Sajid Barajas: la historia de un ciclista atropellado impunemente

Si una noche de verano un ciclista

El 30 de mayo de 2022 un conductor imprudente atropelló al mexicano Sajid Alfredo Barajas Islas en Houston, Texas. El responsable no fue identificado, mientras la escritora Alaíde Ventura dialoga con un fantasma en espera de justicia.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Imagino que tomaste el camino de la bayou, es lo que yo habría hecho. Aquella noche era luna nueva, no hubo reflejos en el agua. A esa hora, 2 de la mañana, reptiles y anfibios duermen a la vera del río, bajo los puentes, y la temperatura no sobrepasa los 30 grados. Me pregunto si te alumbrabas con una lámpara o si conocías las curvas de memoria. ¿Te asustó algún vagabundo en el trayecto? ¿Alguna bandada de aves insomnes, apropiándose de la ciudad a deshoras?

¿Sabías que, en inglés, una parvada de cuervos se llama murder?

Imagino que te saliste en Wayside, y que quizás hayas pedaleado sobre la banqueta las cinco cuadras que conectan Lawndale con Harrisburg a un costado del campo de golf. Andarías despacio, prestando atención al martilleo de la cadena. Al llegar a Polk, decidiste virar hacia la izquierda antes del cruce de vías. ¿Por qué? En esa zona no hay tacos ni tienditas 24 horas. A decir verdad, no hay casi nada. La única explicación que encuentro es que quisiste ahorrarte la bajada del puente ferroviario y su subsecuente subida. Venías cansado.

Este tramo de Polk, como bien sabes, es el único de toda la avenida que carece de carril confinado para ciclistas. En 2021, el precinto 1 del condado Harris inauguró, orgullosa, pomposamente, una ciclovía de alta comodidad con carril protegido, pavimentado, con rampas y canalones. Un verdadero sueño, salvo por el detalle de que aquel derroche de progreso no alcanzó para cubrir la última sección de fábricas y bodegas, imperio de los tractocamiones. Los urbanistas a cargo habrán pensado que no hacía falta. Tal vez, incluso, se hayan dado un rondín en horario de oficina y lo único que hallaron fueron carritos de súper abandonados. 

¿O cómo ves? Tú dime. Estos planes de remozamiento urbano, los honestos y los que eran pura faramalla, los experimentaste de primera mano. Llevabas diez años haciendo el mismo recorrido: de la casa al trabajo, del trabajo a la casa. Bajo circunstancias menos adversas, en este instante serías tú el que me informara a mí cómo sucedieron los hechos. Me ahorrarías el andar a tientas, adivinando. 

Pero, en fin, así son las cosas. 

Ya sé, ya sé, los vivos podemos resultar insoportables. Mira cómo jugamos con los tiempos, borrando las cronologías. Te invoco al presente para aplacar mi ansiedad de futuro y en este diálogo delirante, finjo que te regalo autonomía. ¿No te digo? Es tremenda la arrogancia de la palabra escrita. No autorizo que pertenezcas al pasado. Prefiero que me acompañes y que la historia quede inacabada.

Una reverberación: eso quiero.

¿Para qué más sirve la memoria?

***

Hablando de memorias, ¿alguna vez pusiste atención al altar de la primera curva, frente a la parada de camión? Desde abril del año pasado ya estaba ahí, y ahí sigue, con su cruz de madera y un enredo de crucifijos, y cinco girasoles velando a una peatona morena y anónima. ¿Qué sentías, al verlo? ¿No era un poco como merodear una tumba? Yo, cada que cruzo al lado de un altar recién colocado, siento un disparo tibio, un chisguete parecido al de los rociadores automáticos. Te diré que es una disrupción no macabra pero inconveniente, como la visita de un fantasma. Toma varios días acostumbrarse y, al final, incluso las tumbas más vistosas acaban mezclándose en el paisaje hasta el punto de no verlas.

Como te venía diciendo, este tramo de Polk carece de carril confinado y también de alumbrado público, si a esas vamos. No le hace, pues en menos de veinte metros te incorporarías al boulevard César Chávez y de ahí en adelante todo es a tiro de piedra. Tu casa, tu cama, tu televisión, los retratos de tu esposa y tus hijos; tal vez, incluso, alguna porción de leftovers esperándote en el refri. Qué tanto es tantito, un pedazo de Polk y ámonos, al boulevard en su sección menos boulevardosa, sin camellón ni árboles ni arterias, aunque, eso sí, un refulgente letrero verde de aluminio con un monigote trazado con palos y la leyenda “Bike Route”. 

En la oscuridad, esos letreros devuelven destellos como ojos de gatos.

El silencio amplifica la soledad. El cuerpo se infla y se desinfla, acompasando las palpitaciones. Llevabas varias jornadas largas al hilo, diez horas en turno nocturno, descargando camiones, arrimando cajas de aquí para allá, operando maquinaria ligera y semipesada, diablitos, carretillas, grúas transportadoras, organizando el inventario, supervisando salidas de producto. A estas alturas, entre tú y tu cansancio había una perpetua negociación. Ya te habías ahorrado la subida de Lawndale, pero aquí, en el boulevard, se asomaba el abultamiento de las vías, hinchada la planicie como si abajo algo enraizara.

Mantener la cola en el asiento es más trabajo para los muslos.

Alzarla, para las pantorrillas.

Los gatos parpadearon dos veces, una por cada faro.

Hablabas contigo mismo y no escuchaste las advertencias.

Te recomendamos leer un capítulo del libro de Alaíde Ventura, Autofagia.

Lugar donde Sajid Barajas fue impactado por el conductor de un automóvil en Houston, Texas

Sajid Barajas fue impactado por el conductor de un automóvil, mientras viajaba en su bicicleta en uno de los caminos de Houston, Texas. Foto de Alaíde Ventura.

***

Los reporteros dijeron, citando el informe policiaco, que el impacto fue por la espalda. Un Nissan Altima te golpeó a velocidad fulminante y el conductor escapó caminando, sin detenerse a prestarte ayuda.

No dijeron caminando, así lo traduzco yo. Dijeron by foot. ¿Corriendo, acaso? ¿Trotando? ¿Cojeando? ¿Huyendo despavorido del fantasma que en ese momento emergía?

Es delito escapar, dijo el sargento. La ley indica que hay que auxiliar a las víctimas.

Los reporteros, arcontes de lo inmediato, salivando ante el orgullo que da ser los primeros en tener la palabra, apuraron la generación de archivo. Tch-tch, las fotos con infrarrojo, tuc-tuc-tuc, los testimonios, las paráfrasis, alharaca de cigarras y gallinazos. 

“Cyclist pronounced dead on scene after hit-and-run in Greater East End, Houston”. 

Decidieron qué entraba a la nota y qué quedaba fuera. 

Sajid Barajas. Hispanic. 47. He used to send money to his family in Mexico”. Así, en inglés, no en el idioma en el que hablo contigo en este diálogo secreto. Me pregunto si te habrán llamado Sajid, pronunciando la jota como jota o como i griega, y si no habrán pensado, de inicio, que eras musulmán.

Dijeron que un ciclista había sido declarado muerto.

También: que un ciclista había muerto.

Luego: que había sido atropellado.

No asesinado.

No que un conductor imprudente asesinó a un ciclista el 30 de mayo de 2022 a las 2:15 de la mañana en el número 3000 del boulevard César Chávez Sur a pocos metros de la calle Polk, embistiéndolo en la espalda con un auto blanco que traía reporte de robo y cuyo parabrisas se quebró en el impacto.

***

Eras el octavo ciclista asesinado en el condado Harris, en 2022. Al día siguiente, se sumaría un noveno, esta vez en Westheimer, un hombre de veinte años aún sin identificar.

Tu asesino, por cierto, es otro que sigue sin ser identificado.

***

Me topé tu bicicleta ayer en uno de mis rondines, cerca del cruce de las vías, lo que en parámetros de Houston es como decir cualquier cosa. Me refiero a tu bicicleta simbólica, blanca, no a la que usabas aquella noche, la cual, me temo, habrá quedado hecha mierda, el rin trasero como un nudo, casi un símbolo de infinito.

Esta, en cambio, vieras qué chulada de cenotafio es. La pintaron de blanco, tal cual dicta el protocolo de los memoriales ciclistas, con brochazos tan gordos que las plastas le atoraron la cadena, no sea que se te ocurra venir por ella y llevártela. 

Pero, qué te digo si la estás viendo, si los fantasmas rondan, se sabe, los sitios donde perdieron la vida.

Sajid Barajas, fantasma y cuidador de mausoleo.

Casi veinte años dándole al jale para venir a cambiar oficio ya de muerto.

Me tomaste por sorpresa, confieso. Me sucede todavía, por más que ya llevo quince bicicletas documentadas a lo largo y ancho de Houston. Thanh Nguyen. Marjorie Corcoran. Maciej Derda. Unknown Cyclist. Unknown Cyclist. Herb Feins, y otros que no recuerdo. Quince, y aún no me acostumbro al espasmo, al frío que templa las manos bajo un sol de treinta grados. 

Es lindo, tu mausoleo, con flores que parecen naturales y peluches recién lavados. Y los audífonos que usabas para la chamba están chingones, con todo respeto. ¿Quién eligió la fotografía que te inmortaliza en la cruz? ¿Es este el aspecto que luce tu espíritu, rostro liviano y nuevo, como un niño de veinticinco años? 

¿O será que todo se ve más lindo por contraste con el entorno? Porque, Sajid, hay que decirlo, te viniste a morir en el lugar más culero de Houston, en un basural donde ni los perros hacen parada. Da miedo, la neta, que lo mismo se aparezca un conductor temerario como uno sigiloso. ¿Quién vino a tirar acá un colchón ensangrentado? ¿Quién, pañales como mixiotes mal cerrados, jeringas, condones, zapatos impares, una cabeza de muñeca?

No me respondas, yo hablo con palabras, tú con objetos. 

Aquí fuiste a quedar, Sajid, entre la inmundicia y a kilómetros de tu familia. 

Me bajo de la bici para alcanzar el memorial con las manos, quiero tocarlo, la vista es un sentido muy traicionero. 

La fotografía está plastificada. Resistirá aguaceros e inundaciones. Alguien puso empeño en que así fuera. 

También te podría interesar el artículo: “El miedo sí anda en bici“.

Una foto del ciclista Sajid Barajas

No quedaron huellas en el lugar del crimen, pero alguien se encargó de sembrar recordatorios materiales. Tu memorial, una cruz en suelo espeso, junto a una bicicleta que podría ser igual a las demás bicicletas del mundo. Foto de Alaíde Ventura.

***

Hablabas contigo mismo, eso hacemos los ciclistas, hablar con nosotros mismos y con las voces que inventamos. Son trucos de la mente acelerada, todos, el diálogo, la indagación, la epístola. Para mí es como echar luz en las tinieblas y condenarse a vivir entre puras sombras.

¿Sabes cuántas mentiras esconde la segunda persona gramatical? 

Yo, por ejemplo, no estoy en las vías del tren, sino en mi casa, convirtiendo la muerte de un desconocido en un acontecimiento significativo para mí.

Para mí. De eso se trataba todo. Es la vieja maña de las conversadoras adictas al sonido de su propia voz. Tu muerte me perturbó porque me recordó a la mía, no es más complicado que esto: la escritura es una evasión, igual que andar en bicicleta. ¿Evasión de qué? No sé. ¿Del cadáver potencial que llevo a cuestas? ¿De la intrascendencia? ¿De la corporalidad? Escribo, y en mi mente he comenzado a pedalear a toda prisa, usando el estrés como combustible.

No es tu fantasma quien merodea esta tumba, es mi imaginación, embriagada de dopamina. Te interpelo porque me angustia pensar que, tal vez, a mí, también, alguien me haría preguntas. Alguien declararía mi muerte en un idioma que no domino, comiéndose la mitad de mi nombre de pila.

Sajid Alfredo Barajas Islas, apenas tenías 47 años, carajo. 

No quedaron huellas en el lugar del crimen, pero alguien se encargó de sembrar recordatorios materiales. Tu memorial, una cruz en suelo espeso, junto a una bicicleta que podría ser igual a las demás bicicletas del mundo.

Y ahora este texto, que no es material, pero sí recordatorio. Más que una conversación, un conjuro. Interlocutor, manifiéstate. Mira, combiné algunas palabras. Mira, las estás leyendo. Existes cuando te nombro y no quiero que desaparezcas cuando te olvido. Sería demasiado totalitario. ¿A poco sí será el yo el verdadero centro del mundo?

Pues, sí, ¿no? Tal vez así sea. El individuo, la medida de todas las cosas. No por nada vivimos en Estados Unidos.

Digo, vivíamos.

Digo, vivo.

Lo siento.

Está soleada la tarde, todavía.

¿Tomamos el camino de la bayou?

 

En 2022 Sajid Barajas se sumó a las decenas de ciclistas asesinados por automóvil en Houston. Hasta ahora la investigación no ha arrojado resultados, y en México su familia batalla para salir adelante. Su esposa Yanin Elizabeth Chuc López acepta donaciones a la cuenta PayPal: @YaninElizabeth


ALAÍDE VENTURA MEDINA es una escritora veracruzana, autora de Como caracol, Premio de Literatura Juvenil Gran Angular 2018, y de Entre los rotos, Premio Mauricio Achar-Random House 2019. Actualmente estudia el doctorado en Escritura Creativa en español en la Universidad de Houston.


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