Un liceo para todes. La revolución de la educación incluyente en Chile
María Ignacia Pentz
Fotografía de Alejandro Olivares
Ha sido rocoso el camino que Chile ha recorrido para consolidar un proyecto educativo incluyente. Alumnos y profesores han tenido que hacer frente a los prejuicios y a las resistencias de toda sociedad heteronormada. Romper la lógica binaria del género ha sido la bandera que ha levantado un liceo público en Santiago, al ser el primero del país en declararse multigénero. Pese a las dificultades, niñas, niños, niñes han encontrado un espacio para vivir sus transiciones.
—¡A la chucha lo que Dios piense!, ¡yo soy mujer porque yo soy la que decide!
Valeria Manríquez tiene dieciséis años, usa una melena corta con flequillo, lleva los labios pintados de rojo y brillo traslúcido en los pómulos. En una tarde de verano viste una polera negra con mangas cortas estampada con letras de color rosa, un short negro, calcetines más o menos largos y zapatillas oscuras. No olvida esas palabras. Recuerda el momento en que las pronunció, arriba de una micro en Santiago de Chile, donde vive, y se exalta, se inquieta, se enorgullece. Se acomoda en el sillón en el que está sentada, un poco hacia atrás, un poco hacia adelante, y eleva la voz de tal manera que solo articular esa frase parece liberarla.
—Un señor comenzó a decir cosas supertransfóbicas acerca de mí y lo enfrenté. Él me había dicho que no importa si me creía hombre, mujer o unicornio, que yo siempre iba a ser como Dios quiso que fuese, una cuestión así. Me enfureció mucho —continúa, ante la mirada atenta de su madre, que está sentada junto a ella—. Pero ahora siento que no me tengo que esconder. Siento que ya tengo la valentía de poder hacer cosas que antes no podía hacer, como defenderme a mí misma.
Esa sensación de la que habla, la de enfrentar al mundo sin importar nada, inició hace menos de un año. El 13 de junio de 2022. Ese día, a poco de haber comenzado su transición, entró a un nuevo colegio.
—Hasta antes del año pasado yo iba a un colegio católico que quedaba cerca de mi casa. Es un colegio en el que estuve durante ocho años y me hicieron bullying cuando pequeña. Incluso una vez la presidenta del curso se burló de mí porque tenía la voz medio temblorosa. Además era un ambiente bastante transfóbico. Una profesora, de hecho, me gritó por ser trans, y otra profesora hizo un debate en clase acerca de las personas trans cuando se enteró de que yo lo era. No era un muy buen lugar.
Ahora Valeria encontró un espacio en que se sintió acompañada, querida y respetada. “Siento que me tratan como una más, aquí me siento apreciada”, dice. Recuerda un momento del primer día, cuando, tras entrar a la sala, un par de compañeras la invitaron a salir para conversar y conocerla mejor. O cuando la ovacionaron, luego de presentar frente a su curso un trabajo sobre la canción “Mequetrefe”, de Arca, y lo que esta significa para la comunidad trans, especialmente para las mujeres:
—Habla de cómo las mujeres trans solemos ser el centro de atención, aunque no lo queramos. También de las agresiones que sufrimos y de cómo eso no nos impide seguir resistiendo y siendo fuertes.
Cristina Quezada, la madre de Valeria, dice:
—La Valeria comenzó con el proceso el año pasado, a inicios de 2022, y tenemos una denuncia en la Superintendencia de Educación contra el colegio anterior. Fueron hartos años de ambiente hostil para la Valeria. Y preferíamos que no tuviera colegio a estar en un ambiente que le hacía daño. Estábamos desesperados, y un amigo me contó de este colegio y vimos la luz. Ha sido puro cariño. Lo principal es que la Vale esté inmersa en un espacio de validación, donde sea ella. De hecho, lo primero que nos dijeron fue: “Aquí es Valeria”. Incluso subió las notas. Y yo creo que su transición va muy de la mano, porque justo coincidieron los inicios de su transición con haber entrado a ese liceo. Y eso es lo que buscaba la Vale, en definitiva: reconocimiento y respeto. Son cuestiones superbásicas que deberían estar garantizadas en todas partes, pero aún no es así.
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Pudo haberse llamado Liceo Colores. También Pedro Lemebel, en honor al escritor, cronista y artista plástico chileno. Pero no. Tras una votación en 2019, que se hizo desde kínder hasta cuarto medio, ganó el nombre de la primera mujer médica de Chile y Sudamérica, Eloísa Díaz, por su lucha incansable por la igualdad de género.
Así, un colegio público emblemático de la capital, solo para mujeres, dejó atrás el nombre que había llevado durante más de tres décadas, el de una dama conservadora perteneciente a la aristocracia y la burguesía chilenas, que estaba lejos de lo que el colegio aspiraba a ser ahora. Pero ese cambio, de llamarse Rosa Ester Alessandri Rodríguez a adoptar el nombre Doctora Eloísa Díaz, fue menos relevante que la declaración ideológica que el colegio hizo después. Una declaración que buscaba impactar en la discusión pública sobre el sistema educativo que, si bien, al día de hoy, por ley e instrucción del Ministerio de Educación debe garantizar la integración e inclusión de niños, niñas y adolescentes trans, todavía presenta resistencias, inacción, discriminación y falta de capacitación y sensibilización.
Este colegio público de la comuna de Independencia fue varios pasos adelante y se autodenominó “multigénero”. No mixto, multigénero. Es el primer colegio público de su tipo en Chile. El objetivo: dejar de ser un establecimiento monogenérico, romper con la lógica binaria de varón-mujer y visibilizar plenamente al estudiantado trans, no binario y de género fluido que, de hecho, ya existía en sus aulas. “Liceo de Independencia se convierte en primer colegio multigénero de Chile”. “Niñas de Independencia le cambian el nombre al primer colegio multigénero del país: se llamará Liceo Eloísa Díaz”. “Liceo Eloísa Díaz: primer establecimiento público en ser multigénero”. Era octubre de 2019 y los medios de comunicación daban nota de este importante cambio que se concretaría en 2020.
Juan Carlos Tapia, director ejecutivo de Juntos Contigo, una institución privada que brinda atención “biopsico-socio-médica-educativa” a niñas, niños, adolescentes trans e intersex, dice que, en Chile, desde hace ocho o diez años se reconocen alrededor de diecisiete géneros diferentes y más de cien a nivel internacional. En medio de esta discusión ocurría la transformación del colegio de la comuna de Independencia.
—Tratamos de posicionar lo ocurrido en este establecimiento como una manera de promover un debate sobre el sistema educativo, y también tener un impacto hacia adentro, en el sentido de que, a partir de esta definición, las estudiantes podían autorreconocerse con mayor libertad en un contexto social que lo permite —dice Gonzalo Durán, alcalde de la comuna de Independencia—. Creíamos que, en la medida que lo visibilizáramos, que lo discutiéramos, que lo socializáramos, contribuíamos a impactar en el sistema educacional en general, intentando generar un cambio de paradigma. De algún modo, lo que hicimos acá podría ser determinante para la discusión a nivel país. La educación pública tiene la obligación de entregar una educación laica, gratuita, de calidad, y que resguarde y preserve los derechos de las personas sobre cualquier condición. Pero, obviamente, debiera ser una discusión que se dé en los colegios privados, que muchas veces tienen muchas más condiciones, mucho más acceso a oportunidades.
—Multigénero no es una categoría institucional —dice Gumor Castillo, profesor de inglés y fundador del equipo de educación sexual integral del liceo, sentado en un café del centro de Santiago, unos días antes de retomar las clases—. Los colegios en Chile son mixtos o unigénero, pero esto es una declaración para que se sepa que aceptamos a estudiantes que no se van a sentir discriminados en el colegio por el desarrollo de su identidad de género, por la exploración del género ni por el tema del desarrollo de las relaciones sexoafectivas dentro del mismo espectro.
En Chile, en lo que respecta a estudiantes LGBT+, según la UNESCO, cuatro de cada cinco se sienten inseguros en el colegio. Un informe señaló que, para 80.6% de ellos, esta inseguridad está vinculada a su orientación sexual y, para 33.9%, a su expresión de género. De acuerdo con datos del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh), podría estar relacionada con el hecho de que 74.2% reportó haber escuchado comentarios homofóbicos; 81% contra la expresión de género masculina; 85.6% contra la expresión de género femenina y 43.1% contra las personas trans. En tanto, 38% de las formas de discriminación contra miembros de la comunidad ocurrieron en espacios educativos, recogió el Movilh en 2021.
—Yo veía niños, a pesar de que era un liceo de niñas. Veía chicos, muchos chicos, medio tapados, con la cara tapada, con gorro —cuenta, sentada en su escritorio, Isabel Escribano, directora del Liceo Multigénero Doctora Eloísa Díaz, sobre aquel año que representó un parteaguas en la historia del colegio.
Son pasadas las nueve de la mañana del 1 de marzo de 2023. Hace más de una hora, los, las y les estudiantes entraron a su primer día de clases, dejando atrás más de dos meses de vacaciones de verano, y todo indica que ha sido una mañana agitada. Afuera de la oficina de la dirección, en un par de sillones de cuero negro ubicados en el amplísimo hall de entrada, espera un puñado de apoderados —los padres y adultos a cargo de los estudiantes—, unos para hablar sobre matrículas, otros para resolver dudas sobre el uniforme. Alrededor, niños y niñas corren por los pasillos, suben y bajan escaleras y saludan, con esa hiperventilación que generan los reencuentros, a profesores y profesoras.
—Un día me llegó una lista de una niña que manifestó que había doce niños trans en el colegio —retoma Escribano—. A través de esta chica, que era del centro de alumnas, yo manifesté si deseaban conversar conmigo, y empezaron a llegar a mi oficina. Sus familias no sabían. Les pregunté entonces si querían que conversáramos con los padres, madres o tutores legales, y así empezamos a conversar con algunas familias. Algunas estaban horrorizadas y otras ya se habían dado cuenta. Todavía lo recuerdo, un padre le decía a su niña: “Tú eres lesbiana, tú no eres trans”. O sea, el padre prefería mil veces que el chico, en ese caso, fuera lesbiana y no trans. Era menos traumático para él.
Era 2016 y, a partir de ese momento, todo dio un giro.
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En las palabras de Noah Canales, de hablar pausado y seguro, hay lucidez, elocuencia y convicción. “Los niños trans existen y son válidos”, dice. Luego se queda en silencio, con la mirada fija, como esperando que algo pase, quizás una reacción. Antes de eso, largo rato atrás, Noah, de diecisiete años, sentado en la única mesa que hay en el segundo piso de la biblioteca del colegio, rebalsada de cajas con textos escolares en su interior, sostenía que la sociedad ha avanzado. Que la gente de su generación o de menos de 35 años respeta la diversidad. Que a muchos y muchas no les dan apoyo en sus casas. Que fue difícil darse cuenta de que es una persona trans no binaria. Y que hay quien todavía piensa que las transiciones son de hombre a mujer o de mujer a hombre, pero que hay mucho más. Que es mucho más abierto que eso.
—Empecé a cuestionarme mi identidad de género como a los catorce, más o menos. Empecé a buscar en internet para saber qué me estaba pasando, conversé con profesores y compañeros. No entendía. Mi mamá me obligaba a ser femenina y no entendía por qué eso me molestaba, por qué me desagradaba. Fue tanto que hubo uno o dos años en que no usaba ni falda ni vestido ni nada de color rosado. Después me enfoqué en buscar mi identidad de género y dije: “Ya, me siento cómoda con lo femenino, pero a la vez me siento cómodo con lo masculino”. Entonces, ¿qué pasa? No puedo ser los dos. Seguí buscando, investigando, hasta que llegué a un video de YouTube que explicaba que no solo estaba la transición hombre a mujer y mujer a hombre, sino que podías ser las dos, podías no ser ninguna de las dos, podías un día ser una y un día otro, y ahí se me abrió la mente y fue como: “Oye, sí, no es necesariamente ser hombre o mujer, puedes no ser ninguno de los dos”. Fue superliberador para mí, porque no era ser mujer u hombre, era solamente ser una persona. Eso fue lo que me llevó a ser más yo, después a elegir mi nombre social, los pronombres, todo el cuento. Y es lindo poder encontrarse uno mismo. Si bien fueron dos años más o menos de cuestionamientos diciéndome a mí misma como: “Puta, ¿quién chucha soy?, género queer, chico trans…”. Al final dije: “No, po, soy una persona nomás”.
También recuerda con emoción y con una pequeña sonrisa lo que tal vez sea el momento más feliz de su vida.
—La primera vez que mi papá me trató como Noah, yo creo que es algo que una persona trans nunca olvida. La primera vez que la persona que más le importa lo trata con su nombre social o su pronombre… Puede ser que una de las cosas más lindas de este mundo sea que te validen tu identidad.
Noah repasaba su historia y, en eso, hacía énfasis en la importancia del lugar al que día a día, como un loop, tras despertar a las seis de la mañana y tomar una micro, va a estudiar desde que tenía diez años, el Liceo Multigénero Doctora Eloísa Díaz. Un lugar donde este año quiere aprender a tocar la batería, donde come la colación en clases, donde toma aire por los pasillos junto a sus amigas y amigos en los recreos, donde hay discusiones, “como en todos los colegios”, dice, pero inmediatamente apunta que las personas son mucho más empáticas; un lugar donde no hay temas tabú, como en algunas casas y colegios:
—Es lindo porque uno puede llegar y decir a los compañeros: “Oigan, soy trans, me llamo tal, mis pronombres son tal” y listo, te empiezan a tratar por tus pronombres.
Y después sigue:
—Me acuerdo que llegué con mi papá y le dije a la inspectora que me pusiera mi nombre social porque tenían que respetarlo. De ahí me fueron cambiando en las listas. Hay libertad y comprensión. Hay mucho apoyo por parte de personas del establecimiento, apoyo en las transiciones. No te juzgan ni te dicen: “Oye, no, sabes que es una etapa, es la adolescencia”. Es un espacio seguro para las personas que quieren tomar su transición. Han llegado personas de otros colegios que empezaron su transición y no han podido seguirla por causa del mismo colegio al que iban. Porque, por ejemplo, la disforia que siente un chico trans que tiene que usar falda…, aunque no se crea y se tome a la ligera, es algo importante el poder andar como uno se siente. Los profesores hasta se burlaban de eso. Y en este colegio siempre he sentido que no ponen problemas, te validan tal cual eres.
Mientras toma un café americano en una sanguchería en un mall de Santiago, Juan Carlos Canales, papá de Noah, profesor de un colegio ubicado en una población (un barrio humilde) de la capital, quien conoce de cerca las falencias de la educación chilena respecto a la inclusión de niños, niñas y adolescentes trans, dice: “Espero que así como este colegio marcó pauta, se vuelvan una realidad dentro del sistema. No fuera. Si no fuera por el colegio, yo creo que Noah estaría oculto todavía. En otro colegio, la presión social habría sido mucha, no habría podido ser quien es. En otro colegio habría sido discriminada o expulsada”. Después, Juan Carlos habla de cómo la transición de su hijo lo hizo también evolucionar a él.
—Noah es quien me ha enseñado y yo transmito esa enseñanza. Sin querer, de una forma indirecta, educa solo con la presencia. Yo soy de una generación en donde todo mi entorno tiene sobre cincuenta años. Tengo amigos que son compañeros de básica, nos conocemos desde hace cuarenta, y me ha tocado también conversar con ellos y formarlos. Yo cambié mentalidad, cambié pensamiento, amplié, acepté, y yo creo que eso fue una de las cosas más importantes que yo he hecho con Noah, aceptar. No puedo negar que en un momento dado me dolió, por la mentalidad arcaica, pero después, analizando, pensando…, él decide. Es su vida, no la mía. Son sus decisiones, no las mías. Si es feliz, yo soy feliz.
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Para cuando todo comenzó, en Chile existía la Ley de Inclusión, cuyo principio es la no discriminación arbitraria, e implica la inclusión e integración en los establecimientos educacionales. Pero aún no se aprobaba la Ley de Identidad de Género (LIG) que, a partir de diciembre de 2019, reconoce y da protección al derecho de identidad de género e incluye a mayores de catorce años —por medio de la cual, al 13 de febrero de 2023, según datos obtenidos vía Transparencia, 394 mayores de catorce y menores de dieciocho años han rectificado su nombre y sexo registral—.
Tampoco existía la Circular 0768, emitida por la Superintendencia de Educación en 2017, ni la que la reemplazó en 2021, la Circular 0812, que ordena a todos los colegios reconocidos por el Estado garantizar el derecho a la identidad de género de niñas, niños y adolescentes en el ámbito educacional a través de medidas como el apoyo a estudiantes trans y a sus familias, orientación a la comunidad educativa, uso del nombre social en todos los espacios educativos, uso del nombre legal en documentos oficiales, entrega de facilidades para que utilicen los baños conforme a sus necesidades e incorporación en el reglamento interno del derecho del estudiante trans a usar el uniforme, la ropa deportiva o los accesorios que considere más adecuados a su identidad de género.
La asociación Organizando Trans Diversidades, de acuerdo con el informe anual que publica el Movilh, hizo una investigación que midió el impacto de la implementación de la LIG y de la Circular 0768 en algunos establecimientos educacionales de la Región Metropolitana de Santiago, donde se advirtió un “bajo nivel de formación de profesorado y paradocentes y directivos en ESI [educación sexual integral] y temáticas de diversidad sexual” y un “desconocimiento generalizado de conceptos trans, sexualidad y transgénero, así como también de las normativas LIG y Circular 0768”. Pese a lo anterior, el diagnóstico resaltó también que en “algunas escuelas se han adaptado baños especiales”, se han aplicado los nombres sociales en plataformas educativas virtuales y se han modificado “algunos currículums de asignaturas para dar visibilidad a las personas trans”.
—Afortunadamente, hoy en día cualquier estudiante trans lo primero que tiene son derechos para poder autodeterminarse y poder hacer un proceso de tránsito —asegura Juan Carlos Tapia, el director ejecutivo de Juntos Contigo—. Y ese proceso de tránsito no puede ser cuestionado. Tampoco puede ser mirado como una patología, en Chile existen leyes. Esa personita que está iniciando un proceso de tránsito tiene que tener un reconocimiento y una validación de parte de su familia y también de un establecimiento educacional.
Ante la realidad que enfrentaba, el liceo comenzó a prepararse y tomar decisiones. Al inicio, muy a pulso, capacitó a docentes y asistentes de la educación, quienes, entre otras cosas, tomaron un curso con la Asociación Chilena de Protección de la Familia, dedicada a la promoción de los derechos sexuales y reproductivos; educó al estudiantado y a los padres y madres en temas de diversidad e identidad de género; cambió el nombre social de los alumnos y alumnas en el libro de clases y actas personales; mantuvo baños sin género, solo diferenciados entre educación básica y media, y terminó con el jumper como uniforme oficial para establecer uno neutro: pantalón de buzo azul marino y polera blanca.
El nuevo proyecto educativo del liceo, que, en definitiva, buscaría ser un espacio seguro para el libre desarrollo de las diferentes identidades de género en el mundo educativo, lo haría a través de la promoción de una convivencia sana, un programa de educación sexual integral y una pedagogía no sexista y con perspectiva de género. Antes del cambio de nombre, establecieron estos objetivos como un sello que empapó el currículum, así como el uso de lenguaje no sexista en la sala de clases, y se comenzaron a utilizar conceptos como identidad y expresión de género y patriarcado. Todo se concretó, entre otras cosas, en charlas sobre sexualidad e identidad de género, en iniciativas para que la comunidad estudiantil se educara sobre la realidad de género que se vive en Chile, en proyectos interdisciplinarios que tratan la equidad, identidad y diversidad, así como en educación sexual, diferenciada entre ciclo inicial, básico y medio, en que no se habla de hombres y mujeres, sino de diferentes cuerpos y tipos de familia.
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—Yo veía a otros niños trans en los otros cursos, por ejemplo, en cuarto medio, y decía: “Yo quiero ser como él”. Los veía superfelices, que todos lo trataban como quería. Empezar a ver que en niveles superiores había más personas como yo me hizo entender que no era la única persona que se sentía así—dice Cory Muñoz.
El paso de Cory de octavo básico a primero medio en el Liceo Multigénero fue clave. Llevaba tiempo mal consigo mismo, preguntándose si estaba bien, si estaba mal, buscando información en internet, hasta que entendió que no estaba solo. Había otras personas atravesando procesos similares. En ese momento, aunque el miedo no desapareció, sí se dijo: “Me da absolutamente lo mismo lo que piensen de mí, soy feliz”.
—He visto niños que tienen transiciones bastante agradables, pero para mí fue superduro aceptar que yo era trans. Empecé a ver todo lo que conlleva ser trans y me costó bastante aceptarlo. Pensaba que estaba mal. Hasta ahora me cuesta mucho aceptarlo, por cómo es la gente. Es feo —cuenta.
Sus padres, Paola Fernández y Alejandro Hidalgo, una pareja muy compañera, afiatada, reconocen que el camino no ha sido fácil. Le temen, sobre todo, a la discriminación, al odio, a la sociedad heteronormada.
—Si bien hay una apertura, aun así hay discriminación. En este país hay mucho odio. Tuviste que enfrentar muchas cosas para estar donde estás y eres muy valiente por haberlo enfrentado y vivir así como para que, encima, la sociedad te venga a discriminar o a hacer a un lado. Eso duele. Y más uno como padre, que quiere que a los hijos no les pase nunca nada —dice Alejandro.
—Para mí fue superchocante el tema, porque yo, como mamá, dije: “¿Y qué pasa con la sociedad?, ¿qué va a pasar cuando se enfrente a la sociedad de esta forma?”. Y lloré mucho, hasta que dije: “Bueno, si es feliz así, yo lo acepto”. Y yo le digo a Cory: “Mientras mamá y papá y los que estamos dentro de la casa te apoyemos y te queramos, esto no es asunto”. El resto da lo mismo. Sabe que tiene todo nuestro apoyo. ¿Nos cuesta? Sí. ¿Nos espera un largo camino? Sí. Pero ahí vamos a estar. Siempre —dice Paola.
Cory, de diecisiete años, está sentado en el mismo lugar donde antes estuvo Noah, en la única mesa del segundo piso de la biblioteca del liceo. Ahí, esbozando una sonrisa de vez en vez, asegura:
—Me gustaría tratar de que nos traten a todos como personas normales, que no somos bichos raros. Tratar de cambiar la transfobia, la homofobia… Claramente hay que hacer un cambio generacional, pero es muy complicado. Me gustaría ser un ejemplo para los niños con infancia trans. Es como un sueño. Me gustaría darles charlas motivacionales, hablarles sobre lo que es, informarles, porque hay veces en que no entienden demasiado y no tienen la suficiente información como para avanzar.
Hace algún tiempo, una mujer trans les dio una charla en el colegio.
—Nos explicaba cómo era ser trans en los noventa. Nos explicó todo lo que tuvo que pasar, sus etapas de vida. También nos explicó que, en su mayoría, las personas trans no pasaban de los 35 años, y ella ya había cumplido cuarenta. Estábamos superemocionados de ver a una mujer trans dar charlas motivacionales hacia nosotros. Pero era triste, por el simple hecho de decirnos que las personas trans no pasan los 35 años por la transfobia que hay en Chile. En su testimonio nos dijo que ella trabajó en un burdel para lograr sacar adelante su vida porque los papás no le dieron un apoyo. Prácticamente la echaron de la casa. Entonces es un sentimiento de impotencia el saber que hay personas así, no logro entender qué les choca. No lo logro entender.
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El camino para consolidar el proyecto educativo ha sido rocoso. No solo hubo una pandemia de por medio que frenó de golpe el inicio de la nueva etapa del liceo y afectó directamente la salud mental de los alumnos y las alumnas y sus relaciones —Chile fue el país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos que mantuvo sus colegios cerrados durante más tiempo, y cincuenta mil estudiantes abandonaron el sistema escolar en 2022—, sino que también ha tocado hacerle frente al desconocimiento, a los prejuicios y a las resistencias. Al final del día, en el Liceo Multigénero Doctora Eloísa Díaz convergen 1 200 alumnos, que provienen de ochocientas familias, y ochenta profesores, una comunidad escolar abultada, repleta de creencias, religiones y formaciones distintas.
—Hubo mucha reticencia de parte de padres, madres o tutores legales. El hecho de que entraran niños trans fue un gran choque para ellos, porque seguían con la mentalidad del colegio de niñas. Fue tema de discusión. Cien mensajes por WhatsApp en los grupos. Discusiones eternas: que no, que sí, que pucha, que qué va a pasar, cómo va a ser ahora. Lamentablemente, no se dieron cuenta de que el proyecto educativo venía a avalar todo lo que ya se había hecho —cuenta Juan Carlos Canales, el papá de Noah.
—Hubo resistencias —asegura el alcalde de la comuna de Independencia—. Yo creo que hubo un poco de confusión, de resistencia al cambio: “Pero ¿para qué?, esto es medio extraño…”. Pero yo diría que fue como bien breve esta resistencia, se naturalizó rápidamente. Nosotros también hicimos un esfuerzo de explicar lo que esto significaba.
—A veces existen muchos nudos típicos en las familias más conservadoras con estos temas. Eso ha sido lo más complejo. Lograr algunos entendimientos con ciertas familias —comenta Isabel Escribano, la directora del liceo—. Suponen que la diversidad es una especie de enfermedad que se contagia o se pega; entonces, mi hija o mi hijo no se tiene que juntar con tal o cual. Pero yo veo que esos temores también se han ido venciendo, se han ido acabando. Los que no han sido capaces de vencerlos se han ido, pero han sido los menos.
—Hay apoderados que sacan a las estudiantes. Otros deciden esperar hasta fin de año y otros solo lo han asumido. Pero todavía muchos apoderados nuevos, incluso que llegaron este año, no entienden y creen que es mixto —cuenta María Eugenia Joo, profesora de educación general básica para el segundo ciclo básico e integrante del equipo de educación sexual integral—. Nos ha tocado a los profes jefe, los titulares, recibir la inquietud, la incomodidad de que un profe o una profe no respeta el nombre social, y eso después hay que conversarlo. Pero son los menos. Siempre hablamos de que este es un espacio progresista, es una representación de la sociedad. Y tenemos detractores, hay gente que no sabe, hay un tema etario también. A gente más joven no le cuesta, a gente más adulta sí le cuesta un poco más. Esto es una representación de Chile. Los colegios en general son representaciones en micro de la sociedad.
Voces de padres y madres del liceo apuntan, en tanto, a que han vivido la transición de sus hijos sin orientación.
—Nos hemos visto en la obligación de enfrentar esta situación solos. Hemos tratado, con nuestras herramientas y dentro de nuestra ignorancia, de acompañar en el camino. No ha habido apoyo profesional —dice Alejandro Hidalgo, papá de Cory.
—No hay apoyo, no hay orientación. Lo poco y nada que nosotros hemos hecho es por lo poco que uno averigua —agrega Paola Fernández, mamá de Cory.
Por su parte, Juan Carlos comenta:
—No sería malo tener una orientación, una guía para nosotros los papás. Tengo 56 años, mi mentalidad era hombre y mujer, por toda una cuestión generacional. Nosotros, de repente, quedamos perdidos con muchas cosas.
Gumor Castillo, profesor del liceo, en referencia a ese tema, agrega:
—Es difícil ser un colegio municipal, no tenemos todas las herramientas institucionales y nos gustaría tener los recursos humanos para abordar a toda la gente que necesita sensibilización, partiendo por la familia. Y según la investigación que estoy llevando a cabo, la comunidad casi completa percibe que el gremio más complicado de educar sobre esto son los padres y madres. Y con justa razón. Yo lo asocio a las complejidades del liceo municipal, no podemos priorizar el tema del género por un tema netamente de recursos.
Hace pocos días, Noah comenzó su último año de colegio. Pronto cumplirá los dieciocho y vendrán las decisiones: si estudiar, si trabajar, si viajar. Aunque con dudas, tiene ganas de lo que viene: otro paso hacia adelante.
—En el colegio todos te aceptan como eres y no sé si en la universidad vaya a pasar eso, entonces igual es como un poco tenso —concluye—. Pero, a fin de cuentas, hay que seguir con la vida. No te puedes estancar por las cosas que te vaya a decir alguien o que una persona equis no te acepte. Es cosa de esa persona, no de uno.
Más sobre la edición impresa #225: «Crecer en resistencia».
MARÍA IGNACIA PENTZ. Santiago, Chile, 1990. Es periodista, actualmente freelance, y magíster en Edición. Ha colaborado en medios como Qué Pasa, La Segunda, Culto, CityLab de The Atlantic y CityLab Latino de Univisión. Fue subeditora de AhoraNoticias.cl, el área digital de prensa del canal de televisión Mega, y publicó el libro Nunca cumplimos 30: Una historia oral de Canal 2 Rock & Pop (Librosdementira, 2018). En esta edición escribe sobre la lucha de los niños trans de su país.
ALEJANDRO OLIVARES. Santiago, Chile, 1981. Fotógrafo con especial interés en temas sociales y de territorio. Es cofundador y editor de Buen Lugar Ediciones, editorial especializada en libros de fotografía. De 2006 a 2018 fue editor de fotografía de la revista The Clinic, en Chile. Es colaborador de múltiples medios de comunicación tanto chilenos como extranjeros. Ha sido galardonado con diversos premios y su trabajo ha sido expuesto en diferentes partes del mundo, como Brasil, España, Rusia, Alemania y China. En Gatopardo fotografió la historia de los niños trans matriculados en el primer colegio multigénero de su país.
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