Tiempo de lectura: 4 minutosVivimos en un mundo de imágenes que evocan sagas de ciencia ficción: bosques carbonizados, sequías extendidas, socavones en la tierra, una isla de basura que flota en el océano, ríos que se tiñen de colores sintéticos y migraciones a consecuencia de cataclismos. Éstas no son distopías imaginadas. Son escenas de los tiempos que vivimos y que no deberíamos normalizar. Catástrofes que deberían inquietarnos, no los futuros que presenta la cultura pop, donde las amenazas venían de otros mundos o eran monstruos gigantescos, producto de un desastre nuclear. Hoy la perspectiva comienza a cambiar: la gran amenaza somos —siempre hemos sido— nosotros.
Las alertas del cambio climático han sonado desde hace muchísimo tiempo. Lo han relatado ambientalistas como la física india Vandana Shiva, autora de Las guerras del agua. Pero los poderes político-económicos de nuestros tiempos no han sabido escucharlas, mucho menos reaccionar a la altura de las circunstancias. De modo que el resultado es una crisis atravesada por una desigualdad histórica, geográfica y social. Baste tan sólo un ejemplo: el 16% más rico del planeta es responsable del 38% de las emisiones de carbono, mientras que la mitad menos adinerada emite menos del 50%.
Como resultado de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebró en Glasglow en noviembre pasado (COP26), escuchamos el llamado: el calentamiento global se está acelerando y sus repercusiones son inminentes. El futuro no puede esperar. Con este espíritu arrancamos esta primera edición del 2022 y nuestra segunda cobertura dedicada al medio ambiente. Un número que inició en vísperas de la COP26 y para el que convocamos a periodistas, escritores, fotógrafos e ilustradores de la región a repensar una aproximación al cambio climático. Nuestros ejes fueron los mismos que los de la cumbre: la transición energética, la protección de hábitats naturales y comunidades locales, la agricultura sustentable y, sobre todo, la adaptación y mitigación. Pero había que salir de nuestras ciudades en México, Colombia y Argentina para llevarlo a cabo; había que revisar viejas coberturas, novelas, libros y reportes para aproximarnos desde el periodismo narrativo y el ensayo, en medio de una pandemia que no deja de sorprendernos.
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En este número, Juan Mayorga hace un recuento de la COP26, de los cabos sueltos en los Acuerdos de Glasgow y de la parsimonia burocrática con que “las Partes” han respondido a la crisis. En esta línea, como bien apunta Jesús Carrillo en su texto de investigación, el proyecto energético más importante del gobierno mexicano, la construcción de una refinería, además de la posible desaparición del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático —que el presidente López Obrador anunció en diciembre pasado—, nos hacen intuir que la crisis ambiental no es una preocupación primordial de la Cuarta Transformación.
Gabriela Damián y Jorge Comensal escriben sobre cómo el futuro ha tenido que replantearse en géneros como la ficción especulativa y en corrientes muy específicas como el cli-fi (una palabra compuesta para denominar la “climate fiction”); nuevos modelos literarios proponen búsquedas de acción, en las que, por ejemplo, ya no es necesario salir a terraformar otros mundos, sino luchar por el que habitamos. Enrique Giner de los Ríos hace lo propio desde el arte contemporáneo: escribe de cómo se ha replanteado el concepto del “paisaje” que busca mirar y apropiarse de una naturaleza ahora víctima de los procesos industriales.
En el golfo de California, el periodista Alejandro Melgoza hace una crónica sobre un roadtrip que realizó, con la variante Ómicron en el camino, junto con el fotógrafo Felipe Luna por el “acuario del mundo” —como lo llamó Jacques Cousteau—; para este reportaje sostuvo conversaciones con ambientalistas y locales con quienes revisó los sintomas palpables de la crisis climática: en este caso, la vulnerabilidad de las poblaciones marinas y el blanqueamiento de corales, que los ha ido debilitando a tal grado que parecen estatuas de porcelana rotas.
En el centro de México, Diana Amador escribe de las extinciones locales, concretamente, de una especie pequeñísima, imposible de mirar a la luz del día: las luciérnagas. Los bosques de Tlaxcala, famosos por el turismo centrado en el avistamiento de esta especie, se están apagando. La inestabilidad de las altas temperaturas, los incendios y las sequías están acabando con la humedad que les permite existir.
Terminamos el recorrido por el país en el sureste, con apoyo de la Fundación W. K. Kellogg y junto con el equipo de la Unidad de Investigaciones Periodísticas de la UNAM, conformado por jóvenes estudiantes. Acompañados del periodista maya Benjamín Pat, escriben sobre la resiliencia de los mayas de la región y sus acciones en defensa del ecosistema, en contra de los proyectos inmobiliarios que los han desplazado de las costas y privatizado las playas que deberían de ser de todos.
Del sur del continente tenemos una historia sobre agroecología en Argentina, el país latinoamericano que más agroquímicos utiliza por persona. Juan Manuel Mannarino y el fotógrafo Félix Busso recorrieron el gran cinturón frutihortícola del Cono Sur y entrevistaron a los líderes de dos colectivos campesinos que estrechan lazos para recuperar el campo y hacer frente a los agroquímicos que queman el suelo. Los campesinos son una de las poblaciones más vulnerables a los efectos del cambio climático y para quienes defender el territorio es defender la vida con dignidad.
Finalmente, desde Colombia, cerramos con los refugiados climáticos, los parias de este siglo; un fenómeno invisible hasta ahora. En ese país, como en el resto de América Latina, no hay dependencia gubernamental que esté contabilizando las migraciones a causa del clima. Daniel Rivera Marín, ganador de un premio Gabo, cuenta las vivencias de aquellos que, en asentamientos irregulares, al pie de las costas u otros cuerpos de agua, han tenido que abandonar sus tierras de origen por desastres climatológicos. Para 2050 se estima que 216 millones de personas en el mundo tendrán que abondonar sus hogares. ¿Estamos preparados para esto?