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Activistas del movimiento cannábico, consumidores y algunos curiosos se reunieron el 20 de abril para celebrar el día de la mariguana. Esta es una crónica de los destellos que trajo consigo el Fumatón 420 convocado por las organizaciones que mantienen un plantón afuera del Senado a favor de la legalización.
A las puertas del Senado se vive una realidad alterna. Las personas caminan y se tocan, chocan hombro con hombro, se respiran en la oreja y muy cerca de la cara. ¿Me das chance de pasar?, dice la gente mientras se abre camino. No es posible medir distancias de ningún tipo, ni las sanas ni las convencionales, y los rostros de quienes pasean felices lucen desnudos sin cubrebocas que los protejan. Esto no es un festival de música, ni tampoco un viaje en el tiempo a un pasado prepandémico. Simplemente es una tarde de 20 de abril de 2021, el día que se reconoce como la efeméride de la mariguana, y eso es suficiente en esta ciudad para que la aglomeración sea un festejo.
Las explicaciones del origen del cuatroveinte apuntan al grupo The Waldos, del condado de Marin, en California. Ellos se adjudican la invención del término 420 porque en 1971 se juntaban a las 4 de la tarde con 20 minutos a fumar mota en la preparatoria junto a la estatua de Louis Pasteur. Curiosamente, hay también aquí una estatua del nobel francés donde estamos reunidos en la colonia Tabacalera, con esa expresión pensativa que le da tener una mano puesta en el cachete y la vista clavada hacia abajo.
Falta una hora para la hora, las cuatro con veinte. Comienzan a llegar más y más personas a la Plaza Luis Pasteur donde el plantón del movimiento cannábico exige legislar sobre el tema desde febrero del año pasado. Los rostros que desfilan son, en su mayoría, veinteañeros, aunque entre la multitud aparecen miradas más adolescentes o de una vejez inocultable. Parece como si todos estuvieran buscando a alguien, se paran de puntitas y alzan la mirada; a gritos hacia el gentío o hablando por el celular buscan encontrarse con otras personas mientras el ruido del ska imposibilita la operación.
La multitud no para de moverse y pienso que las personas lo hacen para lucir sus atuendos. Ver y ser visto es una actividad rara en estos tiempos pandémicos y este desfile de colores chillones, estampados con hojas de mariguana, anteojos con forma de corazón y cristales rojos o morados y cortes de cabello que recuerdan a los músicos de trap y reggaeton que están de moda, todo esto también es un acto de rebeldía contra el confinamiento que ocasionó el bicho. Nadie quiere desentonar con su atuendo monótono y quedar fuera. Eso lo aprovechan los vendedores de accesorios ambulantes que terminan de configurar lo que parece un parque temático de la cannabis.
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Alguien agita en el aire unos antifaces con forma de hoja de mariguana y lleva uno puesto para mostrar cómo se ve. Junto a él, un hombre viste una playera que tiene impresa una lata de sopa Campbell’s de la que sale una planta de Cannabis sativa, solo fuma recargado en su bicicleta viendo las oleadas de gente pasar. "Tengo tres años viniendo y, pues, como el año pasado no hubo 420, por eso ahora estamos aquí”, dice Alejandro, da una calada a su gallo, aguanta, y exhala después una nube de humo blanco.
Dice que viene del norte de la ciudad pero no especifica el sitio. Tose cuando le pregunto por su opinión de la nueva ley que aprueba la mariguana para uso recreativo, que fue aprobada por la cámara de Diputados el 10 de marzo, y se espera será ratificada por el Senado en las próximas semanas.: “No estoy cien por ciento informado, pero lo que he oído es que va a seguir siendo lo mismo”.
A unos metros, tres policías vigilan la manifestación y aprovecho para preguntarle si no le da miedo fumar tan cerca de ellos. “Pues se supone que esta es una zona tolerante”, dice y se hace presente la ironía de estar cobijados por el Senado donde las bancadas no se toleran entre ellas. “Sé que hay problema con la venta pero, pues, yo sólo vengo a consumir.” Sin embargo, la venta tampoco es un problema o al menos no lo parece. Como en el estadio de fútbol, los vendedores caminan entre la gente ofreciendo agua natural, ensaladas “por si te da la pálida”, panqués con mota (para provocarse una pálida), papeles para que puedas rolar tus churros, pulque, cerveza y hasta nieves especiales.
“¿La quieres probar?”, dice una mujer de unos veintitantos años que sostiene un letrero que dice Ice-Dream, la marca de los helados que promociona, y se excusa diciendo que sólo es la demostradora, se ríe, y me ofrece otra vez pero yo me excuso en que estoy trabajando. “Pero no te pone pacheco, no te preocupes”, replica.
Después dice que mejor hable con Luis, que es la persona indicada. Luis es el dueño de este pequeño negocio que tiene como activo fijo una hielera. Se acerca a mí y cuando se da cuenta que yo traigo cubrebocas, abre los ojos y comienza a buscarse el suyo en las bolsas del pantalón, hasta que lo encuentra y lo empieza a desdoblar para ponérselo. “La receta yo la he ido trabajando desde hace tiempo y ha mejorado porque, pues, me gusta mucho hacer comestibles”, dice sobre los helados que empiezan a causar furor en este martes que hace un calorón.
A diferencia de Alejandro, Luis habla con más seguridad sobre la nueva legislación de la mariguana. “Desde mi punto de vista, no me ayuda a mí que quiero ser microempresario, por así decirlo, porque los permisos son carísimos. La gente como yo no lo podríamos pagar”. Además, la ley no contempla nada sobre alimentos con mariguana. Eso y el costo millonario de los trámites lo dejan “sin esperanza”. Para él, esta ley sólo beneficiará a las empresas “gabachas” y canadienses que ya tienen el dinero y los productos para entrar al mercado.
Pero, de repente, Luis deja de hablar, alza la mirada y se queda en silencio. La gente comenzó a moverse hacia nosotros, alejándose de una de las jardineras, donde hay unas plantas largas de mariguana que sembraron las organizaciones y que han crecido gracias a que las cuidan quienes están en el plantón. “Se están peleando”, alguien dice entre la gente que se agita más y más y se jalonean unos a otros para irse antes de que la policía se acercara. “¡Como la cagan esos güeyes! ¡Ya hasta tiraron las plantas, los pendejos!”, dice entre dientes sin quitar la mirada del lugar donde está el conflicto. “Puros dealers, hermano. Es una pelea de dealers”, añade con decepción.
Después de unos segundos, el movimiento de la multitud recupera su normalidad. Luis sigue con la entrevista y agrega que él quiere seguir vendiendo, aunque la ley no lo deje. “Como quiera, todo esto es muy reservado porque… pues, es ilegal, pero pienso que estoy protegido por la banda pacheca”, concluye.
Una mujer vestida de amarillo toma un megáfono y empieza a gritar indicaciones a la multitud. “Pueden fumar, pero si la policía los cacha con chela o con pulque, los van a chingar y nadie va a poder ayudarlos”. Después les pide que si vuelve a pasar un incidente como la pelea de dealers, no corran porque podrían provocar una estampida.
Ya falta menos para las 4:20 pm y la banda pacheca comienza a prepararse. Desmenuzan la mariguana sobre panfletos, hojas o cualquier papel que haya llegado a sus manos; otros comienzan a rolar los cigarros, aunque la mayoría ya había empezado a fumar antes de la hora exacta y simplemente para matar el tiempo. Pegado a uno de los árboles hay un letrero que dice “no te quedes sin forjar”, tiene una cajita de papeles de fumar pegada a su corteza. En otro árbol se ve una cartulina fosforescente que narra la historia de un hombre que fue despedido del súper Zorro Abarrotero por fumar mariguana, pero no dice qué necesita. Es un tuit análogo. También hay botargas circulando entre la gente, una es de un porro, otra de una planta y, una más, un rastafari de caricatura.
Se empieza a escuchar un discurso que viene desde el plantón. Ya es la hora. Los mensajes políticos se pierden por el murmullo de la mayoría de la gente, que está inquieta porque se escuchó que en algún lugar estaban prendiendo un porro gigante. Entre las risas y los gritos se cuelan algunas palabras sobre el sentido político del día y, mientras los congregados se compactan en torno a la voz, más gente enciende porros y un humo blanco sube como incienso y lo cubre todo. El ambiente huele a mota y a sudor.
“Si no nos quieren escuchar, nos van a ver, y si no nos quieren ver, nos van a oler”, grita una mujer que no alcanzo a ver y la gente le responde con gritos de emoción y un “agüevo” que se filtra entre el ruido con acento recio de la capital.
Después, desde el estrado, la mujer del megáfono habla de la nueva legislación que beneficia a una burguesía cannábica. “No están pensando en nosotros, la legalización debe estar al servicio de la gente, del pueblo pacheco”. Anuncia una canción que identifica “como el himno del movimiento”, la mujer comienza a cantar La cucaracha, sin ritmo, dando por concluido el evento solemne en el marco del 420.
La gente, de ojos vidriosos y sonrisas completas, festeja a gritos. La zona de tolerancia para fumar mariguana permanecerá por tiempo indefinido, mientras el plantón resista. Luego todo vuelve a ser lo mismo.
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Activistas del movimiento cannábico, consumidores y algunos curiosos se reunieron el 20 de abril para celebrar el día de la mariguana. Esta es una crónica de los destellos que trajo consigo el Fumatón 420 convocado por las organizaciones que mantienen un plantón afuera del Senado a favor de la legalización.
A las puertas del Senado se vive una realidad alterna. Las personas caminan y se tocan, chocan hombro con hombro, se respiran en la oreja y muy cerca de la cara. ¿Me das chance de pasar?, dice la gente mientras se abre camino. No es posible medir distancias de ningún tipo, ni las sanas ni las convencionales, y los rostros de quienes pasean felices lucen desnudos sin cubrebocas que los protejan. Esto no es un festival de música, ni tampoco un viaje en el tiempo a un pasado prepandémico. Simplemente es una tarde de 20 de abril de 2021, el día que se reconoce como la efeméride de la mariguana, y eso es suficiente en esta ciudad para que la aglomeración sea un festejo.
Las explicaciones del origen del cuatroveinte apuntan al grupo The Waldos, del condado de Marin, en California. Ellos se adjudican la invención del término 420 porque en 1971 se juntaban a las 4 de la tarde con 20 minutos a fumar mota en la preparatoria junto a la estatua de Louis Pasteur. Curiosamente, hay también aquí una estatua del nobel francés donde estamos reunidos en la colonia Tabacalera, con esa expresión pensativa que le da tener una mano puesta en el cachete y la vista clavada hacia abajo.
Falta una hora para la hora, las cuatro con veinte. Comienzan a llegar más y más personas a la Plaza Luis Pasteur donde el plantón del movimiento cannábico exige legislar sobre el tema desde febrero del año pasado. Los rostros que desfilan son, en su mayoría, veinteañeros, aunque entre la multitud aparecen miradas más adolescentes o de una vejez inocultable. Parece como si todos estuvieran buscando a alguien, se paran de puntitas y alzan la mirada; a gritos hacia el gentío o hablando por el celular buscan encontrarse con otras personas mientras el ruido del ska imposibilita la operación.
La multitud no para de moverse y pienso que las personas lo hacen para lucir sus atuendos. Ver y ser visto es una actividad rara en estos tiempos pandémicos y este desfile de colores chillones, estampados con hojas de mariguana, anteojos con forma de corazón y cristales rojos o morados y cortes de cabello que recuerdan a los músicos de trap y reggaeton que están de moda, todo esto también es un acto de rebeldía contra el confinamiento que ocasionó el bicho. Nadie quiere desentonar con su atuendo monótono y quedar fuera. Eso lo aprovechan los vendedores de accesorios ambulantes que terminan de configurar lo que parece un parque temático de la cannabis.
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Alguien agita en el aire unos antifaces con forma de hoja de mariguana y lleva uno puesto para mostrar cómo se ve. Junto a él, un hombre viste una playera que tiene impresa una lata de sopa Campbell’s de la que sale una planta de Cannabis sativa, solo fuma recargado en su bicicleta viendo las oleadas de gente pasar. "Tengo tres años viniendo y, pues, como el año pasado no hubo 420, por eso ahora estamos aquí”, dice Alejandro, da una calada a su gallo, aguanta, y exhala después una nube de humo blanco.
Dice que viene del norte de la ciudad pero no especifica el sitio. Tose cuando le pregunto por su opinión de la nueva ley que aprueba la mariguana para uso recreativo, que fue aprobada por la cámara de Diputados el 10 de marzo, y se espera será ratificada por el Senado en las próximas semanas.: “No estoy cien por ciento informado, pero lo que he oído es que va a seguir siendo lo mismo”.
A unos metros, tres policías vigilan la manifestación y aprovecho para preguntarle si no le da miedo fumar tan cerca de ellos. “Pues se supone que esta es una zona tolerante”, dice y se hace presente la ironía de estar cobijados por el Senado donde las bancadas no se toleran entre ellas. “Sé que hay problema con la venta pero, pues, yo sólo vengo a consumir.” Sin embargo, la venta tampoco es un problema o al menos no lo parece. Como en el estadio de fútbol, los vendedores caminan entre la gente ofreciendo agua natural, ensaladas “por si te da la pálida”, panqués con mota (para provocarse una pálida), papeles para que puedas rolar tus churros, pulque, cerveza y hasta nieves especiales.
“¿La quieres probar?”, dice una mujer de unos veintitantos años que sostiene un letrero que dice Ice-Dream, la marca de los helados que promociona, y se excusa diciendo que sólo es la demostradora, se ríe, y me ofrece otra vez pero yo me excuso en que estoy trabajando. “Pero no te pone pacheco, no te preocupes”, replica.
Después dice que mejor hable con Luis, que es la persona indicada. Luis es el dueño de este pequeño negocio que tiene como activo fijo una hielera. Se acerca a mí y cuando se da cuenta que yo traigo cubrebocas, abre los ojos y comienza a buscarse el suyo en las bolsas del pantalón, hasta que lo encuentra y lo empieza a desdoblar para ponérselo. “La receta yo la he ido trabajando desde hace tiempo y ha mejorado porque, pues, me gusta mucho hacer comestibles”, dice sobre los helados que empiezan a causar furor en este martes que hace un calorón.
A diferencia de Alejandro, Luis habla con más seguridad sobre la nueva legislación de la mariguana. “Desde mi punto de vista, no me ayuda a mí que quiero ser microempresario, por así decirlo, porque los permisos son carísimos. La gente como yo no lo podríamos pagar”. Además, la ley no contempla nada sobre alimentos con mariguana. Eso y el costo millonario de los trámites lo dejan “sin esperanza”. Para él, esta ley sólo beneficiará a las empresas “gabachas” y canadienses que ya tienen el dinero y los productos para entrar al mercado.
Pero, de repente, Luis deja de hablar, alza la mirada y se queda en silencio. La gente comenzó a moverse hacia nosotros, alejándose de una de las jardineras, donde hay unas plantas largas de mariguana que sembraron las organizaciones y que han crecido gracias a que las cuidan quienes están en el plantón. “Se están peleando”, alguien dice entre la gente que se agita más y más y se jalonean unos a otros para irse antes de que la policía se acercara. “¡Como la cagan esos güeyes! ¡Ya hasta tiraron las plantas, los pendejos!”, dice entre dientes sin quitar la mirada del lugar donde está el conflicto. “Puros dealers, hermano. Es una pelea de dealers”, añade con decepción.
Después de unos segundos, el movimiento de la multitud recupera su normalidad. Luis sigue con la entrevista y agrega que él quiere seguir vendiendo, aunque la ley no lo deje. “Como quiera, todo esto es muy reservado porque… pues, es ilegal, pero pienso que estoy protegido por la banda pacheca”, concluye.
Una mujer vestida de amarillo toma un megáfono y empieza a gritar indicaciones a la multitud. “Pueden fumar, pero si la policía los cacha con chela o con pulque, los van a chingar y nadie va a poder ayudarlos”. Después les pide que si vuelve a pasar un incidente como la pelea de dealers, no corran porque podrían provocar una estampida.
Ya falta menos para las 4:20 pm y la banda pacheca comienza a prepararse. Desmenuzan la mariguana sobre panfletos, hojas o cualquier papel que haya llegado a sus manos; otros comienzan a rolar los cigarros, aunque la mayoría ya había empezado a fumar antes de la hora exacta y simplemente para matar el tiempo. Pegado a uno de los árboles hay un letrero que dice “no te quedes sin forjar”, tiene una cajita de papeles de fumar pegada a su corteza. En otro árbol se ve una cartulina fosforescente que narra la historia de un hombre que fue despedido del súper Zorro Abarrotero por fumar mariguana, pero no dice qué necesita. Es un tuit análogo. También hay botargas circulando entre la gente, una es de un porro, otra de una planta y, una más, un rastafari de caricatura.
Se empieza a escuchar un discurso que viene desde el plantón. Ya es la hora. Los mensajes políticos se pierden por el murmullo de la mayoría de la gente, que está inquieta porque se escuchó que en algún lugar estaban prendiendo un porro gigante. Entre las risas y los gritos se cuelan algunas palabras sobre el sentido político del día y, mientras los congregados se compactan en torno a la voz, más gente enciende porros y un humo blanco sube como incienso y lo cubre todo. El ambiente huele a mota y a sudor.
“Si no nos quieren escuchar, nos van a ver, y si no nos quieren ver, nos van a oler”, grita una mujer que no alcanzo a ver y la gente le responde con gritos de emoción y un “agüevo” que se filtra entre el ruido con acento recio de la capital.
Después, desde el estrado, la mujer del megáfono habla de la nueva legislación que beneficia a una burguesía cannábica. “No están pensando en nosotros, la legalización debe estar al servicio de la gente, del pueblo pacheco”. Anuncia una canción que identifica “como el himno del movimiento”, la mujer comienza a cantar La cucaracha, sin ritmo, dando por concluido el evento solemne en el marco del 420.
La gente, de ojos vidriosos y sonrisas completas, festeja a gritos. La zona de tolerancia para fumar mariguana permanecerá por tiempo indefinido, mientras el plantón resista. Luego todo vuelve a ser lo mismo.
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Activistas del movimiento cannábico, consumidores y algunos curiosos se reunieron el 20 de abril para celebrar el día de la mariguana. Esta es una crónica de los destellos que trajo consigo el Fumatón 420 convocado por las organizaciones que mantienen un plantón afuera del Senado a favor de la legalización.
A las puertas del Senado se vive una realidad alterna. Las personas caminan y se tocan, chocan hombro con hombro, se respiran en la oreja y muy cerca de la cara. ¿Me das chance de pasar?, dice la gente mientras se abre camino. No es posible medir distancias de ningún tipo, ni las sanas ni las convencionales, y los rostros de quienes pasean felices lucen desnudos sin cubrebocas que los protejan. Esto no es un festival de música, ni tampoco un viaje en el tiempo a un pasado prepandémico. Simplemente es una tarde de 20 de abril de 2021, el día que se reconoce como la efeméride de la mariguana, y eso es suficiente en esta ciudad para que la aglomeración sea un festejo.
Las explicaciones del origen del cuatroveinte apuntan al grupo The Waldos, del condado de Marin, en California. Ellos se adjudican la invención del término 420 porque en 1971 se juntaban a las 4 de la tarde con 20 minutos a fumar mota en la preparatoria junto a la estatua de Louis Pasteur. Curiosamente, hay también aquí una estatua del nobel francés donde estamos reunidos en la colonia Tabacalera, con esa expresión pensativa que le da tener una mano puesta en el cachete y la vista clavada hacia abajo.
Falta una hora para la hora, las cuatro con veinte. Comienzan a llegar más y más personas a la Plaza Luis Pasteur donde el plantón del movimiento cannábico exige legislar sobre el tema desde febrero del año pasado. Los rostros que desfilan son, en su mayoría, veinteañeros, aunque entre la multitud aparecen miradas más adolescentes o de una vejez inocultable. Parece como si todos estuvieran buscando a alguien, se paran de puntitas y alzan la mirada; a gritos hacia el gentío o hablando por el celular buscan encontrarse con otras personas mientras el ruido del ska imposibilita la operación.
La multitud no para de moverse y pienso que las personas lo hacen para lucir sus atuendos. Ver y ser visto es una actividad rara en estos tiempos pandémicos y este desfile de colores chillones, estampados con hojas de mariguana, anteojos con forma de corazón y cristales rojos o morados y cortes de cabello que recuerdan a los músicos de trap y reggaeton que están de moda, todo esto también es un acto de rebeldía contra el confinamiento que ocasionó el bicho. Nadie quiere desentonar con su atuendo monótono y quedar fuera. Eso lo aprovechan los vendedores de accesorios ambulantes que terminan de configurar lo que parece un parque temático de la cannabis.
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Alguien agita en el aire unos antifaces con forma de hoja de mariguana y lleva uno puesto para mostrar cómo se ve. Junto a él, un hombre viste una playera que tiene impresa una lata de sopa Campbell’s de la que sale una planta de Cannabis sativa, solo fuma recargado en su bicicleta viendo las oleadas de gente pasar. "Tengo tres años viniendo y, pues, como el año pasado no hubo 420, por eso ahora estamos aquí”, dice Alejandro, da una calada a su gallo, aguanta, y exhala después una nube de humo blanco.
Dice que viene del norte de la ciudad pero no especifica el sitio. Tose cuando le pregunto por su opinión de la nueva ley que aprueba la mariguana para uso recreativo, que fue aprobada por la cámara de Diputados el 10 de marzo, y se espera será ratificada por el Senado en las próximas semanas.: “No estoy cien por ciento informado, pero lo que he oído es que va a seguir siendo lo mismo”.
A unos metros, tres policías vigilan la manifestación y aprovecho para preguntarle si no le da miedo fumar tan cerca de ellos. “Pues se supone que esta es una zona tolerante”, dice y se hace presente la ironía de estar cobijados por el Senado donde las bancadas no se toleran entre ellas. “Sé que hay problema con la venta pero, pues, yo sólo vengo a consumir.” Sin embargo, la venta tampoco es un problema o al menos no lo parece. Como en el estadio de fútbol, los vendedores caminan entre la gente ofreciendo agua natural, ensaladas “por si te da la pálida”, panqués con mota (para provocarse una pálida), papeles para que puedas rolar tus churros, pulque, cerveza y hasta nieves especiales.
“¿La quieres probar?”, dice una mujer de unos veintitantos años que sostiene un letrero que dice Ice-Dream, la marca de los helados que promociona, y se excusa diciendo que sólo es la demostradora, se ríe, y me ofrece otra vez pero yo me excuso en que estoy trabajando. “Pero no te pone pacheco, no te preocupes”, replica.
Después dice que mejor hable con Luis, que es la persona indicada. Luis es el dueño de este pequeño negocio que tiene como activo fijo una hielera. Se acerca a mí y cuando se da cuenta que yo traigo cubrebocas, abre los ojos y comienza a buscarse el suyo en las bolsas del pantalón, hasta que lo encuentra y lo empieza a desdoblar para ponérselo. “La receta yo la he ido trabajando desde hace tiempo y ha mejorado porque, pues, me gusta mucho hacer comestibles”, dice sobre los helados que empiezan a causar furor en este martes que hace un calorón.
A diferencia de Alejandro, Luis habla con más seguridad sobre la nueva legislación de la mariguana. “Desde mi punto de vista, no me ayuda a mí que quiero ser microempresario, por así decirlo, porque los permisos son carísimos. La gente como yo no lo podríamos pagar”. Además, la ley no contempla nada sobre alimentos con mariguana. Eso y el costo millonario de los trámites lo dejan “sin esperanza”. Para él, esta ley sólo beneficiará a las empresas “gabachas” y canadienses que ya tienen el dinero y los productos para entrar al mercado.
Pero, de repente, Luis deja de hablar, alza la mirada y se queda en silencio. La gente comenzó a moverse hacia nosotros, alejándose de una de las jardineras, donde hay unas plantas largas de mariguana que sembraron las organizaciones y que han crecido gracias a que las cuidan quienes están en el plantón. “Se están peleando”, alguien dice entre la gente que se agita más y más y se jalonean unos a otros para irse antes de que la policía se acercara. “¡Como la cagan esos güeyes! ¡Ya hasta tiraron las plantas, los pendejos!”, dice entre dientes sin quitar la mirada del lugar donde está el conflicto. “Puros dealers, hermano. Es una pelea de dealers”, añade con decepción.
Después de unos segundos, el movimiento de la multitud recupera su normalidad. Luis sigue con la entrevista y agrega que él quiere seguir vendiendo, aunque la ley no lo deje. “Como quiera, todo esto es muy reservado porque… pues, es ilegal, pero pienso que estoy protegido por la banda pacheca”, concluye.
Una mujer vestida de amarillo toma un megáfono y empieza a gritar indicaciones a la multitud. “Pueden fumar, pero si la policía los cacha con chela o con pulque, los van a chingar y nadie va a poder ayudarlos”. Después les pide que si vuelve a pasar un incidente como la pelea de dealers, no corran porque podrían provocar una estampida.
Ya falta menos para las 4:20 pm y la banda pacheca comienza a prepararse. Desmenuzan la mariguana sobre panfletos, hojas o cualquier papel que haya llegado a sus manos; otros comienzan a rolar los cigarros, aunque la mayoría ya había empezado a fumar antes de la hora exacta y simplemente para matar el tiempo. Pegado a uno de los árboles hay un letrero que dice “no te quedes sin forjar”, tiene una cajita de papeles de fumar pegada a su corteza. En otro árbol se ve una cartulina fosforescente que narra la historia de un hombre que fue despedido del súper Zorro Abarrotero por fumar mariguana, pero no dice qué necesita. Es un tuit análogo. También hay botargas circulando entre la gente, una es de un porro, otra de una planta y, una más, un rastafari de caricatura.
Se empieza a escuchar un discurso que viene desde el plantón. Ya es la hora. Los mensajes políticos se pierden por el murmullo de la mayoría de la gente, que está inquieta porque se escuchó que en algún lugar estaban prendiendo un porro gigante. Entre las risas y los gritos se cuelan algunas palabras sobre el sentido político del día y, mientras los congregados se compactan en torno a la voz, más gente enciende porros y un humo blanco sube como incienso y lo cubre todo. El ambiente huele a mota y a sudor.
“Si no nos quieren escuchar, nos van a ver, y si no nos quieren ver, nos van a oler”, grita una mujer que no alcanzo a ver y la gente le responde con gritos de emoción y un “agüevo” que se filtra entre el ruido con acento recio de la capital.
Después, desde el estrado, la mujer del megáfono habla de la nueva legislación que beneficia a una burguesía cannábica. “No están pensando en nosotros, la legalización debe estar al servicio de la gente, del pueblo pacheco”. Anuncia una canción que identifica “como el himno del movimiento”, la mujer comienza a cantar La cucaracha, sin ritmo, dando por concluido el evento solemne en el marco del 420.
La gente, de ojos vidriosos y sonrisas completas, festeja a gritos. La zona de tolerancia para fumar mariguana permanecerá por tiempo indefinido, mientras el plantón resista. Luego todo vuelve a ser lo mismo.
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Activistas del movimiento cannábico, consumidores y algunos curiosos se reunieron el 20 de abril para celebrar el día de la mariguana. Esta es una crónica de los destellos que trajo consigo el Fumatón 420 convocado por las organizaciones que mantienen un plantón afuera del Senado a favor de la legalización.
A las puertas del Senado se vive una realidad alterna. Las personas caminan y se tocan, chocan hombro con hombro, se respiran en la oreja y muy cerca de la cara. ¿Me das chance de pasar?, dice la gente mientras se abre camino. No es posible medir distancias de ningún tipo, ni las sanas ni las convencionales, y los rostros de quienes pasean felices lucen desnudos sin cubrebocas que los protejan. Esto no es un festival de música, ni tampoco un viaje en el tiempo a un pasado prepandémico. Simplemente es una tarde de 20 de abril de 2021, el día que se reconoce como la efeméride de la mariguana, y eso es suficiente en esta ciudad para que la aglomeración sea un festejo.
Las explicaciones del origen del cuatroveinte apuntan al grupo The Waldos, del condado de Marin, en California. Ellos se adjudican la invención del término 420 porque en 1971 se juntaban a las 4 de la tarde con 20 minutos a fumar mota en la preparatoria junto a la estatua de Louis Pasteur. Curiosamente, hay también aquí una estatua del nobel francés donde estamos reunidos en la colonia Tabacalera, con esa expresión pensativa que le da tener una mano puesta en el cachete y la vista clavada hacia abajo.
Falta una hora para la hora, las cuatro con veinte. Comienzan a llegar más y más personas a la Plaza Luis Pasteur donde el plantón del movimiento cannábico exige legislar sobre el tema desde febrero del año pasado. Los rostros que desfilan son, en su mayoría, veinteañeros, aunque entre la multitud aparecen miradas más adolescentes o de una vejez inocultable. Parece como si todos estuvieran buscando a alguien, se paran de puntitas y alzan la mirada; a gritos hacia el gentío o hablando por el celular buscan encontrarse con otras personas mientras el ruido del ska imposibilita la operación.
La multitud no para de moverse y pienso que las personas lo hacen para lucir sus atuendos. Ver y ser visto es una actividad rara en estos tiempos pandémicos y este desfile de colores chillones, estampados con hojas de mariguana, anteojos con forma de corazón y cristales rojos o morados y cortes de cabello que recuerdan a los músicos de trap y reggaeton que están de moda, todo esto también es un acto de rebeldía contra el confinamiento que ocasionó el bicho. Nadie quiere desentonar con su atuendo monótono y quedar fuera. Eso lo aprovechan los vendedores de accesorios ambulantes que terminan de configurar lo que parece un parque temático de la cannabis.
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Alguien agita en el aire unos antifaces con forma de hoja de mariguana y lleva uno puesto para mostrar cómo se ve. Junto a él, un hombre viste una playera que tiene impresa una lata de sopa Campbell’s de la que sale una planta de Cannabis sativa, solo fuma recargado en su bicicleta viendo las oleadas de gente pasar. "Tengo tres años viniendo y, pues, como el año pasado no hubo 420, por eso ahora estamos aquí”, dice Alejandro, da una calada a su gallo, aguanta, y exhala después una nube de humo blanco.
Dice que viene del norte de la ciudad pero no especifica el sitio. Tose cuando le pregunto por su opinión de la nueva ley que aprueba la mariguana para uso recreativo, que fue aprobada por la cámara de Diputados el 10 de marzo, y se espera será ratificada por el Senado en las próximas semanas.: “No estoy cien por ciento informado, pero lo que he oído es que va a seguir siendo lo mismo”.
A unos metros, tres policías vigilan la manifestación y aprovecho para preguntarle si no le da miedo fumar tan cerca de ellos. “Pues se supone que esta es una zona tolerante”, dice y se hace presente la ironía de estar cobijados por el Senado donde las bancadas no se toleran entre ellas. “Sé que hay problema con la venta pero, pues, yo sólo vengo a consumir.” Sin embargo, la venta tampoco es un problema o al menos no lo parece. Como en el estadio de fútbol, los vendedores caminan entre la gente ofreciendo agua natural, ensaladas “por si te da la pálida”, panqués con mota (para provocarse una pálida), papeles para que puedas rolar tus churros, pulque, cerveza y hasta nieves especiales.
“¿La quieres probar?”, dice una mujer de unos veintitantos años que sostiene un letrero que dice Ice-Dream, la marca de los helados que promociona, y se excusa diciendo que sólo es la demostradora, se ríe, y me ofrece otra vez pero yo me excuso en que estoy trabajando. “Pero no te pone pacheco, no te preocupes”, replica.
Después dice que mejor hable con Luis, que es la persona indicada. Luis es el dueño de este pequeño negocio que tiene como activo fijo una hielera. Se acerca a mí y cuando se da cuenta que yo traigo cubrebocas, abre los ojos y comienza a buscarse el suyo en las bolsas del pantalón, hasta que lo encuentra y lo empieza a desdoblar para ponérselo. “La receta yo la he ido trabajando desde hace tiempo y ha mejorado porque, pues, me gusta mucho hacer comestibles”, dice sobre los helados que empiezan a causar furor en este martes que hace un calorón.
A diferencia de Alejandro, Luis habla con más seguridad sobre la nueva legislación de la mariguana. “Desde mi punto de vista, no me ayuda a mí que quiero ser microempresario, por así decirlo, porque los permisos son carísimos. La gente como yo no lo podríamos pagar”. Además, la ley no contempla nada sobre alimentos con mariguana. Eso y el costo millonario de los trámites lo dejan “sin esperanza”. Para él, esta ley sólo beneficiará a las empresas “gabachas” y canadienses que ya tienen el dinero y los productos para entrar al mercado.
Pero, de repente, Luis deja de hablar, alza la mirada y se queda en silencio. La gente comenzó a moverse hacia nosotros, alejándose de una de las jardineras, donde hay unas plantas largas de mariguana que sembraron las organizaciones y que han crecido gracias a que las cuidan quienes están en el plantón. “Se están peleando”, alguien dice entre la gente que se agita más y más y se jalonean unos a otros para irse antes de que la policía se acercara. “¡Como la cagan esos güeyes! ¡Ya hasta tiraron las plantas, los pendejos!”, dice entre dientes sin quitar la mirada del lugar donde está el conflicto. “Puros dealers, hermano. Es una pelea de dealers”, añade con decepción.
Después de unos segundos, el movimiento de la multitud recupera su normalidad. Luis sigue con la entrevista y agrega que él quiere seguir vendiendo, aunque la ley no lo deje. “Como quiera, todo esto es muy reservado porque… pues, es ilegal, pero pienso que estoy protegido por la banda pacheca”, concluye.
Una mujer vestida de amarillo toma un megáfono y empieza a gritar indicaciones a la multitud. “Pueden fumar, pero si la policía los cacha con chela o con pulque, los van a chingar y nadie va a poder ayudarlos”. Después les pide que si vuelve a pasar un incidente como la pelea de dealers, no corran porque podrían provocar una estampida.
Ya falta menos para las 4:20 pm y la banda pacheca comienza a prepararse. Desmenuzan la mariguana sobre panfletos, hojas o cualquier papel que haya llegado a sus manos; otros comienzan a rolar los cigarros, aunque la mayoría ya había empezado a fumar antes de la hora exacta y simplemente para matar el tiempo. Pegado a uno de los árboles hay un letrero que dice “no te quedes sin forjar”, tiene una cajita de papeles de fumar pegada a su corteza. En otro árbol se ve una cartulina fosforescente que narra la historia de un hombre que fue despedido del súper Zorro Abarrotero por fumar mariguana, pero no dice qué necesita. Es un tuit análogo. También hay botargas circulando entre la gente, una es de un porro, otra de una planta y, una más, un rastafari de caricatura.
Se empieza a escuchar un discurso que viene desde el plantón. Ya es la hora. Los mensajes políticos se pierden por el murmullo de la mayoría de la gente, que está inquieta porque se escuchó que en algún lugar estaban prendiendo un porro gigante. Entre las risas y los gritos se cuelan algunas palabras sobre el sentido político del día y, mientras los congregados se compactan en torno a la voz, más gente enciende porros y un humo blanco sube como incienso y lo cubre todo. El ambiente huele a mota y a sudor.
“Si no nos quieren escuchar, nos van a ver, y si no nos quieren ver, nos van a oler”, grita una mujer que no alcanzo a ver y la gente le responde con gritos de emoción y un “agüevo” que se filtra entre el ruido con acento recio de la capital.
Después, desde el estrado, la mujer del megáfono habla de la nueva legislación que beneficia a una burguesía cannábica. “No están pensando en nosotros, la legalización debe estar al servicio de la gente, del pueblo pacheco”. Anuncia una canción que identifica “como el himno del movimiento”, la mujer comienza a cantar La cucaracha, sin ritmo, dando por concluido el evento solemne en el marco del 420.
La gente, de ojos vidriosos y sonrisas completas, festeja a gritos. La zona de tolerancia para fumar mariguana permanecerá por tiempo indefinido, mientras el plantón resista. Luego todo vuelve a ser lo mismo.
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Activistas del movimiento cannábico, consumidores y algunos curiosos se reunieron el 20 de abril para celebrar el día de la mariguana. Esta es una crónica de los destellos que trajo consigo el Fumatón 420 convocado por las organizaciones que mantienen un plantón afuera del Senado a favor de la legalización.
A las puertas del Senado se vive una realidad alterna. Las personas caminan y se tocan, chocan hombro con hombro, se respiran en la oreja y muy cerca de la cara. ¿Me das chance de pasar?, dice la gente mientras se abre camino. No es posible medir distancias de ningún tipo, ni las sanas ni las convencionales, y los rostros de quienes pasean felices lucen desnudos sin cubrebocas que los protejan. Esto no es un festival de música, ni tampoco un viaje en el tiempo a un pasado prepandémico. Simplemente es una tarde de 20 de abril de 2021, el día que se reconoce como la efeméride de la mariguana, y eso es suficiente en esta ciudad para que la aglomeración sea un festejo.
Las explicaciones del origen del cuatroveinte apuntan al grupo The Waldos, del condado de Marin, en California. Ellos se adjudican la invención del término 420 porque en 1971 se juntaban a las 4 de la tarde con 20 minutos a fumar mota en la preparatoria junto a la estatua de Louis Pasteur. Curiosamente, hay también aquí una estatua del nobel francés donde estamos reunidos en la colonia Tabacalera, con esa expresión pensativa que le da tener una mano puesta en el cachete y la vista clavada hacia abajo.
Falta una hora para la hora, las cuatro con veinte. Comienzan a llegar más y más personas a la Plaza Luis Pasteur donde el plantón del movimiento cannábico exige legislar sobre el tema desde febrero del año pasado. Los rostros que desfilan son, en su mayoría, veinteañeros, aunque entre la multitud aparecen miradas más adolescentes o de una vejez inocultable. Parece como si todos estuvieran buscando a alguien, se paran de puntitas y alzan la mirada; a gritos hacia el gentío o hablando por el celular buscan encontrarse con otras personas mientras el ruido del ska imposibilita la operación.
La multitud no para de moverse y pienso que las personas lo hacen para lucir sus atuendos. Ver y ser visto es una actividad rara en estos tiempos pandémicos y este desfile de colores chillones, estampados con hojas de mariguana, anteojos con forma de corazón y cristales rojos o morados y cortes de cabello que recuerdan a los músicos de trap y reggaeton que están de moda, todo esto también es un acto de rebeldía contra el confinamiento que ocasionó el bicho. Nadie quiere desentonar con su atuendo monótono y quedar fuera. Eso lo aprovechan los vendedores de accesorios ambulantes que terminan de configurar lo que parece un parque temático de la cannabis.
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Alguien agita en el aire unos antifaces con forma de hoja de mariguana y lleva uno puesto para mostrar cómo se ve. Junto a él, un hombre viste una playera que tiene impresa una lata de sopa Campbell’s de la que sale una planta de Cannabis sativa, solo fuma recargado en su bicicleta viendo las oleadas de gente pasar. "Tengo tres años viniendo y, pues, como el año pasado no hubo 420, por eso ahora estamos aquí”, dice Alejandro, da una calada a su gallo, aguanta, y exhala después una nube de humo blanco.
Dice que viene del norte de la ciudad pero no especifica el sitio. Tose cuando le pregunto por su opinión de la nueva ley que aprueba la mariguana para uso recreativo, que fue aprobada por la cámara de Diputados el 10 de marzo, y se espera será ratificada por el Senado en las próximas semanas.: “No estoy cien por ciento informado, pero lo que he oído es que va a seguir siendo lo mismo”.
A unos metros, tres policías vigilan la manifestación y aprovecho para preguntarle si no le da miedo fumar tan cerca de ellos. “Pues se supone que esta es una zona tolerante”, dice y se hace presente la ironía de estar cobijados por el Senado donde las bancadas no se toleran entre ellas. “Sé que hay problema con la venta pero, pues, yo sólo vengo a consumir.” Sin embargo, la venta tampoco es un problema o al menos no lo parece. Como en el estadio de fútbol, los vendedores caminan entre la gente ofreciendo agua natural, ensaladas “por si te da la pálida”, panqués con mota (para provocarse una pálida), papeles para que puedas rolar tus churros, pulque, cerveza y hasta nieves especiales.
“¿La quieres probar?”, dice una mujer de unos veintitantos años que sostiene un letrero que dice Ice-Dream, la marca de los helados que promociona, y se excusa diciendo que sólo es la demostradora, se ríe, y me ofrece otra vez pero yo me excuso en que estoy trabajando. “Pero no te pone pacheco, no te preocupes”, replica.
Después dice que mejor hable con Luis, que es la persona indicada. Luis es el dueño de este pequeño negocio que tiene como activo fijo una hielera. Se acerca a mí y cuando se da cuenta que yo traigo cubrebocas, abre los ojos y comienza a buscarse el suyo en las bolsas del pantalón, hasta que lo encuentra y lo empieza a desdoblar para ponérselo. “La receta yo la he ido trabajando desde hace tiempo y ha mejorado porque, pues, me gusta mucho hacer comestibles”, dice sobre los helados que empiezan a causar furor en este martes que hace un calorón.
A diferencia de Alejandro, Luis habla con más seguridad sobre la nueva legislación de la mariguana. “Desde mi punto de vista, no me ayuda a mí que quiero ser microempresario, por así decirlo, porque los permisos son carísimos. La gente como yo no lo podríamos pagar”. Además, la ley no contempla nada sobre alimentos con mariguana. Eso y el costo millonario de los trámites lo dejan “sin esperanza”. Para él, esta ley sólo beneficiará a las empresas “gabachas” y canadienses que ya tienen el dinero y los productos para entrar al mercado.
Pero, de repente, Luis deja de hablar, alza la mirada y se queda en silencio. La gente comenzó a moverse hacia nosotros, alejándose de una de las jardineras, donde hay unas plantas largas de mariguana que sembraron las organizaciones y que han crecido gracias a que las cuidan quienes están en el plantón. “Se están peleando”, alguien dice entre la gente que se agita más y más y se jalonean unos a otros para irse antes de que la policía se acercara. “¡Como la cagan esos güeyes! ¡Ya hasta tiraron las plantas, los pendejos!”, dice entre dientes sin quitar la mirada del lugar donde está el conflicto. “Puros dealers, hermano. Es una pelea de dealers”, añade con decepción.
Después de unos segundos, el movimiento de la multitud recupera su normalidad. Luis sigue con la entrevista y agrega que él quiere seguir vendiendo, aunque la ley no lo deje. “Como quiera, todo esto es muy reservado porque… pues, es ilegal, pero pienso que estoy protegido por la banda pacheca”, concluye.
Una mujer vestida de amarillo toma un megáfono y empieza a gritar indicaciones a la multitud. “Pueden fumar, pero si la policía los cacha con chela o con pulque, los van a chingar y nadie va a poder ayudarlos”. Después les pide que si vuelve a pasar un incidente como la pelea de dealers, no corran porque podrían provocar una estampida.
Ya falta menos para las 4:20 pm y la banda pacheca comienza a prepararse. Desmenuzan la mariguana sobre panfletos, hojas o cualquier papel que haya llegado a sus manos; otros comienzan a rolar los cigarros, aunque la mayoría ya había empezado a fumar antes de la hora exacta y simplemente para matar el tiempo. Pegado a uno de los árboles hay un letrero que dice “no te quedes sin forjar”, tiene una cajita de papeles de fumar pegada a su corteza. En otro árbol se ve una cartulina fosforescente que narra la historia de un hombre que fue despedido del súper Zorro Abarrotero por fumar mariguana, pero no dice qué necesita. Es un tuit análogo. También hay botargas circulando entre la gente, una es de un porro, otra de una planta y, una más, un rastafari de caricatura.
Se empieza a escuchar un discurso que viene desde el plantón. Ya es la hora. Los mensajes políticos se pierden por el murmullo de la mayoría de la gente, que está inquieta porque se escuchó que en algún lugar estaban prendiendo un porro gigante. Entre las risas y los gritos se cuelan algunas palabras sobre el sentido político del día y, mientras los congregados se compactan en torno a la voz, más gente enciende porros y un humo blanco sube como incienso y lo cubre todo. El ambiente huele a mota y a sudor.
“Si no nos quieren escuchar, nos van a ver, y si no nos quieren ver, nos van a oler”, grita una mujer que no alcanzo a ver y la gente le responde con gritos de emoción y un “agüevo” que se filtra entre el ruido con acento recio de la capital.
Después, desde el estrado, la mujer del megáfono habla de la nueva legislación que beneficia a una burguesía cannábica. “No están pensando en nosotros, la legalización debe estar al servicio de la gente, del pueblo pacheco”. Anuncia una canción que identifica “como el himno del movimiento”, la mujer comienza a cantar La cucaracha, sin ritmo, dando por concluido el evento solemne en el marco del 420.
La gente, de ojos vidriosos y sonrisas completas, festeja a gritos. La zona de tolerancia para fumar mariguana permanecerá por tiempo indefinido, mientras el plantón resista. Luego todo vuelve a ser lo mismo.
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