La ciudad parece haber olvidado que lo que hoy son las Torres de Mixcoac antes era un manicomio que albergó a más de 60 mil pacientes psiquiátricos, catalogados algunos como “homosexuales”, “prostitutas” o “epilépticos”. El Manicomio General la Castañeda se implementó (obvio) en el Porfiriato (de hecho su hijo estuvo encargado del proyecto) como símbolo de progreso para celebrar el centenario de la Independencia de México en 1910.
Después de un tiempo, La Castañeda se fue convirtiendo en lo que la gente conoció como “El Palacio de la Locura”, “La casa de los locos” o “Locópolis”.
Para un presidente como Porfirio Díaz era inaudito imaginar una ciudad sin un hospital psiquiátrico, como lo había en todas las metrópolis de Europa. A su muy afrancesado o caprichoso estilo, Porfirio mandó construir el lugar basado en la arquitectura del hospital psiquiátrico parisino Charenton sobre lo que fue una hacienda pulquera en el pueblo de Mixcoac, cuyo buen clima favorecía a la salud de los pacientes. La Castañeda pronto alcanzó las dimensiones de una pequeña ciudad: lo componían 26 edificios enclaustrados por una banda de cemento. A la inauguración asistió el mismo presidente y la crema y nata de la alta sociedad mexicana.
En esta inmensa prisión psiquiátrica se catalogaba a los pacientes enfermos según su sexo, padecimiento y condición social. Los pabellones se dividían en “Pacientes distinguidos”, donde se alojaban miembros de familias ricas que no fueron remitidos por la policía; “Pabellón de observación”, destinado a indigentes y pensionistas de segunda y tercera clase (con un anexo para toxicómanos); pabellón de “Pacientes peligrosos”, que albergaba a los asilados violentos remitidos por la policía; “Pabellón de los epilépticos”; “de los imbéciles” (pacientes con retraso mental) y el “Pabellón de pacientes infecciosos” que incluía enfermos de sífilis, lepra o tuberculosis. En esta última sala fueron canalizadas las prostitutas y los enfermos venéreos.
Dentro de sus instalaciones también contaban con áreas de juego, talleres, biblioteca, escuela, enfermería, electroterapia (o sea electroshocks) y una sala de cine donde se proyectaban películas de Charles Chaplin y Harold Lloyd.
Muchos de los internos estaban ahí dentro por megalomanía, delirio de persecución, ansiedad y trastornos conocidos. Pero entre los casos más curiosos (conservados en expediente) está el de una persona obsesionada por un robo y por la enumeración de las calles de sus viejos recorridos; el de una persona que decía ser dueño de todos los ferrocarriles, además de futuro constructor de una vía que comunicaría a la tierra con la luna y el de un hombre que le urgía salir para dominar el Imperio Constitucional Hereditario de la República de los Estados Unidos de América.
De las cientos de leyendas que surgieron naturalmente de este recinto psiquiátrico, hay una que dice que en uno de los pabellones vagaba desesperado un hombre que no conseguía dar con la frase final para el epílogo de su novela. Y nadie molestaba al señor canoso que pasaba horas viendo insectos con su lupa y se ofendía cuando alguien invadía su espacio.
Según el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, La Castañeda albergó alrededor de 61 mil 480 pacientes durante sus 58 años de existencia. Pero el símbolo de progreso no tardó mucho en romperse cuando el número de pacientes se disparó y nunca logró disminuir. Esto además de que existía una administración deficiente y los tratamientos agresivos como los electroshocks comenzaron a ser más comunes.
En 1965, cuando se supo públicamente sobre los maltratos y las condiciones en que vivían las personas allí dentro, se inició la “Operación Castañeda”, que planteaba demoler el asilo porfiriano y trasladar a los pacientes a distintos hospitales y granjas de la ciudad. Fue hasta el 27 de junio, pocas semanas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1968, cuando la historia de La Castañeda concluyó. El presidente Gustavo Díaz Ordaz consumó la “Operación Castañeda” y se inició el traslado de los enfermos a seis nuevos lugares como el hospital Fray Bernardino y el Doctor Samuel Ramírez Moreno.
La Castañeda fue demolida, salvo la fachada del antiguo edificio de Servicios Generales que fue trasladada piedra por piedra a Amecameca en el Estado de México. Lo demás que quedó en Mixcoac se convirtió en unos gigantescos multifamiliares que hoy conocemos como las Torres de Mixcoac donde, según sus habitantes, de vez en vez se escuchan gritos.
Con información de Luna Córnea 12. La noche.
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También conocido como El Palacio de la Locura, este manicomio tenía el tamaño de una pequeña ciudad.
La ciudad parece haber olvidado que lo que hoy son las Torres de Mixcoac antes era un manicomio que albergó a más de 60 mil pacientes psiquiátricos, catalogados algunos como “homosexuales”, “prostitutas” o “epilépticos”. El Manicomio General la Castañeda se implementó (obvio) en el Porfiriato (de hecho su hijo estuvo encargado del proyecto) como símbolo de progreso para celebrar el centenario de la Independencia de México en 1910.
Después de un tiempo, La Castañeda se fue convirtiendo en lo que la gente conoció como “El Palacio de la Locura”, “La casa de los locos” o “Locópolis”.
Para un presidente como Porfirio Díaz era inaudito imaginar una ciudad sin un hospital psiquiátrico, como lo había en todas las metrópolis de Europa. A su muy afrancesado o caprichoso estilo, Porfirio mandó construir el lugar basado en la arquitectura del hospital psiquiátrico parisino Charenton sobre lo que fue una hacienda pulquera en el pueblo de Mixcoac, cuyo buen clima favorecía a la salud de los pacientes. La Castañeda pronto alcanzó las dimensiones de una pequeña ciudad: lo componían 26 edificios enclaustrados por una banda de cemento. A la inauguración asistió el mismo presidente y la crema y nata de la alta sociedad mexicana.
En esta inmensa prisión psiquiátrica se catalogaba a los pacientes enfermos según su sexo, padecimiento y condición social. Los pabellones se dividían en “Pacientes distinguidos”, donde se alojaban miembros de familias ricas que no fueron remitidos por la policía; “Pabellón de observación”, destinado a indigentes y pensionistas de segunda y tercera clase (con un anexo para toxicómanos); pabellón de “Pacientes peligrosos”, que albergaba a los asilados violentos remitidos por la policía; “Pabellón de los epilépticos”; “de los imbéciles” (pacientes con retraso mental) y el “Pabellón de pacientes infecciosos” que incluía enfermos de sífilis, lepra o tuberculosis. En esta última sala fueron canalizadas las prostitutas y los enfermos venéreos.
Dentro de sus instalaciones también contaban con áreas de juego, talleres, biblioteca, escuela, enfermería, electroterapia (o sea electroshocks) y una sala de cine donde se proyectaban películas de Charles Chaplin y Harold Lloyd.
Muchos de los internos estaban ahí dentro por megalomanía, delirio de persecución, ansiedad y trastornos conocidos. Pero entre los casos más curiosos (conservados en expediente) está el de una persona obsesionada por un robo y por la enumeración de las calles de sus viejos recorridos; el de una persona que decía ser dueño de todos los ferrocarriles, además de futuro constructor de una vía que comunicaría a la tierra con la luna y el de un hombre que le urgía salir para dominar el Imperio Constitucional Hereditario de la República de los Estados Unidos de América.
De las cientos de leyendas que surgieron naturalmente de este recinto psiquiátrico, hay una que dice que en uno de los pabellones vagaba desesperado un hombre que no conseguía dar con la frase final para el epílogo de su novela. Y nadie molestaba al señor canoso que pasaba horas viendo insectos con su lupa y se ofendía cuando alguien invadía su espacio.
Según el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, La Castañeda albergó alrededor de 61 mil 480 pacientes durante sus 58 años de existencia. Pero el símbolo de progreso no tardó mucho en romperse cuando el número de pacientes se disparó y nunca logró disminuir. Esto además de que existía una administración deficiente y los tratamientos agresivos como los electroshocks comenzaron a ser más comunes.
En 1965, cuando se supo públicamente sobre los maltratos y las condiciones en que vivían las personas allí dentro, se inició la “Operación Castañeda”, que planteaba demoler el asilo porfiriano y trasladar a los pacientes a distintos hospitales y granjas de la ciudad. Fue hasta el 27 de junio, pocas semanas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1968, cuando la historia de La Castañeda concluyó. El presidente Gustavo Díaz Ordaz consumó la “Operación Castañeda” y se inició el traslado de los enfermos a seis nuevos lugares como el hospital Fray Bernardino y el Doctor Samuel Ramírez Moreno.
La Castañeda fue demolida, salvo la fachada del antiguo edificio de Servicios Generales que fue trasladada piedra por piedra a Amecameca en el Estado de México. Lo demás que quedó en Mixcoac se convirtió en unos gigantescos multifamiliares que hoy conocemos como las Torres de Mixcoac donde, según sus habitantes, de vez en vez se escuchan gritos.
Con información de Luna Córnea 12. La noche.
También conocido como El Palacio de la Locura, este manicomio tenía el tamaño de una pequeña ciudad.
La ciudad parece haber olvidado que lo que hoy son las Torres de Mixcoac antes era un manicomio que albergó a más de 60 mil pacientes psiquiátricos, catalogados algunos como “homosexuales”, “prostitutas” o “epilépticos”. El Manicomio General la Castañeda se implementó (obvio) en el Porfiriato (de hecho su hijo estuvo encargado del proyecto) como símbolo de progreso para celebrar el centenario de la Independencia de México en 1910.
Después de un tiempo, La Castañeda se fue convirtiendo en lo que la gente conoció como “El Palacio de la Locura”, “La casa de los locos” o “Locópolis”.
Para un presidente como Porfirio Díaz era inaudito imaginar una ciudad sin un hospital psiquiátrico, como lo había en todas las metrópolis de Europa. A su muy afrancesado o caprichoso estilo, Porfirio mandó construir el lugar basado en la arquitectura del hospital psiquiátrico parisino Charenton sobre lo que fue una hacienda pulquera en el pueblo de Mixcoac, cuyo buen clima favorecía a la salud de los pacientes. La Castañeda pronto alcanzó las dimensiones de una pequeña ciudad: lo componían 26 edificios enclaustrados por una banda de cemento. A la inauguración asistió el mismo presidente y la crema y nata de la alta sociedad mexicana.
En esta inmensa prisión psiquiátrica se catalogaba a los pacientes enfermos según su sexo, padecimiento y condición social. Los pabellones se dividían en “Pacientes distinguidos”, donde se alojaban miembros de familias ricas que no fueron remitidos por la policía; “Pabellón de observación”, destinado a indigentes y pensionistas de segunda y tercera clase (con un anexo para toxicómanos); pabellón de “Pacientes peligrosos”, que albergaba a los asilados violentos remitidos por la policía; “Pabellón de los epilépticos”; “de los imbéciles” (pacientes con retraso mental) y el “Pabellón de pacientes infecciosos” que incluía enfermos de sífilis, lepra o tuberculosis. En esta última sala fueron canalizadas las prostitutas y los enfermos venéreos.
Dentro de sus instalaciones también contaban con áreas de juego, talleres, biblioteca, escuela, enfermería, electroterapia (o sea electroshocks) y una sala de cine donde se proyectaban películas de Charles Chaplin y Harold Lloyd.
Muchos de los internos estaban ahí dentro por megalomanía, delirio de persecución, ansiedad y trastornos conocidos. Pero entre los casos más curiosos (conservados en expediente) está el de una persona obsesionada por un robo y por la enumeración de las calles de sus viejos recorridos; el de una persona que decía ser dueño de todos los ferrocarriles, además de futuro constructor de una vía que comunicaría a la tierra con la luna y el de un hombre que le urgía salir para dominar el Imperio Constitucional Hereditario de la República de los Estados Unidos de América.
De las cientos de leyendas que surgieron naturalmente de este recinto psiquiátrico, hay una que dice que en uno de los pabellones vagaba desesperado un hombre que no conseguía dar con la frase final para el epílogo de su novela. Y nadie molestaba al señor canoso que pasaba horas viendo insectos con su lupa y se ofendía cuando alguien invadía su espacio.
Según el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, La Castañeda albergó alrededor de 61 mil 480 pacientes durante sus 58 años de existencia. Pero el símbolo de progreso no tardó mucho en romperse cuando el número de pacientes se disparó y nunca logró disminuir. Esto además de que existía una administración deficiente y los tratamientos agresivos como los electroshocks comenzaron a ser más comunes.
En 1965, cuando se supo públicamente sobre los maltratos y las condiciones en que vivían las personas allí dentro, se inició la “Operación Castañeda”, que planteaba demoler el asilo porfiriano y trasladar a los pacientes a distintos hospitales y granjas de la ciudad. Fue hasta el 27 de junio, pocas semanas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1968, cuando la historia de La Castañeda concluyó. El presidente Gustavo Díaz Ordaz consumó la “Operación Castañeda” y se inició el traslado de los enfermos a seis nuevos lugares como el hospital Fray Bernardino y el Doctor Samuel Ramírez Moreno.
La Castañeda fue demolida, salvo la fachada del antiguo edificio de Servicios Generales que fue trasladada piedra por piedra a Amecameca en el Estado de México. Lo demás que quedó en Mixcoac se convirtió en unos gigantescos multifamiliares que hoy conocemos como las Torres de Mixcoac donde, según sus habitantes, de vez en vez se escuchan gritos.
Con información de Luna Córnea 12. La noche.
También conocido como El Palacio de la Locura, este manicomio tenía el tamaño de una pequeña ciudad.
La ciudad parece haber olvidado que lo que hoy son las Torres de Mixcoac antes era un manicomio que albergó a más de 60 mil pacientes psiquiátricos, catalogados algunos como “homosexuales”, “prostitutas” o “epilépticos”. El Manicomio General la Castañeda se implementó (obvio) en el Porfiriato (de hecho su hijo estuvo encargado del proyecto) como símbolo de progreso para celebrar el centenario de la Independencia de México en 1910.
Después de un tiempo, La Castañeda se fue convirtiendo en lo que la gente conoció como “El Palacio de la Locura”, “La casa de los locos” o “Locópolis”.
Para un presidente como Porfirio Díaz era inaudito imaginar una ciudad sin un hospital psiquiátrico, como lo había en todas las metrópolis de Europa. A su muy afrancesado o caprichoso estilo, Porfirio mandó construir el lugar basado en la arquitectura del hospital psiquiátrico parisino Charenton sobre lo que fue una hacienda pulquera en el pueblo de Mixcoac, cuyo buen clima favorecía a la salud de los pacientes. La Castañeda pronto alcanzó las dimensiones de una pequeña ciudad: lo componían 26 edificios enclaustrados por una banda de cemento. A la inauguración asistió el mismo presidente y la crema y nata de la alta sociedad mexicana.
En esta inmensa prisión psiquiátrica se catalogaba a los pacientes enfermos según su sexo, padecimiento y condición social. Los pabellones se dividían en “Pacientes distinguidos”, donde se alojaban miembros de familias ricas que no fueron remitidos por la policía; “Pabellón de observación”, destinado a indigentes y pensionistas de segunda y tercera clase (con un anexo para toxicómanos); pabellón de “Pacientes peligrosos”, que albergaba a los asilados violentos remitidos por la policía; “Pabellón de los epilépticos”; “de los imbéciles” (pacientes con retraso mental) y el “Pabellón de pacientes infecciosos” que incluía enfermos de sífilis, lepra o tuberculosis. En esta última sala fueron canalizadas las prostitutas y los enfermos venéreos.
Dentro de sus instalaciones también contaban con áreas de juego, talleres, biblioteca, escuela, enfermería, electroterapia (o sea electroshocks) y una sala de cine donde se proyectaban películas de Charles Chaplin y Harold Lloyd.
Muchos de los internos estaban ahí dentro por megalomanía, delirio de persecución, ansiedad y trastornos conocidos. Pero entre los casos más curiosos (conservados en expediente) está el de una persona obsesionada por un robo y por la enumeración de las calles de sus viejos recorridos; el de una persona que decía ser dueño de todos los ferrocarriles, además de futuro constructor de una vía que comunicaría a la tierra con la luna y el de un hombre que le urgía salir para dominar el Imperio Constitucional Hereditario de la República de los Estados Unidos de América.
De las cientos de leyendas que surgieron naturalmente de este recinto psiquiátrico, hay una que dice que en uno de los pabellones vagaba desesperado un hombre que no conseguía dar con la frase final para el epílogo de su novela. Y nadie molestaba al señor canoso que pasaba horas viendo insectos con su lupa y se ofendía cuando alguien invadía su espacio.
Según el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, La Castañeda albergó alrededor de 61 mil 480 pacientes durante sus 58 años de existencia. Pero el símbolo de progreso no tardó mucho en romperse cuando el número de pacientes se disparó y nunca logró disminuir. Esto además de que existía una administración deficiente y los tratamientos agresivos como los electroshocks comenzaron a ser más comunes.
En 1965, cuando se supo públicamente sobre los maltratos y las condiciones en que vivían las personas allí dentro, se inició la “Operación Castañeda”, que planteaba demoler el asilo porfiriano y trasladar a los pacientes a distintos hospitales y granjas de la ciudad. Fue hasta el 27 de junio, pocas semanas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1968, cuando la historia de La Castañeda concluyó. El presidente Gustavo Díaz Ordaz consumó la “Operación Castañeda” y se inició el traslado de los enfermos a seis nuevos lugares como el hospital Fray Bernardino y el Doctor Samuel Ramírez Moreno.
La Castañeda fue demolida, salvo la fachada del antiguo edificio de Servicios Generales que fue trasladada piedra por piedra a Amecameca en el Estado de México. Lo demás que quedó en Mixcoac se convirtió en unos gigantescos multifamiliares que hoy conocemos como las Torres de Mixcoac donde, según sus habitantes, de vez en vez se escuchan gritos.
Con información de Luna Córnea 12. La noche.
También conocido como El Palacio de la Locura, este manicomio tenía el tamaño de una pequeña ciudad.
La ciudad parece haber olvidado que lo que hoy son las Torres de Mixcoac antes era un manicomio que albergó a más de 60 mil pacientes psiquiátricos, catalogados algunos como “homosexuales”, “prostitutas” o “epilépticos”. El Manicomio General la Castañeda se implementó (obvio) en el Porfiriato (de hecho su hijo estuvo encargado del proyecto) como símbolo de progreso para celebrar el centenario de la Independencia de México en 1910.
Después de un tiempo, La Castañeda se fue convirtiendo en lo que la gente conoció como “El Palacio de la Locura”, “La casa de los locos” o “Locópolis”.
Para un presidente como Porfirio Díaz era inaudito imaginar una ciudad sin un hospital psiquiátrico, como lo había en todas las metrópolis de Europa. A su muy afrancesado o caprichoso estilo, Porfirio mandó construir el lugar basado en la arquitectura del hospital psiquiátrico parisino Charenton sobre lo que fue una hacienda pulquera en el pueblo de Mixcoac, cuyo buen clima favorecía a la salud de los pacientes. La Castañeda pronto alcanzó las dimensiones de una pequeña ciudad: lo componían 26 edificios enclaustrados por una banda de cemento. A la inauguración asistió el mismo presidente y la crema y nata de la alta sociedad mexicana.
En esta inmensa prisión psiquiátrica se catalogaba a los pacientes enfermos según su sexo, padecimiento y condición social. Los pabellones se dividían en “Pacientes distinguidos”, donde se alojaban miembros de familias ricas que no fueron remitidos por la policía; “Pabellón de observación”, destinado a indigentes y pensionistas de segunda y tercera clase (con un anexo para toxicómanos); pabellón de “Pacientes peligrosos”, que albergaba a los asilados violentos remitidos por la policía; “Pabellón de los epilépticos”; “de los imbéciles” (pacientes con retraso mental) y el “Pabellón de pacientes infecciosos” que incluía enfermos de sífilis, lepra o tuberculosis. En esta última sala fueron canalizadas las prostitutas y los enfermos venéreos.
Dentro de sus instalaciones también contaban con áreas de juego, talleres, biblioteca, escuela, enfermería, electroterapia (o sea electroshocks) y una sala de cine donde se proyectaban películas de Charles Chaplin y Harold Lloyd.
Muchos de los internos estaban ahí dentro por megalomanía, delirio de persecución, ansiedad y trastornos conocidos. Pero entre los casos más curiosos (conservados en expediente) está el de una persona obsesionada por un robo y por la enumeración de las calles de sus viejos recorridos; el de una persona que decía ser dueño de todos los ferrocarriles, además de futuro constructor de una vía que comunicaría a la tierra con la luna y el de un hombre que le urgía salir para dominar el Imperio Constitucional Hereditario de la República de los Estados Unidos de América.
De las cientos de leyendas que surgieron naturalmente de este recinto psiquiátrico, hay una que dice que en uno de los pabellones vagaba desesperado un hombre que no conseguía dar con la frase final para el epílogo de su novela. Y nadie molestaba al señor canoso que pasaba horas viendo insectos con su lupa y se ofendía cuando alguien invadía su espacio.
Según el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, La Castañeda albergó alrededor de 61 mil 480 pacientes durante sus 58 años de existencia. Pero el símbolo de progreso no tardó mucho en romperse cuando el número de pacientes se disparó y nunca logró disminuir. Esto además de que existía una administración deficiente y los tratamientos agresivos como los electroshocks comenzaron a ser más comunes.
En 1965, cuando se supo públicamente sobre los maltratos y las condiciones en que vivían las personas allí dentro, se inició la “Operación Castañeda”, que planteaba demoler el asilo porfiriano y trasladar a los pacientes a distintos hospitales y granjas de la ciudad. Fue hasta el 27 de junio, pocas semanas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1968, cuando la historia de La Castañeda concluyó. El presidente Gustavo Díaz Ordaz consumó la “Operación Castañeda” y se inició el traslado de los enfermos a seis nuevos lugares como el hospital Fray Bernardino y el Doctor Samuel Ramírez Moreno.
La Castañeda fue demolida, salvo la fachada del antiguo edificio de Servicios Generales que fue trasladada piedra por piedra a Amecameca en el Estado de México. Lo demás que quedó en Mixcoac se convirtió en unos gigantescos multifamiliares que hoy conocemos como las Torres de Mixcoac donde, según sus habitantes, de vez en vez se escuchan gritos.
Con información de Luna Córnea 12. La noche.
La ciudad parece haber olvidado que lo que hoy son las Torres de Mixcoac antes era un manicomio que albergó a más de 60 mil pacientes psiquiátricos, catalogados algunos como “homosexuales”, “prostitutas” o “epilépticos”. El Manicomio General la Castañeda se implementó (obvio) en el Porfiriato (de hecho su hijo estuvo encargado del proyecto) como símbolo de progreso para celebrar el centenario de la Independencia de México en 1910.
Después de un tiempo, La Castañeda se fue convirtiendo en lo que la gente conoció como “El Palacio de la Locura”, “La casa de los locos” o “Locópolis”.
Para un presidente como Porfirio Díaz era inaudito imaginar una ciudad sin un hospital psiquiátrico, como lo había en todas las metrópolis de Europa. A su muy afrancesado o caprichoso estilo, Porfirio mandó construir el lugar basado en la arquitectura del hospital psiquiátrico parisino Charenton sobre lo que fue una hacienda pulquera en el pueblo de Mixcoac, cuyo buen clima favorecía a la salud de los pacientes. La Castañeda pronto alcanzó las dimensiones de una pequeña ciudad: lo componían 26 edificios enclaustrados por una banda de cemento. A la inauguración asistió el mismo presidente y la crema y nata de la alta sociedad mexicana.
En esta inmensa prisión psiquiátrica se catalogaba a los pacientes enfermos según su sexo, padecimiento y condición social. Los pabellones se dividían en “Pacientes distinguidos”, donde se alojaban miembros de familias ricas que no fueron remitidos por la policía; “Pabellón de observación”, destinado a indigentes y pensionistas de segunda y tercera clase (con un anexo para toxicómanos); pabellón de “Pacientes peligrosos”, que albergaba a los asilados violentos remitidos por la policía; “Pabellón de los epilépticos”; “de los imbéciles” (pacientes con retraso mental) y el “Pabellón de pacientes infecciosos” que incluía enfermos de sífilis, lepra o tuberculosis. En esta última sala fueron canalizadas las prostitutas y los enfermos venéreos.
Dentro de sus instalaciones también contaban con áreas de juego, talleres, biblioteca, escuela, enfermería, electroterapia (o sea electroshocks) y una sala de cine donde se proyectaban películas de Charles Chaplin y Harold Lloyd.
Muchos de los internos estaban ahí dentro por megalomanía, delirio de persecución, ansiedad y trastornos conocidos. Pero entre los casos más curiosos (conservados en expediente) está el de una persona obsesionada por un robo y por la enumeración de las calles de sus viejos recorridos; el de una persona que decía ser dueño de todos los ferrocarriles, además de futuro constructor de una vía que comunicaría a la tierra con la luna y el de un hombre que le urgía salir para dominar el Imperio Constitucional Hereditario de la República de los Estados Unidos de América.
De las cientos de leyendas que surgieron naturalmente de este recinto psiquiátrico, hay una que dice que en uno de los pabellones vagaba desesperado un hombre que no conseguía dar con la frase final para el epílogo de su novela. Y nadie molestaba al señor canoso que pasaba horas viendo insectos con su lupa y se ofendía cuando alguien invadía su espacio.
Según el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, La Castañeda albergó alrededor de 61 mil 480 pacientes durante sus 58 años de existencia. Pero el símbolo de progreso no tardó mucho en romperse cuando el número de pacientes se disparó y nunca logró disminuir. Esto además de que existía una administración deficiente y los tratamientos agresivos como los electroshocks comenzaron a ser más comunes.
En 1965, cuando se supo públicamente sobre los maltratos y las condiciones en que vivían las personas allí dentro, se inició la “Operación Castañeda”, que planteaba demoler el asilo porfiriano y trasladar a los pacientes a distintos hospitales y granjas de la ciudad. Fue hasta el 27 de junio, pocas semanas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1968, cuando la historia de La Castañeda concluyó. El presidente Gustavo Díaz Ordaz consumó la “Operación Castañeda” y se inició el traslado de los enfermos a seis nuevos lugares como el hospital Fray Bernardino y el Doctor Samuel Ramírez Moreno.
La Castañeda fue demolida, salvo la fachada del antiguo edificio de Servicios Generales que fue trasladada piedra por piedra a Amecameca en el Estado de México. Lo demás que quedó en Mixcoac se convirtió en unos gigantescos multifamiliares que hoy conocemos como las Torres de Mixcoac donde, según sus habitantes, de vez en vez se escuchan gritos.
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