Autorretrato de un demonio: la serie secreta de Marcial Maciel
Emiliano Ruiz Parra
Fotografía de Victoria Razo
Han pasado veinticinco años desde que un grupo de ocho exlegionarios denunciaron haber sido abusados por el fundador de los Legionarios de Cristo. La noticia escandalizó al mundo. Ahora, un hallazgo, las transcripciones de una serie de televisión que nunca vio la luz, con la que Marcial Maciel pretendía limpiar su imagen a inicios del milenio, matiza las complicidades con las que cimentó una organización sectaria. José Barba, líder moral de las primeras víctimas, hace revelaciones y comparte sus recuerdos.
Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford
Tengo una joya en mis manos: una serie de televisión que estelarizó Marcial Maciel unos años antes de morir. Los Legionarios de Cristo la grabaron entre los años 2002 y 2003, retratándolo como un héroe de la fe y, ocasionalmente, como una víctima de calumnias y malentendidos que se denunciaban en la prensa. Para cuando se produjo esta serie, el mundo ya sabía que Maciel era un pederasta que había abusado de niños y adolescentes que estaban a su cuidado. Sin embargo, Nuestro Padre, como solían llamarlo, y su corte de fieles asumían que todavía era posible sostener aquel mito de que era un santo en vida, de que los testimonios de sus delitos eran una mera conspiración contra la Iglesia católica.
Los Legionarios de Cristo grabaron diecinueve capítulos, de entre diecisiete y veintiséis minutos de duración, en los que Maciel es el protagonista. La serie cuenta su vida desde su nacimiento en 1920 hasta 1950, cuando se establece en Roma con sus jóvenes seminaristas. No me detendré en cada uno de estos episodios, de los que tengo transcripciones fieles y detalladas: las falsificaciones y omisiones exceden los alcances de esta nota. Me centraré, en cambio, en describir las contradicciones más evidentes entre el mito y la historia que se ha contado del fundador de los Legionarios de Cristo, que se narra en esta serie que nunca vio la luz. La congregación terminaría enlatando el que hubiera sido el proyecto televisivo más importante de su fundador.
Marcial Maciel promovió la castidad, se hizo pasar por santo y construyó una organización sectaria que controlaba cada hora de la vida de sus integrantes. Al mismo tiempo, abusaba de menores de edad, tenía esposas e hijos y corrompía a obispos y cardenales. Todo mientras se daba la gran vida en los mejores hoteles de Estados Unidos y Europa. La divisa de su organización religiosa era instaurar el reino de Cristo en la tierra. En cambio, Maciel se construyó su propio imperio, que llegó a estar valuado en veinticinco mil millones de dólares, entre colegios privados, bienes raíces e inversiones en paraísos fiscales. Descubrió un mecanismo que lo mantuvo a flote durante décadas: hacerse la víctima. A sus seminaristas les pedía aliviarle sus “grandes dolores” con masajes genitales. Esas conductas llegaron a oídos del Vaticano a fines de los años cuarenta. Desde entonces se dijo víctima de conspiraciones y envidias. No en contra suya, en contra del plan de Dios.
En 1997, un grupo de ocho exlegionarios denunció a Maciel como pederasta. Los ocho denunciantes fueron Félix Alarcón, José Antonio Pérez Olvera, Fernando Pérez Olvera, Juan José Vaca, Saúl Barrales, Alejandro Espinosa, Arturo Jurado y José Barba. Lo hicieron ante un diario de Estados Unidos y después ante un pequeño canal de la televisión mexicana. Conservo en mi recuerdo la conmoción que provocó la escena: hombres maduros contando el abuso a sus cuerpos adolescentes ocurrido cuarenta o cincuenta años atrás. Escribo estas líneas para refrescar la historia que sacudió a mi generación y que ahora apenas se recuerda. El olvido abona la tierra de la impunidad. Porque Maciel no actuó solo: otros legionarios, jerarcas católicos, líderes políticos y magnates lo protegieron a pesar de las denuncias de las víctimas.
A veinticinco años de las primeras denuncias públicas, quedan preguntas sin responder: ¿cómo logró un seminarista problemático convertirse en uno de los hombres más influyentes del Vaticano?, ¿cómo sostuvo su impunidad durante más de cincuenta años, a pesar de reiterados informes que lo señalaban como un abusador de menores, consumidor de drogas y manipulador? Una respuesta es cada vez más clara: Maciel era el hombre del dinero. Grandes cantidades de efectivo para comprar propiedades y sobornar cardenales. ¿Cómo lo conseguía un muchacho sin fortuna personal? Testimonios recabados por Barba —de quien hablaré más adelante— apuntan al narcotráfico: las primeras piedras de su imperio fueron ladrillos de cocaína.
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Nos encontramos en un café al sur de la Ciudad de México, en 2021. José Barba me cuenta de sus años en la Legión de Cristo y de las investigaciones que ha emprendido, en los últimos años, para echar luz sobre la oscura vida de Marcial Maciel. Entre las historias que comparte está la existencia de un cortometraje documental que Maciel mandó a hacer en 1952: “Maciel escuchó una de las alocuciones de Pío XII sobre los medios de comunicación, lo tomó al vuelo e hizo la película”, recuerda quien la vio proyectada en Ontaneda, España, donde Marcial Maciel estableció el seminario de los Legionarios de Cristo en un antiguo hotel de aguas sulfurosas.
Recuerda algunos detalles del documental: filmado en blanco y negro, de media hora de duración, escrito por José Luis Legaza, jesuita que daba clases a los legionarios, y Federico Domínguez, secretario particular de Maciel, y dirigido por un italiano, cuyo nombre ahora no recuerda. En el cortometraje no aparecía el fundador, pero sí sus jóvenes seminaristas. La primera escena abría con una voz en off: “Luz, mucha luz por las ventanas abundantes y simétricas”. A Barba le parece una ironía que se hablara de luz en una organización sectaria.
—La ventana de la enfermería estaba siempre cerrada, por lo que ahí sucedía —me dice, refiriéndose a los abusos sexuales, que ocurrían siempre en la enfermería porque Maciel llamaba ahí a sus jóvenes discípulos a aliviar sus supuestos padecimientos.
Me pongo en busca de aquel documental. Reactivo mis redes entre exlegionarios y legionarios. Viajo a algunas ciudades del centro de México, escribo correos. No obtengo nada acerca del documental. Recibo, eso sí, nuevas historias de silencio y dolor. Hablo con personas que se niegan a contar su caso ante una grabadora. Son episodios dolorosos, dicen, y no quieren revivirlos. Pero un exsacerdote se sincera y me cuenta cómo “vacunaba” a empresarios.
—¿A qué te refieres con “vacunar”?
—A predisponerlos para que donaran dinero. La meta era obtener al menos un millón de dólares de cada uno. Yo habré “vacunado” al menos a cien…
A vuelta de correos y mensajes de WhatsApp, recibo negativas: no quiero hablar, no es el momento. Algunos de los legionarios a quienes contacto, que pertenecen aún a la congregación, me piden que no les vuelva a escribir. Otro me remite a los comunicados oficiales.
Pero el periodismo es así. La vida es así. Buscas una cosa y obtienes otra. Una fuente me entrega un cuaderno con transcripciones de una serie de televisión. Es un engargolado con carátula transparente. Paso una primera hoja blanca y leo: “Un día en la vida: parte uno. Video por: David Murray. Narrado por: Evaristo Sada”. Poco más de cien hojas impresas por los dos lados. Verifico que son auténticas. Lo que está escrito ahí efectivamente lo grabaron los Legionarios de Cristo. Lo firma una casa productora llamada Apostolate Resource Center, o solo ARC. En la página de los créditos aparece, como realizador, David Murray, y como productor ejecutivo, el padre Evaristo Sada, uno de los sacerdotes más cercanos a Maciel. No encuentro el documental de 1952, que recordaba Barba, pero sí obtengo una serie de televisión de 2002. Esta nunca vio la luz porque los Legionarios de Cristo cambiaron de estrategia: pasaron de la defensa al deslinde: “Nosotros nunca supimos de la doble vida del fundador y estamos tan sorprendidos como ustedes”, han dicho reiteradamente. Una versión insostenible: Maciel dispuso de la complicidad y los recursos de la cúpula de los Legionarios de Cristo.
Esta serie es la prueba de esa complicidad, y por eso ha sido enterrada.
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—Tuve la dicha, la felicidad de estar de pequeño en una persecución sangrienta contra Cristo […]. Todas las semanas íbamos al lugar donde fusilaban a dos o tres hombres que no querían renegar de Cristo —dice Marcial Maciel, en el cuaderno de las transcripciones, sobre su infancia durante la Guerra Cristera.
Marcial Maciel nació en Cotija, Michoacán, en 1920, en una familia con tres tíos obispos y un líder de la Guerra Cristera. Su padre poseía el rancho Poca Sangre; sin embargo, Maciel desde joven probó fortuna sin el apoyo paterno. Desde que entró al seminario de la diócesis de Veracruz —de donde fue expulsado—, pretendió crear un grupo propio para instituir una congregación religiosa. Lo logró un tiempo después: tenía apenas veinte años cuando fundó la Legión de Cristo, en enero de 1941, con trece adolescentes que reclutó como seminaristas. Desde ahí su crecimiento fue meteórico. A los 35 años ya poseía una fortuna inmobiliaria en México y Europa. Un año después, en 1956, el Vaticano lo investigó por pederastia y drogadicción. Libró la acusación en 1959. Durante casi cuatro décadas vivió sin oposición hasta que fue denunciado públicamente en 1997. No solo quiso canonizarse, sino que su estrategia consistía en canonizar primero a su propia madre, Maura Degollado, conocida al interior como “mamá Maurita”. Una vez fallecido, sus discípulos se encargarían de elevarlo a los altares de la religión católica. Maciel era un hombre influyente, querido por Juan Pablo II y cercano a presidentes de México, España y Chile, como Carlos Salinas de Gortari, José María Aznar y Augusto Pinochet, respectivamente.
—Si me paro a reflexionar quedo extrañado, maravillado, del ritmo que ha seguido la Legión en su realización, porque son tiempos tan cortos en los que se han metido tantas cosas […], todo esto se debe a la acción del Espíritu Santo, de Dios, y a la forma que él ha permitido que yo me preste para ir realizando sus obras —dice Maciel.
En 2006, el Vaticano desistió de juzgarlo con el argumento de su avanzada edad y lo invitó a “una vida reservada de oración y penitencia, alejado de todo ministerio público”. Maciel murió impune el 30 de enero de 2008, a los 87 años, en una lujosa mansión en Jacksonville, Florida. Durante un año, los Legionarios de Cristo se mantuvieron incólumes con la versión de que su fundador era un santo. Pero el mito se derrumbó en 2009, cuando se hizo público que Maciel tenía una esposa y una hija en España, Hilda Baños e Hilda Rivas Baños, respectivamente, sin olvidar que tenía otra familia en Tijuana. Maciel pasó sus últimos años de viaje por el mundo: iba a Cancún y a Capri con las dos Hildas y cortesanos legionarios.
En enero de 2014, finalmente, la Legión de Cristo reconoció que los comportamientos de Maciel fueron “gravísimos”: abuso sexual de menores, relaciones con personas adultas, consumo de sustancias adictivas y plagio de textos: “Nos resulta incomprensible la incoherencia de seguirse presentando, durante décadas, como sacerdote y testigo de la fe mientras ocultaba estas conductas inmorales. Todo esto lo reprobamos firmemente. Nos apena que muchas víctimas y personas afectadas hayan esperado en vano una petición de perdón y de reconciliación por parte del P. Maciel y hoy queremos hacerla nosotros, expresando nuestra solidaridad con todas ellas”.
En 2020, los Legionarios de Cristo reconocieron que “175 menores de edad han sido víctimas de abusos sexuales cometidos por un total de 33 sacerdotes de la congregación. Este número de víctimas incluye al menos sesenta menores de edad de los que abusó el P. Marcial Maciel”.
En la Iglesia católica, los abusos sexuales se revelaron como una pandemia. Por ejemplo, en Francia, la Comisión Sauvé documentó 330 000 víctimas “en contextos eclesiásticos” —iglesias, escuelas, confesionales, viajes con sacerdotes—, de unos 2 900 a 3 300 perpetradores, en los setenta años que van de 1950 a 2020.
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Suena mi teléfono y veo su nombre en pantalla: “Dr. José Barba”. Cada llamada puede llevarme a caminos insospechados: nombres, fechas, ciudades europeas que no conozco; títulos de libros y películas de la década de los cincuenta. Es el hombre más memorioso que he conocido, recuerda fechas precisas de hechos ocurridos hace setenta años: marcas y colores de automóviles que vio cuando era adolescente; conversaciones que sostuvo hace treinta años. José Barba fue y sigue siendo el sostén moral de los denunciantes de Marcial Maciel, junto a su amigo Arturo Jurado. Veinticinco años después de la primera denuncia, recogida en 1997 por el Hartford Courant, un diario de Connecticut, Barba sigue sosteniendo una batalla por la verdad histórica. Las peticiones de perdón de los Legionarios de Cristo le resultan insuficientes porque de la congregación no provino una sincera búsqueda por la verdad histórica, sino un deslinde de responsabilidades de la estructura que encubrió a Maciel y a otros sacerdotes abusadores.
Barba tiene 82 años, nació en una de las regiones más conservadoras del país —los Altos de Jalisco— y se formó en una congregación católica de ultraderecha. No me extrañan, por tanto, ciertos rasgos conservadores en su pensamiento: opina, por ejemplo, que la moda de los pantalones rotos es signo de la decadencia de nuestros tiempos.
Entró a la Legión de Cristo el 3 de diciembre de 1948, a los once años, y renunció a ella el 24 de octubre de 1964, sin haberse ordenado sacerdote. Después hizo vida académica. Estudió dos doctorados en Filología —en el Boston College y la Universidad de Harvard— y fue profesor toda la vida.
En 1989 entró a trabajar al Instituto Tecnológico Autónomo de México, donde impartió clases hasta su retiro.
En 1997, a los 57 años, denunció a Maciel, y eso lo llevó a meterse a otro mundo: el de los derechos humanos. La denuncia también lo llevó a convertirse en un detective de la historia. Ha hecho viajes internacionales —Chile, Roma, Estados Unidos y diversas ciudades de México— para conversar con legionarios o exlegionarios dispuestos a contar su historia. Casi siempre ha procurado que haya un testigo de la charla —y durante muchos años ese testigo ha sido Jurado, otra víctima de Maciel—. Así, durante más de dos décadas, ha recogido por aquí y por allá datos, fechas, nombres.
Escenas, historias. Algunas que él mismo atestiguó, como en 1959, días después del triunfo de la Revolución cubana, cuando oyó decir al fundador que él “arrasaría la isla” con doscientos aviones bombarderos porque le irritaba la caída del dictador Fulgencio Batista y la llegada al poder de Fidel Castro. Después se enteraría de que Maciel hacía viajes secretos a Cuba, antes de la Revolución, acompañado del joven legionario Francisco de la Isla. ¿A qué iba Maciel a Cuba? Es una historia que sigue sin aclararse.
Escenas que también escuchó de otros testigos. Aquella vez, por ejemplo, que Marcial Maciel iba caminando junto a Juan Manuel Fernández Amenábar, entonces rector de la Universidad Anáhuac, y pasaron junto a una sinagoga:
—Nuestro Padre decía que Hitler no se había equivocado —le contó Fernández Amenábar.
Una declaración por demás terrible para el rector de una universidad con una importante población de estudiantes judíos.
La verdad, la búsqueda de la verdad. Palabras que le he escuchado decir una y otra vez. Una búsqueda que lo ha llevado a tratar de entender las décadas de los cuarenta a los sesenta, cuando Maciel, de ser un seminarista de aldea, se convirtió en uno de los hombres más influyentes del Vaticano. En una Europa arrasada por la Segunda Guerra Mundial, él llegó con dinero fresco.
—Marcial Maciel se sostuvo con tres elementos principales: el soborno, el sexo, el espionaje, y los intercambios con personas bien situadas en el Vaticano, bien fuera directamente con el sexo o a través de la facilitación de legionarios jóvenes que él colocaba.
Se refiere a Fernando Vérgez Alzaga, nacido en 1945, un joven legionario que tenía fama de ser el muchacho más bello de la Legión de Cristo. Maciel se lo recomendó al cardenal argentino Eduardo Pironio, quien lo tomó como su secretario particular en 1975. Hasta antes del papa Francisco, Pironio era el argentino que había llegado más alto en la curia romana. Su cargo equivalía a un ministerio: era entonces prefecto del Dicasterio para los Institutos de la Vida Consagrada, es decir, el superior de Maciel en el Vaticano. A partir de ahí, la carrera de Vérgez Alzaga ha ido en ascenso en varios puestos en la curia romana. El 1 de octubre de 2021, el papa Francisco lo hizo el primer cardenal de los Legionarios de Cristo y lo nombró presidente del Governatorato del Vaticano. De ocurrir un cónclave en los siguientes tres años, Vérgez Alzaga podría convertirse en el primer papa legionario.
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Madrid, 1946. En las transcripciones se narra un encuentro entre Marcial Maciel y Alberto Martín-Artajo, ministro de Asuntos Exteriores de Francisco Franco. Según el relato de Maciel, este le entregó 36 becas para matricular a seminaristas mexicanos en la Universidad Pontificia Comillas.
—Fui al Ministerio de Asuntos Exteriores y me recibió el ministro y le expliqué el proyecto que tenía [de traer seminaristas mexicanos a España], pero que tenía el problema de las becas. Le pedí si el Gobierno español me podría ayudar con algunas becas —dice Maciel, y sigue en tono de broma—. Lo que yo no entendía era cómo siendo un ministro de Asuntos Exteriores se haya dejado enredar tan fácilmente por un sacerdote de veintiséis años.
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En 1954, a los 34 años, Marcial Maciel había acumulado una fortuna inmobiliaria en México, España e Italia. La Legión de Cristo era propietaria de la llamada Escuela Apostólica, conocida como la Quinta Pacelli, en Tlalpan, al sur de la Ciudad de México, y de un seminario de Ontaneda, España, que había sido un hotel de lujo. En marzo de ese mismo año, al poniente de la capital, inauguró el colegio Cumbres y, por si fuera poco, compró un terreno de veinte mil metros cuadrados en Roma, Italia, donde construyó la sede central de la congregación. Una trayectoria impresionante para un sacerdote sin fortuna personal.
La serie televisiva legionaria esquiva el tema del dinero. Retrata a Maciel, a mediados de los años cuarenta, “tocando puertas y pidiendo limosna”. En una de las tomas, dice un legionario que camina junto a Maciel: “Realmente era una labor de limosnero, en todo el sentido de la palabra”. En el capítulo “Cóbreces”, relata la voz en off: “A pesar de que la salud de Nuestro Padre ha ido empeorando, durante esos años de fundación sigue buscando fondos para mantener el colegio de Cóbreces y la Quinta Pacelli, y para financiar la construcción del nuevo centro en Roma”. La serie nunca aclara los supuestos problemas de salud. Sus denunciantes, sin embargo, han detallado cómo Maciel se inventaba enfermedades para consumir dolantina —un opiáceo sintético— y para solicitar que los jóvenes lo sobaran.
La versión del limosnero le resulta muy difícil de creer a José Barba. En los años cincuenta, cuando Barba era un muchachito en la pubertad, recuerda que sí pidió limosna para los Legionarios en iglesias de México y Europa, pero era muy poco lo que obtenían. España e Italia atravesaban por profundas crisis económicas después de la Segunda Guerra Mundial. En Europa, afirma Barba, tampoco sobraban los benefactores millonarios que regalaran su dinero a un joven sacerdote mexicano.
El imperio inmobiliario no era menor. La Quinta Pacelli, en los recuerdos de Barba, quien fue ahí estudiante y profesor, “era una quinta lujosa con lago propio, frontón, boliche americano, caballerizas, campos de tiro que luego fueron suprimidos y tres casas principales, de las cuales sobrevive la que se llamaba Casa 3 y que es la entrada principal”. La propiedad de Ontaneda, en Cantabria, sigue Barba, “era un gran hotel [el Gran Hotel de Ontaneda] adonde acudían los miembros de la nobleza, entre ellos, el rey Alfonso XIII. Es el balneario de aguas sulfurosas que produce más metros cúbicos de agua por minuto en toda Europa, y tuvimos que acostumbrarnos al olor de esas aguas, que era como de huevo podrido. Era tan importante el balneario que tenía incluso un tren de vía corta que llegaba desde la ciudad de Santander hasta donde estaba el terreno de Ontaneda y Alceda”.
En esos años, la compra del hotel se realizó con dinero en efectivo. “Gregorio López, muchos años después, me dijo que él había ido a pagar con billetes en efectivo la compra de esa propiedad”. El padre López, fallecido en 2014, le contó a Barba que llevaba el dinero en bolsas de papel de estraza, que puso en la rejilla del equipaje del tren en el que viajó. López no le dio más detalles. Este es otro de los personajes que aparecen en la serie televisiva y habla brevemente para contar que fue testigo de una misa que celebró Maciel en los años cuarenta, y lo hace en términos laudatorios: “Fue una conmoción, en el sentido de que todo mundo se quedó admirado de la forma en que Nuestro Padre celebró la santa misa”.
¿De dónde salían esos flujos de efectivo para comprar inmuebles de alto valor? Barba apunta al narcotráfico y lo sustenta en una confesión que les hizo José Domínguez, en aquel entonces seminarista, a él y a Arturo Jurado.
“Ya desde que estaba en la Legión, por instrucciones de Marcial Maciel, José Domínguez había introducido droga a España con Carlos de la Isla. Pasaban caminando de Hendaya a Irún con bolsas de cocaína, bolsas de plástico sujetas entre las piernas y en el estómago con diurex. Yo supongo que esto fue anterior o máximo en 1957, porque fue en 1957 cuando José Domínguez y Carlos de la Isla se fueron a Dublín”.
Barba no obtuvo más detalles del origen de la droga, pero sí sobre su destino. De la Isla y Domínguez se la entregaron “a unas monjitas”.
El hermano de José Domínguez, Federico, jugará un papel central en la historia de la Legión de Cristo: fue secretario particular del fundador entre 1948 y 1952 y el primero que se atrevió a denunciar por escrito la adicción de Maciel a “los estupefacientes” y sus argucias para justificar que “le sobaran” los órganos sexuales. En una extensa carta de 1954, dirigida al vicario general de la Arquidiócesis de México, le cuenta también los sobornos de los que se valía Maciel para obtener información confidencial en el Vaticano.
Barba recabó también el testimonio de otro exlegionario de nombre Alfonso (me reservo los apellidos), quien fue su compañero de generación en la Legión de Cristo. Cuenta que, en 1954, Maciel se llevó a Alfonso en avión a Europa, en una ruta que conectaba la Ciudad de México, Nueva York, París y Roma. En el aeropuerto de Nueva York ocurrió la siguiente escena: “Maciel nos llevaba tostadas para la Navidad, pero se rompieron las cajas y aparecieron unas bolsas de polvos blancos. Asustado, Maciel desapareció del pasillo”. Unos minutos después, cuando vio que no había pasado nada, Maciel reapareció y continuó con el viaje con todo y caja de tostadas y bolsas de polvos blancos. Eran los años cincuenta. Dos hombres jóvenes con sotana llamaban poco la atención de la policía. Los controles en los aeropuertos eran laxos comparados con los actuales, estaba todavía lejos la “guerra contra las drogas” que en 1971 declaró el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, y que impuso una mayor vigilancia en cruces fronterizos.
Muchos años después, en diciembre de 2019, Barba y Jurado se reunieron con el entonces director general de los Legionarios de Cristo, el mexicano Eduardo Robles-Gil. Era una reunión oficial en la que ambas partes, legionarios y exlegionarios, habían designado a un mediador. Barba no me revela su nombre, pero sí me dice que había ocupa do los cargos más altos en el Poder Judicial de México. Los exlegionarios presionaban para obtener un mecanismo de verdad, justicia y reparación para las víctimas de la congregación. Además de Barba y Jurado, iban otras víctimas, como José Antonio Pérez Olvera. En esas reuniones pusieron sobre la mesa los temas incómodos para la cúpula legionaria.
“Cuando mencionamos los paraísos fiscales que Raúl Olmos ha estudiado, Robles-Gil saltó, protestó y dijo que eso era mentira”, recuerda Barba. Se refiere al libro El imperio financiero de los Legionarios de Cristo (Grijalbo, 2015), en el que el periodista Olmos cuenta las inversiones en armas y pornografía, y el entramado de compañías de papel en paraísos fiscales, donde había dinero ligado a la congregación. Un mes después, el 4 de enero de 2020, Barba y Jurado tuvieron otra reunión con Robles-Gil y un puñado de sacerdotes de la directiva legionaria. En esa ocasión, en la que ya no estaba Pérez Olvera, Barba puso sobre la mesa el tema del narcotráfico. Contó ante los más altos líderes de la congregación la historia que había escuchado de José Domínguez: el cruce de la frontera entre Francia y España con bolsas de cocaína pegadas a la piel en la década de los cincuenta.
A Barba le pareció muy significativa la reacción de Robles-Gil: “Se quedó callado como una estatua, sin decir una palabra ni entonces ni después. Y eso lo vio el mediador. Y eso, para mí, fue una firma confesional, porque ese era el momento para gritar y decir: ‘¿Cómo prueban eso?’, pero se quedó como una estatua de piedra”.
De esas discusiones con Robles-Gil no se obtuvieron acuerdos significativos.
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Era 2005, el Vaticano había ordenado una investigación sobre Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo estaban en crisis. Pedí una entrevista con Maciel y me la negaron. Pero accedieron a presentarme a un portavoz para que diera la versión oficial. El padre Rafael Jácome, entonces de 43 años, quien fungía como vocero de la Legión de Cristo, me recibió el 26 de enero de aquel año en una casa de sacerdotes en el opulento barrio de Tecamachalco, al poniente de la Ciudad de México. Me dijo que tenía veintiséis años de conocer a Maciel y que “metía las dos manos al fuego por su inocencia”. Maciel era un mártir espiritual —Jácome usó esas palabras— de las calumnias de sus acusadores, todos testigos falsos que habían recibido dinero para mancharlo. Había un episodio por el que me interesaba preguntar: el sabotaje a CNI Canal 40, televisora que difundió los testimonios de José Barba y otros exlegionarios. La respuesta de los empresarios mexicanos cercanos a Maciel fue un boicot publicitario que llevó al canal a la bancarrota. Jácome lo aceptó: “No podemos dejar pasar que nos pisoteen nada más porque a una persona se le ocurrió decir que ‘pasó esto’. Lo que debe de reinar en este caso en los medios y lo que sucedió en el 40 es un acto de justicia”. Ese boicot funcionó como una intimidación para los medios que quisieran tratar el caso.
Jácome me presumió los números de la congregación: seiscientos sacerdotes, 2 500 seminaristas, 65 000 miembros en el Regnum Christi, el movimiento de laicos de los Legionarios de Cristo. Además de colegios, universidades y obras pías en diversos países. Todo esto, me dijo, gracias a la “mentalidad empresarial” de la congregación. Más allá de la palabrería, quedaba claro que los legionarios toda vía apostaban por rehabilitar la imagen de su fundador. Querían decirle al mundo que Maciel era un iluminado que había servido como un instrumento de Dios para crear la Legión de Cristo. Jácome me presumió que la causa de canonización de “mamá Maurita” iba por buen camino. Y que en su momento definirían si también pedirían la elevación de Maciel a los altares.
Jácome me hizo un regalo aquella tarde: me dio Fundación, historia y actualidad de la Legión de Cristo, libro firmado por Ángeles Conde y David Murray, el mismo realizador de la serie. El libro sostenía que Maciel era un instrumento de Dios que debió enfrentarse a terribles calumnias. El volumen tenía algo valioso: contaba la investigación que el Vaticano había hecho a Maciel en 1956 para comprobar si abusaba de los jóvenes legionarios. En ese entonces dispuso de la complicidad de sus víctimas, entre ellos, Barba, quienes, sometidos por la obediencia y el amor a Nuestro Padre, les mintieron a los investigadores del Vaticano. Maciel se salvó aquella vez. Cincuenta años después, en enero de 2005, la Legión de Cristo apostaba a que su fundador la libraría una vez más. No sucedió.
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Marcial Maciel en una toma de 1980, en las escalinatas de la Plaza de San Pedro, Roma, rodeado de los Legionarios de Cristo y con un letrero fechado en 1980. Maciel dice:
—Le decía al padre Lagoa que realmente yo amaba más a la Iglesia que a la Legión. Si me pidieran sacrificar a la Legión para que la Iglesia continuara, yo la sacrificaría.
La serie de televisión que tengo transcrita está dividida en siete apartados. Seis de ellos se dedican a la vida de Maciel hasta 1950: “Cotija y niñez”, “Orizaba”, “Fundación”, “El paso a Europa”, “Los años de Comillas” y “Cóbreces”. Pero hay uno de ellos, acaso el más interesante, que pretende contar “Un día en la vida” del fundador legionario. Está ambientado en ese presente de los años 2002 y 2003 en que está fechada la grabación. Me llaman la atención dos temas: la presencia de la cúpula legionaria y la insistencia en que Maciel hacía oración y trabajaba todo el día a pesar de rebasar los ochenta años.
Las transcripciones en mi poder me dan una pista de las imágenes que aparecen en pantalla: en 46 minutos, Maciel aparece representándose a sí mismo. Y la cúpula legionaria de entonces, en acto de pleitesía abyecta. Evaristo Sada, secretario general, es el narrador del capítulo. Desfilan ante la cámara Luis Garza Medina, el que fuera vicario general y número dos de la congregación, y Rafael Moreno, secretario particular de Maciel. Otros más aparecen sin cargo: Rafael Ducci y Daniel Brandenburg. Me pregunto: ¿cuántos de ellos fueron víctimas de abuso sexual de Maciel? Al menos uno de ellos, sin duda, lo fue.
Dice el padre Moreno a cuadro: “Con Nuestro Padre es mi apostolado. Mi dificultad mayor es darme cuenta de lo pecador, lo limitado humanamente que soy y convivir la mayor parte del día con una gente tan extraordinaria”.
Unos años después de esa grabación, el padre Moreno dará el paso más valiente de su vida. A las nueve de la mañana del 19 de octubre de 2011 se presenta en la oficina de Benedicto XVI, en el Vaticano. Lo recibe el secretario privado del papa, el sacerdote alemán Georg Gänswein y recoge su testimonio. Gracias a los Vatileaks —la mayor filtración de documentos internos de la curia romana— recogidos en el libro Las cartas secretas de Benedicto XVI (Martínez Roca México, 2012), de Gianluigi Nuzzi, conocemos las confesiones del padre Moreno. Anota Gänswein:
Encuentro con D. Rafael Moreno, secr. Privado de MM.
- Durante dieciocho años fue secretario privado de MM, de quien sufrió abusos.
- Ha destruido pruebas en su contra (material incriminatorio).
- Ha querido informar ya en 2003 a PP II, pero no se le escuchó ni creyó.
- Quería informar al card. Sodano, este no ha concedido audiencia.
- El card. De Paolis ha tenido muy poco tiempo.
Las notas de Gänswein revelan que, en los mismos años en que Moreno grababa el testimonio laudatorio a Marcial Maciel, se había acercado a denunciarlo (posiblemente al papa Juan Pablo II, referido como PP II), “pero no se le escuchó ni creyó”. El cardenal Velasio de Paolis fue el delegado pontificio para los Legionarios de Cristo entre 2010 y 2014.
En las transcripciones, el testimonio del padre Garza Medina también es llamativo. Empieza con un halago previsible: “Quien vive cerca de él está ante el misterio del plan de Dios que se esconde detrás de la personalidad de este hombre”. Lo valioso viene después: “Hemos aprendido de Nuestro Padre un modo sumamente cariñoso de tratar a las personas […], estamos todos construyendo una familia”.
Cada una de las entrevistas tiene un sentido. La de Garza Medina, entonces poderoso operador financiero de la orden religiosa, era refutar los testimonios de Maciel como violentador. Experiencias que se repiten decenas de veces.
Transcribo la de José Barba:
—Como he contado, [me hizo] una loca, violenta masturbación que me causó un enorme daño, porque el hombre estaba yo creo que drogado. Me había pedido que lo masturbara con el pretexto de que tenía dolores en sus partes viriles. Mi mano se-se congeló —titubea— y él se enojó, me sacó la mano de las sábanas y me regañó diciendo: “No sabes hacerlo”.
Después, Maciel hará un intento por masturbar a Barba, con el pretexto de enseñarle a hacerlo. Barba tendrá un sangrado por la ruptura del frenillo y saldrá de la habitación envuelto en llanto. Era el jueves 31 de marzo de 1955.
Así el modo “sumamente cariñoso de tratar a las personas”, como apuntaba Garza Medina.
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Sobre las primeras denuncias contra Marcial Maciel en la década de los cuarenta, la voz en off en la serie cuenta que Maciel “continúa reuniendo pruebas que muestran la falsedad de las acusaciones”. Aunque no especifica a qué acusaciones se refiere, probablemente son en torno al abuso sexual y consumo de drogas. Maciel escribe un “documento” para defender su inocencia y lo entrega al embajador del Vaticano en Madrid, el nuncio Gaetano Cicognani:
—Con ese documento, el nuncio quedó completamente convencido de toda la malicia que había en esta trama, y desde esa ocasión se manifestó un gran amigo y un gran defensor de los Legionarios de Cristo.
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“Un día en la vida” retrata a un Marcial Maciel dedicado a la oración y el trabajo. Cuando todavía es de noche, se prende una sola luz, la del fundador, en la sede central de los Legionarios de Cristo, en Via Aurelia 677, Roma. Sale bañado e impecable de su habitación, se arrodilla y besa los pies de un Cristo de madera. Después trabaja todo el día.
Evaristo Sada, entonces secretario general de la congregación, narra la supuesta cotidianidad de Maciel. La imagen retrata al fundador leyendo L’Osservatore Romano y la prensa internacional. A las siete desayuna y “le dedica la mañana al trabajo de oficina”. Solo para dar una idea, dice la voz en off, “el año pasado se expidieron 12 600 cartas con consejos, instrucciones y respuestas”. Eso sin contar los correos electrónicos. Maciel revisa correspondencia, escribe, llama por teléfono. “De ninguna manera se limita a atender lo que recibe. Tiene un programa, prioridades bien claras”, añade Sada.
Al final de la jornada cae la noche. La única luz que queda prendida es la de Maciel, que supuestamente se desvela trabajando. Esta imagen es una respuesta en contra de lo que sabemos verdaderamente de Maciel por testimonios de quienes estuvieron cerca de él: no tenía mayor interés en la oración; carecía de curiosidad intelectual y casi nunca estaba en sus oficinas. Se dedicaba a viajar, a veces acompañado de un legionario, que era el amante en turno, lo hacía en primera clase y en los mejores hoteles y restaurantes.
En 1954, Federico Domínguez, secretario particular de Maciel, le escribió una carta al entonces vicario general de la Arquidiócesis de México, Francisco Orozco, para revelarle abusos sexuales y consumo de estupefacientes de Maciel. Además, en esa misiva le cuenta:
“Al menos desde hace diez años el P. Maciel no reza el breviario. Se escuda en imposibilidad física [sus enfermedades] y en falta de tiempo. Pero sí tiene tiempo para leer revistas de tipo superficial como Life y Selecciones […], desde hace ocho años no he visto más que en muy contadas ocasiones que el P. Maciel hiciera la meditación de la mañana por espacio de una hora, como señalan las reglas”.
A juzgar por “Un día en la vida”, Marcial Maciel era una combinación de líder religioso y ejecutivo empresarial. Maciel en las escalinatas de la Plaza de San Pedro, rodeado de sacerdotes; dando abrazos a cardenales de la curia vaticana de esa época, Angelo Sodano y Giovanni Battista Re; hablando por teléfono para preguntar dónde comen sus discípulos; supervisando obras de ampliación de Via Aurelia 677, y sirviendo queso rallado a otros sacerdotes que comen pasta. Y la apoteosis: Maciel entra a un salón abarrotado de mujeres (quizá del Regnum Christi) que le aplauden como al santo en vida que suponen que es.
Esta historia se publicó en la edición impresa «Región de extremos».
EMILIANO RUIZ PARRA. Ciudad de México, 1982. Estudió Letras Hispánicas, fue reportero de Reforma, es colaborador asiduo de Gatopardo y ha escrito los libros de crónica Ovejas negras, rebeldes de la Iglesia mexicana del siglo XXI (Océano, 2012), Los hijos de la ira. Las víctimas de la alternancia mexicana (Océano, 2015), Obra negra (Tierra Adentro, 2017) y Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo (Debate, 2022). Ha enseñado literatura medieval, ha dado talleres de periodismo narrativo y desde 2020 es titular de la Unidad de Investigaciones Periodísticas de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM. En esta edición escribió sobre el fundador de los Legionarios de Cristo.
VICTORIA RAZO. Fotógrafa independiente que trabaja entre la Ciudad de México y Veracruz. Su obra se centra en los derechos humanos, temas de género, la migración e historias medioambientales. En 2021, una de sus imágenes fue seleccionada como parte de las fotografías del año de National Geographic. Ha recibido numerosos premios, entre los que se encuentran el Picture of the Year 2022, POY Latam 2021 y Premio de Periodismo de Investigación CEAPP 2018, 2020 y 2021. En 2018, una de sus imágenes fue seleccionada entre las cien fotos del año de la revista Time. En 2017, como parte del colectivo Periodistas de a Pie, recibió el Premio Gabriel García Márquez por el proyecto “Buscadores en un país de desaparecidos”. Sus imágenes se han publicado en medios como National Geographic, The Washington Post, Time, The New York Times, NPR, Los Angeles Times, Bloomberg, Vogue, entre otros. Es miembro de Diversify Photo, Women Photograph y Frontline Freelance México.
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