Israel y Palestina: una crónica infrarrealista
Este es un adelanto de Mundo enfermo (Debate, 2021), escrito por Diego Enrique Osorno, una especie de autobiografía en clave viajera. Una serie de vivencias por Tierra Santa, ocurridas en 2012, pero que hacen una reflexión crítica del siglo que vivimos.
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Estoy en Roma, donde casi un millón de sus habitantes tiene cruces latinas colgando de su cuello o guardadas junto a las camas pequeñas en las que se acuestan a dormir: son sacerdotes, monjas, seminaristas, personas que algo tienen que ver con la Iglesia católica, cuya sede mundial está aquí: un barrio-Estado teocrático del tamaño de una favela de Río de Janeiro.
Esto es Roma, donde los miércoles, en este país, el más pequeño del mundo, El Vaticano, el papa Benedicto XVI ofrece audiencias públicas a las que ha acudido al menos una vez la mitad de los compatriotas mexicanos con los que recorreré Israel en los días siguientes. Roma, donde muy pocos saben que las noches de cada sábado primero de mes Su Santidad reza el rosario a la vista de la gente común y corriente, según me confía con una espectacular sonrisa cómplice de cincuenta y seis dientes el representante de la Opera Romana Pellegrinaggi en Estados Unidos, mi anfitrión del periplo. Roma, donde dueños de tiendas de artículos religiosos son capaces de estafar al prójimo-turista con píos fraudes. Roma, donde hay buen pescado, pero no carne sabrosa para comer a menos que estés dispuesto a purgar la penitencia de los precios pecaminosos. Roma, que en estos últimos días del invierno puede producir tanta nieve como para levantar divertidas estatuas papales de hielo frente a la basílica de San Pedro. Roma, donde, mientras estamos en el coctel de bienvenida en el hotel Casa Tra Noi, el más gentil de todos mis compañeros peregrinos se mete la mano a una de las bolsas de su pantalón para mostrarme las veintitrés estampas (veintiuna de santos y dos de beatos cristeros) que lleva guardadas en la cartera y que lo acompañarán en los próximos días que pasaremos en Tierra Santa.
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Rubén, nuestro guía, nació en un proyecto comunitario socialista inspirado en Tolstói que en Israel tomó el nombre de kibutz. Aunque los kibutz han venido a menos en la actualidad, en su momento ayudaron a los pioneros judíos en la invención del Estado de Israel, después de la Segunda Guerra Mundial. El kibutz de Rubén está cerca de la Franja de Gaza, donde la palabra guerra es un asunto poco tolstoiano. Tampoco es sagrada, como se suele decir que lo es la tierra alrededor de la pista del aeropuerto Ben Gurión, en la que acababa de aterrizar nuestro avión de AirItalia.
“¿Cuál es la fuerza turística de la Tierra Santa o de la Tierra Prometida?”, preguntó Rubén, con aire sofista, cuando tomó el micrófono del autobús al que nos habíamos subido en Tel Aviv. “La fuerza es que aquí están los lugares bíblicos”, respondió, para luego dejar en claro que la Biblia era la mejor guía de viaje por Israel.
Luego, no sin un dejo de intriga, advirtió que con ciertas cosas de la Biblia había que tener cautela. Una de ellas es que el fruto prohibido que comieron Adán y Eva no fue una manzana. En realidad, explicó Rubén, no se sabe cuál fue, pero hace cientos de años se decidió que una manzana fuera la representación de aquella fruta provocadora del pecado y de tantos desmanes que vinieron posteriormente, incluido el de la vida humana en masa, según el apartado titulado Génesis de la guía de viaje recomendada por Rubén.
Después Rubén se metió a un terreno aún más pantanoso de las polémicas bíblicas: el caso María Magdalena. “Se dice que era pecadora, pero no necesariamente una prostituta como dicen por ahí”, planteó con una voz dulce, contrastante con su rostro duro y su cuerpo musculoso marcado por los años que sirvió al ejército israelí, antes de convertirse en el guía turístico más marcial que he conocido.
Mientras Rubén hablaba de María Magdalena, el autobús enfilaba hacia Nazaret por la Seis. La Seis es una carretera que exige poco aliento para transitarla en su totalidad. De hecho no existe ninguna carretera interminable por aquí. Para cruzar Israel de norte a sur hacen falta sólo quinientos cincuenta kilómetros, mientras que de oeste a este, ciento diez. Por fortuna, hacer este viaje geométrico no se tratará de un trayecto soso. A lo largo del camino, el viajero conocerá el desierto de Judea y cuatro de los mares más afamados del mundo: el mar Rojo, el mar Mediterráneo, el mar de Galilea y el mar Muerto (aunque el mar de Galilea y el mar Muerto en realidad son lagos enormes).
Israel es un país pequeño que tiene la misma población que Guadalajara. Oficialmente, se asegura que de sus habitantes ochenta por ciento son judíos y veinte por ciento árabes, una proporción que me parece bastante cercana a la de los hinchas de las Chivas y del Atlas, respectivamente, en la capital de Jalisco.
Sin embargo, es difícil tener un censo preciso del número de personas que viven aquí, porque las cifras oficiales no incluyen a los palestinos que sobreviven en diversos asentamientos de Cisjordania, resistiéndose a ser ciudadanos israelíes, algunos luchando por la liberación de Palestina, muchos otros tan sólo tratando de vivir la cotidianidad en la tierra donde nacieron.
Aquella tarde que llegamos a Israel el cielo de la carretera Seis estaba nublado, pero no llovió mientras nos acercábamos a Nazaret. Alrededor había campos verdes y floridos, que poco tenían que ver con las descripciones desoladoras que hizo Mark Twain cuando dejó el río Misisipi para viajar por estos lares.
Una vez que Rubén acabó de darnos la bienvenida, al sacerdote Francisco, quien se sumó a la expedición en Roma, le llovieron preguntas de todo tipo por parte de los demás peregrinos. Se me vienen dos a la mente: “¿Por qué ahora hay sacerdotes que no quieren ir a oficiar bodas fuera de las iglesias, por ejemplo, en una playa o en un rancho?” y “¿Por qué hay sacerdotes que siguen poniendo restricciones a la vestimenta de las mujeres?”.
Francisco es un joven moreno de treinta y cinco años, que usa lentes de aumento con armazón fino y se peina por el lado izquierdo con un apartado que envidiaría cualquier presidente de México. Contestó con una notable mansedumbre zen la ráfaga de preguntas que se le vinieron encima, incluidas varias sobre los Legionarios de Cristo, la congregación religiosa a la que pertenece y en cuya dirección general trabaja en Roma. Mientras Francisco contestaba, a un lado del autobús pasaba un camión remolcando dos tanques de guerra. Dos estropeados tanques de guerra irrumpiendo en el paisaje y dejando en segundo plano los campos de olivos con sus hojas bicolor, plateadas de un lado y verdes del otro. Olivos despampanantes a la orilla de la carretera cuyas aceitunas del color de los armatostes militares dejados atrás parecen ser un blanco fácil para la rapiña.
Quizá los tanques de guerra inspiraron a Rubén, porque el guía volvió a tomar el micrófono para darnos recomendaciones útiles sobre el valle que estábamos atravesando: “Si tú tienes un ejército y quieres pasar, éste no es el mejor sitio. Si ven, a los lados hay montañas que cierran el camino. Desde esas cimas te pueden disparar cómodamente, impidiéndote el paso”, dijo, provocando un sube y baja de caras de curiosidad y aceptación entre los pasajeros.
“¿Han escuchado el dicho: ‘Si tú controlas Megidó [el valle de Armagedón], controlas todo’? Se refiere a esta zona que están viendo.” Pues sí, estábamos en Armagedón, el famoso valle que tantas mentes hollywoodenses ha excitado y donde habrá de librarse la batalla final.
Cuando Rubén acabó su explicación castrense, como si la Fuerza Aérea Israelí estuviera coordinada con él, nos sobrevoló un enorme avión militar de carga color gris. Todos volteamos y vimos una especie de elefante con alas que producía los zumbidos de una mosca dinosáurica.
Más allá de las historias de honor, sangre y dolor ocurridas en el valle de Armagedón, y contadas por Rubén, recuerdo que el sitio tenía muchos árboles con flores blancas de donde estaban a punto de brotar almendras. Imaginé el mismo sitio, por las noches, con cientos de ranas croando, brincando, buscando lo que sea que busquen las ranas.
Al poco rato al fin llegamos a Nazaret. La encontramos en calma.
3
Llegamos somnolientos pero impresionados al Monte de la Transfiguración. Ahí platiqué con Germán, otro de mis compañeros peregrinos. Germán es un pastor evangélico que vivió en Hong Kong, trabajando mucho de día y explorando por las noches las bulliciosas e incógnitas calles de la isla. Germán le estaba contando eso a una chica delgada, morena y de largos pelos chinos. Le decía también que allá el perro y la rata se comen, como se murmura con asco en México, pero ambos animales son platillos delicatesen, que se sirven en sitios sumamente caros. La chica con la que él hablaba era una asistente de proyectos de una pequeña empresa. Hacía no mucho había sido rescatada de las garras de una banda de proxenetas de Tlaxcala, que la obligó a prostituirse en el barrio de La Merced, en la Ciudad de México. Tras un operativo policial fue llevada a Casa de la Roca, una polémica agrupación en la que trabaja Germán. Casa de la Roca tiene un albergue donde se da refugio a chicas maltradas como ella. En el Monte de la Transfiguración me enteré de que la chica estaba estrenando su pasaporte con este viaje cortesía de la agencia de viajes ORNIT. Por su seguridad, si vuelvo a mencionarla en este texto, la llamaré María.
Subimos la colina para estar en el sitio donde, según la Biblia, Jesús cambió de forma y figura delante de un pequeño grupo de sus apóstoles. El padre Francisco estaba realmente excitado. “¡Estamos caminando por donde el Señor caminó, viendo lo que Él vio!”, nos dijo cuando acabamos de subir la cuesta solitariamente. Luego se aparecieron cuatro niños árabes acomodados en dos bicicletas y escoltados por un perro pulguiento. Cuatro niños dickensianos que cuando terminamos de mirar el horizonte de Nazaret pasaron acechantes a un lado de nosotros, en especial de las mujeres de la comitiva.
Enfilamos después al hotel para instalarnos.
4
Desde lo alto de otra colina, el hotel Golden Crown contaba con una vista de Nazareth aún mejor. Fue esa noche, la primera que íbamos a pasar en Israel, cuando abrí en mi habitación el sobre con el mensaje que nos habían dado los organizadores del viaje:
¡Bienvenido!
De parte de todo el equipo de ORNIT te damos la más cordial bienvenida a nuestro fam trip. Éste es un viaje especial de familia, entre amigos, en el que buscamos explorar y conocer de primera mano los servicios que ORNIT ofrece a sus grupos, en esta ocasión en Roma y Tierra Santa.
Los viajes de ORNIT están diseñados para grupos de peregrinación, personas que sienten el deseo de visitar lugares santos, en donde puedan encontrar y vivir una experiencia viva de fe, a través del viaje, del contacto con los demás, de la reflexión y oración personal. Nuestra misión es que regreses muy contento a tu casa y haremos todo lo posible para lograrlo.
En esta ocasión visitaremos la ciudad de Roma y Tierra Santa. Son muy pocos días para poder recorrer con detalle todo lo que estos lugares ofrecen a un peregrino. Te invitamos a aprovechar este viaje y disfrutarlo con serenidad, contemplación y espontaneidad. En algún momento de nuestro recorrido el Espíritu de Dios puede tocar tu alma, y esto será el mayor regalo que podrás obtener en estos días.
Un mensaje conciso y agradable, aunque inquietante. Conciso porque iba al grano en cuanto al tipo de viaje que estábamos haciendo, y agradable porque serenidad, contemplación y espontaneidad son, sin duda, el tipo de situaciones que entusiasman a alguien cuando viaja, aunque, por desgracia, tales cosas no siempre se consiguen. Lo que me causó un poco de inquietud fue la frase: “En algún momento de nuestro recorrido el Espíritu de Dios puede tocar tu alma”. No soy un antirreligioso radical. Comprendo la fe de los demás y me gusta conocer la historia cristiana porque también es la historia de la humanidad. Más allá de que la identidad del autor esté diluida en un montón de campesinos retórico-líricos o en una divinidad, la Biblia me parece una obra fascinante, porque fue escrita en una época salvaje, con una prosa fabulosa. De las miles de historias que contienen los libros que la conforman, el relato del diluvio que destruyó al mundo es mi preferido.
Sin embargo, como dice Karl Marx en su emocionante texto aunque aburridamente titulado “Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”, la religión creada alrededor de una serie de historias ocurridas hace dos mil años puede llegar a ser “el estado de ánimo de un mundo sin corazón, porque es el espíritu de los estados de cosas carentes de espíritu”.
La religión es el opio del pueblo, dijo Marx. Y para algunos, todo lo que dijo aquel judío alemán es la Biblia.
5
A la mañana siguiente, en el lobby del hotel Golden Crown, Rubén trae una sonrisa en la cara. Está por anunciar una sorpresa. Se trata de una visita al sitio donde María recibió la noticia, vía un arcángel, de que sería madre de Jesús. Y también iríamos al taller donde trabajaba José, la pareja de María. Ambas cosas son una sorpresa porque al parecer no estaban en el programa original. El contingente estalla de júbilo. Se nota que mis colegas peregrinos amanecieron descansados del traqueteo del primer día y un poco más adaptados al cambio de horario.
Una iglesia (la iglesia de la Anunciación) fue levantada en lo que se piensa que fue la choza donde vivían María y José hace 2012 años. Los católicos armenios creen que el arcángel Gabriel se apareció en otro lado; y los católicos griegos a su vez en otro más. El lugar donde los católicos romanos y apostólicos creen que fue queda en el centro de Nazaret. Al bajar del autobús y caminar por una calle angosta y empinada, un letrero color hueso avisa en árabe y en inglés: “Si alguien desea profesar una religión diferente del islam, nunca se le aceptará y en la otra vida será un perdedor”.
La explicación de un letrero tan agresivo junto a la iglesia de la Anunciación tiene que ver con una pequeña mezquita que está al lado. Dicha mezquita iba a tener por lo menos el doble de tamaño para que, de cierta forma, opacara a la iglesia de la Anunciación. Sin embargo, la sola decisión de levantar una mezquita junto a uno de los templos más importantes del mundo católico provocó la ira del poderoso barrio-Estado del Vaticano, y en 2003 el papa Juan Pablo II pidió al gobierno de Israel que detuviera la afrenta. El gobierno de Israel, en respuesta, destruyó los cimientos originales de la mezquita Shehab a Din. La mezquita sí fue construida, pero mucho más pequeña. Y a los musulmanes se les permitió poner ese letrero contra los perdedores.
Claro que para dimensionar lo sucedido habría que saber otras cosas más, como que la mayoría de los habitantes de Nazaret son musulmanes.
Mientras pasabámos a un lado del letrero, platiqué con el sacerdote Francisco acerca de la sensación que uno puede tener cuando visita lugares que aparecen en los libros más especiales que ha leído. Esto viene a colación por la Biblia, por supuesto, pero yo le mencioné que miré distinto Sonora después de mis lecturas de la obra de Roberto Bolaño, escritor chileno al cual él no conoce.
Cuando entramos a la iglesia fuimos directamente al sitio donde se considera que ocurrió la Anunciación. Una placa en latín dice: “Y el verbo se hizo carne aquí”. La lectura de esta frase que siento tan conocida a lo largo de mi vida me produce la misma sensación que sentí cuando vi las calles de Pitiquitos, un pueblo sonorense que aparece en la novela Los detectives salvajes, y que pensé que solamente existía en la imaginación de Bolaño hasta que respiré fascinado su polvo.
En las paredes de la iglesia están acomodados lienzos que recrean la aparición del arcángel en la casa de María. Son pinturas enviadas por iglesias de diversos países. Mi preferida, por su variación de colores un tanto beat, es la de Charles L. Madden, enviada por la Iglesia de Estados Unidos. Se llama “The Woman Clothed With the Sun”; en cambio, la más impactante es la que mandó la Iglesia de Japón: una obra de Luca Hasegawa, en la cual el manto de María está hecho de perlas auténticas.
La de México la hizo José García Ocejo y no está del todo mal.
El taller de José está debajo de la iglesia, en una especie de gruta. Rubén dice que para los judíos José no era carpintero, lo cual causa una controversia callada entre el grupo. “Si ven alrededor se darán cuenta de que en Nazaret casi no había madera con la cual se pudiera trabajar”, explica. Luego comenta que José es uno de sus personajes preferidos, ya que escapaba al desierto cada vez que se desesperaba. Y como parece que era muy tempramental —sobre todo después de que su esposa tuvo un hijo con el Espíritu Santo—, tal cosa ocurría muy seguido.
Tiene razón Rubén. Sin duda José es un personaje que pudo haber dado más en la narrativa de la Biblia. Para los interesados, hay un libro apócrifo y exclusivo en torno a su figura, donde se le atribuye a Jesús haber dicho cosas como ésta sobre el esposo de su madre María: “En el catorceno año de su edad, vine al mundo de mi propia voluntad, y entré en ella, yo, Jesús, vuestra vida. Cuando llevaba tres meses encinta, el cándido José volvió de su viaje. Y, encontrando a la virgen embarazada, se turbó, tuvo miedo y pensó despedirla en secreto. Y, a causa del disgusto, no comió ni bebió en todo aquel día”.
En el taller de José hay un pasadizo en el que se considera que por ahí caminaba María. El acceso a los visitantes está bloqueado, pero algunos tiran dólares, como si se tratara de un pozo del deseo o algo así. No nada más dólares. También había a la vista tres monedas de diez pesos mexicanos. Ninguna de ellas era de la edición especial dedicada a Octavio Paz, aquella en cuyo margen se lee el hermoso verso: “Todo es presencia, todos los siglos son este presente”.
Al salir de la iglesia de la Anunciación un acordeonista árabe en silla de ruedas identificó a nuestra comitiva mexicana y se puso a tocar “La cucaracha”. Minutos después, en la tienda de recuerdos a la que llegamos, pusieron un jarabe tapatío y algunos hicieron sus compras más que animados. Había otros consumidores frenéticos de diversas nacionalidades, quienes metían botellas del vino de Galilea, cremas cosméticas del mar Muerto, rosarios de Nazaret, agua ben-dita del río Jordán y tierra sagrada (autentificada) de Jerusalén en canastas amarillas colmadas de fe.
6
“En martes ni te cases ni te embarques”, dice el refrán popular. Rubén explica que pese a la mala fama de ese día, fueron en martes las bodas en las cuales Jesús, después de que se acabara el vino de la celebración, hizo uno de sus primeros milagros al convertir el agua en alcohol. El lugar donde ocurrió tal espisodio bíblico se llama Caná, por donde ahora vamos pasando. Y es cierto que los católicos rehuyen al matrimonio en martes (y cada vez más, en general en cualquier otro día de la semana). El sacerdote Francisco confirma que no recuerda haber oficiado ninguna boda en martes. En cambio, si hubiera un rabino en el autobús, ataja Rubén, hubiera confirmado que la mayoría de las bodas judías son los martes.
Hace 2012 años Caná era una villa grande y Nazaret nada. Ahora Canán no es nada. Después de Caná está Magdala, el pueblo en el que nació María Magdalena. Una porción de Magdala fue cedida por el Estado de Israel (por ley, noventa y dos por ciento de la tierra de Israel es propiedad del Estado, el cual la renta por cuatro años a inversores o sus ciudadanos) a un grupo mexicano para que construyera un hotel y un centro de convenciones. Cuando pasamos por ahí ya se asomaban algunos letreros del futuro Magdala Center.
Sin embargo, el proyecto está detenido, porque durante las excavaciones ocurrió algo muy usual en Israel: fue hallado un templo religioso sepultado, en este caso una sinagoga.
Adelante de Magdala está el mar de Galilea, que es a donde nos dirigíamos. Llegamos y nos subimos a una barca de inmediato. En nuestro bote, el conductor puso una bandera de México junto a la de Israel, y luego la música del himno mexicano, mientras dejábamos el muelle. Alguien recordó una cita de la Biblia y la dijo en voz alta: “El ser humano debe ser como el mar de Galilea: recibe agua, pero también da agua”. El mar de Galilea no es un mar: es un lago de agua dulce que recibe agua del río Jordán y luego la deja pasar con dirección al mar Muerto. Lo más conocido del mar de Galilea es que por encima de sus aguas caminó Jesús. En este sitio, se considera también que Jesús habló ante unas cuatro mil personas. Fue uno de sus primeros mítines.
Lejos de la orilla, el conductor apagó el motor de la barca y el sacerdote Francisco Javier leyó la vocación de san Mateo, Mateo 2, capítulo 2.
Se hizo un silencio en verdad espiritual: aire fresco, calor, bamboleo, maderas roídas y un repentino olor a Chanel de alguna de las peregrinas presentes.
Luego la barca continuó la navegación. Quizá éste fue el mejor momento del viaje. Quizá el Espíritu sí se apareció y fue justo en dicho instante.
7
—Oiga, padre, ¿de qué vivía Jesús? Siempre me lo he preguntado —se acercó a decirle una señora al sacerdote. Francisco le respondió que había mujeres que le ayudaban y que los doce apóstoles compartían entre sí su dinero.
Luego alguien preguntó sobre la novela El código Da Vinci. El sacerdote respondió, con argucia, citando a Louis Pasteur: “Poca ciencia aleja a Dios; mucha ciencia acerca a Dios”.
Tras el mar de Galilea nos dirigimos a Yardenit, un paraje del río Jordán, donde Jesús fue bautizado. La orilla a la que nos acercamos estaba llena de nutrias que en lo personal me parecen horripilantes. Una nutria es una rata nadando en un río, y esas nutrias que se acercan a quienes llegan al río Jordán buscando mojarse las piernas con agua bendita son la metáfora de algo, sin duda.
En la tienda del sitio se vendía a pocos séqueles agua del río Jordán guardada en frasquitos. Algo tan surrealista como los frasquitos de aire de París que hizo Duchamp y que ahora se venden en el aeropuerto de Orly entre figurillas pequeñas de Édith Piaf. Quizá ahí está la metáfora. O quizá hay que seguir pensándola. Estaba pensándola pero me desconcentró lo que hacía una turista estadounidense que aventaba migas de pan al río, las cuales se disputan nutrias, bagres y palomas.
8
Ahora, mientras vamos al Templo de las Bienaventuranzas, hablo con el sacerdote Francisco sobre el papa Juan Pablo II, a quien en una ocasión él ayudó en una misa celebrada en la basílica de San Pedro. Se desvía la conversación hacia el aire espiritual de polacos de otros campos. En la poesía, Szymborska, y en el periodismo, Kapuscinski. Promete que leerá a ambos cuando termine su estudio sobre los escritos de juventud del papa Benedicto XVI, quien sirvió durante breve tiempo a las juventudes nazis de Alemania, de lo cual, por supuesto, se arrepintió después y explicó el contexto en el que tal cosa había sucedido.
Es una tarde soleada, en uno de los jardines del Templo de las Bienaventuranzas, y el sacerdote se prepara para celebrar una misa. Le ayuda en los preparativos una de las peregrinas. La peregrina es una gentil señora que en el Estado de México organiza bautizos y primeras comuniones que no se celebran en Toluca, sino en la basílica de San Pedro.
Sonidos de aves acompañan el inicio de la celebración.
Dos árboles robustos dan sombra a los peregrinos católicos que acuden a la misa. Ambos árboles tienen declaraciones de amor talladas en diferentes idiomas. Algunas son:
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- Aisha y Joha-Albania
- Iglesia Calvino-Bendiciones a todos
- Reyna y Édgar-Iztapaluca
- Eder y Erik (manos de niños trazadas con tinta sobre la leyenda)
El sacedorte Francisco, tras la homilía, pide que se haga un agradecimiento especial a Dios. “Gracias al Señor por darnos la oportunidad de estar en el lugar donde Él dio el mensaje de las Bienaventuranzas. En aquel momento, cuando lo dijo, quizá hubo gente que respondió: ‘Ah, está bien’, y se fueron a sus casas como si nada, otros se fueron con la semilla de Dios sembrada en ellos. A lo mejor aquí sucede igual hoy, nos vamos, pero con la semilla de Dios sembrada en nosotros.”
Después de eso una de las peregrinas pasó una canasta para recabar dinero. De fondo se oía el rezo: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, danos la paz. Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, danos la paz”.
Todos los peregrinos cooperaron y el sacerdote habló en voz baja unas palabras en latín. A mí me dio algo de escalofríos el ritual.
Horas más tarde fuimos a Caprice, una joyería y centro de pulido de diamantes de Israel. Adentro nos proyectaron un documental donde nos enteramos de que los diamantes pueden ser encontrados en África, Canadá, Brasil o Siberia, y que son comercializados principalmente por consorcios de Inglaterra, Holanda y ahora también de Israel. También supimos que “Marca Ubroba” (o algo que sonaba parecido) es lo que se dice cuando se hace un trato entre un comprador y un vendedor de diamantes. Lo más angustiante de la información que recibimos esa tarde fue que si un calibrador de diamantes se equivoca, su pobre corporativo puede perder millones de dólares, y él, su trabajo.
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