El secreto del sonido de Medellín
Daniel Rivera Marín
Fotografía de David Estrada
Medellín tiene una historia oscura. Sin embargo, durante sus peores años, se gestó otra industria millonaria, además del narcotráfico: la producción musical. Hoy, en la segunda ciudad más grande de Colombia, se producen algunos de los éxitos más grandes del reggaetón.
Diez hombres lucen cansados en los estudios de grabación de Icon Music, a las afueras de Medellín. Llevan tres días de trabajo en los que han dormido poco y han fabricado diez canciones con la velocidad de un cohete. Es un lunes de julio y llega un hombre mayor, canoso, manejando una camioneta Toyota gris. Pregunta por Daniel Giraldo, el manager de todos estos productores que acumulan horas de encierro. El hombre se llama José Aristizábal, y es el hermano de Juan Esteban Aristizábal, Juanes, el cantante conocido por temas como “La camisa negra”, “A Dios le pido” y “Fíjate bien”. Daniel y José se encierran en uno de los salones con varios productores a escuchar una canción que probablemente grabe Juanes en las próximas semanas con Rosalía, la cantante española que fusiona flamenco con música urbana. Es una canción hecha a medida: coro en la cadencia frigia gitana, estrofa pop. José la aprueba con un entusiasmo mesurado. Felicita a los productores. Se despide y se va. El trámite es rápido: no tienen tiempo para perder.
Entre los productores corre una euforia creciente. Si la canción se convierte en un éxito, ganarán mucho dinero, y su método está en la cantidad: entre más canciones hagan, más posibilidades tienen de componer un hit. En tres días han hecho canciones para Juanes, Rosalía, el cantante bogotano de pop Manuel Medrano, el dúo puertorriqueño de reggaetón Zion y Lennox, y el grupo mexicano Reik. Todos los productores y los letristas ya tienen un recorrido en la música comercial: han hecho temas para cantantes como J Balvin y Maluma, líderes del pop mundial con miles de millones de reproducciones. Entre los letristas está Stiven Rojas, conocido en el reggaetón como Miky La Sensa, uno de los compositores más apetecidos en la industria después de haber compuesto “Felices los 4”, con más de mil quinientas millones de reproducciones en YouTube. Miky tiene el pelo de dos colores, los dientes perfectos de diseño, parece que hubiera salido hace cinco minutos del barbero. En el estudio lo acompaña Kapla, con quien tiene un dúo que trata de abrirse paso en el mundo del reggaetón.
—¿Se recibe mucho dinero por una canción como “Felices los 4”?
—Yo creo que el reggaetón debe ser la música que más plata da…
—¿Entonces te podés retirar ya?
—No, no, pero sí me podría sentar un tiempo a jugar PlayStation en la casa.
—¿Cómo es la pelea por los porcentajes en una composición? —le pregunto sabiendo que en una canción de reggaetón hay varios productores y varios letristas, y la repartición por regalías debe ser difícil.
—Es una pelea la hijueputa. El que va a adelante en porcentaje es el artista, que es el de la fama y el que hace la inversión para que el tema se vaya lejos. Nosotros como productores y letristas hacemos un tema el hijueputa y ahí empieza la pelea: “Perro, es que yo hice la armonía, tengo que llevar el cuarenta por ciento”, o dice otro “Niño, pero yo hice la letra del coro”. Eso casi siempre termina en que nos dividimos todo por partes iguales, y cuando el artista ya pone sus condiciones, pues nos acomodamos. A veces hay problemas y eso se va de abogado.
CONTINUAR LEYENDO—¿Esa pelea por porcentajes no daña la amistad entre ustedes?
—Eso daña el ambiente que sea. Cuando estamos hablando de millones de dólares, eso daña el corazón que sea. La plata daña el corazón más lindo, guevón.
—¿Por qué se hace en Medellín música para gente de España, Puerto Rico y México?
—Porque todos quieren tener las millones de reproducciones que tienen Balvin y Maluma.
Los productores tienen que volver a su trabajo. Les quedan otros tres días de composición. Su meta es componer unas veinte canciones que luego ofertarán entre cantantes de pop y reggaetón.
***
La primera vez que escuché una canción de reggaetón fue en 2002 y cantaba el puertorriqueño Tego Calderón, un hombre negro y al que le faltaban algunos dientes. No se sabía muy bien de dónde provenían esos ritmos, pero se extendieron por la ciudad con rapidez. Sonaban en fiestas clandestinas, en minitecas que se organizaban en casas donde había padres ausentes. Las primeras canciones fueron dos que se unían en un remix: “Pa’ que retocen” y “Métele sazón”. Ambas tenían frases de lujuria furiosa que no se escondían en los recodos del lenguaje. Eran directas y alegres: “Mami, tú sabes que yo soy el macaracachimba, el feo de las nenas lindas […] No te duermas de ese lao, mama’o / En el mismo sandungueo yo te parto”. El género había nacido en Puerto Rico en 1999 como resultado de una mezcla de letras sexuales con ritmos jamaiquinos y panameños que los dj impusieron con fiestas maratónicas, en las que cantaban jóvenes raperos que llegaron con su fenómeno, en principio local, hasta Colombia.
Cuatro años atrás, a Medellín había llegado la ragga, género musical de canciones vulgares y cadencias, producido por un músico panameño conocido como El Chombo y del que habían bebido los reggaetoneros puertorriqueños para hacer su música. El álbum de El Chombo se conseguía ilegal en tiendas del centro de la ciudad y se llamaba Cuentos de la Cripta; su primera canción empezaba con una frase que se repetía en un loop imposible de olvidar que duraba varios segundos: “Dame tu cosita”. El álbum tenía otras canciones que se hicieron famosas: “Quieren chorizo”, “Celebrando”, “El cubo de leche”. Todas eran de una procacidad inédita en una ciudad católica y pacata. El reggaetón era la evolución esperada de la ragga, tenía un tempo más cadencioso que respondía al mismo patrón rítmico; las letras eran más lascivas y directas, y nombraban la lujuria sin miedo y sin vergüenza.
Aunque algunos creían que el reggaetón sería una moda pasajera entre adolescentes, el fenómeno creció y pasó de las clases bajas y medias a los barrios ricos. En cuestión de dos años todos querían bailar, no se podían resistir al dembow puertorriqueño, como se conoce al ritmo tradicional y sincopado característico del reggaetón. En 2002 se conocieron rápidamente otros reggaetoneros puertorriqueños —además de Calderón— que marcarían una época: Daddy Yankee, Nicky Jam, Johnny Prez, Ivy Queen, Héctor y Tito, Don Omar. Ese mismo año todos ellos hicieron un concierto en el estadio Atanasio Girardot. En el mundo nadie los conocía, en Miami sólo se escuchaban en pocas discotecas donde tocaban en vivo algunos meses del año, pero en Medellín se convirtieron en estrellas que en 2003 vendieron cuarenta mil boletas para un concierto que hoy se recuerda como legendario; luego todos esos cantantes de reggaetón se reunirían en muchos otros eventos maratónicos y taquilleros. Mientras en otras ciudades muchos esperaban a Metallica o a los Rolling Stone, en Medellín los paisas esperaban a los boquisucios de Puerto Rico.
—En 2003, en Miami, un amigo de Sony me pasa un disco, me dice que lo escuche. Yo llegué a Bogotá y lo primero que hice fue mirar de qué se trataba. Era el disco The Last Don, de Don Omar. Para mí eso fue una locura. Viajé muy rápido a Puerto Rico y firmé la distribución para Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú. Estando en San Juan me enteré de que todos estos cantantes de reggaetón, de los que yo no conocía a ninguno, iban para Medellín a un concierto. Yo no podía entender. A las semanas fui a Medellín y vi cómo llenaron el estadio —dice Guillermo Mazorra, director de artistas y repertorio de Sony Music para Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú, en las oficinas que tiene la compañía en Medellín.
Mazorra es uno de los grandes responsables de la expansión de la música urbana por el continente. A mediados de los años noventa recopiló un álbum para Sony que se llamó La champeta se tomó a Colombia, un fenómeno de ventas que desembocó en que el mismo Mazorra firmara la distribución de los Cuentos de la Cripta, del panameño El Chombo, para toda la región. Así llegó al álbum The last Don, un éxito de ventas, el inicio del reggaetón como fenómeno comercial.
—Pero en Medellín ya todo eso había pasado, aquí ya sonaban y llenaban coliseos —dice.
La música llevaba varios años en las calles de Medellín. Fernando Londoño Chavarría, conocido como El gurú del sabor, fue el primer dj que hizo sonar el reggaetón en una emisora comercial, y le dijo a la revista Shock que unas estudiantes de colegio le llevaron un cd pirata con algunas canciones que él desconocía: “Ellas me dijeron: ‘Gurú, suene reggaetón’. Era la primera vez que yo escuchaba esa palabra. ¿Ragga qué? Ni siquiera sabía cómo pronunciarla bien. Me entregaron el cd quemado, muy rayado de tanto que le dieron, pero también en muy mala calidad de audio porque era un disco pirata. Recuerdo que traía canciones como ‘Dembow’ de Wisin y Yandel, otras de Ivy Queen, y ‘Pa’ que se lo gocen’ de Tego Calderón. El golpe de las canciones me sonaba extraño. No terminaba de convencerme. Luego supe que todos éstos eran artistas boricuas”.
Después del concierto de 2003, los cantantes de reggaetón puertorriqueños encontraron en Medellín una segunda sede donde los empresarios del entretenimiento los contrataban para hacer presentaciones en discotecas, bares y pequeños coliseos. Muchos alquilaron fincas en las afueras de la ciudad y se instalaron por largas temporadas. Medellín, de un momento a otro, adquirió un contacto directo con la fuente de la creatividad del género musical que inundaría las emisoras del continente.
El sonido del reggaetón puertorriqueño se caracterizaba por tener un acento muy marcado en la percusión: un sonido de bajo profundo y caja reverberada con redobles continuos en contratiempo. Las armonías no salían a la superficie, permanecían ocultas detrás de la batería sintetizada y de las letras sexuales. Con el tiempo, los jóvenes de Medellín buscarían ser estrellas del reggaetón y reinterpretarían esos sonidos. Los primeros fueron Golpe a Golpe, un dúo que tuvo un par de éxitos locales —“Estar enamorados” y “Juego de niños”— con los que le quitaron la carga sexual a las canciones. Después llegaron Reykon y J Balvin, que pasaron por los mismos estudios, por los mismos letristas. Buscando las raíces encontraron una identidad, invirtieron el orden de los factores: hicieron énfasis en las armonías, otorgándoles las características de la música pop, y escribieron letras con menos carga sexual. Con los años, la fórmula conquistaría el mundo.
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Hace doscientos años Medellín se convirtió en la capital de Antioquia, epicentro de un departamento encerrado por montañas en las que los hombres abrían caminos para exportar oro y sal, carne y hortalizas, todo a lomo de mulas entre cordilleras sinuosas. Cien años después llegó la industrialización, se construyeron ferrocarriles que permitieron una comunicación fluida con el centro del país y las costas. Hacia los años sesenta del siglo pasado, la ciudad floreció próspera: los hombres que no creaban empresas textiles, energéticas, metalmecánicas, comerciaban con abarrotes, electrodomésticos, perfumes; se hacían con grandes almacenes, inventaban empresas que fabricaban los productos que ya eran modernidad en Estados Unidos y Europa.
En esa bonanza se iniciaron dos negocios extraños que empezaron a crecer: el tráfico de marihuana y cocaína, y la producción musical. Se abrieron grandes estudios musicales en los que se fusionaba la salsa que se hacía en Cali, la ciudad colombiana cercana a la costa pacífica, con la cumbia montañera, lo que se conoció como chucu-chucu, género de gran producción y arreglos musicales poco sofisticados. Músicos profesionales hacen una comparación entre el chucu-chucu y el reggaetón, puesto que ambos son una reinterpretación de géneros musicales foráneos. La primera conexión de Medellín con Puerto Rico fue en los años ochenta, cuando la Fania All Stars y otras orquestas de salsa se expandieron por los barrios populares. En 1988 el Conjunto Clásico, orquesta insigne de la salsa puertorriqueña, escribió una canción llamada “A Medellín”: “¡Ay, qué linda eres / tus campos de bellos esplendor / tus lindas mujeres / puesto como un manantial / de eterna primavera / te llaman reina linda / tierrita antioqueña / de Borinquén te mando mis saludos / de parte del pueblo puertorriqueño / que admira este territorio antioqueño / tan parecido a mi Puerto Rico”.
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J Balvin y Maluma nacieron en Medellín en 1985 y 1994, respectivamente, y fueron bautizados como José Álvaro Osorio Balvín y Juan Luis Londoño Arias. Se hicieron cantantes de reggaetón por búsqueda azarosa. El primero era un rockero que tocaba en guitarra canciones de Nirvana y Metallica; el segundo era un deportista con talento que renunció al fútbol profesional para convertirse en reggaetonero. Años después, son las estrellas fulgurantes de la música puertorriqueña hecha en Colombia.
El domingo 4 de agosto de 2019, en Twitter sólo se hablaba de la participación de Balvin en Lollapalooza, el festival musical que se realiza en Estados Unidos. La cuenta del festival decía que Balvin hacía historia como el primer cantante latino en tener un concierto principal en el evento. En el tuit oficial aparecían cuatro fotos en las que se veía la nueva estética Balvin: pelo verde, gafas grandes y futuristas. Busqué algún video en YouTube para ver el concierto y sólo apareció uno corto y aficionado, un tributo a Daddy Yankee y Wisin y Yandel con el que la gente explotaba. Un golpe bajo para los nostálgicos del género, los mismos que bailaban a mediados de la década pasada. Balvin hizo parte de esa generación. Hoy tiene treinta y cuatro años, vio nacer el reggaetón en Medellín y después de intentar fama con un grupo de rap, se hizo reggaetonero solista con un lema que decía en todas sus canciones “J Balvin, el negocio, socio”, que se convirtió en su bandera.
La canción “Ella me cautivó” le dio reconocimiento en Colombia en 2009. En 2010 firmó un contrato con Universal Music, sello con el que editó el álbum Real, que lo popularizó en Miami. Su modelo se basó desde el principio en la acumulación de sencillos que lanzaba uno tras otro en plataformas digitales para luego conformar un álbum. Así presentó en 2011 El negocio y un año después empezó a subir a YouTube sencillos cada vez más exitosos como “Yo te lo dije”, “Tranquila”, “Sola”, “6 AM”, “Ay, vamos”. Todos tienen cientos de millones de reproducciones en YouTube, y todos los creó con el mismo equipo de producción, tres amigos hoy famosos: Sky, Bull Nene y Mosty. Después le llegó la fama mundial con las canciones “Ginza”, “Bobo” y “Mi gente”.
Maluma cosechó en el camino que ya había empezado Balvin. En 2010 cantó en más de trescientos colegios de Medellín, todos conciertos gratuitos. En 2011 llegó a las emisoras con la canción “Farandulera”. Su historia con la música parece fabricada por un accidente. “Fui a un concierto de reggaetón, cantaban Don Omar, Ivy Queen, Wisin y Yandel, Tego Calderón, entre otros, y cuando llego allá veo el escenario y literalmente me enloquezco, me vuelvo loco, conocía literalmente todas las canciones. Y cuando veo todos esos artistas en el escenario me doy cuenta de que eso es algo que quiero hacer en mi vida, que realmente yo lo tenía en mis venas y que lo quería seguir desarrollando; yo quería estar en ese escenario donde estaban ellos”, dice Maluma en Lo que era, lo que soy y lo que seré, el documental que hizo YouTube sobre su vida y en el que se narra su ascenso al reconocimiento mundial en un tono de sufrimiento y sacrificio casi lacrimoso.
En el mismo documental, Yudy Arias, tía que impulsó el ascenso de Maluma desde que era un jovencito que cantaba en fiestas de cumpleaños, dice que nunca le preocupó que su sobrino no pudiera cantar con desenvoltura, que sabía que lo lograría con su disciplina férrea. El fenómeno Maluma, como lo ha llamado la prensa colombiana, el personaje hispanohablante con más seguidores en Instagram —45 millones—, se debe a un plan de disciplina y trabajo en el que su belleza es fundamental. “En una noche tenía dos fiestas quince años, todos los fines de semana… estaban muertas, locas por él, enloquecidas”, dice Arias en el documental. Mientras Balvin exploraba ritmos estadounidenses, Maluma buscaba en el sabor latino, en la imitación de cantantes como Marc Anthony. En 2015, su álbum Pretty boy, dirty boy, con el que logró el número uno en el listado principal de álbumes latinos de Billboard, lo llevó al reconocimiento internacional que se consolidó con los álbumes F.A.M.E. y 11:11. En 2019, Madonna lo escogió para cantar en el primer sencillo de su
Madame X, que se tituló “Medellín”.
La de ambos es la historia de dos empresas familiares bien formadas. En algún momento el padre de Balvin —José Álvaro Osorio— y el tío de Maluma —Juan Parra— se dieron cuenta de que esas carreras incipientes necesitaban inversiones, publicidad, pago de dinero en emisoras —lo que se conoce en Colombia como la payola— y la mezcla del reggaetón más duro con un pop estadounidense de calidad, lo que definiría para siempre el sonido Medellín. Existía el talento pero, como en cualquier negocio, había que fabricar el éxito.
***
Es 31 de agosto y en Medellín el verano llega a los treinta y tres grados centígrados. El cielo rebosa azul, no hay nubes y en las puertas del estadio Atanasio Girardot se apiñan unas tres mil personas que quieren entrar a un concierto gratuito que la Alcaldía de la ciudad organizó como clausura a una semana de eventos culturales juveniles a la que se ha llamado Estamos vivos, en un mensaje inverso a la realidad: se han asesinado 439 personas en lo que va del año, más del cincuenta por ciento menores de treinta años. El concierto es de reggaetón: no están las grandes estrellas pero sí una decena de cantantes reconocidos en la ciudad y youtubers que hicieron un par de reggaetones. Para cuando llegue la noche serán veinte mil espectadores que se agitarán al ritmo del dembow. Adentro, la tarima mira a la tribuna oriental, tiene grandes pantallas led, dos sets de baterías, un tornamesas, decenas de luces robóticas y un sonido como para el recital de una leyenda del rock.
A las cuatro de la tarde suena una introducción de cuerdas y sintetizadores que parece anunciar la llegada de los Avengers de Marvel, pero el que sube es el dúo de reggaetón Kapla y Miky. “Hey, Medellín, buenas tardes. Buenas tardes, Medallo. Los del futuro, baby”, gritan y empiezan a cantar “Se me olvidó”, una canción que en YouTube tiene más de dos millones de vistas. En las pantallas se proyectan imágenes tipo gif, y el escenario parece un Instagram gigante. Kapla y Miky visten piyamas satinadas de colores, simulan ser gangsters que acaban de levantarse para seguir con la fiesta que empezaron la noche anterior. No sueltan el celular: cantan y rapean mientras se hacen videos a sí mismos. Aunque son reggaetoneros que apenas empiezan, el espectáculo tiene bailarines profesionales y a las voces les adhieren efectos desde la consola. En el público pocos saben las canciones pero por milagro de los coros simples y efectivos, terminan cantando con entusiasmo: “Hasta la forma en que me lo hacías se me olvidó / como besabas se me olvidó / como bailabas ya no me acuerdo / si alguna vez tuvimos un acuerdo / no lo recuerdo / se me olvidó”.
Kapla y Miky son un proyecto musical de The Rudeboyz, los productores de Maluma, e incluso antes de que tuvieran su primera canción fueron firmados por Sony Music. Entre los productores se les augura un éxito inusitado, pues el talento de Miky para hacer letras pegajosas parece más que probado. Además de “Felices los 4” hizo otras canciones para Maluma, como “El perdedor” y “Mala mía”; ha trabajado con reggaetoneros puertorriqueños como Wisin y Yandel y su última letra la grabó Marc Anthony.
—Muchos músicos de afuera quieren las letras que hacemos en Medellín, que mezclan algo de romanticismo, con fiestas y algo de sexo, pero no tan explícito como los puertorriqueños, porque eso no vende —decía Miky días atrás después de un pequeño concierto al sur de Medellín al que no asistieron más de trescientas personas.
En el concierto de reggaetón por la paz de Medellín, Kapla y Miky terminan el show con un gran aplauso después de hacer brincar a toda la tribuna del estadio. Aunque luego vendrán cantantes con mucho más reconocimiento, la diferencia de sonido se notará: el presupuesto invertido en el dúo parece mucho más alto, las armonías y el dembow son iguales a los de Maluma o J Balvin, y las letras similares.
***
Juancho Valencia es un músico de Medellín que ha ganado varios premios Grammy Latino por su trabajo innovador con los ritmos autóctonos colombianos, el jazz y la música clásica. La revista Shock lo ha calificado como el “director, compositor y arreglista más importante y talentoso de la actualidad del país”. Una mañana de agosto mezcla con el ingeniero Gabriel Vallejo el disco Marcapasos del grupo de rap local Crew Peligrosos, grabado en vivo con la Orquesta Filarmónica de Medellín, producido y arreglado por él mismo. El sonido de los vientos envuelve el estudio de grabación, y Valencia le dice a Vallejo que lleve las cuerdas al lado izquierdo de los parlantes, y pide darle brillos a la voz de uno de los raperos. La sala no se parece en nada a las de los reggaetoneros: no hay luces de neón y donde aquellos tienen sólo una laptop y una tarjeta de sonido, aquí hay aparatos complicados, perillas, grabadores enormes de cinta. La decoración parece sacada de una tienda hecha para fanáticos de Star Wars, E.T., Indiana Jones, Queen y Michael Jackson.
—El reggaetón o el pop urbano, como se quiera llamar, de Puerto Rico tiene más golpe, más fuerza, tiene más raíz, mientras que el color que se le dio en Medellín es más internacional, es más estilizado porque lo mezclaron con otras sonoridades más lejanas.
—Y en cuanto a la ejecución…
—Hay un término técnico que se llama shuffle, que es algo así como swing, y aquí lo que hicieron fue meterle al dembow algo de shuffle, o sea que le quitaron agresividad y le dieron cierto dulce, suavidad. Por otro lado están las voces, que aquí tienen que ver con la dulzura, no son las voces del barrio como sucede con el reggaetón del Caribe, donde los cantantes son más crudos. Esto le da una ambición más internacional, por eso el reggaetón de Medellín gustó en otros países donde no hubieran llegado los puertorriqueños.
Además de las razones musicales, Valencia habla de la cantidad de dinero que productores, empresarios y los mismos cantantes le invierten a la difusión de una canción: si hace diez años pagaban por sonar en las emisoras, ahora
pagan por estar en listas de reproducción, hacen lobby con los empresarios de plataformas de reproducción, compran publicidad en YouTube.
—Nosotros hacemos música por tercos, por amor a esto, pero no representamos gran cosa para los empresarios.
Días atrás, Daniel Giraldo, el manager que cerraba el negocio con el hermano de Juanes, contaba su historia y entre las cosas que dijo —que emigró a Estados Unidos en el año 2000, que tiene una cadena de restaurantes de comida rápida, que un día se encontró con un amigo de infancia que resultó ser J Balvin, que entró al reggaetón como un inversor, que es cristiano y conferencista motivacional— insistió en algo muy parecido a lo expuesto por Valencia: que una canción como “Mi gente”, de J Balvin, puede dar utilidades por cinco o diez millones de dólares. Se monetiza todo: Spotify, YouTube, Deezer, iTunes, radio, series, comerciales, telenovelas, conciertos. Una plataforma puede pagar hasta tres mil dólares por cada millón de escuchas. Dado los grandes números, las grandes ambiciones, hay inversores que pueden dar hasta cuatrocientos mil dólares para impulsar una canción. El dinero se va en estrategias publicitarias, en pagar a las plataformas para que la canción aparezca entre las recomendadas, en publicidad y hasta en transar por varios cientos de dólares a dueños de playlist —particulares que diseñan playlist que crean tendencias— para que ingresen el tema en sus recomendados.
—Pero no todo es plata, tiene que existir el talento, esa cosa que no se puede describir y que conecta con la gente —decía Giraldo.
Entre los managers, productores y publicistas se habla por lo bajo de que los narcos invertieron dinero en las carreras de los primeros reggaetoneros de Medellín; lavaban dólares comprando espacios en emisoras y discotecas, grabando discos y haciendo conciertos.
***
—Los colores, ése es el secreto del reggaetón de Medellín. Por más enriquecido que fuera el reggaetón de Puerto Rico, ellos siempre estuvieron amarrados a la raíz, a lo local. Aquí buscamos sonidos en el vallenato, en la salsa, en el pop y hasta en el rock, eso le dio otra calidez, un tono más internacional.
Alexander dj produjo la primera canción de J Balvin que sonó en toda
Colombia: “Ella me cautivó”. Un reggaetón que suena a merengue, a música brasilera y que no habla de sexo duro sino de un amor juvenil, de una obsesión romanticona.
—Desde ahí J Balvin se volvió una máquina de éxitos y le voy a decir por qué: ese parcero todos los días se levanta a trabajar desde temprano, no para, ahí no hay más secretos.
Alexander dj no sólo hizo canciones para Balvin, sino que fue uno de los
primeros productores del reggaetón colombiano, hizo canciones para Golpe a Golpe, Karol G, Reykon, y muchos de los que quieren empezar una carrera musical en Medellín lo buscan siguiendo los pasos de una leyenda. Él continuó fiel a las raíces y parece negarse a los sonidos pop que tiene el reggaetón de Medellín. Su nombre es Johan Alexander Berrío González, tiene 32 años. En 1998 tenía once y vivía en el barrio Robledo, ubicado en la comuna noroccidental de Medellín, donde entre los muchachos mayores que él circulaban canciones de ragga y champeta, géneros tan nuevos que no tenían nombre. Alexander sentía en esa música un llamado y empezó a coleccionarla como si se tratara de huevos prehistóricos. Una tarde escuchó desde la cancha de fútbol del barrio algo nuevo: la evolución final de su tesoro.
—A mi barrio empezó a llegar mucha gente del Urabá, desplazados de la violencia. Yo ya había escuchado Cuentos de la Cripta, pero lo que traía la gente de Urabá era otra cosa, porque ellos sí están pegados de Panamá, a ellos les llegaba toda esa música que en el interior no conocíamos. Me acuerdo que yo estaba en una cancha del barrio y ahí empezó a sonar un beat, un ritmo, un dembow, y yo me dije que ésa era la música que había estado buscando todo el tiempo.
Lo que Alexander vivió —el arribo a Medellín de la ragga y del primer reggaetón por mano de los desplazados de la violencia que vivían cerca de la frontera con Panamá— es una teoría que tienen expertos como Mazorra, el empresario de Sony, o Juancho Valencia. La diferencia es que Alexander lo vio y lo vivió: las víctimas llegaron a la ciudad con sus costumbres, con su arraigo, con su música.
—Ahora se entiende que el género urbano es el género callejero, y de ahí viene todo, comprende todos los subgéneros a base de un kick (bombo o bajo) y un snare (redoblante). Ya lo otro es gusto, malicia, sabor, flow… Para mí es como sabor, me gusta entender así el ritmo. Respetar caídas, impulsos para volver a subir, eso es vida y muerte, vida y muerte, el palpitar del corazón, pero te da los parámetros para sollártela. Si vos vas a bailar es así, con ese patrón, pegado a la pareja, así se disfrutan los ritmos. Yo la música la siento un poquito más de lo que la escucho.
***
En el pequeño parqueadero de la sede del sello discográfico Dream House —una gran casa blanca ubicada en el barrio El Poblado, uno de los más caros de la ciudad— hay dos motos BMW, tres carros de alta gama. Al lado de la puerta negra de la casa hay una inscripción en mármol que dice “Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en los abismos y toda lengua proclame ¡Jesucristo es el Señor!”.
—¿Entonces qué, hermano? ¿Vos sos el periodista?
—Sí. ¿Ustedes son cristianos?
—¿Por la placa? No, no, la placa estaba ahí cuando compramos la casa, pero a nosotros sí nos gusta mucho la oración, tenemos mucha fe y decidimos dejarla.
Alto, con una barba incipiente, camiseta blanca holgada y jeans ajustados, el hombre se llama Santiago Cardona y es el encargado de revisar y alimentar el catálogo de artistas que tiene Dream House, en el que estuvieron años atrás J Balvin, Maluma y Reykon. Dream House es una de las grandes empresas del reggaetón y la música colombiana; representa los intereses de más de cincuenta artistas de música urbana, rancheras, pop y música cristiana. Administra cuentas de Spotify, Deezer y YouTube, planea estrategias de divulgación y publicidad.
—Abajo te está esperando Kensel —dice Cardona.
El estudio está en el sótano de la casa. Hay un sofá y una PlayStation con varios controles, un televisor. Detrás de una puerta pesada está Kensel, que graba a un reggaetonero muy joven. Ha pasado poco más de una semana desde que Reykon, uno de los primeros reggaetoneros de Medellín, famoso en Miami, México, Perú, Ecuador y Venezuela, lanzara con Maluma la canción “Latina”, que ya tiene veinte millones de vistas en YouTube, una cifra nada despreciable en el negocio. Kensel fue uno de los productores.
—¿Éste es el primer gran éxito que tenés?
—Sí, sí, tiene muy buenas reproducciones y es una canción que también llegó sin esperarla. La hicimos en diciembre del año pasado. Yo estaba trabajando con Reykon aquí y siempre el propósito es hacer mínimo una canción por día, y nos salió “Latina”. En ese momento Reykon subió un pedacito de la canción al Instagram y Maluma le escribió por el interno: “Parce, qué canción tan chimba, qué, ¿la vamos a hacer?”.
Kensel se llama Mauricio Zuluaga, tiene 24 años y empezó a fabricar pistas de reggaetón cuando tenía trece. Todo era muy simple: un computador, el software necesario. Vendía pistas por cuarenta mil pesos —unos 15 dólares de la época— a reggaetoneros que no lograron fama. Estudió comunicación social y periodismo en la Universidad Pontificia Bolivariana, pero después de grabar al reggaetonero puertorriqueño Nicky Jam en el estudio de su casa —todo muy improvisado, la voz afectada por la reverberación excesiva del cuarto— su fama creció, decidió abandonar los estudios cuando estaba a punto de graduarse y lo contrataron en Dream House como el productor oficial.
—El sonido de Medellín es un sonido muy pop. Aquí el reggaetón suena más internacional y ahora los puertorriqueños quieren eso también, por eso vienen muchos a grabar. Aquí en este estudio hemos tenido varios y ahora vienen muchos reggaetoneros argentinos.
Cuando se despide, Kensel también menciona los miles de dólares que se tienen que invertir en las estrategias publicitarias.
—Ésa también es una clave del éxito.
***
Andrés Uribe es uno de los guitarristas de jazz más afamados de Medellín, es hermano de la pianista clásica Blanca Uribe, celebrada en el mundo académico por sus interpretaciones de las sonatas de Beethoven. Andrés estudió guitarra eléctrica en Berklee College of Music cinco años y ahora produce reggaetón bajo el pseudónimo de Ily Wonder. En el estudio de grabación que tiene en su casa de las afueras de Medellín, junto con Miky La Sensa, le producen dos canciones al rapero argentino FMK, cantante de Sony Music.
FMK llegó a Medellín para hacer una gira de una semana, en donde cada día visita un estudio distinto para grabar, cada doce horas, dos canciones. En caso de que dichas maquetas terminen en su catálogo, Sony les pagará a esos productores cinco mil dólares además de los dividendos por regalías. A FMK le interesa expandir el sonido y en Argentina todos los colegas le recomendaron viajar a Medellín.
—Vinimos a Medellín a conectarnos con otros artistas, con otros compositores, a hacer nuevas canciones, a mezclar ideas. Es increíble el nivel que hay acá, sobre todo el reggaetón. Y la calidad de compositores que hay es súperincreíble. Hicimos siete, ocho canciones con un sonido muy fresco, todas diferentes.
La voz de FMK es aguda y pastosa, pero en el estudio se transforma: adopta un tono grave que se hizo popular en Puerto Rico hace tres años en un subgénero que se conoce como trap y que en Medellín —cómo no— también se produce.
—Hermano, esto es otra cosa. Los productores de Medellín tienen el oído, la oreja, no son músicos pero entienden qué le gusta a la gente. Yo estudié todo ese tiempo en Berklee y no aprendí a tener instinto, a saber qué le gustaba a la gente —dice Andrés Uribe con una cerveza en mano.
—Es muy raro —comenta Miky, que entra a la sala de la casa con una cerveza—, por ejemplo, ahí acabamos de escribir para FMK una canción que yo soñé anoche cuando dormía al lado de mi mujer. Se me ocurrió la idea de un amor imposible, de un hombre que es amante de una mujer y esa mujer no se decide por él, una belleza de idea.
—¿Y vos considerás que esa facilidad para componer es un arte?
—Pues esto de hacer lo que a la gente le gusta, lo que la gente canta todo el día, sí tiene su arte, tiene una dificultad que no logran los músicos más profesionales.
Daniel Rivera Marín es corresponsal de la revista Semana en Medellín, Colombia. Trabajó para los periódicos regionales El Mundo y El Colombiano. Publicó el libro Volver para qué (Editorial Eafit, 2014), una crónica de viaje en la región colombiana donde más familias desplazadas hubo por el conflicto armado interno. Ha colaborado con revistas como Soho, Esquire Colombia, El Malpensante, Arcadia, Don Juan y Travesías.
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MUTEK MX: 20 años construyendo puentes entre creatividad y tecnología
Este 2024 se cumplen 20 años de la llegada de MUTEK MX a la Ciudad de México. La celebración se hará en una nueva edición del festival del 7 al 20 de octubre.