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"Acequia" será publicada por diez editoriales participantes, llevándola a una audiencia internacional y asegurando distribución entre Latinoamérica, España y Estados Unidos.
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Tiempo de Lectura: 00 min

<i>Acequia</i>, adelanto del Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas de la FILNYC

<i>Acequia</i>, adelanto del Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas de la FILNYC

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

"Esta novela presenta una enorme diversidad de miradas, historias y personajes que confluyen en la verdadera protagonista, la ciudad mexicana de la eterna primavera: Cuernavaca": Ediciones Antílope.

El Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas, impulsado por la Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Nueva York y las editoriales: Laguna Libros (Colombia), Hueders (Chile), Peso pluma (Perú), Sigilo (Argentina), Dum Dum (Bolivia), Severo (Ecuador), Hum (Uruguay), Las afueras (España), Antílope (México) y Chatos Inhumanos (Estados Unidos) eligió a Acequia, del escritor mexicano Amaury René Sánchez Colmenares (Ciudad de México, 1986), como la historia ganadora de la primera edición del premio, aquí publicamos un adelanto con la autorización de Ediciones Antílope.

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Pareciera que Cuernavaca fue diseñada con trampantojos: ninguna calle es recta, están todas llenas de caprichosas curvas, aunque sean muy discretas, muchas son tan empinadas que de lejos parecen paredes o abruptas caídas al vacío, y esto da la sensación de que las distancias son muy cortas; es habitual que la gente se pierda creyendo que las calles paralelas se conectan mediante las perpendiculares y que al tratar de regresar a una avenida principal mediante una callejuela lleguen más bien a otra colonia. Y es que la ciudad, asentada en el lomerío de las faldas de la sierra del Chichinautzin, está surcada por ciento cincuenta barrancas y cañadas y ha crecido sorteando el vacío. 

La gente no tiene por qué tomar a bien una broma. No están obligados. Es cruel decir la verdad (una verdad no pedida) disfrazada de oveja. Los chistes son lobos disfrazados de ovejas, la carcajada el resultado de la revelación de los colmillos. Sonreír es mostrar el cráneo. La intención no es lo que cuenta. Nunca. 

Es una mujer inteligente, aunque no tenga un gran bagaje cultural. Es de esas personas que caminan con un mismo gesto invariable, como si las plantas se pudieran desplazar sin renunciar al variado silencio de sus flores. 

Hay personas flores, hay personas fruto. Ella es más bien una hoja. Una hoja que cae. El silencio de la hoja cuando toca el suelo. Se llama Julieta Lucía Pensamiento Borges y odia ese bobo juego de palabras de su nombre (Lucía Pensamiento). Su padre era viverista. Su madre provenía de una familia de jardineros. A ella le gustaba correr entre las ramas, sobre todo en las tardes. Le gustaba ver cómo se mojaban y goteaban los árboles bebé, como llamaba a los retoños. Aunque en su familia conocieron periodos de prosperidad, siempre sufrieron quebrantos económicos. Su madre murió cuando Lucía era chica y su padre pasó largos años enfermo, postrado en cama hasta el final de su vida, intoxicado por los químicos con los que procuró el bienestar de las plantas. 

Virgen del Naufragio, Nuestra Señora de Altamar, Fragmentaria Milagrosa, Náutica Prodigiosa… la patrona del puerto de la Bahía de Luminaria ha sido nombrada de muchas maneras a lo largo de su historia pues su misterio es perpetuo y sigue en curso. 

Es la hora de su descanso matutino y el Lic. Aguas decide ir al supermercado de junto para buscar algo de comer. Se levanta de la silla y se aleja de su cubículo. Suena el celular y al ver que la llamada es de su amigo Lópex Moctezuma baja a toda velocidad las escaleras, perdiendo por completo la compostura, y corre por el lobby hasta salir del Despacho Jurídico Ahorcado & Paniagua. 

No quiere contestar adentro porque la conversación suele ser “inapropiada y poco profesional” (como le señalaron ya alguna vez sus jefes, cuando oyeron las barbaridades que decía a gritos), pero tampoco quiere colgar o hacer esperar más a su amigo. Fueron inseparables en la universidad y desde entonces mantienen una estrecha amistad; aunque viven en la misma ciudad y hablan por teléfono todos los días y a todas horas, la última vez que se vieron en persona fue hace tres años. Como si creyeran que es mejor así, porque su apariencia no podría ser más contrastante: uno flaco y fachoso, con sus brazos musculosos y sus tatuajes de flores; el otro, barrigón, enfundado en un elegante traje azul, el rostro acaparado por sus lentes de armazón de carey (verdadero, cruel y políticamente incorrecto carey) como un marco exagerado para hacer protagónico su ligero estrabismo. Pero es como si la conversación anulara la distancia y el tiempo sin verse, pues comparten gestos, se ríen de las mismas cosas y cuando hablan se ven jóvenes, demasiado jóvenes, como niñitos a los que les cuelgan las mangas del uniforme del kínder, encorvados bajo una mochila demasiado pesada, como adolescentes tratando de mantener la compostura en una oficina. Toma la llamada en la puerta del edificio y sigue caminando apresuradamente hacia el supermercado. Saluda a su amigo: 

—¡Ese mi Lópex! 

—¡Mi Lic. Aguas! —le responde (le dicen así, Lic. Aguas, porque su nombre es Maximiliano Atzin Briones y una mañana, cuando el aula universitaria estaba sumida en el silencio marcial del pase de lista, a la maestra de Pluralismo Jurídico se le ocurrió explicar que ese era un apellido muy bonito porque en náhuatl atzin significa “agua pequeña, agüita”; a partir de entonces sus compañeros y futuros colegas comenzaron a conocerlo como El Aguas. Ya se veía desde ahí la simpatía y respeto que le tenían, porque nunca le dijeron El Agüita y luego, cuando todos se graduaron, le respetaron el grado académico en el apodo). 

—École. 

—Quiubo, amigo, estás todo guapo… cada vez más guapo —evidentemente se trata de un halago sin fundamen-to, pues no lo ha visto en varios años ni tan siquiera en fo-tografías, y Lópex no usa redes sociales. 

—No sé por qué será… —responde el Lic. Aguas sin-cera e injustificadamente chiveado. 

—Todo hermoso… 

—… porque siempre he sido feo. 

—Yo en la secundaria era horrible. 

—No, amigo, eso no puede ser, eras alto y fornido… 

—¡Tenía granos y olía mal! Siempre he tenido la cara muy grande y en ese entonces la tenía gigante y con peina-do de los hermanos Hanson. Ni un pedo me tiraba. 

—Sí estás cabrón, pero yo era peor. Barrigoncito, medio bizco, todo blanco con ojeras, tenía un bigotito pitero que me dejé crecer quién sabe por qué y peinado lacio de lado. Fatal. Luego me dio por recortarme el bigotito a la mitad horizontal, como si hubiera tomado chocomilk, como chicano. Una pesadilla. 

—No mames, me hubiera gustado conocerte en la secundaria. 

—¡Wey, no mames, hay unos perros pegados! —informa Lópex. 

—Qué horrible… I

—¡Le están ladrando y lanzando la mordida a una señora, así pegados y todo! 

En ese momento pasa una chica por el estacionamiento del supermercado. El Lic. Aguas se le queda viendo y ella le devuelve la mirada abiertamente. Trae el pelo suelto, chino, muy negro y largo. Le sonríe levemente mientras habla, se siente confiado en que hoy se ve bien, decidió dejar el saco y trae una buena camisa arremangada más arriba de los codos, unos pantalones con buen corte, ajustados, apropiados para el despacho, y no se peinó con gel sino con una cera norteamericana que al parecer es fabricada desde que los vaqueros ganaban el Oeste. Además, va hablando por teléfono a gritos, algo que él, como es abogado, considera que en esta época dejada de la mano del buen gusto es el equivalente de fumar. 

—La otra vez me dijo un europeo que los humanos también se pueden quedar pegados —comenta Lópex. 

—No mames, no, imposible —responde el Lic. Aguas, conteniendo sus palabras porque la china camina casual-mente junto a él por el pasillo de las verduras. 

—Yo digo que sí se puede. No como los perros, pero seguro que hay circunstancias especiales… 

Lópex expone entonces una serie de argumentos anatómicos que podrían sonar bastante convincentes, pero el Lic. Aguas no se deja engañar, sabe que Lópex está deformando la realidad a su conveniencia. Sin embargo, no le repone nada porque la chica de la melena sigue muy cerca de él, acompasando el paso para mantenerse a su altura por el pasillo de los vinos y licores, y no quiere romper el encanto hablando de órganos sexuales hinchados, atascados en una sopa de placer y desesperación. Mejor cambia de tema. 

—¿Qué estás haciendo?

—Voy por hielos. 

—¿Y eso? 

—Estoy a medio tour pero a una alemana ya le está dando un golpe de calor, voy aquí con los de los raspados a que me den escarcha para ponerle una toalla fría… 

—Vas por hielitos para refrescar a tus gringuitos porque no aguantan un paseíto por el centro del tercer mundo —le dice engolosinando la voz con exagerada ternura como si hablara de infantes—. No manches, diles que el calor es normal en el infierno, eso es lo de menos… 

—¿Y tú, estás en el despacho? —lo ataja Lópex. 

—Nel. Salí al súper. 

—¡Ah! Por eso andas tan mesurado con tu lenguaje… 

—Estoy en un lugar fino. No puedo decir mamarracheces… 

De hecho, está en la zona más exclusiva de la ciudad, Río Mayo. Cuernavaca es en ese sentido contradictoria, pues es la capital del séptimo estado más pobre del país pero tiene la canasta básica más cara a nivel nacional. Existen muchos negocios de mucho lujo, pero uno de los lugares más caros es un supermercado, ubicado en una zona habitada por judíos millonarios. Abundan por ahí las amas de casa adineradas y las profesionistas que laboran en las oficinas cercanas quienes, como el Lic. Aguas, se esmeran desmedidamente en su apariencia para no desentonar con los ricos. 

—Qué envidia que trabajes junto a un súper, puedes comprar comida cuando quieras. —Ese es exactamente el problema. Estoy muy gordo ya. De hecho, ahora mismo estoy en un predicamento: voy a comprar pan, pero tengo en una mano un libro y en la otra el celular. No puedo sostener la charola y usar las pinzas. 

No quiero, pero te tengo que colgar. 

—Está bien, yo tengo que apurarme, no quiero que se desmaye ninguna gringa. 

—Adiós. 

Cuelga y se queda sonriendo porque siempre que habla con su amigo siente una felicidad absoluta. Pero en seguida se le olvida y la sonrisa desaparece. Él cree que esas llamadas son intrascendentes, pero de hecho son los pocos momentos en los que sonríe de manera franca y espontánea, no como cuando tiene que agradarles a los clientes o cuando busca ser coqueto con las mujeres. Se sienta en una de las mesitas de la cafetería del supermercado, pide un americano y se dispone a leer durante los cuarenta minutos que le quedan de libertad.

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¿Cuándo se presentará la novela Acequia en México?

El autor Amaury René Sánchez Colmenares presentará la novela el miércoles 12 de diciembre a las 5pm en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano, en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

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"Esta novela presenta una enorme diversidad de miradas, historias y personajes que confluyen en la verdadera protagonista, la ciudad mexicana de la eterna primavera: Cuernavaca": Ediciones Antílope.

El Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas, impulsado por la Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Nueva York y las editoriales: Laguna Libros (Colombia), Hueders (Chile), Peso pluma (Perú), Sigilo (Argentina), Dum Dum (Bolivia), Severo (Ecuador), Hum (Uruguay), Las afueras (España), Antílope (México) y Chatos Inhumanos (Estados Unidos) eligió a Acequia, del escritor mexicano Amaury René Sánchez Colmenares (Ciudad de México, 1986), como la historia ganadora de la primera edición del premio, aquí publicamos un adelanto con la autorización de Ediciones Antílope.

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Pareciera que Cuernavaca fue diseñada con trampantojos: ninguna calle es recta, están todas llenas de caprichosas curvas, aunque sean muy discretas, muchas son tan empinadas que de lejos parecen paredes o abruptas caídas al vacío, y esto da la sensación de que las distancias son muy cortas; es habitual que la gente se pierda creyendo que las calles paralelas se conectan mediante las perpendiculares y que al tratar de regresar a una avenida principal mediante una callejuela lleguen más bien a otra colonia. Y es que la ciudad, asentada en el lomerío de las faldas de la sierra del Chichinautzin, está surcada por ciento cincuenta barrancas y cañadas y ha crecido sorteando el vacío. 

La gente no tiene por qué tomar a bien una broma. No están obligados. Es cruel decir la verdad (una verdad no pedida) disfrazada de oveja. Los chistes son lobos disfrazados de ovejas, la carcajada el resultado de la revelación de los colmillos. Sonreír es mostrar el cráneo. La intención no es lo que cuenta. Nunca. 

Es una mujer inteligente, aunque no tenga un gran bagaje cultural. Es de esas personas que caminan con un mismo gesto invariable, como si las plantas se pudieran desplazar sin renunciar al variado silencio de sus flores. 

Hay personas flores, hay personas fruto. Ella es más bien una hoja. Una hoja que cae. El silencio de la hoja cuando toca el suelo. Se llama Julieta Lucía Pensamiento Borges y odia ese bobo juego de palabras de su nombre (Lucía Pensamiento). Su padre era viverista. Su madre provenía de una familia de jardineros. A ella le gustaba correr entre las ramas, sobre todo en las tardes. Le gustaba ver cómo se mojaban y goteaban los árboles bebé, como llamaba a los retoños. Aunque en su familia conocieron periodos de prosperidad, siempre sufrieron quebrantos económicos. Su madre murió cuando Lucía era chica y su padre pasó largos años enfermo, postrado en cama hasta el final de su vida, intoxicado por los químicos con los que procuró el bienestar de las plantas. 

Virgen del Naufragio, Nuestra Señora de Altamar, Fragmentaria Milagrosa, Náutica Prodigiosa… la patrona del puerto de la Bahía de Luminaria ha sido nombrada de muchas maneras a lo largo de su historia pues su misterio es perpetuo y sigue en curso. 

Es la hora de su descanso matutino y el Lic. Aguas decide ir al supermercado de junto para buscar algo de comer. Se levanta de la silla y se aleja de su cubículo. Suena el celular y al ver que la llamada es de su amigo Lópex Moctezuma baja a toda velocidad las escaleras, perdiendo por completo la compostura, y corre por el lobby hasta salir del Despacho Jurídico Ahorcado & Paniagua. 

No quiere contestar adentro porque la conversación suele ser “inapropiada y poco profesional” (como le señalaron ya alguna vez sus jefes, cuando oyeron las barbaridades que decía a gritos), pero tampoco quiere colgar o hacer esperar más a su amigo. Fueron inseparables en la universidad y desde entonces mantienen una estrecha amistad; aunque viven en la misma ciudad y hablan por teléfono todos los días y a todas horas, la última vez que se vieron en persona fue hace tres años. Como si creyeran que es mejor así, porque su apariencia no podría ser más contrastante: uno flaco y fachoso, con sus brazos musculosos y sus tatuajes de flores; el otro, barrigón, enfundado en un elegante traje azul, el rostro acaparado por sus lentes de armazón de carey (verdadero, cruel y políticamente incorrecto carey) como un marco exagerado para hacer protagónico su ligero estrabismo. Pero es como si la conversación anulara la distancia y el tiempo sin verse, pues comparten gestos, se ríen de las mismas cosas y cuando hablan se ven jóvenes, demasiado jóvenes, como niñitos a los que les cuelgan las mangas del uniforme del kínder, encorvados bajo una mochila demasiado pesada, como adolescentes tratando de mantener la compostura en una oficina. Toma la llamada en la puerta del edificio y sigue caminando apresuradamente hacia el supermercado. Saluda a su amigo: 

—¡Ese mi Lópex! 

—¡Mi Lic. Aguas! —le responde (le dicen así, Lic. Aguas, porque su nombre es Maximiliano Atzin Briones y una mañana, cuando el aula universitaria estaba sumida en el silencio marcial del pase de lista, a la maestra de Pluralismo Jurídico se le ocurrió explicar que ese era un apellido muy bonito porque en náhuatl atzin significa “agua pequeña, agüita”; a partir de entonces sus compañeros y futuros colegas comenzaron a conocerlo como El Aguas. Ya se veía desde ahí la simpatía y respeto que le tenían, porque nunca le dijeron El Agüita y luego, cuando todos se graduaron, le respetaron el grado académico en el apodo). 

—École. 

—Quiubo, amigo, estás todo guapo… cada vez más guapo —evidentemente se trata de un halago sin fundamen-to, pues no lo ha visto en varios años ni tan siquiera en fo-tografías, y Lópex no usa redes sociales. 

—No sé por qué será… —responde el Lic. Aguas sin-cera e injustificadamente chiveado. 

—Todo hermoso… 

—… porque siempre he sido feo. 

—Yo en la secundaria era horrible. 

—No, amigo, eso no puede ser, eras alto y fornido… 

—¡Tenía granos y olía mal! Siempre he tenido la cara muy grande y en ese entonces la tenía gigante y con peina-do de los hermanos Hanson. Ni un pedo me tiraba. 

—Sí estás cabrón, pero yo era peor. Barrigoncito, medio bizco, todo blanco con ojeras, tenía un bigotito pitero que me dejé crecer quién sabe por qué y peinado lacio de lado. Fatal. Luego me dio por recortarme el bigotito a la mitad horizontal, como si hubiera tomado chocomilk, como chicano. Una pesadilla. 

—No mames, me hubiera gustado conocerte en la secundaria. 

—¡Wey, no mames, hay unos perros pegados! —informa Lópex. 

—Qué horrible… I

—¡Le están ladrando y lanzando la mordida a una señora, así pegados y todo! 

En ese momento pasa una chica por el estacionamiento del supermercado. El Lic. Aguas se le queda viendo y ella le devuelve la mirada abiertamente. Trae el pelo suelto, chino, muy negro y largo. Le sonríe levemente mientras habla, se siente confiado en que hoy se ve bien, decidió dejar el saco y trae una buena camisa arremangada más arriba de los codos, unos pantalones con buen corte, ajustados, apropiados para el despacho, y no se peinó con gel sino con una cera norteamericana que al parecer es fabricada desde que los vaqueros ganaban el Oeste. Además, va hablando por teléfono a gritos, algo que él, como es abogado, considera que en esta época dejada de la mano del buen gusto es el equivalente de fumar. 

—La otra vez me dijo un europeo que los humanos también se pueden quedar pegados —comenta Lópex. 

—No mames, no, imposible —responde el Lic. Aguas, conteniendo sus palabras porque la china camina casual-mente junto a él por el pasillo de las verduras. 

—Yo digo que sí se puede. No como los perros, pero seguro que hay circunstancias especiales… 

Lópex expone entonces una serie de argumentos anatómicos que podrían sonar bastante convincentes, pero el Lic. Aguas no se deja engañar, sabe que Lópex está deformando la realidad a su conveniencia. Sin embargo, no le repone nada porque la chica de la melena sigue muy cerca de él, acompasando el paso para mantenerse a su altura por el pasillo de los vinos y licores, y no quiere romper el encanto hablando de órganos sexuales hinchados, atascados en una sopa de placer y desesperación. Mejor cambia de tema. 

—¿Qué estás haciendo?

—Voy por hielos. 

—¿Y eso? 

—Estoy a medio tour pero a una alemana ya le está dando un golpe de calor, voy aquí con los de los raspados a que me den escarcha para ponerle una toalla fría… 

—Vas por hielitos para refrescar a tus gringuitos porque no aguantan un paseíto por el centro del tercer mundo —le dice engolosinando la voz con exagerada ternura como si hablara de infantes—. No manches, diles que el calor es normal en el infierno, eso es lo de menos… 

—¿Y tú, estás en el despacho? —lo ataja Lópex. 

—Nel. Salí al súper. 

—¡Ah! Por eso andas tan mesurado con tu lenguaje… 

—Estoy en un lugar fino. No puedo decir mamarracheces… 

De hecho, está en la zona más exclusiva de la ciudad, Río Mayo. Cuernavaca es en ese sentido contradictoria, pues es la capital del séptimo estado más pobre del país pero tiene la canasta básica más cara a nivel nacional. Existen muchos negocios de mucho lujo, pero uno de los lugares más caros es un supermercado, ubicado en una zona habitada por judíos millonarios. Abundan por ahí las amas de casa adineradas y las profesionistas que laboran en las oficinas cercanas quienes, como el Lic. Aguas, se esmeran desmedidamente en su apariencia para no desentonar con los ricos. 

—Qué envidia que trabajes junto a un súper, puedes comprar comida cuando quieras. —Ese es exactamente el problema. Estoy muy gordo ya. De hecho, ahora mismo estoy en un predicamento: voy a comprar pan, pero tengo en una mano un libro y en la otra el celular. No puedo sostener la charola y usar las pinzas. 

No quiero, pero te tengo que colgar. 

—Está bien, yo tengo que apurarme, no quiero que se desmaye ninguna gringa. 

—Adiós. 

Cuelga y se queda sonriendo porque siempre que habla con su amigo siente una felicidad absoluta. Pero en seguida se le olvida y la sonrisa desaparece. Él cree que esas llamadas son intrascendentes, pero de hecho son los pocos momentos en los que sonríe de manera franca y espontánea, no como cuando tiene que agradarles a los clientes o cuando busca ser coqueto con las mujeres. Se sienta en una de las mesitas de la cafetería del supermercado, pide un americano y se dispone a leer durante los cuarenta minutos que le quedan de libertad.

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¿Cuándo se presentará la novela Acequia en México?

El autor Amaury René Sánchez Colmenares presentará la novela el miércoles 12 de diciembre a las 5pm en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano, en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

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"Esta novela presenta una enorme diversidad de miradas, historias y personajes que confluyen en la verdadera protagonista, la ciudad mexicana de la eterna primavera: Cuernavaca": Ediciones Antílope.

El Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas, impulsado por la Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Nueva York y las editoriales: Laguna Libros (Colombia), Hueders (Chile), Peso pluma (Perú), Sigilo (Argentina), Dum Dum (Bolivia), Severo (Ecuador), Hum (Uruguay), Las afueras (España), Antílope (México) y Chatos Inhumanos (Estados Unidos) eligió a Acequia, del escritor mexicano Amaury René Sánchez Colmenares (Ciudad de México, 1986), como la historia ganadora de la primera edición del premio, aquí publicamos un adelanto con la autorización de Ediciones Antílope.

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Pareciera que Cuernavaca fue diseñada con trampantojos: ninguna calle es recta, están todas llenas de caprichosas curvas, aunque sean muy discretas, muchas son tan empinadas que de lejos parecen paredes o abruptas caídas al vacío, y esto da la sensación de que las distancias son muy cortas; es habitual que la gente se pierda creyendo que las calles paralelas se conectan mediante las perpendiculares y que al tratar de regresar a una avenida principal mediante una callejuela lleguen más bien a otra colonia. Y es que la ciudad, asentada en el lomerío de las faldas de la sierra del Chichinautzin, está surcada por ciento cincuenta barrancas y cañadas y ha crecido sorteando el vacío. 

La gente no tiene por qué tomar a bien una broma. No están obligados. Es cruel decir la verdad (una verdad no pedida) disfrazada de oveja. Los chistes son lobos disfrazados de ovejas, la carcajada el resultado de la revelación de los colmillos. Sonreír es mostrar el cráneo. La intención no es lo que cuenta. Nunca. 

Es una mujer inteligente, aunque no tenga un gran bagaje cultural. Es de esas personas que caminan con un mismo gesto invariable, como si las plantas se pudieran desplazar sin renunciar al variado silencio de sus flores. 

Hay personas flores, hay personas fruto. Ella es más bien una hoja. Una hoja que cae. El silencio de la hoja cuando toca el suelo. Se llama Julieta Lucía Pensamiento Borges y odia ese bobo juego de palabras de su nombre (Lucía Pensamiento). Su padre era viverista. Su madre provenía de una familia de jardineros. A ella le gustaba correr entre las ramas, sobre todo en las tardes. Le gustaba ver cómo se mojaban y goteaban los árboles bebé, como llamaba a los retoños. Aunque en su familia conocieron periodos de prosperidad, siempre sufrieron quebrantos económicos. Su madre murió cuando Lucía era chica y su padre pasó largos años enfermo, postrado en cama hasta el final de su vida, intoxicado por los químicos con los que procuró el bienestar de las plantas. 

Virgen del Naufragio, Nuestra Señora de Altamar, Fragmentaria Milagrosa, Náutica Prodigiosa… la patrona del puerto de la Bahía de Luminaria ha sido nombrada de muchas maneras a lo largo de su historia pues su misterio es perpetuo y sigue en curso. 

Es la hora de su descanso matutino y el Lic. Aguas decide ir al supermercado de junto para buscar algo de comer. Se levanta de la silla y se aleja de su cubículo. Suena el celular y al ver que la llamada es de su amigo Lópex Moctezuma baja a toda velocidad las escaleras, perdiendo por completo la compostura, y corre por el lobby hasta salir del Despacho Jurídico Ahorcado & Paniagua. 

No quiere contestar adentro porque la conversación suele ser “inapropiada y poco profesional” (como le señalaron ya alguna vez sus jefes, cuando oyeron las barbaridades que decía a gritos), pero tampoco quiere colgar o hacer esperar más a su amigo. Fueron inseparables en la universidad y desde entonces mantienen una estrecha amistad; aunque viven en la misma ciudad y hablan por teléfono todos los días y a todas horas, la última vez que se vieron en persona fue hace tres años. Como si creyeran que es mejor así, porque su apariencia no podría ser más contrastante: uno flaco y fachoso, con sus brazos musculosos y sus tatuajes de flores; el otro, barrigón, enfundado en un elegante traje azul, el rostro acaparado por sus lentes de armazón de carey (verdadero, cruel y políticamente incorrecto carey) como un marco exagerado para hacer protagónico su ligero estrabismo. Pero es como si la conversación anulara la distancia y el tiempo sin verse, pues comparten gestos, se ríen de las mismas cosas y cuando hablan se ven jóvenes, demasiado jóvenes, como niñitos a los que les cuelgan las mangas del uniforme del kínder, encorvados bajo una mochila demasiado pesada, como adolescentes tratando de mantener la compostura en una oficina. Toma la llamada en la puerta del edificio y sigue caminando apresuradamente hacia el supermercado. Saluda a su amigo: 

—¡Ese mi Lópex! 

—¡Mi Lic. Aguas! —le responde (le dicen así, Lic. Aguas, porque su nombre es Maximiliano Atzin Briones y una mañana, cuando el aula universitaria estaba sumida en el silencio marcial del pase de lista, a la maestra de Pluralismo Jurídico se le ocurrió explicar que ese era un apellido muy bonito porque en náhuatl atzin significa “agua pequeña, agüita”; a partir de entonces sus compañeros y futuros colegas comenzaron a conocerlo como El Aguas. Ya se veía desde ahí la simpatía y respeto que le tenían, porque nunca le dijeron El Agüita y luego, cuando todos se graduaron, le respetaron el grado académico en el apodo). 

—École. 

—Quiubo, amigo, estás todo guapo… cada vez más guapo —evidentemente se trata de un halago sin fundamen-to, pues no lo ha visto en varios años ni tan siquiera en fo-tografías, y Lópex no usa redes sociales. 

—No sé por qué será… —responde el Lic. Aguas sin-cera e injustificadamente chiveado. 

—Todo hermoso… 

—… porque siempre he sido feo. 

—Yo en la secundaria era horrible. 

—No, amigo, eso no puede ser, eras alto y fornido… 

—¡Tenía granos y olía mal! Siempre he tenido la cara muy grande y en ese entonces la tenía gigante y con peina-do de los hermanos Hanson. Ni un pedo me tiraba. 

—Sí estás cabrón, pero yo era peor. Barrigoncito, medio bizco, todo blanco con ojeras, tenía un bigotito pitero que me dejé crecer quién sabe por qué y peinado lacio de lado. Fatal. Luego me dio por recortarme el bigotito a la mitad horizontal, como si hubiera tomado chocomilk, como chicano. Una pesadilla. 

—No mames, me hubiera gustado conocerte en la secundaria. 

—¡Wey, no mames, hay unos perros pegados! —informa Lópex. 

—Qué horrible… I

—¡Le están ladrando y lanzando la mordida a una señora, así pegados y todo! 

En ese momento pasa una chica por el estacionamiento del supermercado. El Lic. Aguas se le queda viendo y ella le devuelve la mirada abiertamente. Trae el pelo suelto, chino, muy negro y largo. Le sonríe levemente mientras habla, se siente confiado en que hoy se ve bien, decidió dejar el saco y trae una buena camisa arremangada más arriba de los codos, unos pantalones con buen corte, ajustados, apropiados para el despacho, y no se peinó con gel sino con una cera norteamericana que al parecer es fabricada desde que los vaqueros ganaban el Oeste. Además, va hablando por teléfono a gritos, algo que él, como es abogado, considera que en esta época dejada de la mano del buen gusto es el equivalente de fumar. 

—La otra vez me dijo un europeo que los humanos también se pueden quedar pegados —comenta Lópex. 

—No mames, no, imposible —responde el Lic. Aguas, conteniendo sus palabras porque la china camina casual-mente junto a él por el pasillo de las verduras. 

—Yo digo que sí se puede. No como los perros, pero seguro que hay circunstancias especiales… 

Lópex expone entonces una serie de argumentos anatómicos que podrían sonar bastante convincentes, pero el Lic. Aguas no se deja engañar, sabe que Lópex está deformando la realidad a su conveniencia. Sin embargo, no le repone nada porque la chica de la melena sigue muy cerca de él, acompasando el paso para mantenerse a su altura por el pasillo de los vinos y licores, y no quiere romper el encanto hablando de órganos sexuales hinchados, atascados en una sopa de placer y desesperación. Mejor cambia de tema. 

—¿Qué estás haciendo?

—Voy por hielos. 

—¿Y eso? 

—Estoy a medio tour pero a una alemana ya le está dando un golpe de calor, voy aquí con los de los raspados a que me den escarcha para ponerle una toalla fría… 

—Vas por hielitos para refrescar a tus gringuitos porque no aguantan un paseíto por el centro del tercer mundo —le dice engolosinando la voz con exagerada ternura como si hablara de infantes—. No manches, diles que el calor es normal en el infierno, eso es lo de menos… 

—¿Y tú, estás en el despacho? —lo ataja Lópex. 

—Nel. Salí al súper. 

—¡Ah! Por eso andas tan mesurado con tu lenguaje… 

—Estoy en un lugar fino. No puedo decir mamarracheces… 

De hecho, está en la zona más exclusiva de la ciudad, Río Mayo. Cuernavaca es en ese sentido contradictoria, pues es la capital del séptimo estado más pobre del país pero tiene la canasta básica más cara a nivel nacional. Existen muchos negocios de mucho lujo, pero uno de los lugares más caros es un supermercado, ubicado en una zona habitada por judíos millonarios. Abundan por ahí las amas de casa adineradas y las profesionistas que laboran en las oficinas cercanas quienes, como el Lic. Aguas, se esmeran desmedidamente en su apariencia para no desentonar con los ricos. 

—Qué envidia que trabajes junto a un súper, puedes comprar comida cuando quieras. —Ese es exactamente el problema. Estoy muy gordo ya. De hecho, ahora mismo estoy en un predicamento: voy a comprar pan, pero tengo en una mano un libro y en la otra el celular. No puedo sostener la charola y usar las pinzas. 

No quiero, pero te tengo que colgar. 

—Está bien, yo tengo que apurarme, no quiero que se desmaye ninguna gringa. 

—Adiós. 

Cuelga y se queda sonriendo porque siempre que habla con su amigo siente una felicidad absoluta. Pero en seguida se le olvida y la sonrisa desaparece. Él cree que esas llamadas son intrascendentes, pero de hecho son los pocos momentos en los que sonríe de manera franca y espontánea, no como cuando tiene que agradarles a los clientes o cuando busca ser coqueto con las mujeres. Se sienta en una de las mesitas de la cafetería del supermercado, pide un americano y se dispone a leer durante los cuarenta minutos que le quedan de libertad.

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¿Cuándo se presentará la novela Acequia en México?

El autor Amaury René Sánchez Colmenares presentará la novela el miércoles 12 de diciembre a las 5pm en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano, en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

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<i>Acequia</i>, adelanto del Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas de la FILNYC

<i>Acequia</i>, adelanto del Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas de la FILNYC

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
"Acequia" será publicada por diez editoriales participantes, llevándola a una audiencia internacional y asegurando distribución entre Latinoamérica, España y Estados Unidos.
11
.
12
.
24
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

"Esta novela presenta una enorme diversidad de miradas, historias y personajes que confluyen en la verdadera protagonista, la ciudad mexicana de la eterna primavera: Cuernavaca": Ediciones Antílope.

El Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas, impulsado por la Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Nueva York y las editoriales: Laguna Libros (Colombia), Hueders (Chile), Peso pluma (Perú), Sigilo (Argentina), Dum Dum (Bolivia), Severo (Ecuador), Hum (Uruguay), Las afueras (España), Antílope (México) y Chatos Inhumanos (Estados Unidos) eligió a Acequia, del escritor mexicano Amaury René Sánchez Colmenares (Ciudad de México, 1986), como la historia ganadora de la primera edición del premio, aquí publicamos un adelanto con la autorización de Ediciones Antílope.

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Pareciera que Cuernavaca fue diseñada con trampantojos: ninguna calle es recta, están todas llenas de caprichosas curvas, aunque sean muy discretas, muchas son tan empinadas que de lejos parecen paredes o abruptas caídas al vacío, y esto da la sensación de que las distancias son muy cortas; es habitual que la gente se pierda creyendo que las calles paralelas se conectan mediante las perpendiculares y que al tratar de regresar a una avenida principal mediante una callejuela lleguen más bien a otra colonia. Y es que la ciudad, asentada en el lomerío de las faldas de la sierra del Chichinautzin, está surcada por ciento cincuenta barrancas y cañadas y ha crecido sorteando el vacío. 

La gente no tiene por qué tomar a bien una broma. No están obligados. Es cruel decir la verdad (una verdad no pedida) disfrazada de oveja. Los chistes son lobos disfrazados de ovejas, la carcajada el resultado de la revelación de los colmillos. Sonreír es mostrar el cráneo. La intención no es lo que cuenta. Nunca. 

Es una mujer inteligente, aunque no tenga un gran bagaje cultural. Es de esas personas que caminan con un mismo gesto invariable, como si las plantas se pudieran desplazar sin renunciar al variado silencio de sus flores. 

Hay personas flores, hay personas fruto. Ella es más bien una hoja. Una hoja que cae. El silencio de la hoja cuando toca el suelo. Se llama Julieta Lucía Pensamiento Borges y odia ese bobo juego de palabras de su nombre (Lucía Pensamiento). Su padre era viverista. Su madre provenía de una familia de jardineros. A ella le gustaba correr entre las ramas, sobre todo en las tardes. Le gustaba ver cómo se mojaban y goteaban los árboles bebé, como llamaba a los retoños. Aunque en su familia conocieron periodos de prosperidad, siempre sufrieron quebrantos económicos. Su madre murió cuando Lucía era chica y su padre pasó largos años enfermo, postrado en cama hasta el final de su vida, intoxicado por los químicos con los que procuró el bienestar de las plantas. 

Virgen del Naufragio, Nuestra Señora de Altamar, Fragmentaria Milagrosa, Náutica Prodigiosa… la patrona del puerto de la Bahía de Luminaria ha sido nombrada de muchas maneras a lo largo de su historia pues su misterio es perpetuo y sigue en curso. 

Es la hora de su descanso matutino y el Lic. Aguas decide ir al supermercado de junto para buscar algo de comer. Se levanta de la silla y se aleja de su cubículo. Suena el celular y al ver que la llamada es de su amigo Lópex Moctezuma baja a toda velocidad las escaleras, perdiendo por completo la compostura, y corre por el lobby hasta salir del Despacho Jurídico Ahorcado & Paniagua. 

No quiere contestar adentro porque la conversación suele ser “inapropiada y poco profesional” (como le señalaron ya alguna vez sus jefes, cuando oyeron las barbaridades que decía a gritos), pero tampoco quiere colgar o hacer esperar más a su amigo. Fueron inseparables en la universidad y desde entonces mantienen una estrecha amistad; aunque viven en la misma ciudad y hablan por teléfono todos los días y a todas horas, la última vez que se vieron en persona fue hace tres años. Como si creyeran que es mejor así, porque su apariencia no podría ser más contrastante: uno flaco y fachoso, con sus brazos musculosos y sus tatuajes de flores; el otro, barrigón, enfundado en un elegante traje azul, el rostro acaparado por sus lentes de armazón de carey (verdadero, cruel y políticamente incorrecto carey) como un marco exagerado para hacer protagónico su ligero estrabismo. Pero es como si la conversación anulara la distancia y el tiempo sin verse, pues comparten gestos, se ríen de las mismas cosas y cuando hablan se ven jóvenes, demasiado jóvenes, como niñitos a los que les cuelgan las mangas del uniforme del kínder, encorvados bajo una mochila demasiado pesada, como adolescentes tratando de mantener la compostura en una oficina. Toma la llamada en la puerta del edificio y sigue caminando apresuradamente hacia el supermercado. Saluda a su amigo: 

—¡Ese mi Lópex! 

—¡Mi Lic. Aguas! —le responde (le dicen así, Lic. Aguas, porque su nombre es Maximiliano Atzin Briones y una mañana, cuando el aula universitaria estaba sumida en el silencio marcial del pase de lista, a la maestra de Pluralismo Jurídico se le ocurrió explicar que ese era un apellido muy bonito porque en náhuatl atzin significa “agua pequeña, agüita”; a partir de entonces sus compañeros y futuros colegas comenzaron a conocerlo como El Aguas. Ya se veía desde ahí la simpatía y respeto que le tenían, porque nunca le dijeron El Agüita y luego, cuando todos se graduaron, le respetaron el grado académico en el apodo). 

—École. 

—Quiubo, amigo, estás todo guapo… cada vez más guapo —evidentemente se trata de un halago sin fundamen-to, pues no lo ha visto en varios años ni tan siquiera en fo-tografías, y Lópex no usa redes sociales. 

—No sé por qué será… —responde el Lic. Aguas sin-cera e injustificadamente chiveado. 

—Todo hermoso… 

—… porque siempre he sido feo. 

—Yo en la secundaria era horrible. 

—No, amigo, eso no puede ser, eras alto y fornido… 

—¡Tenía granos y olía mal! Siempre he tenido la cara muy grande y en ese entonces la tenía gigante y con peina-do de los hermanos Hanson. Ni un pedo me tiraba. 

—Sí estás cabrón, pero yo era peor. Barrigoncito, medio bizco, todo blanco con ojeras, tenía un bigotito pitero que me dejé crecer quién sabe por qué y peinado lacio de lado. Fatal. Luego me dio por recortarme el bigotito a la mitad horizontal, como si hubiera tomado chocomilk, como chicano. Una pesadilla. 

—No mames, me hubiera gustado conocerte en la secundaria. 

—¡Wey, no mames, hay unos perros pegados! —informa Lópex. 

—Qué horrible… I

—¡Le están ladrando y lanzando la mordida a una señora, así pegados y todo! 

En ese momento pasa una chica por el estacionamiento del supermercado. El Lic. Aguas se le queda viendo y ella le devuelve la mirada abiertamente. Trae el pelo suelto, chino, muy negro y largo. Le sonríe levemente mientras habla, se siente confiado en que hoy se ve bien, decidió dejar el saco y trae una buena camisa arremangada más arriba de los codos, unos pantalones con buen corte, ajustados, apropiados para el despacho, y no se peinó con gel sino con una cera norteamericana que al parecer es fabricada desde que los vaqueros ganaban el Oeste. Además, va hablando por teléfono a gritos, algo que él, como es abogado, considera que en esta época dejada de la mano del buen gusto es el equivalente de fumar. 

—La otra vez me dijo un europeo que los humanos también se pueden quedar pegados —comenta Lópex. 

—No mames, no, imposible —responde el Lic. Aguas, conteniendo sus palabras porque la china camina casual-mente junto a él por el pasillo de las verduras. 

—Yo digo que sí se puede. No como los perros, pero seguro que hay circunstancias especiales… 

Lópex expone entonces una serie de argumentos anatómicos que podrían sonar bastante convincentes, pero el Lic. Aguas no se deja engañar, sabe que Lópex está deformando la realidad a su conveniencia. Sin embargo, no le repone nada porque la chica de la melena sigue muy cerca de él, acompasando el paso para mantenerse a su altura por el pasillo de los vinos y licores, y no quiere romper el encanto hablando de órganos sexuales hinchados, atascados en una sopa de placer y desesperación. Mejor cambia de tema. 

—¿Qué estás haciendo?

—Voy por hielos. 

—¿Y eso? 

—Estoy a medio tour pero a una alemana ya le está dando un golpe de calor, voy aquí con los de los raspados a que me den escarcha para ponerle una toalla fría… 

—Vas por hielitos para refrescar a tus gringuitos porque no aguantan un paseíto por el centro del tercer mundo —le dice engolosinando la voz con exagerada ternura como si hablara de infantes—. No manches, diles que el calor es normal en el infierno, eso es lo de menos… 

—¿Y tú, estás en el despacho? —lo ataja Lópex. 

—Nel. Salí al súper. 

—¡Ah! Por eso andas tan mesurado con tu lenguaje… 

—Estoy en un lugar fino. No puedo decir mamarracheces… 

De hecho, está en la zona más exclusiva de la ciudad, Río Mayo. Cuernavaca es en ese sentido contradictoria, pues es la capital del séptimo estado más pobre del país pero tiene la canasta básica más cara a nivel nacional. Existen muchos negocios de mucho lujo, pero uno de los lugares más caros es un supermercado, ubicado en una zona habitada por judíos millonarios. Abundan por ahí las amas de casa adineradas y las profesionistas que laboran en las oficinas cercanas quienes, como el Lic. Aguas, se esmeran desmedidamente en su apariencia para no desentonar con los ricos. 

—Qué envidia que trabajes junto a un súper, puedes comprar comida cuando quieras. —Ese es exactamente el problema. Estoy muy gordo ya. De hecho, ahora mismo estoy en un predicamento: voy a comprar pan, pero tengo en una mano un libro y en la otra el celular. No puedo sostener la charola y usar las pinzas. 

No quiero, pero te tengo que colgar. 

—Está bien, yo tengo que apurarme, no quiero que se desmaye ninguna gringa. 

—Adiós. 

Cuelga y se queda sonriendo porque siempre que habla con su amigo siente una felicidad absoluta. Pero en seguida se le olvida y la sonrisa desaparece. Él cree que esas llamadas son intrascendentes, pero de hecho son los pocos momentos en los que sonríe de manera franca y espontánea, no como cuando tiene que agradarles a los clientes o cuando busca ser coqueto con las mujeres. Se sienta en una de las mesitas de la cafetería del supermercado, pide un americano y se dispone a leer durante los cuarenta minutos que le quedan de libertad.

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¿Cuándo se presentará la novela Acequia en México?

El autor Amaury René Sánchez Colmenares presentará la novela el miércoles 12 de diciembre a las 5pm en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano, en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

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2024
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"Esta novela presenta una enorme diversidad de miradas, historias y personajes que confluyen en la verdadera protagonista, la ciudad mexicana de la eterna primavera: Cuernavaca": Ediciones Antílope.

El Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas, impulsado por la Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Nueva York y las editoriales: Laguna Libros (Colombia), Hueders (Chile), Peso pluma (Perú), Sigilo (Argentina), Dum Dum (Bolivia), Severo (Ecuador), Hum (Uruguay), Las afueras (España), Antílope (México) y Chatos Inhumanos (Estados Unidos) eligió a Acequia, del escritor mexicano Amaury René Sánchez Colmenares (Ciudad de México, 1986), como la historia ganadora de la primera edición del premio, aquí publicamos un adelanto con la autorización de Ediciones Antílope.

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Pareciera que Cuernavaca fue diseñada con trampantojos: ninguna calle es recta, están todas llenas de caprichosas curvas, aunque sean muy discretas, muchas son tan empinadas que de lejos parecen paredes o abruptas caídas al vacío, y esto da la sensación de que las distancias son muy cortas; es habitual que la gente se pierda creyendo que las calles paralelas se conectan mediante las perpendiculares y que al tratar de regresar a una avenida principal mediante una callejuela lleguen más bien a otra colonia. Y es que la ciudad, asentada en el lomerío de las faldas de la sierra del Chichinautzin, está surcada por ciento cincuenta barrancas y cañadas y ha crecido sorteando el vacío. 

La gente no tiene por qué tomar a bien una broma. No están obligados. Es cruel decir la verdad (una verdad no pedida) disfrazada de oveja. Los chistes son lobos disfrazados de ovejas, la carcajada el resultado de la revelación de los colmillos. Sonreír es mostrar el cráneo. La intención no es lo que cuenta. Nunca. 

Es una mujer inteligente, aunque no tenga un gran bagaje cultural. Es de esas personas que caminan con un mismo gesto invariable, como si las plantas se pudieran desplazar sin renunciar al variado silencio de sus flores. 

Hay personas flores, hay personas fruto. Ella es más bien una hoja. Una hoja que cae. El silencio de la hoja cuando toca el suelo. Se llama Julieta Lucía Pensamiento Borges y odia ese bobo juego de palabras de su nombre (Lucía Pensamiento). Su padre era viverista. Su madre provenía de una familia de jardineros. A ella le gustaba correr entre las ramas, sobre todo en las tardes. Le gustaba ver cómo se mojaban y goteaban los árboles bebé, como llamaba a los retoños. Aunque en su familia conocieron periodos de prosperidad, siempre sufrieron quebrantos económicos. Su madre murió cuando Lucía era chica y su padre pasó largos años enfermo, postrado en cama hasta el final de su vida, intoxicado por los químicos con los que procuró el bienestar de las plantas. 

Virgen del Naufragio, Nuestra Señora de Altamar, Fragmentaria Milagrosa, Náutica Prodigiosa… la patrona del puerto de la Bahía de Luminaria ha sido nombrada de muchas maneras a lo largo de su historia pues su misterio es perpetuo y sigue en curso. 

Es la hora de su descanso matutino y el Lic. Aguas decide ir al supermercado de junto para buscar algo de comer. Se levanta de la silla y se aleja de su cubículo. Suena el celular y al ver que la llamada es de su amigo Lópex Moctezuma baja a toda velocidad las escaleras, perdiendo por completo la compostura, y corre por el lobby hasta salir del Despacho Jurídico Ahorcado & Paniagua. 

No quiere contestar adentro porque la conversación suele ser “inapropiada y poco profesional” (como le señalaron ya alguna vez sus jefes, cuando oyeron las barbaridades que decía a gritos), pero tampoco quiere colgar o hacer esperar más a su amigo. Fueron inseparables en la universidad y desde entonces mantienen una estrecha amistad; aunque viven en la misma ciudad y hablan por teléfono todos los días y a todas horas, la última vez que se vieron en persona fue hace tres años. Como si creyeran que es mejor así, porque su apariencia no podría ser más contrastante: uno flaco y fachoso, con sus brazos musculosos y sus tatuajes de flores; el otro, barrigón, enfundado en un elegante traje azul, el rostro acaparado por sus lentes de armazón de carey (verdadero, cruel y políticamente incorrecto carey) como un marco exagerado para hacer protagónico su ligero estrabismo. Pero es como si la conversación anulara la distancia y el tiempo sin verse, pues comparten gestos, se ríen de las mismas cosas y cuando hablan se ven jóvenes, demasiado jóvenes, como niñitos a los que les cuelgan las mangas del uniforme del kínder, encorvados bajo una mochila demasiado pesada, como adolescentes tratando de mantener la compostura en una oficina. Toma la llamada en la puerta del edificio y sigue caminando apresuradamente hacia el supermercado. Saluda a su amigo: 

—¡Ese mi Lópex! 

—¡Mi Lic. Aguas! —le responde (le dicen así, Lic. Aguas, porque su nombre es Maximiliano Atzin Briones y una mañana, cuando el aula universitaria estaba sumida en el silencio marcial del pase de lista, a la maestra de Pluralismo Jurídico se le ocurrió explicar que ese era un apellido muy bonito porque en náhuatl atzin significa “agua pequeña, agüita”; a partir de entonces sus compañeros y futuros colegas comenzaron a conocerlo como El Aguas. Ya se veía desde ahí la simpatía y respeto que le tenían, porque nunca le dijeron El Agüita y luego, cuando todos se graduaron, le respetaron el grado académico en el apodo). 

—École. 

—Quiubo, amigo, estás todo guapo… cada vez más guapo —evidentemente se trata de un halago sin fundamen-to, pues no lo ha visto en varios años ni tan siquiera en fo-tografías, y Lópex no usa redes sociales. 

—No sé por qué será… —responde el Lic. Aguas sin-cera e injustificadamente chiveado. 

—Todo hermoso… 

—… porque siempre he sido feo. 

—Yo en la secundaria era horrible. 

—No, amigo, eso no puede ser, eras alto y fornido… 

—¡Tenía granos y olía mal! Siempre he tenido la cara muy grande y en ese entonces la tenía gigante y con peina-do de los hermanos Hanson. Ni un pedo me tiraba. 

—Sí estás cabrón, pero yo era peor. Barrigoncito, medio bizco, todo blanco con ojeras, tenía un bigotito pitero que me dejé crecer quién sabe por qué y peinado lacio de lado. Fatal. Luego me dio por recortarme el bigotito a la mitad horizontal, como si hubiera tomado chocomilk, como chicano. Una pesadilla. 

—No mames, me hubiera gustado conocerte en la secundaria. 

—¡Wey, no mames, hay unos perros pegados! —informa Lópex. 

—Qué horrible… I

—¡Le están ladrando y lanzando la mordida a una señora, así pegados y todo! 

En ese momento pasa una chica por el estacionamiento del supermercado. El Lic. Aguas se le queda viendo y ella le devuelve la mirada abiertamente. Trae el pelo suelto, chino, muy negro y largo. Le sonríe levemente mientras habla, se siente confiado en que hoy se ve bien, decidió dejar el saco y trae una buena camisa arremangada más arriba de los codos, unos pantalones con buen corte, ajustados, apropiados para el despacho, y no se peinó con gel sino con una cera norteamericana que al parecer es fabricada desde que los vaqueros ganaban el Oeste. Además, va hablando por teléfono a gritos, algo que él, como es abogado, considera que en esta época dejada de la mano del buen gusto es el equivalente de fumar. 

—La otra vez me dijo un europeo que los humanos también se pueden quedar pegados —comenta Lópex. 

—No mames, no, imposible —responde el Lic. Aguas, conteniendo sus palabras porque la china camina casual-mente junto a él por el pasillo de las verduras. 

—Yo digo que sí se puede. No como los perros, pero seguro que hay circunstancias especiales… 

Lópex expone entonces una serie de argumentos anatómicos que podrían sonar bastante convincentes, pero el Lic. Aguas no se deja engañar, sabe que Lópex está deformando la realidad a su conveniencia. Sin embargo, no le repone nada porque la chica de la melena sigue muy cerca de él, acompasando el paso para mantenerse a su altura por el pasillo de los vinos y licores, y no quiere romper el encanto hablando de órganos sexuales hinchados, atascados en una sopa de placer y desesperación. Mejor cambia de tema. 

—¿Qué estás haciendo?

—Voy por hielos. 

—¿Y eso? 

—Estoy a medio tour pero a una alemana ya le está dando un golpe de calor, voy aquí con los de los raspados a que me den escarcha para ponerle una toalla fría… 

—Vas por hielitos para refrescar a tus gringuitos porque no aguantan un paseíto por el centro del tercer mundo —le dice engolosinando la voz con exagerada ternura como si hablara de infantes—. No manches, diles que el calor es normal en el infierno, eso es lo de menos… 

—¿Y tú, estás en el despacho? —lo ataja Lópex. 

—Nel. Salí al súper. 

—¡Ah! Por eso andas tan mesurado con tu lenguaje… 

—Estoy en un lugar fino. No puedo decir mamarracheces… 

De hecho, está en la zona más exclusiva de la ciudad, Río Mayo. Cuernavaca es en ese sentido contradictoria, pues es la capital del séptimo estado más pobre del país pero tiene la canasta básica más cara a nivel nacional. Existen muchos negocios de mucho lujo, pero uno de los lugares más caros es un supermercado, ubicado en una zona habitada por judíos millonarios. Abundan por ahí las amas de casa adineradas y las profesionistas que laboran en las oficinas cercanas quienes, como el Lic. Aguas, se esmeran desmedidamente en su apariencia para no desentonar con los ricos. 

—Qué envidia que trabajes junto a un súper, puedes comprar comida cuando quieras. —Ese es exactamente el problema. Estoy muy gordo ya. De hecho, ahora mismo estoy en un predicamento: voy a comprar pan, pero tengo en una mano un libro y en la otra el celular. No puedo sostener la charola y usar las pinzas. 

No quiero, pero te tengo que colgar. 

—Está bien, yo tengo que apurarme, no quiero que se desmaye ninguna gringa. 

—Adiós. 

Cuelga y se queda sonriendo porque siempre que habla con su amigo siente una felicidad absoluta. Pero en seguida se le olvida y la sonrisa desaparece. Él cree que esas llamadas son intrascendentes, pero de hecho son los pocos momentos en los que sonríe de manera franca y espontánea, no como cuando tiene que agradarles a los clientes o cuando busca ser coqueto con las mujeres. Se sienta en una de las mesitas de la cafetería del supermercado, pide un americano y se dispone a leer durante los cuarenta minutos que le quedan de libertad.

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¿Cuándo se presentará la novela Acequia en México?

El autor Amaury René Sánchez Colmenares presentará la novela el miércoles 12 de diciembre a las 5pm en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano, en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

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"Acequia" será publicada por diez editoriales participantes, llevándola a una audiencia internacional y asegurando distribución entre Latinoamérica, España y Estados Unidos.

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<i>Acequia</i>, adelanto del Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas de la FILNYC

11
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Tiempo de Lectura: 00 min

"Esta novela presenta una enorme diversidad de miradas, historias y personajes que confluyen en la verdadera protagonista, la ciudad mexicana de la eterna primavera: Cuernavaca": Ediciones Antílope.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

El Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas, impulsado por la Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Nueva York y las editoriales: Laguna Libros (Colombia), Hueders (Chile), Peso pluma (Perú), Sigilo (Argentina), Dum Dum (Bolivia), Severo (Ecuador), Hum (Uruguay), Las afueras (España), Antílope (México) y Chatos Inhumanos (Estados Unidos) eligió a Acequia, del escritor mexicano Amaury René Sánchez Colmenares (Ciudad de México, 1986), como la historia ganadora de la primera edición del premio, aquí publicamos un adelanto con la autorización de Ediciones Antílope.

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Pareciera que Cuernavaca fue diseñada con trampantojos: ninguna calle es recta, están todas llenas de caprichosas curvas, aunque sean muy discretas, muchas son tan empinadas que de lejos parecen paredes o abruptas caídas al vacío, y esto da la sensación de que las distancias son muy cortas; es habitual que la gente se pierda creyendo que las calles paralelas se conectan mediante las perpendiculares y que al tratar de regresar a una avenida principal mediante una callejuela lleguen más bien a otra colonia. Y es que la ciudad, asentada en el lomerío de las faldas de la sierra del Chichinautzin, está surcada por ciento cincuenta barrancas y cañadas y ha crecido sorteando el vacío. 

La gente no tiene por qué tomar a bien una broma. No están obligados. Es cruel decir la verdad (una verdad no pedida) disfrazada de oveja. Los chistes son lobos disfrazados de ovejas, la carcajada el resultado de la revelación de los colmillos. Sonreír es mostrar el cráneo. La intención no es lo que cuenta. Nunca. 

Es una mujer inteligente, aunque no tenga un gran bagaje cultural. Es de esas personas que caminan con un mismo gesto invariable, como si las plantas se pudieran desplazar sin renunciar al variado silencio de sus flores. 

Hay personas flores, hay personas fruto. Ella es más bien una hoja. Una hoja que cae. El silencio de la hoja cuando toca el suelo. Se llama Julieta Lucía Pensamiento Borges y odia ese bobo juego de palabras de su nombre (Lucía Pensamiento). Su padre era viverista. Su madre provenía de una familia de jardineros. A ella le gustaba correr entre las ramas, sobre todo en las tardes. Le gustaba ver cómo se mojaban y goteaban los árboles bebé, como llamaba a los retoños. Aunque en su familia conocieron periodos de prosperidad, siempre sufrieron quebrantos económicos. Su madre murió cuando Lucía era chica y su padre pasó largos años enfermo, postrado en cama hasta el final de su vida, intoxicado por los químicos con los que procuró el bienestar de las plantas. 

Virgen del Naufragio, Nuestra Señora de Altamar, Fragmentaria Milagrosa, Náutica Prodigiosa… la patrona del puerto de la Bahía de Luminaria ha sido nombrada de muchas maneras a lo largo de su historia pues su misterio es perpetuo y sigue en curso. 

Es la hora de su descanso matutino y el Lic. Aguas decide ir al supermercado de junto para buscar algo de comer. Se levanta de la silla y se aleja de su cubículo. Suena el celular y al ver que la llamada es de su amigo Lópex Moctezuma baja a toda velocidad las escaleras, perdiendo por completo la compostura, y corre por el lobby hasta salir del Despacho Jurídico Ahorcado & Paniagua. 

No quiere contestar adentro porque la conversación suele ser “inapropiada y poco profesional” (como le señalaron ya alguna vez sus jefes, cuando oyeron las barbaridades que decía a gritos), pero tampoco quiere colgar o hacer esperar más a su amigo. Fueron inseparables en la universidad y desde entonces mantienen una estrecha amistad; aunque viven en la misma ciudad y hablan por teléfono todos los días y a todas horas, la última vez que se vieron en persona fue hace tres años. Como si creyeran que es mejor así, porque su apariencia no podría ser más contrastante: uno flaco y fachoso, con sus brazos musculosos y sus tatuajes de flores; el otro, barrigón, enfundado en un elegante traje azul, el rostro acaparado por sus lentes de armazón de carey (verdadero, cruel y políticamente incorrecto carey) como un marco exagerado para hacer protagónico su ligero estrabismo. Pero es como si la conversación anulara la distancia y el tiempo sin verse, pues comparten gestos, se ríen de las mismas cosas y cuando hablan se ven jóvenes, demasiado jóvenes, como niñitos a los que les cuelgan las mangas del uniforme del kínder, encorvados bajo una mochila demasiado pesada, como adolescentes tratando de mantener la compostura en una oficina. Toma la llamada en la puerta del edificio y sigue caminando apresuradamente hacia el supermercado. Saluda a su amigo: 

—¡Ese mi Lópex! 

—¡Mi Lic. Aguas! —le responde (le dicen así, Lic. Aguas, porque su nombre es Maximiliano Atzin Briones y una mañana, cuando el aula universitaria estaba sumida en el silencio marcial del pase de lista, a la maestra de Pluralismo Jurídico se le ocurrió explicar que ese era un apellido muy bonito porque en náhuatl atzin significa “agua pequeña, agüita”; a partir de entonces sus compañeros y futuros colegas comenzaron a conocerlo como El Aguas. Ya se veía desde ahí la simpatía y respeto que le tenían, porque nunca le dijeron El Agüita y luego, cuando todos se graduaron, le respetaron el grado académico en el apodo). 

—École. 

—Quiubo, amigo, estás todo guapo… cada vez más guapo —evidentemente se trata de un halago sin fundamen-to, pues no lo ha visto en varios años ni tan siquiera en fo-tografías, y Lópex no usa redes sociales. 

—No sé por qué será… —responde el Lic. Aguas sin-cera e injustificadamente chiveado. 

—Todo hermoso… 

—… porque siempre he sido feo. 

—Yo en la secundaria era horrible. 

—No, amigo, eso no puede ser, eras alto y fornido… 

—¡Tenía granos y olía mal! Siempre he tenido la cara muy grande y en ese entonces la tenía gigante y con peina-do de los hermanos Hanson. Ni un pedo me tiraba. 

—Sí estás cabrón, pero yo era peor. Barrigoncito, medio bizco, todo blanco con ojeras, tenía un bigotito pitero que me dejé crecer quién sabe por qué y peinado lacio de lado. Fatal. Luego me dio por recortarme el bigotito a la mitad horizontal, como si hubiera tomado chocomilk, como chicano. Una pesadilla. 

—No mames, me hubiera gustado conocerte en la secundaria. 

—¡Wey, no mames, hay unos perros pegados! —informa Lópex. 

—Qué horrible… I

—¡Le están ladrando y lanzando la mordida a una señora, así pegados y todo! 

En ese momento pasa una chica por el estacionamiento del supermercado. El Lic. Aguas se le queda viendo y ella le devuelve la mirada abiertamente. Trae el pelo suelto, chino, muy negro y largo. Le sonríe levemente mientras habla, se siente confiado en que hoy se ve bien, decidió dejar el saco y trae una buena camisa arremangada más arriba de los codos, unos pantalones con buen corte, ajustados, apropiados para el despacho, y no se peinó con gel sino con una cera norteamericana que al parecer es fabricada desde que los vaqueros ganaban el Oeste. Además, va hablando por teléfono a gritos, algo que él, como es abogado, considera que en esta época dejada de la mano del buen gusto es el equivalente de fumar. 

—La otra vez me dijo un europeo que los humanos también se pueden quedar pegados —comenta Lópex. 

—No mames, no, imposible —responde el Lic. Aguas, conteniendo sus palabras porque la china camina casual-mente junto a él por el pasillo de las verduras. 

—Yo digo que sí se puede. No como los perros, pero seguro que hay circunstancias especiales… 

Lópex expone entonces una serie de argumentos anatómicos que podrían sonar bastante convincentes, pero el Lic. Aguas no se deja engañar, sabe que Lópex está deformando la realidad a su conveniencia. Sin embargo, no le repone nada porque la chica de la melena sigue muy cerca de él, acompasando el paso para mantenerse a su altura por el pasillo de los vinos y licores, y no quiere romper el encanto hablando de órganos sexuales hinchados, atascados en una sopa de placer y desesperación. Mejor cambia de tema. 

—¿Qué estás haciendo?

—Voy por hielos. 

—¿Y eso? 

—Estoy a medio tour pero a una alemana ya le está dando un golpe de calor, voy aquí con los de los raspados a que me den escarcha para ponerle una toalla fría… 

—Vas por hielitos para refrescar a tus gringuitos porque no aguantan un paseíto por el centro del tercer mundo —le dice engolosinando la voz con exagerada ternura como si hablara de infantes—. No manches, diles que el calor es normal en el infierno, eso es lo de menos… 

—¿Y tú, estás en el despacho? —lo ataja Lópex. 

—Nel. Salí al súper. 

—¡Ah! Por eso andas tan mesurado con tu lenguaje… 

—Estoy en un lugar fino. No puedo decir mamarracheces… 

De hecho, está en la zona más exclusiva de la ciudad, Río Mayo. Cuernavaca es en ese sentido contradictoria, pues es la capital del séptimo estado más pobre del país pero tiene la canasta básica más cara a nivel nacional. Existen muchos negocios de mucho lujo, pero uno de los lugares más caros es un supermercado, ubicado en una zona habitada por judíos millonarios. Abundan por ahí las amas de casa adineradas y las profesionistas que laboran en las oficinas cercanas quienes, como el Lic. Aguas, se esmeran desmedidamente en su apariencia para no desentonar con los ricos. 

—Qué envidia que trabajes junto a un súper, puedes comprar comida cuando quieras. —Ese es exactamente el problema. Estoy muy gordo ya. De hecho, ahora mismo estoy en un predicamento: voy a comprar pan, pero tengo en una mano un libro y en la otra el celular. No puedo sostener la charola y usar las pinzas. 

No quiero, pero te tengo que colgar. 

—Está bien, yo tengo que apurarme, no quiero que se desmaye ninguna gringa. 

—Adiós. 

Cuelga y se queda sonriendo porque siempre que habla con su amigo siente una felicidad absoluta. Pero en seguida se le olvida y la sonrisa desaparece. Él cree que esas llamadas son intrascendentes, pero de hecho son los pocos momentos en los que sonríe de manera franca y espontánea, no como cuando tiene que agradarles a los clientes o cuando busca ser coqueto con las mujeres. Se sienta en una de las mesitas de la cafetería del supermercado, pide un americano y se dispone a leer durante los cuarenta minutos que le quedan de libertad.

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¿Cuándo se presentará la novela Acequia en México?

El autor Amaury René Sánchez Colmenares presentará la novela el miércoles 12 de diciembre a las 5pm en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano, en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

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