El show debe continuar
Mateo Peraza
Fotografía de Gerardo González Quintero
¿Es posible carcajearse a mitad del dolor más grande: la pérdida de un hijo? No solo es posible, sino también deseable, como lo atestigua un payaso y un grupo de ayuda en Mérida. La «risaliencia» facilita la vivencia del duelo.
En medio de la noche del 9 de abril de 2024, frente a un local de la Calle 70 de San Antonio Xluch, al sur de Mérida, Yucatán —barrio humilde—, los vendavales contrarrestan en algo el bochorno primaveral. Pocos objetos se distinguen gracias a la luz de los faros: las torres de vigilancia del Centro de Reinserción Social (Cereso), coronadas con siluetas de guardias; un vocho modificado, amarillo estridente, con una calcomanía que reza “Bolitas Show”, y un globo que, empujado por el viento, parece querer entrar por la puerta del local.
“Pasa, amigo, te estamos esperando”, dice Eduardo Muñoz, quien desde hace 30 años encarna al payaso Bolitas.
Esta es su sala de fiestas, un sitio amplio con techo de lámina. Hay esculturas de animales y moldes para piñatas. Hay banderas de colores, una piscina, círculos pintados en el suelo, similares a los de un circo. Y hay una tarima con una pantalla blanca en la que, cada martes a partir de las 7:30 p.m., se proyecta un documental o una charla sobre la muerte y el duelo. En el centro 12 personas están sentadas. Varios de ellos usan playeras y gorras con imágenes de niños y adolescentes. “Somos algunos de los que se reúnen los martes —continúa Eduardo—. Se van a presentar contigo”.
Los integrantes de Renacer Mérida, grupo dedicado a la atención del duelo de madres y padres que perdieron hijos, cuentan las razones que los llevaron a la sala de fiestas de Eduardo Muñoz y Ana Orozco, la pareja que dirige este proyecto en Yucatán, ambos especializados en tanatología.
Mientras hablan, el aire sacude las banderas colgadas del techo. Un par de globos flotan por encima de los muros y se pierden en la noche. Los vasos desechables, dispuestos en una mesa con pan y café, ruedan por el piso. Ellos dirán que este grupo les salvó la vida. Dirán que querían morir. Dirán que, más que un grupo, son una familia que se apoya en los momentos más difíciles.
Alba vino con su esposo Felipe. Sus hijas fallecieron en un accidente automovilístico hace cinco años y cinco meses, cuando volvían de vacaciones. Eran adolescentes. Alba tiene el cabello negro y lacio, una perforación en la nariz y una playera blanca con la imagen de sus hijas, dos niñas que sonríen con la felicidad pura de la infancia. Felipe usa una gorra con la misma imagen.
“Me enteré casi dos meses después del fallecimiento de las niñas porque estuve en coma por el accidente —recuerda Alba—. Cuando desperté, nadie me lo podía decir. Mi esposo me habló del grupo, pero todavía no estaba lista. Eduardo y Ana me visitaron y decidí venir. Me han ayudado mucho. Al principio sentí que nos habíamos quedado solos, la gente se aleja de nosotros. Es algo que no elegimos que nos suceda, pero nos sucede. Pierdes tantas amistades, tantas cosas… Aquí mis hijas son las protagonistas y puedo hablar de ellas. Sé que de algún modo ellas me escuchan”.
“Llegamos a Renacer cuando Alba salió del hospital —agrega Felipe—. Después de lo de Alba, me dio un derrame cerebral y se me paralizó la mitad del cuerpo. Hemos estado tristes, pero siempre activos. Seguimos aquí para salir adelante”.
El hijo de María Guadalupe, Jesús Emmanuel, se infectó de covid-19 la mañana en la que defendió su tesis de licenciatura. Falleció hace dos años y ocho meses. Cabello rizado, lentes de armazón grueso, María tiene cerca de 50 años.
“Aún no había vacunas para jóvenes y no pudimos hacer nada. No soy de Mérida, aquí no tengo ningún familiar. Al principio se me brindó ayuda por teléfono, luego fueron a visitarme. Desde que vengo mi vida ha cambiado. Siempre está presente el dolor, incluso pasé por una etapa en la que quería morirme. Mi hijo era el único que vivía conmigo, era mi compañero. Pero aquí, luego de escuchar las historias de todos, me dije: si ellos pueden, yo también puedo”, resume María.
El hijo de Jesús fue asesinado mientras reparaban las luces de su moto en un taller mecánico en Cancún. Dos sicarios llegaron por el cobro de piso. Al padre le reconforta saber que “su niño” murió de inmediato con el segundo tiro. Jesús es joven, fuerte, con tatuajes en los brazos y en el cuello: “Esta es una agrupación que no desea que llegue más gente. No es grato, es algo doloroso, no puedo explicarlo porque no hay palabras. Esto me ha ayudado para seguir de pie y hacia adelante. A mí me invitó don Eduardo”.
Alicia perdió a su hija por un aneurisma hace un año y tres meses. Muerte súbita. Al igual que el resto, tuvo una visita de Eduardo y Ana mientras se enfrentaba a un dolor atroz. Ella considera que aún no sale del duelo, pero que ha logrado darle sentido a lo que seguirá en su vida: “Nada importaba. Pensé en morirme. Por el grupo he aprendido a comprender la muerte. Puedo decir que me salvó. Antes andaba por la calle pensando de qué manera matarme. Aquí seguimos en la lucha porque no es fácil. Espero que algún día esto acabe para mí”.
—Lo de salir adelante del duelo puede compararse con una frase que decimos los payasos. ¿Sabes cuál es? —Eduardo dice en algún momento de la noche.
—No. ¿Cuál?
—Compañeros, a ver, ¿cuál es la frase que siempre digo?
Entonces, risas y una respuesta al unísono:
—¡El show debe continuar!
***
Eduardo y Ana se conocieron cuando tenían ocho años y eran vecinos en Cinco Colonias, otro barrio del sur de Mérida. Vivían a tres casas de distancia. Crecieron juntos, jugando en la calle. Eduardo bromea: “Casi me brinqué la barda para estar con ella”. Ambos crearon la empresa de entretenimiento Bolitas Show, en la que Eduardo, bajo el nombre artístico de Bolitas, es el payaso principal. Es uno de los más famosos en Yucatán.
Eduardo, de 57 años, y Ana, de 55, se criaron en el seno de familias contrastantes. Ana proviene de un núcleo estrecho, funcional. “Hasta que un día, claro está, Ana se me declaró”, dice Eduardo, riendo.
Los padres de Eduardo eran alcohólicos; su madre murió de cirrosis poco después del nacimiento de la única hija de Eduardo y Ana: Gladys Muñoz Orozco, diseñadora gráfica y payasa que trabajaba con Eduardo bajo el nombre de Chipi Chipi. Es recordada en Yucatán por actuaciones en vivo y en programas de televisión.
Gladys fue el motor para que Eduardo decidiera volverse Bolitas. Era un sueño que tuvo el padre desde niño, pero gracias a la hija comenzó a darle forma real.
—¿Cuándo notaste que te gustaba ser payaso? —le pregunto.
—¡Uuuy! Desde chamaquito. Jugaba en casa de uno de mis tíos al circo. Hacíamos una carpa con sábanas. Mis hermanos me ayudaban. Como soy el más grande, se podría decir que yo los cuidé. Improvisaba malabares, me pintaba el rostro, le hacía de ventrílocuo.
Eduardo hizo su primera aparición como Bolitas en la fiesta de una de sus sobrinas, motivado por Gladys, quien actuó y animó a la familia junto con él. El éxito de ese evento trascendió y comenzaron a recomendarlo. Pasó de ser un hobby a una actividad que, además de gustarle, dejaba ingresos fijos. Gladys apoyaba con la publicidad y en las rutinas. Ana, por su parte, confeccionó los trajes de ambos y trabaja, hasta la fecha, en la logística de Bolitas Show.
—Descubrí que esto era algo más que solo vestirse de payaso porque había gente que me volvía contratar y yo no sabía qué hacer. En ese entonces me levantaba y veía Chabelo: de ahí agarraba [la idea de] los concursos. Un día me invitaron a tomar un curso, una plática para ser payaso, y le dije a Gladys: “¿Cómo lo ves?”. Y ella me dijo: “¡Anda, papá!”. Siempre me apoyó. Ahí comencé a profesionalizarme.
—¿Cómo era tu relación con Gladys?
—Muy estrecha. Éramos tremendos, muy necios, siempre bromeando. Era mi amiga, mi compañera. Trabajamos juntos por muchos años. Éramos una bomba. Por eso mi duelo fue tan difícil.
En el año 2000, tres payasos yucatecos viajaron por primera vez al Congreso Nacional de Payasos. Bolitas fue uno de ellos. Luego fue incluido en el Consejo Nacional de Payasos. Se propuso integrarse plenamente en el medio, y lo logró. Su hija siempre estuvo allí. “Cuando yo comienzo a meterme más, a aprender, Gladys, que ya me ayudaba, dice que quiere actuar conmigo. Un día la encontré jugando con mis pinturas. Le compré su maquillaje y ella, por iniciativa propia, creó sus propios diseños para pintarse. Montamos un dúo: padre e hija payasos. Por ella entré a las televisoras. Es duro porque cuando pasó el accidente ella ya había cobrado notoriedad. Estaba preparando su primer disco”, rememora Eduardo.
Eduardo y Gladys trabajaron en varios circos del estado. Bolitas y Chipi Chipi idearon algunas de las rutinas que más retoman los payasos locales. El padre recuerda que en el circo su hija se metía en la zona de los animales para exigirles a los cuidadores que los trataran bien, que le “dieran de comer a los canguros, leones y elefantes”. Tuvieron giras circenses a partir de 2010, principalmente con el circo de los hermanos Canto.
“Luego nos dedicamos en cuerpo y alma a las fiestas infantiles porque ella regresa a la escuela. Ya no podíamos estar andando por muchos lados […] Ella le dio prioridad a la escuela. De hecho, se graduó; cuando se fue ya era diseñadora gráfica”, explica Eduardo.
Gladys falleció a causa de un accidente automovilístico el 18 de diciembre de 2011, luego de un viaje familiar a Cozumel para actuar en un encuentro de payasos: la última ocasión en que Bolitas y Chipi Chipi estuvieron juntos. En dos automóviles se repartieron las personas que regresarían a Mérida. Quizá por cuestiones de espacio, Gladys decidió ir en el otro vehículo, separada de su padre. Eduardo así relata lo ocurrido:
La camioneta donde iba Gladys estaba delante de nosotros. Todos se durmieron, hasta yo me dormí, habíamos salido muy temprano. El amigo que manejaba me despertó: ‘¿Qué le está pasando al chavo de adelante?’, gritó. Veo que la camioneta zigzagueaba. ‘No manches’, le dije a mi compañero, ‘creo que se durmió, hay que alcanzarlo’. La camioneta se salió de la carretera. En ese momento, el chavo que conducía se despertó y por instinto quiso volver a la carretera, pero había una hondonada. La camioneta se levantó en vertical y cayó. Vi como mi hija se aporreó contra el [vidrio] panorámico, la camioneta daba vueltas. Gladys salió expulsada, la camioneta le pasó encima. Estacionamos y corrí a verla. Estaba inconsciente, pero despierta.
Las escenas siguientes suceden en la memoria de Eduardo y Ana con una exactitud tortuosa: el traslado en una ambulancia y Eduardo diciéndole a Gladys: “Hija, no te preocupes, aquí estoy, vas a estar bien”; Gladys que va y viene; la primera revisión en la que determinaron que debían trasladarla a un hospital de Cancún porque no tenían el equipo para tratarla. Gladys entró en coma. El grupo de payasos respaldando, tranquilizándolos. Otros tantos —incluso algunos que Eduardo no conocía pero que lo admiraban por su trabajo como docente de payasos— apoyaron con comida, dinero, ropa, un colchón para que durmieran en el estacionamiento del hospital. Eduardo reconstruye:
Yo supe que iba a fallecer desde que el doctor dijo: ‘El señor Eduardo Muñoz no necesita pase. Él y su esposa pueden estar con ella cuanto quieran’. Le hablé mucho: ‘Hija, tú tranquila, vas a salir’. Pero no reaccionó. Entré en una etapa que dentro del duelo se llama negociación: la persona crea ideas ficticias sobre cómo puede cambiar la situación. Llamé a personas religiosas para que oraran por ella. Buscamos a un padre para que hablara con ella.
Eduardo arrodillado en el estacionamiento del hospital: “Dios, llévame a mí y dale a ella otra oportunidad”. El doctor se acercó, y él ya sabía: no hay nada que hacer. Gladys tenía 25 años
La noticia corrió en la prensa, en la radio. Padre e hija habían trabajado mucho en los medios. Ana estaba muy mal. Y Eduardo, ahora entiende, cometió un error. Como le había prometido a Gladys que su funeral iba a ser una fiesta, montó un espectáculo con payasos en la sala de fiestas. Cuando le dieron el último adiós, Ana estalló y Eduardo tuvo que llevársela. “Lastimé a algunas personas queridas porque les dije: ‘No los quiero ver llorar; yo no lo estoy haciendo”.
***
El payaso Birolito Candela, un joven que trabaja en Bolitas Show, entra a la sala de fiestas con una bolsa llena de llaveros con forma de zapatos de payaso. Es el lunes 22 de abril. El aire, como cada noche, se agita en el espacio.
—¿Cuánto tiempo después volviste a trabajar? —le pregunto a Eduardo.
—Ese fue otro error. Trabajaba en una empresa de circo. El dueño me dijo que me tomara el tiempo que necesitara, pero volví a los 15 días. Cuando tuve el reflector sobre mí, me quedé en shock, paralizado. ¿Cómo haces reír a alguien si estás muerto en vida?
Eduardo trabajó los dos años siguientes a la muerte de Gladys, pero en algún momento no pudo más. Una tarde, cuando volvía de un evento manejando el vocho modificado que llama Bolimóvil —y que en ese entonces no tenía techo—, se desató una lluvia torrencial. Paró bajo un puente en el Periférico. La peluca mojada, el maquillaje escurrido, el equipo de sonido que no volvería a funcionar… Decidió retirarse.
Pronto la falta de dinero se convirtió en un problema. Eduardo se dejó ir en el duelo, pero tuvo un sueño que lo cambió todo: “Estaba en mi hamaca, y llegó Gladys. Se acostó conmigo, pero junto a ella comenzaron a llegar un montón de muchachos. Todos, me di cuenta, eran amigos suyos. Se subían a mi hamaca, los empujo y Gladys dice: ‘No, papá, ellos vinieron a cuidarte porque yo estoy cuidando a sus papás’”.
Era 2013. Por su parte, Ana leyó un libro de la chilena Susana Roccatagliata titulado Un hijo no debe morir. La autora abrió un grupo Renacer en Chile y escribió historias sobre la pérdida de hijos, incluida la suya. Dice Ana:
Por el libro supe que había un encuentro nacional de los grupos Renacer en Guanajuato, y convencí a Eduardo de ir. Además, coincidían las fechas con un encuentro del Congreso Nacional de Payasos, que se hizo en el mismo estado. Pero antes también tuve un sueño: hablaba con Eduardo sobre la posibilidad de ir, cuando apareció Gladys. Eduardo me acababa de decir: ‘¿Cómo vamos a ir? No conocemos a nadie. Vamos a estar solos’. Y Gladys dijo: ‘No estarán solos, yo voy a ir con ustedes’. Por eso decidimos hacer el viaje.
En Guanajuato Eduardo compitió en el Congreso Nacional de Payasos en la categoría de actuación individual. Ganó el primer lugar. Pensó que sería su último performance. Después llegaron al encuentro de Renacer. Cuenta Eduardo:
La primera impresión que me llevé fue completamente negativa. Había una señora bromista. Nos vio y dijo: ‘Ay, bomba, ya llegaron los yucatecos. ¿Nos trajeron papadzules?’. En mi cabeza la insultaba. Esa misma noche hicieron una dinámica de mesas redondas. Y empiezo a notar las similitudes. Una pareja le decía ‘flaca’ a su hija, como yo. Otra señora, al igual que yo, estaba molestísima con Dios. Había otra pareja de Los Ángeles, que tengo muy marcados: no paraban de llorar, yo tampoco paraba de llorar.
En esa ocasión se habían reunido cerca de 200 madres y padres. Ana y Eduardo, en algún momento, estaban en un pasillo del hotel, llorando, cuando se les acercó una pareja y se presentó. Eduardo les explicó que las historias que recién habían escuchado eran diferentes a la suya en un punto importante: aquellos padres tenían otros hijos, y Gladys era su única hija (“Era nuestro motor de vida, y se fue”). La señora recién conocida, Rosario, les abrió los ojos: “Dorian también era hijo único”. Y así conocieron, sin saberlo, a los iniciadores de los Grupos Renacer a nivel nacional. De Guanajuato surgió la misión de formar un grupo en Mérida.
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Nicolás Villegas y Rosario Alfaro perdieron a su hijo Dorian cuando tenía 11 años, hace 23. Una punzada en el estómago durante un paseo por el parque terminó en un internamiento súbito. Nicolás recuerda a su hijo tendido en una cama de hospital, rodeado de máquinas, sin entender nada. En la madrugada, apenas dos días después, el doctor les dijo que “no habían podido salvar al niño”. El dolor los hundió. Por propuesta de Rosario, dieron con el grupo Renacer Xochimilco, en la Ciudad de México, de los más antiguos en México, ubicado en un salón de Bosque Residencial del Sur. El grupo los estabilizó, pero la pareja que lo dirigía, y que había traído de Argentina el mensaje y concepto de Renacer, se separó. Ellos decidieron hacerse cargo.
Nicolás y Rosario reunieron a más de 20 integrantes y organizaron charlas sobre tanatología, psicología y duelo. Promovieron la lectura de libros sobre la pérdida. También lanzaron la primera convocatoria para organizar el encuentro anual de todos los grupos Renacer de México.
“Eduardo llegó a uno de esos congresos. Allí lo animamos para que abriera Renacer Mérida. Cuando los papás van sanando su duelo adquieren la capacidad de compartir el amor por nuestros hijos, transformar el dolor en cariño, y es cuando deciden abrir un grupo. Los apoyamos para conseguirlo”, explica Nicolás.
Un año después de ese encuentro fundacional, Eduardo compartió en Teotihuacán, por primera vez, la experiencia sobre la muerte de su hija Gladys, y lo hizo con el disfraz de Bolitas. El sketch inspiró la línea que actualmente maneja: usar el sentido del humor para salir adelante.
“Al principio todos pensaron: ‘¿Cómo? ¿un payaso?’ Pero al final entendieron que él vivía lo mismo, incluso transmitía un mensaje más fuerte. ¿Cómo puedes hacer reír a los demás si por dentro sientes que te estas quemando por el dolor? Fue una experiencia fuerte, pero el mensaje les llegó”, dice Nicolás.
Tras un matrimonio de 40 años, Rosario falleció en 2022 por secuelas del covid-19. Nicolás tardó en recuperarse: “Quedé muy lastimado, pero todo lo que hemos aprendido en estos años me llevó a la conclusión de que era su momento de reunirse con nuestro hijo. Tomé un año de terapia. La muerte de un hijo y la de una pareja son completamente diferentes. Y en algún momento respiré profundo y dije, bueno, voy a continuar. Rosario y yo decidimos, años atrás, dejar de celebrar la muerte de Dorian, ahora celebramos su vida. Él nos transformó. Terminó siendo nuestro gran maestro. Me dio la oportunidad de conocer el amor incondicional”. Nicolás ha mantenido activo Renacer Xochimilco, con un compromiso total.
Contar experiencias sobre los hijos fallecidos permite transformar el sufrimiento en nostalgia, asegura Nicolás. Esta vía de expresión ha permitido la apertura de más grupos de duelo en otras partes del país. Renacer suma sedes en más de 20 entidades.
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La creación del grupo Renacer en Mérida fue una odisea: Eduardo llevó volantes al psiquiátrico, a hospitales públicos y privados, a parques. Incluso pensó en dejar algunos en los cementerios. Se aproximó a parejas en duelo; todos lo rechazaron, algunos con insultos. Sin embargo, había notado cambios positivos en Ana: “Los psicólogos y los tanatólogos dicen que lo primero con lo que nos enfrentamos durante un duelo es con nosotros mismos, a través del espejo. O sea, no puedes [al principio] ver tu mirada; te ves y bajas de la cabeza, porque no te reconoces. Noté que Ana ya podía verse y me dije: esto es lo que necesitamos”.
Una noche, tras un año de invitar infructuosamente a parejas en esta circunstancia, y luego de visitar a un padre cuya hija murió por la explosión de una pipa de gas —que también rechazó la ayuda—, Eduardo pensó en rendirse. Habló con Ana y, mirando una fotografía de Gladys colgada en la pared, dijo: “No voy a poder. Quizá esta no sea nuestra misión. ¿Por qué no me ayudas, hija?”.
Poco después entró una llamada.
Es una de las señales de las que te hablo. La persona que me llamó era Marilú Ancona; ella ahora dirige un grupo solo para padres y madres que perdieron hijos por suicidio. Pero esa vez me comentó: ‘Llamé a la sede de Renacer en Ciudad de México y me dijeron que usted coordina el grupo. Me gustaría que me dé más información’. Nos reunimos en un café y le expliqué lo que ningún padre había aceptado [las invitaciones]. Ella acababa de perder a su hijo por suicidio y estaba muy mal. Así comenzamos. Al principio éramos tres parejas y solo nos reuníamos para llorar. Nos faltaba preparación.
Antes de llegar a la sala de fiestas, Renacer Mérida tuvo otras locaciones, entre ellas un espacio que les prestó la Secretaría de Salud de Yucatán, y un sitio en el centro de Mérida. Las reuniones consistían en exponer el dolor, pero sin cauce, salvo las lecturas recomendadas desde la sede de Renacer en la Ciudad de México. Ya eran entre 12 y 15 parejas. A los dos años Marilú fundó su propio grupo: Ancla de la Esperanza. Eduardo y Ana necesitaban un sitio más grande y se trasladaron a la sala de fiestas de Eduardo.
Replicando los métodos que le enseñó Nicolás Villegas, Eduardo invitó a una tanatóloga al tercer aniversario del grupo. Dio una conferencia. Ella se volvió un personaje clave en la especialización de Eduardo y Ana.
Ivonne, la tanatóloga, nos dio una beca a mí y a Ana para tomar un diplomado sobre el tema. Imagínate: por dos años estuvimos solos, sin alguien que nos orientara. Fuimos los más aplicados de la clase. Y los más viejos. Hoy nos enfocamos en que la gente aprenda de las etapas, las reconozca, que aprenda de sus emociones. Tratamos de guiarlos, acompañarlos, y vamos explicándoles durante el proceso. La gente podía quedarse atorada. Ahora hemos visto casos de gente que sale adelante en seis meses.
Luego interviene Ana: “A mí me gusta mucho leer. Y cuando pasó lo de Gladys me dio por investigar, sobre todo, del duelo, sus etapas, la tanatología. Siempre le dije a Eduardo que me gustaría tomar un diplomado de tanatología, pero todo estaba muy caro, no se daba en muchos lados”.
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“Es genial que me entrevistes para conversar sobre Lalo (Eduardo Muñoz)”, dice la psicóloga, especialista en tanatología y directora del Instituto de Tanatología, Logoterapia y Vida, Ivonne Selene Castillo. “Él y Ana no solo formaron un grupo de duelo: crearon una familia”.
Ivonne da consultas tanatológicas en un consultorio en Polígono 108, al oriente de Mérida. Conoció a Eduardo y Ana hace cinco años, cuando recibió aquella invitación para impartir la conferencia sobre la muerte. “Cuando escuché los testimonios me di cuenta de que eran procesos largos que aún estaban a flor de piel. Aún había muchísima emoción al hablar de sus experiencias. Por esto mismo, noté que Eduardo y Ana necesitaban herramientas para sobrellevar su pérdida y las de los otros. Aunque bien intencionados, a veces un corazón lastimado, cuando escucha a otro corazón lastimado, incentiva que permanezcan atorados en el duelo”, detalla la psicóloga.
Ivonne ríe cuando recuerda los chistes de Eduardo durante las clases en el instituto. Dice que su sentido del humor es “un motor de vida”.
—Ellos tienen una actitud que ya quisieran tener muchos psicólogos. Si sabían de un caso, buscaban a la gente, hablaban con ellos. No importa que los rechazaran o insultaran; ellos siempre insisten en que pueden ayudarlos. Les dan seguimiento. Eso es algo vital en un proceso de duelo: un corazón dispuesto a acompañar.
—¿Qué diferencias observas en el duelo por un hijo, en comparación con otro tipo de pérdida?
—La gente siempre usa una frase para definirlo, pero es incorrecta: “antinatural” o “los hijos deben enterrar a los padres”. Desde que nacemos comenzamos a morir, la muerte camina a nuestro lado todo el tiempo. Debemos hacer conciencia de esto para evitar el “hubiera”: “si le hubiera prestado más atención”, “si hubiera trabajado menos”. Pasa porque casi siempre asumimos que nuestros seres queridos, en especial los jóvenes, van a estar más tiempo que nosotros.
—¿Por qué dices que Eduardo formó una familia con su grupo?
—Él ha trabajado como payaso por décadas. Sus tablas: manejo del público, no teme hablar, se acerca a la gente, no tiene miedo. Es divertidísimo. A veces le he pedido que venga con el grupo para dar charlas: nadie pensaría que son padres en duelo. Algunos, incluso con un par de meses de haber sufrido la pérdida, tienen la frente en alto. Cada vez que me pide apoyo con casos difíciles, es un orgullo para mí acompañarlo. Es un ser cercano para todos.
Ivonne menciona algo importante, una cita que reitera en sus consultas: “En el duelo el dolor es necesario y el sufrimiento es opcional”. Para ella, Eduardo cumple una de las premisas elementales de la resiliencia: caminar acompañado. Eduardo juega la partida completa junto con el doliente. No cede. Se mantiene firme hasta verlos recuperados. Los entrena en el arte de resurgir de un dolor que rompe cualquier categoría, y ofrece todas las herramientas que su mismo proceso le ha dado.
“Yo le digo a la gente, a los pacientes: esa cantidad de dolor que sientes ahora es la cantidad de crecimiento que tendrás. Ahora no lo entiendes, pero lo entenderás. Del otro lado del dolor hay luz, hay amor. Yo misma se lo inculqué a Lalo y Ana. Ese mismo amor es lo que los impulsa, es su preciosa particularidad. Abren sus corazones sin dudarlo”, pondera la especialista.
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Además de desempeñarse como payaso —o como parte de esa línea—, Eduardo Muñoz también usa la risaliencia, una corriente de la resiliencia que él y otros artistas definen como una herramienta terapéutica basada en el humor para enfrentar la adversidad y salir adelante. El concepto fue creado por Aarón Ortiz, el payaso Bubo, y la Brigada de Recuperación Emocional (BRE), integrada por psicólogos, payasos, magos y comediantes, y en la que está incluido Bolitas/Eduardo, es su vehículo. Al menos 60 payasos han tomado diplomados sobre la risaliencia en México.
“La resiliencia es la capacidad que tenemos los seres humanos para resistir. Y la risaliencia es ver la adversidad con sentido del humor. Ellos ahorita están serios —Eduardo mira a los integrantes del grupo, en la sala de fiestas—, pero normalmente nos verías reír, disfrutar, vacilar, nos cotorreamos. A veces son más payasos que yo”.
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La charla con Aarón Ortiz, el payaso Bubo, de 55 años, se corta dos veces porque viaja en carretera después de impartir una conferencia en Cuernavaca sobre cómo combatir la adversidad con sentido del humor. Me lo advirtió hace una hora. Vía WhatsApp, mandó un video mientras se preparaba. “Apenas salga de ahí, me llamas, ¿va?”, dijo embadurnándose el rostro de maquillaje.
Bubo expuso por primera vez el concepto de risaliencia en el Campus Iztacala de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), como parte del Congreso Internacional de Resiliencia organizado por el catedrático Jorge Montoya Avecías, en 2004. El origen de la palabra fue una broma sobre la resiliencia que narró durante un sketch, vestido de payaso. La audiencia terminó encantada. Desde entonces, Montoya Macías invitó a Bubo a dar charlas sobre la importancia de la risa y su influencia en el cuerpo en momentos de estrés.
Lo que al principio fue un performance sobre cómo Bubo logró superar las adversidades de una familia marcada por la pobreza, tiempo después lo catapultó a ser conferencista internacional.
Definí la risaliencia como la posibilidad de reír y contagiar, simplemente. Es un recurso inmediato, una reacción frente a la adversidad. Está científicamente comprobado que con la risa el cerebro se oxigena y toma mejores decisiones. No tengo nada en contra de la risoterapia, pero es muy difícil de aplicar en contextos críticos. Imagínate la risoterapia en un velorio. Alguien dice: ʻA ver, todos en silencio. Ahora, después de mí, repitan: jajaja, jejeje, jiji, jojojo. Imposibleʼ.
Bubo conoció a Eduardo Muñoz hace más de una década y se han apoyado mutuamente. Años atrás Bolitas lo invitó para capacitar payasos en Mérida. Luego, Bubo invitó a Bolitas a integrarse a la BRE, para lo cual tomó un diplomado de risaliencia, avalado por la UNAM.
—¿En qué consiste el trabajo de la BRE?
—Principalmente damos apoyo tras desastres naturales. Frente a estos fenómenos las primeras brigadas se enfocan en el rescate de las vidas y el rescate de bienes materiales. Nosotros llegamos meses después, en una tercera fase. Por medio de la risa, aportamos a que la población se restablezca.
Bubo pone de ejemplo los viajes que ha hecho al Volcán de Fuego, en Guatemala, uno de los más activos en Centroamérica. En 2018, la lava del volcán arrasó la comunidad de San Miguel y algunas carreteras. Bubo viajó con una comitiva de payasos rescatistas, entró a los albergues, hizo malabares y contó chistes. Igual trabajó con niños afectados.
Los psicólogos le dijeron cómo interpretar la situación emocional de las infancias. Aarón/Bubo lo explica:
Se llama dibujo expresivo infantil. Les das la sorpresa a los niños de que traes colores y hojas en blanco, los motivas a pintar. Entonces observamos: mientras más oscuro sea el color que escoge, es un indicador de que las cosas no van muy bien. O si, por ejemplo, ponen a un hombre encerrado en un cuadro, les preguntas: ‘¿Qué significa?’ Y te dice: ‘Es mi papá, que no pudo salir de la casa’. Así notas cómo están enfrentando la adversidad.
Ese es el objetivo de la BRE: que haya payasos brigadistas listos para hacer reír a la población en México y varias partes de Latinoamérica. Lo mismo hizo durante el huracán Otis, en Guerrero, en 2023: contactó a un payaso brigadista para atender los albergues. Antes, al inicio de la pandemia, lanzó una convocatoria pública para que diferentes artistas de diferentes giros se involucraran con el restablecimiento emocional por medio del humor. Dice que la adversidad debe de mostrar tres puntos: resistir, aprender y trascender.
“La risa es natural, auténtica, algo inherente en los seres humanos. Cuando hay un contexto crítico, y no hay la posibilidad de una terapia, usas una herramienta que tienes a la mano: el humor. De hecho, todo lo que hacemos tiene un ‘final feliz’, aunque parezca chiste”, dice Bubo, y ríe. Antes de colgar, porque está en medio del tráfico, cuenta de Bolitas: “Nos hemos unido para hacer sinergia y compartir este conocimiento, con otro término […] Él, con toda la experiencia que tiene con el duelo, con toda la experiencia del diplomado en tanatología, nos ayudó y dio capacitaciones en la brigada”.
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Con una trayectoria de 10 años, Renacer Mérida es un grupo sin fines de lucro ni posturas religiosas o políticas. Las conferencias se pagan con las colaboraciones de los propios integrantes. Dice Eduardo:
Manejamos un programa espiritual, pero no religioso. En 10 años hemos adquirido un montón de experiencia para atender cualquier tipo de duelo por la pérdida de un hijo. Aquí llegan casos de suicidios, de muertes durante etapas de gestación, de infantes. Primero, por lo general, las personas nos marcan por teléfono. La pérdida de un hijo es universal.
No importa dónde, no importa cuándo: si le llaman, Eduardo Muñoz arrancará su camioneta y viajará con Ana y una comitiva de madres y padres en duelo para ayudar. Cada uno de los integrantes tiene una historia sobre cómo conocieron a Eduardo y lo bien que les sentó hablar con alguien que había vivido lo mismo y logró superarlo. Todos dicen que este hombre —quien divide su vida entre la risa y el dolor— les salvó la vida: un “ser humano increíble”, “maravilloso”.
—Cuando llega el doliente, la persona empieza a andar por el camino del dolor, lloran, quieren desahogarse, y nosotros obviamente les damos la oportunidad. Llorar es una manera de sanar. Posteriormente, les decimos que es importante aprender de las etapas del duelo. Nosotros nos basamos mucho en las cinco etapas que creó Elisabeth Kübler Ross. A ver, compañeros, ¿cuáles son las etapas del duelo?
—Negación —dice Jesús—. ¿Luego sigue la ira?
—Ajá, ¿cuáles más?
—Negociación, depresión —dice Ana.
—¿Y la última? Esa la digo yo: aceptación.
***
Isabel Gómez regresa a una escena, tres años atrás: manejaba por el Periférico de Yucatán, con la idea de chocar con una valla de contención y caer al vacío. Gritaba, lloraba en el interior del auto. No entendía por qué la muerte se llevó a su hija Cristi, de 22 años, y no a ella: “Mi niña murió en 2021 por un cáncer muy agresivo. Cristi vivía en Estados Unidos. Estuve con ella hasta el final. La enfermedad la consumió en un dos por tres”.
Isabel llegó al grupo Renacer por un video de Facebook. Durante la pandemia, trabajaba en una escuela. Mientras se impartían clases virtuales, vio a Eduardo Muñoz hablando sobre la pérdida de hijos y sobre cómo se podía salir adelante con el apoyo de un grupo de duelo. Recuerda Isabel:
Cuando vi la entrevista lo primero que pensé fue ʻtengo que hablar con él, va a entendermeʼ. Él había perdido a su única hija, como yo. Vi una lucecita al final del túnel. No quise llamarlo desde mi número personal, así que le marqué desde el trabajo. Apenas lo escuché sentí alivio; me explicó cuándo se reunían, dónde, a qué hora. Me dijo que podían visitarme. Le pedí permiso a mi jefa y fueron a mi trabajo. Llegó con María Guadalupe, Ana y Felipe. Sentí como si me abrazaran. Al contarme sus historias, ninguno usó las frases que detesto: ‘Ya tienes un angelito en el cielo’, ‘deja de llorar que ya no la dejas descansar’.
En su primera sesión el grupo realizó un ritual llamado “encendido de velas”. Vestidos de blanco, con velas en las manos que representan “la luz de sus hijos”, hablaron sobre ellos. Dice que fue un momento de sentimientos encontrados porque, aunque se percibe la esperanza, también hay dolor y tristeza: “Me sentí bien, aunque muy lastimada. Pero pensé: aquí me van a ayudar. Seguí yendo a las juntas; Eduardo y Ana me formaron sobre las etapas de duelo. Siempre ha habido actividades formativas, invitados, recomendaciones de libros…”.
Isabel recuerda el primer encuentro nacional de los grupos Renacer al que fue: 2023, en Veracruz. Se hizo un homenaje por cada uno de los hijos difuntos. En una pantalla, se proyectaron sus imágenes con música de fondo.
—Cuando vi a mi niña en la pantalla, con las nubes atrás, me pegó horrible. Salían y salían hijos. Somos demasiados padres los que hemos pasado por esto. Me quebré. En ese momento mi esposo había salido a recibir una llamada de trabajo. Aunque no los conocía, quienes estaban alrededor de mí me abrazaron. Todo esto me ha dado fuerzas para aprender a vivir sin mi hija.
—¿Cómo te sientes ahora? ¿Crees que el grupo te ha ayudado a aceptarlo?
—Me ha ayudado, pero no puedo aceptarlo. Con todo lo que he aprendido, no puedo aceptarlo. No sé si llegue el día, como dice Eduardo, en que pueda pensar: su muerte estaba escrita, iba a pasar, nos volveremos a ver. Pero hay algo importante: sin el grupo yo no estaría viva, así te lo digo todo.
Lo que más le ha servido a Isabel es volver a reír.
—Eduardo es fantástico; sus chistes, sus bromas. No tienes idea: reímos como locos. Cualquier persona que nos viera, no pensaría que somos un grupo de padres en duelo, porque estamos radiantes de risa. No soy la misma y sé que nunca voy a volver a ser la misma, pero lucho cada día por ser la Isabel de antes. Eso sí: nadie vuelve a ser el mismo luego de la muerte de un hijo. Nadie. Considero que mi propia hija me puso en el camino a Eduardo. Antes del grupo, no podía hablar con nadie.
Mira el Detrás de la portada (Suicidios en Yucatán) de la edición 229:
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Llegan cuatro integrantes nuevos al grupo de duelo. Los primeros tres son madre, padre y hermana de un chico que murió hace un par de semanas; el cuarto, a quien llaman Santos, es el padre de un policía que fue asesinado por un grupo de sicarios. Es su tercera sesión con Eduardo Muñoz y Ana Orozco.
Doce integrantes de Renacer se presentan. Luego, la familia narra cómo conocieron a Eduardo, qué los llevó ahí. “Mi hijo era un chico alegre, conversador, mucha gente lo quería. No entendemos por qué lo hizo, nunca se mostró mal. Practicaba box, quería entrar al ejército”, cuenta la madre. En los testimonios hay culpa y dolor. Como siempre, el aire sacude los banderines de la sala de fiestas. Algunas hojas de papel avanzan por el suelo: “Ustedes necesitan sacar lo que sienten —dice Eduardo—. Sentirán lo que tengan que sentir para seguir avanzando. Aquí, y hablo por todos, nuestros números están abiertos las 24 horas. Pueden buscarnos cuando lo necesiten. Ahora, les pido que se pongan de pie, por favor”.
Los tres integrantes de la familia se paran en medio del círculo, tomados de las manos: “Les pido que se den un abrazo —continúa Eduardo—. Nosotros los vamos a ayudar a salir adelante, a entender este proceso. Los entendemos: muchos de nosotros hemos vivido experiencias similares”.
Un minuto después Eduardo dice mirando a los otros integrantes: “Ya saben lo que sigue”. Y entonces sucede un abrazo grupal con 16 personas paradas en los círculos de colores de la sala de fiestas. Un conjunto de pérdidas, de experiencias compartidas, se dan apoyo físico. En el núcleo del abrazo surge un grito álgido que lentamente se tranquiliza. Los integrantes se dan abrazos individuales y susurran palabras de consuelo. “Aquí entenderán que podemos enfrentar juntos la adversidad”, termina Eduardo.
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Al otro lado de la línea está Julio Agüero, de 52 años, psicólogo, payaso, uno de los conferencistas más importantes de Renacer en el país. Explica que Renacer es un proyecto fundado por dos padres argentinos en 1988, tras la muerte de su hijo Nicolás. El sitio web de Renacer dice: “En los grupos Renacer se brinda acompañamiento, comprensión y afecto a los padres y madres que luego de este acontecimiento tan devastador no saben cómo seguir viviendo pero que desean darle un sentido a su existencia”. Además de Argentina, México y Chile, hay sedes en Ecuador y Barcelona. La misión: que el mensaje de sobrevivir al duelo se extienda en todo el mundo.
Le pregunto a Julio cuándo y por qué comenzó a dar conferencias. Es una persona importante para Eduardo y su grupo: lo aprecian porque utiliza el humor en sus conferencias. Así lo explica:
Tuve un accidente automovilístico en 2001. Murieron mi hija, mi esposa y mi suegra. Una de mis hijas sobrevivió y yo terminé con heridas graves, que me tomaron dos años de rehabilitación física. Tiempo después murió mi madre de un derrame cerebral y mi padre fue asesinado en Guerrero por una banda de secuestradores. Son muchas las circunstancias que fueron llevando mi vida. Ahora, la preparación que tengo es que estudié psicología, filosofía, tanatología, ética médica, logoterapia, suicidiología, intervención en crisis suicida, sexología, inteligencia emocional, desarrollo humano. En fin, más de 20 diplomados y una licenciatura.
En 2012 Julio dio su primera conferencia, que duró solo 10 minutos. Con el fin de sintetizar, decidió hacer un sketch vestido de payaso:
Por ese primer sketch, dejé la terapia y ahora actuó como payaso. Los grupos Renacer me han invitado mucho a dar conferencias, así como Eduardo, allá en Mérida. Lo que hago es usar las emociones: llevarlos de la tristeza a la risa. Cuando hablo con la gente en duelo siempre les digo que no podemos sufrir toda la vida, que se den permiso de reír un poco. Frente a una muerte como la de un hijo, el doliente cree que ya no tiene derecho de disfrutar.
Uno de los libros más citados por los miembros de Renacer es El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, un neurólogo, psiquiatra y filósofo que estuvo recluido en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Con esta obra Frankl intentó transformar los hechos traumáticos en herramientas de supervivencia emocional. La logoterapia, un modelo de psicoterapia, se basa en la búsqueda del sentido, de la autotrascendencia.
Explica Julio su lectura:
Frankl decía que el humor y el amor son las dos almas del espíritu. Tomando esto como base, en mis conferencias digo que puedes enfrentar el dolor por la pérdida de dos formas: con conmiseración o dándole un sentido a lo que te pasó. Y el sentido es retomar tu vida porque el pasado no lo puedes cambiar. Debemos desgastar el dolor, volverlo amor o humor. Hacer reír a los demás es una muestra de amor.
—¿En qué sentido el humor te puede ayudar a avanzar durante el duelo?
—Un duelo afecta a todas las áreas. Área social, área familiar, área laboral, área personal. El humor va a reconstruir todas estas áreas. Primero, reconstruirá tu persona. Se trata de enfrentar eso que te dolió desde un punto de vista distinto, desde la risa, que no es fácil, pero se puede hacer con las herramientas correctas. Si le encontramos sentido a la muerte y la vida, todo será menos doloroso.
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Viernes 19 de julio, en Mérida. Bolitas viste un chaleco con chaquiras y estrellas. Pantalones bombachos. Zapatos negros de payaso. Un micrófono sostenido con un aparato metálico cuelga de su pecho. El viejo salón de la Casa de Cultura del Mayab está repleto. Tengo que pegarme a una pared para ver el espectáculo. Bolitas acaba de narrar la muerte de Gladys, su experiencia fundando Renacer y la importancia de la risaliencia. Sentada en un escritorio, Ana dirige los efectos: pone música y cambia las diapositivas del proyector. El nombre del show es Los payasos también lloran. Una fotografía de Gladys caracterizada como Chipi Chipi aparece en la pared.
Ustedes se estarán preguntando: ¿cómo es posible que Bolitas se atreva a hablar del pasado, de algo tan doloroso, al mismo tiempo que da un espectáculo? Y quiero decirles algo: luego de lo que pasó decidí comenzar a trascender, a buscar ayuda. Un día supe sobre la logoterapia, que habla del sentido de vida. En ocasiones no sabemos qué buscamos aquí en la tierra, no sabemos que tenemos una misión que cumplir. Un día Gladys me regaló un libro sobre un payaso que lloró. Ella, sin saberlo, me estaba preparando para esto. Me dio el título de este show…
Poco antes hubo una rutina de los payasos Kolitas y Piernitas. Hablaron sobre la necesidad de adaptarse a los cambios y la importancia de apoyarse en personas cercanas. Para ejemplificarlo, Kolitas se sostuvo de Piernitas para equilibrarse en una tabla colocada encima de un cilindro. “Necesitamos apoyarnos en alguien para equilibrarnos en la vida”, dijo Piernitas. “Todo sale mejor si estamos acompañados”.
Entre los asistentes veo, al fondo, a Alba, Felipe y la tanatóloga Ivonne. Bolitas continúa. Durante el show se refiere a Ana como Doña Bolitas.
Llegará un día donde Doña Bolitas y yo nos encontraremos con la persona que más amamos. Y cuando Gladys me pregunte: ‘¿Qué hiciste luego de que me fui?’, podré decirle que no me la pasé llorando, sufriendo. Le diré que reí y luché, que pensé siempre en ella. Viktor Frankl dice que una de las cosas que nos mantiene vivos, de pie, es el sentido del humor. Él dijo que nos pueden arrebatar todo en la vida, todo menos la decisión de rendirse o seguir. Esta no es la historia de mi tragedia. Esta es la historia de cómo es posible levantarse.
Aplausos. “¿Hay alguna pregunta o comentario?”, dice Bolitas. Felipe pide hablar ante el público y describe la ayuda que le brindó Eduardo y el grupo Renacer para aprender a vivir tras la muerte de sus dos hijas. Una mujer joven agradece a Bolitas por ayudarla a darle sentido a la vida: perdió a su hijo de 3 años. Otras personas más agradecen y lo felicitan. Bolitas cierra el evento con estas palabras:
Frente a la tragedia quedan dos caminos: resentirse con la vida, enojarte con ella, caer en adicciones, fugarse. Eso es lo más fácil que puede hacer el ser humano: fugarse. Pero tenemos algo tú, yo y todos los que vinieron hoy: que somos resilientes. Tenemos la capacidad para sobreponernos de cualquier adversidad que estemos viviendo. Se vale caerse, estar tirado. Lo que no vale es quedarse en el suelo. Levántate, agarra esos pedacitos de tu corazón, de tu amor, únelos y haz un monumento.
MATEO PERAZA Mérida, Yucatán, 1995. Periodista y narrador. Ha colaborado en medios impresos y digitales. Becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) en la especialidad de Crónica (2023–2024). Ganador de premios estatales y nacionales. Fue seleccionado para cursar el taller de Periodismo de Investigación auspiciado por la Casa Estudio Cien Años de Soledad-Fundación para las Letras Mexicanas. Su trabajo se encuentra compilado en la antología Crónica núm. 5, publicada por la UNAM.
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