Caso Cassez-Vallarta | AMLO brinda esperanza a Israel Vallarta

El otro montaje

Guadalupe Vallarta Cisneros lleva varios años trabajando por la libertad de los suyos. Su hermano Israel —el exnovio de Florence Cassez— y otros cinco miembros de su familia han sido acusados de secuestro, torturados y condenados por la opinión pública.

Tiempo de lectura: 18 minutos

Guadalupe Vallarta iba comprando nuevos libreros a medida que las autoridades detenían a sus hermanos y sobrinos; los usaba para almacenar sus expedientes judiciales. Su casa de la colonia Doctores, una vivienda húmeda y de una sola planta, está llena de papeles. Casi no hay otra cosa: expedientes que desbordan los estantes, invaden el sofá, la mesa y las sillas de plástico; cuando no queda espacio, se apilan en el suelo. Montones de documentos con las causas penales contra su hermano Israel, detenido en 2005 y acusado de liderar la banda de secuestradores de Los Zodiaco junto con Florence Cassez, y contra varios hermanos y sobrinos: René, Juan Carlos y Alejandro, capturados en 2009, y Mario y Sergio, en 2012. Hasta ahora, todos siguen encarcelados, con excepción de Cassez, que salió libre en enero 2013.

La noticia de la detención de Israel sorprendió a Guadalupe en la cama, enferma de dengue. Era la mañana del 9 de diciembre de 2005 y ella estaba dormida. «Mi hermana Yolanda irrumpió en mi cuarto y me dijo que habían detenido a Israel y a Florence», dice. En la televisión estaban las imágenes de su hermano y su novia esposados en el Rancho Las Chinitas, el domicilio de Israel, una pequeña propiedad en Topilejo, en la carretera libre México-Cuernavaca. Los reporteros decían que la pareja había sido sorprendida en flagrancia por la Agencia Federal de Investigación (AFI) mientras retenía a tres personas, entre ellas un niño de once años, contra su voluntad en una cabaña del jardín.

Guadalupe vivía en Iztapalapa con su hermana Yolanda y sus padres, Jorge Vallarta y Gloria Cisneros, de 79 y 72 años, respectivamente. «Se veía a Israel, agachado, con el rostro golpeado. Me impactaron tanto estas imágenes que no pude pensar. Creí que se trataba de un error, porque sé que mi hermano no es así. No sabíamos cómo hablar de eso con mi mamá porque pensamos que no iba a soportar la noticia —a media mañana, la familia se fue juntando, los hermanos llegaban a cuentagotas a la casa de Iztapalapa—. Todos repetíamos: ‘No es cierto, no es cierto’, y luego: ‘¿Será cierto?’, porque era muy fuerte. En la televisión todo el mundo decía que eran secuestradores. Por un lado, sabíamos que era falso, pero, por otro, no teníamos información. Mi mamá insistía en que había algo extraño en estas imágenes».

Llamaron a Héctor Trujillo, un amigo abogado con quien Guadalupe había trabajado varios años antes. La prioridad era encontrar a Israel y Florence. La familia los buscó en agencias de la Procuraduría General de la República (PGR). René y Mario, dos de los hermanos, pasaron un par de días sentados debajo del monumento a la Revolución, frente a la entrada de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO). Después de dos días, les dijeron que estaban detenidos ahí pero no pudieron hablar con ellos.

Se les acercaron unos policías que decían ser de la AFI y les pidieron doscientos mil pesos a cambio de la libertad de Israel, pero la familia se negó a pagar. «Pensábamos que de todas formas sería liberado rápidamente».

Las autoridades ordenaron el arraigo de la pareja el 10 de diciembre, pero se negaron a informar a la familia. Un día después los padres de Israel acudieron a la Comisión Nacional de Derechos Humanos para presentar una denuncia por la detención y el maltrato de su hijo.

Las preguntas los asediaban. «Hasta que no habláramos con ellos, no sabíamos qué creer —dice Guadalupe. El 12 de diciembre, los Vallarta pudieron visitar a Israel y Florence en la casa de arraigo—. Israel se arrastraba. No podía caminar, lo llevaban entre dos compañeros. Estaba muy golpeado y totalmente confundido. Tenía la vista extraviada. Florence estaba muy asustada».

Cassez se veía muy sola. «Su hermano Sébastien, que vivía en México en esa época, nunca apareció, nunca la visitó. El cónsul de Francia llegó, pero apenas se quedó. Al inicio era diferente, las autoridades francesas no le prestaban atención», dice Guadalupe. Su madre tuvo que comprarle ropa a Cassez.

Cuando los familiares de Israel pudieron oír en persona el relato de los tumultuosos días vividos por la pareja, la complejidad del caso les apabulló. Descubrieron que, en realidad, habían sido detenidos el 8 de diciembre en la carretera, un día antes de la grabación en el rancho. El abogado les explicó que el asunto podía tardar mucho. El 13 de diciembre, regresando a la casa familiar de Iztapalapa, Guadalupe y su madre se encontraron con una nota escrita a mano en la puerta: «Esta casa está asegurada por secuestro». La vivienda había sido saqueada, todo estaba patas arriba. Desaparecieron objetos, ropa y documentos. «Estos mismos documentos aparecieron en los informes de cateo del rancho, como si los hubieran encontrado ahí. Por eso, desde muy pronto nos dimos cuenta de que todo estaba montado —afirma Guadalupe—. En la cabaña del Rancho Las Chinitas había cosas de Israel que provenían de otro lugar, objetos y fotografías de Florence que estaban en su departamento… Se veía a los policías guiando a los reporteros. Luego, cuando analicé los videos completos que están en el expediente, vi imágenes del niño riéndose».

Entre finales de 2005 y mediados del 2006 fueron René y Mario los que más se movilizaron para defender a Israel. Luego, Guadalupe tomó el relevo para que ellos pudieran trabajar y asegurar el soporte económico de la defensa.

Los Vallarta son una familia de clase media que se avecindó en Iztapalapa a principios de los años sesenta, cuando la zona apenas comenzaba a poblarse. Jorge Vallarta, el padre, trabajaba para un concesionario de autos en la colonia Narvarte; Gloria, la madre, era el pilar de la familia y enseñó a todos sus hijos a coser y cocinar. Tuvieron nueve hijos: Guadalupe es la de en medio; Israel, el más chico. Cuando el mayor de los hermanos, Jorge, se graduó como arquitecto se convirtió en el ejemplo a seguir. «Mis papás nos animaron a completar una educación universitaria», dice Guadalupe. Pero varios de los hermanos, incluida ella, no concluyeron sus estudios. Se casaron todos muy jóvenes. René, el sexto hermano, abrió un taller mecánico en Iztapalapa, donde su hermano David, el cuarto, también trabajaba. Guadalupe, Mario —el octavo— e Israel se dedicaron un tiempo a la compraventa de coches usados. Iban a las aseguradoras a comprar vehículos chocados y luego buscaban las piezas, los arreglaban y los vendían.

Guadalupe nació en 1957 en el Distrito Federal. Vivió unos años en la colonia Portales antes de que la familia se mudara a Iztapalapa. De ahí nunca se fue, hasta poco después de la detención de Israel, cuando tuvo que vender su casa. Empezó a estudiar química en la Universidad Nacional Autónoma de México y se casó a los veintiún años con su vecino, un contador. Tuvieron dos hijos pero se separaron después de quince años. Antes de dedicarse a la compraventa de coches, montó su propio negocio de fletes: tuvo un camión de 3.5 toneladas, que ella misma manejaba por toda la ciudad. «Siempre me metía en trabajos que eran poco comunes para mujeres. Eran retos que yo me ponía». Su madre, Gloria, sufría de la enfermedad de Addison, una deficiencia hormonal, y cuando su salud se deterioró, Guadalupe se dedicó a cuidarla.

Israel es el protegido, el más joven. Nacido en 1970, vivió con su familia en Iztapalapa y en Pedregal de Carrasco, cerca de Perisur, donde cursó la secundaria. Empezó a trabajar apenas cumplió catorce años. Tuvo una trayectoria profesional algo caótica. Trabajó como vendedor para Bardahl, una empresa de lubricantes de autos; en Casa Domecq, una multinacional de bebidas alcohólicas; en Pepsi-Cola como supervisor y luego gerente de ventas, y para una cadena de restaurantes. En 1994 vivió su primer fracaso matrimonial. Luego conoció a Claudia, se casó con ella y la siguió a Guadalajara. En 1998 tuvo unos gemelos: Israel y Brenda. Siempre se entusiasmaba por nuevos negocios: se inició en los bienes raíces y montó una clínica de estética, especializada en depilación láser y tratamientos corporales. Cuando se separó de Claudia, regresó al Distrito Federal, viajando frecuentemente a Guadalajara. Retomó una vieja tradición familiar: la compraventa de autos usados. Los últimos dos años antes de su detención vivió en el rancho Las Chinitas, pagando una renta mensual de cuatro mil pesos. «No era un sitio ostentoso. Le gustaba porque tenía ese jardín donde se podían organizar reuniones con la familia. A Israel le atraían los negocios pero no el dinero», dice Guadalupe. En el verano de 2004 un amigo francés, Sébastien Cassez, que le había vendido algunos aparatos para la clínica estética, le presentó a su hermana, Florence, de veintinueve años. En su libro, A la sombra de mi vida, publicado en 2011, ella describe a Israel como «atento» y «encantador». La familia veía con buen ojo esta relación, seducidos por el desparpajo de la joven francesa que había elegido vivir en México para evadir la atmósfera gris del norte de Francia.

«Ella siempre me decía: ‘¡Me voy a llevar a su hijo a Francia! —recuerda Jorge, el padre de Israel—. Yo me reía. La verdad es que a Israel le habría gustado irse para allá con ella». Estaba feliz y enamorado. «Eran los familiares ideales: siempre de buen humor, siempre bromistas», se acuerda Jorge, el hermano de Israel. Cuando los padres de Florence visitaron a su hija en México se quedaron en el Rancho Las Chinitas, donde Israel les ofreció una calurosa acogida. Sin embargo, la relación estuvo marcada por rupturas y reencuentros. Florence se cansó de la actitud celosa, posesiva y, a veces, brusca de Israel, según relata en su libro. Él la quería a su lado, pero ella se le escapó. En el verano de 2005 regresó a Francia. Pero no encontró su lugar; extrañaba México. Finalmente, aceptó la propuesta de Israel, en el otoño de 2005, de instalarse en el rancho mientras encontraba un empleo y un sitio propio para vivir.

Poco antes de su arresto, la pareja se fue de viaje a Veracruz con los padres de Israel. Luego, la familia Vallarta se juntó para celebrar el cumpleaños de Florence. En los días previos a su detención, Jorge, el hermano mayor, pasó tiempo con la pareja. Se fue de compras con Florence. «Israel me pidió que me ocupara de ella cuando visitaba a su familia en Guadalajara». Jorge estuvo en el rancho el día 7, cuando supuestamente tenían personas secuestradas. Israel pensaba que había recuperado a Florence. Sin embargo, ella dice que se habían alejado. Cuando los detuvieron, ella estaba a punto de mudarse a un departamento de la Zona Rosa, en el centro de la ciudad de México. El carácter tormentoso de Israel habría sido la causa de esta separación. «Florence es una persona de carácter y nunca habría permitido que Israel fuera violento con ella. Habría dejado de verlo —dice Guadalupe—. De la misma forma, si ella hubiera visto a Israel cometer algún delito, lo habría denunciado. De eso estoy totalmente segura. Son inocentes».

Después de su detención, Israel Vallarta se enzarzó en una rocambolesca confesión. Declaró que había conocido a alguien llamado Salustio tres años atrás y que éste le «invitó a participar en un secuestro», como si se tratará de una cosa cualquiera. Vallarta describe a continuación una serie de personajes con los que colaboró en distintos plagios entre 2002 y 2005. Cuando concluyó su periodo de arraigo, a principios de marzo de 2006, Israel se negó a reconocer esta declaración, alegando que fue obligado a firmar hojas en blanco mientras lo torturaban. El doctor Gerardo Montfort Ramírez, de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, examinó a Israel el 12 de diciembre y acreditó las torturas que éste padeció en un sótano de la SIEDO. Describe diferentes tipos de lesiones en el cuerpo del agraviado y múltiples quemaduras «compatibles con lesiones producidas con un objeto transmisor de corriente eléctrica».

Los maltratos ya habían quedado demostrados frente a las cámaras de televisión el 9 de diciembre. Los agentes de la AFI lo golpeaban para que confesara ser un secuestrador. Como se resistía a cooperar, tuvieron que repetir tres veces las tomas y el reportero de Televisa, Pablo Reinah, se enfureció y lo golpeó para obligarlo a actuar según el guión previsto, como lo relató Israel a su familia.

Un estudio detallado del expediente de Israel lleva a pensar que, en el momento de su detención, cuando manejaba en dirección a la ciudad de México al mediodía del 8 de diciembre, no había personas secuestradas en su rancho. La AFI no detuvo a ningún secuestrador encargado de vigilar a los plagiados en ausencia de Israel y Florence, ni tampoco ofreció un relato coherente del rescate. Durante la grabación televisiva, Cristina Ríos, la mujer secuestrada con su hijo Christian, les gritaba a los policías: «¡No les peguen a ellos! ¡No hicieron nada!», cada vez que levantaban la mano sobre la pareja. En cuanto a Ezequiel Elizalde, el tercer secuestrado, Israel identifica su voz como la de una persona a la que estaban torturando junto a él en la SIEDO el día anterior. Vallarta relata, en su declaración de marzo de 2006, que escuchó a Ezequiel decir que «se había autosecuestrado porque necesitaba dinero».

Desde los primeros días, Israel entendió que un conocido suyo había organizado su detención. «Te pasaste de verga con un cabrón muy pesado», le decían los agentes a Israel mientras lo estaban golpeando. A este personaje, Vallarta lo identifica como Eduardo Margolis Sobol, un empresario de Polanco, especializado en el ramo de la seguridad, que hizo negocios con Sébastien Cassez. Todo terminó en un pleito por dinero. Margolis habría amenazado a Sébastien con secuestrar a su esposa y sus hijos. Israel quiso intervenir para defender a su amigo. Fue a ver a Margolis a su oficina, la discusión se calentó y acabó en jaloneos y golpes. Algunos meses después, Vallarta estaba detenido. Israel afirma en sus declaraciones que vio a Margolis en la SIEDO los días 8 y 9 de diciembre, urdiendo el montaje televisivo con Luis Cárdenas Palomino, director general de Investigación Policial de la AFI, y el ministerio público federal Alejandro Fernández Medrano. El 10 de diciembre por la mañana, en el centro de arraigo, un hombre se acercó a Israel, lo golpeó con los puños y los pies y le dijo: «Te manda los buenos días tu judío favorito. Ya sabes que si hablas se mueren tú y toda tu familia».

La banda del Zodiaco sería una grupo ideado para hacer verosímil la acusación contra Israel y Florence como líderes de una banda de secuestradores, motivada por la venganza de Eduardo Margolis, muy cercano a Genaro García Luna, director de la AFI en esta época y posteriormente secretario de Seguridad Pública en el gobierno de Felipe Calderón. Para esclarecer esta versión, cuatro corresponsales de la prensa francesa nos entrevistamos con Eduardo Margolis en mayo de 2009. Nos explicó que estaba involucrado en la resolución de secuestros al servicio de la comunidad judía de Polanco. Negó su implicación en el montaje pero trató de convencernos de la existencia de la banda de los Zodiaco. Afirma que Israel llevaba las negociaciones telefónicas con los familiares de las víctimas. Pero el peritaje de foniatría realizado en junio de 2006 determina que no se trata de la voz de Israel. El nombre de Margolis figura en los registros de entrada de la SIEDO el 9 de diciembre de 2005. Lo justificó diciendo que iba a vender un coche blindado a un funcionario.

Israel no se atrevió a denunciar el montaje y la tortura en su contra mientras estaba arraigado, a merced de quienes amenazaban con matar a su familia. Florence Cassez adoptó una línea de defensa más directa.

El 5 de febrero de 2006 la francesa llamó al programa de Televisa Punto de Partida, en el que la periodista Denise Maerker tenía como invitado a Genaro García Luna, para denunciar el montaje de su detención. A raíz de esta intervención, las autoridades maniobraron para reforzar las acusaciones contra los dos supuestos líderes de la banda de los Zodiaco: Cristina Ríos, la víctima que se había negado a identificarlos como sus secuestradores, empezó a incriminarlos.

Convencida de que las acusaciones en su contra eran un malentendido y que iba a ser liberada, Florence pidió ser sentenciada a la mayor brevedad. A principios de 2007, bajo la recomendación de su abogado, Horacio García Vallejo, la francesa separó su causa penal de la de Israel. Florence había empezado a sospechar de Israel y de Guadalupe porque unas guardias de la cárcel de Santa Martha le habían dicho que la hermana de su ex novio formaba parte de una banda de secuestradores de Iztapalapa. La hermana y la madre de su ex novio la visitaban con cierta regularidad en la cárcel para tratar de compensar el hecho de que no tenía a su familia cerca. De un día para otro, la francesa selló su ruptura con la familia Vallarta al negarse a recibirlas.

En abril de 2008, Florence fue condenada a noventa y seis años de prisión. Bajo la batuta de Frank Berton, un conocido abogado francés que tomó su caso, se puso en marcha una estrategia en los medios para denunciar la «farsa judicial». Se le asoció otro prestigioso abogado mexicano, Agustín Acosta. Florence contó a partir de ahí con un apoyo clave en Nicolas Sarkozy, el presidente francés en turno. Este apoyo desembocaría en un conflicto diplomático descomunal cuando la condena de Florence fue confirmada en segunda instancia en marzo de 2009 y cuando se le negó el amparo en febrero de 2011. Acosta decidió llevar su caso ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, alegando violaciones de sus derechos.

En una carta que nos envió en mayo de 2009 a tres corresponsales de la prensa francesa, Israel se muestra crítico hacia la actitud de Florence: «(Fue un) error grandísimo de Flo poner al descubierto el montaje en un tiempo que no era el adecuado, mientras estábamos arraigados, y luego, por recomendación, separar su causa de la mía, no presentar pruebas y pedir que la sentenciaran sin escucharme en una de las cientos de veces que intenté convencerla de buscar otras opiniones, de preferencia en su embajada. ¡Hoy los errores duelen! Y mi carga se volvió más pesada por buscar demostrar la inocencia de ambos».

A lo largo de los ocho años que ha pasado detrás de las rejas sin sentencia, Israel presentó centenares de pruebas a su favor. De 2008 a 2009 confió su defensa al abogado Alejandro Cortés Gaona. Cuando su proceso se estancó, decidió defenderse a sí mismo y luego aceptar un abogado de oficio que lo acompaña desde entonces.

En enero de 2009 se ordenó su traslado al penal de alta seguridad del Altiplano, en el Estado de México, alegando que se trataba de un individuo de alta peligrosidad, a pesar de sus constantes informes de buena conducta. En 2010, a medida que la prensa investigaba el caso y que la versión oficial sobre la banda de secuestradores se debilitaba, se le añadió otra víctima a Israel: un tal Shlomo Segal, secuestrado siete años antes.

En marzo de 2011 se le concedió un cambio de juzgado para que no tuviera que enfrentarse a la juez Olga Sánchez, que había sentenciado a Cassez y que negaba todas sus solicitudes de pruebas «por frívolas e improcedentes». Su expediente recayó en manos de un juez de Toluca. Se le abrió entonces la oportunidad de defenderse.

Guadalupe Vallarta se dio a la tarea de buscar a todos los testigos posibles que pudieran aportar pruebas de la inocencia de Israel. «Algunos se presentaron, pero otros no porque fueron amenazados por los federales», dice. Ángel Olmos Morán y Alma Delia Morales siempre tuvieron la llave del rancho, cercano a su pequeño restaurante de comida corrida en Topilejo. Ángel cortaba el pasto en casa de Israel y éste les dejaba usar el jardín para sus «pachangas». «Cualquier día entrábamos ahí», cuenta la pareja, sentada en su restaurante al borde de la carretera. Unos días antes del montaje, Ángel guardó sus herramientas en la cabaña. «Ahí no había nada». En tres ocasiones fueron a repetir su testimonio en el juzgado. Otra vecina, Mónica, observó la noche del 8 de diciembre cómo los agentes de la AFI entraban al rancho y acomodaban muebles, antes de que llegarán los reporteros. En el juzgado, en 2006, estos testimonios irritaron a Luis Cárdenas Palomino, el mando de la AFI que se ve guiando a los reporteros en las imágenes. Se acercó a Ángel y lo amenazó: «Podemos meter a más gente en la banda». Ángel y Alma no cedieron: «Decimos la verdad y seguiremos diciéndola cada vez que se nos pregunte». Guadalupe Vallarta describe la actitud de los federales durante estas audiencias: «Eran muy prepotentes, amenazaban a los testigos con detenerlos, nos hacían groserías con la mano y nos seguían en la calle. Para evitar eso, Israel pidió a la juez que asistiera a las audiencias, pero se negó».

En aquella época, Guadalupe sintió que la cercaban. Una de las víctimas mencionó un mechón de pelo rubio que salía del pasamontañas de la mujer secuestradora. En las audiencias hubo quien dijo que esta descripción cuadraba más con Guadalupe que con Florence. La mujer estaba en riesgo de ser detenida. «Me dolió, pero me pareció tan incoherente que iba a quedar en evidencia que todo esto no era más que un grotesco montaje».

Guadalupe trataba de luchar con la cabeza fría; escarbaba en los expedientes, detectaba contradicciones, pistas e hipótesis. «Nunca se imaginaron que íbamos a luchar tanto. Pensaban que nos íbamos a quedar callados —como represalia, la AFI intentó involucrar a Alejandro Mejía Guevara, un hombre con el que Guadalupe había sostenido una relación años atrás—. Se armó toda una película, pero en realidad no existe ninguna investigación coherente. Es solamente después de la detención de Israel que fabricaron pruebas para implicar a personas en la banda y para justificar cómo llegó la AFI al rancho».

A propósito del testimonio de Valeria Cheja, la joven que a principios de diciembre de 2005 habría llevado a la AFI hasta Israel Vallarta. Guadaulpe dice: «La utilizaron para señalar a Israel, haciendo creer que lo había reconocido por casualidad en la calle y lo había identificado como su secuestrador». Israel demostró que se encontraba en Guadalajara en la fecha del secuestro de Valeria, en agosto, y que no llevaba barba, como la afirmaba la joven, aportando como evidencia la solicitud de visa que hizo ese día en el consulado de Estados Unidos de aquella ciudad. Sin embargo, se atribuyeron éste y otros plagios, que casualmente se encargaba de resolver Eduardo Margolis, a la banda presuntamente liderada por Vallarta.

Otra pista lleva a los hermanos José Fernando y Marco Antonio Rueda Cacho. En sus primeras declaraciones, varias víctimas los acusan, sin mencionar a Israel y Florence. Al inicio de la investigación, se emitieron órdenes de captura contra ellos pero nunca fueron ejecutadas. En entrevista, un ex policía que investigó a la supuesta banda de los Zodiaco considera que ésta no existe y que los Rueda Cacho están detrás de algunos de estos secuestros: «Son los reyes de la delincuencia en Iztapalapa. En su casa tienen quince líneas telefónicas. Pero están protegidos».

Según la versión oficial, la banda del Zodiaco estaba solamente conformada por Israel y Florence, pero las incongruencias de la investigación salieron a la luz y la presión diplomática de Francia llegó a su apogeo en 2009: un juez había ratificado la condena de Florence Cassez, el presidente Nicolas Sarkozy visitó México en marzo de ese año y solicitó con insistencia su traslado a Francia, invocando el Tratado de Estrasburgo, que le permitiría purgar su pena ahí.

«Es exactamente en ese momento que empezaron a vigilarnos. Se apostaban delante de la casa», cuenta Yolanda, la segunda de los nueve hermanos Vallarta. Vivía entonces en Iztapalapa, en casa de Guadalupe, con su hijo Juan Carlos. El hijo de René, del mismo nombre, se acuerda de esta época: «Entraban policías al taller mecánico de mi papá y se hacían pasar por clientes. Inocentemente, mi papá decía que no les tenía miedo, que no se escondería porque no había hecho nada».

El 9 de mayo, hombres encapuchados vestidos de negro y otros de civil, que llegaron a bordo de camionetas sin placas, irrumpieron en el taller de René, de cincuenta y cuatro años, y se lo llevaron a él y a dos de sus sobrinos, Juan Carlos y Alejandro Cortés Vallarta, hoy de 40 y 38 años. A Jorge, el padre, que estaba presente, le apuntaron con un arma. A Gloria, la madre, en ese momento de setenta y seis años, la obligaron a levantarse la falda hasta la cabeza para impedirle presenciar  la escena. «Funcionarios corruptos ya están cumpliendo sus amenazas de involucrar a familiares míos por el solo hecho de defenderme», escribió Israel en la carta que nos envió justo después de esta captura.

David Orozco, un testigo que afirma haber sido torturado, declaró que ellos participaban en secuestros junto con Israel y Florence. Las víctimas los incriminaron. Cristina Ríos los acusó de haberla violado en múltiples ocasiones. Sin embargo, estos familiares de Israel nunca se escondieron y siempre estuvieron presentes en las audiencias del juicio, donde las víctimas no los señalaron.

Admitiendo las contradicciones, un juez anuló en 2011 los testimonios de Cristina Ríos y su hijo Christian, pero los acusados permanecen presos por el secuestro de Ezequiel, en el penal de alta seguridad de Tepic, Nayarit.

Apoyándose en este rebote del caso, Felipe Calderón rechazó el traslado de Florence a Francia. Más que por los roces diplomáticos, el presidente mexicano estaba preocupado por sacar un beneficio electoral de esta decisión en las elecciones para el Congreso de julio de 2009.

En 2011, la familia quedó devastada por la muerte de la señora Gloria. Era muy activa en la defensa de sus hijos y nietos, acudiendo a todas las instancias oficiales para denunciar los atropellos, torturas y amenazas.

Cuando la Suprema Corte analizaba la posible liberación de Florence, en abril de 2012, surgió otro golpe. Mario, hermano de Israel, de cuarenta y ocho años, y Sergio Cortés Vallarta, otro sobrino, de treinta y cuatro, fueron detenidos y llevados al penal de alta seguridad de Puente Grande, en Guadalajara. En esa época todos los medios de comunicación publicaron una declaración de Mario donde confesaba ser parte de la banda en compañía de Florence e Israel. Esta declaración no existe, no figura en el expediente. Los dos están acusados de haber cometido secuestros distintos a los demás detenidos. Se identifica a Mario como líder de la organización, cuando ya se había atribuido este papel a Israel, Florence y, después, a René. También llama la atención que se acuse a los dos hermanos de Israel que se sentaron frente a la SIEDO en 2005 a la espera de noticias de su familiar detenido.

La familia Vallarta suma, entre todos, veinticinco años cumplidos en la cárcel. Lo dictámenes médicos de la PGR demuestran que los seis fueron torturados. A tres de ellos, René, Juan Carlos y Alejandro, se les practicó el Protocolo de Estambul, que estableció un trauma relacionado con las torturas. Guadalupe se acuerda de su hermano Mario: «Cuando lo vi al día siguiente de su detención tenía la espalda en carne viva y se convulsionaba. Le rompieron el tímpano. Se negó a ser llevado al hospital porque los policías le habían dicho que, a veces, se iban de la mano con la anestesia». En febrero de 2007 habían soltado un perro en la celda de Israel. Las mordeduras fueron profundas pero se le negó la atención médica. Fue un castigo por haber denunciado las amenazas y los maltratos previos. Cuando trataba de comunicarse con periodistas, lo castigaban privándole de visitas y llamadas telefónicas durante varios meses.

En mayo de 2009, en entrevista, Luis Cárdenas Palomino negó tajantemente la existencia del informe de la CNDH que acreditaba la tortura a Israel: «No hay ninguna tortura demostrada. ¡Ninguna, ninguna, ninguna!». En las imágenes de televisión se aprecia al mismo policía apretando el cuello de Vallarta, que se retuerce de dolor, para obligarlo a confesar los secuestros delante de los reporteros.

Alejandro y Juan Carlos Cortés Vallarta están a la espera de una sentencia por el secuestro de Ezequiel. Sus expedientes están repletos de cartas de recomendación de sus antiguos empleadores, demostrando que no tienen un perfil criminal. El primero estaba en Akumal, Quintana Roo, en octubre de 2005, en el momento del plagio. Trabajaba en la construcción de un hotel, como lo acreditó la inspección judicial que se trasladó a la Riviera Maya. Cuando lo detuvieron, en 2009, su esposa, Ana Irma Luna, estaba embarazada: «Tuve una crisis tan grave que el parto se adelantó». Juan Carlos es abogado y, en el momento del secuestro de Ezequiel, trabajaba para el Grupo Plateros, que organiza eventos para el gobierno. Para Yolanda, la detención de su tercer hijo, Sergio, fue el tiro de gracia: «En el juzgado, los policías se burlan, me dicen que si Alejandro y Juan Carlos son liberados, todavía les quedará Sergio».

El escarnio de la justicia ha llegado para los Vallarta hasta el extremo de tener que asegurar su propia defensa después del cúmulo de timos y abusos a los que les sometieron abogados convencidos de lucrarse defendiendo a unos prósperos secuestradores. Cuando agotaron sus recursos económicos, incluso después de vender sus bienes, y cuando sus defensores desertaron, decepcionados por la poca fortuna que habían acumulado sus clientes, se les asignó abogados de oficio. René es el único que conserva, al día de hoy, un abogado particular. «Florence tuvo el apoyo de su gobierno. ¿A nosotros quién nos ayuda?», dice su hijo, desesperado.

La banda de los Zodiaco parece una organización ficticia que las autoridades fueron acomodando según su conveniencia. En su carta a los medios de comunicación, Israel afirma que estas autoridades «son la verdadera delincuencia organizada con placa, que en los últimos años ha dañado tanto a México».

La decisión de la Suprema Corte de liberar a Florence provocó una gran emoción en el seno de la familia Vallarta; Israel se sintió muy feliz por ella y tiene la convicción de que la resolución le va a beneficiar también algún día.

Pero algunas personas no desisten en incriminarlos. En el semanario Proceso del 19 de enero de — se publica una entrevista con Florence, donde ella cita extractos de una conversación telefónica que mantuvo con Eduardo Margolis después de su liberación. El cerebro del montaje habría acusado a los Vallarta de ser una «familia de secuestradores». Guadalupe contesta: «Son falacias que surgen siete años después de que compareció en las audiencias, donde nunca dijo nada en ese sentido. Lo que nosotros tenemos son pruebas con fundamento, con valor jurídico. Este hombre puede decir miles de cosas, no dejarán de ser puras declaraciones insustanciales. Si Israel fuera culpable, no tendría pruebas que presentar y ya habría pedido sentencia».

En Francia, la prensa lo sentenció, diciendo que Florence se había enamorado de «la persona equivocada».

Sin embargo, esta «persona equivocada» todavía tiene la oportunidad de demostrar su inocencia.

 

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