Los ojos de Nobuyoshi Araki

Los ojos de Nobuyoshi Araki

Luego de dos exitosas intervenciones simultáneas en la Ciudad de México, aquí un repaso de la obra del mítico fotógrafo japonés Nobuyoshi Araki.

Tiempo de lectura: 4 minutos

La Ardalio, una típica y tradicional cantina de la colonia Tacubaya, en la Ciudad de México, acoge hasta el 15 de octubre la muestra del trabajo de Nobuyoshi Araki, el célebre fotógrafo japonés de 76 años.

A su vez, en la valla publicitaria que se encuentra en la dirección Sonora 128, Condesa, estará expuesta hasta finales de año la imagen de una de sus series más recientes, qAradise. Dos intervenciones simultáneas de un artista inagotable.

Retrato de Nobuyoshi Araki

Nobuyoshi Araki es uno de los fotógrafos más importantes de Japón. Se hizo famoso por sus series de imágenes de mujeres atadas.

—Araki dice que lo que él hace son I-novels —me grita Bree Zucker para que alcance a escuchar su voz por encima de la música que ameniza la noche en la Ardalio durante la inauguración. Como no estoy segura de que he escuchado bien, pido que me explique. Zucker es una joven que trabaja en la galería Kurimanzutto como encargada del proyecto Sonora 128.

—Sí, eye novel —señala a su ojo.

Oh, ya. En inglés se trata de un juego de palabras, entre “i” (yo) y “eye” (ojo), y jugar con las palabras es muy típico de los japoneses.

En japonés, la I-novel tiene su nombre propio: watakushi-shosetsu (o shi shosetsu). Un género literario escrito desde la primera persona con estilo naturalista, que ha tratado temas tabús o tenebrosos como el sexo y la muerte, las obsesiones de Araki, y de quién no. Su libro clásico, Sentimental Journey, autopublicado en 1971, es un diario de su luna de miel. En un texto introductorio, escribe: “Como fotógrafo he hecho del amor mi punto de partida, y por casualidad comencé con la shi-shosetsu, lo más parecido que hay a la fotografía”. Escribir la propia historia con imágenes, eso es lo que hace Araki.

Su historia, sobra decirlo, es también la historia de su ciudad, de su mujer, sus amigos y amantes, de las prostitutas que visita, de los bares donde se emborracha, de su gato, de su país y de cierta época.

"qAradise", 2016. Sonora 128.

«qAradise», 2016. Sonora 128. Cortesía del artista y Kurimanzutto, Ciudad de México.

Nobuyoshi Araki se hizo mundialmente famoso durante los noventa por sus series de imágenes de mujeres atadas. Pero lleva tomando fotos toda su vida desde que su padre le regaló una cámara a los 12 años. Araki tiene más de 400 libros, muchos de ellos autopublicados, además de quién sabe cuántas exposiciones en galerías, museos, bares y restaurantes. El bondage es una pequeña parte de su obra, cuyos dos temas principales son “el amor y la muerte”. Casi nada.

Sobre el edificio art déco que ocupa la esquina de Sonora y Nuevo León, se ubica Sonora 128. Hasta finales de año, bajo el sol o la lluvia, o en la claridad eléctrica de la noche, se podrá contemplar una pieza de la serie qAradise: una imagen cenital de un grupo de bromelias a todo color sobre las que brotan tres globos oculares de juguete, uno verde, otro azul y otro rojo, con todo y sus venas sangrientas (como esos ojos de broma). De nuevo el ojo y el yo. Araki no pudo venir a México, pero mandó un mensaje con ojos. Y las bromelias son nativas de América. ¿Será que las escogió a propósito? La serie, que ya tiene al menos dos años, se compone de similares ramos lujuriosos de flores.

—En realidad es un autorretrato —me dice Zucker sobre la pieza. Ella conoció a Araki este verano, cuando Abraham Cruzvillegas y ella fueron a visitarlo a Tokio para determinar los detalles de estas intervenciones. Se conocieron en el bar Rouge. Cruzvillegas y Araki pasaron toda la velada riendo. Parece que se entendieron bien.

Araki, vistas de instalación, Cantina Ardalio

Araki, vistas de instalación, Cantina Ardalio, 2016. Fotografía: PJ Rountree. Cortesía del artista y Kurimanzutto.

La razón por la que Araki está en México es la siguiente: Cruzvillegas lo conoció hace un par de años. El mexicano exponía en la galería Rat Hole de Tokio y Araki fue a ver la muestra. Tomó algunas fotos de Cruzvillegas con su hija, que pasaron a formar parte de uno de sus libros. Así que Cruzvillegas tuvo la idea de hacer algo con él. Antes de proponérselo, habló con sus galeristas. Pensaron que para una exposición sería más adecuado buscar un lugar diferente a una galería, más acorde con su trabajo (irreverente, y cercano a las felices y tristes profundidades de los bajos fondos). En una de sus derivas buscando ese lugar, sin haber encontrado nada, Cruzvillegas terminó tomando una cerveza en la cantina Ardalio. Y de pronto, tomando esa cerveza, se le ocurrió.

La cantina es pequeña, de dos pisos, y lleva ahí unos cuarenta años. Las paredes están forradas de espejos que a su vez están cubiertos por las imágenes que Araki mandó desde Japón. Él escogió qué mandar. Y lo que llegó son un conjunto de pruebas de color de sus libros: láminas de plóters con su marca de color a un lado, de esas con las que los editores corrigen antes de poner la imprenta en marcha. Hay un par de pruebas de portadas (una de ellas en el baño de hombres), y un póster de una exposición reciente de Sentimental Journey. Hay una pequeña caja en la barra con imágenes a tamaño Polaroid de la serie Kekkai. La cocinera me dice “están muy bonitas”. Nadie parece escandalizado por la desnudez, los genitales expuestos, las mujeres atadas. Al ritmo de la cumbia y las rancheras, entre risas y conversaciones, tequila y cervezas, de pronto la vista se fija en el paisaje nevado de una calle de Tokio. En la mirada de Lady Gaga en bondage. En la esposa de Araki dormida sobre un barquito. En las manchas de colores sobre las imágenes en blanco y negro de la serie Alluring Hell. Araki y Ardalio, México y Japón, extraño y divertido.

 

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