Tiempo de lectura: 5 minutosUna de las mayores contribuciones de El vampiro de la colonia Roma, la novela del recién desaparecido Luis Zapata, es el retrato gozoso de la vida gay en la Ciudad de México a finales de la década de los setenta. Los años de las grandes salas de cine y del auge de los Sanborns. Adonis García, el protagonista, es un prostituto que recorre distintas clases sociales y capas de la ciudad, desde la colonia Roma donde vive, hasta Las Lomas adonde escala. Se pasea por el centro, la Zona Rosa, la Cuauhtémoc y liga en la Condesa. Y sus estados psíquicos pasan del regocijo a la paranoia, del abandono a la fantasía de salir incluso de este mundo. Conforme pasa el tiempo, este retrato va adquiriendo un color de foto vieja, algo que es parte de nuestra historia. ¿Qué queda de aquel mundo gay masculino de esos años? ¿Será cierto hoy, como dice Adonis García, que esta ciudad es una de las más cachondas del mundo?
Hagamos viajar 45 años en el futuro a Adonis García y pongámoslo en el lugar donde se prostituía a finales de 2020. Estamos en la esquina mágica, entre Avenida de los Insurgentes y Aguascalientes. El Sanborns de allí ha desaparecido. De hecho, muchas tiendas de la cadena han cerrado por que dejaron de ser negocio, y esta tendencia se ha recrudecido por la pandemia.
Frente al antiguo Sanborns, hoy pintarrajeado, hay una tienda de Dentimex, que Adonis ya no reconoce. ¿Quién iba a pensar que el servicio de limpieza dental se iba a dar en un local tan moderno, y parte de una cadena? Ya nadie liga allí, se acabó el tránsito de autos que daban la vuelta por Insurgentes, doblaban en Baja California, a la altura del cine Diana, daban la vuelta por Chilpancingo, para regresar a Insurgentes por la calle de Campeche. El cine Las Américas también se desvaneció. En su lugar hay un centro comercial de tiendas baratas que atiende principalmente a la gente que baja del metro, o del Metrobús, un sistema de transporte que Adonis desconoce.
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Ya no hay Sanborns de Niza. Ahora lo ocupa una Farmacia del Ahorro. También desapareció el de Rio Rhin, a donde Adonis iba a ligar a los baños. Se metía en un privado y, sentado en el excusado, espiaba a la persona del otro lado a través de un agujero. Las hamburguesas Shake Shack son lo más relevante de esos rumbos.
La Zona Rosa sí que resulta algo familiar. Pero, esperen, algo también ha cambiado. Ya no es el lugar de ligue para encontrarse con los niños bien. Ahora es un sitio dilapidado. La elegante calle de Amberes, donde estaban el restaurante Passy y la tienda de platería Tane, ahora está llena de bares gay de nombres papilla que cambian de aspecto rápidamente, pero llevan cerrados varios meses. ¿Y qué son todos esos establecimientos con letreros en coreano? Nuevos edificios se alzan imponentes sobre Reforma. La embajada de Estados Unidos está amurallada. Desapareció el Cine Latino y ahora lo ocupa un fantasmal WeWork ¿Qué es un WeWork?
Si Adonis quiere seguir prostituyéndose en la calle, tiene que ir a Tokio, atrás del Seguro Social. A diferencia de sus tiempos, cuando existía una ambigüedad sobre si cobraba o cuánto cobraba, ahora las transacciones son directas y pactadas desde el comienzo. También podría ir a la Alameda, pero allí los chicos son menores que Adonis y puede ser que la paga no sea tan buena. Sería mejor que abra un perfil en alguna de las aplicaciones de ligue, como Grindr o Scruff, donde la prostitución no es abierta, pero los entendidos saben que detrás de los masajes, escorts y sesiones de Tantra gay hay gato encerrado. Incluso podría tener su propia cuenta porno en Twitter.
También deberá ponerse al día con las drogas. En los setenta, Adonis dedica alguna parte de su relato a describir su relación con la mariguana. Nos enteramos de que tuvo una época dura, el exceso de mota lo deprimía, y en alguna ocasión estuvo en la cárcel por posesión y consumo de mariguana. La buena noticia es que el Senado acaba de pasar una ley que la despenaliza. Es una ley incompleta, porque sigue castigando parcialmente la posesión y el comercio —una oportunidad perdida—, pero seguro ya no lo castigarán si lo encuentran con cannabis.
Han pasado cuatro décadas. En los ochenta, Adonis se habría metido a la coca. En los noventa y principios de los dos mil, tachas, pero ahora consideraría seriamente el Chemsex, que tan popular se ha vuelto en la comunidad. Tiene a su disposición un amplio espectro de drogas: GHB, ketamina, coca, metanfetaminas, ácidos, incluso podría tomar el milagro de finales de los noventa, el viagra, para mantener la erección. O podría engancharse con cristal, que aumenta la capacidad sexual durante un par de días, permite tener sexo ininterrumpido, pero al mismo tiempo devasta a las neuronas, produce paranoia y destruye los dientes, además de ser tremendamente adictivo. Muchos activistas han tomado nota del uso extendido del Cristal y están levantando la voz para crear conciencia de esta nueva epidemia.
Hay que tener una conversación seria con Adonis. Las enfermedades de transmisión sexual han cambiado radicalmente. A nadie le importa ya la gonorrea o las crestas como a él. Justo cuando la comunidad gay respiraba una libertad sin precedente, apareció un nuevo virus, el VIH, al que se le llamó la gripe rosa por no estar enterados exactamente de qué era o qué la provocaba. Muchos adoptaron la teoría de la conspiración: no había tal enfermedad, era un invento del conservador Ronald Reagan para desbancar las libertades ganadas, pero resultó que era cierto, y su presencia cambió la historia de la comunidad para siempre. Amigos de Adonis, como Pepe, morirán en los ochenta o noventa, cuando contraer el virus era una sentencia. Otros habrán adoptado el sexo con condón, la membrana entre la vida y la muerte. Con todo, es impresionante cómo la ciencia avanzó en estos años y desde hace tiempo el sida se convirtió una infección con la que se puede vivir. También los científicos encontraron otras formas de prevención, como el PrEP. Si no tienes VIH, puedes tomar medicamentos para reducir el riesgo de infectarte. Cuando Adonis entre a este protocolo, deberá hacerse pruebas cada tres meses en la Clínica Condesa.
Bueno, aclarado todo esto, sólo falta por investigar si la Ciudad de México sigue siendo tan cachonda en 2020 como a finales de los setenta. Según El vampiro de la colonia Roma, esta era la ciudad que más se prestaba para coger: la Torre Latino, el símbolo fálico de la ciudad, y el Palacio de Bellas Artes, las chichis más grandes del continente, siguen allí como testigos mudos de que la ciudad tiene sexo todo el día. En esa década se podían tener relaciones sexuales en el Sanborns, en el metro, en los baños públicos, donde había orgías muy organizadas y la gente cooperaba para que tengas placer. En las tardes, se ligaba en la Zona Rosa, en los cines Gloria y Teresa. En la noche había miles de lugares a donde ir, bares y cantinas cuyo nombre se han perdido con el tiempo. Hoy, éstos están cerrados por la pandemia, también los baños públicos han desaparecido. El más famoso y organizado de ellos, el Sodome de la calle de Mariano Escobedo, sólo abre sus salones secos. Los cines son ahora modernas salas, donde lo más gay es la película de El baile de los 41, que se acaba de estrenar. Pero sólo se pueden ocupar en un 30% y cierran después de las siete de la noche.
El nuevo espacio publico son las redes sociales. Con la pandemia se ha acelerado el ligue por medio de las aplicaciones, y los nuevos bares son las fiestas clandestinas que suceden en donde se pueda, principalmente en Coacalco, al norte de la ciudad. Basta que estés en el grupo de WhatsApp correcto para que te enteres. También han proliferado los clubes de sexo, como el Antifaz, el Chiquero o la Casita, que abren y cierran o cambian de lugar. Si las medidas de seguridad de restaurantes o tiendas dan risa, las de estos lugares son de antología. Te piden cubrebocas para entrar, pero sabes que te lo vas a quitar a penas te metas en lo oscurito. El metro sigue siendo un clásico, sobre todo la llamada cajita feliz, los últimos vagones de la Línea 2.
La ciudad halló su manera de adaptarse, encontrándose y perdiéndose al mismo tiempo en el impulso perenne de Adonis García, el hedonista gay de nuestra literatura, la fuerza que nos crea y nos destruye.