Contemplo en Instagram un retrato en blanco y negro de los pies de Tamara Rojo. Es un gran acercamiento que permite observarlos a detalle. Traduzco del inglés la historia que publicó, junto a la foto, el 17 de mayo de 2020: “Con frecuencia, mis pies son descritos como feos, lastimados, con uñas sin manicura, callos, juanetes, venas protuberantes. Pero es gracias a ellos que, como niña y sin tener otras cualidades físicas para la disciplina, fui admitida en mi escuela de ballet y ¡me han servido bien! Por más de cuatro décadas me han dado soporte en cada paso, elevación y caída. Se volvieron tan fuertes como flexibles, su piel es más dura y sus músculos, poderosos. Amo cómo se ven porque cada uno de sus rasgos muestra los pasos que he tomado tanto en la vida como en el escenario y, por ello, les estoy eternamente agradecida”.
La historia tiene cola, viene de tiempo atrás. Tamara Rojo la resume en un video que se encuentra en su sitio web: a los veinte años, sus pies ya habían cambiado, se habían hecho un poco más anchos y sus zapatillas de punta le apretaban mucho. Al mismo tiempo, le crecieron callos en los pies que le ocasionaron muchas molestias. Fue con un especialista que se los quitó, sin embargo, surgió una pequeña infección a la que no le prestó atención. En un vuelo a Australia, que tomó mientras participaba en una gira de ballet, la infección se expandió: el dedo gordo y el pequeño juanete que tenía en el pie derecho llegaron al tamaño de una pelota de tenis. Recibió una fuerte dosis de antibióticos que no funcionaron y los médicos le explicaron que la única solución era una cirugía porque la infección se estaba comiendo el cartílago y la articulación, lo que suponía el riesgo de no volver a bailar. Aceptó el quirófano.
La infección se detuvo, pero desafortunadamente su pie derecho ya era muy diferente del izquierdo: su juanete se volvió más grande y ya no podía calzar las zapatillas que usaba. Después de incontables horas de rehabilitación, reanudó su actividad dancística con una nueva perspectiva sobre su vida y su cuerpo. Fue así como le pidió a su padre, un ingeniero industrial, que le diseñara una horma especial para que su zapatilla se expandiera solo en el área del juanete, sin deformar otras zonas. Después de varios prototipos, se logró la creación de un dispositivo adecuado, capaz de reducir la opresión en el juanete, aliviar la incomodidad y, al mismo tiempo, permitirle a la bailarina usar el tamaño de zapatilla de punta adecuado a su pie.
El invento de su padre, afirma Tamara Rojo en el video, fue lo que le permitió lograr la destacada carrera dancística que ha tenido. En la actualidad el expansor de zapatillas está disponible para quien necesite adquirirlo, bajo la patente “horma ensanchadora antijuanetes para zapatillas de punta Tamara Rojo”.
Nació el 17 de mayo de 1974 en Montreal, Canadá, “por casualidad”, ya que sus padres, ambos españoles, habían decidido alejarse lo más posible del franquismo. Sin embargo, cuando Tamara Rojo tenía apenas cuatro meses de edad, la familia se estableció en Madrid, ciudad en la que ella creció. A una edad muy temprana descubrió que quería dedicarse a la danza: todos los días, al salir del colegio, la niña merendaba viendo el programa El kiosko en el único canal de televisión que existía entonces, cuando tenía unos seis años de edad.
Según se narra en el cuento para niños escrito por Charo Marcos y Cristina Campo, “Tamara Rojo, la estrella de las piruetas”, en el programa siempre había música y “a Tamara le fascinaban las pequeñas bailarinas que se movían por el escenario al ritmo de las canciones más famosas de la época. Lo que más le gustaba eran sus piruetas”. Su madre la inscribió en el Real Conservatorio Profesional de Danza de Madrid, el Mariemma, donde estudió con el bailarín Víctor Ullate, y la niña supo que si quería ser bailarina, “debía dedicarse a ello con todas sus fuerzas”. A cambio del apoyo de sus padres, el compromiso de Tamara fue que nunca dejaría sus otros estudios.
A los diecisiete años se graduó con matrícula de honor del Real Conservatorio y comenzó su carrera profesional, en 1991, con el Ballet de la Comunidad de Madrid, bajo la dirección de Víctor Ullate. Tenía diecinueve años cuando ganó la Medalla de Oro en el Concurso Internacional de Danza de París, junto con un Premio Especial del Jurado otorgado por un panel que incluyó a Natalia Makarova, Galina Samsova y Vladímir Vasíliev, tres personajes muy destacados en el mundo del ballet.
Fue en 1996, cuando Tamara Rojo tenía veintidós años y apenas hablaba inglés, cuando Galina Samsova, directora artística del Scottish Ballet, la invitó a unirse a la compañía de la que muy pronto fue bailarina principal y donde interpretó los papeles protagónicos de ballets clásicos como El lago de los cisnes, El cascanueces y Romeo y Julieta, de John Cranko.
Al año siguiente, el coreógrafo y director artístico del Ballet Nacional de Inglaterra (ENB, por sus singlas en inglés) le pidió a Tamara que se uniera a la compañía y, para ella, creó los papeles de Julieta en Romeo y Julieta y de Clara en El cascanueces, por lo que el periódico The Times la nombró “Revelación de la danza del año” en 1997. A los veinticinco, se había convertido en la bailarina principal de esa compañía, puesto que ocupó durante tres años solamente.
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Tamara Rojo está dispuesta a correr todo tipo de riesgos artísticos y profesionales, con plena conciencia de lo que significan, en un ambiente generalmente conservador –el de la danza clásica–. En julio del 2000 decidió correr un riesgo más: se incorporó como bailarina principal al Ballet Real de Londres, una de las compañías con más prestigio en el mundo y con la que realizó numerosas giras internacionales.
Durante los doce años siguientes interpretó papeles importantes dentro de la mayor parte del repertorio de la compañía, con coreografías de Kenneth MacMillan y Frederick Ashton. Bailó El lago de los cisnes de Anthony Dowell, La Bayadera de Natalia Marakova, Don Quijote de Rudolf Nuréyev y El cascanueces de Peter Wright, que desde su estreno se ha convertido en el clásico de los clásicos, pues su coreografía se monta cada Navidad. Los éxitos siguieron en cascada: el papel principal en el ballet Isadora de Kenneth MacMillan fue recreado para ella por su viuda, la artista y escenógrafa Deborah MacMillan, custodia de los ballets del fallecido coreógrafo.
Se decía entonces que Tamara Rojo tenía el mundo a sus pies porque estaba en la cúspide de su carrera como prima ballerina de una de las compañías más destacadas del mundo y, sin duda, la más importante del Reino Unido, el Ballet Real, cuya residencia permanente se encuentra en la Royal Opera House, en Covent Garden, Londres.
Sin embargo, Rojo volvió a sorprender con una pirueta polémica por su giro inesperado: en abril de 2012 se anunció que la bailarina se convertiría en la nueva directora artística del English National Ballet (ENB), en sustitución de Wayne Eagling, que para ese entonces continuaba siendo una compañía de giras, sin sede física propia, asentada en Londres con 67 bailarines y a la sombra de la prominente Compañía Real.
Los tres años que fue bailarina principal del ENB le permitieron a Tamara Rojo conocer a fondo la situación de la compañía. Amaba su vocación social, ya que fue fundada en 1950 con el propósito de llevar hasta los rincones más apartados de Gran Bretaña espectáculos de danza clásica a precios populares. Cuando se enteró de que, debido a los recortes económicos, la compañía estaba en riesgo de desaparecer, se propuso rescatarla, pues se había quedado atrapada en el tiempo: su repertorio era anquilosado, por lo que el público había perdido interés en sus presentaciones.
Bajo su dirección, el ENB, por primera vez en su historia, fue invitado a bailar, en 2016, en el Palacio Garnier de la Ópera de París los ballets más famosos de su repertorio, entre ellos, la versión de Marius Petipa y Konstantin Sergeyev de Le corsaire, con un renacimiento de la bailarina y coreógrafa canadiense Anna-Marie Holmes.
Para nadie es un secreto que, desde que asumió el cargo de directora artística del ENB, Tamara Rojo se ha propuesto apoyar a mujeres coreógrafas, con la ambición de apostar por ellas y otorgarles un reconocimiento muchas veces negado, pues Tamara llevaba veinte años bailando en el Reino Unido y nunca había interpretado un ballet creado por una mujer. Por ello, comisionó obras a Annabelle López Ochoa, con su ballet sobre Frida Kahlo; a la coreógrafa china Yabin Wang, con She Said; y a la canadiense Aszure Barton —descubierta por Mijaíl Barýshnikov—, quien creó Fantastic Beings.
Otro riesgo que ha corrido como directora artística ha sido confiar en nuevos coreógrafos, ya sea para crear obras nuevas o para reinterpretar y actualizar ballets clásicos. Es el caso de Akram Khan, un británico proveniente de una familia de origen bangladesí, quien fue aclamado por reimaginar la coreografía clásica de Giselle, creada originalmente por Jules Perrot y Jean Coralli en 1841, por mencionar un ejemplo.
Lo cierto es que el paso de Tamara Rojo por la ENB dejará una huella imborrable: gestionó la construcción de una sede permanente para la compañía y logró convertirla en una buena competencia para el Ballet Real. Al dejar de ser una institución arrumbada, a punto de cerrar, logró poner sus finanzas en equilibrio y ahora atrae a nuevos públicos con un repertorio renovado, vanguardista, de riesgo.
Aunque el margen de acción de Tamara Rojo para moverse entre lo popular y lo clásico es estrecho, constantemente reflexiona sobre cómo debemos mirar el repertorio clásico e interpretarlo hoy en día, cómo hacer pertinentes las obras clásicas para las audiencias actuales y el papel que juegan las propias escuelas de danza en la formación de recursos humanos para las compañías. Buscar respuestas a este tipo de preguntas seguramente contribuyó a su reciente nombramiento, dado a conocer este año, como nueva directora artística del Ballet de San Francisco que, junto con su escuela, es la estructura dancística más importante y con mayor presupuesto de Estados Unidos.
Tamara Rojo hará historia al convertirse en la primera mujer en dirigir el destino de una compañía que fue fundada hace casi noventa años. Ella se trasladará a California a finales de este año junto con su pareja, el bailarín mexicano Isaac Hernández, y el hijo de ambos, Mateo, nacido apenas el año pasado, cuando la bailarina tenía 46 años de edad.
También contratado recientemente, Hernández será uno de los bailarines principales de la compañía dirigida por su esposa y cuenta con un contrato por tiempo indefinido. Cabe apuntar que, a lo largo de su historia, el Ballet de San Francisco ha sido dirigido por cinco hombres. El bailarín y coreógrafo islandés Helgi Tomasson, de 79 años, fue el último de ellos y duró 37 años en el cargo.
Dicen que la perfección atrae a la perfección. Tamara Rojo considera que los bailarines tienen derecho a mezclar su vida personal con su vida pública. Ella e Isaac Hernández se conocieron en una gala en México del programa de danza clásica Despertares, impulsado por él. Entre la pareja hay una diferencia de dieciséis años. Volvieron a coincidir en Londres, en 2015, ella como directora artística del ENB y él como bailarín principal de esa misma compañía. El trabajo profesional terminó por transformarse en una relación sentimental que, por cierto, nunca ocultaron. Sin embargo, las críticas anónimas difundidas en redes sociales sobre el supuesto “favoritismo” de Tamara por Isaac no se hicieron esperar.
El incidente sirvió para que la situación se aclarara en la prensa inglesa, encantada con el escándalo: ella propuso la contratación de Hernández al Consejo de Administración del ENB al tiempo que informó sobre sus vínculos personales. Y el bailarín “fue aceptado por sus propios méritos sin incompatibilidades”, aclaró a la prensa la directora artística en su momento.
Se dice que Tamara Rojo dejará de bailar este 2022 para dedicarse plenamente a la dirección artística y ocuparse de las necesidades de los bailarines del Ballet de San Francisco. Su propósito es que los bailarines puedan desempeñarse mejor sobre el escenario. Con un entendimiento más profundo del cuerpo, se propone que logren un equilibrio para que sus cuerpos no sufran el desgaste de tanto ejercicio.
Al respecto, Tamara Rojo obtuvo un doctorado magna cum laude en la Universidad Rey Juan Carlos, con la tesis Perfil psicológico de un bailarín de alto nivel. Rasgos vocacionales del bailarín profesional, que hizo con la intención de entender por qué había gente con talento que no llegaba al éxito y otros que sí. Usó los tests psicológicos que habían desarrollado para los Juegos Olímpicos y los aplicó a 76 bailarines profesionales de diferentes nacionalidades, con los que entró en contacto durante su participación en el 12 World Ballet Festival de Tokio, celebrado en 20o9. Dicha tesis fue publicada en formato de libro por la editorial Caligrama en 2020.
Sus interpretaciones de personajes de ballets clásicos han merecido que diversos públicos europeos –desde la realeza que la alaba, críticos que la adjetivan con superlativos, baletómanos que enloquecen y hasta personas de a pie que simplemente disfrutan de su danza– se levanten de sus asientos para ovacionarla una y otra vez. Con su natural lirismo y una perfección adquirida, Tamara Rojo ha conquistado todo tipo de reconocimientos, condecoraciones y medallas –el Premio Príncipe de Asturias, la Orden del Imperio Británico, la Medalla al Oro de las Bellas Artes del Instituto Kennedy. También ha logrado desempeñarse de manera exitosa en un campo poco explorado por las mujeres: la dirección artística de destacadas compañías de ballet, una actividad que combina con su papel como bailarina principal porque quiere mantenerse en forma y no perder esa maestría alcanzada para conmover, impresionar e intrigar a los espectadores. Gatopardo