González Iñárritu con acentos
Eileen Truax
Fotografía de Luis García
Alejandro González Iñárritu estrena una nueva película: The Revenant. El director presentó a Gatopardo la edición final de esta nueva producción. En ella, el mexicano demuestra de nuevo por qué es uno de los realizadores más respetados de la industria.
Hugh Glass está a punto de morir. Lleva días caminando por el bosque nevado, tratando de cobijarse con una piel de oso. Es el mismo oso que lo atacó, que casi lo mata: las garras enormes rasgaron y perforaron su abdomen, la espalda, el cuello. Hugh Glass sobrevivió para caminar durante días, semanas, sufriendo frío, hambre, sed. Tiene los ojos azules, un brillo extraño en la mirada afilada; por lo demás, está casi muerto. Un casi muerto que, antes de terminar de morir, busca venganza.
La palabra revenant significa «el que regresa de la muerte o de una larga ausencia». Pero esta vez Alejandro González Iñárritu no necesitó mucho tiempo para volver con fuerza. En febrero de este año recibió el Oscar a la mejor película por Birdman, y menos de un año después llega a la pantalla con The Revenant, la épica historia de Glass, un cazador de pieles de principios del siglo XIX interpretado por Leonardo DiCaprio, que durante una expedición es atacado por un oso salvaje y abandonado a su suerte por sus compañeros. Tras sobreponerse al ataque, busca volver a la civilización para vengarse de quienes lo traicionaron.
Basada en una historia real y en algunos aspectos de la novela de Michael Punke, con un guión escrito por Iñárritu y Mark L. Smith, The Revenant ofrece imágenes estremecedoras, que conmueven, que recuerdan la fragilidad del ser humano y la fortaleza de su espíritu: el lienzo blanco, imponente, de un bosque nevado; un hombre diminuto que a pesar de todo avanza. Una aldea devastada invadida por jabalíes. Una imponente manada de búfalos inesperadamente atacada por lobos. Una percusión rítmica de fondo, que podría ser un tambor de guerra o el latido de un corazón. Un hombre que respira agitado, que deja la vida a cada paso. The Revenant lanza al rostro del espectador todas las posibilidades del espíritu humano. Con la historia de un hombre casi muerto, Alejandro González Iñárritu demuestra que está más lleno de vida que nunca.
—Hugh Glass es un personaje de leyenda, en el Middle West americano, y lo único que se sabe de él es que después del ataque del oso, que lo deja prácticamente destrozado, es abandonado por quienes se supone que debían cuidarlo, seguros de que iba a morir —cuenta González Iñárritu un miércoles por la mañana, durante una entrevista telefónica desde la ciudad de Santa Mónica—. Él sobrevive y, por un instinto de venganza, recorre más de 300 kilómetros solo durante dos, tres meses. Eso es todo lo que se sabe de él. En realidad lo único que la película extrae del libro es eso, la espina, la anécdota, que es poderosa porque abre muchas puertas para explorar la resistencia humana, el instinto y qué es lo que hace al hombre sobrevivir.
Aunque el mito de Hugh Glass dibuja a un hombre que enfrenta todos los obstáculos para poder confrontar a quien lo traicionó, la concepción de Iñárritu al hacer esta película iba más allá: buscaba crear un personaje que, al explorar sus emociones, pudiera encontrar su propia trascendencia.
CONTINUAR LEYENDO—La venganza es un instinto que forma parte de nuestro ADN; está implícito en las emociones, sucede en la realidad. Pero en lo personal yo siempre he sentido que la venganza, aun cuando se logra, siempre tiene un vacío. La venganza, aun ejecutándose, nunca traerá de regreso lo que uno ha perdido. Cuando el sentido de la vida de alguien es la venganza, ¿qué queda una vez que ésta se concreta? No queda absolutamente nada. Ésa es la pregunta que a mí me parecía importante sobre este personaje: si a lo largo de estos renacimientos, de esta experiencia transformadora a través de la naturaleza, con sus otoños, con sus profundos inviernos, y quizá con la entrada de la primavera, era posible que la transformación física transmutara a lo emocional, que hubiera un entendimiento de algo más profundo. Hay una gran mentira en los westerns que terminan con la venganza como un gran éxito; yo creo que es lo contrario. Creo que es un tema relevante en el mundo en que vivimos hoy, donde vemos que pagar violencia con violencia y venganza con venganza no lleva absolutamente a nada. Es un vacío que no se llena, es un barril sin fondo, y ésa me parecía una importante reflexión en la película.
La charla con González Iñárritu tiene lugar cinco días después de los atentados terroristas del viernes 13 de noviembre en París. Son días en los que la palabra venganza parece haberse instalado en el aire; pero el director asegura que hoy, como hace dos siglos, la solución no puede ser la Ley del Talión.
—Yo no creo tener una verdad ni me siento quién para hablar en forma certera de un tema tan complejo; pero para mí, en lo personal, no hay posibilidad de llegar a un entendimiento, de llegar al verdadero sentido de la vida, sin amor. Es la única fuente inagotable donde nunca existirá un vacío. Yo creo que lo que faltó en la época de Glass, y en muchas otras épocas de conquista, donde encontrabas a dos comunidades absolutamente opuestas en sus creencias, es que nunca hubo la capacidad de entenderse, de entender las necesidades del otro; y si no entiendes a alguien, no lo puedes amar. La ignorancia, la falta de intuición para entender al otro, te hace temerle; eso es lo que crea hoy en día esa rabia, esa frustración (…). Creo que nadie se ha detenido a pensar qué es lo que provoca que otros hagan algo; una vez que lo entiendes, eres capaz de abrazarlo, de amarlo.
Iñárritu habla del asunto con pasión, con convicción. El espíritu del joven Alejandro que a los 17 años se embarcó en un carguero para recorrer Europa y Asia, para conocer y entender otras culturas, lo persigue. Tal vez por eso tanto en Amores perros, como en 21 Gramos, sus dos primeras películas, provoca el choque de historias y personajes en lados opuestos del espectro, para forzarnos a ver qué es lo que tienen en común. Tal vez por eso su tercera película, Babel, ocurre en cuatro países de tres continentes, y está filmada en cuatro idiomas.
Alejandro González Iñárritu tiene fama de obsesivo y perfeccionista. Para la creación de The Revenant, el director se adentró en el momento histórico en el que se desarrolla la trama y lo que éste significaba no sólo para Estados Unidos, sino en una perspectiva global. Nuevamente, la pulsión de cruzar historias.
—Me pareció muy interesante lo que ocurría en Estados Unidos en 1823. Nadie había cruzado el país más que Lewis y Clark [quienes encabezaron la primera expedición hacia el oeste entre 1804 y 1806], era una zona desconocida. Bonaparte había vendido la mitad del país; México estaba recién salido de la independencia, y Estados Unidos estaba lleno de mexicanos, españoles, franceses, franco-canadienses, ingleses, ingleses-canadienses, ciento y tantas tribus norteamericanas. El ingreso más grande, la industria más poderosa, eran los animales, la piel de animal que las mujeres vestían en París. Esa ambición de la naturaleza como consumo de árboles, de animales, y la explotación de blancos, negros, el racismo, la esclavitud; todo ese melting pot, me parece que hoy en día sigue siendo igual de relevante. Era el inicio del capitalismo desregularizado, donde no hay una posibilidad de ver al otro, de entender al otro. Si todos estos inmigrantes que llegaron de todo el mundo (que eran gente muy ignorante, analfabeta, que estaba huyendo de la ley, que eran explotados) hubieran entendido al otro, el mundo sería distinto. Pero seguimos repitiendo eternamente los mismos prejuicios.
***
Hugh Glass huye a galope en medio del bosque. Lo persigue un grupo de nativos americanos, le lanzan flechas que buscan reabrir las heridas hechas por el oso. Las patas ágiles, rapidísimas del caballo, se confunden con los troncos de los altos pinos que pueblan las montañas de Alberta, Columbia Británica; uno de los sets de The Revenant. De pronto, el bosque desemboca en un abismo: un precipicio termina con la agitada carrera y lanza al jinete y al caballo a un sobrecogedor vacío de fondo nevado en el que ambos desaparecen.
Durante varios meses, las locaciones y las condiciones de filmación de The Revenant fueron tema de conversación en las publicaciones especializadas en la industria del entretenimiento. Con un presupuesto de 135 millones de dólares, y con algunos ajustes en el calendario de filmación, el sexto largometraje de González Iñárritu encendió varias alarmas entre quienes se encargan de proteger los derechos de los trabajadores cinematográficos.
De acuerdo con la revista Hollywood Reporter, el rodaje de The Revenant sufrió retrasos en varias ocasiones. La culpa sería de Emmanuel «El Chivo» Lubezki, el fotógrafo mancuerna de Iñárritu y ganador del Oscar dos veces consecutivas (Gravity, 2 014; Birdman, 2015), empeñado en filmar únicamente con luz natural, lo cual se sumó a la insistencia de Iñárritu para grabar todas las secuencias en orden cronológico. Las condiciones climáticas canadienses, la temporada del año con sus días cortos, y la dificultad para trasladarse en terrenos inhóspitos, agregaron dificultad a una producción que desde el inicio se adivinaba complicada.
La misma publicación reportó más adelante que representantes de IASTE, una organización sindical de actores, técnicos y trabajadores de la industria cinematográfica en Estados Unidos y Canadá, con más de cien mil afiliados, manifestaron su preocupación por el hecho de que los actores enfrentaban peligro real durante la filmación. New Regency, la principal empresa productora de la película, aseguró que contrataron expertos en corrientes de río, alpinismo, comportamiento de animales, en operación de helicópteros y en seguridad en climas fríos. Las condiciones límite que marcan la historia de Hugh Glass, se volvieron una realidad para quienes trabajaban en el set de The Revenant.
—La historia se desarrolla en un mundo donde no había ni el diez por ciento de las comodidades de ahora —explica Iñárritu, quien parece estar esperando la pregunta—. En realidad, estos hombres vivían en condiciones extremas, durísimas, y gran parte de la historia es eso, la sobrevivencia y la lucha con los elementos naturales. Hacer la película de esta forma se convirtió en sí mismo en una odisea: nos tratamos de poner en los zapatos de estos personajes. Es una historia de aventura, de sobrevivencia, pero creo que si pones en perspectiva la anécdota, puede ser muy pedestre. Lo que a mí me interesaba era darle una dimensión espiritual; entrar a las percepciones, a los sueños, a los recuerdos; hacer probable lo improbable. Eso es para mí el fin del arte, de un cine que te revela algo. Hacer probable la improbabilidad de este personaje, de esta historia, requirió hacer cosas que son poco probables en el contexto del cine —ríe—. En la línea de producción de hoy, las corporaciones no permiten esto por los riesgos, los costos; lograrlo se convirtió en una aventura que nos trajo muchísimos retos.
Los retos representaron la filmación a ocho o nueve mil metros de altura en los Rockies canadienses; la actuación a diez o quince grados centígrados bajo cero; la interacción con osos, caballos y otros animales; la filmación de largos planos secuencia en condiciones naturales con poca o nula posibilidad de control. Una de las escenas involucra una avalancha provocada por el equipo de producción, cuyo inicio sigue inmediatamente, sin corte, al close up de uno de los protagonistas. «La avalancha tenía que suceder exactamente en el momento que nosotros requeríamos; y así fue», dice un Iñárritu lleno de orgullo.
—Tratamos de encontrar la épica, pero también la ética emocional, la intimidad emocional. Fue un trabajo de mucha preparación y sí, los riesgos y las incomodidades te impactan sicológicamente como ser humano; a mí, a Leo, a todo el crew. Tu vibración energética se transmite en la pantalla, necesariamente; todas tus decisiones son afectadas por eso. Y me pareció que eso es algo que beneficia a la película, porque finalmente estás siendo congruente, integral, honesto con el universo que estás presentando. Eso tuvo un impacto importante; a los actores les ayudó mucho estar en sets que realmente podían conectarlos con esa realidad; el tener frío de verdad, ver los escenarios, yo creo que ayuda muchísimo a ponerte en ese lugar emocional, a la verdad que uno quiere mostrar.
***
Hugh Glass yace sobre la nieve, apenas sostenido por una camilla improvisada con palos y materiales rudimentarios. Sus compañeros inician una discusión: planean dejarlo solo suponiendo que morirá. Glass permanece inmóvil: los músculos, heridos, no le responden; el cuello destrozado le impide hablar. Se da cuenta de lo que va a ocurrir: lo van a abandonar. Glass lanza una mirada cargada de impotencia; aprieta el mentón, se le traba la quijada. En medio del manto de nieve, del frío que alcanza al espectador, el Hugh Glass de DiCaprio concentra en una expresión facial toda la ira y la frustración del guerrero traicionado, sentenciado a morir. En cada escena cargada de silencio y emoción, DiCaprio entrega la que podría ser su mejor actuación hasta hoy. Por eso, asegura Iñárritu, no podía darle el rol a otro más que a él.
—Yo he sido siempre un admirador de Leonardo; lo vi de niño en What’s eating Gilbert Grape (1993), y me pareció extraordinaria su actuación de chamaco un poquito retrasado mental. Siempre me ha llamado la atención, creo que está en el mejor momento de su carrera: es un hombre de 40 años con una experiencia de 26, 27 años haciendo películas; tiene rigor, y creo que más que de actor, tiene la mentalidad de un cineasta, entiende los procesos, tiene una búsqueda constante, inagotable por la perfección, un gran espíritu de colaboración; es brillante, culto, y con los pies en la tierra. Él y yo compartimos una visión a nivel social y político, compartimos puntos de vista y nos interesaron las mismas oportunidades que nos daba esta historia desde que hablé con él hace tres años, cuando se nos cayó el proyecto porque entró a la película de Martin Scorsese [The Wolf of Wall Street, 2013] y no la pudimos hacer. Pero desde ahí encontré un punto vital. Me entusiasmaba la idea de tener a un DiCaprio con pocas palabras, que jugara un papel vulnerable, frágil, no necesariamente fuerte o certero como siempre. Y a él le gustaba mucho el espíritu del personaje, y como actor, la oportunidad de no hablar y de que todo lo transmitiese con los ojos y con el movimiento corporal. El entusiasmo mutuo fue lo que nos ayudó a hacer esa película juntos.
Tras varios días de caminar por el bosque nevado, Glass —los ojos azules de mirada afilada, la piel de oso cubriendo su cuerpo semimuerto— descubre un cadáver de búfalo. En una de las escenas más primitivas de la película, se abalanza sobre un trozo de carne aún palpitante y lo devora. El rostro de rasgos finos de DiCaprio se diluye ante la sangre fresca que lo empieza a cubrir.
* * *
Es imposible disociar a Alejandro González Iñárritu de su duende musical. El atrevido programador de radio de la WFM de los años ochenta, quien antes de hacer sus propias películas compuso el score de algunas otras, suele construir un discurso alterno, complementario a sus historias a través del diseño de audio de sus filmes. El caso más reciente fue Birdman, su quinto largometraje, que narra la historia de un actor que solía ser un súper héroe de películas y busca recuperar el éxito montando una obra en Broadway. El beat que acompaña constantemente al protagonista, incluso durante sus frenéticos monólogos mentales, marca el ritmo de la película y crea una conexión con el espectador. Y es justamente al contrastarla con este ritmo, que The Revenant resulta una sorpresa al oído: con largos silencios y con puentes musicales que por momentos resultan imperceptibles, la sexta película de Iñárritu construye una historia auditiva con vida propia.
—El sonido para mí es tan importante como la imagen, incluso a veces más importante. Muchas veces me encanta que el sonido rompa la dictadura de la imagen; el silencio es lo más musical del mundo. Si Birdman tenía que ver más con el jazz y con el teatro, esta película está relacionada con la pintura y con los sueños —afirma particularmente entusiasmado. No habrá en toda la entrevista un tema que lo apasione más que el de la música—. Quería que The Revenant se percibiese, que la gente la experimentara, como una pintura sónica. Evidentemente no tenemos ninguna imagen fotográfica de esa época; solamente hay esas pinturas, esas litografías de [Karl] Bodmer que me encantan, y yo quería que de alguna manera entráramos a este mundo donde los sonidos de la naturaleza y la música ejercen en sí una relación, una musicalidad de la naturaleza; me interesaba mucho esta interacción. Desde siempre supe que tenía que haber grandes silencios; no tenía que haber una música imperante, pero sí tenía que ser como un viento que entra. Tenía parámetros muy claros cuando me reuní con Ryuichi Sakamoto, de quien soy fan hace treinta años, y lo primero que le dije fue eso: necesitamos una música sutil, que acaricie, que entre y salga, con grandes silencios; y así fue. Luego le propuse entrar con Carsten Nicolai [el músico conocido como Alva Noto], que tiene esta cuestión electrónica que me encanta; quería de alguna forma contemporizar y que la música no fuese muy académica o muy clásica, y estas notas electrónicas de Alva Noto le dan un acercamiento musical a lo que hoy estamos acostumbrados, un fantasma electrónico que puede ser antiguo o moderno, no lo sabes.
El grupo se complementó con un tercer elemento: Bryce Dressner, un músico joven, «neoyorquino, rocanrolero», que Iñárritu descubrió en la sala de conciertos del Disney Hall de Los Ángeles.
—Fue, la verdad, un guacamole musical súper aterrador, no sabía si iba a funcionar o no. Pero trabajé muchísimo con Martín Hernández, que siempre ha sido el aliado y el colaborador más importante para mí; los dos hemos diseñado sonido desde hace treinta años.
Si la alianza con Hernández ha sido clave en la producción musical de sus películas, su complicidad con El Chivo Lubezki es a prueba obstáculos. Durante los meses recientes, Lubezki ha compartido en su cuenta de Instagram fotografías tomadas durante el rodaje de The Revenant en locaciones canadienses. Los retratos de hombres y mujeres caracterizados como nativos americanos, bañados por la luz natural perfecta que se filtra entre los árboles, parecen sacados de otro tiempo. Esa luz natural que El Chivo se empeñó en filmar a como diera lugar, a pesar de los parámetros de la industria.
—Es que si te pones a pensar, en realidad no hay nada mas hermoso, más complejo, y más poderoso que la luz natural —afirma Iñárritu, quien asegura que desde el primer momento respaldó la decisión de Lubezki—. Cuando usamos el artificio de la luz cinematográfica estamos reduciendo la complejidad, y por lo tanto planeamos y hacemos todo mucho más pedestre: el intento del hombre de iluminar cuando tenemos al señor sol con esa complejidad de colores. Yo creo que este mundo tiene una belleza que ya no estamos acostumbrados a ver. Nos la pasamos viendo billboards, antenas, edificios, publicidad, presas, basura. Las dos decisiones más importantes que tomé, y las más difíciles, fueron irme a locaciones que eran casi inhabitadas, a mucho tiempo de distancia, que no han sido tocadas por el hombre, lo cual hacía las cosas en producción mucho más difíciles; y la otra es que decidí, junto con El Chivo, que toda la película la íbamos a hacer con la luz natural para poder ensayar todo el día, coreografiar todas las escenas con una precisión brutal. Una vez que estaban las coreografías absolutamente precisas, el diseño del movimiento de los actores, el movimiento de cámara, la dirección de la luz era tremenda. Cuando estás filmando en diciembre en esas latitudes, obscurece a las tres tarde, a las 2:30 bajo los árboles, y ya no tienes exposición. ¿Cómo puedes iluminar el exterior, si no hay luz mas grande que el sol? No puedes. No había de otra, fue entre una decisión estética y una necesidad técnica y de producción que en realidad fue lo más afortunado, porque sí, logramos capturar esa complejidad. Cuando fotografías algo en una luz perfecta, la belleza de la nieve, las plantas, los troncos, todo se revela; hay una revelación que solamente esa luz del atardecer puede brindar, no lo puedes crear. Es una pintura que ningún ser humano puede hacer y fui muy privilegiado por haber logrado eso y por haber sido apoyado, porque tiene un costo de esfuerzo y de riesgo y de producción muy grande.
* * *
Tras la escena final de The Revenant, la pantalla se va a negros y aparece el nombre de su director: Alejandro González Iñárritu, con un acento escrito sobre cada apellido. En el país donde los López, los Pérez y los Hernández pierden las tildes, Iñárritu —quien además agrega una eñe al coctel— sigue conservando las suyas.
Pero cuando más destaca el acento de Alejandro es cuando habla. El 7 de noviembre pasado, durante la gala del Museo de Arte del Condado de Los Ángeles (LACMA), en la cual fue reconocido por su trayectoria como director, Iñárritu —traje oscuro, barba, ese pelo rizado que parece gozar de libre albedrío— daba su discurso de agradecimiento en inglés con un marcado acento de hispanoparlante, el gesto serio, la mano derecha sobre el atril. Haciendo énfasis en algunas frases, tal como lo hace cuando habla español, el director leía de manera pausada las palabras escritas en una hoja doblada en ocho partes que preparó para la ocasión.
«Como mexicano, considero el honor que recibo esta noche como un reconocimiento a toda la comunidad mexicana por su eminente trabajo y la vibrante aportación cultural que ha hecho durante tantos años a la ciudad de Los Ángeles y a Estados Unidos», soltó tras los primeros agradecimientos. «Desafortunadamente, hoy hay personas proponiendo construir muros en lugar de puentes. Tengo que confesar que debatí conmigo mismo si hablar o no de un tema tan incómodo esta noche, pero frente a los recientes y repetidos comentarios xenófobos expresados contra mis compatriotas mexicanos, no puedo evitarlo».
—La razón por la que me decidí a hablar es porque siento una frustración —explica, recordando el momento—. Y más que un reclamo amargo y sermonal, porque quién soy yo para eso, desde el corazón traté de dar una visión un poco más amplia para poder contextualizar lo que está sucediendo. El inmigrante ahora se generaliza; es tan peligroso un sirio como un mexicano, es decir el otro, la otredad. Todo esto, como te decía antes, se debe a la ignorancia. Cuando hay ignorancia se teme, y cuando hay temor se toman decisiones equivocadas, se encuentran los prejuicios. Quise poner un pequeño granito, tocar en las conciencias para tener una perspectiva menos ignorante, menos cerrada; por eso me decidí a hacerlo.
Iñárritu ya había hecho un posicionamiento político en febrero de este año, cuando recibió el Oscar a la mejor película por Birdman. Entonces, en su breve intervención, llamó a los mexicanos a «encontrar y construir el gobierno que merecen», y a los estadounidenses a tratar a los mexicanos «con la misma dignidad y respeto con la que se trató a los migrantes que construyeron este gran país». Sin embargo en la gala del LACMA el director no perdió la oportunidad para volver sobre su postura, a la luz de las recientes declaraciones del aspirante republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump.
«Estos comentarios serían inaceptables si estuvieran dirigidos contra otra minoría (…). Estas ideas y comentarios han sido extensamente difundidos por los medios de comunicación masiva sin vergüenza alguna. Han sido aplaudidos y promocionados por líderes y comunidades dentro de los Estados Unidos», mencionó. «Si seguimos permitiendo que estas palabras continúen regando las semillas del odio y difundiendo así pensamientos y emociones inferiores a todos los seres humanos del mundo, no sólo la vida de millones de mexicanos y latinoamericanos peligra, sino también la de otros muchos millones de inmigrantes alrededor del mundo, que hoy en día sufren, podría tener el mismo destino».
Iñárritu está convencido de que la situación de los migrantes mexicanos en Estados Unidos obedece a una responsabilidad compartida. Todos se benefician, de manera que todos callan.
—Ya quitándonos de romanticismo, si nos vamos a este mundo pragmático, capitalista, el hecho de que existan estos millones de mexicanos representa el mayor ingreso para México; más que el petróleo. El dinero que mandan estas personas es el income más grande de nuestro país, y al mismo tiempo benefician de una forma enorme a los Estados Unidos haciendo los trabajos que nadie quisiese y haciendo que las cosas funcionen. Esta aportación económica es enorme, se benefician dos países y dos economías; que estas personas no tengan voz ni derechos, que no estén representados y que vivan en una sociedad invisible, desechable y criticable de esa forma tan vil, me parece inaceptable. Y me parece vergonzoso que en mi país, que el gobierno de México o inclusive las corporaciones norteamericanas que se han beneficiado tanto económicamente en nuestro país, no se hayan pronunciado de una forma más formal, más oficial, más dura.
* * *
Si la filmación de The Revenant constituía un reto para todo el equipo de producción, tal vez la escena que demandaba el mayor cuidado y exigencia por parte del director es la del ataque del oso a Hugh Glass. El oso lo ve; el hombre trata de huir, pero el animal lo alcanza. La pata enorme se recarga en su espalda, en su cabeza. No parece haber otra opción: morirá bajo ese peso. El hecho de que el protagonista no sólo sobreviva, sino decida salir adelante a pesar de todo, constituye el giro de la historia, el momento del renacimiento, de la reinvención. Tal como ocurre en la vida a todos los seres humanos.
—Yo creo que la vida es un constante ataque de oso; un ataque de frío —Iñárritu ríe con ganas cuando trata de construir una metáfora e identificar su propio «ataque del oso»—. Y luego, vienen los veranos. Yo de pronto tengo amigos que están ahorita batallando contra el cáncer, por ejemplo. Una batalla contra un cáncer es el ataque del oso más grande que puede haber, y yo creo que el más difícil, porque el ataque del oso dura cinco minutos; el cáncer es un oso mucho más cabrón. Todos sufrimos a lo largo de esta jungla que es la vida cambios de clima tanto del corazón como externos. La vida es ese viaje donde de pronto hay ataques inesperados, y nos marca la forma en la que los abordamos, lo que hacemos para sobrevivir.
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