Pandemia en alta mar. Ochenta días en un crucero
Nadia Sanders
Ilustraciones de Santiago Moyao
La emergencia sanitaria estalló paralizando al mundo. A la deriva quedaron miles de pasajeros y tripulantes en el mar, que no pudieron descender por semanas y meses ante el cierre de puertos y fronteras. El hedonismo se volvió el lugar más propicio para esparcir un virus.
Viajar en un crucero es pasar el día entre piscinas, sintiendo la brisa bajo un cielo soleado, probar comida caribeña o dieta mediterránea y, por las noches, reunirse con los demás navegantes en la plaza del barco o gritar ¡Bingo! en el casino. En medio del mar, un crucero también es de los peores lugares para vivir el confinamiento por una pandemia como la del SARS-CoV-2. Encerrados en una cabina y sin ver tierra firme por más de dos meses, el deseo de llegar a casa se vuelve una obsesión. Sobre todo si sabes que ya han muerto medio millón de personas en el mundo.
Jenifer Blanco es una mexicana originaria de Colima, de 27 años, que sueña con viajar desde antes de nacer. Aunque le encanta la aventura, le gusta dar pasos en tierra firme, así que sigue la ruta que encuentra más confiable para cumplir sus sueños. Trabajar en un crucero era uno de ellos, lo que nunca se imaginó es que le iba a cambiar la vida.
Pasó más de dos meses de confinamiento a bordo del Crown Princess: un barco de 60 metros de alto y 290 metros de eslora, la longitud de una embarcación desde la proa hasta la popa (algo así, como la extensión de dos calles), con capacidad para 3,000 pasajeros y 1,200 miembros de tripulación. Es uno de los barcos más lujosos de la línea Princess Cruise, empresa con 19 naves a inicios de 2020. También es una jaula de oro cuando pasas 80 dias confinada en una cabina en medio del mar, de donde solo puedes salir a comer tres veces al día y tomar sol en un paseo por la cubierta. Ella lo cuenta como una aventura. Pero para miles de personas, permanecer en el barco con el coronavirus abordo fue una pesadilla.
CONTINUAR LEYENDOPara el mes de febrero, Jeny, como la conocen sus amigos, llevaba cuatro meses trabajando como parte del Youth Staff, al cuidado de los niños, para los que tenía que crear actividades, juegos, canciones y vigilar que no se cayeran y, si se caían, que no se notara el chichón. Aunque podía tener una jornada de unas cuatro horas, el resto del tiempo debía cumplir con capacitación o guardias.
Al inicio de su travesía en octubre de 2019, Jeny abrió la fanpage “Vámonos con Jeny”, para mostrar la experiencia de recorrer Aruba, Antigua, Santa Lucía, Barbados, Curazao y otras islas, antes de la crisis sanitaria que congelaría al mundo. Un viaje en el Caribe suele durar unos 10 días, partiendo de Miami, Florida. Cada día, el crucero amanece en una nueva isla y el viaje incluye días enteros en el mar hasta el siguiente puerto.
En los días de playa, en la fanpage aparecían fotos de Jeny posando frente al mar, de comida y piscinas en el crucero, los atardeceres y sus nuevos amigos abordo, generalmente mexicanos, chilenos y peruanos. “Llegamos a Barbados y por fin nos tocó bajarnos juntas! [se refiere a dos de sus amigas del staff] Comimos, jugamos, nos hicimos la sesión de fotos y fuimos muy felices hasta que llegó la tarde y regresamos al trabajo”, publicó en enero desde la isla que vio nacer a Rihanna. Jeny se tomó selfies acompañada por sus dos amigas y dos compañeros del crew sentados sobre la arena blanca, con gafas oscuras, luciendo un traje de baño de dos piezas y el mar turquesa al fondo. Siempre con un crucifijo dorado colgado de su cuello.
Jeny había quemado sus naves unos meses antes después de haber vivido 3 años en Irlanda. Su primo Faby, 8 años mayor que ella, la animó a buscar nuevos horizontes en el sector de los cruceros. El primo ya es un viejo lobo de mar, con 9 años navegando. Y le advirtió: “te vas a cansar del Caribe y un día no vas a querer ni bajar”. “Y yo contesté: no, no creo”. Pero a los dos meses Jeny le confesó: “ya me pasó”. Podían atracar frente a una isla, ella miraba el reloj, medía el tiempo; tenía dos horas, suficientes para comer y nadar un poco, aunque luego pensaba: “Mejor me voy a dormir”. Sí, te puedes aburrir del paraíso.
La alerta
Al mencionar la palabra crucero, el referente más trágico es el Titanic. El miedo a que un barco se hunda es de los más frecuentes cuando viajas por mar. Pero este año, la amenaza se encontraba abordo y también resultó invisible. A inicios de febrero, una alerta comenzó a hacer ruido entre la tripulación: un virus, China, ahora tenían que limpiar el barco, estos son sus limpiadores, necesito guantes, hay que limpiar cada objeto, lavarse las manos, tomarse la temperatura. ¿Qué está pasando? ¿Va a pasar pronto?
La pandemia había alcanzado a un crucero, el Diamond Princess, retenido el 3 de febrero mientras estaba atracado frente a las costas de Japón. Ninguna de las 3,711 personas abordo pudo bajar a tierra después de que un pasajero (que había descendido) había dado positivo a la prueba de Covid-19. En cuestión de días y después de aplicar dobles pruebas, el gobierno de Japón confirmó 531 casos más abordo. Un mes después, la cifra aumentó a 712 casos y nueve de ellos murieron.
El 14 de febrero Jeny publicó por primera vez algo relacionado con el coronavirus: “Es un día de trabajo normal, pero hoy quiero platicarles más sobre las medidas de salubridad que estamos tomando para evitar cualquier contagio. La limpieza es constante, no hay un horario específico para limpiar, siempre verán a algún trabajador limpiando los pasamanos, sillas, mesas, etc. Se dan anuncios constantes para que no olviden lavarse las manos y utilizar el gel”. Pero en su fanpage los comentarios de sus amigos y su familia eran de alegría: “Tú sigue disfrutando”, “qué lindo”, “hermosa, la guía turística”.
«Una alerta comenzó a hacer ruido: un virus, China, ahora tenían que limpiar el barco, necesito guantes, hay que limpiar cada objeto, lavarse las manos, tomarse la temperatura».
El Youth Staff, de un día a otro, recibió la instrucción de limpiar cada plumón, marcador o pieza de Lego que tocaba cada niño, y tenían que tirar a la basura los mazos de barajas de cartón después de usarlos, aunque luego mejor optaron por no jugar más con ellos.
Los cruceros tienen entre su staff a personal de más de 140 países, que deben aprobar una serie de filtros, como exámenes de salud, de idiomas, entrevistas. Entre ellos, hay profesionistas como Jeny (ingeniera en gestión empresarial) dispuestos a hacer una actividad no relacionada con su carrera por ingresos que pueden duplicar lo que ganarían en su país y la oportunidad de viajar por el mundo. La brecha de sueldos varía según el expertise. El más bajo puede ser de 500 dólares y, algunos de los más calificados, hasta 10,000 al mes, según un sondeo del sitio Business Insider.
Se requieren meseros, garroteros, bar tenders, chefs, asistentes de chefs, lavatrastes, camaristas, recepcionistas, masajistas, estilistas, instructores de acondicionamiento físico, empleados de tiendas, personal de limpieza, médicos, enfermeros, crupiers para los casinos, profesionales del entretenimiento, y cualquier servicio que se pueda requerir abordo, más el personal a cargo de la administración, la seguridad, el mantenimiento y, por supuesto, la navegación.
El millonario negocio de los cruceros
Pagar sueldos por arriba del mercado es posible para una industria que representa 150 mil millones de dólares al año, según la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros (CLIA, por sus siglas en inglés), conformada por 55 empresas, 272 barcos y una capacidad anual para 30 millones de pasajeros. México recibió a casi 9 millones de cruceristas en 2019, principalmente en los puertos del Caribe —destino de 70% de los barcos en las costas del país—. Esta industria es inicipiente en México. Grupo Vidanta dio a conocer apenas en 2019 el primero de una flota de cinco barcos con rutas en el Pacífico y el Caribe mexicanos.
Los cruceros son una experiencia donde es casi imposible aburrirse: con 17 pisos de altura, puedes hacer un hoyo en un minicampo de golf en medio del mar, jugar tennis a cielo abierto, nadar en una de las tres piscinas, vivir la adrenalina de la ruleta y las máquinas tragamonedas en los casinos o ver espectáculos estilo Las Vegas en un auditorio por las noches. Las empresas contratan a artistas internacionales, cantantes de ópera, organizan proyecciones nocturnas de películas frente a la piscina. Es un parque de diversiones en un barco de 113 toneladas en el mar.
«Encerrados en una cabina y sin ver tierra firme, el deseo de llegar a casa se vuelve una obsesión. Sobre todo si sabes que ya han muerto medio millón de personas en el mundo».
Puede albergar a alrededor de 4,000 personas, entre pasajeros y tripulación, dependiendo del tamaño del barco. Tiene alimentos en sus buffets, restaurantes, fuentes de soda y servicios a la habitación las 24 horas. La oferta puede ir desde un sándwich hasta una sofisticada cena de comida japonesa o un corte inglés, con vinos de varias regiones del mundo. Y en cada restaurante, los pasajeros suelen compartir mesas y platicar con gente nueva. Este hedonismo se volvió en el lugar más propicio para esparcir un virus tan contagioso como el SARS-CoV-2.
Las señales de que los cruceros eran una fuente de contagio tardaron en ser vistas. Entre febrero y marzo, cada vez eran más los casos de pasajeros que tenían que abandonar los viajes para recibir atención de emergencia en alguno de los puertos a los que cientos de ellos llegaban a comer y salir de compras. Hubo 28 muertes por Covid-19 y más de 900 casos positivos vinculadas al Ruby Princess, en Australia, en las primeras semanas de marzo. El Zaandam, de Holland America, tiene relación con cinco muertes por la misma enfermedad y más de 100 pasajeros y tripulantes con síntomas de influenza, documentó el Wall Street Journal. Para mediados de junio, habrían sido al menos 10 barcos con brotes abordo de las líneas Princess, Carnival, Costa y Holland American.
Pandemia en medio del mar
Cuando te preguntan en un barco cómo estás, la respuesta entre la tripulación suele ser un número que representa los días que faltan para ir a casa. El 6 de marzo, Jeny estaba a 43 de volver a México. Entonces ya tenía su plan de navegación para los siguientes tres meses, porque le gusta planear todo. “Me iba a bajar un 18 de abril en Roma, íbamos a cambiar de ruta hacia Europa. Iba a estar dos meses de vacaciones en mi casa. Ya sabía lo que iba a comer. Y me volvía a subir [a un crucero] un 30 de mayo e iba a ir al lugar de mis sueños: Hawái”, relata con un entusiasmo expirado.
Jeny platica conmigo desde su casa en la ciudad de Colima, capital del estado del mismo nombre, en el occidente de México, famoso por un volcán que no tiene palabra de honor y zona sísmica que mantiene las construcciones a no más de cinco pisos de altura. Desde el escritorio donde platica, puede ver el árbol de almendras y el naranjo que hay en su jardín. Ama su “ranchito”, como le llama a su ciudad, y también la comida: el pozole seco, los sopitos y el ponche de mezcal con granada. Le encantan las frutas que no hay en otras regiones, como los guamúchiles, una vaina con una semilla negra por dentro. Su mamá es de Comala, el pueblo mágico en que Juan Rulfo situó Pedro Páramo, y donde hacen “el mejor pan del mundo”.
Esta travel blogger es una mujer sensible. Físicamente, mide 1.50 metros de estatura, tiene una complexión media, ojos ligeramente rasgados y una sonrisa que difícilmente se apaga. Su cabello es negro, lacio y largo hasta alcanzar sus hombros. Entre sus talentos está el reirse de sí misma, es inmune al qué dirán y sobreviviente del dengue y chincungunya, dos enfermedades graves contagiadas por el piquete de un mosquito. Le gusta mucho cantar. Lo hacía frente al espejo durante el confinamiento. Inevitablemente, descargó TikTok e hizo videos desde su cabina. Platicar con ella implica reír cada 10 minutos por alguna anécdota: si la dejó el avión, si tomó una excursión de cuatro días en coreano, o si bajó en pijama al crew bar.
«Princess Cruise informó que iban a desembarcar a todos sus pasajeros en Miami y Jeny estaba entre el primer grupo de la tripulación en bajar».
A inicios de marzo, a unos 3,700 km lejos de casa, Jeny se encontraba en la isla de Aruba, territorio dependiente de Holanda, al norte de las costas de Venezuela. De ahí, su crucero navegó 2,000 millas náuticas —985 km— hacia las Antillas, para atracar en Barbados. En un crucero todos los días son iguales porque no hay descansos, pero era un miércoles 11 cuando la Organización Mundial de la Salud declaró la Covid-19 como pandemia. Dos días después, la CLIA anunció una suspensión “voluntaria” de operaciones de cruceros en Estados Unidos. Princess Cruise informó entonces que iban a desembarcar a todos sus pasajeros en Miami y Jeny estaba entre el primer grupo de la tripulación en bajar, así que trató de disfrutar de cada minuto en el barco.
“Llegamos a St. Kitts —San Cristóbal y Nieves, en el norte de las Antillas—, la incertidumbre ya estaba a flor de piel, no sabíamos si llegábamos o no, si nos iban a bajar en Miami o no, ¡si nos ibamos a casa o no! Pero yo de todos modos iba a trabajar, así que tomé mis respectivas fotos desde la ventana de mi oficina”, publicó el 16 de marzo. Ese día terminaba el crucero para los pasajeros.
Antes de desalojar el barco, había viajeros interesados en saber cómo quedarse abordo durante la pandemia o preguntaban nerviosos a la tripulación cuándo iban a regresar a casa. “¿Cómo te explico que no sabemos?”, se decía Jeny a sí misma con una sonrisa para tranquilizar a los turistas. “Ya habíamos visto en las noticias de que Miami estaba totalmente infectado. Lo más seguro es que nos iban a bajar ahí. Y pensamos, ¿qué pasa si a lo mejor nos esperamos un poquito más para que ya limpien todos los aeropuertos? Y ya vamos con un poquito más de seguridad”, recuerda. Los pasajeros habían descendido y permanecían unas 1,200 personas de la tripulación, originarias de al menos 40 países.
Todos los tripulantes dejaron sus habitaciones compartidas para ocupar las cabinas destinadas a los huéspedes, con vista al mar y luz del día. En la cabina de un tripulante apenas cabe una litera con dos camas individuales, un escritorio, un clóset y un baño para una persona en la regadera y otra en el WC. Es como una caja, sin ventanas. En las nuevas habitaciones podían bañarse sin que se les pegara la cortina de la regadera a la piel. El baño tenía tina y dos camas individuales que, juntas, hacían una matrimonial y un balcón para tomar aire y mirar el mar. La única vista que Jeny tuvo por más de 70 días.
Cierre de puertos y fronteras
Con la declaratoria de la pandemia, la mayoría de los gobiernos comenzó a cerrar sus fronteras. No más vuelos comerciales y puertos sin barcos. Muchos cruceros ya habían zarpado y se encontraban flotando por el Mediterráneo, en medio del Caribe o el Pacífico. El reto era llegar a un país donde pudieran desembarcar a los pasajeros, a quienes desde tierra veían como un riesgo de contagio.
“México fue de los pocos países que decidieron abrir sus puertos para poder recibir a cruceros”, señala Bernardo Aguilar, director General para Europa de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Se diseñaron operativos para hacer repatriaciones y puentes humanitarios para llevar a otros a sus países de origen. El primero fue en Puerto Vallarta, con el crucero MS Europa, donde viajaban 357 alemanes, casi todos de la tercera edad. Para poder enviarlos a casa, se creó un grupo de varias dependencias federales, el gobierno de Jalisco y el del municipio de Puerto Vallarta. La idea era que permanecieran el menor tiempo posible en contacto con las personas en tierra y abordaran un avión (enviado por la naviera) para llevarlos a su país.
Al llegar al puerto, los pasajeros pasaron por filtros sanitarios, de aduanas y migración y fueron transportados hasta el aeropuerto en camiones directamente a las escaleras de los aviones con destino a Islandia y Alemania.
«Se diseñaron operativos para hacer repatriaciones y puentes humanitarios. El primero fue en Puerto Vallarta, con el crucero MS Europa, donde viajaban 357 alemanes».
De los 117 puertos que hay en México, en la región del Pacífico, se mantuvo abierto Puerto Vallarta, en Jalisco, y La Paz, en Baja California Sur. En el Caribe, tuvo actividad el de Cozumel, en Quintana Roo, y Progreso, en Yucatán. Los cruceros sólo podían desembarcar si se garantizaba el regreso de los pasajeros directo a su país, sin tener contacto con población local y cumplían con las normas sanitarias. Los operativos, explica Aguilar, solían hacerse de noche y trasladaban a los pasajeros en un autobús hasta la plataforma del avión, generalmente financiado por las líneas de cruceros.
En mayo pasado, el Koningsdamn desembarcó a más de 900 tripulantes en Puerto Vallarta, donde los esperaban siete vuelos charters a diferentes destinos. Uno a Belgrado, de ahí vía aérea a Ucrania, y vía terrestre a 15 países distintos, señala Aguilar. El caso de este crucero resonó en medios porque un integrante de la tripulación que era mexicano pidió ayuda al gobierno a través de redes sociales para poder atracar después de haber estado dos meses en el mar.
Desde el inicio de la emergencia, un total de 1,500 personas extranjeras abordo de cruceros han logrado regresar a su país vía puertos mexicanos. Esta política ayudó a su vez a traer de vuelta a casa a muchos mexicanos. El 1 de abril, pasajeros británicos a bordo del crucero Marella Explorer II llegaron a Progreso, en Yucatán, para abordar una nave enviada por Reino Unido al aeropuerto de Cancún. Ese avión trajo sin costo para México a 141 personas que se encontraban en Reino Unido y otros países de Europa y que en cuestión de horas llegaron a Londres para aprovechar el ride por un aviso de la cancillería.
¡33-12! ¡33-12!
Los primeros días sin pasajeros era una fiesta para la tripulación del Crown Princess. Pero una mañana, durante el desayuno, la blogger comenzó a toser y sintió los dardos de las miradas de todos a su alrededor. Por un momento se vio como el personaje de Monsters Inc al que se le queda pegado el calcetín de un niño en el lomo. Y como los monstruos creían que los niños eran tóxicos, el escuadrón emprende un plan de acción —el 33-12— para desinfectar el área de riesgo. A Jeny no la raparon como en la película, pero la pusieron en confinamiento total en una habitación durante una semana. No podía salir por ningún motivo.
“A nosotros no nos daban llave porque teníamos que estar aislados”. La comida se la llevaban a la puerta y una doctora iba dos veces al día a tomarle la temperatura. Una tarde, después de tomar su siesta, la encontró en pijama y la expresión fue: “¿No te has bañado?” La doctora le dijo que además de lavarse las manos, había que bañarse diario. Al día siguiente, Jeny se maquilló como si fuese a una fiesta, aunque estuviera en su habitación, sólo para que la doctora la encontrara arreglada. El aislamiento no deja fuera al orgullo.
Desde finales de marzo, el servicio de internet ya era gratuito para toda la tripulación, cuando en condiciones normales tenía un costo de 5 dólares al día o 60 al mes. Así que podía chatear y hacer videollamadas con su amiga masajista y otro amigo que era mesero. Eran tres inseparables. En siete días de ocio y aislada, Jeny grabó clásicos de TikTok y hasta se hizo una falda hawaiana. Cuando finalmente salió, los primeros días de abril, ya nada era igual. Toda la tripulación tenía que permanecer en su cabina. Sólo los dejaban salir una hora para comer tres veces al día y caminar un rato en el sol.
Su estado de ánimo también había cambiado y desde su cabina siguió por internet la bendición Urbe et Orbi que dio el papa Francisco desde la Plaza de San Pedro completamente vacía, a donde fue llevado el crucifijo de madera de San Marcella al Corzo. Para entonces, el 27 de marzo, Italia registraba un récord de casi mil muertes en un día y un total de 9 mil fallecidos, superando a España y China.
«No podía salir por ningún motivo. La comida se la llevaban a la puerta y una doctora iba dos veces al día a tomarle la temperatura. ‘No nos daban llave porque teníamos que estar aislados’».
En Semana Santa, Jeny hizo una trasmisión en Facebook para conmemorar el dolor de la virgen María. “Lo siento, pero, hemos estado en este barco, prácticamente solos. Ya no tenemos pasajeros. Solo hemos estado nosotros limpiando el barco y encerrados. Hubo un tiempo en el que me enfermé, me dio gripa y me asusté porque… el miedo a la muerte es real. Y aunque tengo muchas ganas de llorar quiero decirles que esta madre [la Virgen María] que tengo aquí nunca me dejó sola”, dijo tratando de evitar las lágrimas y con un nudo en la garganta.
Para entonces, 95 personas abordo estaban enfermas, aparentemente solo de resfriados y un tripulante tuvo que ser bajado de emergencia, pero murió días después en tierra. Oficialmente, no hubo ningún caso de Covid-19 abordo del crucero de Jeny y se sentía realmente bendecida.
Llevaban al menos seis semanas “flotando”. Hubo fotógrafos que captaron con drones a los majestuosos cruceros en medio del mar Caribe, como si fueran palitos de madera en un charco de agua.
A finales de abril, Princess Cruises, Holland American Lines y Seaburn Cruise Lines comenzaron su propio plan de repatriación de personal para enviarlos a Europa, África, Asia y Canadá. «Hicimos algo increíble, algo que nadie se podría imaginar, algo para lo que nunca has sido entrenado, ¡pero lo hicimos! Seis naves lo suficientemente cercanas para poder hacer un intercambio de tripulación», dice una publicación atribuida a Raffaele G. Ansant, Oficial de seguridad de Sky Princess, en la cuenta de Facebook de Princess Cruise.
A finales de abril, le volvió la vida a Jeny: tomó lo que ella llama su “Uber Princess” para los latinos y cambió del Crown al Caribbean Princess. Las naves hicieron intercambio de cientos de tripulantes a través de tenders, unas embarcaciones techadas con ventanas, donde caben unas 60 personas y que usualmente van adjuntas a los cruceros como botes salvavidas. Así, se juntaron más de mil latinos, de los cuales casi 300 eran mexicanos, en un solo barco.
Jenny estaba cada vez más cerca de casa.
La otra amenaza: los suicidios
Luego de dos meses sin pasajeros en más de 100 cruceros por todo el mundo con unos 100,000 tripulantes abordo, las empresas tomaron medidas de confinamiento que muchos no pudieron soportar: permanecer todo el día en la cabina, con permisos solo de salir para comer y tomar el sol un rato, y con acceso gratis a internet desde donde podían ver cómo avanzaba la pandemia.
Entre la tripulación de otros barcos, el 12 de mayo comenzó a compartirse una imagen que estremeció a muchos. Abordo del Carnival Magic (de la línea Carnival) una persona se había lanzado al mar y un par de días después la tripulación le rindió un homenaje en la cubierta, donde se reunieron decenas de navegantes en un medio círculo con las linternas de sus móviles encendidas. La escena fue captada por uno de ellos mostrando la inmensidad del mar y un cielo a punto de volverse oscuro.
Corría además la noticia de que, en menos de 10 días, cuatro miembros de la tripulación de distintos barcos se habían suicidado ante la incertidumbre de cuándo llegarían a casa.
“Toda la informacion se compartía porque el gremio de la tripulación vuela como pólvora aunque sean de distintas líneas”, comenta George, un tripulante colombiano de 34 años de la empresa Carnival, que comparte su experiencia, pero pide mantener su identidad como confidencial.
Cuando ocurrió el suicidio en el Carnival Magic, la gente estaba muy estresada y después de la tragedia se registraron varias peleas entre la tripulación. “Ese aislamiento fue trascendental para que el muchacho haya tomado la decisión. Y no es que haya sido culpa de las decisiones, sino que no todos aguantan ese encierro, no soportan el estar solos y pasó lo que pasó, desafortunadamente”, dice.
George pasó 80 días en el mar desde que su país decidió cerrar fronteras. “Me dijeron: ‘George, no jodas, no te puedes ir porque está cerrado. Entonces, vamos a esperar’. Ellos siempre mantenían toda la comunicación bien sereno, como que te calmaban, te decían no te preocupes, vamos a gestionar, vamos a resolver. Pero yo sabía que eso no iba a pasar porque entiendo cómo son las cosas o cómo funcionan las cosas en mi país”, comenta.
El navegante es ingeniero industrial de formación, pero a bordo formaba parte del staff de entretenimiento, un puesto que tiene que mantener alegre el ánimo de los viajeros, hacerlos sonreir, animarlos en dinámicas de grupo. “De hecho, ese departamento es uno de los que más te cansa. Tienes que estar siempre arriba. Tienes que estar con la actitud positiva. Hay días que amaneces con la nube encima. Pero en ese departamento hay que saberlo manejar. Si no, te tiras”, relata vía telefónica desde Colombia. Su equipo es el que estaba a cargo de amenizar los concursos de trivias, los karaokes. Revisan con anticipación la edad promedio de los pasajeros y planean concursos de acuerdo a los grupos más numerosos. Son, por mucho, los que hacen la fiesta en el crucero.
«Una persona se lanzó al mar y la tripulación le rindió un homenaje en la cubierta. Se reunieron decenas de navegantes en un medio círculo con las linternas de sus móviles encendidas».
En su barco, las medidas de higiene también se fortalecieron desde febrero. Y cuando bajaron a todos los pasajeros en Miami, mudaron a la tripulación a las habitaciones individuales con balcón. Pero parte del personal, el que estaba a cargo de limpieza (generalmente de nacionalidades del sureste asiático) continuaba yendo a las habitaciones para hacer el aseo. “Para mí era como: ‘¡Marica, soy tripulante también! Tranquilo’. Y yo hacía mis propias cosas, pero ellos sí todavía tenían obligaciones”. Al cabo de un mes, George recuerda que la empresa fue dejando la responsabilidad de limpieza a todos los que estaban a bordo.
En su camino a casa, George también cambió de barco para agruparse con otros tripulantes latinos. Pero sus amigos de Europa le platicaban lo que seguía ocurriendo en el Magic Carnival. “Después hubo varias peleas entre ellos, ¿por qué?, no sé, estaban estresados, porque estaban en un punto donde había discordia o diferencias. Y eso era el iniciador, el detonante”, dice. Un amigo cercano le contaba a diario lo que ocurría. Si dejaban de ver a alguien durante las comidas, pensaban lo peor y se preocupaban por saber si estaba en su cabina, si estaba bien. Había tripulantes que se aislaban y no querían hablar del tema. A partir del suicidio en el Magic, la línea Carnival decidió relajar las medidas de aislamiento. Ahora podían andar libremente en el crucero.
Durante mayo y junio se registraron al menos siete muertes no relacionadas con Covid-19, la mayoría de ellas confirmadas como suicidios, a bordo de cruceros de las líneas Princess, Caribbean, Carnival y Virgin Voyages. Miles de tripulantes en más de 100 barcos comenzaron a protestar en redes sociales y a exigir que los dejaran volver a casa. Los barcos con nombres de dioses, joyas, sueños, brisa y encantos del mar se volvieron un lugar asfixiante.
Mayo fue un mes de terror en los cruceros. Los primeros días, una ciudadana ucraniana de 39 años saltó por la borda del Regal Princess, en Rotterdam, Holanda. Otro miembro de la tripulación saltó de Joya de los Mares, de Royal Caribbean, en el Mediterráneo. La semana siguiente, un tripulante del Carnival Breeze murió en su ruta de regreso a Europa por causas ajenas a Covid-19, confirmó un vocero de la empresa a CNN.
Japan Times registró la muerte de un tripulante de origen filipino que se había “autoinfligido heridas” a bordo del Scarlet Lady, de Virgin Voyages, varado en las costas de Florida. La pesadilla siguió en junio, cuando una mujer filipina murió a bordo del Harmony of the Seas, también de Royal Caribbean, cerca de Barbados, en espera de su repatriación.
Los sitios Cruise Hive y Cruise Law News registraron también la muerte de un ciudadano chino a bordo del Marinner of the Seas, de Royal Caribbean, y de un hombre húngaro, en el Carnival Breeze.
También hubo motines. Frente a una de las piscinas del Navigator of the Seas, un grupo de 15 tripulantes de Rumania inició una huelga de hambre en mayo, que duró tres días, para exigir que los llevaran de vuelta a casa.
Jeny vivió en carne propia la sensación de incertidumbre. “Me duele el saber que hay un marinero menos”, dice. Pero sabe que muchas veces vivieron la emoción de un posible regreso a casa que terminaba frustrado antes de desembarcar, supuestamente por las reglas impuestas por los gobiernos a los cruceros. Medios estadounidenses, como el Miami Herald, publicaron que los cruceros se rehusaban a pagar charters para enviar su tripulación a casa por considerarlo “demasiado caro” y decidieron mantenerlos en el mar.
La sensación de flotar sin rumbo alguno se volvió insoportable.
De vuelta a Ítaca
En su cabina de 9 metros cuadrados, Jeny conoció el pánico en medio de una tormenta donde el barco de 113 toneladas se mecía sin voluntad propia, tuvo miedo a la muerte y su única esperanza —como en La Odisea de Homero— era volver viva a casa.
A finales de mayo, unos 275 mexicanos que trabajaban en cruceros de la línea Princess, dejaron su último crucero y se acercaron a las costas de Progreso, Yucatán. Jeny venía con su amiga masajista y el joven mesero. Después de 80 días en el mar, descendieron en los botes naranja y ocuparon dos ferries en medio de la noche. El regreso sería largo. Viajarían a Cancún para tomar su vuelo a sus distintas ciudades de origen y luego tomarían transporte por tierra. Con el don de poder dormir en medio de tormentas, Jeny apoyó su cabeza en su mochila y entró en sueño profundo después de escuchar que pasarían la noche en el ferry. A Cancún llegarían hasta el día siguiente aunque estuviera a menos de una hora de navegación.
Los contratiempos no cedían. Una vez en Cancún, el avión resultó descompuesto. Más de 100 pasajeros tuvieron que bajar. Jeny alcanzó a avisar que iba a perder su conexión a Guadalajara y solo agradeció que no la llevaran de regreso al barco. Después de seis horas, despegó a la Ciudad de México, donde una manifestación le dio la bienvenida bloqueando el paso hacia su hotel. Esa noche tuvo otro quiebre y rompió en llanto, vio que sus manos y hombros le ardían al contacto con el agua caliente, por las horas de llevar encima el peso de sus maletas. Pero ya estaba en tierra firme.
«Jeny conoció el pánico en medio de una tormenta. Tuvo miedo a la muerte y su única esperanza —como en La Odisea de Homero— era volver viva a casa».
Jeny voló a Guadalajara y de ahí viajó en taxi hasta Colima. No quiso que nadie fuera a recibirla para no exponerlos al riesgo del coronavirus y ocultó su origen de procedencia al entrar a su ranchito. Cuando por fin llegó a su hogar, solo se encontraba su papá. No pudo contenerse y lo abrazó. Al día siguiente, su madre fue a verla. Solo la vio desde el auto, a dos metros de distancia y lloró ante la impotencia de no poder abrazarla.
Jenny entró a otro encierro: se impuso una nueva cuarentena en casa para descartar que se hubiera contagiado del virus durante el traslado. A mediados de junio, cuando en el mundo había 7 millones y medio de casos confirmados y casi 16,500 muertes en México, pudo volver a abrazar a su mamá. Y se convirtió en el peor tormento de su papá limpiando la casa con la misma obsesión que tuvo en el barco, como si fuera a llegar un supervisor a inspeccionar su cabina.
Durante la pandemia, un total de 1,200 mexicanos que se encontraban en cruceros han sido repatriados, algunos por vía aérea y otros directamente de la embarcación, confirmó la cancillería. Y hasta la tercera semana de junio no hay más registro de solicitudes de repatriación por parte de mexicanos a bordo de cruceros.
No todos los tripulantes han tenido la misma suerte que Jeny. Miles de ellos siguen abordo para mantener los barcos a flote a cualquier costo.
Recomendaciones Gatopardo
Más historias que podrían interesarte.
Un par de extraños en Polanco
Ante el estrés que a diario nos aqueja, no siempre es posible darse una escapada fuera de la ciudad. Es entonces cuando una opción como W México City se puede convertir en una aventura que va de lo sofisticado a lo picante.
Desempañar la niebla: La ruina cerebral que nos dejó un virus
Entre 10 y 20 % de los mexicanos que padecieron el covid-19 viven con las secuelas persistentes: confusiones, olvidos y una niebla que opaca sus pensamientos. ¿Qué sabemos y cómo detectar el long covid?
Puerto Príncipe, un campo de batalla
La violencia y las guerras internas han hecho de Haití, una pequeña isla caribeña, la presa perfecta para pandillas, militares y fuerzas armadas ilegales. Un fotoperiodista relata su recorrido por una tierra que parece abandonada.