Chávez, con el porvenir a la espalda
Los mejores días del presidente Hugo Chávez parecen haber quedado atrás.
I.
«¡Uh, ah, Chávez no se va! ¡Uh, ah, Chávez sí se va!», gritó el hombre mientras atravesaba un costado de la Plaza Bolívar en el centro de Caracas. Hace cinco años, en este mismo lugar, que representa para muchos el corazón simbólico de Venezuela, ni siquiera los más desprevenidos espectadores hubieran permanecido indiferentes a consignas de adhesión o repudio al presidente. Llevados por el impulso ciego de la polarización, que ha desgarrado a la sociedad venezolana, habrían tomado automáticamente partido a favor o en contra. Pero esta tarde de principios de noviembre nadie hizo el más mínimo gesto. Los viejos continuaron en los bancos viendo pasar el tiempo. Los novios siguieron comiéndose a besos como si fuera la última vez. Los padres vieron jugar a sus hijos con una pelota. E incluso los militantes chavistas, uniformados con camisetas rojas, permanecieron conversando sus asuntos sin prestar atención al hombre que siguió cruzando la plaza mientras gritaba lo que ya se oía como desvarío: «¡Uh, ah, Chávez no se va! ¡Uh, ah, Chávez sí se va! ¡Uh, eh, Chávez ya se fue!».
Pese a lo corto de mi visita a Caracas, había apartado unas horas para visitar el centro. Diez días antes, la noche de mi llegada desde Cambridge, Massachusetts, donde vivo actualmente, asistí a una cena en casa de un amigo. Entre los comensales se encontraba un encumbrado funcionario de la alcaldía del municipio Libertador, comandada por el alcalde chavista Jorge Rodríguez. Comentó lo difícil que era mejorar la calidad de vida en ese municipio del oeste de la ciudad, donde vive cerca de un tercio de la población y que tiene algunas de las barriadas más populosas. En una redistribución de competencias, el alcalde había sido despojado de autoridad para intervenir en problemas cruciales como la seguridad pública y el transporte. Le pregunté entonces en qué destacaba la gestión del alcalde. «Podemos decir que hemos rescatado los espacios públicos para devolvérselos a la gente —aseguró rotundo—. Si no me crees, date una vuelta por el centro para que veas que no lo reconocerás».
Le pedí a mi amiga la poeta Nidia Hernández que me acompañara. En el trayecto en metro pude comprobar que el hacinamiento que se vive no es una metáfora. Ni siquiera en el subterráneo de la ciudad de México había visto tal nivel de apretujamiento. En el corto viaje recordé aquello que, en referencia al metro del DF, el cronista postapocalíptico Carlos Monsiváis calificaba de álgida lucha por el oxígeno y el centímetro.
Ciertamente, el centro ha mejorado. Hace cinco años se encontraba en franca ruina y parecía el escenario de una película apocalíptica, atestado por vendedores informales, con paredes cariadas por la suciedad y los grafitis políticos, vitrinas rotas, fachadas desvencijadas, una sólida hediondez a orina y heces, en tanto que omnipresentes adictos al crack mendigaban la próxima dosis gesticulando con sus dedos quemados y sus negras encías. Ahora se advierte que las fachadas de los edificios históricos han sido refaccionadas y pintadas de colores llamativos. Los cafés, que habían desaparecido para dar lugar a tugurios de apuestas, han vuelto a algunas esquinas, y con ellos un aire a normalidad y vida urbana. Incluso hay unas sencillas chocolaterías donde se vende muy buen chocolate socialista. Lo evidente, en todo caso, es que el trabajo es todavía muy elemental para cantar victoria sobre la barbarie que reina en Caracas desde hace dos décadas.
Pero había ido a la Plaza Bolívar también para tomarle la temperatura a la situación política. Traté de sacarle conversación a algunas personas sin mucho éxito. Todas parecían querer evitar que la realidad saboteara el disfrute de su tiempo. Al fin Nidia y yo nos sentamos en un largo banco junto a un grupo de mujeres que conversaban. Tanteé a la mujer a mi lado. Su nombre era Tibisay Ochoa y había trabajado en un banco de vivienda durante veinticuatro años. Dijo estar esperando a su hija, que estaba en clases de catecismo en la iglesia de Santa Capilla, situada en la esquina norte de la plaza. Iba vestida con jeans y camiseta fucsia.
CONTINUAR LEYENDOAl principio de la conversación Tibisay se mostró tímida pero receptiva. Para ella, Chávez ha mostrado un gran espíritu de lucha desde el anuncio de su enfermedad. «Es bastante dedicado al país, a pesar de sus cosas. Mi mamá, que no es chavista, lloró al oír la noticia y ahora simpatiza más con él». Tibisay vive en La Pastora, el sector más antiguo de Caracas, donde aún hay casas de zaguán y altos techos de caña brava que datan de la Colonia. Chávez también ha significado un cambio positivo en la vida de los pastoreños. «Uno que viene de tiempos atrás ha visto con él progreso e igualdad. Veo en La Pastora que gente que antes no tenía oportunidades y educación ahora las tiene».
Tibisay es parte de una familia de once hermanos. «Algunos trabajan en el gobierno sin ser chavistas», aclara. Hace una mención oblicua a su filiación política. «Ni siquiera soy del otro lado», dice refiriéndose a la oposición. A estas alturas doy por descontando que Tibisay es chavista. Sin embargo, un momento después de hablar de los logros en educación dice que lo más negativo de Chávez ha sido la inseguridad y el alto costo de la vida, «que no perdonan a nadie».
A diferencia de mucha gente que he entrevistado sobre la situación política en Venezuela durante la última década, Tibisay emplea un tono realista, pero sosegado y sereno, para nada militante ni teñido de la furia política, la rabia contenida o la alegría resentida, que han sido el pan de los venezolanos en los trece años del gobierno de Chávez. Al escucharla, juraría que llevaba siglos sin hablar con un compatriota de política sin esa vehemencia capaz de arruinar celebraciones familiares y acabar con amistades de toda la vida.
Cuando comenzamos a desandar el camino hacia el metro, le comento a Nidia que una de las cosas que he sentido durante este viaje con respecto a los tres anteriores de este año es que ha bajado el nivel de crispación entre la gente. No sé si es resignación, conformismo o esperanza, le comento. O que estoy viendo el mundo al revés. Nidia suele tener una visión espiritual de la vida que siempre me ha gustado mucho. Le pregunto cómo ve todo ella: «La enfermedad del presidente —me dice—, ha enfriado las pasiones como si les hubieran echado un cubo de granizo. Unos respiran aliviados, otros contienen el aliento. A los que lo detestan pero no le desean el mal les ha enseñado que también para él existe la muerte, que existe el fin. Él dibujaba lo contrario con su alharaca de estar en el poder hasta 2021 o hasta 2025, que para muchos no era otra cosa que la eternidad».
II. UN COMPÁS SE ABRE
Hace cinco años, Hugo Chávez llegó a la cúspide de su poder al ganar las elecciones presidenciales del 3 de diciembre 2006 con 63% de los votos escrutados. Era la culminación de un ciclo de relegitimación que se había iniciado el 14 de abril de 2002, con su casi milagroso retorno a Miraflores después de un golpe de Estado chapucero, perpetrado por la cúpula empresarial y algunos barones de los medios privados de información. A fines de aquel año, Chávez sobrevivió un paro petrolero comandado, esta vez, por la fuerza combinada de la gerencia insubordinada de Petróleos de Venezuela y los mismos empresarios y medios que habían intentado derrocarlo ocho meses antes. Gracias al fuerte apoyo de los militares leales, Chávez superó esa nueva prueba. El país, sin embargo, quedó sumido prácticamente en la quiebra.
La oposición vio otra oportunidad de salir de él por la vía de un referendo revocatorio que, de ser ganado, lo deslegitimaría, obligándolo a renunciar. En aquellos días, una amiga que luego sería ministra me comentó que el círculo interno de Chávez le había recomendado enérgicamente que abortara el referendo, pero que él, desafiándolos a todos, les había jurado aplastar a la oposición en las urnas. Chávez creó una estrategia a la que llamó la Batalla de Santa Inés, inspirándose en un episodio de la guerra federal de mediados del siglo XIX, en el que el caudillo Ezequiel Zamora, uno de sus héroes, atrajo al enemigo al campo de batalla haciéndole creer que huía en desbandada para luego cercarlo y rematarlo en una carnicería sin cuartel. Así fue. Chávez salió victorioso con 61% de los votos, un resultado que fue protestado como fraude, pero esta hipótesis nunca fue probada.
En marzo de 2007 hablé con la historiadora del siglo XX venezolano, Margarita López Maya, sobre la acumulación de poder de Chávez. Era evidente que, tras ganar en 2006, el presidente había iniciado una radicalización rápida y furiosa para acumular control y poder por todas las vías posibles. López Maya todavía era una de las intelectuales cercanas al chavismo, pero ya estaba preocupada por la galopante pérdida de pluralismo. De hecho, un furibundo Chávez había regañado a López Maya por televisión: cambie sus lentes, señora, para que vea que aquí nunca había habido tanta democracia. La intolerancia del presidente, puesta de manifiesto en las excomuniones televisadas de los antiguos compañeros de viaje, era un pésimo anuncio del porvenir de la democracia. López Maya me dijo que Chávez aspiraba a liquidar el pluralismo liberal. Era cierto, pero se equivocó pensando que las luchas soterradas del chavismo crearían una alternativa al caudillo o servirían de influencia moderadora a sus impulsos autocráticos. A lo largo de los años, Chávez ha devorado a todos aquellos que han pretendido estar a su altura siguiendo un curso ciego hacia el poder absoluto. Al terminar de conversar, López Maya no se mostró pesimista. «La sociedad venezolana cuenta con reservas democráticas para sobrevivir este envión».
Muchas cosas pasaron aquel año, entre otras el cierre del canal Radio Caracas Televisión, el más antiguo y de más alcance en el país. Chávez parecía ciertamente invulnerable e imbatible. Pero su derrota en el referendo consultivo para la reforma constitucional de 2007, en que, entre más de medio centenar de artículos en debate los electores dijeron NO a la petición de prolongar el periodo presidencial de seis a siete años y también a la controversial reelección indefinida, lo hizo estrellarse contra su propia ambición. López Maya tenía, a fin de cuentas, la razón. Al aceptar su derrota, el indómito Chávez dejó, sin embargo, en el aire su famoso comodín: «Por ahora…», como anunció que no aceptaría el NO como definitivo.
En esta ocasión quise ponerme al día con su opinión sobre cómo había cambiado el cáncer de Chávez el paisaje político que había descrito casi cinco años antes.
«Chávez se ha vuelto terrenal. Hasta hace poco era un titán, con una energía desbocada y desproporcionada, todopoderosa e infinita, que parecía no tener límites físicos ni temporales. Hoy todo eso ha quedado en el pasado, lo que permite un gran reajuste en el juego político. Ahora todos los competidores son más o menos humanos. En la medida en que los venezolanos tengamos más clara la magnitud de su enfermedad, la dimensión humana tendrá cada vez más peso».
Hasta ahora, la enfermedad de Chávez ha sido manejada desde Cuba como un secreto de Estado, mientras los males que afligieron a dignatarios latinoamericanos como Fernando Lugo y Dilma Rousseff —y actualmente al ex presidente Lula— se han ventilado públicamente.
Más allá de si le quedan dos años o veinte, el secreto en el caso de Chávez sugiere que se trata de una enfermedad difícil de sobrevivir. Para López Maya, Chávez debe mucho del repunte en popularidad que vive desde junio al manejo mediático que se ha hecho del cáncer. «No se sabe si el presidente trabaja una, cinco o doce horas al día. Lo cierto es que su tiempo es administrado milimétricamente en función de crear la ilusión de que está trabajando: hace tres llamadas telefónicas, pone tuits, y hace transmisiones en cadena nacional en Aló Presidente. Sin embargo, por las declaraciones que da, pareciera no estar tocando tierra totalmente». López Maya se refiere al tono grandilocuente con que el presidente asegura que Venezuela está en ruta al autoabastecimiento agrícola, cuando es justo lo contrario. O a las felicitaciones que ofrece a la ministra de Servicio Penitenciario, Iris Varela, mientras se producen motines y reyertas carcelarias con numerosos heridos y muertos. «Me queda la duda de si está un poco desprendido de la realidad».
Nadie en su sano juicio diría que Chávez está acabado. Sin embargo, las alternativas en su camino político son cada día más exiguas. «Cuando ganó en 2006 tenía dos grandes opciones. Él podía haber razonado: ‘Tienes la legitimidad que confiere el apoyo popular y puedes seguir con el proyecto de la democracia participativa descentralizada’. Era el momento de tender puentes, acabar la polarización y consolidar el camino del primer gobierno». En otras palabras, López Maya piensa que Chávez pudo profundizar la democracia para convertir gradualmente a Venezuela en una sociedad descentralizada y participativa, e incluso al socialismo, sin divorciarla de las corrientes globales ni aniquilar el pluralismo, como estaba expresado en la Constitución de 1999.
«Él no tomó esa opción —prosiguió la historiadora—. Dijo: ‘Ahora que tengo todo el poder, no se trata del proyecto anterior sino del que yo digo’. Ése es un proyecto centralizador, regido por una sola persona, sin alternancia democrática ni independencia de poderes públicos, que ha podido ir avanzando gracias a la concentración de dinero, poder y popularidad. Pero no hay que olvidar que la reforma constitucional de 2007, que según Chávez mismo salió de su propio puño y letra, fue rechazada por los electores. Y cuando algo de esa magnitud es rechazado queda herido sin remedio».
Pero, ¿por qué era tan decisivo ese voto? En mi opinión, simplemente porque hubiera dado a Chávez la legitimidad de reelegirse indefinidamente. Y aunque lo logró en el Referendo Aprobatorio de la Enmienda Constitucional de febrero de 2009, la forma de lograr la aprobación de la reelección presidencial continua fue extenderla a todos los cargos de elección popular. Pero la logró a costa de perder su invicto electoral en 2007, cuando, de paso, despreció la voluntad popular expresada en el NO, calificándola como «una victoria de mierda». Desde entonces, Chávez está atrapado en un laberinto. En 2008, a consecuencia de la caída de los precios del petróleo, se inició una recesión económica en la que, pese a la recuperación del precio, sólo ha comenzado a superar este trimestre. El estancamiento económico, sumado a la terrible inseguridad que se vive a todo nivel, los cortes eléctricos en las principales ciudades del interior, la escasez de vivienda y la precarización del empleo, han hecho que Chávez pierda parte de su magnetismo.
Lo más grave es que la radicalización hoy sólo motiva a muy pocos. A lo largo de este año, los estudios de opinión han mostrado que la gente no quiere más polarización, está cansada de la diatriba incesante contra la riqueza y no cree que las confiscaciones y expropiaciones solucionen sus problemas. Hasta los que apoyan a Chávez y viven de subvenciones directas demandan trabajo formal, en tanto se quejan de la corrupción y de la dolce vita que ostentan los jerarcas del gobierno. López Maya reflexiona: «Cuando Chávez insiste tanto en radicalizar, me queda la duda de si la propaganda no ha creado para él una realidad virtual o si tiene real capacidad de tocar tierra».
Tuve, además, la oportunidad de reunirme con una corresponsal extranjera que cubrió Venezuela durante los últimos cuatro años. Había regresado a Caracas para terminar un libro de crónicas sobre el socialismo del siglo XXI. Le pregunté cómo resumía ella su vivencia: «Creo que la gran frustración de Chávez es que a pesar de su gran popularidad no ha podido sembrar su proyecto en el corazón de sus seguidores. ¿Quién quiere realmente el socialismo? Éste es un país consumista y eso no ha cambiado con Chávez, sino que se ha acentuado. Él lo sabe y le produce gran frustración. Por eso ha caído en el juego de sobornar a sus seguidores». Pese a lo que les dé no los hará socialistas, pero si sabe seducirlos puede continuar en el poder.
III. CHÁVEZ FÉNIX
Todo esto es profundamente paradójico. Porque, pese a todo, Chávez continúa representando la esperanza de los humildes, que lo ven como una figura protectora que los ayudará a salir adelante. De acuerdo con todas las encuestas creíbles, Chávez sufría un declive leve pero sostenido hasta justo antes de la enfermedad. En mi visión, eso se debía al agotamiento de su propuesta y al mal gobierno. El cáncer le dio una tregua. Su aprobación supera en estos días 50%, lo que resulta prodigioso después de trece años ejerciendo el poder sin nunca sacarle el cuerpo a la fricción. Ese porcentaje asciende a 60% en los sectores más humildes, en los que se le percibe como un gobernante experimentado. Pero esos mismos votantes piensan que su vida está igual o peor que hace seis años. Siguen creyendo que podrían mejorar en los próximos dos años, si Chávez resuelve. ¿Es esto posible con un presidente cuya salud, pese a que él jure estar curado, es un secreto de Estado?
La pregunta más importante es si Chávez puede resurgir de su enfermedad y, pese a su discurso gastado, renovar la ilusión. O si, por el contrario, la oposición puede llegar a encarnar la esperanza necesaria para que los electores decidan finalmente probar algo nuevo. Para eso tendrían que morder la mano que les ha dado de comer votando por un futuro distinto en las elecciones presidenciales del 7 de octubre de 2012, para muchos la encrucijada en la que se jugará el destino de la revolución bolivariana.
Lo que es evidente es que no se trata del mismo juego de las elecciones de 2006. Entonces la oposición apenas podía sostenerse en pie después del periodo autodestructivo 2002-2005. Manuel Rosales, el candidato opositor, fue elegido por un acuerdo interno, labrado a pulso por el veterano político de izquierda Teodoro Petkoff, quien declinó su propia candidatura para forjar una unidad centrista. Pese a sus exitosas gestiones como alcalde de Maracaibo y gobernador de Zulia, Rosales era identificado como un representante de la vieja política, llamada por Chávez la IV República, contra la que el hombre fuerte había arremetido al refundar la nación.
En la visión de López Maya, 2012 es un escenario bastante nuevo. «Todo indica que los electores tienen el deseo de superar las confrontaciones y la polarización con políticos que no sean una referencia directa al pasado medio siglo», alega López Maya. Esto ya se ha empezado a sentir con la competencia por la candidatura unitaria de la oposición. De los cinco precandidatos, cuatro tienen menos de cuarenta y cinco años. «No son caras exactamente nuevas, pero es difícil decir que Leopoldo López, Pablo Pérez, María Corina Machado o Henrique Capriles Radonski son el pasado, por más que cada uno tenga un pasado».
El juego electoral de 2012 será muy cerrado. Chávez no retrocederá en su discurso a menos que sea indispensable. Eso le hará muy difícil ofrecer algo distinto. «Salvo la Misión Gran Vivienda, este año ha lanzado varios nuevos programas sociales que son más de lo mismo».
Pero esto no es tan simple como un asunto de discurso. El presidente ofrece ciento cincuenta mil casas equipadas que otorga por medio de un censo de vivienda. Quizá sólo pueda construir treinta mil, pero las familias que las habitarán transmitirán la ilusión de que más vale tarde que nunca: el presidente les ha cumplido.
Sea quien sea, el candidato opositor caminará todo el trayecto hasta las elecciones del 7 de octubre sobre una cuerda floja. Por una parte, deberá continuar el paternalismo y el clientelismo de Chávez, sin renunciar a la búsqueda de una sociedad integrada, igualitaria, inclusiva y productiva. Por el otro, tendrá que crear una visión creíble de un futuro próspero muy diferente al socialismo del siglo XXI, pero también al pasado previo a Chávez. Ésa es una ecuación compleja. Porque Venezuela es un petroestado.
Remplazar el socialismo del siglo XXI implicaría un alto grado de compromiso de muchos factores políticos y económicos en un país acostumbrado a la molicie por la renta petrolera. Tal vez el comandante no ha logrado sembrar el socialismo en el corazón de los venezolanos. En cambio, ha logrado intensificar una huella preexistente en la cultura nacional: el mito de que los venezolanos se merecen todo y de que el petroestado puede garantizárselo.
IV. UNA NUEVA ESPERANZA
Por ahora, no obstante, es claro que los vientos de cambio empiezan a soplar. Unos días antes de mi partida, me senté a tomar un trago solo en la terraza del hotel donde me quedaba. Mientras lo paladeaba, fui sorprendido por un grupo de amigos que andaba de parranda con el escritor colombiano Santiago Gamboa. Un poco más tarde bajamos todos a su cuarto, donde había una botella de whisky Ballantine’s colocada en una mesa junto a la infinidad de libros que le obsequiaron en su visita. Entre trago y trago nos pusimos a hablar sobre sus impresiones. Miembro de una ilustre estirpe de intelectuales latinoamericanos trashumantes, Gamboa abandonó Bogotá en 1992, cuando la ciudad se encontraba sitiada por la violencia del narco. Era la cuarta vez que estaba en Caracas, si bien sólo en esta ocasión se había quedado tiempo suficiente para observarla. Elogió la vitalidad de la multitud de pequeños emprendimientos editoriales y culturales. Un trago más adelante, le pedí que compartiera qué concluía sobre la situación política: «El proceso tiene el sol en la espalda. Y eso significa que hay una nueva esperanza», me dijo.
Esto puede ser verdad. El 14 de noviembre los precandidatos opositores se reunieron a debatir sus propuestas. En cualquier país, hubiese sido un evento importante pero normal. En Venezuela, sin embargo, suscitó la expectativa de una gran novedad, como si hubiese entrado un viento fresco en una habitación mucho tiempo cerrada. Aunque yo me encontraba en Cambridge de vuelta, vi el debate por internet. Desde Caracas me contaron que la ciudad estaba callada. Mucha gente se quedó en su casa a ver la transmisión.
En la víspera, Chávez, en su primera larga cadena nacional desde la enfermedad, le restó total importancia y calificó a los precandidatos de «jinetes del Apocalipsis». En Twitter la oposición celebró el talante civil del encuentro en el que los aspirantes intentaron diferenciarse unos de otros.
El cáustico articulista Ibsen Martínez resumió con lucidez un nuevo espíritu de los tiempos que puja por conformarse:
«¿Fue realmente un debate? No; no lo fue, pero resultó ser algo mucho mejor: una especie de ejercicio coral animado por el gesto y la emoción de una genuina confrontación democrática. Algo que hace tres lustros no veíamos ni de lejos. No fue un debate porque, en rigor, los candidatos no escrutaron las ideas de cada quien con ánimo de hacer valer razonadamente las suyas propias…, pero, sin duda, en una Venezuela acostumbrada al monólogo opresivo, ampuloso, ignorantón y desdeñoso de las ideas ajenas —única oferta cuartelaria de Hugo—, la experiencia fue mucho más que refrescante: mostró, incluso a los más desasidos, que la oposición cuenta con un elenco —con ‘profundidad de banca’, diría un comentarista de futbol— y que, sin que difieran en mucho sus pareceres sobre los tópicos que les fueron ofrecidos, quien desde ya está en aprietos, no sólo oncológicamente medicamentosos, sino comunicacionales y mediáticos, es el Gran Patán, el Enfermo Insustituible».
Desde luego que a Chávez no le hizo ninguna gracia el debate. Al día siguiente, en otra maratónica transmisión en cadena nacional, tuvo una de sus típicas salidas de macho alfa: «[M]ás nunca me van a sacar del gobierno. Ahora no me voy en el 2021, sino en el 2031, diez años más, y si siguen con su jurungadera me les voy pal’ 2041».
¿Qué puede ofrecer la oposición para contrastar estas bravuconadas? Mucho se avanza con una actitud diferente. Sin embargo, eso no es todo. Un buen amigo, fanático del béisbol y agudo observador de la dinámica política, me ha dicho que de acuerdo con sus encuestas personales en el estadio, la oposición todavía no logra alcanzar la velocidad de escape para vencer al chavismo. «Lo que te puedo decir se sintetiza en una frase: la oposición ha sabido sacarle partida al mal gobierno, pero todavía no enamora». Hay otro problema, de acuerdo con otro amigo periodista: «La oposición no ha hecho una evaluación seria de la década de Chávez, tampoco ha hecho una ruptura real con el periodo de la IV República. Recuerda la consigna chavista: ‘No volverán’. Hasta el sol de hoy, la oposición no puede decirle al país que ellos no son lo anterior ni lo traerán de nuevo».
Teodoro Petkoff, veterano de mil batallas, reconoce que esa ruptura es uno de los principales problemas políticos de la oposición. A sus ochenta años sigue siendo uno de los analistas más lúcidos del país y la conciencia moral de quienes se oponen a Chávez. Fui a su oficina en el diario político Tal Cual, donde me recibió con los pies sobre el escritorio, como hace cuando está en confianza para contrarrestar una vieja dolencia de las rodillas. Para Petkoff, el asunto más importante es construir una unidad sólida y preferiblemente inclinada a la centro izquierda. De hecho, aunque no es candidato a ningún cargo, ha recorrido el país una y otra vez abogando por una oposición unida.
Cuando le pregunto quién representa mejor la unidad que él avizora, dice que es Pablo Pérez, actual gobernador del Zulia y precandidato por los partidos de la socialdemocracia, Un Nuevo Tiempo y el histórico Acción Democrática, a quien Petkoff ve como de centro izquierda. «La lucha es por cinco o seis puntos electorales que separan a Chávez del candidato de la oposición. Ese candidato no puede ser de derecha o centro derecha, porque es más difícil que los indecisos le nieguen el respaldo a Chávez por alguien de derecha».
Como argumento, recuerda la transición de Chile de la dictadura de Pinochet a la democracia, a principios de 1990. «Ricardo Lagos había forjado la Concertación —alianza de los partidos socialistas con los democratacristianos—, pero que, personificando a la izquierda, no podía ser su candidato. Tuvo que cederle la oportunidad a los democristianos que estaban más a la derecha. Si Pablo Pérez no es el candidato este país está jodido».
V. SANGRE NUEVA
El primer debate sirvió para recordar a los venezolanos que las buenas maneras y el diálogo de altura son un sustrato tan indispensable al paisaje civilizado como las constituciones y los derechos civiles. Diego Arria, diplomático de las Naciones Unidas y hombre de el ancien régime, a quien Chávez humilló despojándolo de su pequeña hacienda, fue el único que recurrió a la polarización, prometiendo llevar a Chávez a la Corte Penal Internacional de la Haya, lo que le ganó la simpatía instantánea de los opositores más rabiosos. En teoría, los candidatos jóvenes tienen perfiles políticos e ideológicos diferenciados. Henrique Capriles Radonski: progresismo; Leopoldo López: la mejor Venezuela; María Corina Machado: capitalismo popular, y Pablo Pérez: nuevas oportunidades y futuro seguro para Venezuela. En realidad todos coinciden en impulsar el desarrollo combinando, la plataforma del Estado con la inversión nacional y extranjera y el emprendimiento privado. Todos afirman que para que Venezuela progrese, se haga menos dependiente del petróleo y participe en la globalización, necesita educarse, desarrollar la competitividad y crear empleo decente.
Pese a su poder y control sobre el Estado, Chávez ha mostrado ser mortal. Eso ha abierto aún más las oportunidades. El candidato será, por consiguiente, quien capte la empatía de la franja de 20% de votantes llamados no alineados que históricamente ha favorecido a Chávez. Pero para ganar necesitará conjugar el descontento, la credibilidad personal y un programa que le dé un fuerte empujón a la idea del cambio.
Actualmente, todas las encuestas dicen que Henrique Capriles Radonski, gobernador de Miranda, se encuentra en la mejor posición para lograr la candidatura opositora. Miranda es el segundo estado más poblado, y forman parte de él tres municipios de Caracas. Se puede decir que es uno de los más difíciles, porque gran parte de su población vive en barrios, algunos de los más grandes de América Latina, en condiciones deplorables.
Hace poco más de un año recibí una invitación suya a un almuerzo informal, con su equipo de trabajo, en su oficina en el este de la ciudad. En medio del almuerzo, que consistió en una sencilla comida árabe, le pregunté qué era lo esencial de su gobierno. Me explicó que había iniciado un agresivo programa educativo para dotar de escuelas y maestros a los barrios. «En lo personal, siento que la gente quiere cariño y yo les estoy dando cariño».
El jueves 10 de noviembre hablé con él finalmente por Skype. Lo saludé preguntándole cuál ha sido el impacto del cáncer del presidente en los venezolanos. «Solidaridad. La gente le ha mostrado una tremenda solidaridad. Personalmente, tengo la impresión de que el presidente está bastante recuperado. La enfermedad le ha permitido comprar tiempo y que los venezolanos no sean severos con las promesas incumplidas». ¿Es un presidente listo para la batalla electoral? «El presidente hace rato que dejó de visitar barrios y pueblos. Llevo cuatro años recorriendo mi estado como nadie lo había hecho y ésa ha sido una de las razones de nuestro éxito».
Cuando le pregunto cómo se diferencia del populismo de Chávez, saca a relucir la gran inversión educativa en Miranda. Sin embargo, está consciente de que sólo la educación no soluciona los problemas. Su idea de un Estado eficiente está inspirada en el Brasil de Lula. «Tenemos un programa llamado Hambre Cero, pero el hambre termina con un empleo decente. ¿Es eso populismo?».
Como buen aspirante a un alto cargo de elección popular, no es tímido para ensalzarse hablando a través de un nosotros mayestático, pero su precandidatura ha logrado calar con un discurso y una imagen sencillos. De hecho, sus expresiones y entonación son más parecidas a las de la calle que a la del resto de los candidatos.
Sin embargo, por su filiación al partido conservador Primero Justicia y su proveniencia de una familia de empresarios, una buena parte de la población lo identifica como miembro de la derecha, lo que en lenguaje chavista se expresa como la élite burguesa. ¿Es posible una transición del chavismo desde la centro derecha? «Lo que pasa es que hay grupos que se creen una élite y representan determinados intereses. Es la gente que cree que los barrios hay que desaparecerlos, y probablemente eso tú lo conceptúes como derecha».
Capriles Radonski cree que la falta de buenos empleos y la inflación golpean a los venezolanos, incluso más que la criminalidad desbordada. Esos flagelos representan una debilidad del gobierno que no hay que desaprovechar. «El gobierno podrá darte una lavadora o un televisor, pero no te dará un empleo, porque la economía no puede generarlos en los meses que quedan. El sector privado no invertirá. Venezuela tiene la más baja inversión extranjera en la región».
Más adelante da un giro: «Yo soy más fuerte entre los no alineados y los simpatizantes del gobierno de lo que son las otras opciones. De hecho, me quieren hacer ver como otro Chávez por populista y estatista. No soy como Chávez. Tengo una gran diferencia conceptual con él. No creo en un modelo estatista, sino en uno progresista… Me acusan de que no abriré la economía al mercado. No les hago caso porque mi competencia no es con ellos, sino con el gobierno, para hacerle ver a los venezolanos que con este modelo el país no va a mejorar».
VI. ¿CÓMO VAMOS A HACER?
Desde que se supo del cáncer de Chávez, el rumor de cambios inminentes es vox pópuli dentro y fuera de Venezuela. En septiembre estuve en Washington en una reunión de analistas sobre el futuro de América Latina. Desde el balcón seguro de las instituciones regionales, la situación venezolana se ve con alarma, pero no porque Chávez represente una amenaza para la estabilidad hemisférica. Por el contrario, muchos elogian la incidencia positiva de iniciativas como Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) el Banco del Sur. Sin embargo, en los pasillos, los ministros comentaban que los presidentes amigos de Chávez que lo han visitado tras la enfermedad le habían recomendado un cambio inmediato de curso, diciéndole incluso que el socialismo del siglo XXI no lo conducirá a ninguna parte, sino al colapso.
Desde su incorporación a la escena política el 22 de septiembre, luego de finalizar la quimioterapia en La Habana, y hasta los primeros días de noviembre, el maratónico Chávez se había mantenido de bajo perfil, vistiendo mayormente de civil en sus esporádicas apariciones públicas, en las que se daba a invocar vírgenes y deidades de la santería. Cambió la consigna «¡Patria, socialismo o muerte!», por «¡Viviremos y venceremos!». Y bajó la intensidad de sus arengas. Esas novedades generaban la impresión de que algo en él se había apaciguado. Pero el efecto del balde de granizo que, de acuerdo con mi amiga Nidia, trajo la enfermedad, puede haber desaparecido tan de improviso como llegó.
Ante la movilización de los competidores, Chávez ha tenido que dejar claro que sigue siendo el jefe de la manada. Lo primero que hizo fue sacar del clóset el uniforme militar, y con él al hombre fuerte desapacible y capaz de rudezas desproporcionadas. Pero también firmó leyes fulminantes para las libertades económicas y la movilidad social: la ley del trabajo, una ley de control de precios, una nueva ley de arrendamiento. Y no dejó para después una reforma temeraria a la Ley de Ejercicio de la Medicina, aprobada sin la debida consulta con los gremios y academias médicas. Estas medidas perfilan aun más una sociedad controlada por el Estado —lo que he llamado una autocracia electoral— y señalan con certeza que ante el repunte de su popularidad en las encuestas, ha decidido volver por sus fueros y apostar todo una vez más al radicalismo.
Ansiados por muchos venezolanos, los cambios que activen la producción y el trabajo decente, con un gobierno que controle el desastre de la inseguridad, son más necesarios que nunca, independientemente de quién gane las próximas elecciones.
López Maya, quien ha estudiado los movimientos sociales y las protestas en Venezuela, cree que se están acumulando condiciones de descontento que pueden llevar, dentro de un par de años, a una crisis social. «Chávez puede ganar en 2012, pero no creo que pueda gobernar hasta ‘. Las condiciones económicas son muy graves. El país se sostiene por un barril a más de cien dólares, pero el endeudamiento crece sin medida hipotecando nuestro futuro. Encima de eso, no hay criterios profesionales de gestión pública, porque en el gobierno hay un profundo desprecio por la educación formal y la clase media profesional. Esos ingredientes sumados son explosivos».
Otros analistas coinciden en que el país está siendo hipotecado a acreedores como China. Creen que el bolívar fuerte será devaluado —la tercera vez desde 2005— después de las elecciones, seguramente a principios de 2013. De aquí a diciembre de 2012, no obstante, se puede prever la danza electoral de los millones con un incremento brutal del gasto público de hasta 25%. De hecho, a mediados de noviembre, Chávez anunció con bombos y platillos que la economía había crecido 4% en el último trimestre, dejando atrás la recesión de los últimos tres años. Un amigo me dijo: «¿Cómo van a votar contra Chávez si es el único que puede ofrecerle a los pobres una casa equipada con televisor y nevera, un carro iraní comprado sin intereses, educación gratuita, dinero en efectivo, alimentos por debajo del costo de producción?».
Sin embargo, Chávez no las tiene todas consigo. Como el capitán Garfio, archirrival de Peter Pan, Chávez es perseguido por un cocodrilo desde cuyo vientre se escucha un incesante tictac. Ese saurio que hace tictac representa, por supuesto, tres cosas: el tiempo, la enfermedad y la muerte que no puede conjurar ni dejan de acecharlo. Hay indicaciones muy creíbles de que el gran secreto que rodea su enfermedad, cuyo diagnóstico nunca ha sido divulgado, es que el cáncer que padece es grave y de mal pronóstico.
López Maya concluyó nuestro encuentro de aquel sábado en la mañana con una súbita pregunta retórica: «¿Cuántos años más puede aguantar un país de treinta millones de personas con un Estado que hace todo improvisadamente con un criterio de pulpería?».
Su pregunta se quedó en mí todo el día acompañándome por la tarde hasta la Plaza Bolívar. Sentado en el banco junto a Tibisay, escogiendo con cuidado cada palabra para no romper el hechizo de nuestra conversación, por fin me atreví a preguntarle: ¿Crees que el presidente deba permanecer por un nuevo periodo? «No veo un remplazo todavía. Leopoldo no está listo. Mi mamá dice que Pablo Pueblo es el hombre. Se ve fuerte físicamente, pero eso no es suficiente. Y a mí no me convence. Sin embargo, creo que Chávez ya cumplió y que hay que dar paso a otro presidente». Al decir esto, Tibisay se despidió diciendo que ya había terminado la hora de catecismo y debía recoger a su hija.
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