La ligereza ininterrumpida de Félix Candela - Gatopardo

La ligereza ininterrumpida de Félix Candela

Las obras de Candela, con sus curvaturas imposibles y la inquietante ligereza del hormigón suspendido en el espacio, encarnaron el sentimiento de un país en desarrollo que buscaba en la arquitectura una promesa de progreso y transformación.

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El 13 de junio de 1939 atrancó en el puerto de Veracruz el Sinaia, el primer buque de refugiados en llegar a México tras el término de la Guerra Civil Española. En él, un numeroso grupo de exiliados españoles, trescientas familias y más de mil personas, llegaron a costas mexicanas acogidos por las políticas proteccionistas del gobierno de Lázaro Cárdenas, entre ellos se encontraba Félix Candela, joven arquitecto madrileño de 29 años de edad.

Candela, egresado de la Escuela Politécnica de Madrid y sin previa experiencia profesional, llegaba a México condicionado por la guerra y habiendo dejado atrás una beca para continuar sus estudios sobre estructuras laminares de concreto en Alemania . Originadas en la Europa de entreguerras, estas estructuras abovedadas, mejor conocidas como cascarones de hormigón y compuestas a partir de paraboloides hiperbólicos –una geometría simple que permite reunir ligereza y rigidez en una misma composición– representaban un avance en los métodos constructivos de la época y, de la mano de Candela, pasarían a formar parte icónica de una ciudad en proceso de modernización.

Félix Candela cascarón de hormigón

Cascarón experimental de hormigón, Félix Candela 1951.

La Ciudad de México, en ese entonces con un millón y medio de habitantes y beneficiada económicamente por la crisis de las grandes potencias, atravesaba un momento de transformación. Era una ciudad que crecía y que, muy por delante de España, sorprendía por la arquitectura moderna ya desarrollada. Su población en aumento y la consistente inversión del Estado mexicano en arquitectura e infraestructura social para solucionar problemas de salud, vivienda y transporte, representaba un campo lleno de oportunidades para arquitectos e ingenieros. En consecuencia, aparecerían nuevas empresas de construcción como Vías y Obras de Jesús Martí y Juan Ribó –con la que Candela colaboró–, Ríos Martín de Eduardo Robles, y T.A.S.A de Ovidio Botella, y se construirían edificios icónicos de la Ciudad de México.

Por su parte, Candela, que se había nacionalizado mexicano en 1941, tras pasar un par de años como jefe de obras de la Colonia Agricola Santa Clara en Chihuahua, y tener sus primeras comisiones arquitectónicas en Acapulco, Sinaloa y la Ciudad de México, crearía Cubiertas Ala S.A. en conjunto con el arquitecto Fernando Fernández Rangel. La empresa, especializada en edificios industriales y con poco más de 1 500 comisiones a lo largo de su historia, funcionaría durante tres décadas como una plataforma para la experimentación estructural con laminares de concreto.

La Bóveda Ala, el primer cascarón experimental, una estructura sencilla y de tamaño modesto, representaría el corazón de la práctica profesional de Candela y pasaría a la historia por encarnar un modelo constructivo que el arquitecto –una vez patentado– replicaría y perfeccionaría a lo largo de toda su vida.

Mercado de Coyoacán. Félix Candela, 1955. / Acervo Alfonso Estrada, UNAM.

«Esta técnica, gracias a la utilización del paraboloide hiperbólico como geometría básica, alcanzó en México sus máximos niveles de inspiración, ligereza y elegancia de la mano de Candela, quien aplicaba en sus diseños tres premisas que consideraba fundamentales: sentido común, eficiencia estructural y economía», dice en entrevista para Gatopardo, el Dr. Juan Ignacio del Cueto, investigador de la Facultad de Arquitectura UNAM y especialista en el trabajo de Félix Candela y los arquitectos del exilio español.

Una vez consolidada Cubiertas Ala S.A., Candela llegó a Ciudad Universitaria para diseñar un pequeño pabellón de 120 m2 a las afueras de la Facultad de Odontología. El Arquitecto Jorge González Reyna tenía que ofrecerle a los estudiantes un espacio para medir rayos cósmicos y para lograrlo, le pidieron que la cubierta no tuviera más de 15 mm de espesor. Gonzalez Reyna había pensado en una bóveda cilíndrica, pero sus ingenieros no encontraron un modo de resolverla con menos de 6 o 7 cm de espesor. Es así que, bajo recomendación del ingeniero Nabor Carrillo, Candela encontró la solución y construyó dos Paraboloides Hiperbólicos tipo silla de montar, apoyados en tres arcos parabólicos.

Capilla de San Vicente de Paúl, inspirada en las tocas de las monja. Félix Candela, 1959.

«Candela es un referente en el concepto de la estructura resistente por forma, la idea de sacar el máximo provecho al material y cubrir la mayor superficie con la menor cantidad de hormigón, fue un principio de lo que ahora se considera arquitectura sustentable», dice el Dr. Juan Ignacio del Cueto. «Él me decía, con tono de broma, que construyó tantos cascarones, no porque fueran cubiertas bonitas, sino porque eran baratas».

Otra de las grandes aportaciones de Candela fue el paraguas invertido, una forma hiperbólica simple que, además de ser una solución estructural sencilla, permitía en su yuxtaposición crear espacios ventilados y atmósferas iluminadas a muy bajo costo. El paraguas, teniendo su aplicación más popular en gasolineras y comisionado un sin número de veces y en cantidades monumentales para espacios industriales, pasaría a ser un ícono de la fisonomía industrial de la Ciudad de México. Ejemplos de ello son el Mercado de Jamaica o la Embotelladora de Bacardi, pero también las estaciones de metro Candelaria y San Lázaro, además de arquitectura religiosa, como la Iglesia de la Medalla Milagrosa.

Félix Candela palacio de los deportes

Palacio de los deportes, Félix Candela (1966). / México en el tiempo.

Así, cuando Félix Candela empezó la construcción del Palacio de los deportes en 1966, para su inauguración en los Juegos Olímpicos de 1968, llevaba más de veinte años diseñando cascarones de hormigón y experimentando con estructuras laminares de concreto. Esta estructura con su caparazón de hierro, triplay y cobre, y construida en conjunto con Antonio Peyrí Maciá y Enrique Castañeda Tamborell, modificaría de forma definitiva la fisonomía de la Ciudad y encumbraría la práctica de un arquitecto que, con obras en Colombia, Venezuela, Cuba, España e Inglaterra, pasaría a la historia por el virtuosismo con el que trabajo las formas: un personaje en el que la ingeniería y la arquitectura celebran un matrimonio íntimo.

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