Quien obtenga la victoria en este territorio se llevará los 20 votos del Colegio Electoral que la entidad aporta y estará un paso más cerca de conseguir los 270 votos que se requieren para el triunfo. Fotografía Jonathan Ernst / Reuters.
Después de casi media hora de hablar sobre armas y estadísticas de letalidad, Steve empieza a ponerse inquieto. Juguetea con su celular durante el largo rato que dura esta entrevista. Tras un silencio, me mira como dándose valor y muestra en la pantalla la fotografía de tres mujeres.
Señala a la del centro y baja la voz:
—Soy yo —me confiesa—. Soy heterosexual —aclara de inmediato—, pero a veces me visto de mujer.
Cuando no está en un mitin político, Steve se transforma en Claire y pasa los fines de semana en el Rainbow Mountain Resort, un centro vacacional con alberca, bar y restaurante que sirve como lugar de escape y convivencia para miembros de la comunidad LGBT+ desde principios de los años ochenta.
Me muestra más fotografías. Reparo en que la apariencia de Claire es sobria. Usa atuendos sencillos: unos jeans rasgados o unos shorts color salmón que combinan con la blusa negra que resalta su busto. El único detalle extravagante en su aspecto son las pelucas que le permiten navegar entre el dorado, el negro y un rojo sedoso. Guarda el celular, dejamos el rímel y los tacones de Claire para pasar de nuevo a los tatuajes y las pistolas de Steve.
Rob va a votar por Joe Biden; Steve, por Donald Trump. Ambos son hombres blancos y forman parte del único segmento demográfico que no muestra una clara inclinación por el Partido Demócrata en las encuestas de Pensilvania, un estado bisagra que podría mover la balanza de la próxima elección presidencial.
—¿Qué opinan las otras chicas de la foto de que seas republicano?
—Cuando soy Claire no puedo hablar de política. La gente en los círculos LGBT no entiende que yo pueda votar por Trump y vestirme de mujer. Los liberales se presentan como personas de mente abierta, pero pueden ser muy intolerantes, así que prefiero evitar el tema con ellos.
Aunque insiste en que los republicanos son cada vez más abiertos, reconoce que nunca podría presentarse como Claire a un evento de Trump. La gente juzga y excluye.
—Mis amigos republicanos no entienden. Durante 18 años lo escondí, incluso frente a mi madre, con quien vivo. Ojalá hubiese sido más rebelde. Hubiera querido tener más valor entonces para decirle abiertamente lo que soy.
Para efectos políticos, Steve ha elegido ser un coleccionista de armas y dejar a Claire en el armario. En esta elección, la pregunta relevante no es por quién votar sino: «¿Quién eres?» En la Pensilvania profunda no hay otra forma de pertenecer más que encajar en el molde. Y su molde es la familia: un grupo de republicanos que defienden lo que consideran el modo de vida tradicional americano. Las chicas del Rainbow Mountain Resort no pertenecen a ese mundo. Ellos, los cazadores, los maestros, los veteranos, las enfermeras y los mineros se asumen como una resistencia conservadora contra la creciente ola liberal de las grandes urbes. Están conscientes del peso de su voto y se enorgullecen de haberle dado el triunfo a Trump en 2016. Steve me lo hace saber: de 1920 a la fecha, quien ha ganado en su condado, Northampton, ha resultado electo presidente en todas salvo tres ocasiones. La vasta mayoría de las zonas rurales en el estado es ferozmente republicana. Las ciudades de Pittsburg y Filadelfia, por el contrario, concentran el voto demócrata. De los 77 condados de Pensilvania, son sólo ocho (Bucks, Lehigh, Monroe, Lackawana, Dauphin, Centre, Erie y Northampton) en los que se define el rumbo del estado y, por lo tanto, donde la batalla es más encarnizada.
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En esta elección, la pregunta relevante no es por quién votar sino: «¿Quién eres?» En la Pensilvania profunda no hay otra forma de pertenecer más que encajar en el molde. Fotografía Paul Weaver / Reuters.
—Filadelfia era un lugar fenomenal para crecer, un terrible lugar para ser soltero y un gran lugar para formar una familia —me dice Rob Wasser sonriendo mientras se coloca el cubrebocas para levantarse y saludar chocando codos a un amigo que pasa junto con su pareja frente a Rittenhouse Square.
Y continúa:
—Hoy las cosas son distintas. Filadelfia se ha convertido en una ciudad vibrante —dice con optimismo y calma profesoral desde el bistró francés del que es propietario en una de las zonas más exclusivas de la ciudad.
Filadelfia, en efecto, transpira diversidad y energía. Artistas, personas mayores, migrantes, empresarias, oficinistas, árabes, afroamericanos y latinos caminan acelerados bajo los rascacielos. Los amplios ventanales reflejan los tesoros arquitectónicos históricos enraizados en el concreto que quedan como vestigio de esa ciudad que fue protagonista del surgimiento del Estados Unidos independiente. A unas cuadras de ahí, en el parque Dilworth, una decena de jóvenes marcha cargando carteles en contra de la violencia racial y la brutalidad policiaca. Se escucha: “¡Sin justicia no hay paz!, ¡sin justicia no hay paz!, ¡sin justicia no hay paz!”.
Rob suelta una carcajada sincera cuando le pregunto por quién va a votar, como si la respuesta fuera obvia. Tal vez lo es. En 2016, 83% de los electores de Filadelfia votó por el Partido Demócrata. “Por Joe Biden”, asegura, todavía con una mueca en el rostro, aunque aclara que él se considera independiente. Rob forma parte de la mayoría demócrata en Filadelfia, pero no de la mayoría de los hombres en el estado. Según una encuesta reciente del New York Times, solo 41% de los hombres en Pensilvania votará por Joe Biden frente a 49% que votará por Donald Trump. Son, en realidad, las mujeres quienes sostienen la ventaja demócrata en Pensilvania.
—Trump ha hecho mucho por Israel y eso es algo que realmente aprecio como judío americano —dice y cuenta que antes de terminar la preparatoria, decidió irse a vivir a Israel. Estando ahí, obtuvo la nacionalidad y se enlistó en el ejército—. Me enamoré del país —relata con nostalgia.
En la Pensilvania profunda no hay otra forma de pertenecer más que encajar en el molde. Y su molde es la familia: un grupo de republicanos que defiende lo que consideran el modo de vida tradicional americano.
Según una encuesta reciente del New York Times, sólo 41% de los hombres en Pensilvania votará por Joe Biden, frente a 49% que votará por Donald Trump. Fotografía de Kevin Lamarque / Reuters.
Aunque va a votar demócrata, Rob se siente identificado con los republicanos en muchos aspectos. El apoyo a Israel es uno de ellos, pero también comparte su filosofía económica y la idea de que el mejor gobierno es un gobierno chico. Sin embargo, considera que Trump no le habla a todo el país y eso le molesta. El derecho al aborto y los servicios de salud universales le parecen condiciones mínimas que un gobierno debería garantizar y que no están incluidos en la agenda republicana.
—Sólo le habla a una minoría radical. Eso no es justo. Los políticos deben dirigir su mensaje a la mayoría de los ciudadanos.
Pero “mayoría” es un concepto disputable.
Rob ve en esa mayoría a las mujeres que exigen que sus derechos sean reconocidos, a los migrantes que trabajan en los restaurantes de la zona, a los jóvenes que marchan en aquella plaza cercana exigiendo un alto a la discriminación y a los empresarios que, como él, están comprometidos con su comunidad urbana.
Para Steve, a dos horas de la ciudad y a veinte minutos de la montaña, la mayoría se ve muy distinta: son los ciudadanos americanos que están perdiendo sus empleos frente a extranjeros que cobran menos, son los blancos que no logran acceder a la educación universitaria porque las acciones a favor de las minorías los dejan fuera, son los policías a los que, considera, han sido estigmatizado injustamente las protestas antirracistas, y las familias tradicionales que defienden su derecho a rezar en público y comprar rifles para cazar el fin de semana.
El reto de una campaña no es convencer a la mayoría, sino construir una mayoría a quien hablarle. En su esfuerzo por expandir los límites de su coalición, los partidos en Pensilvania libran una agresiva disputa identitaria. La solidaridad, tradición, la justicia y la libertad hierven en conflicto en las calles de las ciudades, en las iglesias y en los asados familiares. A 20 días de la elección, en Pensilvania, el estado donde se firmó la Constitución que define los valores fundamentales del país en 1787, Estados Unidos vuelve a preguntarse quién es.