El extraño fenómeno del suicidio en Uruguay
Manuel Soriano
Ilustraciones de Santiago Moyao
Uruguay encabeza todos los índices de calidad de vida. Persigue el ideal de una sociedad igualitaria, tiene un alto ingreso per cápita y sus niveles de pobreza son tan bajos que suelen llamarle “la Suiza de América”. Sin embargo, también lidera la tasa de suicidios de la región. Algo sucede dentro de estas fronteras que lo distingue de otros países y cuya consecuencia es que un número alarmante de habitantes quiera dejar de existir.
1. En junio de 2005 me mudé de Buenos Aires a Montevideo. Unos días más tarde, fui a un recital de Eduardo Darnauchans, “el Darno”, como le dicen los uruguayos con cariño. Me habían advertido: “Este tipo es una leyenda y no se sabe cuánto le queda”. Había poca gente para una sala tan grande. Justo antes del final cantó “Cápsulas”, una de las pocas canciones que le conocía:
El pobre Juan de Dios, tras de los éxtasis
del amor de Aniceta, fue infeliz.
Pasó tres meses de amarguras graves,
y, tras lento sufrir,
se curó con copaiba y con las cápsulas
de Sándalo Midy.
[…]
Luego, desencantado de la vida,
filósofo sutil,
a Leopardi leyó y a Schopenhauer
y en un rato de spleen
se curó para siempre con las cápsulas
de plomo de un fusil.
Cuando terminó el recital salimos a 18 de Julio, la avenida principal. Era una noche fría de lunes o martes. Llovía —o, al menos, así lo recuerdo— y me quedé fumando bajo un techito. Había una oferta de camisas para la oficina en una vidriera. “¡Bienvenido, Bob!”, me dije, citando uno de mis cuentos favoritos de Onetti, y me reí apenas de mi propio chiste.
2. En enero de 2020, la BBC publicó una nota titulada “Los países de América Latina en los que la gente tiene más posibilidades de prosperar”. Uruguay ocupaba el puesto número uno. En este mismo año, según los cálculos de la base de datos Numbeo, que se basan en cifras de la OCDE y el FMI, Uruguay fue el país con mejor calidad de vida de Latinoamérica. Las variables que se tomaron en cuenta para este cálculo fueron el poder adquisitivo, la seguridad y la salud. Según el Índice Global de Derechos de la Confederación Sindical Internacional de 2021, es el único país no europeo que integra la lista de los diez países en los que menos se vulneran los derechos de los trabajadores.
Algo no tan sabido es que Uruguay también lidera las listas de suicidios por habitante en Latinoamérica. Según los datos del Ministerio de Salud Pública, en 2020 hubo un total de 718 suicidios, lo que equivale a una tasa de 20.3 por cada cien mil habitantes, un número llamativamente alto si se tiene en cuenta que la media americana es de diez y la europea, de 15.4. Y no se trata de un hecho aislado. Desde 2000 hasta la fecha, la tasa uruguaya siempre se ha mantenido por encima de quince.
“Las causas del suicidio siempre son particulares, pero al final del año se cumple una cuota fijada por la sociedad”, dice Juan Villoro, interpretando a Durkheim, en una nota sobre el suicidio del arquero alemán Robert Enke en 2009. Dice el propio Durkheim en su obra El suicidio: “Entre los pueblos germánicos, el alemán es el que está más inclinado al suicidio”. Lo mismo se podría afirmar sobre Uruguay en el marco latinoamericano. Los números históricos son espantosamente consistentes. Hay algo que sucede o que no sucede dentro de estas fronteras, algo que lo distingue de otros países y cuya consecuencia es que una mayor proporción de personas quiera dejar de existir. Sin dudas hay algo, pero, ¿qué?
3. Ahora es principios de diciembre de 2021 y estoy mirando un video de “Cápsulas” en YouTube. Es una canción tristísima y hermosa, y en esa dualidad radica su poder. El video va mostrando, en el orden en que se los nombra, mujeres atractivas, cápsulas, filósofos sutiles, municiones, hombres derrotados. Un usuario comenta: “Lástima, el que hizo el video no tenía idea de balas; muestra munición militar, que no es de plomo”. Un usuario llamado R Saved comenta: “Hermosa canción, me encanta la voz de Darnauchans, pero es triste la depresión, tanta gente que la sufre, tuve una amiga que lo vivió, terminó por quitarse la vida. No los dejen solos”. Otro dice: “Es un poema de José Asunción Silva, poeta que se suicidó”. Y así es. La letra, que siempre había tomado como un manifiesto del desaliento uruguayo, corresponde a este poeta modernista colombiano que nació en 1865 y a los treinta años se disparó un tiro en el corazón. Y ahora que se rompió la coherencia de mi cuentito inicial, también debería confesar que ese spleen de invierno y de camisas de oferta, en parte, ya me lo traía guardado desde el otro lado del río.
Les pregunto a algunos amigos uruguayos si conocen el origen de la canción y sólo algunos pocos sabían que venía de afuera. Hasta un poeta que se viste de gabardina y a veces la canta en los asados pensaba que era patrimonio nacional. Cuando le digo que estoy escribiendo sobre el suicidio en Uruguay, mi amigo poeta me cuenta de algunos casos que lo tocaron de cerca y me habla de otra canción del Darno, “más fuerte”, dice, “sobre el suicidio”: “Ni siquiera las flores”. Me manda un mensaje de audio con el recitado inicial:
No maldigas del alma que se ausenta
dejando la memoria del suicida,
quién sabe qué oleajes, qué tormentas
lo alejaron de las playas de la vida.
4. La Línea Vida de la Administración de Servicios de Salud del Estado funciona desde agosto de 2018 y es el primer servicio de asistencia telefónica implementado por el gobierno. Funciona las veinticuatro horas y es de libre acceso desde todo el país. La psicóloga uruguaya Marilén Bettini capacitó y supervisó durante tres años a los encargados de atender las llamadas. Me dice que recibían unas quinientas al mes, en su mayoría, de mujeres. Los operadores hacen una valoración de riesgo entre alto, moderado y bajo y, con base en esto, se activan distintos mecanismos de prevención. Aún no existe una evaluación sobre el efecto de la Línea Vida, pero Bettini estima que es positivo y que ha servido para visibilizar el asunto.
La tasa de suicidios a nivel global crece notablemente entre las personas de más de setenta años. Uruguay no es la excepción; además, es el país de América Latina con mayor envejecimiento demográfico, según la Cepal. A diferencia de los otros países de la región, la población uruguaya se ha mantenido estable —en torno a los tres millones—durante los últimos treinta años. “Somos un pueblo de viejos en vías de extinción”, dijo alguna vez el expresidente José Mujica.
Sobre la tercera edad, Bettini dice: “El suicida es alguien que va cortando lazos. El último que corta es el de su propia vida. Los viejitos van perdiendo sus lazos naturalmente: parejas, amigos. Muchos tienen dolores crónicos, se sienten un estorbo. Pero la adolescencia también es una etapa de corte de lazos. Otro tipo de lazos. Les dicen que tienen el mundo a sus pies y eso a veces es demasiado”.
5. Lourdes Rodríguez Becerra es periodista y escritora. En 2018 publicó en el semanario Brecha una nota titulada “No quería morir”. El texto tiene un epígrafe de Alejandra Pizarnik, poeta suicida argentina: “Sé gritar hasta el alba cuando la muerte se posa / desnuda en mi sombra”. La primera línea del texto de Becerra dice: “No era la primera vez que la muerte venía a ofrecerme su invitación” y luego cuenta el proceso: ahuyenta la idea, vuelve con más fuerza, se deja seducir, se hunde en la depresión, se desespera, desea acabar con su vida, ve una pequeña luz, pide ayuda: “Hagan algo conmigo”, dice; acepta el tratamiento, las pastillas, la terapia, los abrazos de las personas queridas.
En estas últimas semanas he leído decenas de entrevistas a familiares de suicidas y a profesionales en la materia, pero no a personas que hayan tenido intentos. Me interesa escuchar esa voz, pero me enfrento a un problema esencial: aunque todos están de acuerdo en que hay que hablar más sobre el suicidio, casi nadie quiere hacerlo. Le escribo a Lourdes Rodríguez Becerra y, para mi sorpresa, accede con gusto. En un mensaje me aclara: “Yo no tengo intentos de autoeliminación, pero sí experiencias muy cercanas a eso”.
Nació hace 37 años en el oeste de Montevideo, una zona donde el acceso a la cultura no es fácil. Tiene una hija de siete años. Lourdes fue un colegio de monjas, pero muy pronto se dio cuenta de que la religión no era para ella. Su madre era empleada doméstica. “Ella, de alguna manera, nos abandonó, a mi hermana y a mí. A veces nos llamaba por teléfono y nos decía que se iba a matar, pero nunca lo hizo. En un momento yo me imaginaba todo el tiempo cómo me iba a matar, quién me iba a encontrar. La idea te va rodeando”. No me animo a preguntarle por qué no lo hizo. En cambio, le pregunto cómo hizo el clic para pedir ayuda. “Fue muy loco”, me dice, “una amiga me leyó la carta astral y me salió ‘autodestrucción’”. Le pregunto si no habrá sido un truco de su amiga para alertarla. “Puede ser”, me dice, “pero ella es otra suicida”.
Estamos charlando en el patio que comparto con mis vecinos. Suele estar vacío a esta hora, pero es una linda mañana para secar ropa y cada tanto entra alguno con sus canastos. Lourdes se pone mucho menos incómoda que yo. Le digo que me asombra la naturalidad con la que puede hablar del tema. “No es fácil. Fueron ocho meses de medicación y terapia para empezar a sentirme mejor. El gran problema es que la depresión acá todavía no se ve como una enfermedad. Tengo una amiga de San Carlos (un pueblo a 130 kilómetros de la capital) que estaba dando muestras de conductas suicidas y, cuando le quise avisar a su psicólogo, me decía cosas como ‘viste cómo es ella o se debe haber peleado con el novio’. En los lugares de internación muchas veces te hacen sentir que estás ocupando una cama que podría ser para ‘un enfermo de verdad’, como si lo nuestro fuera voluntario, cuando la voluntad es lo primero que perdés”.
Luego hablamos de una novela que ella publicó hace poco y de la vida en pareja y de cosas en general. Le confesé que “me había decepcionado” cuando me dijo que no había tenido intentos reales de suicidio y ella —que, al fin y al cabo, es periodista— me dijo que ya lo sabía. Le cuento un chiste de Seinfeld: “No entiendo por qué la gente que intenta matarse no lo vuelve a intentar, si es otra cosa más en la que han fallado”. Lourdes se ríe con ganas. Por lo general lo vuelven a intentar. Ella lo sabe y por eso su texto concluye de esta manera: “No quería morir, quería detener el sufrimiento. Me prometo recordarlo a tiempo cuando regrese, la próxima vez, con la fórmula de siempre”.
“Detectar las señales a tiempo”, me dice, “ésa es la clave, porque alcanza con un momento para matarte”. Y agrega sonriendo: “Yo le digo a mis amigas: ‘Todo bien con la poesía de Pizarnik, pero nunca me regalen sus diarios; eso ya sería jugar con fuego’”.
6. En octubre de 2021 participé en la Feria del Libro de Frankfurt. Estaba ahí representando a una editorial uruguaya, junto con otros quince editores de países “en vías de desarrollo”. En la entrada a la feria había un planisferio con los países coloreados según su grado de libertad de prensa en 2019. Un día nos detuvimos a mirarlo. Me felicitaron. De los quince países en los que vivíamos nosotros, Uruguay era el único pintado de amarillo, el color asignado al nivel satisfactorio. En ese momento no estaba pensando en mapas que señalaran índices de suicidio; de haber sido así, según los datos de la OMS, el resultado para mí país y los de mis colegas hubiera sido el siguiente para el año 2019: Mozambique, 23.2 suicidas por cada cien mil habitantes; Lituania, 20.2; Uruguay, 18.8; Kasajistán, 18.1; Camerún, 15.9; India, 12.9; Nepal, 9.8; Ruanda, 9.5; Madagascar, 9.2; Brasil, 6.4; Bangladés, 6; México, 5.3; Colombia, 3.7; Indonesia, 2.6. Conviene, sin embargo, tomar con pinzas estos números, porque así como las familias muchas veces esconden a sus suicidas, es razonable sospechar que un país, ese pater mayor, utilice los mismos mecanismos de autodefensa.
Ese día presenté Inventario de dioses, un libro para niños que habla de algunas de las deidades que la humanidad ha venerado a lo largo de la historia: el dios cristiano, Thor, Alá, Maradona, Google, Pachamama; todos en pie de igualdad. Muchos de mis colegas no podían creer que el estado uruguayo no sólo hubiera permitido ese libro, sino que lo hubiera apoyado con dinero de un fondo de cultura. Dentro de ese grupo había un editor de Ruanda llamado Jean de Dieu. Una noche me dijo que en su lengua nativa la palabra “Manuel” significa “ve con Dios” y que entonces yo era un afortunado porque, cada vez que alguien me llamaba, al mismo tiempo me estaba bendiciendo. Después de eso, Jean de Dieu hacía una pequeña reverencia cada vez que alguien me nombraba. Su expresión era apacible e inquietante y recuerdo haber pensado: un hombre con esta fe es un hombre invencible.
Por otro lado, el pobre Juan de Dios que se curó para siempre con las cápsulas de un fusil, antes de eso había leído a Leopardi y a Schopenhauer, dos pensadores que, incluso para los parámetros de la filosofía, eran particularmente pesimistas y ateos. Un estudio de las Universidades de Berna y Zúrich, que publicó el International Journal of Epidemiology, concluyó que en Suiza los ateos son más proclives al suicidio que los creyentes y, dentro de los creyentes, los protestantes son más proclives que los católicos. Más de un siglo antes, Durkheim había llegado a una conclusión similar. Y, en principio, parece razonable. La gente, por lo general, se mata para poner fin a su sufrimiento. Si alguien está convencido de que el suicidio es un pecado por el que sufrirá para siempre en las llamas del infierno, el propósito inicial ya no tiene mucha lógica. Y además está la cuestión de los lazos: un lazo con un dios que puede escuchar en cualquier momento, un lazo con correligionarios a los que puede llamar hermanos. “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: ése es el suicidio”, dice Albert Camus. Pero para una persona de fe ese problema está resuelto. ¿Por qué estamos acá? Porque Dios así lo quiso.
Cuando murió mi padre, mi hija me preguntó si era cierto que nos íbamos a volver a ver en el Cielo. Creo que no lo negué porque en ese momento me di cuenta de lo funcional que podía ser ese relato.
7. Pero hay un dato estadístico que, en parte, contradice esta teoría: Montevideo es la zona más laica del país y es, al mismo tiempo, la que tiene la menor tasa de suicidios. Hay otras variables a tomar en cuenta: es la capital, el lugar donde hay más oportunidades. Pero queda claro que la regla no es matemática.
El departamento de Rocha tiene playas hermosas y frontera con Brasil. Es también el que tiene, por lejos, el mayor índice de suicidios. En 2020 fue de 44.5, más del doble que cualquier otro. Ésta es una tendencia histórica. En este sentido, es como un Uruguay dentro de Uruguay y precisaría de una crónica propia para tratar de entenderlo.
8. Cuando estoy escribiendo con ganas, lo que escribo me queda orbitando en la cabeza las veinticuatro horas del día. Casi todo lo que escucho, veo o sueño es susceptible de ser asociado a lo que estoy contando. Esta intrusión me resulta agradable por lo general, pero en este caso lo que me persigue es la muerte. Hoy a la mañana, por ejemplo, saqué a pasear al perro y, mientras le ajustaba la correa, negra, resistente, me puse a pensar que, de las decenas de casos de suicidios que llevo leídos en estas semanas, la mayoría por ahorcamiento, ninguno lo hizo con la correa del perro. Usaron cuerdas, cordones, corbatas, cinturones, alambres, pero ninguno la correa del perro, que tiene una manija muy práctica para hacerla corrediza.
Éste es mi hilo de pensamiento hoy, lunes 13 de diciembre, a las 8:30 a. m., y lo menciono porque desde hace unos días me estoy levantando con una creciente bola de angustia en el pecho. Y, para colmo, se me pegó “Cápsulas”. La canto desvirtuada, impostando la voz imposible del Darno: “El pobre Jean de Dieu tras de los éxtasis…”.
9. De las 718 personas que se suicidaron en Uruguay en 2020, 581 eran hombres y 137, mujeres. Esta proporción de 81% hombres y 19% mujeres se ha mantenido casi sin variantes durante los últimos diez años. Algo llamativo es que esta tendencia se invierte en el caso de los intentos de suicidio: de cada once personas, cuatro son hombres y siete son mujeres.
El sociólogo Pablo Hein es integrante del Grupo de Comprensión y Prevención de la Conducta Suicida en Uruguay. Me dice: “Acá la masculinidad es un tema clave. ¿Cómo se perciben los varones a sí mismos? ¿Qué presiones se imponen? En una cultura patriarcal, para el hombre es más difícil mostrarse vulnerable y pedir ayuda. Y muchos intentos de suicidio son un pedido extremo de ayuda. En este país somos hijos de Obdulio”. Hein se refiere a Obdulio Varela, el gran capitán que se puso el equipo al hombro para ganarle a Brasil en la final del Mundial de 1950 y se convirtió en emblema del coraje uruguayo. Le cuento a Hein que en el grupo de WhatsApp de mis compañeros de fútbol a veces se responde con un sticker de Obdulio con su mirada de padre severo cuando alguien dice que no puede ir a un partido porque le duele algo o porque tiene el cumpleaños de su cuñada o ante cualquier otra cosa que pueda tomarse como una muestra de debilidad masculina.
Por las razones que fuere, se podría decir que las mujeres son peores suicidas que los hombres, lo cual equivale a decir que son mejores manteniéndose vivas. Pero esto no es un distintivo uruguayo. Las estadísticas de la OMS marcan la misma tendencia. En la nota sobre Enke, Villoro cita a un psiquiatra alemán, Georg Fiedler, para responder la pregunta ¿qué hacen los alemanes ante la depresión?: “Las mujeres buscan ayuda, los hombres mueren”.
10. Entre febrero y julio de 2021 se suicidaron tres futbolistas uruguayos. El primero fue Santiago García; luego, Williams Martínez; y, una semana más tarde, Emiliano Cabrera. Para el imaginario popular, el suicidio de un futbolista es algo especialmente contra natura, ya que representa a la persona que lo tiene todo. Pensar que alguien rico y famoso lo tiene todo es una falacia que puede comprobar cualquiera que haya visto un episodio de E! True Hollywood Story, pero en el caso de estos jugadores ni siquiera es cierta la premisa inicial, ya que Martínez y Cabrera estaban jugando en divisiones menores, con la precariedad laboral de casi cualquier uruguayo de a pie. El mundo del fútbol dijo enfáticamente: “Esto no puede seguir siendo un tabú, los jugadores tienen que poder pedir ayuda”. Pero la realidad no es tan sencilla. Ellos saben que, en un ambiente tan competitivo como el suyo, decir que uno está deprimido equivale a perder valor de mercado.
Esto, por supuesto, trasciende el fútbol. Una amiga me contó que su jefe le pidió que borrara un posteo de Facebook donde hablaba de su depresión porque daba una mala imagen para la empresa. Y tampoco era una multinacional, me aclaró: “Vendíamos alimentos congelados”.
11. Hoy es 16 de diciembre y un amigo me manda una investigación que se publicó hace una semana en el New York Times sobre una página web en la que, supuestamente, promueven el suicidio. La página recibió seis millones de visitas de todas partes del mundo, principalmente de adolescentes, y alberga foros en los que los usuarios dejan palabras de despedida, intercambian información sobre distintos métodos de suicidio y se alientan unos a otros a concretarlo. La investigación pudo comprobar que 45 personas se suicidaron después de visitarla. Según la nota, los fundadores del sitio son Lamarcus Small, de Alabama, y Diego Joaquín Galante, un uruguayo de veintinueve años que vive con sus padres y hermanos en una casona elegante de Montevideo.
12. Creo que mis amigos ya no me soportan. “¿Podés parar de hablar de eso?”, me dicen. Eso es la expresión más habitual para referirse al suicidio. El otro día hablé de eso en la fiesta de quince de la hija de un amigo y reconozco que fue desubicado, pero me sirvió para darme cuenta de que muchos consideran al suicidio en Uruguay como una cosa de clase media. No era la primera vez que lo escuchaba: la depresión y el suicidio como algo propio de una clase media existencialista y ociosa. Y hasta mi crónica —llena de poetas, filósofos y trovadores— pareciera apuntar en la misma dirección.
Pero, según la investigación “Historia y suicidio en Uruguay” (Revista Encuentros Uruguayos, Volumen 5), las tasas de suicidios consumados por cada cien mil habitantes, según el nivel socioeconómico, para 2007, fueron las siguientes: estrato pobre, 25.5; bajo, 21.3; medio, 17.5; y alto, 13.1.
Dentro de los sectores más pobres, el grupo con mayor tendencia suicida es el de los varones adictos. Omar es un pibe adicto a la pasta base que vive en la calle frente a mi casa. Tenemos confianza porque a veces hablamos de música y libros. Le pregunto qué hay de cierto en esto. Su respuesta: “A mí me gusta romperme de a poco”.
13. Small Arms Survey es una institución destinada a investigar el flujo y tenencia de armas a nivel global. Según su informe de 2017, Uruguay es el país con mayor tenencia de armas per cápita de Latinoamérica y uno de los cinco primeros en el mundo. Esto podría pensarse como una variable distintiva en relación con la tasa de suicidios, pero pierde fuerza si se contrasta con otra estadística. En 2020 —y estos porcentajes coinciden con la tendencia histórica— los suicidios con armas de fuego representaban 17.5% del total. El 70.4%, es decir, 506 uruguayos, se suicidaron mediante ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación.
14. En un video que se subió a YouTube hace exactamente diez años, el 17 de diciembre de 2011, Martín Quiroga, uno de los cantantes más carismáticos de la música tropical uruguaya, aparece junto con su banda en Agitando, un programa de música y entretenimiento que se transmitía los sábados por la tarde en el Canal 4 de Montevideo. El clima en el estudio es festivo. La música empieza a sonar y dos chicas de minifalda rosa bailan sobre unas tarimas. La letra de la canción que Quiroga canta en playback dice:
Si piensas en suicidarte lo más seguro es la cuerda:
buscate una que sea larga, bien dura, y nunca la muerdas.
Si piensas en suicidarte lo que no falla es la cuerda:
yo igual te presto la mía, cuidala y no me la pierdas.
Dice Quiroga en una entrevista para Montevideo Portal: “Ésa la escribió Esteban Ferreira, un pibe del Verdisol [el complejo de viviendas en la periferia de la ciudad donde Quiroga se crió]. Yo la dejé de cantar en vivo a esa can-ción. Es un tema muy pedido, pero me pasaba que iba a un lugar y se me acercaba alguno a decirme: ‘Che, no cantes ‘La cuerda’, que se ahorcó un amigo hace algunos días’”.
15. Hoy es 19 de diciembre de 2021 y descubro otra inconsistencia en mi relato inicial. Aunque el invierno está tradicionalmente asociado a la tristeza, en Uruguay no tiene una incidencia negativa en materia de suicidios. Es más, el mes de junio, en el que emplacé la historia del recital del Darno —porque creo que así sucedió pero también porque me pareció convenientemente trágico— es en realidad el mes con menor promedio de suicidios en Uruguay durante el periodo 2013–2019. Por el contrario, es diciembre, justo cuando me toca escribir esta crónica, el mes de la zafra suicida.
16. “Me gusta la vida. ¿Saben cuánto me gusta? Nunca me maté. Eso es exactamente cuánto me gusta, por un margen fino como una navaja. Es una opción, sin embargo. Tengo 49 años y dos niños. Sin dudas es una opción. He ojeado los folletos. Deberíamos hablar más sobre suicidio. El mundo entero está hecho de las personas que hoy no se mataron. Ésos somos los que estamos acá. Todos los que dijimos: ‘Bueno, dale, sigamos con esto’. Es interesante que, incluso cuando la vida se pone fea, la gente suele elegirla antes que la nada. Incluso las vidas más miserables valen la pena ser vividas, aparentemente, porque las están viviendo por todas partes. ¿Alguna vez vieron a alguien y se preguntaron cómo no se ha matado todavía?, ¿qué le está impidiendo dejar de ser eso?”.
Éste es un extracto de un monólogo de Louis C. K. sobre el suicidio que se encuentra en YouTube. Alguien comenta: “¿Ser o no ser? Ésa es la cuestión”. El chiste de Seinfeld que le conté a Lourdes era gracioso; éste además es profundo y desolador. Y, desde cierto ángulo, es también optimista: cada año aproximadamente 99.9% de los uruguayos elige vivir.
17. Hay una chica que tiene un Twitter suicida, me dice una amiga. La cuenta se llama @felizdiacaro y uno de los primeros tuits que leo dice: “le tengo miedo al balcón. ayer salí a gritar ‘presente’. entre cada nombre pensaba que por el banco alto en el que estaba sentada y la altura de la baranda, cualquiera podría pensar que fue un accidente”. Con “gritar presente” se refiere a lo que algunos hacen el día de la memoria de los desaparecidos de la dictadura militar. Pero la autora es poeta y seis días antes, durante su cumpleaños, había tuiteado: “me quemé la mano con agua hirviendo y no me pongo agua fría porque el dolor me distrae de la ansiedad” y, al día siguiente: “ojalá que me muera”, por lo que ese grito de “presente” sin dudas tenía más de un significado.
Me encuentro con Carolina en un bar en 18 de Julio. Tiene veintiséis años.
Me dice: “La cuenta la empecé en mayo del año pasado, en pura pandemia. Yo tenía otra cuenta y abrí ésta para descargar. En ese momento, recién me había separado, toqué fondo y me quería matar, pero también soy muy cagona, entonces no iba y me mataba. El día de mi cumpleaños estaban mis amigos en casa, empecé a tomar alcohol y Rivotril [clonazepam], uno atrás de otro sin que nadie me viera, yo esperando apagarme y tirarme por el balcón. Me dormí antes. Al día siguiente lo conté en Twitter porque me pareció un testamento de lo mal que estaba. Eso lo leyó mi padre. Pensé que no lo iba a ver porque él no es muy hábil con internet. Pero lo leyó y me llevó al psiquiatra. Un día me encerré en el baño y me daba la cabeza contra la puerta y mi padre del otro lado me pedía a los gritos que lo dejara entrar. Después de eso, me internaron. Estuve una semana en la clínica y un mes en mi casa sin celular y siempre acompañada. Me hizo muy bien. Fue como poner el mundo en pausa. Tuve suerte que en el trabajo me dejaron tomar licencia, pero en la clínica había un montón de gente más grande que se había quedado sin trabajo y no sabía qué iba a hacer cuando saliera. Acá en Uruguay todo el mundo está deprimido. Yo misma, que ahora estoy bastante bien, a veces no me reconozco.
”Siempre fui una gurisa melancólica. Tenía cuatro o cinco años y, en la Floresta, donde íbamos a veranear, había una de esas máquinas que te subís y te miden y te pesan y te dan consejos, y el consejo que me dio fue: ‘¡Olvida el pasado y sé feliz!’ Y me acuerdo que me angustié. Después, mi madre murió cuando yo tenía nueve y fue como el ejemplo máximo de que el pasado no vuelve.
”Hay una diferencia entre querer matarse y querer estar muerta, esto lo descubrí con mi psiquiatra. Lo que quería era estar muerta, apagarme. Para eso tomaba pastillas. Estar dormida es estar muerta un rato. Si tomaba una pastilla me apagaba por doce horas. Pero después decís: ‘¿Y si me tomo cuatro y me apago por dos días? La única vez que quise matarme realmente fue la del balcón”.
Después de despedirme de Carolina me detengo un rato en una plaza y me pongo a ver su cuenta. Me alegra comprobar que la mejoría de la que me había hablado se nota también en sus mensajes:
21/07: A veces quiero escribir un poema para decir una cosa pero no puedo porque la cosa que quiero decir es tan simple que no se quiere disfrazar de nada.
23/07 (retuiteado): Siempre es un buen momento para recordar esto:
Línea Vida Prevención del Suicidio 0800 0767
Línea de apoyo emocional 0800 1920
15/09: Realmente difícil ser depresiva y ser un golden retriever al mismo tiempo.
9/12: Qué rabia que la pavada de que comer bien te mejora el ánimo, la energía y el sueño sea verdad.
18. En Uruguay, durante el periodo de mayor confinamiento por la pandemia de covid-19, del 13 de marzo al 1 de junio de 2020, los suicidios se redujeron un 30% con respecto a lo que ocurrió en las mismas fechas del año anterior. Por el contrario, con la apertura a la vida social se produjo un crecimiento del 25% con respecto a las mismas fechas. El resultado anual fue de 718 suicidios, apenas cinco menos que en 2019.
Las cifras de suicidios de los últimos cinco años: 718, 723, 710, 688, 715, 643. Hay algo casi sobrenatural en la forma en que los números se repiten. Incluso en un año tan extraordinario como 2020, la balanza se terminó equilibrando, y es esperable que ahora, a mediados de diciembre de 2021, esté ocurriendo lo mismo.
19. Hoy es 21 de diciembre y la madre de mi hija me mandó un mensaje para decirme que estaba en la sala de emergencias del hospital por una inflamación del ojo. En un siguiente mensaje agrega: “Me acordé de vos porque en la sala de espera hay tres casos de intento de suicido. Todos varones de distintas edades”. Unos días antes me había contado que en el liceo público donde trabaja casi todas las semanas tienen a algún adolescente que dice que se quiere matar.
20. No recuerdo cuándo fue la primera vez que escuché la expresión “triste como uruguayo contento”, pero estoy seguro que fue de un uruguayo, porque es un tipo de cosa que sólo puede decirse desde adentro. Al mudarme de Buenos Aires a Montevideo no sentí muchas más diferencias culturales que las que tienen que ver con la escala de una ciudad y la otra. Acá me siento levemente extranjero. Pero ahora me sucede lo mismo en Buenos Aires, donde viví hasta los veintisiete años. En mi última visita, asistí a una discusión de auto a auto entre dos conductores porteños y su lenguaje corporal de pronto me resultó inverosímil y exagerado. Ya estoy casi completamente uruguayizado y por eso puedo decir, sin que mis amigos uruguayos se enojen, que ayer armamos con mi hija un arbolito de Navidad al que ya no le quedan casi luces ni flecos ni chirimbolos y nos quedó un arbolito triste como uruguayo contento.
La humildad es un valor que por lo general se destaca entre los uruguayos, algo que funciona además por el contraste con sus vecinos: Argentina y Brasil. “Somos los más humildes del mundo”, dicen para resaltar la paradoja. Y muy pegada a la humildad, como primos o hermanos, vienen la nostalgia y la grisura. Uruguay es el único país del mundo donde se celebra la Noche de la Nostalgia. Todos los 24 de agosto, en vísperas del feriado por el Día de la Independencia, se lleva a cabo un gran número de fiestas para bailar oldies y rememorar viejos tiempos. Es el evento nocturno con mayor convocatoria del país.
Cuando el covid llegó a Uruguay hubo algunos casos aislados, pero el virus no se propagó como en los otros países de la región. En ese momento, el humorista uruguayo Carlos Tanco decía que el virus había entrado al país y se había aletargado; había perdido las ganas de crecer. “¡No sabés con quién te metiste, covid 19! Acá nada puede estallar”.
21. Hoy es 24 de diciembre y busco un chiste de la tira Peanuts, de Charles Schulz. En la primera viñeta está Charlie Brown sentado solo en un banco en el patio de la escuela. Sostiene sobre su falda [regazo] una bolsa de papel. Dice: “¿Por qué no puedo almorzar con esa chica pelirroja? Así sería feliz”. En la segunda viñeta está parado, todavía más triste, y dice: “Nunca le voy a gustar a nadie”. En la tercera y última viñeta empieza a caminar y dice: “La hora del almuerzo es la más desoladora del día”.
Charlie Brown bien podría haberse ahorcado con la cuerda de Snoopy (o quizá con la mantita de Linus) si la tira hubiera seguido más allá de su infancia. Era un niño existencialista y deprimido. Snoopy puede parecer simpático, pero era un perro narcisista que no mostraba empatía alguna ante las señales de tristeza de su dueño. Charlie nos da una clave para entender por qué tantos suicidios ocurren en diciembre. Los eventos sociales, en general, y las fiestas de fin de año, en particular, son momentos en los que la soledad, en caso de existir, existe más que nunca.
Los primeros dos versos de la canción “Pandemonios”, del exquisito cantautor uruguayo Fernando Cabrera, dicen: “Sufro el dominio de los domingos, / son como adelantos de Navidad”.
22. Hace mucho tiempo leí en la revista Selecciones, a la que mi padre estaba suscrito, una nota que enumeraba diez razones para no suicidarse. La única que recuerdo era imaginar el momento en que tu cuerpo iba a ser encontrado por un ser querido. Tenía unos doce o trece años y traté de imaginar exactamente cómo sería esa escena. ¿Quién me encontraría?: ¿mi madre?, ¿mi padre?, ¿alguno de mis hermanos? ¿Cómo se repartiría la culpa?
Hacía poco había leído Las aventuras de Tom Sawyer y había quedado prendado de la escena en la que Tom y sus amigos asisten a su propio funeral desde un lugar oculto y disfrutan cómo sus familiares y vecinos lamentan sus muertes. Yo no tenía ningún deseo de matarme. Lo mío era un ejercicio mental o, más bien, emocional, porque, al igual que a Tom, me gustaba un poco que mis familiares y amigos lloraran por mí.
23. Hoy es 26 de diciembre y recibo un mensaje de Lourdes. Me pregunta cómo ando con mi crónica y me manda, por si sirve, el enlace a una canción de Liliana Felipe que en una parte dice: “Como Madame Butterfly, todos tenemos un suicidio en stand by”.
24. Entonces, ¿por qué Uruguay?, ¿por qué esa relación tan íntima con el suicidio? El sociólogo Pablo Hein me responde: “No se puede hablar de un solo factor, se trata de un fenómeno multicausal. Es cierto que en los últimos años el problema del suicidio ha tenido más visibilidad, pero lo que necesita Uruguay es un cambio de paradigma. Es lo único que funciona a largo plazo. En los países europeos que han tenido éxito en bajar las tasas de suicidio, como España, Bélgica o Alemania, ya no se habla de prevención del suicidio, sino de contención y protección. Es un enfoque más social, que excede lo sanitario. Desde los programas escolares ya se les habla a los niños del manejo de las emociones y fracasos, y también de la muerte. En Uruguay la muerte es algo que se oculta”.
Luego hablamos sobre la pandemia y el suicidio. “Lamentablemente, los efectos negativos todavía están por verse. Esto ya está comprobado en otros países y Uruguay no va a ser la excepción. Aunque las cifras oficiales todavía no se saben, se estima que en 2021 va a haber un aumento de entre el 20% y el 27% con respecto a los índices de suicidio del año anterior”.
25. Hoy es 30 de diciembre y @felizdiacaro tuitea: “hace mucho no les traigo contenido de mi hermano, así que escuchen esto: hizo una torta de chocolate, se olvidó de ponerle Royal y, como no tenía ralladura de naranja, le puso jugo Tang. Quedó un bloque húmedo de masa incomible”.
Manuel Soriano. (Buenos Aires, Argentina, 1977). Vive en Montevideo desde 2005. Es escritor y director de Topito Ediciones. En 2015 ganó el Premio Clarín de Novela con ¿Qué se sabe de Patricia Lukastic?, publicada en Francia por la editorial Actes sud en 2018. También publicó: Nueve formas de caer, (Alfaguara Argentina, 2018); Fundido a blanco (Criatura Editora, Uruguay, 2013); Variaciones de Koch (Premio Nacional Narradores de la Banda Oriental, Uruguay, 2011); Rugby (Alfaguara Argentina, 2010); y el libro de crónicas ¡Canten, putos! Historia incompleta de los cantitos de cancha (Gourmet musical, Argentina, 2020).
Santiago Moyao. Ilustrador de la Ciudad de México. Estudió la carrera de Comunicación en la Universidad Iberoamericana. Sus ilustraciones han sido publicadas en revistas como Gatopardo, Warp Magazine y ERRR Magazine. En 2020 colaboró en el documental web Forensic Landscapes de Anne Huffschmid y Pablo Martínez Zárate. En 2021 recibió el Premio Nacional de Novela Gráfica Joven de Tierra Adentro con su novela gráfica inédita, Mandrágora.
Recomendaciones Gatopardo
Más historias que podrían interesarte.