con su jefa, la doctora Luisa Falcón, es pionera en la transición que culminará con el traslado de la sede del Instituto de Ecología de la UNAM a esa población. Pero ahora recuerda lo que sucedió años atrás: “Cuando yo era niña, ni siquiera había luz eléctrica en el pueblo”. Se alumbraban con quinqués de petróleo, a los que sus padres llamaban “aparatos”. Como si entrara en una ensoñación narra que veía cómo nacían las vacas, la sangre que les escurría en los alumbramientos, y cómo ordeñaban a las que ya eran adultas. No olvida que la mandaban por huevos a la troje y que observaba con gran asombro cómo algunos de esos huevos se convertían en animales.
Como “mi papá era muy pachanguero” llevaba a la familia hasta las rancherías más alejadas; a veces se tardaban más de una hora en llegar, navegando a través de los ríos. Al llegar a su destino, la niña se entretenía en recolectar diversas flores que guardaba y disecaba en sus libros, y atrapaba alacranes que guardaba en frascos. “Ahora, añade con nostalgia, es imposible llegar ahí, a esa zona que se ha vuelto tan peligrosa y conflictiva debido al narcotráfico. Pero yo crecí en ese pueblito cuando todo era diferente, cuando era un lugar tranquilo y pacífico, enclavado a la mitad del camino”. Ahí y así nació la vocación de la futura licenciada en Biología, maestra en Ciencias Biológicas y doctora en Ecología, especializada en restauración del medio ambiente.
Un cambio de paradigma
Cuando la joven Osiris Gaona llegó a la UNAM a estudiar la carrera de Biología, el primer semestre le pareció horrible porque llevaba Física, Química y Matemáticas… pero ya después, en las salidas de campo correspondientes a los distintos niveles de Botánica (1, 2, 3 y 4) y gracias al plan de estudios que le tocó —que incluía la materia de Zoología—, pudo ver el nacimiento de los animales y su desarrollo, las diferencias entre los reinos vegetal y animal. Entonces se dijo a sí misma: “De aquí soy. Creo que fue la mejor elección que hice en toda mi vida. No me arrepiento para nada”.
Durante sus estudios exploró la teoría sobre el origen de las especies, de Charles Darwin (1809-1882), pero en la actualidad se encuentra sumergida en su investigación sobre el microbioma, pues exista una teoría que tiene sus bases en la simbiosis y en lo endosimbiótica, propuesta hace muchos años por la bióloga estadounidense Lynn Margulis (1938-2011) y se contrapone de manera frontal a los planteamientos de Darwin. De acuerdo con Margulis, el origen de la vida, es decir, el origen de las células eucariotas, es producto de una simbiosis entre un grupo de bacterias arqueas, microorganismos que dan origen a la mitocondria. Osiris Gaona lo explica en palabras muy sencillas: “Nosotros somos una caja de Petri que guarda millones de microorganismos, sin los cuales no podríamos existir. Así de simple es la vida”.
Los postulados de Margulis, sostiene la doctora Osiris Gaona, dieron paso a un nuevo concepto, según el cual todos los seres vivos —plantas, animales y seres humanos— somos holobiontes, es decir, seres que tienen relaciones simbióticas con todos los microorganismos que están en nuestros cuerpos, esto es, con el microbioma. “Lo que yo puedo afirmar es que en México estamos apenas entendiendo todas estas asociaciones simbióticas que dan lugar a las teorías del microbioma y la microbiota”, aunque hay una diferencia a nivel genético, ambos términos se usan de manera intercambiable. “No tienen más de treinta años y vienen a revolucionar nuevamente todo lo que creíamos sobre el origen de la vida y el Homo sapiens: basta con pensar que únicamente el diez por ciento de nuestras células pertenecen a ese Homo sapiens y el resto corresponde a todas las asociaciones simbióticas que tenemos, sin las cuales no podríamos digerir lo que comemos. Es para volarte los sesos. Otro ejemplo: antes se creía que el líquido amniótico y la leche materna eran estériles, pero ahora sabemos que ambos líquidos están impregnados de nutrientes y de microbiota que permite al bebé defenderse de posibles infecciones y virus. Eso explica que en la actualidad se le otorgue tanta importancia a los partos naturales. Es el nuevo boom. A mí me da mucho gusto haber elegido desarrollar el tema de mi doctorado a la luz de las aportaciones de Margulis”.
Los obstáculos en el camino
En la actualidad la doctora Osiris Gaona ostenta la plaza de técnico académico titular C y está a la espera de que, durante este mes de septiembre, se resuelva si obtiene el PRIDE D, el estímulo económico que, sumado a su plaza, es la máxima categoría a la que ella puede aspirar dentro de la UNAM. La bióloga lleva trabajando treinta y tantos años en el Instituto de Ecología de la máxima casa de estudios del país. Sin embargo, nada más se le reconocen veintitrés años de antigüedad en la categoría de técnica titular; por la forma en que se dieron las cosas, nunca obtuvo una plaza como investigadora.
Era muy joven cuando llegó a la UNAM para cursar su licenciatura en Biología y aterrizó en el laboratorio de Ecología y Conservación de Vertebrados Terrestres, encabezado por el doctor Rodrigo A. Medellín Legorreta —conocido popularmente con el apodo de “el Batman mexicano”— y, aunque reconoce que aprendió muchísimo con el Dr. Medellín porque le abrió una gran ventana, principalmente al mundo de los murciélagos, “en los veinte años que estuve ahí, no avancé mucho en el terreno académico porque, de acuerdo con las jerarquías burocráticas, todos los que estábamos en ese laboratorio trabajábamos para el jefe”. Al principio yo trabajé como una década sin plaza ni nada. Posteriormente, cuando ya era técnica académica, por la manera en que está organizada la UNAM, me fue prácticamente imposible cambiar a la categoría de investigadora”.
Sin ser un requisito para cursar y terminar la licenciatura en Biología, Osiris Gaona publicó dos artículos científicos en los que tiene crédito como segunda autora de Medellín, ya que fue ella quien visitó la Selva lacandona para hacer el trabajo de campo. Las heces de los murciélagos frugívoros que ella estudió permitieron conocer el número y el tipo de semillas que comen e identificar los hábitos alimenticios de esos murciélagos. “Lo que encontramos ahí”, describe, “es maravilloso: lo que los murciélagos hacen al ingerir y defecar semillas pioneras, que son muy resistentes al calor y al tipo de suelo, ayuda a regenerar la selva. Además, los murciélagos tienen una ventaja sobre otras especies: son los únicos mamíferos que vuelan y eso los convierte en excelentes regeneradores o jardineros de las selvas húmedas tropicales”. En otro artículo de investigación, que también firmó con Medellín como su segunda autora, se compara la cantidad de semillas pioneras que ingieren los murciélagos y las aves. Descubrieron que los murciélagos son más efectivos: comen y dispersan un número de dos a cuatro veces mayor que las aves.
Debido a la naturaleza de su puesto, Osiris Gaona tuvo que obtener el permiso directo de su jefe para seguir estudiando. El Dr. Medellín otorgó su autorización para que la bióloga cursara la maestría. Resulta “contradictorio” para ella que, por ser técnica de un laboratorio, en la propia UNAM, haya tenido que conseguir un permiso para seguir avanzando en sus estudios. Sin esa autorización se habría quedado estancada. Cuando le llegó el momento de cursar el doctorado, a causa de las diferencias con su jefe inmediato, la bióloga llegó al extremo de considerar renunciar a su puesto.
El eminente biólogo José Sarukhán Kermez la recibió en la oficina que ocupaba como cabeza de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), cargo al que renunció apenas, el pasado 25 de agosto, debido a diferencias con la actual titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Sarukhán había sido uno de sus maestros preferidos de la maestría y él la aconsejó como si fuese su padre: “¿Usted se quiere salir de la UNAM cuando todo el mundo quiere entrar? Mejor busque otro laboratorio dentro de la UNAM y no se vaya. Todos conocemos sus capacidades y su trayectoria. Resista”.
Finalmente se decidió a solicitar el cambio de laboratorio, tal como le había aconsejado su mentor, pero a cambio le pidieron dejar su plaza. Eso sucedió hace como diez o doce años, cuando las hijas de la bióloga eran pequeñas, lo que le dificultó tomar una decisión. Pensó: “No me puedo ir así porque mis dos niñas dependen de mí”. “Bien canijos”, recuerda, “me mandaron a un área totalmente diferente de lo que yo hacía. Fui a dar al laboratorio de la Dra. Luisa Falcón, quien se dedica a la ecología molecular. Una científica más joven que yo y superbrillante, pero con una línea de investigación totalmente diferente a la mía…”
Claro que en la carrera había aprendido a pipetear y a preparar soluciones, pero estaba llegando a un área de conocimiento distinta. La doctora Falcón le dijo que ella necesitaba a un técnico que supiera hacer ese tipo de procedimientos y, por eso, le propuso: “¿Qué te parece que te avientas el doctorado? Eso te va a permitir desarrollar las técnicas de las que hemos hablado”. Así fue como Osiris Gaona se abrió espacio en un área totalmente desconocida para ella: la de la biología molecular. Con apoyo de su nueva jefa, la científica se sobrepuso a la adversidad burocrática: esta nueva especialización le permitió explorar muchos temas relacionados con el microbioma y la microbiota, pero eso sí, a partir de los murciélagos que tanto ha amado desde el principio de su carrera.
Soluciones Ambientales Itzeni
A la par de sus estudios académicos, Osiris Gaona fundó hace diez años una asociación civil cuya misión es, según su página de Facebook, “mejorar la relación entre las personas y la naturaleza a través de la ciencia, la educación y la participación social para atender la problemática ambiental que nos afecta a todos”. Desde la perspectiva de la bióloga, uno de los problemas centrales radica en que los científicos no hablan el mismo lenguaje que usa la gente común y quieren resolver todo a través de ecuaciones y palabras rimbombantes —se refiere al uso del latín en los nombres de las especies—, que la gente no comprende.
Admite, sin embargo, que en la actualidad su asociación está bastante castigada en términos económicos “porque las autoridades no simpatizan con las organizaciones no gubernamentales ni con las asociaciones civiles”. A pesar de todos los obstáculos y cargas tributarias, su asociación se ha podido sostener gracias a los fondos que recibe de Estados Unidos para el proyecto de reintroducción del lobo mexicano. Su colega Carlos López, de la Universidad Autónoma de Querétaro, coordina para la asociación todos los estudios de genética de este lobo que está en peligro de extinción. Lo que hacen es una restauración ecológica, es decir, llevan lobos a una zona fronteriza de México, principalmente en los estados de Sonora y Chihuahua, porque anteriormente hubo lobos ahí. Los ejemplares que sueltan tienen que estar totalmente sanos, sin ningún tipo de enfermedad. También hablan con los propietarios de los terrenos para avisarles que se van a introducir esos animales porque la gente piensa que van a acabar con su ganado, pero son parte del equilibrio ecológico. “A la gente le tiene que caer el veinte de que si acabamos con los animales, estamos acabando con nosotros mismos”, advierte Osiris Gaona en su papel de directora de Itzeni.
La especialista en murciélagos disfruta enormemente dedicarse a la educación ambiental. A través de Itzeni y otras asociaciones civiles, se lanzó una convocatoria pública para impartir unos talleres en la calle de Vito Alessio Robles, en la Ciudad de México, con el propósito de limpiar el río Magdalena, tarea para la cual lograron reunir a un gran grupo de personas ávidas de ayudar. Otro de los proyectos más importantes de la asociación tuvo lugar en la mina la Quintera, que se ubica en Álamos, Sonora. Los concesionarios de esa mina —muy antigua y actualmente abandonada— son don Benjamín Lagarda y su hijo. Ellos le pidieron asesoría para ver si se podía o no explotar una mina cuyos tiros se convirtieron en el hogar de una cantidad impresionante de murciélagos, aliados de los seres humanos porque cumplen diversas funciones dentro del ecosistema. El veredicto de Osiris Gaona fue no tocar a los murciélagos y les entregó a los mineros el estudio correspondiente. A la par, como parte de un proceso educativo, dieron pláticas en los pueblos aledaños sobre la importancia de los murciélagos hematófagos y distribuyeron una cantidad considerable de folletos gratuitos al respeto. Al respecto, la bióloga insiste en hacerle buena reputación a los murciélagos; en una entrevista con La Opinión señaló que solo tres de 1,400 especies de murciélagos son hematófagos, es decir, no todos son “chupasangre” y, en cambio, son clave para la regeneración y la preservación de los hábitats.
Los científicos como activistas ambientales
La selva maya es el último relicto de selva húmeda tropical que queda en México, es decir, es un remanente de asociaciones biológicas con una distribución muy reducida comparada con la que anteriormente tuvo, aunque aún alberga una gran biodiversidad de animales y plantas. “Si acabamos con las selvas húmedas tropicales, nos estamos matando a nosotros mismos”, sostiene Osiris Gaona y sentencia: “Nos estamos acabando los hábitats naturales: los humanos llegamos cada vez más allá, más allá, más allá, e invadimos los territorios de diversos animales, lo que da pie a un proceso de zoonosis, mediante el cual nos están pasando sus enfermedades, porque nos los comemos o estamos más en contacto con ellos. Entonces, no es su culpa, es nuestra culpa”.
Más aún: la gente piensa que es por arte de magia que se inunda Tabasco y ¿por qué se inunda Tabasco? La respuesta es sencilla para la bióloga: “porque acabaron con la selva y ya no hay nada que amortigüe esa agua; arrasaron con esa esponja que la ciudad tenía alrededor…. La naturaleza va tomado su camino. Nosotros somos los que deberíamos de entender esto. No digo que el planeta se vaya a acabar, los que nos vamos a acabar somos nosotros”.
Ella se identifica más como una científica enfocada en que la gente sepa y pueda entender la verdad. Recientemente la revista Nexos publicó el artículo “Miradas impávidas ante la muerte de los siete colores de la laguna Bacalar”, firmado por la propia Osiris Gaona, Luisa Falcón, Alfredo Yanez-Montalvo (adscrito al Colegio de la Frontera Sur, pero está haciendo un posdoctorado bajo la dirección de Osirirs) y Miriam Guerrero, colegas del mismo laboratorio. Sorpresivamente recibió una llamada telefónica en la que le informaron que su artículo había sido criticado en una de las conferencias mañaneras del presidente López Obrador. El mandatario negó de manera enfática que el Tren Maya hubiese afectado los colores de la laguna de Bacalar, ubicada en el estado de Quintana Roo. En el texto nunca se alude directamente al Tren Maya, una de las obras emblemáticas del sexenio. Se habla de impacto negativo de diversas actividades humanas en general y se atribuye la decoloración de la laguna de Bacalar a la muerte de estromatolitos, que son comunidades formadas por bacterias y, también, los primeros oxigenadores de la atmósfera. Lo que el artículo expone es su aniquilación porque tiene un alto costo ambiental:
“[P]areciera que vale más satisfacer las necesidades de los turistas, un tren, una carretera, un hotel que la captura de carbono (CO2) en minerales y materia orgánica. […] Hasta finales del siglo pasado, el sur de Quintana Roo había mantenido en buen estado de conservación su cobertura vegetal. Pero en las últimas dos décadas se ha desencadenado un proceso de cambio de uso del suelo que ha sido el detonante del deterioro ambiental. La deforestación se debe a la producción de ganado, a la agricultura (caña de azúcar, soya, cítricos, piña) y al incremento del desarrollo inmobiliario y turístico”.
Desde la perspectiva de Osiris Gaona, los científicos se convierten en activistas al publicar textos críticos y rigurosos, pero añade que su comportamiento debe ser ético en todo lo que hagan, en todos los ámbitos.
A sus 53 años, ella vive en el pueblo de Chicxulub, Yucatán, más relajada que antes y disfruta el hecho de que sus hijas, Fandila e Itzayana, ambas del mismo padre francés (Boris Furlan, también con estudios de Biología y dedicado ahora a fotografiar la vida silvestre y del que Osiris se separó hace varios años), sean ya unas jóvenes que cursan especialidades en institutos científicos y artísticos en Europa.
Después de un continuo batallar con distintas trabas, las cosas finalmente se acomodaron para la doctora Osiris Gaona. Hace poco le preguntaron si quería dejar de ser técnica para convertirse en investigadora. Su respuesta fue contundente: “Por supuesto que no”. Explica: “Se trata, simplemente, de una jerarquía burocrática muy dura. A estas alturas de la vida, con una tesis de doctorado que obtuvo mención honorífica y que fue candidata a la presea Alfonso Caso, hago un trabajo prácticamente igual al que hace un investigador. Como, además, me gusta vincular a la población general con la ciencia, desde mi asociación civil puedo hacer muchas cosas más. No necesito ese cambio porque, por donde se vea, soy académica de la UNAM, con veintitrés años de antigüedad. En el instituto al que pertenezco defiendo de manera permanente la conciencia de género al luchar por oportunidades equitativas para que tanto los hombres como las mujeres tengamos la posibilidad de desarrollar nuestras carreras científicas en las mejores condiciones posibles”.
Ilustración de Fernanda Jiménez.
La trayectoria de Osiris Gaona comenzó con los murciélagos, tan buenos polinizadores que ella los llama “los jardineros de la selva húmeda tropical”. Aunque ahora estudia, como pionera en México, el microbioma. Insiste en que nuestras actividades ponen en peligro a los animales y los ecosistemas y, en consecuencia, a la humanidad misma. Ella se concibe como una científica enfocada en que la gente conozca la verdad. El siguiente texto es parte de los perfiles de mexicanas científicas y ambientalistas, una serie que publica Gatopardo.
Posiblemente sea la mujer científica con mayor conocimiento de los murciélagos en todo México. Lo que sí es un hecho es que su actual línea de investigación, el microbioma ligado con la vida silvestre, es algo totalmente nuevo en el país. En ningún otro laboratorio mexicano se desarrolla ese tipo de estudios. Sin embargo, suelta una carcajada y achica los ojos detrás del gran armazón negro de sus lentes. La doctora en Ecología Osiris Gaona Pineda afirma que a menudo se ríen de ella cuando confiesa su sueño frustrado: “Siempre quise ser bailarina de rumba como Tongolele y Ninón Sevilla”, las grandes rumberas del cine nacional, “y terminé siendo bióloga”.
Concretamente, es una científica especializada en murciélagos, a los que conoció desde niña en casa de su abuela, ubicada en la región conocida como Tierra Caliente, una zona limítrofe entre Guerrero, Michoacán y el Estado de México. Su papá, un maestro de Educación Física al que le encantaba leer a los clásicos griegos y latinos, adoraba a su pequeño pueblo: Santa Teresa de Jesús, ubicado en el municipio de Coyuca de Catalán, en Guerrero, rumbo a Zirándaro de los Chávez, una zona muy árida y muy caliente. Todas las vacaciones, su padre organizaba a la familia para que regresaran al campo año con año.
Entrevisto a Osiris Gaona a través de Zoom. Ella se encuentra en el pueblo de Chicxulub, en Yucatán, donde todavía está el cráter de un gran meteorito que impactó la superficie terrestre. Ahí, junto con su jefa, la doctora Luisa Falcón, es pionera en la transición que culminará con el traslado de la sede del Instituto de Ecología de la UNAM a esa población. Pero ahora recuerda lo que sucedió años atrás: “Cuando yo era niña, ni siquiera había luz eléctrica en el pueblo”. Se alumbraban con quinqués de petróleo, a los que sus padres llamaban “aparatos”. Como si entrara en una ensoñación narra que veía cómo nacían las vacas, la sangre que les escurría en los alumbramientos, y cómo ordeñaban a las que ya eran adultas. No olvida que la mandaban por huevos a la troje y que observaba con gran asombro cómo algunos de esos huevos se convertían en animales.
Como “mi papá era muy pachanguero” llevaba a la familia hasta las rancherías más alejadas; a veces se tardaban más de una hora en llegar, navegando a través de los ríos. Al llegar a su destino, la niña se entretenía en recolectar diversas flores que guardaba y disecaba en sus libros, y atrapaba alacranes que guardaba en frascos. “Ahora, añade con nostalgia, es imposible llegar ahí, a esa zona que se ha vuelto tan peligrosa y conflictiva debido al narcotráfico. Pero yo crecí en ese pueblito cuando todo era diferente, cuando era un lugar tranquilo y pacífico, enclavado a la mitad del camino”. Ahí y así nació la vocación de la futura licenciada en Biología, maestra en Ciencias Biológicas y doctora en Ecología, especializada en restauración del medio ambiente.
Un cambio de paradigma
Cuando la joven Osiris Gaona llegó a la UNAM a estudiar la carrera de Biología, el primer semestre le pareció horrible porque llevaba Física, Química y Matemáticas… pero ya después, en las salidas de campo correspondientes a los distintos niveles de Botánica (1, 2, 3 y 4) y gracias al plan de estudios que le tocó —que incluía la materia de Zoología—, pudo ver el nacimiento de los animales y su desarrollo, las diferencias entre los reinos vegetal y animal. Entonces se dijo a sí misma: “De aquí soy. Creo que fue la mejor elección que hice en toda mi vida. No me arrepiento para nada”.
Durante sus estudios exploró la teoría sobre el origen de las especies, de Charles Darwin (1809-1882), pero en la actualidad se encuentra sumergida en su investigación sobre el microbioma, pues exista una teoría que tiene sus bases en la simbiosis y en lo endosimbiótica, propuesta hace muchos años por la bióloga estadounidense Lynn Margulis (1938-2011) y se contrapone de manera frontal a los planteamientos de Darwin. De acuerdo con Margulis, el origen de la vida, es decir, el origen de las células eucariotas, es producto de una simbiosis entre un grupo de bacterias arqueas, microorganismos que dan origen a la mitocondria. Osiris Gaona lo explica en palabras muy sencillas: “Nosotros somos una caja de Petri que guarda millones de microorganismos, sin los cuales no podríamos existir. Así de simple es la vida”.
Los postulados de Margulis, sostiene la doctora Osiris Gaona, dieron paso a un nuevo concepto, según el cual todos los seres vivos —plantas, animales y seres humanos— somos holobiontes, es decir, seres que tienen relaciones simbióticas con todos los microorganismos que están en nuestros cuerpos, esto es, con el microbioma. “Lo que yo puedo afirmar es que en México estamos apenas entendiendo todas estas asociaciones simbióticas que dan lugar a las teorías del microbioma y la microbiota”, aunque hay una diferencia a nivel genético, ambos términos se usan de manera intercambiable. “No tienen más de treinta años y vienen a revolucionar nuevamente todo lo que creíamos sobre el origen de la vida y el Homo sapiens: basta con pensar que únicamente el diez por ciento de nuestras células pertenecen a ese Homo sapiens y el resto corresponde a todas las asociaciones simbióticas que tenemos, sin las cuales no podríamos digerir lo que comemos. Es para volarte los sesos. Otro ejemplo: antes se creía que el líquido amniótico y la leche materna eran estériles, pero ahora sabemos que ambos líquidos están impregnados de nutrientes y de microbiota que permite al bebé defenderse de posibles infecciones y virus. Eso explica que en la actualidad se le otorgue tanta importancia a los partos naturales. Es el nuevo boom. A mí me da mucho gusto haber elegido desarrollar el tema de mi doctorado a la luz de las aportaciones de Margulis”.
Los obstáculos en el camino
En la actualidad la doctora Osiris Gaona ostenta la plaza de técnico académico titular C y está a la espera de que, durante este mes de septiembre, se resuelva si obtiene el PRIDE D, el estímulo económico que, sumado a su plaza, es la máxima categoría a la que ella puede aspirar dentro de la UNAM. La bióloga lleva trabajando treinta y tantos años en el Instituto de Ecología de la máxima casa de estudios del país. Sin embargo, nada más se le reconocen veintitrés años de antigüedad en la categoría de técnica titular; por la forma en que se dieron las cosas, nunca obtuvo una plaza como investigadora.
Era muy joven cuando llegó a la UNAM para cursar su licenciatura en Biología y aterrizó en el laboratorio de Ecología y Conservación de Vertebrados Terrestres, encabezado por el doctor Rodrigo A. Medellín Legorreta —conocido popularmente con el apodo de “el Batman mexicano”— y, aunque reconoce que aprendió muchísimo con el Dr. Medellín porque le abrió una gran ventana, principalmente al mundo de los murciélagos, “en los veinte años que estuve ahí, no avancé mucho en el terreno académico porque, de acuerdo con las jerarquías burocráticas, todos los que estábamos en ese laboratorio trabajábamos para el jefe”. Al principio yo trabajé como una década sin plaza ni nada. Posteriormente, cuando ya era técnica académica, por la manera en que está organizada la UNAM, me fue prácticamente imposible cambiar a la categoría de investigadora”.
Sin ser un requisito para cursar y terminar la licenciatura en Biología, Osiris Gaona publicó dos artículos científicos en los que tiene crédito como segunda autora de Medellín, ya que fue ella quien visitó la Selva lacandona para hacer el trabajo de campo. Las heces de los murciélagos frugívoros que ella estudió permitieron conocer el número y el tipo de semillas que comen e identificar los hábitos alimenticios de esos murciélagos. “Lo que encontramos ahí”, describe, “es maravilloso: lo que los murciélagos hacen al ingerir y defecar semillas pioneras, que son muy resistentes al calor y al tipo de suelo, ayuda a regenerar la selva. Además, los murciélagos tienen una ventaja sobre otras especies: son los únicos mamíferos que vuelan y eso los convierte en excelentes regeneradores o jardineros de las selvas húmedas tropicales”. En otro artículo de investigación, que también firmó con Medellín como su segunda autora, se compara la cantidad de semillas pioneras que ingieren los murciélagos y las aves. Descubrieron que los murciélagos son más efectivos: comen y dispersan un número de dos a cuatro veces mayor que las aves.
Debido a la naturaleza de su puesto, Osiris Gaona tuvo que obtener el permiso directo de su jefe para seguir estudiando. El Dr. Medellín otorgó su autorización para que la bióloga cursara la maestría. Resulta “contradictorio” para ella que, por ser técnica de un laboratorio, en la propia UNAM, haya tenido que conseguir un permiso para seguir avanzando en sus estudios. Sin esa autorización se habría quedado estancada. Cuando le llegó el momento de cursar el doctorado, a causa de las diferencias con su jefe inmediato, la bióloga llegó al extremo de considerar renunciar a su puesto.
El eminente biólogo José Sarukhán Kermez la recibió en la oficina que ocupaba como cabeza de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), cargo al que renunció apenas, el pasado 25 de agosto, debido a diferencias con la actual titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Sarukhán había sido uno de sus maestros preferidos de la maestría y él la aconsejó como si fuese su padre: “¿Usted se quiere salir de la UNAM cuando todo el mundo quiere entrar? Mejor busque otro laboratorio dentro de la UNAM y no se vaya. Todos conocemos sus capacidades y su trayectoria. Resista”.
Finalmente se decidió a solicitar el cambio de laboratorio, tal como le había aconsejado su mentor, pero a cambio le pidieron dejar su plaza. Eso sucedió hace como diez o doce años, cuando las hijas de la bióloga eran pequeñas, lo que le dificultó tomar una decisión. Pensó: “No me puedo ir así porque mis dos niñas dependen de mí”. “Bien canijos”, recuerda, “me mandaron a un área totalmente diferente de lo que yo hacía. Fui a dar al laboratorio de la Dra. Luisa Falcón, quien se dedica a la ecología molecular. Una científica más joven que yo y superbrillante, pero con una línea de investigación totalmente diferente a la mía…”
Claro que en la carrera había aprendido a pipetear y a preparar soluciones, pero estaba llegando a un área de conocimiento distinta. La doctora Falcón le dijo que ella necesitaba a un técnico que supiera hacer ese tipo de procedimientos y, por eso, le propuso: “¿Qué te parece que te avientas el doctorado? Eso te va a permitir desarrollar las técnicas de las que hemos hablado”. Así fue como Osiris Gaona se abrió espacio en un área totalmente desconocida para ella: la de la biología molecular. Con apoyo de su nueva jefa, la científica se sobrepuso a la adversidad burocrática: esta nueva especialización le permitió explorar muchos temas relacionados con el microbioma y la microbiota, pero eso sí, a partir de los murciélagos que tanto ha amado desde el principio de su carrera.
Soluciones Ambientales Itzeni
A la par de sus estudios académicos, Osiris Gaona fundó hace diez años una asociación civil cuya misión es, según su página de Facebook, “mejorar la relación entre las personas y la naturaleza a través de la ciencia, la educación y la participación social para atender la problemática ambiental que nos afecta a todos”. Desde la perspectiva de la bióloga, uno de los problemas centrales radica en que los científicos no hablan el mismo lenguaje que usa la gente común y quieren resolver todo a través de ecuaciones y palabras rimbombantes —se refiere al uso del latín en los nombres de las especies—, que la gente no comprende.
Admite, sin embargo, que en la actualidad su asociación está bastante castigada en términos económicos “porque las autoridades no simpatizan con las organizaciones no gubernamentales ni con las asociaciones civiles”. A pesar de todos los obstáculos y cargas tributarias, su asociación se ha podido sostener gracias a los fondos que recibe de Estados Unidos para el proyecto de reintroducción del lobo mexicano. Su colega Carlos López, de la Universidad Autónoma de Querétaro, coordina para la asociación todos los estudios de genética de este lobo que está en peligro de extinción. Lo que hacen es una restauración ecológica, es decir, llevan lobos a una zona fronteriza de México, principalmente en los estados de Sonora y Chihuahua, porque anteriormente hubo lobos ahí. Los ejemplares que sueltan tienen que estar totalmente sanos, sin ningún tipo de enfermedad. También hablan con los propietarios de los terrenos para avisarles que se van a introducir esos animales porque la gente piensa que van a acabar con su ganado, pero son parte del equilibrio ecológico. “A la gente le tiene que caer el veinte de que si acabamos con los animales, estamos acabando con nosotros mismos”, advierte Osiris Gaona en su papel de directora de Itzeni.
La especialista en murciélagos disfruta enormemente dedicarse a la educación ambiental. A través de Itzeni y otras asociaciones civiles, se lanzó una convocatoria pública para impartir unos talleres en la calle de Vito Alessio Robles, en la Ciudad de México, con el propósito de limpiar el río Magdalena, tarea para la cual lograron reunir a un gran grupo de personas ávidas de ayudar. Otro de los proyectos más importantes de la asociación tuvo lugar en la mina la Quintera, que se ubica en Álamos, Sonora. Los concesionarios de esa mina —muy antigua y actualmente abandonada— son don Benjamín Lagarda y su hijo. Ellos le pidieron asesoría para ver si se podía o no explotar una mina cuyos tiros se convirtieron en el hogar de una cantidad impresionante de murciélagos, aliados de los seres humanos porque cumplen diversas funciones dentro del ecosistema. El veredicto de Osiris Gaona fue no tocar a los murciélagos y les entregó a los mineros el estudio correspondiente. A la par, como parte de un proceso educativo, dieron pláticas en los pueblos aledaños sobre la importancia de los murciélagos hematófagos y distribuyeron una cantidad considerable de folletos gratuitos al respeto. Al respecto, la bióloga insiste en hacerle buena reputación a los murciélagos; en una entrevista con La Opinión señaló que solo tres de 1,400 especies de murciélagos son hematófagos, es decir, no todos son “chupasangre” y, en cambio, son clave para la regeneración y la preservación de los hábitats.
Los científicos como activistas ambientales
La selva maya es el último relicto de selva húmeda tropical que queda en México, es decir, es un remanente de asociaciones biológicas con una distribución muy reducida comparada con la que anteriormente tuvo, aunque aún alberga una gran biodiversidad de animales y plantas. “Si acabamos con las selvas húmedas tropicales, nos estamos matando a nosotros mismos”, sostiene Osiris Gaona y sentencia: “Nos estamos acabando los hábitats naturales: los humanos llegamos cada vez más allá, más allá, más allá, e invadimos los territorios de diversos animales, lo que da pie a un proceso de zoonosis, mediante el cual nos están pasando sus enfermedades, porque nos los comemos o estamos más en contacto con ellos. Entonces, no es su culpa, es nuestra culpa”.
Más aún: la gente piensa que es por arte de magia que se inunda Tabasco y ¿por qué se inunda Tabasco? La respuesta es sencilla para la bióloga: “porque acabaron con la selva y ya no hay nada que amortigüe esa agua; arrasaron con esa esponja que la ciudad tenía alrededor…. La naturaleza va tomado su camino. Nosotros somos los que deberíamos de entender esto. No digo que el planeta se vaya a acabar, los que nos vamos a acabar somos nosotros”.
Ella se identifica más como una científica enfocada en que la gente sepa y pueda entender la verdad. Recientemente la revista Nexos publicó el artículo “Miradas impávidas ante la muerte de los siete colores de la laguna Bacalar”, firmado por la propia Osiris Gaona, Luisa Falcón, Alfredo Yanez-Montalvo (adscrito al Colegio de la Frontera Sur, pero está haciendo un posdoctorado bajo la dirección de Osirirs) y Miriam Guerrero, colegas del mismo laboratorio. Sorpresivamente recibió una llamada telefónica en la que le informaron que su artículo había sido criticado en una de las conferencias mañaneras del presidente López Obrador. El mandatario negó de manera enfática que el Tren Maya hubiese afectado los colores de la laguna de Bacalar, ubicada en el estado de Quintana Roo. En el texto nunca se alude directamente al Tren Maya, una de las obras emblemáticas del sexenio. Se habla de impacto negativo de diversas actividades humanas en general y se atribuye la decoloración de la laguna de Bacalar a la muerte de estromatolitos, que son comunidades formadas por bacterias y, también, los primeros oxigenadores de la atmósfera. Lo que el artículo expone es su aniquilación porque tiene un alto costo ambiental:
“[P]areciera que vale más satisfacer las necesidades de los turistas, un tren, una carretera, un hotel que la captura de carbono (CO2) en minerales y materia orgánica. […] Hasta finales del siglo pasado, el sur de Quintana Roo había mantenido en buen estado de conservación su cobertura vegetal. Pero en las últimas dos décadas se ha desencadenado un proceso de cambio de uso del suelo que ha sido el detonante del deterioro ambiental. La deforestación se debe a la producción de ganado, a la agricultura (caña de azúcar, soya, cítricos, piña) y al incremento del desarrollo inmobiliario y turístico”.
Desde la perspectiva de Osiris Gaona, los científicos se convierten en activistas al publicar textos críticos y rigurosos, pero añade que su comportamiento debe ser ético en todo lo que hagan, en todos los ámbitos.
A sus 53 años, ella vive en el pueblo de Chicxulub, Yucatán, más relajada que antes y disfruta el hecho de que sus hijas, Fandila e Itzayana, ambas del mismo padre francés (Boris Furlan, también con estudios de Biología y dedicado ahora a fotografiar la vida silvestre y del que Osiris se separó hace varios años), sean ya unas jóvenes que cursan especialidades en institutos científicos y artísticos en Europa.
Después de un continuo batallar con distintas trabas, las cosas finalmente se acomodaron para la doctora Osiris Gaona. Hace poco le preguntaron si quería dejar de ser técnica para convertirse en investigadora. Su respuesta fue contundente: “Por supuesto que no”. Explica: “Se trata, simplemente, de una jerarquía burocrática muy dura. A estas alturas de la vida, con una tesis de doctorado que obtuvo mención honorífica y que fue candidata a la presea Alfonso Caso, hago un trabajo prácticamente igual al que hace un investigador. Como, además, me gusta vincular a la población general con la ciencia, desde mi asociación civil puedo hacer muchas cosas más. No necesito ese cambio porque, por donde se vea, soy académica de la UNAM, con veintitrés años de antigüedad. En el instituto al que pertenezco defiendo de manera permanente la conciencia de género al luchar por oportunidades equitativas para que tanto los hombres como las mujeres tengamos la posibilidad de desarrollar nuestras carreras científicas en las mejores condiciones posibles”.
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