No items found.
No items found.
No items found.
No items found.

Resistir, reconstruir y nombrar, el ethos de <i>No Other Land</i>

Resistir, reconstruir y nombrar, el ethos de <i>No Other Land</i>

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
07
.
03
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Un Oscar ayudó a intensificar el volumen sobre las historias de quienes resisten con valor y dignidad ante la intolerancia fascistoide, pues “las armas de los civiles palestinos son intangibles".

El documental es el género palestino por necesidad. Por obvias razones, en Cisjordania y en Gaza es prácticamente imposible montar una industria cinematográfica que abarque musicales y melodramas íntimos. Conocemos ficciones, claro, de la directora feminista de Líbano, Heiny Srour, o de la estrella contemporánea, Elia Suleiman —un trotamundos sin dirección fija, como lo sugiere su última película, De repente, el paraíso (It Must Be Heaven, 2019)—, pero las condiciones inclinan la balanza hacia el otro lado. Además, hay una coincidencia con las necesidades políticas de los realizadores: el amateurismo propio de cierto cine documental sugiere siempre un testimonio; el género se aprovecha de cuanto se le atraviesa y, a diferencia de la ficción, no crea imágenes, sino que las recoge. Hay, claro, de casos a casos, pero en Palestina no hay de otra: el cine casi siempre se hace para detener el avance de la ocupación israelí.

En 2011 Cinco cámaras rotas (5 Broken Cameras) narró la vida y muerte de cinco aparatos que habían captado durante años los abusos del ejército israelí. La cámara y la imagen son entendidas en aquella película como armas de resistencia contra un enemigo que porta rifles de asalto y los emplea sin mucha consideración. Los teléfonos inteligentes, las redes sociales, las cámaras adquieren en un medio tan adverso, tan necesitado de atención, un carácter completamente distinto al que les damos en países más o menos pacíficos, donde no significan mucho más que mercancías y entretenimiento. Una imagen de No Other Land (2024) nos lo confirma: el activista palestino Basel Adra se planta al lado de un tanque israelí y le apunta con una cámara, como si fuera capaz de destruirlo con ella. Los cínicos dirán que de nada sirve, que mejor debería apuntar un lanzacohetes; tal vez le aconsejarían rendirse, pero la película tiene como uno de sus temas principales el objetivo fundamental de la cámara y la imagen: demostrar la existencia de las cosas. 

No Other Land narra el despojo que padecen los pueblos en la región de Masafer Yatta, en Cisjordania. Durante décadas, el gobierno israelí, el ejército y los colonos han querido apropiarse de estos territorios —como de tantos otros—, pero la gente resiste. La manera más elemental y documentada en la película es la reconstrucción de todo lo que van derribando los israelíes: si en el día llegan con bulldozers a tirar casas, gallineros y hasta escuelas, en las noches la gente sale a reconstruir los edificios. Es por esta razón que la arquitectura local consiste de enormes cajas grises: la estética —o su ausencia, más bien— es resultado de la lucha, pero esta fealdad es también simbólica de un deseo existencial. La voz de Basel, codirector de la película junto con Hamdan Ballal, Rachel Szor y su coprotagonista, Yuval Abraham, narra al comienzo que los pueblos de la región están catalogados en mapas que datan del siglo XIX, aunque los israelíes lo niegan y aseguran que es la gente palestina la que ha invadido su sacrosanto campo de entrenamiento. 

Te recomendamos leer: Oscar 2025: Una temporada más de inclusión maltrecha

No Other Land (2024) tiene como uno de sus temas principales el objetivo fundamental de la cámara y la imagen: demostrar la existencia de las cosas. 

Insisto: si el cine sirve para demostrar la realidad de los objetos y los lugares, de los fenómenos, apuntarle una cámara a un tanque es demostrar como tangible la invasión, el abuso de la fuerza, para que el mundo las juzgue. En otra escena, una niña empieza a enumerar todo cuanto hay: “¡Tenemos montaña, existe; tenemos pasto, existe; tenemos un gallinero, existe; tenemos casa, existe!”. Este no es solo el juego de una inocente, sino una expresión de lo que me atrevería a llamar resistencia epistémica: nombrar las cosas, registrarlas y compartir su imagen aunque hayan sido arrasadas o negadas, demuestra su realidad y se convierte en una posibilidad de impedir que los opresores las borren. El control de la información y los hechos es parte de las tácticas israelíes para adueñarse de Masafer Yatta y lo vemos en algunos segmentos de la película, en los que Yuval, un activista israelí en favor de los derechos palestinos, es silenciado por sus compatriotas, quienes sostienen la versión falsa de que Masafer Yatta siempre ha sido territorio suyo. Ante los dichos de los colonos, solo quedan los hechos que aporta la cámara.

Entre las varias formas de metraje que atraviesan la pantalla (videos de redes, imágenes de noticieros, las filmaciones de los directores), hay una que demuestra particularmente la fuerza de las imágenes: un video del exprimer ministro británico Tony Blair, de visita en el pueblo de Basel, demuestra cómo, primero, las imágenes lo atrajeron, y luego, cómo las fotografías y videos de su presencia lograron que se detuvieran las operaciones israelíes de despojo en la zona. “Esta es una historia de poder”, dice Basel, convencido de que el activismo de su padre y el suyo pueden salvar a su pueblo. 

Te podría interesar: "El brutalista", de Brady Corbet: propaganda y rancia melancolía

A pesar de estas ideas sobre lo visible, No Other Land no es una película filosófica, como lo fue el ensayo de Jean-Luc Godard y Anne-Marie Miéville sobre la resistencia palestina, Ici et ailleurs (1976), que reflexionaba directamente sobre el papel del cineasta-testigo, sobre la comodidad de ver una película sobre algo que no nos afecta y sobre las limitaciones del cine para salvar vidas. No Other Land es cine activista, periodístico, cuyas ideas están implícitas en las imágenes y en la sucesión de unas y otras, que captan al ejército israelí despojando y disparándole a los habitantes de Masafer Yatta. Las figuras grises, autoritarias, describen sin necesidad de manipulación o narración lo que significa convivir con una nación fascistoide y decidida a la reconquista de lo que nunca fue suyo. También hay niños que lloran y una madre que reza por que su hijo, paralizado por una bala israelí, abandone su cuerpo y, con ello, el dolor. 

La manera más elemental y documentada en la película es la reconstrucción de todo lo que van derribando los israelíes: si en el día llegan con bulldozers a tirar casas, gallineros y hasta escuelas, en las noches la gente sale a reconstruir los edificios.

La vida, sin embargo, es más extensa que el sufrimiento, y No Other Land se permite toda variedad de tonos al observar otra arma a disposición de los civiles palestinos: la ligereza. A la mañana siguiente de que una patrulla israelí es enviada para capturar a Basel, su familia se burla: normalmente es un perezoso pero en esta ocasión se levantó en segundos. A menudo la gente ve con calma a los israelíes destrozando sus edificios porque saben que en la noche volverán a levantarlos. Entretanto, viven en cuevas sin padecerlo demasiado. Las rutinas de una abuela y su nieta se sostienen en medio del desahucio; también las clases y los recreos, porque hay que vivir en respuesta a quienes pretenden negar ese derecho. Las armas de los civiles palestinos son intangibles: se llevan dentro, no matan. 

No Other Land no solo documenta lo que se soporta, lo que se cae, sino también lo que brota entre los escombros. Basel y Yuval tienen una amistad desequilibrada: el primero, palestino, no puede preocuparse mucho por empezar una familia; el israelí tampoco, al trabajar como periodista en una zona de conflicto, pero Yuval podría parar en algún momento si lo quisiera. Su sonrisa desaparece en un segundo cuando, después de contarle a Basel que se va unos días para visitar a su madre, su amigo le responde que él no puede salir de Cisjordania. A lo largo de la película vemos cómo va creciendo la conciencia de Yuval, que parece ansioso por lograr un cambio. Basel se molesta en una plática tensa porque considera a la prisa un lujo. Paciencia, le recomienda. Yuval y Basel también están separados por diferencias de clase y se ve cuando trabajan en las reconstrucciones nocturnas: Yuval no tiene experiencia ni fuerza para el trabajo físico. Su amigo, en cambio, pagó la universidad mediante la albañilería. Si bien hay cierta desesperanza incrustada en estas diferencias que impiden a los amigos comprenderse del todo, la constancia de Yuval para ganarse el aprecio de la comunidad (varios le insisten en que pueden ser su familia y sus amigos quienes los expulsen a ellos, pero él no se molesta) y la comprensión de Basel sugieren la posibilidad, al menos, de convivir. Ambos quieren lo mismo y, si triunfan o fracasan, será juntos.

No Other Land no es sentimental; su apego a los hechos la hace emotiva en ocasiones, pero no busca la esperanza o la inspiración. Como imagen cinematográfica que es y que entiende ser, solo busca mostrar lo visto por sus cuatro realizadores: un catálogo de crueldad y también uno de valentía cotidiana; de jornadas de brutalidad y paciencia que hacen de este evento tan lejano un hecho que se desenvuelve frente a nosotros. Estamos aquí, no allá, parafraseando a Godard y Miéville; también Yuval, que estando presente no está del todo en Cisjordania. El cine quizá no pueda cerrar las distancias como quisiera, pero reproduce una mirada y nos pone durante cada plano en la perspectiva de quienes sufren. 

¿Dónde está exhibida No Other Land en México?

No Other Land puede verse en la Cineteca Nacional y en salas selectas en todo el país. 

{{ linea }}

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Resistir, reconstruir y nombrar, el ethos de <i>No Other Land</i>

Resistir, reconstruir y nombrar, el ethos de <i>No Other Land</i>

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
07
.
03
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Un Oscar ayudó a intensificar el volumen sobre las historias de quienes resisten con valor y dignidad ante la intolerancia fascistoide, pues “las armas de los civiles palestinos son intangibles".

El documental es el género palestino por necesidad. Por obvias razones, en Cisjordania y en Gaza es prácticamente imposible montar una industria cinematográfica que abarque musicales y melodramas íntimos. Conocemos ficciones, claro, de la directora feminista de Líbano, Heiny Srour, o de la estrella contemporánea, Elia Suleiman —un trotamundos sin dirección fija, como lo sugiere su última película, De repente, el paraíso (It Must Be Heaven, 2019)—, pero las condiciones inclinan la balanza hacia el otro lado. Además, hay una coincidencia con las necesidades políticas de los realizadores: el amateurismo propio de cierto cine documental sugiere siempre un testimonio; el género se aprovecha de cuanto se le atraviesa y, a diferencia de la ficción, no crea imágenes, sino que las recoge. Hay, claro, de casos a casos, pero en Palestina no hay de otra: el cine casi siempre se hace para detener el avance de la ocupación israelí.

En 2011 Cinco cámaras rotas (5 Broken Cameras) narró la vida y muerte de cinco aparatos que habían captado durante años los abusos del ejército israelí. La cámara y la imagen son entendidas en aquella película como armas de resistencia contra un enemigo que porta rifles de asalto y los emplea sin mucha consideración. Los teléfonos inteligentes, las redes sociales, las cámaras adquieren en un medio tan adverso, tan necesitado de atención, un carácter completamente distinto al que les damos en países más o menos pacíficos, donde no significan mucho más que mercancías y entretenimiento. Una imagen de No Other Land (2024) nos lo confirma: el activista palestino Basel Adra se planta al lado de un tanque israelí y le apunta con una cámara, como si fuera capaz de destruirlo con ella. Los cínicos dirán que de nada sirve, que mejor debería apuntar un lanzacohetes; tal vez le aconsejarían rendirse, pero la película tiene como uno de sus temas principales el objetivo fundamental de la cámara y la imagen: demostrar la existencia de las cosas. 

No Other Land narra el despojo que padecen los pueblos en la región de Masafer Yatta, en Cisjordania. Durante décadas, el gobierno israelí, el ejército y los colonos han querido apropiarse de estos territorios —como de tantos otros—, pero la gente resiste. La manera más elemental y documentada en la película es la reconstrucción de todo lo que van derribando los israelíes: si en el día llegan con bulldozers a tirar casas, gallineros y hasta escuelas, en las noches la gente sale a reconstruir los edificios. Es por esta razón que la arquitectura local consiste de enormes cajas grises: la estética —o su ausencia, más bien— es resultado de la lucha, pero esta fealdad es también simbólica de un deseo existencial. La voz de Basel, codirector de la película junto con Hamdan Ballal, Rachel Szor y su coprotagonista, Yuval Abraham, narra al comienzo que los pueblos de la región están catalogados en mapas que datan del siglo XIX, aunque los israelíes lo niegan y aseguran que es la gente palestina la que ha invadido su sacrosanto campo de entrenamiento. 

Te recomendamos leer: Oscar 2025: Una temporada más de inclusión maltrecha

No Other Land (2024) tiene como uno de sus temas principales el objetivo fundamental de la cámara y la imagen: demostrar la existencia de las cosas. 

Insisto: si el cine sirve para demostrar la realidad de los objetos y los lugares, de los fenómenos, apuntarle una cámara a un tanque es demostrar como tangible la invasión, el abuso de la fuerza, para que el mundo las juzgue. En otra escena, una niña empieza a enumerar todo cuanto hay: “¡Tenemos montaña, existe; tenemos pasto, existe; tenemos un gallinero, existe; tenemos casa, existe!”. Este no es solo el juego de una inocente, sino una expresión de lo que me atrevería a llamar resistencia epistémica: nombrar las cosas, registrarlas y compartir su imagen aunque hayan sido arrasadas o negadas, demuestra su realidad y se convierte en una posibilidad de impedir que los opresores las borren. El control de la información y los hechos es parte de las tácticas israelíes para adueñarse de Masafer Yatta y lo vemos en algunos segmentos de la película, en los que Yuval, un activista israelí en favor de los derechos palestinos, es silenciado por sus compatriotas, quienes sostienen la versión falsa de que Masafer Yatta siempre ha sido territorio suyo. Ante los dichos de los colonos, solo quedan los hechos que aporta la cámara.

Entre las varias formas de metraje que atraviesan la pantalla (videos de redes, imágenes de noticieros, las filmaciones de los directores), hay una que demuestra particularmente la fuerza de las imágenes: un video del exprimer ministro británico Tony Blair, de visita en el pueblo de Basel, demuestra cómo, primero, las imágenes lo atrajeron, y luego, cómo las fotografías y videos de su presencia lograron que se detuvieran las operaciones israelíes de despojo en la zona. “Esta es una historia de poder”, dice Basel, convencido de que el activismo de su padre y el suyo pueden salvar a su pueblo. 

Te podría interesar: "El brutalista", de Brady Corbet: propaganda y rancia melancolía

A pesar de estas ideas sobre lo visible, No Other Land no es una película filosófica, como lo fue el ensayo de Jean-Luc Godard y Anne-Marie Miéville sobre la resistencia palestina, Ici et ailleurs (1976), que reflexionaba directamente sobre el papel del cineasta-testigo, sobre la comodidad de ver una película sobre algo que no nos afecta y sobre las limitaciones del cine para salvar vidas. No Other Land es cine activista, periodístico, cuyas ideas están implícitas en las imágenes y en la sucesión de unas y otras, que captan al ejército israelí despojando y disparándole a los habitantes de Masafer Yatta. Las figuras grises, autoritarias, describen sin necesidad de manipulación o narración lo que significa convivir con una nación fascistoide y decidida a la reconquista de lo que nunca fue suyo. También hay niños que lloran y una madre que reza por que su hijo, paralizado por una bala israelí, abandone su cuerpo y, con ello, el dolor. 

La manera más elemental y documentada en la película es la reconstrucción de todo lo que van derribando los israelíes: si en el día llegan con bulldozers a tirar casas, gallineros y hasta escuelas, en las noches la gente sale a reconstruir los edificios.

La vida, sin embargo, es más extensa que el sufrimiento, y No Other Land se permite toda variedad de tonos al observar otra arma a disposición de los civiles palestinos: la ligereza. A la mañana siguiente de que una patrulla israelí es enviada para capturar a Basel, su familia se burla: normalmente es un perezoso pero en esta ocasión se levantó en segundos. A menudo la gente ve con calma a los israelíes destrozando sus edificios porque saben que en la noche volverán a levantarlos. Entretanto, viven en cuevas sin padecerlo demasiado. Las rutinas de una abuela y su nieta se sostienen en medio del desahucio; también las clases y los recreos, porque hay que vivir en respuesta a quienes pretenden negar ese derecho. Las armas de los civiles palestinos son intangibles: se llevan dentro, no matan. 

No Other Land no solo documenta lo que se soporta, lo que se cae, sino también lo que brota entre los escombros. Basel y Yuval tienen una amistad desequilibrada: el primero, palestino, no puede preocuparse mucho por empezar una familia; el israelí tampoco, al trabajar como periodista en una zona de conflicto, pero Yuval podría parar en algún momento si lo quisiera. Su sonrisa desaparece en un segundo cuando, después de contarle a Basel que se va unos días para visitar a su madre, su amigo le responde que él no puede salir de Cisjordania. A lo largo de la película vemos cómo va creciendo la conciencia de Yuval, que parece ansioso por lograr un cambio. Basel se molesta en una plática tensa porque considera a la prisa un lujo. Paciencia, le recomienda. Yuval y Basel también están separados por diferencias de clase y se ve cuando trabajan en las reconstrucciones nocturnas: Yuval no tiene experiencia ni fuerza para el trabajo físico. Su amigo, en cambio, pagó la universidad mediante la albañilería. Si bien hay cierta desesperanza incrustada en estas diferencias que impiden a los amigos comprenderse del todo, la constancia de Yuval para ganarse el aprecio de la comunidad (varios le insisten en que pueden ser su familia y sus amigos quienes los expulsen a ellos, pero él no se molesta) y la comprensión de Basel sugieren la posibilidad, al menos, de convivir. Ambos quieren lo mismo y, si triunfan o fracasan, será juntos.

No Other Land no es sentimental; su apego a los hechos la hace emotiva en ocasiones, pero no busca la esperanza o la inspiración. Como imagen cinematográfica que es y que entiende ser, solo busca mostrar lo visto por sus cuatro realizadores: un catálogo de crueldad y también uno de valentía cotidiana; de jornadas de brutalidad y paciencia que hacen de este evento tan lejano un hecho que se desenvuelve frente a nosotros. Estamos aquí, no allá, parafraseando a Godard y Miéville; también Yuval, que estando presente no está del todo en Cisjordania. El cine quizá no pueda cerrar las distancias como quisiera, pero reproduce una mirada y nos pone durante cada plano en la perspectiva de quienes sufren. 

¿Dónde está exhibida No Other Land en México?

No Other Land puede verse en la Cineteca Nacional y en salas selectas en todo el país. 

{{ linea }}

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Resistir, reconstruir y nombrar, el ethos de <i>No Other Land</i>

Resistir, reconstruir y nombrar, el ethos de <i>No Other Land</i>

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
07
.
03
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Un Oscar ayudó a intensificar el volumen sobre las historias de quienes resisten con valor y dignidad ante la intolerancia fascistoide, pues “las armas de los civiles palestinos son intangibles".

El documental es el género palestino por necesidad. Por obvias razones, en Cisjordania y en Gaza es prácticamente imposible montar una industria cinematográfica que abarque musicales y melodramas íntimos. Conocemos ficciones, claro, de la directora feminista de Líbano, Heiny Srour, o de la estrella contemporánea, Elia Suleiman —un trotamundos sin dirección fija, como lo sugiere su última película, De repente, el paraíso (It Must Be Heaven, 2019)—, pero las condiciones inclinan la balanza hacia el otro lado. Además, hay una coincidencia con las necesidades políticas de los realizadores: el amateurismo propio de cierto cine documental sugiere siempre un testimonio; el género se aprovecha de cuanto se le atraviesa y, a diferencia de la ficción, no crea imágenes, sino que las recoge. Hay, claro, de casos a casos, pero en Palestina no hay de otra: el cine casi siempre se hace para detener el avance de la ocupación israelí.

En 2011 Cinco cámaras rotas (5 Broken Cameras) narró la vida y muerte de cinco aparatos que habían captado durante años los abusos del ejército israelí. La cámara y la imagen son entendidas en aquella película como armas de resistencia contra un enemigo que porta rifles de asalto y los emplea sin mucha consideración. Los teléfonos inteligentes, las redes sociales, las cámaras adquieren en un medio tan adverso, tan necesitado de atención, un carácter completamente distinto al que les damos en países más o menos pacíficos, donde no significan mucho más que mercancías y entretenimiento. Una imagen de No Other Land (2024) nos lo confirma: el activista palestino Basel Adra se planta al lado de un tanque israelí y le apunta con una cámara, como si fuera capaz de destruirlo con ella. Los cínicos dirán que de nada sirve, que mejor debería apuntar un lanzacohetes; tal vez le aconsejarían rendirse, pero la película tiene como uno de sus temas principales el objetivo fundamental de la cámara y la imagen: demostrar la existencia de las cosas. 

No Other Land narra el despojo que padecen los pueblos en la región de Masafer Yatta, en Cisjordania. Durante décadas, el gobierno israelí, el ejército y los colonos han querido apropiarse de estos territorios —como de tantos otros—, pero la gente resiste. La manera más elemental y documentada en la película es la reconstrucción de todo lo que van derribando los israelíes: si en el día llegan con bulldozers a tirar casas, gallineros y hasta escuelas, en las noches la gente sale a reconstruir los edificios. Es por esta razón que la arquitectura local consiste de enormes cajas grises: la estética —o su ausencia, más bien— es resultado de la lucha, pero esta fealdad es también simbólica de un deseo existencial. La voz de Basel, codirector de la película junto con Hamdan Ballal, Rachel Szor y su coprotagonista, Yuval Abraham, narra al comienzo que los pueblos de la región están catalogados en mapas que datan del siglo XIX, aunque los israelíes lo niegan y aseguran que es la gente palestina la que ha invadido su sacrosanto campo de entrenamiento. 

Te recomendamos leer: Oscar 2025: Una temporada más de inclusión maltrecha

No Other Land (2024) tiene como uno de sus temas principales el objetivo fundamental de la cámara y la imagen: demostrar la existencia de las cosas. 

Insisto: si el cine sirve para demostrar la realidad de los objetos y los lugares, de los fenómenos, apuntarle una cámara a un tanque es demostrar como tangible la invasión, el abuso de la fuerza, para que el mundo las juzgue. En otra escena, una niña empieza a enumerar todo cuanto hay: “¡Tenemos montaña, existe; tenemos pasto, existe; tenemos un gallinero, existe; tenemos casa, existe!”. Este no es solo el juego de una inocente, sino una expresión de lo que me atrevería a llamar resistencia epistémica: nombrar las cosas, registrarlas y compartir su imagen aunque hayan sido arrasadas o negadas, demuestra su realidad y se convierte en una posibilidad de impedir que los opresores las borren. El control de la información y los hechos es parte de las tácticas israelíes para adueñarse de Masafer Yatta y lo vemos en algunos segmentos de la película, en los que Yuval, un activista israelí en favor de los derechos palestinos, es silenciado por sus compatriotas, quienes sostienen la versión falsa de que Masafer Yatta siempre ha sido territorio suyo. Ante los dichos de los colonos, solo quedan los hechos que aporta la cámara.

Entre las varias formas de metraje que atraviesan la pantalla (videos de redes, imágenes de noticieros, las filmaciones de los directores), hay una que demuestra particularmente la fuerza de las imágenes: un video del exprimer ministro británico Tony Blair, de visita en el pueblo de Basel, demuestra cómo, primero, las imágenes lo atrajeron, y luego, cómo las fotografías y videos de su presencia lograron que se detuvieran las operaciones israelíes de despojo en la zona. “Esta es una historia de poder”, dice Basel, convencido de que el activismo de su padre y el suyo pueden salvar a su pueblo. 

Te podría interesar: "El brutalista", de Brady Corbet: propaganda y rancia melancolía

A pesar de estas ideas sobre lo visible, No Other Land no es una película filosófica, como lo fue el ensayo de Jean-Luc Godard y Anne-Marie Miéville sobre la resistencia palestina, Ici et ailleurs (1976), que reflexionaba directamente sobre el papel del cineasta-testigo, sobre la comodidad de ver una película sobre algo que no nos afecta y sobre las limitaciones del cine para salvar vidas. No Other Land es cine activista, periodístico, cuyas ideas están implícitas en las imágenes y en la sucesión de unas y otras, que captan al ejército israelí despojando y disparándole a los habitantes de Masafer Yatta. Las figuras grises, autoritarias, describen sin necesidad de manipulación o narración lo que significa convivir con una nación fascistoide y decidida a la reconquista de lo que nunca fue suyo. También hay niños que lloran y una madre que reza por que su hijo, paralizado por una bala israelí, abandone su cuerpo y, con ello, el dolor. 

La manera más elemental y documentada en la película es la reconstrucción de todo lo que van derribando los israelíes: si en el día llegan con bulldozers a tirar casas, gallineros y hasta escuelas, en las noches la gente sale a reconstruir los edificios.

La vida, sin embargo, es más extensa que el sufrimiento, y No Other Land se permite toda variedad de tonos al observar otra arma a disposición de los civiles palestinos: la ligereza. A la mañana siguiente de que una patrulla israelí es enviada para capturar a Basel, su familia se burla: normalmente es un perezoso pero en esta ocasión se levantó en segundos. A menudo la gente ve con calma a los israelíes destrozando sus edificios porque saben que en la noche volverán a levantarlos. Entretanto, viven en cuevas sin padecerlo demasiado. Las rutinas de una abuela y su nieta se sostienen en medio del desahucio; también las clases y los recreos, porque hay que vivir en respuesta a quienes pretenden negar ese derecho. Las armas de los civiles palestinos son intangibles: se llevan dentro, no matan. 

No Other Land no solo documenta lo que se soporta, lo que se cae, sino también lo que brota entre los escombros. Basel y Yuval tienen una amistad desequilibrada: el primero, palestino, no puede preocuparse mucho por empezar una familia; el israelí tampoco, al trabajar como periodista en una zona de conflicto, pero Yuval podría parar en algún momento si lo quisiera. Su sonrisa desaparece en un segundo cuando, después de contarle a Basel que se va unos días para visitar a su madre, su amigo le responde que él no puede salir de Cisjordania. A lo largo de la película vemos cómo va creciendo la conciencia de Yuval, que parece ansioso por lograr un cambio. Basel se molesta en una plática tensa porque considera a la prisa un lujo. Paciencia, le recomienda. Yuval y Basel también están separados por diferencias de clase y se ve cuando trabajan en las reconstrucciones nocturnas: Yuval no tiene experiencia ni fuerza para el trabajo físico. Su amigo, en cambio, pagó la universidad mediante la albañilería. Si bien hay cierta desesperanza incrustada en estas diferencias que impiden a los amigos comprenderse del todo, la constancia de Yuval para ganarse el aprecio de la comunidad (varios le insisten en que pueden ser su familia y sus amigos quienes los expulsen a ellos, pero él no se molesta) y la comprensión de Basel sugieren la posibilidad, al menos, de convivir. Ambos quieren lo mismo y, si triunfan o fracasan, será juntos.

No Other Land no es sentimental; su apego a los hechos la hace emotiva en ocasiones, pero no busca la esperanza o la inspiración. Como imagen cinematográfica que es y que entiende ser, solo busca mostrar lo visto por sus cuatro realizadores: un catálogo de crueldad y también uno de valentía cotidiana; de jornadas de brutalidad y paciencia que hacen de este evento tan lejano un hecho que se desenvuelve frente a nosotros. Estamos aquí, no allá, parafraseando a Godard y Miéville; también Yuval, que estando presente no está del todo en Cisjordania. El cine quizá no pueda cerrar las distancias como quisiera, pero reproduce una mirada y nos pone durante cada plano en la perspectiva de quienes sufren. 

¿Dónde está exhibida No Other Land en México?

No Other Land puede verse en la Cineteca Nacional y en salas selectas en todo el país. 

{{ linea }}

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Resistir, reconstruir y nombrar, el ethos de <i>No Other Land</i>

Resistir, reconstruir y nombrar, el ethos de <i>No Other Land</i>

07
.
03
.
25
2025
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ver Videos

Un Oscar ayudó a intensificar el volumen sobre las historias de quienes resisten con valor y dignidad ante la intolerancia fascistoide, pues “las armas de los civiles palestinos son intangibles".

El documental es el género palestino por necesidad. Por obvias razones, en Cisjordania y en Gaza es prácticamente imposible montar una industria cinematográfica que abarque musicales y melodramas íntimos. Conocemos ficciones, claro, de la directora feminista de Líbano, Heiny Srour, o de la estrella contemporánea, Elia Suleiman —un trotamundos sin dirección fija, como lo sugiere su última película, De repente, el paraíso (It Must Be Heaven, 2019)—, pero las condiciones inclinan la balanza hacia el otro lado. Además, hay una coincidencia con las necesidades políticas de los realizadores: el amateurismo propio de cierto cine documental sugiere siempre un testimonio; el género se aprovecha de cuanto se le atraviesa y, a diferencia de la ficción, no crea imágenes, sino que las recoge. Hay, claro, de casos a casos, pero en Palestina no hay de otra: el cine casi siempre se hace para detener el avance de la ocupación israelí.

En 2011 Cinco cámaras rotas (5 Broken Cameras) narró la vida y muerte de cinco aparatos que habían captado durante años los abusos del ejército israelí. La cámara y la imagen son entendidas en aquella película como armas de resistencia contra un enemigo que porta rifles de asalto y los emplea sin mucha consideración. Los teléfonos inteligentes, las redes sociales, las cámaras adquieren en un medio tan adverso, tan necesitado de atención, un carácter completamente distinto al que les damos en países más o menos pacíficos, donde no significan mucho más que mercancías y entretenimiento. Una imagen de No Other Land (2024) nos lo confirma: el activista palestino Basel Adra se planta al lado de un tanque israelí y le apunta con una cámara, como si fuera capaz de destruirlo con ella. Los cínicos dirán que de nada sirve, que mejor debería apuntar un lanzacohetes; tal vez le aconsejarían rendirse, pero la película tiene como uno de sus temas principales el objetivo fundamental de la cámara y la imagen: demostrar la existencia de las cosas. 

No Other Land narra el despojo que padecen los pueblos en la región de Masafer Yatta, en Cisjordania. Durante décadas, el gobierno israelí, el ejército y los colonos han querido apropiarse de estos territorios —como de tantos otros—, pero la gente resiste. La manera más elemental y documentada en la película es la reconstrucción de todo lo que van derribando los israelíes: si en el día llegan con bulldozers a tirar casas, gallineros y hasta escuelas, en las noches la gente sale a reconstruir los edificios. Es por esta razón que la arquitectura local consiste de enormes cajas grises: la estética —o su ausencia, más bien— es resultado de la lucha, pero esta fealdad es también simbólica de un deseo existencial. La voz de Basel, codirector de la película junto con Hamdan Ballal, Rachel Szor y su coprotagonista, Yuval Abraham, narra al comienzo que los pueblos de la región están catalogados en mapas que datan del siglo XIX, aunque los israelíes lo niegan y aseguran que es la gente palestina la que ha invadido su sacrosanto campo de entrenamiento. 

Te recomendamos leer: Oscar 2025: Una temporada más de inclusión maltrecha

No Other Land (2024) tiene como uno de sus temas principales el objetivo fundamental de la cámara y la imagen: demostrar la existencia de las cosas. 

Insisto: si el cine sirve para demostrar la realidad de los objetos y los lugares, de los fenómenos, apuntarle una cámara a un tanque es demostrar como tangible la invasión, el abuso de la fuerza, para que el mundo las juzgue. En otra escena, una niña empieza a enumerar todo cuanto hay: “¡Tenemos montaña, existe; tenemos pasto, existe; tenemos un gallinero, existe; tenemos casa, existe!”. Este no es solo el juego de una inocente, sino una expresión de lo que me atrevería a llamar resistencia epistémica: nombrar las cosas, registrarlas y compartir su imagen aunque hayan sido arrasadas o negadas, demuestra su realidad y se convierte en una posibilidad de impedir que los opresores las borren. El control de la información y los hechos es parte de las tácticas israelíes para adueñarse de Masafer Yatta y lo vemos en algunos segmentos de la película, en los que Yuval, un activista israelí en favor de los derechos palestinos, es silenciado por sus compatriotas, quienes sostienen la versión falsa de que Masafer Yatta siempre ha sido territorio suyo. Ante los dichos de los colonos, solo quedan los hechos que aporta la cámara.

Entre las varias formas de metraje que atraviesan la pantalla (videos de redes, imágenes de noticieros, las filmaciones de los directores), hay una que demuestra particularmente la fuerza de las imágenes: un video del exprimer ministro británico Tony Blair, de visita en el pueblo de Basel, demuestra cómo, primero, las imágenes lo atrajeron, y luego, cómo las fotografías y videos de su presencia lograron que se detuvieran las operaciones israelíes de despojo en la zona. “Esta es una historia de poder”, dice Basel, convencido de que el activismo de su padre y el suyo pueden salvar a su pueblo. 

Te podría interesar: "El brutalista", de Brady Corbet: propaganda y rancia melancolía

A pesar de estas ideas sobre lo visible, No Other Land no es una película filosófica, como lo fue el ensayo de Jean-Luc Godard y Anne-Marie Miéville sobre la resistencia palestina, Ici et ailleurs (1976), que reflexionaba directamente sobre el papel del cineasta-testigo, sobre la comodidad de ver una película sobre algo que no nos afecta y sobre las limitaciones del cine para salvar vidas. No Other Land es cine activista, periodístico, cuyas ideas están implícitas en las imágenes y en la sucesión de unas y otras, que captan al ejército israelí despojando y disparándole a los habitantes de Masafer Yatta. Las figuras grises, autoritarias, describen sin necesidad de manipulación o narración lo que significa convivir con una nación fascistoide y decidida a la reconquista de lo que nunca fue suyo. También hay niños que lloran y una madre que reza por que su hijo, paralizado por una bala israelí, abandone su cuerpo y, con ello, el dolor. 

La manera más elemental y documentada en la película es la reconstrucción de todo lo que van derribando los israelíes: si en el día llegan con bulldozers a tirar casas, gallineros y hasta escuelas, en las noches la gente sale a reconstruir los edificios.

La vida, sin embargo, es más extensa que el sufrimiento, y No Other Land se permite toda variedad de tonos al observar otra arma a disposición de los civiles palestinos: la ligereza. A la mañana siguiente de que una patrulla israelí es enviada para capturar a Basel, su familia se burla: normalmente es un perezoso pero en esta ocasión se levantó en segundos. A menudo la gente ve con calma a los israelíes destrozando sus edificios porque saben que en la noche volverán a levantarlos. Entretanto, viven en cuevas sin padecerlo demasiado. Las rutinas de una abuela y su nieta se sostienen en medio del desahucio; también las clases y los recreos, porque hay que vivir en respuesta a quienes pretenden negar ese derecho. Las armas de los civiles palestinos son intangibles: se llevan dentro, no matan. 

No Other Land no solo documenta lo que se soporta, lo que se cae, sino también lo que brota entre los escombros. Basel y Yuval tienen una amistad desequilibrada: el primero, palestino, no puede preocuparse mucho por empezar una familia; el israelí tampoco, al trabajar como periodista en una zona de conflicto, pero Yuval podría parar en algún momento si lo quisiera. Su sonrisa desaparece en un segundo cuando, después de contarle a Basel que se va unos días para visitar a su madre, su amigo le responde que él no puede salir de Cisjordania. A lo largo de la película vemos cómo va creciendo la conciencia de Yuval, que parece ansioso por lograr un cambio. Basel se molesta en una plática tensa porque considera a la prisa un lujo. Paciencia, le recomienda. Yuval y Basel también están separados por diferencias de clase y se ve cuando trabajan en las reconstrucciones nocturnas: Yuval no tiene experiencia ni fuerza para el trabajo físico. Su amigo, en cambio, pagó la universidad mediante la albañilería. Si bien hay cierta desesperanza incrustada en estas diferencias que impiden a los amigos comprenderse del todo, la constancia de Yuval para ganarse el aprecio de la comunidad (varios le insisten en que pueden ser su familia y sus amigos quienes los expulsen a ellos, pero él no se molesta) y la comprensión de Basel sugieren la posibilidad, al menos, de convivir. Ambos quieren lo mismo y, si triunfan o fracasan, será juntos.

No Other Land no es sentimental; su apego a los hechos la hace emotiva en ocasiones, pero no busca la esperanza o la inspiración. Como imagen cinematográfica que es y que entiende ser, solo busca mostrar lo visto por sus cuatro realizadores: un catálogo de crueldad y también uno de valentía cotidiana; de jornadas de brutalidad y paciencia que hacen de este evento tan lejano un hecho que se desenvuelve frente a nosotros. Estamos aquí, no allá, parafraseando a Godard y Miéville; también Yuval, que estando presente no está del todo en Cisjordania. El cine quizá no pueda cerrar las distancias como quisiera, pero reproduce una mirada y nos pone durante cada plano en la perspectiva de quienes sufren. 

¿Dónde está exhibida No Other Land en México?

No Other Land puede verse en la Cineteca Nacional y en salas selectas en todo el país. 

{{ linea }}

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Resistir, reconstruir y nombrar, el ethos de <i>No Other Land</i>

Resistir, reconstruir y nombrar, el ethos de <i>No Other Land</i>

07
.
03
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Un Oscar ayudó a intensificar el volumen sobre las historias de quienes resisten con valor y dignidad ante la intolerancia fascistoide, pues “las armas de los civiles palestinos son intangibles".

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

El documental es el género palestino por necesidad. Por obvias razones, en Cisjordania y en Gaza es prácticamente imposible montar una industria cinematográfica que abarque musicales y melodramas íntimos. Conocemos ficciones, claro, de la directora feminista de Líbano, Heiny Srour, o de la estrella contemporánea, Elia Suleiman —un trotamundos sin dirección fija, como lo sugiere su última película, De repente, el paraíso (It Must Be Heaven, 2019)—, pero las condiciones inclinan la balanza hacia el otro lado. Además, hay una coincidencia con las necesidades políticas de los realizadores: el amateurismo propio de cierto cine documental sugiere siempre un testimonio; el género se aprovecha de cuanto se le atraviesa y, a diferencia de la ficción, no crea imágenes, sino que las recoge. Hay, claro, de casos a casos, pero en Palestina no hay de otra: el cine casi siempre se hace para detener el avance de la ocupación israelí.

En 2011 Cinco cámaras rotas (5 Broken Cameras) narró la vida y muerte de cinco aparatos que habían captado durante años los abusos del ejército israelí. La cámara y la imagen son entendidas en aquella película como armas de resistencia contra un enemigo que porta rifles de asalto y los emplea sin mucha consideración. Los teléfonos inteligentes, las redes sociales, las cámaras adquieren en un medio tan adverso, tan necesitado de atención, un carácter completamente distinto al que les damos en países más o menos pacíficos, donde no significan mucho más que mercancías y entretenimiento. Una imagen de No Other Land (2024) nos lo confirma: el activista palestino Basel Adra se planta al lado de un tanque israelí y le apunta con una cámara, como si fuera capaz de destruirlo con ella. Los cínicos dirán que de nada sirve, que mejor debería apuntar un lanzacohetes; tal vez le aconsejarían rendirse, pero la película tiene como uno de sus temas principales el objetivo fundamental de la cámara y la imagen: demostrar la existencia de las cosas. 

No Other Land narra el despojo que padecen los pueblos en la región de Masafer Yatta, en Cisjordania. Durante décadas, el gobierno israelí, el ejército y los colonos han querido apropiarse de estos territorios —como de tantos otros—, pero la gente resiste. La manera más elemental y documentada en la película es la reconstrucción de todo lo que van derribando los israelíes: si en el día llegan con bulldozers a tirar casas, gallineros y hasta escuelas, en las noches la gente sale a reconstruir los edificios. Es por esta razón que la arquitectura local consiste de enormes cajas grises: la estética —o su ausencia, más bien— es resultado de la lucha, pero esta fealdad es también simbólica de un deseo existencial. La voz de Basel, codirector de la película junto con Hamdan Ballal, Rachel Szor y su coprotagonista, Yuval Abraham, narra al comienzo que los pueblos de la región están catalogados en mapas que datan del siglo XIX, aunque los israelíes lo niegan y aseguran que es la gente palestina la que ha invadido su sacrosanto campo de entrenamiento. 

Te recomendamos leer: Oscar 2025: Una temporada más de inclusión maltrecha

No Other Land (2024) tiene como uno de sus temas principales el objetivo fundamental de la cámara y la imagen: demostrar la existencia de las cosas. 

Insisto: si el cine sirve para demostrar la realidad de los objetos y los lugares, de los fenómenos, apuntarle una cámara a un tanque es demostrar como tangible la invasión, el abuso de la fuerza, para que el mundo las juzgue. En otra escena, una niña empieza a enumerar todo cuanto hay: “¡Tenemos montaña, existe; tenemos pasto, existe; tenemos un gallinero, existe; tenemos casa, existe!”. Este no es solo el juego de una inocente, sino una expresión de lo que me atrevería a llamar resistencia epistémica: nombrar las cosas, registrarlas y compartir su imagen aunque hayan sido arrasadas o negadas, demuestra su realidad y se convierte en una posibilidad de impedir que los opresores las borren. El control de la información y los hechos es parte de las tácticas israelíes para adueñarse de Masafer Yatta y lo vemos en algunos segmentos de la película, en los que Yuval, un activista israelí en favor de los derechos palestinos, es silenciado por sus compatriotas, quienes sostienen la versión falsa de que Masafer Yatta siempre ha sido territorio suyo. Ante los dichos de los colonos, solo quedan los hechos que aporta la cámara.

Entre las varias formas de metraje que atraviesan la pantalla (videos de redes, imágenes de noticieros, las filmaciones de los directores), hay una que demuestra particularmente la fuerza de las imágenes: un video del exprimer ministro británico Tony Blair, de visita en el pueblo de Basel, demuestra cómo, primero, las imágenes lo atrajeron, y luego, cómo las fotografías y videos de su presencia lograron que se detuvieran las operaciones israelíes de despojo en la zona. “Esta es una historia de poder”, dice Basel, convencido de que el activismo de su padre y el suyo pueden salvar a su pueblo. 

Te podría interesar: "El brutalista", de Brady Corbet: propaganda y rancia melancolía

A pesar de estas ideas sobre lo visible, No Other Land no es una película filosófica, como lo fue el ensayo de Jean-Luc Godard y Anne-Marie Miéville sobre la resistencia palestina, Ici et ailleurs (1976), que reflexionaba directamente sobre el papel del cineasta-testigo, sobre la comodidad de ver una película sobre algo que no nos afecta y sobre las limitaciones del cine para salvar vidas. No Other Land es cine activista, periodístico, cuyas ideas están implícitas en las imágenes y en la sucesión de unas y otras, que captan al ejército israelí despojando y disparándole a los habitantes de Masafer Yatta. Las figuras grises, autoritarias, describen sin necesidad de manipulación o narración lo que significa convivir con una nación fascistoide y decidida a la reconquista de lo que nunca fue suyo. También hay niños que lloran y una madre que reza por que su hijo, paralizado por una bala israelí, abandone su cuerpo y, con ello, el dolor. 

La manera más elemental y documentada en la película es la reconstrucción de todo lo que van derribando los israelíes: si en el día llegan con bulldozers a tirar casas, gallineros y hasta escuelas, en las noches la gente sale a reconstruir los edificios.

La vida, sin embargo, es más extensa que el sufrimiento, y No Other Land se permite toda variedad de tonos al observar otra arma a disposición de los civiles palestinos: la ligereza. A la mañana siguiente de que una patrulla israelí es enviada para capturar a Basel, su familia se burla: normalmente es un perezoso pero en esta ocasión se levantó en segundos. A menudo la gente ve con calma a los israelíes destrozando sus edificios porque saben que en la noche volverán a levantarlos. Entretanto, viven en cuevas sin padecerlo demasiado. Las rutinas de una abuela y su nieta se sostienen en medio del desahucio; también las clases y los recreos, porque hay que vivir en respuesta a quienes pretenden negar ese derecho. Las armas de los civiles palestinos son intangibles: se llevan dentro, no matan. 

No Other Land no solo documenta lo que se soporta, lo que se cae, sino también lo que brota entre los escombros. Basel y Yuval tienen una amistad desequilibrada: el primero, palestino, no puede preocuparse mucho por empezar una familia; el israelí tampoco, al trabajar como periodista en una zona de conflicto, pero Yuval podría parar en algún momento si lo quisiera. Su sonrisa desaparece en un segundo cuando, después de contarle a Basel que se va unos días para visitar a su madre, su amigo le responde que él no puede salir de Cisjordania. A lo largo de la película vemos cómo va creciendo la conciencia de Yuval, que parece ansioso por lograr un cambio. Basel se molesta en una plática tensa porque considera a la prisa un lujo. Paciencia, le recomienda. Yuval y Basel también están separados por diferencias de clase y se ve cuando trabajan en las reconstrucciones nocturnas: Yuval no tiene experiencia ni fuerza para el trabajo físico. Su amigo, en cambio, pagó la universidad mediante la albañilería. Si bien hay cierta desesperanza incrustada en estas diferencias que impiden a los amigos comprenderse del todo, la constancia de Yuval para ganarse el aprecio de la comunidad (varios le insisten en que pueden ser su familia y sus amigos quienes los expulsen a ellos, pero él no se molesta) y la comprensión de Basel sugieren la posibilidad, al menos, de convivir. Ambos quieren lo mismo y, si triunfan o fracasan, será juntos.

No Other Land no es sentimental; su apego a los hechos la hace emotiva en ocasiones, pero no busca la esperanza o la inspiración. Como imagen cinematográfica que es y que entiende ser, solo busca mostrar lo visto por sus cuatro realizadores: un catálogo de crueldad y también uno de valentía cotidiana; de jornadas de brutalidad y paciencia que hacen de este evento tan lejano un hecho que se desenvuelve frente a nosotros. Estamos aquí, no allá, parafraseando a Godard y Miéville; también Yuval, que estando presente no está del todo en Cisjordania. El cine quizá no pueda cerrar las distancias como quisiera, pero reproduce una mirada y nos pone durante cada plano en la perspectiva de quienes sufren. 

¿Dónde está exhibida No Other Land en México?

No Other Land puede verse en la Cineteca Nacional y en salas selectas en todo el país. 

{{ linea }}

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.
No items found.

Suscríbete a nuestro Newsletter

¡Bienvenido! Ya eres parte de nuestra comunidad.
Hay un error, por favor intenta nuevamente.