Jorge Ramos: El reportero desafiante
Felipe Restrepo Pombo
Fotografía de David Franco
Durante casi treinta años, el mexicano Jorge Ramos se ha dedicado al periodismo. Salió de su país después de ser censurado y se instaló en Miami, donde se convirtió en la estrella del canal Univisión. Ha entrevistado a líderes, presidentes, criminales, deportistas y víctimas.
No muchos conocen a fondo el poder de la televisión. Jorge Ramos es uno de esos pocos. Mientras lo espero en una sala del aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México, miro una pequeña pantalla. En el noticiero de esa gélida mañana de sábado de febrero transmiten imágenes de la visita del papa Francisco al país: en particular, repiten las de su llegada y recibimiento, la noche anterior, al mismo aeropuerto. Veo, en primera fila, el resplandor de la blanquísima sonrisa del presidente, Enrique Peña Nieto, y la emoción desbordada de la primera dama, Angélica Rivera, quien lanza besos al aire. El papa también aplaude, encantado, ante el show musical que prepararon para su bienvenida. Todos parecen felices: los problemas, frente a las cámaras, no existen.
Me distrae el anuncio del arribo del vuelo proveniente de Miami, en el que viaja Ramos. Unos minutos después, el periodista atraviesa las puertas de cristal de migración. Viste unos jeans, camiseta azul celeste y botas desgastadas. Su pelo blanco está, como siempre, impecable. La recepción no es multitudinaria como la del papa. Pero sí causa revuelo. Algunos curiosos lo reconocen y se acercan para tomarse fotos a su lado. Ramos acepta con amabilidad, los escucha y se despide con palabras afectuosas.
Comento las imágenes del noticiero. Ramos viene a México —la ciudad donde nació—, justamente, a cubrir esa visita. Así que le pregunto sobre el tema:
—Eres muy crítico de la Iglesia, ¿qué esperas de esta visita?
—Vengo a ver al papa de una manera diferente. Quiero preguntarle, si tengo la oportunidad, por qué el Vaticano está defendiendo pederastas. Ése es el asunto que más me preocupa: los abusos por parte de los sacerdotes.
—El recibimiento al papa ha sido impresionante y una prueba irrefutable de la popularidad de la Iglesia, ¿crees que alguien se atreva a hablar del tema del abuso?
—No hay en México un cuestionamiento al poder de la Iglesia. El problema está en que muy pocas personas se atreven a enfrentarse a ese poder. Tal vez le temen demasiado. Y la Iglesia en México, como el Vaticano, ha decidido tomar partido por los victimarios y no por la víctimas.
Ramos camina rápido y trato de seguir su ritmo. Mueve la cabeza de lado a lado, como buscando algo. Observa, con sus ojos intensamente azules, todo lo que ocurre en el aeropuerto. Tiene prisa: la prisa característica de los reporteros que no quieren perder ni un segundo. A sus 57 años, Jorge Ramos es una estrella de la televisión, una celebridad en diferentes países y autor de varios libros. Pero nunca ha dejado de ser, sobre todo, un reportero.
CONTINUAR LEYENDOCaminamos hasta el estacionamiento. Antes hace una parada para cambiar dólares en efectivo que trae en su cartera y para tomarse más fotos con los fans que lo abordan.
—Habría que preguntarle al papa Francisco por qué decidió hacer santo a Juan Pablo II cuando éste abiertamente defendió a Marcial Maciel. Un líder como él debería hablar de los desaparecidos, de los escándalos políticos y de los múltiples abusos. Pero me temo que no va a tocar esos temas. Así que mi pregunta sería: ¿por qué tanto silencio frente a los temas importantes?
La otra razón de la visita de Ramos a México es el lanzamiento de su más reciente libro, Sin miedo. En éste, el doceavo que ha publicado, hace un recorrido por toda su carrera. Vuelve sobre algunos de los reportajes, crónicas y entrevistas más relevantes de su larga trayectoria. Sin miedo es también una narración de cómo se convirtió en periodista y, de cierta forma, una declaración de principios.
«Éste es un gobierno que no da la cara. Que no se atreve a tocar los temas difíciles. Es un presidente asustado.»
En el libro cuenta que estudió en un colegio en el que los sacerdotes abusaban de los alumnos: los maltrataban, los humillaban y los golpeaban. Desde muy joven, Ramos quiso enfrentar esos abusos. En el prólogo escribe: “De niño le tuve que rezar innumerables oraciones a un dios lejano, inalcanzable y, francamente, imposible de comprobar. Las misas y los rezos colectivos eran, para mí, un ejercicio hipócrita, inútil y aburrido”. Más adelante relata que el temprano enfrentamiento a la injusticia lo llevó a querer ser reportero. Lo impulsó a desenmascarar los vicios del poder: “El periodismo, en el fondo, es una conducta frente a la vida: te empuja a cuestionarlo todo; filosóficamente te enfrenta a los poderosos; moralmente te obliga a denunciar abusos y, en la práctica, te convierte en un rebelde”.
Nos subimos en una camioneta que nos llevará hasta la Basílica de Santa María de Guadalupe, donde Francisco oficiará una misa en la tarde. Ramos transmitirá desde ahí una emisión del noticiero del canal Univisión, del cual es reportero y presentador desde el 3 de noviembre de 1986. Es, quizás, el programa más influyente en la comunidad latina de Estados Unidos. Él revisa sus notas y hace varias llamadas para coordinar la producción.
Las calles están más congestionadas de lo normal. Además del tráfico habitual de un sábado por la tarde en la Ciudad de México, varias vías están bloqueadas por el recorrido que hará el papa. La camioneta avanza muy despacio entre camiones y motos.
—¿Crees que el gobierno utiliza esta visita como un distractor para los problemas que atraviesa el país?
—Éste es un gobierno que no da la cara. Que no se atreve a tocar los temas difíciles. Es un presidente asustado. Podría terminar siendo un sexenio mucho más violento que el de Calderón. Las cifras oficiales lo dicen: éste podría ser el gobierno más sangriento en la historia moderna de México. Y, en medio de esto, el tema del Chapo Guzmán y del papa son dos enormes distractores. Una vez que esos dos distractores se disipen, la gente se dará cuenta del engaño. Quedará claro que es un gobierno que ha decidido callarse.
—¿Ves una respuesta clara por parte de la sociedad civil?
—Veo un levantamiento, sí. Creo que México está lleno de indignados. Por todos lados hay voces contestatarias muy fuertes. Los jóvenes, sobre todo, que están en las redes sociales y en contacto con otros países, no les gusta cómo están ocurriendo las cosas y no quieren lo que está pasando.
—Pero, al mismo tiempo, da la impresión de que no pasa nada más allá de la indignación…
—Mi teoría es diferente: yo creo que sí pasó. La desaparición de los 43 estudiantes en Ayotzinapa desenmascaró a este gobierno. Luego vino el tema de la Casa Blanca que terminó de derrumbar al gobierno. Ya nadie cree en ellos. El cuento que nos trataron de vender sobre las grandes reformas al comienzo del sexenio ha quedado destruido frente a las grandes evidencias de corrupción e incapacidad.
—¿Crees en una posible renuncia del presidente Peña Nieto?
—No lo sé. Pero creo que es un gobierno cansado y temeroso. El rey ya está caminando desnudo entre nosotros y nadie cree su cuento.
Finalmente llegamos a nuestro destino: una de las avenidas principales que conduce hasta la basílica. Pero un policía de tránsito nos dice que la vía está bloqueada y que no hay paso para los carros. Ramos salta a la calle. Saca su mochila, una corbata, unos zapatos y un traje que vestirá para la emisión. Llegó su momento favorito del día: salir al campo de batalla.
* * *
Una búsqueda rápida en internet sobre Ramos revela una trayectoria impresionante. La revista Newsweek lo incluyó en la lista de los cincuenta políticos y periodistas más importantes de Estados Unidos. La revista People lo seleccionó como uno de los 100 latinos de mayor influencia en el mismo país. Ha obtenido los premios Moors Cabot, Emmy (ocho veces), Latino Book Award y el Premio Internacional de Periodismo otorgado por el Club de Periodistas de México, entre muchos otros reconocimientos. Ha entrevistado más de sesenta presidentes. Además, ha recibido doctorados honoríficos de varias universidades. Y, claro, la revista Time lo puso en su portada como una de las 100 personas más influyentes del planeta.
Llegar hasta ahí, claro, no fue sencillo.
Ramos nació y creció en la Ciudad de México. Estudió comunicación en la Universidad Iberoamericana y luego se especializó en las universidades de California en Los Ángeles y de Miami. Cuando regresó a trabajar en México tuvo un paso fugaz por Televisa. Su primer reportaje fue censurado porque tocaba temas sensibles sobre la libertad de prensa y algunos de sus entrevistados cuestionaban a Emilio Azcárraga. Ante la frustración, decidió migrar, de nuevo, a Estados Unidos. En 1983, a los 24 años, llegó a trabajar a Univisión, entonces un canal pequeño, como presentador del programa Mundo Latino. Por esa misma época, el mexicano Jacobo Zabludovsky fue nombrado director de noticias del canal. Su nombramiento fue mal recibido por el equipo de periodistas, que renunció en grupo. Ante la presión, Zabludovsky renunció y regresó a su país. El noticiero nocturno se quedó sin presentador y el elegido para ocupar la posición fue el joven Ramos. Noche a noche, Ramos se convirtió —al lado de la presentadora María Elena Salinas— en una voz que le hablaba al oído a la comunidad hispana y que les contaba la actualidad de Estados Unidos con un enfoque más cercano.
El ascenso de Ramos como presentador coincidió con el crecimiento de esa comunidad. Ese grupo pasó de 14 millones en los ochenta a 55 millones en 2015. Pero también tuvo que ver con la empatía y confianza que Ramos transmitía frente a las cámaras. “La gente lo reconoce, pero más que reconocerlo, le cree. Y ése es el gran desafío de la prensa. No hay rostros, hay textos. Pero alguien tiene que tener el oficio, como lo tiene él y es un acicate para su competencia. Es una forma de hacer periodismo, que él no inventó, pero pocos saben hacerlo. Y él siente que está obligado a hacerlo. Entiende el periodismo como un servicio”, dice Porfirio Patiño, quien fue productor y jefe de la oficina de Univisión por venticinco años.
La disciplina de trabajo de Ramos fue evidente desde ese momento. Llegaba a la redacción del canal temprano. Asistía a las largas reuniones editoriales y, a las seis y media de la tarde, estaba frente a las cámaras para presentar las noticias. Durante algunos eventos especiales —las elecciones presidenciales estadounidenses o mexicanas, por ejemplo— apenas salía de los estudios. Sólo se ausentaba para viajar por el planeta a cubrir todo tipo de historias y a entrevistar personajes de diferentes ámbitos. Al mismo tiempo, Univisión fue creciendo en tamaño y audiencia y Ramos se convirtió en una ficha clave para su éxito.
La periodista colombiana Ángela Patricia Janiot lo conoce hace más de veinticinco años. Cuando ella llegó a trabajar a Estados Unidos, a comienzos de los noventa, Ramos le ayudó a entrar a un programa en Univisión en Los Ángeles. Hoy ella es una de las figuras principales de CNN en Español. “Es un referente fundamental para los periodistas hispanos en Estados Unidos. Abrió un camino para todos nosotros. Su enfoque es muy original y ha sido un testigo privilegiado de la historia reciente”, me dijo durante el reciente Congreso Internacional de la Lengua en Puerto Rico. Ambos han compartido el cubrimiento de diferentes eventos a lo largo de su carrera: “He visto de primera mano cómo la importancia de Jorge ha crecido entre los estadounidenses, los que hablan inglés y español. Tiene una alta credibilidad entre su audiencia y eso es vital para cualquier periodista”.
Su ritmo de trabajo era intenso desde esos inicios. Se involucraba en todos los procesos del noticiero, lo cual no es común para los presentadores. Colaboraba con todos los miembros del equipo para darle una impronta personal a cada emisión. “Después de tantos años, el periodismo que hace Jorge Ramos ya es una marca en televisión. Hay muchos jóvenes que quieren seguir su modelo. No sé si a él le guste el término, pero yo diría que es periodismo de corazón. No ‘del corazón’, no es rosa. Pero tiene la desesperación de la gente que perdió a un familiar. El señor que perdió el empleo. El hombre que perdió a la familia. Tiene la indignación y el temple de hacer la pregunta incómoda. Yo lo he visto hacer crónicas con una cámara y se conecta de inmediato con la gente”, continúa Patiño desde su oficina en la colonia Roma en la Ciudad de México. Y ésa es una de las claves de Ramos: dejó de ser sólo un periodista y ahora es una marca registrada.
* * *
Muchos le han preguntado por qué es tan activo. Él siempre responde igual: “Soy un inmigrante, necesito muchos trabajos”.
Llegué a los estudios de Univisión en Doral, un distrito del condado Miami-Dade, una tarde calurosa y húmeda de septiembre de 2015. A pesar de mi retraso de más de 40 minutos —por culpa del caótico tráfico de las autopistas de Florida—, Ramos me recibió con su característica amabilidad. Lo primero que me dijo esa tarde fue que tenía un cariño especial por Gatopardo. “Hace unos años, cuando salí por primera vez en la portada, me encontré con una mujer en una fiesta. Ella me dijo: ‘Ah, eres el de la portada’. Hoy somos novios”, narró entre risas.
Además de estar todas las noches al frente a la emisión central del noticiero —que tiene un promedio de 1.9 millones de espectadores por noche— Ramos tiene otras ocupaciones. Es presentador de Al punto, que se transmite los domingos en la mañana. También está en el programa America with Jorge Ramos, de la cadena Fusion, un canal aliado de Univisión (en el que presenta en un perfecto inglés). Todas las semanas escribe una columna que se publica en varios diarios del mundo. Muchos —entre ellos el comediante Jon Stewart— le han preguntado por qué es tan activo. Él siempre responde igual: “Soy un inmigrante, necesito muchos trabajos”.
Eso mismo me dijo mientras recorríamos los frenéticos sets, salas de producción y de edición del canal. Me confesó que por momentos se sentía un dinosaurio en el mundo contemporáneo de la información. Me dijo que a veces pensaba que la televisión estaba muriendo y que las nuevas audiencias estaban migrando hacia las redes sociales a una velocidad insospechada. Por eso Univisión —una de las cadenas más grandes del mundo con cientos de empleados— busca nuevos formatos digitales. La empresa busca conectar con las nuevas generaciones de latinos estadounidenses, sin perder el público original. La televisión sigue teniendo mucha audiencia pero Ramos sabe que las figuras como él tendrán que buscar otros panoramas. Cada vez más se interesa en producir contenidos específicos para Facebook y otras plataformas. De hecho bromea: “Mi jefe más exigente se llama Facebook. Mi trabajo en redes sociales es tan importante como el que hago en televisión”. A pesar de eso, está convencido de que lo que va a perdurar de su trabajo son los libros. “El libro te permite pensar, es el único medio que te permite tomarte el tiempo. Al final lo que va a quedar de mi trabajo son mis libros.”
Borja Echevarría es el encargado de hacer la transición hacia lo digital. “Lo que más me gusta de Jorge es que está mirando hacia el futuro. El carácter rebelde que tiene con la información y contra las injusticias también lo tiene con el establishment del periodismo. No es alguien que esté anclado en el pasado o en lo establecido”, me dijo también en Puerto Rico. “No estoy de acuerdo en que sea un dinosaurio. Necesitamos líderes como él para que nos acompañen en esta transición que están viviendo los medios”, continúa el español, quien es el vicepresidente del área digital de Univisión. En los últimos dos años Univisión ha reclutado más de sesenta periodistas latinoamericanos para que trabajen, exclusivamente, en las plataformas digitales.
El presentador es, claramente, una de las estrellas del conglomerado. Todos lo saludaban y observaban mientras recorríamos los pasillos. “Es un tipo muy sencillo, afable. Aun siendo tan popular. Cuando ve algo bueno en el trabajo de otro se interesa y le da crédito. El carisma que refleja en la pantalla es natural”, cuenta una joven periodista latina en Univisión.
A pesar de tener tantas ocupaciones, no se le ve agobiado. “Sí es verdad que tiene un montón de cosas. Pero tiene un equipo enorme de productores que lo apoyan. Cuando tiene que viajar, alguien lo reemplaza en la conducción de sus programas. Aun cuando está en todas partes nunca está ausente. Lo que más me sorprende es su capacidad tremenda de reinventarse, de crear cosas nuevas”, dice la periodista.
Quienes han trabajado con Ramos, coinciden en su entrega al oficio. “Es un hombre con una curiosidad casi adolescente. Una curiosidad que yo llamaría “transgeneracional”, porque atraviesa todo tipo de temas y generaciones. Y, además, siempre está analizando el impacto que tendrán sus historias. Además de su ética de trabajo —en una industria cada vez menos limpia— yo destaco esas dos cualidades de Jorge: la curiosidad y la búsqueda de impacto periodístico”, dice León Krauze desde su oficina en Los Ángeles. Krauze es presentador del noticiero de Univisión en la costa oeste y ha trabajado en diferentes ocasiones con él. Se conocieron cuando comenzó el proyecto de Fusion y, desde entonces, discuten los temas centrales de su profesión. “Para entender la labor de Jorge hay que comprender, primero, la relación de Univisión con su audiencia. Univisión les ayuda a los latinos a enfrentar su retos y los defiende de las injusticias. Muchos periodistas no entienden ese tipo de relación. Para Jorge es un compromiso”, dice Krauze, que tiene muchos puntos en común con Ramos y es una de las estrellas ascendentes del periodismo en Estados Unidos.
El género favorito de Ramos es la entrevista. Cada vez que tiene que hacer una, la prepara durante semanas. Busca datos y hechos que, tal vez, el entrevistado ya no recuerda. Su técnica se fundamenta en dos puntos: hacer preguntas directas y hablar con los gestos. De hecho, cuando empezó su carrera una de sus obsesiones era el lenguaje corporal. Lo estudió y se preparó para aprender a mover su cuerpo, sus manos y los músculos de su cara.
“Jorge es agresivo en la pregunta y en la contrapregunta. Es muy hábil y no suelta su presa hasta que consigue la respuesta que buscaba. Ese estilo genera molestias inevitablemente”, dice Ángela Patricia Janiot. Ramos se plantea la entrevista como una batalla estratégica en la que, en los primeros cinco minutos, debe “descubrir y romper”, al personaje. En ese sentido, sus entrevistadores favoritos son Oriana Fallaci, Christiane Amanpour, Barbara Walters, Terry Gross y Charlie Rose.
La marca tan personal en el estilo de Ramos genera críticas. Muchos dicen que le falta profundidad y que sus preguntas son previsibles. Una periodista que contacté en Miami, y que prefirió el anonimato, me dijo: “Queda en evidencia cuando se sale de su zona de confort, como ocurrió en el programa Real Time with Bill Maher. Como periodista no puedes machacar un mismo argumento una y otra vez, en este caso el de los migrantes. Se agota su discurso y puede ser previsible”.
Sus principales detractores sostienen que su activismo sobrepasa los límites del periodismo. Describen a Ramos como un agitador y no como un periodista.
Las entrevistas con Carlos Salinas de Gortari, Enrique Peña Nieto, Fidel Castro o, incluso, con Barack Obama, han sido criticadas por sus preguntas impertinentes. O, como ocurrió con el reciente altercado con el candidato republicano Donald Trump, que le dio la vuelta al mundo. Sin duda esa escena le dio una popularidad internacional, pero muchos condenaron su actitud. Para Krauze, en cambio: “Fue un momento televisivo perfecto”.
Cuando nos despedimos en la puerta de los estudios de Doral, Ramos me dijo que aunque siempre se sentía un extranjero, Florida era una fortaleza. Allí vive, en Coral Gables, junto a la presentadora venezolana Chiquinquirá Delgado, su novia, y Nicolás, su hijo menor (de otro matrimonio). Su hija mayor, Paola, trabaja en la campaña de Hillary Clinton. Pero Ramos no habla de ese tema con ella. En una entrevista reciente con Marcela Valdés para el New York Times, contó que conversaban, sobre todo de “Relaciones, viajes, y familia. Cosas más importantes que la política”. Su familia y la apacible costa estadounidense son su refugio cuando se siente agobiado con eventos tan intensos como el del enfrentamiento con Donald Trump.
* * *
Cuando bajamos de la camioneta, Ramos se despide del conductor y le indica que continuaremos a pie. Llama a su productor para avisar que pronto estará listo para la transmisión. Avanzamos por una de las avenidas empinadas que lleva hasta la Basílica de Guadalupe. Las calles están cerradas y custodiadas por soldados. Varios helicópteros militares sobrevuelan la zona. Los ríos de creyentes confluyen frente a nosotros: todos caminan extasiados con la esperanza de ver al papa lo más cerca posible. Llevan afiches, fotos, rosarios y cualquier cantidad de souvenirs alusivos a Francisco.
Ramos intenta atravesar la multitud que, metro a metro, se hace más densa. Se detiene un momento y dice que lo difícil de vivir entre dos países es que hay que dividir la cabeza. En ese momento está cubriendo la historia del papa pero no puede dejar de pensar en Donald Trump. Justo esa mañana, el candidato millonario escribió en Twitter que estría dispuesto a darle una entrevista al “Presentador estrella de Univisión”. Lo llamó, específicamente, “Anchor baby”, un juego de palabras peyorativo que alude al origen mexicano de Ramos. El tema obsesiona al periodista, quien recuerda, indignado, cuando fue expulsado de la conferencia de prensa el pasado agosto en Dubuque, Iowa. Trump le gritó “vuelve a Univisión”. Aunque en realidad quería decir “vuelve a tu país”.
Sólo una vez en su carrera le había ocurrido algo así: cuando un guardaespaldas de Fidel Castro lo empujó por hacer una pregunta incómoda. Ramos cayó al piso y el líder cubano se marchó sin decir nada.
Nos sentamos en una acera. Ramos pone su traje y mochila en el piso. No se siente incómodo ahí, en la calle, entre la gente. Es una estrella y, sin embargo, su ambiente natural es el terreno.
—¿Qué ocurre cuando desprecias o no respetas a tu entrevistado?
—Primero tienes que asumirlo. Eso me ha traído muchas controversias. Cuando se trata de discriminación, racismo, corrupción o derechos humanos, estamos obligados a tomar partido. En los casos de Trump, Castro, Salinas o Peña Nieto, todos ellos abusadores, me siento obligado a tomar partido.
—¿Qué opinas sobre el equilibro del reportero?
—Hay que asumir que desde el momento en que decidimos cubrir un tema hacemos una elección. No hay manera en que te puedas enfrentar de la misma forma a un victimario que a una víctima. Lo que nos corresponde como periodistas es que el público sepa dónde estamos parados, con absoluta transparencia. Desde luego que hay espacios para todo: no puedo tener el mismo enfoque cuando doy las noticias que cuando escribo un editorial.
En ese momento nos interrumpe una mujer que lo reconoce. “Soy mexicana de Houston y vine a ver al papa. No pensé que lo fuera a encontrar a usted. Soy gran admiradora de su noticiero”, dice. La señora saca un celular y se toma una selfie con su presentador favorito. Se despide con un abrazo prolongado y jura que le enviará la foto a sus hijos después de recibir una bendición del papa. Casi entre lágrimas exclama: “¡Qué día!”
—¿En qué punto el periodista comprometido deja de informar y se convierte en activista?
—El punto está en no ser partidista, ése es el gran límite. Debo enfrentar todos los temas con independencia. En el momento en el que decido ser parte de una ideología, entonces ahí dejo de ser periodista. Ese paso no lo he dado.
—¿Y te gustaría dar el paso hacia la política?
—No, no soy miembro de ningún partido u organización y no defiendo ninguna ideología.
—¿Quién te parece un buen ejemplo de rectitud periodística?
—El ejemplo más claro de independencia periodística en México es Carmen Aristegui y su equipo. Ellos enfrentaron el poder de la Iglesia, el del presidente y el de sus empleadores. Su búsqueda por la verdad les costó su puesto. Y estoy absolutamente convencido de que quienes están del lado correcto son Carmen y su equipo.
—En un país como México, donde la vida de muchos periodistas está en juego, ¿en qué punto se debe poner un límite al ejercicio de la reportería?
—Ninguna noticia justifica la muerte de un reportero. Pero esa frontera se cruza todos los días. En México desafortunadamente están matando la voz del periodismo.
La multitud se agolpa en los pocos rincones vacíos que quedan. Los guardias de seguridad hacen su mayor esfuerzo para contener a los creyentes pero, por un momento, parece que van a desplomar las barreras de seguridad. Ramos dice que tiene hambre y necesita comer antes del noticiero. Nos refugiamos en una tiendita ínfima en la esquina contigua. Pide un refresco y un paquete de Churrumais, una golosina de maíz que se acompaña con limón y chile. Se lleva una manotada a la boca. Mientras los saborea dice que son “lo que más extraño de México”.
—¿Qué te indigna?
—Me enoja que todos los expresidentes de México son millonarios. Miras su carrera y todos tuvieron puestos públicos toda su vida. Y, sin embargo, son ricos. No entiendo cómo puede pasar desapercibido eso.
—En el caso específico de Salinas, a quien le preguntaste si se había enriquecido ilícitamente, ¿crees que te dio una respuesta convincente?
—No sé si me respondió pero, francamente, no sé si importa: lo que me parece más significativo fue desenmascararlo. Al final de cuentas ya no importa si se robaron millones de dólares. Es su reputación la que ha quedado destruida. No hay dinero que compre eso de vuelta.
—¿En el caso de Peña Nieto?
—Creo que su castigo es que ya no podrá volver a salir a la calle sin que la gente lo señale como corrupto e incompetente.
El tiempo se acaba. Es hora de ir al noticiero. Ramos atraviesa los anillos de seguridad y llega hasta donde está su equipo de producción, ya impaciente. Las cámaras se prenden y las luces iluminan su rostro.
* * *
Algunas mañanas de primavera en la Ciudad de México son especialmente luminosas. Un viento frío entra en el valle en el que está enclavada la ciudad y limpia el cielo. Así ocurre en la madrugada de un día de febrero en el que me encuentro para mi última conversación con Ramos. Esta vez la cita es en la terraza de un lujoso hotel ubicado frente a la avenida Reforma. Encuentro a Ramos trabajando con los editores de su libro en México. Uno de ellos me dice que el momento para publicar Sin miedo es inmejorable: después del incidente con Trump, Ramos adquirió una nueva dimensión. Ahora es visto en su país como el adversario principal del ogro millonario que promete deportar a todos los mexicanos. La imagen es caricaturesca, claro, pero tiene mucha razón: Ramos —como se ha visto también en algunos debates de los candidatos demócratas— se convirtió en una figura central de las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Nunca antes la opinión de un comunicador latino había tenido tanta influencia entre los votantes.
A esto se le suma otro momento estelar —un poco anterior pero todavía muy fresco en la memoria de los televidentes— en abril de 2015. Ese día, durante la cena que la revista Time ofreció para homenajear a los líderes más influyentes del planeta, Ramos tomó el micrófono y pidió la renuncia del presidente Peña Nieto. El discurso fue muy mal recibido por el gobierno priista y, aunque no hubo una comunicación oficial, algunas personas cercanas a Los Pinos dicen que: “Sus palabras cayeron muy mal. La reacción de algunos miembros del gobierno fue brutal y muy vengativa”.
Nos sentamos en una terraza con vista a un jardín espléndido. Ramos habla, como de costumbre, con tono firme, con una voz que ha sido educada y trabajada cuidadosamente por años. Tiene poco acento: la entonación chilanga ha ido despareciendo para dar paso a un español neutro.
—La comunidad latina va a ser la más importante de Estados Unidos. En el año 2050, habrá 125 millones de hispanos. Los latinos somos ahora una parte fundamental en la construcción cultural estadounidense. Influimos en cómo viven los americanos: lo que comen, lo que bailan, lo que ven. En Houston, Los Ángeles o Miami los noticieros en español son los que más audiencia tienen.
—¿Por qué los mensajes racistas en contra de los latinos siguen teniendo tantos seguidores?
—Los latinos estamos creciendo y lo que estás viendo ahora son patadas de ahogado. La resistencia de una minoría blanca racista que sabe que está perdiendo el poder.
Algunas horas antes, Ramos posó para el fotógrafo David Franco. Su postura frente al lente era precisa y sabía qué ángulos le favorecían más. Pidió poco maquillaje y seleccionó el tipo de ropa que quería vestir.
—¿Te sientes bien en el papel de estrella?
—Sería absurdo resistirme a cierta fama. He ido ganado reconocimiento y mi voz se escucha cada vez más fuerte. Tengo que asumirlo. Sería tonto esconderme. No sólo eso, creo que uno se hace periodista para que su voz sea escuchada.
—¿Regresarías a trabajar a tu país?
—Es algo que no descarto. Pero también pienso que, desde que los satélites empezaron a funcionar, nunca he dejado de estar aquí. Publico mis columnas y mis libros en México. Mis programas tienen muchos espectadores mexicanos. Así que no tengo que estar físicamente. Mi convicción es nunca dejar de hablar sobre los problemas de mi país. Pero, si regresara a México, dudo que pudiera hablar con la misma libertad que tengo en Estados Unidos.
—¿Qué te falta por hacer?
—Me faltan dos cosas. La primera es poder entrevistar al primer presidente hispano de Estados Unidos. Espero con ansias ese día. La otra es ver un gobierno verdaderamente democrático en México.
*Asistentes de fotografía — María Fernanda Molins y Coco Toledo / Coordinadora de moda — Luz María Carrera / Asistente de moda — Carolina Franco / Locación — Four Seasons Ciudad de México
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