Trotsky, la revolución derrotada
Trotsky, quien por un momento estuvo cerca de ser el sucesor de Lenin, murió el 21 de agosto de 1940 en la Ciudad de México. El historiador de las izquierdas mexicanas, Carlos Illades, recupera su trayectoria política, ideas y proezas, aunque también expone sus errores.
Lev Davídovich Bronstein (1879-1940), conocido como León Trotsky, fue una figura capital de la Revolución rusa y —diría— de la primera mitad del siglo XX. Encabezó los sóviets de San Petersburgo en 1905 y en 1917 negoció la paz con Alemania. También formó el Ejército Rojo y parecía ser el sucesor idóneo de Lenin. Sin embargo, para 1926 el revolucionario de origen ucraniano había perdido la batalla decisiva, si bien se negó a aceptarlo —no obstante su clara inteligencia— y hubo de cargar en esta vida y también en la otra el estigma con que lo marcó un poder despótico que lo responsabilizó de todos sus fracasos.
Ello no exenta a Trotsky de los errores costosísimos que cometió, por ejemplo, la represión de los marineros de Kronstadt en 1921, subestimar a Iósif Stalin, valorar de manera semejante la coyuntura de la Gran Guerra y la de la Segunda Guerra Mundial o acariciar la fantasía de que la revolución es siempre posible y que las masas populares están naturalmente dispuestas a ella. La trayectoria política de Lev Davídovich, sus proezas, fracasos y pronósticos errados son el objeto de estas páginas.
1905
Trotsky procedía de una familia de pequeños terratenientes judíos de Yánovka, una aldea al sur de Ucrania, pero estudió en Odesa y San Petersburgo, donde bullían las ideas socialistas. Ahí, en la capital zarista, Lev Davídovich se adhirió a la Liga Obrera del Sur de Rusia, pero fue arrestado en 1898 por actividades subversivas y cambió la pena de prisión en Odesa por un exilio en Siberia, donde leyó a Marx. En 1902 escapó del confinamiento, adoptó el apellido de uno de sus carceleros (Trotsky) y conoció a Lenin en Londres, quien ya encabezaba una de las corrientes del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) y recién había expuesto su teoría de la organización en ¿Qué hacer?, un panfleto que consideraba como condición indispensable para la acción política la conformación de un partido de revolucionarios profesionales, responsable de guiar a la clase trabajadora con la ciencia marxista.
El Segundo Congreso del POSDR (1903) fragmentó al partido en bolcheviques (la mayoría) y mencheviques (la minoría). Al segundo grupo pertenecían Gueorgui Plejánov, Yuli Mártov y el propio Trotsky, quienes pugnaron por un partido más abierto, de tipo parlamentario, en un país donde no había derechos políticos. Al respecto, Trotsky criticó el “centralismo democrático” leninista, apuntando que conduciría a la subordinación de los militantes de base a la voluntad de la dirigencia partidaria. La ruptura fue difícil. No obstante, indica Edmund Wilson en el libro Hacia la estación de Finlandia (1940), “en las polémicas de Lenin de este periodo no se encuentra verdadero veneno ni rencor personal. Aunque implacable como luchador, era un hombre de buena fe”.
Un poco más tarde, la derrota rusa en la guerra con Japón (1904-1905) mostró la obsolescencia de la monarquía de los Románov y fue el fermento de la revolución de 1905. Además, ese año, en enero, el ejército zarista abrió fuego contra una manifestación de trabajadores, lo que generó indignación y huelgas en todo el imperio. Posteriormente, un grupo de mujeres formó la Unión por la Igualdad de Derechos, que demandó el sufragio femenino, una legislación protectora del trabajo, la distribución equitativa de la tierra, además de educación y acceso a los empleos públicos. A mediados de año se amotinaron los marineros en Odesa (es la trama de El acorazado Potemkin, de Serguéi Eisenstein) y los de la guarnición de Kronstadt, en el golfo de Finlandia. En este contexto, Trotsky volvió del exilio en octubre y dirigió el sóviet recién constituido por los trabajadores petersburgueses.
Para entonces, en colaboración con el socialista bielorruso Alexander Parvus (1867-1924), Trotsky le había dado forma a la teoría de la revolución permanente, según la cual en la etapa imperialista del capitalismo el proletariado, y no la burguesía, sería la que conduciría la revolución. En un mismo movimiento culminaría las reformas democráticas (burguesas), llevaría a cabo la revolución socialista (proletaria) y detonaría la revolución mundial.
De vuelta a los acontecimientos, en diciembre de 1905 la monarquía finiquitó el sóviet de la capital zarista, una asamblea popular que funcionó durante cincuenta días, con la aprehensión de sus trescientos delegados. Con todo, la revolución le arrancó al zarismo una reforma agraria que redimió las deudas de los campesinos con el Estado (en 1861 la abolición de la servidumbre, por parte de Alejandro II, no había evitado el sometimiento de los campesinos a causa de las deudas contraídas por su emancipación) y también consiguió la jornada laboral de ocho horas y una asamblea legislativa (Duma).
Sin embargo, Trotsky fue deportado a Siberia, aunque logró evadirse tras simular un ataque de ciática que le permitió recibir atención médica durante unos días, para después escapar de sus captores en un trineo de renos. Por ese medio recorrió aproximadamente ochocientos kilómetros “a través de la taiga y tundra” hasta alcanzar las vías del ferrocarril. “Finalmente”, narra en Viaje de ida y vuelta (1907), “llegué a Petersburgo el 2 de marzo por la tarde”. Otra vez partiría al exilio (en Austria, Francia, España, Estados Unidos) y no volvería a San Petersburgo sino hasta 1917.
1917
En la Gran Guerra (1914-1918) Alemania apabulló al ejército zarista, que perdió siete millones de hombres. Los soldados desmoralizados abandonaban el frente y volvían a Rusia, mientras el hambre alentaba la rebelión contra Nicolás II. El 8 de marzo de 1917 la fuerza pública reprimió en San Petersburgo una manifestación de trabajadoras textiles en huelga que conmemoraba el Día Internacional de la Mujer, a la que se sumaron operarios fabriles que demandaban el cese del racionamiento del pan.
Entonces se formó el sóviet de Petrogrado (San Petersburgo). Varios cuerpos del ejército lo apoyaron, y se creó el Comité Ejecutivo Provisional del Consejo Obrero. Este forzó la abdicación del zar y exigió el cese la guerra, instalándose un gobierno provisional (se le conoce como la Revolución de Febrero).
Lenin volvió a Rusia en un tren alemán blindado, lanzó la consigna de “paz, pan y tierra” y convocó en sus “Tesis de abril” a otorgar “todo el poder a los sóviets”, nacionalizar la banca, abolir la propiedad privada de los medios de producción y ocupar inmediatamente la tierra. A mediados de mayo Trotsky llegó a San Petersburgo y, en representación de la Organización Socialdemócrata Interindustrial, ingresó en el sóviet de Petrogrado. Dos meses pasó en prisión tras el fracaso de la insurrección de julio. Entretanto se incorporó al partido bolchevique y lo nombraron miembro del comité central; al comenzar octubre lo eligieron presidente del sóviet de Petrogrado y jefe del Comité Militar Revolucionario.
El resultado de la elección de representantes para la Duma, desfavorable para los bolcheviques, hizo que la dirigencia partidaria se decidiera a cerrarla en enero de 1918 y sustituirla por el Tercer Congreso Nacional de los Sóviets. La democracia directa se imponía sobre la democracia representativa. Este giro autoritario lo reprobaría la comunista polaca Rosa Luxemburgo: “El remedio que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación de la democracia [representativa] como tal, es peor que la enfermedad que —se supone— va a curar, pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales. Esa fuente es la vida política activa, sin trabas, enérgica, de las más amplias masas populares”. Además, la clausura de la asamblea legislativa abonaría a la guerra civil (1918-1923).
Trotsky, comisario del pueblo para la Defensa, tomó la responsabilidad de levantar el Ejército Rojo para confrontar a la reacción blanca, es decir, a las tropas exzaristas, la Iglesia ortodoxa y los terratenientes, apoyados fundamentalmente por Inglaterra. Puntilloso, altivo, exigente e implacable, en un tren blindado el revolucionario ucraniano supervisaba el teatro de la guerra. “En el frente”, recuerda el socialista y escritor Víctor Serge, “Lev Davídovich se acostaba en las trincheras, en primera línea”.
El Gran Debate (1924-1926)
La sucesión de Lenin fue atropellada. Stalin había ganado terreno en los años terminales de la vida del comunista de Simbirsk al invadir su círculo íntimo y controlar la información que le llegaba y las visitas que recibía. De acuerdo con la nota taquigráfica de una de sus secretarias, fechada en diciembre de 1922, Lenin exploraba la manera de destituirlo como secretario general del partido y “designar en su lugar a otra persona que tenga sobre Stalin la ventaja de ser más tolerante, más leal, más educado y más atento con los camaradas”. A su parecer, Trotsky “destacaba por sus eminentes cualidades”, siendo quizá “el hombre más capaz del actual comité central, pero peca de exceso de soberbia y de una exagerada pasión por los aspectos puramente administrativos de las cosas”.
Al desenlace violento de la sucesión soviética lo precedió un largo debate acerca del curso de la revolución. La Gran Polémica de 1924-1926, que transcurrió desde el fallecimiento de Lenin en enero de 1924 hasta el XIV Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), versó sobre dos temas cardinales y conexos a múltiples tópicos asociados: la revolución permanente y el socialismo en un solo país. Los bandos se alinearon a izquierda y derecha, mas fue Stalin quien capitalizó el resultado de la disputa. Abrió la controversia “Lecciones de Octubre”. La controvertida intervención de Trotsky lamentaba la ausencia de obras comprehensivas acerca de la Revolución rusa; esa omisión podía delatar que “estuviésemos convencidos de que ya no debemos esperar que se repita”, privando al movimiento comunista internacional de sus valiosas enseñanzas. En todo caso, “tal experiencia no volverá a repetirse en la misma forma, en ningún momento y en ninguna parte”, si bien “la misma amplía el horizonte de cada revolucionario y le muestra la variedad de métodos y los medios que se pueden emplear cuando el objetivo está claro”.
Los adversarios vieron en las “Lecciones de Octubre” el nacimiento del trotskismo, esto es, la tentativa de suplantar al leninismo. Esto, sin embargo, no obstó para que hubiera objeciones teóricas de alto nivel, como las de Nikolái Bujarin. “Acerca de la revolución permanente” puso en cuestión tanto la tesis cardinal del trotskismo, según la cual la revolución proletaria es un continuum en el que el resultado está inscrito en la premisa, como la subvaloración del campesinado por parte de Trotsky. Bujarin, director de Pravda, el periódico oficial del Partido Comunista, abogaba por una transición pausada al socialismo y consideraba al campesinado —numéricamente mayoritario— el aliado fundamental de la clase obrera —minoritaria— tanto en la atrasada Rusia como a escala global.
El eurocentrismo de Trotsky, continúa Bujarin, le impedía hacerse cargo de la cuestión colonial, campesina en última instancia, y era el gran escollo que había de librar la revolución mundial para hacer realidad el socialismo. Esta incomprensión “de las relaciones entre las principales clases de nuestra sociedad” hacía al cerebro de la Oposición de Izquierda obliterar la decisiva “unión entre el proletariado industrial europeo occidental y americano y los campesinos de las colonias”.
Asimismo, Trotsky estaba en favor de restablecer el “comunismo de guerra” —es decir, el racionamiento impuesto a la población civil y la confiscación de las cosechas a los campesinos para abastecer a las ciudades y al ejército—, también apoyaba militarizar las fábricas, acelerar la revolución industrial y promover la revolución mundial, en tanto que Bujarin quería continuar la Nueva Política Económica —trazada por Lenin en 1921 para abastecer las ciudades con productos agrícolas ofrecidos al mercado por los campesinos—, industrializar al país sin sacrificar a la población rural y dar sosiego a unas masas populares exhaustas.
Stalin cerró el debate sobre el trotskismo con la tesis sobre el “socialismo en un solo país”, que atribuía a Lenin, y desautorizaba la revolución permanente de su adversario. Según el comunista georgiano, “no solo la Revolución de Octubre necesita del apoyo de la revolución en los otros países, sino que también la revolución en esos países necesita el apoyo de la Revolución de Octubre para acelerar e impulsar el derrocamiento del imperialismo mundial”.
Destierro y muerte
Separado del buró político (1926), expulsado del partido (1927), deportado a Alma Ata en Kazajistán (1928), despojado de la nacionalidad soviética y desterrado del país (1929), Trotsky residió en Prinkipo (en el Mármara) y en Oslo antes de asilarse en México en calidad de refugiado político en 1937. Noruega, que tenía tratos comerciales con la Unión Soviética, le había retirado el permiso de residencia, por lo que la visa representaba una demanda capital de Trotsky, quien veía cerrarse a su alrededor el cerco tendido por Stalin. Peligraba su vida.
La Liga Comunista Internacionalista, una pequeñísima organización trotskista mexicana, asumió el compromiso de rescatarlo. Diego Rivera, miembro de su buró político, recibió la encomienda partidaria de realizar las gestiones pertinentes para asilar a Trotsky. El general Lázaro Cárdenas únicamente solicitó a los simpatizantes del revolucionario ucraniano que se abstuvieran “de organizar manifestaciones que pudiesen provocar choques con elementos hostiles al señor Trotsky”. El pintor guanajuatense cobijó en Coyoacán al fundador del Ejército Rojo.
Por la Casa Azul y la de la calle de Viena desfilarían comunistas de diversas geografías. Su secretario, traductor y guardaespaldas desde 1932, el matemático francés Jean van Heijenoort, apuntaba que con los visitantes y recién llegados el exiliado podía ser “verdaderamente encantador” y, de ser el caso, “la presencia de alguna mujer joven parecía animarlo aún más”. De acuerdo con la psicoanalista Alice Gerstel, esposa del comunista alemán Otto Rühle: “¡Fue maravilloso que Trotsky haya podido venir a México, tanto para él como para nosotros! Muy pronto dejamos de sentir las diferencias ideológicas. Solo sentíamos la afinidad de estar unidos en México y a él lo sentimos muy cercano”. Víctor Serge, por su parte, reparaba que dentro de la oposición, “tan sana en sus aspiraciones, Trotsky no quiso tolerar ningún punto de vista diferente del suyo”. Muy a su pesar, “el trotskismo daba pruebas de una mentalidad simétrica a la del estalinismo, contra el cual se había alzado y que lo trituraba”.
Los procesos de Moscú (1936-1938) liquidaron a la vieja guardia bolchevique y la persecución y los asesinatos diezmaron a la débil oposición antiestalinista fuera de la Unión Soviética, incluido Lev Sedov, hijo de Trotsky. No obstante el asedio y los reveses políticos, Lev Davídovich pensaba que todavía era posible recomponer el rumbo del régimen soviético mediante una revolución política que desplazara a la casta burocrática del poder y lo restituyera para la clase trabajadora. También creía que la Segunda Guerra era propicia para la revolución mundial, siempre y cuando se constituyera una nueva vanguardia política habilitada para conducirla. Por tanto, a una Tercera Internacional (1919-1943) cooptada por el estalinismo, el asilado ucraniano opuso la Cuarta Internacional (1938), cual estado mayor de la revolución planetaria. Combativa, doctrinaria, voluntarista y faccionalista, la minúscula organización internacional no pudo cumplir esa inmensa tarea. El modelo de organización leninista, que Trotsky rechazó en 1905 y después de la Revolución de Octubre intentó universalizar, había perdido eficacia en un mundo que no era ya el de 1917, ni siquiera el de los años del Gran Debate. La revolución mundial se apagaba, mientras el fascismo cundía.
La madrugada del 24 de mayo de 1940 un comando armado allanó la casa de Coyoacán y ametralló el interior de las habitaciones. Trotsky salió ileso. Los lombardistas y los comunistas mexicanos estuvieron involucrados. David Alfaro Siqueiros participó directamente en la fallida asonada. Penetrar el círculo de seguridad del revolucionario ucraniano fue más eficaz. El agente español Ramón Mercader, del NKVD (el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), logró ganarse su confianza y, pretextando discutir un manuscrito con él, le asestó un golpe en el cráneo con un piolet que llevaba oculto bajo la gabardina. Sucedió el 20 de agosto de 1940. Trotsky murió la noche del 21.
Con la Operación Barbarroja, tres millones de soldados alemanes ingresaron al territorio soviético el 22 de junio de 1941; en total 27 millones de muertos le costó a la Unión Soviética el conflicto armado. A pesar de los errores estratégicos de Stalin, y a diferencia de las tropas zaristas que regresaron derrotadas a San Petersburgo en 1917, el Ejército Rojo, formado por Trotsky, logró la rendición de las fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi, la Wehrmacht, en Berlín el 2 de mayo de 1945.
Carlos Illades es profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Autor de Vuelta a la izquierda (Océano, 2020).
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