La primera crónica de «la cuarta transformación».
Así vivieron sus seguidores la toma de protesta de AMLO como presidente de México.
Andrés Manuel López Obrador salió del Congreso convertido en presidente y con la banda tricolor sobre el hombro. Ya lo esperaba mucha gente que se levantó temprano para verlo “aunque sea pasar”. Ante la velocidad del instante y la imposibilidad de la selfie, agitaban la mano cuando el Jetta presidencial sin blindar los flanqueaba por la avenida Fray Servando mientras el nuevo mandatario se dirigía a su destino: la puerta Corregidora del Palacio Nacional y posteriormente el Zócalo.
Los conteos oficiales hacían un intento por calcular el fervor popular que le espera al nuevo presidente, contenido en los 12 mil metros cuadrados de la plancha del Zócalo: unos reportaban cientos, otros “cien mil”; otros más se aventuraban a decir “somos más de un millón”. Pero más allá de las cifras, entre la gente en la Plaza de la Constitución, apareció pronto la comparación: “está como el Metro Pantitlán en la hora pico” o “ como si fuera 15 de septiembre”. Decenas de banderas de México, sombreros de paja y música tradicional, recorrían el aire y las gargantas. Pero todos ahí — juntos y revueltos— se sentían parte de lo que estaba pasando, la multitud anima lo que sea que vendrá con “la cuarta transformación de México”.
Andrés Manuel llegó a Palacio Nacional, pero antes de entrar caminó hacia la gente y pronto quedó atrapado por un remolino de cámaras del que le costaría salir. Iba vestido con un traje gris Oxford de solapa ancha con los hombros visiblemente más amplios, una camisa blanca de cuello francés, una corbata guinda y sin reloj. El nuevo presidente rompió de inmediato el protocolo. Las personas que intentaban resguardar su seguridad, todos vestidos de traje azul, hacían gestos de sorpresa, compartían miradas de asombro, repetían códigos en los micrófonos de un walkie-talkie y hacían señas con la mano, todo para intentar prever los movimientos que López Obrador haría, e intentar hacerse a la idea de las particularidades que tendrá su tarea durante los próximos años.
El reloj de la Torre Latinoamericana marcaba las 13:38. El sol pegaba a plomo en el Zócalo. Todos en la plaza tenían un comentario sobre el azul profundo de un cielo sin nubes. Lo nombraron “el cielo de la cuarta transformación”. La gente decidió tomar este signo meteorológico como un augurio de lo que vendrá los próximos seis años. El nuevo presidente saludaba, daba abrazos, besaba manos. Decía cosas que no se escuchaban, pero que generan una pequeña sonrisa, un gran gesto, un llanto.
Beatriz Gutiérrez Müller, en un vestido negro y tacones del mismo color, mira la escena entre el terror y la felicidad. La delata una gran sonrisa cuando López Obrador saluda a su gente mientras corean “pre-si-den-te”. La próxima “no-primera dama” intentaba con la mano convertirse en una breve valla, como diciéndole a su esposo “hazle caso a los de seguridad” y con la fuerza de su mano, atrajo al presidente al interior del Palacio Nacional, donde un grupo de cadetes y algunos mandatarios de otros países ya lo esperaban para comer.
Ya se hablaba de que este 1 de diciembre sería el día en el que Andrés Manuel López Obrador construiría nuevos símbolos sobre los viejos, como se construyó el Palacio Nacional sobre los terrenos de los palacios aztecas durante la conquista.
El primero de esos gestos de fuerte simbolismo, ocurrió las primeras horas del día, cuando los militares arrancaron el letrero de “prohibido el paso” de la reja de entrada al palacio de Los Pinos. Ya sin la restricción al público, la casa presidencial dejó de serlo para convertirse en un museo y dejar entrar a miles, que solo conocían partes de la casa a través de revistas o noticieros.
”Ya no hay Estado Mayor, ya no hay vallas sobre la calle, ya no hay granaderos, ni gases lacrimógenos”, decían algunos asistentes al Zócalo, mientras recordaban las tomas de protesta anteriores. “El avión ya se vendió. Son otros tiempos”, decían otros, antes de usar como resumen del discurso de AMLO ante el Congreso la frase: “se puso a Peña como lazo de cochino”.
Los vendedores de la plaza hicieron su agosto el primer día de diciembre: nieve de limón y mango por tan sólo 10 pesos “para el sol y el cansancio”, gorras, sombrillas y banquitos de 50, 100 y 150 pesos, respectivamente. Banderines y pañoletas con la imagen de la caricatura de AMLO, “un bonito recuerdo”. También hay playeras y “pejeluches” de 80 y 120 pesos y papas a la francesa recién hechas, tacos de canasta, algodones de azúcar, fruta que tiñe los dedos con el color del chile piquín, sincronizadas y paquetes de hot-dogs por tan sólo 20 pesos.
En los patios del ayuntamiento donde se reunió la prensa corrían rumores de lo que pasaba al interior del Palacio: “Ya llegó Nicolás Maduro y lo abuchearon”, “no llegó Ivanka Trump”, “están comiendo en el Salón de Tesorería”, » a la izquierda del presidente, está Felipe VI, el rey de España, a la derecha su esposa”… suenan valses y música mexicana durante el evento. Se escuchó Sobre las olas, Alejandra, Huapango y Mi ciudad. Llegó el rumor de que el menú fue de cuatro tiempos: ensalada, crema de huitlacoche, costilla en salsa de axiote, dulce de Zapote Negro o de Calabaza de Castilla sobre Nieve de Mandarina, o sobre Crema de Vainilla.
La comida tomó más tiempo del esperado. El reloj de la Torre Latinoamericana ya marcabaa las 17:00, pero la gente seguía llegando. Algunos han venido de Oaxaca, de Veracruz, de Guerrero, de Tabasco, también de Zacatecas y de Tamaulipas para ver y oír lo que tiene que decir Andrés Manuel.
Durante los meses de transición su popularidad cayó varios puntos. Recibió críticas por cambiar su discurso y promesas, y virar a la derecha en su estrategia de seguridad. Se le acusó de “autoritario”, de la subida del dólar y de la caída de los mercados. Sin embargo, ahí estaba Andrés Manuel, saliendo triunfante de Palacio con los gritos y el eco de “pre-si-den-te- pre-si-den-te” o “¡sí se pudo!». La gente —al menos aquella tarde— irradiaba esperanza.
AMLO salió a saludar a los presentes mientras caminaba al escenario en la plaza, aún vestido con el traje gris Oxford y la corbata roja. Beatriz lucía ahora un vestido gris y un abrigo negro. Lo que no le había cambiado era el rostro de felicidad y angustia. Los recibieron entre inciensos y un breve ritual para alejar la mala vibra entre manojos de hierbas. Beatriz y Andrés Manuel se miraban mutuamente mientras los representantes de varios pueblos indígenas, los rodeaban de banderas, flores y oraciones en sus lenguas. AMLO recibió el bastón de mando y la gente lo celebró. Esta fue la segunda transición política del día.
Pero el apoyo que lo rodeaba no era del todo incondicional. Otra de las frases más presentes aquella tarde fue: «no tiene derecho a fallarnos».
Un hombre se arrodilló ante él y le habló en otomí, una lengua indígena que en su labios sonaba al lamento de varios siglos. Ante su llanto el presidente y su esposa se descomponen. López Obrador decidió acompañarlo arrodillándose y la gente en la plaza celebró el gesto que apenas duró 15 segundos.
“Que se resuelva ya la deuda con los pueblos indígenas”, gritó un hombre a lo lejos.
Andrés Manuel caminaba en un escenario similar al que hace 12 años vio su proclamación como «presidente legítimo», pero ahora esta vez lo hizo como el presidente constitucional y prometiendo de todo, lo más repetido: eliminar la corrupción, una de las causas más poderosas para que sus votantes lo eligieran a él. Finalmente AMLO tomó el micrófono y comenzó a hablar, mientras el aroma del copal se disipaba sobre el Zócalo.
Una vez que arrancó, la voz de Andrés Manuel no se detuvo por varias horas. Usó su primer discurso como presidente en una plaza pública para enunciar los 100 compromisos que asumiría como gobernante. Una vez que llegó al número veinte —media hora después de que arrancó su discurso— pidió paciencia a la gente, para que siguiere escuchándolo hasta llegar al cien. A pesar de que el sol ya había bajado, una jovencita no resistió tanto tiempo. Los paramédicos, que respondieron de inmediato al llamado, confirmaban “está insolada, esta deshidratada”, y se la llevaron en una camilla para rehabilitarla.
Los vendedores se pasean por la plaza con lo que se ha quedado de sus mercancías. El discurso del presidente ya se sentía eterno.
Erick, que llevaba vendiendo desde las ocho de la mañana confirmó que fue un buen día para las ventas: se le acabaron las gorras. que se le acabaron las gorras. Tras una hora y media de discurso el flamante presidente de México, se preparaba para su segundo día. No dormiría en Los Pinos, ni en Palacio Nacional, lo haría en su casa de Tlalpan, donde una multitud de personas lo esperaba una vez más. Mientras su Jetta se alejaba del Zócalo, la gente bailaba mambo y danzón, y cantaba al ritmo del mariachi.
Mientras la música de Juan Gabriel anunciaba el fin de la verbena y del primer día de gobierno de AMLO, una señora aseguraba sentir que «ya a cambiaron las cosas”.
El reloj de la Torre Latinoamericana marcaba las 22:22 y en la plaza sólo quedaba el escenario, botellas de plástico, papeles y un par de familias que decidieron acampar en el Zócalo cubriéndose con cobijas para esperar el amanecer.
Más en Gatopardo:
Una revisión al Plan Nacional de Paz y Seguridad de AMLO
Reportando desde la casa de transición de AMLO
El tren maya: costoso capricho folklórico de AMLO
Síguenos en twitter
Recomendaciones Gatopardo
Más historias que podrían interesarte.