El fin de un ciclo

El fin de un ciclo

El escritor mexicano-estadounidense Daniel Hernandez viajó a Yucatán para encontrarse con mayas, gringos y hippies el día en que se suponía que iba a acabarse el mundo.

Tiempo de lectura: 20 minutos

Sábado 15 de diciembre de 2012
(11 Ix o 12.19.19.17.14)
Desperté en el «mundo maya» en un coche desvencijado que renté para ir a un cenote en las afueras de Mérida, Yucatán, donde se iba a celebrar una ceremonia que tal vez me traería paz y luz interior, o tal vez no. Faltaban siete días —o siete ciclos del sol, o siete ciclos de la luna— para el 21 de diciembre de 2012, el supuesto «fin del mundo». En el camino, el panorama se componía por centros comerciales con estacionamientos grandes, seguidos por ruinas de haciendas antiguas, fantasmas entre el pasto largo y seco del invierno.

Mentiría si dijera que durante años no estaba esperando que ocurriera algo inverosímil el 21 de diciembre. Había demasiadas coincidencias.

Primero: una fecha del calendario maya que se pensaba que correspondía al 21 de diciembre de 2012 se mencionaba en una importante inscripción maya como el fin de una era (aunque debo admitir que nunca investigué en qué contexto ni de qué manera). Luego: esta misma fecha resultó corresponder al solsticio de invierno de un año electoral tanto para Estados Unidos como para México. Estas coincidencias fueron suficientes para que Hollywood y su maquinaria macabra filmaran una película de doscientos millones de dólares sobre cómo el mundo se destruía ante una realineación «catastrófica» de los polos del planeta. Bueno, unos años antes, en diciembre de 2004, había ocurrido un megatsunami en el Océano Índico que mató a cerca de doscientas treinta mil personas, seguido por graves terremotos en países como Chile, Japón y Haití, donde el mundo terminó para trescientas dieciséis mil personas el 12 de enero de 2010. Durante el pasado 2012, un pánico masivo se apoderó de algunas comunidades de China, Rusia y Francia por una «predicción maya» que ocasionó, al menos en China central, que un loco se desquiciara y acuchillara a veintitrés niños de una escuela. Sonaba a cosa seria.

La lógica de estas predicciones se encuentra arraigada en una teoría new age que desarrolló José Argüelles (ver el reportaje «2012: adiós al materialismo» de Laura Castellanos, publicado en Gatopardo [núm. 108, de febrero de 2010]), quien tuvo una revelación en Palenque en 1976. Fue una visión que, aunque seguramente genuina, se fue transformando con el paso del tiempo en una industria que señaló al 21 de diciembre de 2012 como la fecha de un portal de ciclos infinitos del calendario maya y, por ende, la oportunidad de alcanzar una convergencia armónica. Se sugería el renacimiento de la humanidad. No importa que una inscripción en Palenque haga referencia al año 20.0.0.0.0 fecha maya que se relaciona en realidad con el 13 de octubre del año 4773. De inmediato, la arqueología maya, la astronomía y la «astroarqueología» tacharon de imposibles estas teorías, si no es que absurdas. Aun así, éstas crecieron. El 21 de diciembre de 2012 para los mayas —un pueblo que calculó el tiempo por medio de habilidades sobrehumanas— era una fecha tan importante como para rayarlo en las paredes.

Cuando me mudé a México y un día descubrí que cada objeto inanimado a mi alrededor estaba teñido con el destello de algún espíritu, una presencia, empecé a imaginar cómo sería el fin del mundo. Imaginé qué tan podridos y destruidos podrían estar México y Estados Unidos para cuando se nos acabara el tiempo. Comencé a creer en el renacimiento. Es probable que me haya obsesionado un poco.

Mientras buscaba comprender al máximo este cambio y su potencial, llegué a la Península de Yucatán para estar… presente. No me imaginaba otro lugar para vivir el fin del mundo, llegara o no. Y desde la primera mañana, después de nuestro arribo, era evidente que Mérida estaba preparada para la bonanza turística que bien podría cosechar los frutos del fin. Mis compañeros de viaje y yo nos dirigimos a la ceremonia, la «Bendición del Agua»,  que habíamos escuchado que tendría lugar en un cenote en las afueras de la ciudad. Una vez que llegamos, descubrimos que la organizaba, en parte, el ministerio de Turismo de la región.

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