El siglo de Tin Tan
Germán Valdés «Tin Tan» se convirtió en uno de los cómicos más célebres del cine mexicano. Su fama nació en la radio fronteriza de Ciudad Juárez, pasó a los teatros de revista y llegó a la Ciudad de México cautivando con ese pachuco que mataba de risa en las salas de cine de los cuarenta. Era un artista completo: bailaba, cantaba y hacía comedia. Hablaba «spanglish» antes de que se concibiera el término.
El cómico de bigote recortado a lo Clark Gable y peinadito de lado, de ojos verdes y carisma inigualable, llegó de Ciudad Juárez interpretando a ese pachuco desenfadado que hablaba «spanglish», mientras actuaba, bailaba y cantaba como nadie. Se llamaba Tin Tan. En el cartel publicitario de su película Calabacitas tiernas (¡ay qué bonitas piernas!) en el diario Novedades del 25 de febrero de 1949, rezaba la leyenda: «¡moderna, musical, incomparable! ¡la mejor y más graciosa interpretación del gran cómico Tin Tan!». Se estrenaba entonces en el cine Alameda, a cuatro pesos la entrada, al mismo tiempo que Salón México en el cine Orfeón, y El comisario en turno en su tercera semana en el Mariscala. En esta película, Tin Tan se hace pasar por un exitoso empresario que monta un espectáculo de teatro de revista, junto a un desfile de sensuales piernas que escandalizaron a los conservadores de la época. Él canta a dueto con la brasileña Rosina Pagá al ritmo de la samba, sigue hipnotizado el son cubano de Amalia Aguilar y, finalmente, vestido de traje y moño, baila un espectacular swing a cuadro con Rosita Quintana, quien interpreta a una sirvienta rezongona con acento de barrio, vestida con uniforme de mucama francesa y semejantes tacones de pulsera: a cada giro que le hace dar Tin Tan, su falda revela monumentales piernas.
—Ese brodito, ¿qué haciendo?—pregunta el dependiente de una tintorería que los mira.
—¡Aquí nomás, pastoreando un gallo!— responde el cómico.
—¡Olé, olé!
Eran los tiempos de una capital mexicana convertida en el centro de una boyante cinematografía, la época de oro del cine mexicano: del charro cantor, el truculento melodrama de jóvenes descarriados, mujeres de vida galante o campiranas devotas. Según Emilio García Riera en Historia documental del cine mexicano, en ese 1949 se estrenaron 108 películas nacionales, a un ritmo hoy inalcanzable, cuando cineastas como Ismael Rodríguez o Gilberto Martínez Solares muchas veces filmaban más de una cinta al mismo tiempo.
En ese mismo Novedades, se anunciaban los almacenes Salinas y Rocha, los electrodomésticos Kenmore con batidoras de tres velocidades, y las lavadoras Bendix que «se pagan por sí solas» y con las que «millones de amas de casa han quedado satisfechas». Anuncios dirigidos a ese público femenino que caía desbordado ante el encanto de este actor que hizo famosa la canción «Bonita» de Luis Alcaraz al cantársela al oído a Meche Barba, que sorprendió con esas muecas, gags inteligentísimos y voz melódica que lo llevaron de la radio a los teatros y, de ahí, al cine. Hoy posee el record de haber besado más mujeres en toda la historia del cine nacional. Trabajó con despampanantes y curvilíneas actrices que caían bajo el encanto de sus besos. Tin Tan era el pícaro de buen corazón que se metía en todo tipo de enredos, con una torpeza que fascinaba, donde el gesto, el lenguaje y el carisma eran sus principales armas.
CONTINUAR LEYENDO—En el barrio, las muchachas me dicen «el Griego», por el perfil, uso muy buena garra; pero los muchachos a mí me dicen Tin Tan porque en mí todo es música— se presenta en Músico, poeta y loco.
Germán Valdés Tin Tan falleció el 29 de junio de 1973. A su entierro en el Panteón Jardín, en el lote de la Asociación Nacional de Actores (ANDA), al sur de la Ciudad de México, asistió un tumulto de personas. «La desaparición de Tin Tan es el crepúsculo de una generación de cómicos surgidos en el teatro de revista», apuntó El Heraldo.
Este próximo 19 de septiembre de 2015, el actor cumpliría cien años: el centenario de un icono que dejó un legado de 106 películas; que se adelantó a su tiempo, al usar un singular caló que modificaba vocablos del castellano como «guatjapen», «wuachar», «jeiriquiada», «estrict», «tacuche», entre muchas otras, anunciando la influencia norteamericana. «Calmantes montes y ya lo veredas tropicales» y «¡Cuántos carnívoros nos andan wacheando!», son algunas de sus frases memorables.
Al preguntarle a Jorge Sánchez, actual director del Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE), qué tiene planeado para celebrar este centenario, declaró: «No resulta fácil evaluar el pasado. Este centenario nos pone a pensar en que tenemos una historia de cine muy diversa, con personajes tan surrealistas como Tin Tan. Digamos que nos uniremos a lo que haya como homenaje. Por nuestra parte, ya lo celebramos en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara en 2008», dice. Hoy, 42 años después de su muerte, Tin Tan es una marca registrada, de la que son dueños su tercera esposa y viuda Rosalía Julián y sus hijos Rosalía y Carlos Valdés. Cuesta más de 25 mil pesos llevar una fotografía suya en portada de una publicación nacional. Después de los centenarios que el gobierno celebró de Octavio Paz y Efraín Huerta, la oficina de comunicación y prensa del Conaculta, instancia administrativa encargada de la difusión, promoción y producción de las artes en México, no tiene aún respuesta sobre cómo se celebrará este aniversario.
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«Tin Tan es el espíritu más contemporáneo y pertinente. De todos los arquetipos del cine mexicano, es el que menos ha envejecido. Mientras Cantinflas se agotaba, Tin Tan representaba un espíritu adelantándose a su tiempo, apropiándose de la música y los códigos culturales. Que el mérito no fue sólo suyo, sino de un argumentista, un director y un equipo de actores — su «carnal» Marcelo Chávez, Fannie Kaufman «Vitola», José René Ruíz «Tun Tun» y Wolf Ruvinskis, entre otros—, con los que supo armar equipo y hacerlos lucir. Es un personaje que fue explotado o se explotó a sí mismo. Aún así, a cien años de su natalicio, se siente todavía vigente», dice el crítico de cine del diario Reforma, Ernesto Diezmartínez.
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Es una tarde calurosa de abril de 2015. En un departamento de la calle San Luis Potosí en la colonia Roma de la Ciudad de México, suena un partido amistoso de futbol entre México y Estados Unidos. Ahí está el actor Antonio «el Ratón» Valdés con su esposa Paulina. Es un hombre de 87 años, vestido de pantalón oscuro y camisa azul de cuadros. Él es el penúltimo de nueve hermanos de la familia Valdés Castillo, de la que provienen el mítico Tin Tan, Manuel «el Loco» Valdés —cómico de la televisión de los setenta— y Ramón Valdés —quien personificó a «Don Ramón» en El chavo del 8—. Hoy su extensa familia tiene alrededor de seis sobrinos de distintas edades que llevan el nombre homónimo de Germán Valdés. Incluso un nieto actor de Tin Tan debutó en Paradas continuas, película de 2009, bajo el nombre de Germán Valdés III.
—Siéntate junto a mí… ¡con confianza, hombre!— dice Antonio Valdés, sin dejar de mirar el futbol.
Con la voz ronquísima, después de varios días enfermo, en esta sala con sillones naranja, rodeado de revistas, macetas y el sonar de un refrigerador, Antonio Valdés ha aceptado esta entrevista sobre su desaparecido hermano. Aunque él no tuvo una meteórica carrera como Germán Valdés, sus inicios como actor datan de los tiempos de la mejor época de Tin Tan, cuando era su standing en los sets de filmación: lo tomaban de espaldas cuando su hermano llegaba tarde a los estudios; y cuando éste aparecía, sólo se escuchaba ese grito agudo de «¡listoooooos!».
En YouTube se encuentra un video donde los hermanos están bailando el mambo Dónde estás tú de Beny Moré, en una escena de la película El revoltoso. Ahí se tenía planeado que Tin Tan estuviera en escena con dos bailarines profesionales. Sin embargo uno enfermó. Le pidieron a su hermano menor, Antonio, que se aprendiera la coreografía en medio día. Lo hizo y de inmediato le pusieron un smoking y corrieron cámara. Tin Tan lo incluyó después como bailarín de sus shows en teatros y cabarets. Lo mismo hizo con sus otros hermanos, Ramón y Manuel: darles pequeños papeles en la pantalla. Todos ellos tenían madera nata para «la artisteada».
—Pues a ver, lánzate con las preguntas. Con la voz que traigo la tengo difícil, pero haremos lo posible. ¡Arráncate!— dice, mientras su esposa sirve un par de vasos con agua de mango. Luego, apaga la televisión.
Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo nació el 19 de septiembre de 1915, en una vecindad de la avenida Hidalgo, donde ahora se encuentra el Hotel de Cortés. Hijo de un agente aduanal, Rafael Valdés y de Guadalupe Castillo, ama de casa, vivió sus primeros años en la capital mexicana, para después irse a vivir a Piedras Negras, luego a Veracruz y de ahí a Ciudad Juárez, debido al empleo de su papá. Antonio asegura que él y sus hermanos vienen de un milagro. Su abuela Ángela —de ascendencia italiana y a quien todos llamaban mamagüela— casada con un gerente del Palacio de Hierro, tuvo gemelos cuatro veces, o sea ocho partos, y luego cuatro hijos más, o sea doce: todos murieron al poco de nacidos, menos Rafael, su papá.
—Como sólo él sobrevivió, ya no sabían ni cómo cuidar al escuincle, ¡lo tenían entre algodones! Mi papá crece y localiza a mi mamá, Lupita, en Aguascalientes. Él se encaprichó como fuera, se enredó como fuere, se casaron y ¡de ahí viene la banda de los nueve hermanos! Nació primero Rafael que fue contador, enseguida Germán, Pedro que fue locutor en Los Ángeles, «don Ramón», Armando, contador también, y luego los chicos: Cristóbal, «el Loco» y yo. Guadalupe «la Nena» es la única mujer, tiene 97 años y todavía brinca el lazo.
Rafael Valdés era sumamente trabajador y religioso; el «Diosito santo» se lo metió en la cabeza a todos. En cambio, Guadalupe Castillo era de carácter fuerte, controlaba esa enorme mesa de nueve hijos, entre gritos, a la hora del desayuno. Su hijo asegura que tenía un buenísimo sentido del humor, que heredaron todos.
—Muy sana, paría y paría hijos, ¡parecíamos pollitos!
Cuando había relajo en casa, su papá nomás se tapaba los oídos. «¡Lupe, encárgate de esta bola de monos, que no los aguanto!», gritaba. Así pasaban la vida, asegura. A Ciudad Juárez, una ya inquietante frontera en 1927, llegaron a vivir a la Calle del Zarco, frente a un diner.
—Como viajábamos tanto, ahí íbamos todos a empacar siempre, con los muebles de un lado a otro. Por eso, Pedro nació en Piedras Negras, Manuel en Juárez y el resto acá.
—¿No era cansado estarse mudando a cada rato?
—¡Si por eso fuimos bien burros para la escuela! Perdíamos el año por estarnos cambiando, íbamos a exámenes y de pronto ¡pum! a irnos para otro lado.
En una entrevista de Tin Tan para Excélsior en 1962, declaró que: «en el D.F. sólo tuve tiempo de estudiar la primaria en el colegio Justo Sierra. En Ciudad Juárez estudié la secundaria. Y hasta ahí se acabó mi erudición, pues tuve que entrar a trabajar con un individuo que masticaba requetebién el inglés. Tuve que aprender el idioma de Chaplin por necesidad». Tenía 16 años y empezó a trabajar como guía de turistas; luego fue ayudante de sastre y en la Compañía de Luz aprendió a poner «diablitos» para ganarse un dinero extra.
—Mi mamá nos llevaba al otro lado en tranvía. El policía gringo se subía y ya nos conocía, hey, how are you!, decía. El inglés se hablaba en Juárez para jalar billete. Pasábamos al otro lado a comprar ropa, calcetines, lo que fuera bueno, los chocolates Kisses. Cuando no íbamos con ella, nos quedábamos abajo del puente del lado mexicano a esperarla. Nos traía dulces, Milky Ways, el gabacho nos parecía muy bonito.
—Cruzar la frontera era todo un acontecimiento.
—Lo era, carnalito.
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A mediados de los años treinta, Germán Valdés se escapaba «al otro lado» y se iba a El Paso, donde miraba atónito la rebeldía de los jóvenes chicanos que usaban el zoot suit contestatario: el traje con pantalón holgado ceñido de la cintura y los tobillos, saco con solapas grandes, un sombrero italiano con una pluma, tirantes y zapatos bicolor. Era un símbolo —de quienes llamaban despectivamente «pachucos»— contra el establishment, muchas veces asociados a bandas de gánsteres y extravagante vida nocturna. Él captó modismos y el tufo bilingüe de la frontera.
De acuerdo a su biógrafo Rafael Aviña en su libro Aquí está su pachucote ¡Nooo!, Germán solía reunirse con los llamados «tirilones de la Coyotera», que eran los pachucos de Ciudad Juárez, «que arrancaban las antenas de los automóviles para fabricarse sus escupets, balas que lanzaban con ligas». Ahí comenzó a encontrarle gusto al swing, boogie-woogie y mambo.
Como no sentaba cabeza, su padre le pidió ayuda a su amigo Pedro Meneses Hoyos, promotor de la radio fronteriza, para que le diera trabajo en su estación. Logró entrar a la XEJ pegando etiquetas a los discos de 78 revoluciones que se escuchaban. Un día, harto de poner la lengua en los adheribles, encontró a un perro callejero al que le dio las etiquetas para que las fuera lamiendo y lamiendo, y así pegarlas. Tin Tan declaró a Excélsior en 1962: «Me la pasaba haciendo el aseo y sintiéndome cantante. Cuando terminaba las transmisiones, me colocaba muy serio ante el micrófono de la radio de la frontera y cantaba como desesperado… hasta me parecía escuchar aplausos al terminar mis interpretaciones. Un día bendito, se estropeó el micrófono. Lo arreglaron y el señor Meneses ordenó que se probara […]. Entonces empecé a cantar imitando a Agustín Lara. El señor Meneses creyó que se trataba de un disco del jarocho. Y nada, era yo haciendo mis ‘payasadas‘«.
A sus 19 años lo incluyeron como locutor; anunciaba comerciales en inglés y español, por su versatilidad con el micrófono. Interpretaba canciones del momento de Toña la Negra, Agustín Lara y Juan Arvizu, pero su personalidad era tan divertida que le era fácil pasar a la parodia. Hacía sketches, imitaba e transformaba canciones en chistes. Germán Valdés comienza a mezclar su español con el inglés —antes de que se concibiera el «spanglish»–, y ahí es cuando crea este personaje singular: un pachuco de nombre Topillo Tapas, el primer antecedente de Tin Tan.
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—Cuando mi hermano comenzó a trabajar en la XEJ, se compra un Ford del año 28. ¡Todas las mañanas el desgraciado nos despertaba a almohadazos porque con la nieve, en invierno, no podía sacar su carcacha! Teníamos que empujarlo duro y duro hasta que arrancara recuerda Antonio «el Ratón» Valdés.
Es una noche de abril de 2015. En una segunda entrevista con el hermano que sobrevive a Tin Tan, ahí en su casa entre lámparas encendidas, un sinfín de fotos familiares se alcanzan a ver colgadas en las paredes: los hermanos Valdés vestidos con traje de marinero durante su primera comunión; la mamagüela Ángela; Tin Tan en El rey del barrio junto a su hermano Ramón; imágenes de la gira del show Puro loco donde él participó en canal 13 a finales de los noventa; Antonio junto a sus hijos Germán y Lluvia, y todos sus nietos; además de dos enormes caricaturas de Tin Tan y el Loco Valdés, por José Luis Carreño.
—¿Quieres agua o algo más fuerte? ¿Un roncito? Porque el calor está muy fuerte, mano—dice el actor quien hoy vive retirado de los escenarios.
Enseguida muestra una fotografía dónde aparece junto a sus tres hermanos actores, cuando jugaron futbol vistiendo el uniforme de los Loros de la ANDA en un partido contra periodistas, en los años sesenta.
—¿A Tin Tan le gustaba el futbol?
—¡Claro!, si le iba al América. Eran sus meros campeones. Al jugar, le decían: «órale, Chiva, pásame el balón», y ¡gol, cabrón!
A los pequeños Valdés les parecía impresionante tener un hermano como Topillo Tapas. Cuando lo escuchaban en el radio no sabían si llorar, reírse, asombrarse o sólo decir:
—»Ah, mira, es mi hermano». Era muy canijo.
Toda la familia se sentaba alrededor de un pequeño radio, la madre lloraba mientras que el padre gruñía cada que los hermanos reían por las puntadas de Germán. «¡Cállense, dejen oír, chamacos, váyanse a reír a otro lado!», decía. Su papá terminó comprándose un RCA Víctor para poder escucharlo él solito. Germán comenzó a tener éxito, grababa los miércoles en el teatro-estudio de la estación frente a un público. Y desde entonces era ya un «enamoradizo» imparable.
—A los veintidós , en 1933, se casó con Magdalena Martínez, su primera mujer, que conoce en El Paso. La mujer más hermosa que te hayas podido imaginar. Por ahí tengo la foto de su boda. Tuvieron un hijo, Francisco Germán, porque nació el día del cordonazo de San Francisco. El punto es que este matrimonio se dificultó. Germán comenzó a estar fuera de casa. ¡Y un matrimonio de no estar juntos, es de tarados!… La verdad es que las mujeres se le lanzaban, le decían que besaba muy rico.
En 1943, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, llegó a Ciudad Juárez la compañía de teatro del ventrílocuo Paco Miller. Se presentaron en el teatro estudio de la XEJ y ahí conoció al famoso Topillo Tapas. Según la entrevista de Abraham Zabludovsky a Miller en su programa de televisión Contrapunto de 1987: «Me gustó mucho lo que hacía. Yo me había quedado sin un cómico. Así que le propuse que se fuera conmigo. Él me pidió entonces un patiño, yo tenía a Marcelo Chávez en la compañía, quien era además mi director de escena. Se lo puse». Este actor alto, gordo y calvo que había trabajado con otros cómicos como Cantinflas —entonces ya en la cima de la fama—, comenzó a seguirle sus chistes convirtiéndose en su inseparable «carnal Marcelo». Juntos recorrieron los teatros de revista: de El Paso a Los Ángeles, con la persecución de los pachucos en plena efervescencia. De regresó a México, viajaron hasta el pacífico y de ahí a Guadalajara. Ahí un día, Germán se puso a cantar en el camerino y Marcelo a tocar la guitarra: una fórmula con la que tuvieron éxito. «Le mandé a hacer ese traje de azul celeste, debutamos en el Alameda y se produjo un fenómeno que no había visto en un cómico. Cantaron tres canciones, y el público se puso de pie y tuvieron que volverlas a cantar dos veces más, porque era lo único que llevaban», recordó Miller. Enseguida le cambió su nombre artístico. Le puso Tin Tan.
—El nombre viene del éxito de las canciones creadas por puro vacilón. A Germán no le gustó el nombre, para nada. «¡No me ponga eso! ¡Pero si es nombre de payaso argentino, allá todos son tolíntolán, tintan, tamban!», decía. Y Miller le replicaba: «¡pero eres musical, tonto!» Entonces no le quedó de otra dice su hermano.
Beatriz Espejo escribe en la biografía María Victoria, el alma en el cuerpo: «Tin Tan hablaba un curioso inglés y un español lleno de términos hechizos […]. Entonaba La burrita como si fuera tango, al estilo chino, al estilo vaquero y a cada momento hacía visajes, bizcos, decía ocurrencias, torcía los labios olanudos, mostraba su dentadura poderosa e imitaba los rebuznos. Salpimentaba sus intervenciones con ideas que le cruzaban por la cabeza y su carnal Marcelo le seguía como si los conociera de antemano».
—Caray, Marcelo, cada vez estás más gordo— decía Tin Tan.
—Pues tú estás cada vez más flaco.
—¿Y qué?
—Que el otro día fui a llevar tu ropa al cleaner, y que me van diciendo: «aquí lavamos ropa, ¡no fundas de paraguas!».
—¡Ajá, hablador que tú eres! El otro día fui a llevar tu ropa interior. Me dijeron: ¡aquí no lavamos tiendas de campaña! Y es que estás muy panzón, Marcelo.
Tin Tan debutó en la Ciudad de México una noche de noviembre en 1943 en el teatro Esperanza Iris del Centro; el cartel lo anunciaba como «el nuevo as del teatro cómico». Alternó el escenario con el cómico del momento, Cantinflas. El teatro se llenó. Inmediatamente salieron ofertas por todos lados, como el Follies, hasta llegar al centro nocturno de etiqueta más importante de la década, El Patio, que los puso a la vista de productores cinematográficos. A Tin Tan y su carnal les ofrecieron intervenciones musicales en películas como Hotel de verano de René Cardona, además de un programa de radio de 15 minutos y luego de 45 en la XEW —entonces la principal radiodifusora del país—. De inmediato, Tin Tan se trajo a toda su familia a vivir a la Ciudad de México.
—De pronto era la locura ir por él a la XEW— dice Antonio Valdés.—Teníamos que salir rodeados por vigilantes, todos íbamos ahí para poder subirlo al coche. Íbamos tirando gente, todos querían tocarlo.
La gente corría, «¡ahí va el pachuco Tin Tan!» gritaban. Él trataba de saludar: «jelomen!, ¡paisas abusados!, ¡ahí nos vemos, carnalillos!» Era cosa tremenda.
—Él se percataba de lo que iba sucediendo. Sabía el éxito que vendría. Por eso siempre quiso más, iba por más y empujaba más. Fue un inquieto de su triunfo.
A Tin Tan la fama no le daba miedo. Él también quería tocar al público.
—¿Alguna otra preguntita?
* * *
—Jefe, yo a lo que le hago es a la cantada: turirurátundá-tundá— tararea bebop jazz.
—¡Cállate! Tunda… Una buena tunda es lo que te hace falta.
—Es que usted no apaña rythm, jefe. Usted nació con el audífono muy durazno.
—Pero no durazno de la cabeza como tú.
—Sabe, cuando usted me mandó a los States, para estudiar la carretera de ingeniero, yo le hice al try lo más que pude, ¿ve? Pero chale, me convencí de que mi racket es otro, la cantadita. Usted nomás cálmela y lo veredas tropicales.
Es la escena entre Tin Tan y su padre con la que arranca El hijo desobediente, su primer largometraje, por Humberto Gómez Landero, en 1945. Tin Tan interpreta a un pachuco que deja Chihuahua y se va a buscarse la vida al Distrito Federal. Ahí por accidente lo confunden con un multimillonario, a quien unos codiciosos parientes quieren ver muerto. La película se estrenó en el Palacio Chino. Era el primer personaje cinematográfico que abordaba la figura del pachuco y la frontera, mucho antes de Espaldas mojadas de 1953. De acuerdo con Rafael Aviña,»el filme era un pretexto para ofrecer algunas de las rutinas cómico-musicales de Germán y Marcelo del teatro y cabaret».
En esos años, después del divorcio, se casó con Micaela Vargas, a quien llamaban Mickey, una bailarina chicana que conoció en los teatros. Tendrían tres hijos: Genaro, Javier y Olga. En funciones, la vestía de pachuca y hacían sketches juntos. Junto con ella, vivió su mejor época en el cine.
Con Gómez Landero, Tin Tan filmó cuatro cintas más donde desarrolló su versatilidad y deleitó con su torpeza. Se reveló como un artista completo: hacía comedia, bailaba y cantaba. En Músico, poeta y loco de 1947, Tin Tan y Marcelo, terminan haciéndose pasar por médicos en un internado para señoritas. Ahí él se inventa curiosas terapias para las chicas como subirles el dobladillo de las faldas arriba de la rodilla y bailar al ritmo del mambo, tango o boogie-woogie. Pero es con el cineasta Gilberto Martínez Solares y el guionista Juan García con quienes comenzó a alejarse del pachuco y se convirtió en alguien más citadino, menos agringado, con el caló de los barrios chilangos. Se volvió músico, heladero, ratero, aprendiz de sastre, ferrocarrilero. A partir de Calabacitas tiernas (1949) nadie lo contuvo. Improvisaba y mostraba esas muecas y guiños que provocaban encanto. En El rey del barrio (1949), junto a Silvia Pinal, interpretó a un delincuente cuyas fechorías nunca le salen bien. Lo interesante es la vuelta de tuerca: su situación se vuelve una parodia del delincuente frustrado. En ¡Ay amor… cómo me has puesto! (1950) interpreta a un panadero coqueto que un día en su bicicleta lesiona a la hija de un millonario de la que se enamora. En una escena en la que sufre mal de amores, jura que se va a ir a la Guerra de Corea… que resulta ser una cantina. En El ceniciento (1951), una parodia del cuento de los hermanos Grimm, interpreta a un indio chamula que llega a la casa de unos parientes en la Ciudad de México, quienes lo explotan sin piedad como sirviente. Su suerte da un inesperado giro con la ayuda de un tío. En la cinta seduce a Alicia Caro, vestido de esmoquin, mientras le canta la romanticona «Palabras calladas» de Juan Bruno Terrazas, antes de darle un enigmático beso.
«Uno lo veía actuar con esa ligereza aparente pero había disciplina en él, afición de cantante y bailarín. Va del bolero más arrabalero, a lo ranchero, al tango, y al swing. Siempre con una capacidad de reírse de todo, hasta de sí mismo. Llora para provocar la lástima de las mujeres, para poder besarles la mano, el hombro y más allá. Era el anti-galán por excelencia, súper besucón. Todas las mujeres cerca de él terminaban fascinadas, dice la crítica de cine y locutora Sonia Riquer.
«En Tin Tan hay una cuestión erótica latente. Es el actor que ha besado a más actrices en la historia de nuestro cine. Siempre en plan juguetón, porque el esquema melodramático de la época no iba más allá; las besaba en la frente, en el brazo, y les picaba el ombligo. Hay una reivindicación del placer a partir de la espontaneidad», dice el jefe de curaduría de la Cineteca Nacional, Roberto Ortiz.
Eran los años en que el presidente Miguel Alemán impulsaba una modernidad que iba cambiando el rostro del país, el famoso «milagro mexicano». El melodrama y la comedia rancheros comenzaban a ser desplazados por películas urbanas. Y la ciudad se volvió un espacio identificable para una sociedad en transformación. En ese escenario, Tin Tan era una celebridad. «El dinero le llegaba a manos llenas y lo despilfarraba debido a su carácter desprendido y bohemio. Cobraba 250 mil pesos por película y 25 por ciento de las utilidades netas. Por ello se permitió lujos y extravagancias que compartía con amigos, hermanos, compañeros y vivales que le sacaban plata por cualquier pretexto», escribió su biógrafo Rafael Aviña.
Compraba automóviles del año, anillos con diamantes y muchas propiedades. Se paseaba en su Cadillac convertible, o en su yate de cien pies al que llamó —Tintavento en honor al Sotavento del presidente Alemán— y lo embarcó en Acapulco, a donde se escapaba cada fin de semana. Compró una casa en ese puerto y otra en la Ciudad de México, en la calle Acacias, en Coyoacán, muy cerca de los estudios Azteca, que tenía un enorme jardín y dos bungalós para invitados. Para esto, Tin Tan firmaba contratos de películas por adelantado, muchas veces sin que los guiones estuvieran listos y pudiera saber si eran buenos o malos. Durante un tiempo fue el artista exclusivo de Producciones Mier y Brooks, hasta que los productores comenzaron a peleárselo todo el tiempo. A ese ritmo, filmó El revoltoso, La isla de las mujeres, Simbad el mareado, El vagabundo, Las aventuras de Pito Pérez, entre muchas más, con directores que iban desde Rafael Baledón, Chano Ureta, René Cardona, Fernando Cortés, hasta Benito Alazraki.
Entre 1957 y 1958 protagonizó 16 películas, y entre 1956 y 1959, aceptó papeles decorativos, invitaciones especiales. Su declive vendría con la crisis en la que entró el cine mexicano.
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A las dos en punto, una tarde de mayo de 2015, el lobby del World Trade Center se llena de oficinistas y trabajadores que salen al almuerzo. Ahí afuerita, fumando un cigarro, está Carlos Valdés vestido de negro. Es el hijo menor de Tin Tan, de su tercer matrimonio, con Rosalía Julián—la primera voz del trío Las Hermanas Julián—. Sus padres se conocieron entrada la década de los cincuenta y fueron novios siete años, aún él casado con su segunda esposa. Se toparon varias veces en los estudios de filmación, como en La marca del Zorrillo de 1950, una parodia al famoso espadachín, donde Tin Tan se avienta un singular bebop jazz con las Julián. Por los pasillos de la XEW, un día él se encuentra a Rosalía entre camerinos. «¡Qué bonita se ha puesto, Rosita!», dijo y la frase se les quedó. Se casaron en 1956 y estuvieron juntos hasta que él murió.
De 58 años, Carlos trabajó como sobrecargo en Mexicana de Aviación por casi dos décadas, dice que voló más de 400 horas, como si le hubiera dado un sinfín de vueltas a la Tierra. En los últimos años se ha dedicado a diferentes negocios, pues estudió Administración de Empresas en la Iberoamericana.
—A mí me dicen Carlitos, el aventurero, me gustó viajar y emprender cosas desde siempre— dice.
De niño, apareció junto con todos sus primos Valdés en El capitán Mantarraya (1970), la última película que filmó, dirigió y produjo Tin Tan, ya en el ocaso de su carrera: un rotundo fracaso. Tres años antes de su muerte por cáncer de páncreas, y de ese cortejo inmenso en el Panteón Jardín. Entonces, Carlos tenía 16 años y no entendía lo que pasaba.
—Era muy joven, no era consciente de quién había sido mi papá. Y aún cuando vi ese alboroto de personas, no me caía el veinte. Hasta después conforme fui creciendo, tomé consciencia, fui descubriendo a Tin Tan. Mi papá murió muy joven, a los 57 años. Casi mi edad.
Carlos camina hacia un restaurante cerca de su trabajo, entre el tráfico de la media tarde y el sonar de los cláxones. Al llegar ordena unas enchiladas.
Hoy le halaga cuando alguien le comenta algo sobre Tin Tan. Siente orgullo. Como le sucedió un día en Acapulco, cuando estaba en un bar y alguien se acercó y le preguntó si era el hijo de Tin Tan. Esta persona era uno de esos niños que perseguía el Cadillac convertible de su padre cada que llegaba a su casa de Acapulco. Tin Tan tenía una casa en la colonia Progreso, por donde baja el río El Camarón. Los niños llegaban corriendo y le pedían «un veinte», y lo hacían cada fin de semana. Su papá, dice, siempre repartía dinero y ayudaba a manos llenas. Una vez una mujer humilde tocó a su puerta y le pidió que fuera padrino de su hijo, y él lo bautizó; el niño fue creciendo y cada fin de semana iba por su «domingo». Tin Tan se había convertido en el patriarca de la familia Valdés, cada domingo organizaba semejantes asados donde corrían deliciosos cortes, en enormes reuniones en su casa en Coyoacán, y luego en la calle de Margaritas, en la Florida. A veces se bailaba, se cantaba, entre cubas y güisquis. Entre Germán, Manuel, Antonio y Ramón se inventaron un idioma, «el Mautro», que sonaba a marciano y podían pasar horas hablando sandeces. Sólo ellos se entendían.
—A mi papá le encantaba el mar. Se compró una lancha rápida cuando se quemó el Tintavento, y la llamó La Mientras, en lo que se compró el Tintavento II, que fue donde filmó justamente Tintanzón Crusoe. Acapulco era su escape.
Carlos Valdés tiene una serie de películas en ocho milímetros donde aparece ese yate, filmadas con una cámara a la que se le daba cuerda; cada una dura un par de minutos. Ahí aparecen su madre y Tin Tan; hasta se alcanza a ver una parrillada de mariscos. Del yate, tiene muchísimos recuerdos, como el día que le dieron tremenda regañiza por aventar al mar todos los cubiertos de plata. Una de las leyendas que se ha construido en torno a Tin Tan, y que retoma Rafael Aviña, cuenta que durante una noche en el Tintavento el actor prendió un enorme comal donde quemó marihuana. Los que estaban en esa fiesta aseguran que el yate flotaba.
—No dudo que mi papá se hubiera fumado sus cigarritos de marihuana. Si lo llegó a hacer, seguro hicieron otras locuras más que ni nos imaginamos—dice, riéndo.
Las últimas películas como Chanoc en las garras de las fieras y Las tarántulas, filmadas a lo largo de los sesenta y principios de los setenta, representaron una baja en calidad de guiones y presupuestos; películas desafortunadas donde Tin Tan lucía poco. Para entonces el cine norteamericano acaparaba el mundo, la televisión era popular, y el cine mexicano en su transición al color, quedó varado. Los sueldos tambalearon, los staffs se redujeron, se agotaron las fórmulas que antes daban éxitos.
—El cine mexicano cambió. Ya no se hacían esas películas que realizó con Martínez Solares. Muchos querían que mi papá participara nomás para poder vender las películas con su nombre, pero eran malísimas.
—¿Tu papá dejó fortuna?
—Hizo lo que tenía hacer. El dinero que se ganó se lo gastó en su gente, con sus amigos. Tuvo un Cadillac último modelo, el 59, con alas como del Batimóvil. Fue una vida ostentosa la que disfrutó. Su dinero se lo gastó completito. Cuando él murió, no nos dejó deudas. Vendimos algunas propiedades. Nos dejó los derechos de las últimas tres películas que produjo (Tintanzoe Crusoe, Gregorio y su ángel, y El capitán Mantarraya) y así salimos adelante. Mi hermana Rosalía y yo éramos adolescentes cuando él falleció.
De acuerdo a su hijo, TV Azteca pagó por los derechos de las mejores películas de Tin Tan, que siempre habían sido de los productores. Al momento de su muerte, Germán Valdés no fue dueño de las cintas que le dieron fama.
—Siempre creyó que iba a tener dinero. Le pagaban muy bien. Creo que no pensó en el futuro. Vendía sus derechos y regalías con tal de que le cayera una lana de inmediato. Lo que nosotros tenemos registrado es la marca Tin Tan, el derecho del personaje, la figura y todo lo que tenga que ver con su imagen.
Hoy en casa de su mamá, en Cuernavaca, aún guarda algunos de los sombreros famosos con plumas que usó en películas. Así como algunos guiones escritos a máquina por el mismo Tin Tan que nunca se concretaron. Hasta hace unos años, conservaba la esclava de oro que siempre usaba, que llevaba su nombre grabado. Un día entraron a robar a su casa y se la llevaron. Ahora anda por el mundo esa esclava que un día perteneció al grande Tin Tan.
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