El día 28 de enero de 2024, el jurado compuesto por Carlo Feltrinelli, Juan Villoro, Leila Guerriero, Martín Caparrós y la editora Silvia Sesé concedió el 5.º Premio Anagrama/Fundación Giangiacomo Feltrinelli a <i>En la montaña</i>, de Diego Enrique Osorno.
CENTRO
En medio de la sorprendente maniobra militar del EZLN del 1 de enero de 1994, surgió de entre la niebla de las montañas el vocero treintañero, de tez clara, hombros anchos y poco menos de un metro ochenta de estatura, que hablaba de forma ilustrada, ocultaba su rostro mestizo tras un pasa montañas y se presentaba ante los periodistas de San Cristóbal de las Casas como el subcomandante insurgente Marcos.
Tras doce días de combates y escaramuzas, el Gobierno y el grupo guerrillero pactaron una tregua. Como vocero y líder militar, Marcos era una especie de intérprete de los pueblos tzeltales, tzotziles, choles, mames y tojolabales que se habían alzado en armas. Sus comunicados contenían mensajes puntuales de la causa indígena, pero también eran fruto de un fragor estético: el vocero los impregnaba de juegos, lenguaje y humor. Un recurso panfletario u oficioso como el comunicado guerrillero se volvió un género literario en sí mismo, que demostraba de forma emocionante cómo las palabras, además de servir para describir la realidad, podían usarse para inspirar la construcción de otra realidad.
Más allá de las investigaciones gubernamentales, la identidad de Marcos era un misterio, y el mito sobre su rostro oculto calaba en la valoración de su naciente leyenda. Podía ser un forajido al estilo Robin Hood, un poeta renovador de las viejas luchas comunistas, un minucioso diseñador de estratégicas puestas en escena o un guerrillero capaz de llevar en cualquier momento la lucha armada hasta las últimas consecuencias. ¿Bandido romántico, marxista amante del chachachá, propagandista armado o un simple personaje indescifrable que había leído más a Carlos Monsiváis que a Carlos Marx, como ironizó otro Carlos, el de apellido Fuentes?
Te recomendamos leer: "La tercera edad de Tlatelolco"
Pero esto no era un juego –o era un juego de vida o muerte–. En 1995, una inesperada operación militar especial ordenada por el presidente Ernesto Zedillo, a pedido de Estados Unidos, casi logra capturar a Marcos cerca de La Realidad, uno de los territorios tomados por los indígenas alzados. El líder zapatista logró escapar antes de que cientos de soldados destruyeran el icónico campamento rebelde ubicado en la comunidad de Guadalupe Tepeyac donde unos meses antes se había celebrado un encuentro zapatista con la sociedad civil, a través de una Convención Nacional Democrática orga nizada en un enorme auditorio que cobraba la forma de Arca de Noé, barco selvático de Fitzcarraldo, o navío pirata para el despróposito de un movimiento civil en diálogo con un movimiento armado.
El Gobierno mantuvo su arremetida de esos días al revelar la supuesta identidad detrás del pasamontañas: Marcos era un filósofo universitario, miembro de una familia dedicada a la venta de muebles en Tampico y militante de las FLN, una de tantas organizaciones subversivas surgidas en el país en el contexto de la Guerra Fría. Contrario a lo que buscaba, la feroz persecución oficial no acabó con el mito detrás del pasamontañas. Una serie de manifestaciones se desataron bajo la proclama «Todos somos Marcos». La máscara siguió siendo una máscara, y el rostro detrás de esa máscara era ahora el que cada quien imaginara. El guerrillero enmascarado se volvió una figura internacional. Ahí empezó a ser equiparado con el Che Guevara.
Por esos noventa, la causa zapatista atrajo a figuras como Manuel Vázquez Montalbán, José Saramago, Oliver Stone, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Edward James Olmos, Danielle Miterrand, Umberto Eco, Joaquín Sabina, Alain Touraine, Manu Chao, Hebe de Bonafini, Rage Against The Machine, Bernardo Bertolucci...
El zapatismo organizó encuentros tanto intercontinentales como intergalácticos en plena Selva Lacandona, los cuales inspiraron y dieron discurso a un movimiento surgido por igual en las calles de Seattle que de Génova, en contra de la globalización neoliberal.
Además de los jóvenes estigmatizados como globalifóbicos, líderes políticos de la izquierda internacional crearon el Foro Social Mundial (FSM) bajo proclamas como «Mandar obedeciendo» y «Otro mundo es posible», postulados zapatistas que luego se volvieron mantra de variopintas resistencias altermundistas y gobiernos latinoamericanos de diversa calaña.
A la par que Marcos se convertía en una figura global de la rebeldía, una especie de Andy Warhol capaz de transformar la lucha guerrillera en algo espectacular, en 1997, la masacre de cuarenta y cinco mujeres, niños y ancianos indígenas simpatizantes de su causa en la comunidad de Acteal devolvió a la cruda realidad paramilitar cotidiana el sufrimiento de los pueblos originarios rebeldes de Chiapas.
La fama del vocero dio visibilidad mundial a las comunidades indígenas olvidadas –ya organizadas con otras del resto del país a través de un naciente Congreso Nacional Indígena–, pero no las blindaba de la destrucción y la muerte acechantes.
Tras la llegada de la alternancia democrática, primero en el Gobierno de la Ciudad de México en 1997 y luego en el nacional –provocadas ambas alternancias en parte por la lucha zapatista–, Marcos encabeza en 2001 una caravana que salió de la Selva Lacandona rumbo a la capital del país para firmar un acuerdo de paz definitivo con el Gobierno recién electo de Vicente Fox.
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Es la hora de la democracia en México, se dice.
La Marcha de la Dignidad Indígena se vuelve un acontecimiento lleno de emoción histórica, que va generando torrenciales multitudes de apoyo por los pueblos y ciudades por los que pasa. Convertido en rock star, Marcos da un discurso épico tras otro hasta llegar al Zócalo, donde habla ante medio millón de personas reunidas en el Centro Histórico de la capital del país.
En el punto más alto de su fama, el vocero enmascarado no acude al Congreso de la Unión para realizar la intervención más importante de todo el viaje; en su lugar lo hace Esther, una de las mujeres indígenas que comandan la organización, quien solicita de manera formal el reconocimiento de su autonomía como pueblos originarios.
Tras la toma simbólica de la capital del país, los zapatistas regresan a las montañas a la espera de que la cúpula política haga su parte.
Sin embargo, en el Congreso de la Unión, los partidos políticos traicionan los acuerdos pactados y rechazan la autonomía indígena.
Durante casi dos años, los zapatistas permanecen en silencio para luego anunciar, en 2003, el rompimiento definitivo de todo diálogo con autoridades y la implementación de facto de la autonomía en los territorios bajo su control. Organizados alrededor de sus Caracoles, los zapatistas se dedican, desde entonces hasta la fecha, a mejorar sus condiciones de salud, educación y alimentación, desterrando al Gobierno oficial y a todos los partidos políticos. Suena utópico, pero no solo han logrado vivir sin políticos profesionales, sino que han sobrevivido mejor la ensangrentada democracia mexicana del siglo XXI.
Marcos permaneció como vocero, liderando algunas iniciativas civiles nacionales, entre ellas La Otra Campaña, con la cual recorrió todo el país entre 2006 y 2007, llamando a la organización popular y augurando una devastación nacional que luego fue cobrando la trágica forma de la «guerra contra el narco».
La Otra Campaña sufrió de diversos embates directos por parte de las autoridades. Quizá el más dramático fue el operativo en San Salvador Atenco, donde los gobiernos –de los tres principales partidos políticos– federal (PAN), estatal (PRI) y local (PRD) reafirmaron con balas y toletes su alianza en contra del zapatismo.
Pese a los constantes intentos de sabotaje, Marcos logró concluir el cometido de recorrer los treinta y dos estados del país entre 2006 y 2007, lo cual le dio una visión y un pulso de lo que se estaba fraguando. En la entrevista que dio a Rodríguez Lascano, este le pregunta:
–Explotación, despojo, desprecio y represión fueron señalados en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona como los cuatro flagelos que el capitalismo, en su fase actual, desata en contra de la humanidad y, en especial, en contra de los más pobres –elabora el también director de la desaparecida revista Rebeldía–. Después de recorrer el país, ¿consideras que, efectivamente, estos cuatro flagelos representan el objetivo a combatir?
–Sí, nosotros pensamos que lo que está ocurriendo es que hay dos etapas en este desarrollo del capitalismo a nivel mundial y en México. Se trata de despojar, de robar, y luego de explotar lo que inmediatamente aparece como fuente de riqueza: el trabajo, la tierra. Y digamos que en torno a esos dos ejes se construyen las formas ideológicas de dominio, políticas, culturales, que se sintetizan en estas dos palabras: desprecio y represión.
»Pero llega un momento en que no basta con estos cotos de riqueza, con esta imagen que teníamos de las grandes ciudades: ciudades con gran concentración de la riqueza, rodeadas de un cinturón de pobreza, sino que ahora estas ciudades, para usar el mismo símil, ese nudo de la red del poder capitalista avanza ya cada vez más sobre lo que era su periferia, lo que no le importaba. En concreto, decimos nosotros: sobre nuestra pobreza. No les basta que seamos pobres, también quieren esa pobreza, porque han descubierto que ahí todavía queda algo.
»En el caso del sector más pobre y más marginado de este país, que es el de los pueblos indios, es clarísimo: se trata de despojarles de su casa, porque hasta ahora es que su casa se ha convertido en una mercancía. Y me refiero a los bosques, a los manantiales, los ríos, los litorales, o sea las playas, e incluso el aire.
¿Cuándo se presenta el nuevo libro de Diego Enrique Osorno en México?
El autor presentará su libro En la montaña el 4 de diciembre, a las 8:30 horas, en la FIL Guadalajara 2024.
Este fragmento del libro En la montaña, se ha publicado con el consentimiento de la editorial Anagrama.
El día 28 de enero de 2024, el jurado compuesto por Carlo Feltrinelli, Juan Villoro, Leila Guerriero, Martín Caparrós y la editora Silvia Sesé concedió el 5.º Premio Anagrama/Fundación Giangiacomo Feltrinelli a <i>En la montaña</i>, de Diego Enrique Osorno.
CENTRO
En medio de la sorprendente maniobra militar del EZLN del 1 de enero de 1994, surgió de entre la niebla de las montañas el vocero treintañero, de tez clara, hombros anchos y poco menos de un metro ochenta de estatura, que hablaba de forma ilustrada, ocultaba su rostro mestizo tras un pasa montañas y se presentaba ante los periodistas de San Cristóbal de las Casas como el subcomandante insurgente Marcos.
Tras doce días de combates y escaramuzas, el Gobierno y el grupo guerrillero pactaron una tregua. Como vocero y líder militar, Marcos era una especie de intérprete de los pueblos tzeltales, tzotziles, choles, mames y tojolabales que se habían alzado en armas. Sus comunicados contenían mensajes puntuales de la causa indígena, pero también eran fruto de un fragor estético: el vocero los impregnaba de juegos, lenguaje y humor. Un recurso panfletario u oficioso como el comunicado guerrillero se volvió un género literario en sí mismo, que demostraba de forma emocionante cómo las palabras, además de servir para describir la realidad, podían usarse para inspirar la construcción de otra realidad.
Más allá de las investigaciones gubernamentales, la identidad de Marcos era un misterio, y el mito sobre su rostro oculto calaba en la valoración de su naciente leyenda. Podía ser un forajido al estilo Robin Hood, un poeta renovador de las viejas luchas comunistas, un minucioso diseñador de estratégicas puestas en escena o un guerrillero capaz de llevar en cualquier momento la lucha armada hasta las últimas consecuencias. ¿Bandido romántico, marxista amante del chachachá, propagandista armado o un simple personaje indescifrable que había leído más a Carlos Monsiváis que a Carlos Marx, como ironizó otro Carlos, el de apellido Fuentes?
Te recomendamos leer: "La tercera edad de Tlatelolco"
Pero esto no era un juego –o era un juego de vida o muerte–. En 1995, una inesperada operación militar especial ordenada por el presidente Ernesto Zedillo, a pedido de Estados Unidos, casi logra capturar a Marcos cerca de La Realidad, uno de los territorios tomados por los indígenas alzados. El líder zapatista logró escapar antes de que cientos de soldados destruyeran el icónico campamento rebelde ubicado en la comunidad de Guadalupe Tepeyac donde unos meses antes se había celebrado un encuentro zapatista con la sociedad civil, a través de una Convención Nacional Democrática orga nizada en un enorme auditorio que cobraba la forma de Arca de Noé, barco selvático de Fitzcarraldo, o navío pirata para el despróposito de un movimiento civil en diálogo con un movimiento armado.
El Gobierno mantuvo su arremetida de esos días al revelar la supuesta identidad detrás del pasamontañas: Marcos era un filósofo universitario, miembro de una familia dedicada a la venta de muebles en Tampico y militante de las FLN, una de tantas organizaciones subversivas surgidas en el país en el contexto de la Guerra Fría. Contrario a lo que buscaba, la feroz persecución oficial no acabó con el mito detrás del pasamontañas. Una serie de manifestaciones se desataron bajo la proclama «Todos somos Marcos». La máscara siguió siendo una máscara, y el rostro detrás de esa máscara era ahora el que cada quien imaginara. El guerrillero enmascarado se volvió una figura internacional. Ahí empezó a ser equiparado con el Che Guevara.
Por esos noventa, la causa zapatista atrajo a figuras como Manuel Vázquez Montalbán, José Saramago, Oliver Stone, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Edward James Olmos, Danielle Miterrand, Umberto Eco, Joaquín Sabina, Alain Touraine, Manu Chao, Hebe de Bonafini, Rage Against The Machine, Bernardo Bertolucci...
El zapatismo organizó encuentros tanto intercontinentales como intergalácticos en plena Selva Lacandona, los cuales inspiraron y dieron discurso a un movimiento surgido por igual en las calles de Seattle que de Génova, en contra de la globalización neoliberal.
Además de los jóvenes estigmatizados como globalifóbicos, líderes políticos de la izquierda internacional crearon el Foro Social Mundial (FSM) bajo proclamas como «Mandar obedeciendo» y «Otro mundo es posible», postulados zapatistas que luego se volvieron mantra de variopintas resistencias altermundistas y gobiernos latinoamericanos de diversa calaña.
A la par que Marcos se convertía en una figura global de la rebeldía, una especie de Andy Warhol capaz de transformar la lucha guerrillera en algo espectacular, en 1997, la masacre de cuarenta y cinco mujeres, niños y ancianos indígenas simpatizantes de su causa en la comunidad de Acteal devolvió a la cruda realidad paramilitar cotidiana el sufrimiento de los pueblos originarios rebeldes de Chiapas.
La fama del vocero dio visibilidad mundial a las comunidades indígenas olvidadas –ya organizadas con otras del resto del país a través de un naciente Congreso Nacional Indígena–, pero no las blindaba de la destrucción y la muerte acechantes.
Tras la llegada de la alternancia democrática, primero en el Gobierno de la Ciudad de México en 1997 y luego en el nacional –provocadas ambas alternancias en parte por la lucha zapatista–, Marcos encabeza en 2001 una caravana que salió de la Selva Lacandona rumbo a la capital del país para firmar un acuerdo de paz definitivo con el Gobierno recién electo de Vicente Fox.
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Es la hora de la democracia en México, se dice.
La Marcha de la Dignidad Indígena se vuelve un acontecimiento lleno de emoción histórica, que va generando torrenciales multitudes de apoyo por los pueblos y ciudades por los que pasa. Convertido en rock star, Marcos da un discurso épico tras otro hasta llegar al Zócalo, donde habla ante medio millón de personas reunidas en el Centro Histórico de la capital del país.
En el punto más alto de su fama, el vocero enmascarado no acude al Congreso de la Unión para realizar la intervención más importante de todo el viaje; en su lugar lo hace Esther, una de las mujeres indígenas que comandan la organización, quien solicita de manera formal el reconocimiento de su autonomía como pueblos originarios.
Tras la toma simbólica de la capital del país, los zapatistas regresan a las montañas a la espera de que la cúpula política haga su parte.
Sin embargo, en el Congreso de la Unión, los partidos políticos traicionan los acuerdos pactados y rechazan la autonomía indígena.
Durante casi dos años, los zapatistas permanecen en silencio para luego anunciar, en 2003, el rompimiento definitivo de todo diálogo con autoridades y la implementación de facto de la autonomía en los territorios bajo su control. Organizados alrededor de sus Caracoles, los zapatistas se dedican, desde entonces hasta la fecha, a mejorar sus condiciones de salud, educación y alimentación, desterrando al Gobierno oficial y a todos los partidos políticos. Suena utópico, pero no solo han logrado vivir sin políticos profesionales, sino que han sobrevivido mejor la ensangrentada democracia mexicana del siglo XXI.
Marcos permaneció como vocero, liderando algunas iniciativas civiles nacionales, entre ellas La Otra Campaña, con la cual recorrió todo el país entre 2006 y 2007, llamando a la organización popular y augurando una devastación nacional que luego fue cobrando la trágica forma de la «guerra contra el narco».
La Otra Campaña sufrió de diversos embates directos por parte de las autoridades. Quizá el más dramático fue el operativo en San Salvador Atenco, donde los gobiernos –de los tres principales partidos políticos– federal (PAN), estatal (PRI) y local (PRD) reafirmaron con balas y toletes su alianza en contra del zapatismo.
Pese a los constantes intentos de sabotaje, Marcos logró concluir el cometido de recorrer los treinta y dos estados del país entre 2006 y 2007, lo cual le dio una visión y un pulso de lo que se estaba fraguando. En la entrevista que dio a Rodríguez Lascano, este le pregunta:
–Explotación, despojo, desprecio y represión fueron señalados en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona como los cuatro flagelos que el capitalismo, en su fase actual, desata en contra de la humanidad y, en especial, en contra de los más pobres –elabora el también director de la desaparecida revista Rebeldía–. Después de recorrer el país, ¿consideras que, efectivamente, estos cuatro flagelos representan el objetivo a combatir?
–Sí, nosotros pensamos que lo que está ocurriendo es que hay dos etapas en este desarrollo del capitalismo a nivel mundial y en México. Se trata de despojar, de robar, y luego de explotar lo que inmediatamente aparece como fuente de riqueza: el trabajo, la tierra. Y digamos que en torno a esos dos ejes se construyen las formas ideológicas de dominio, políticas, culturales, que se sintetizan en estas dos palabras: desprecio y represión.
»Pero llega un momento en que no basta con estos cotos de riqueza, con esta imagen que teníamos de las grandes ciudades: ciudades con gran concentración de la riqueza, rodeadas de un cinturón de pobreza, sino que ahora estas ciudades, para usar el mismo símil, ese nudo de la red del poder capitalista avanza ya cada vez más sobre lo que era su periferia, lo que no le importaba. En concreto, decimos nosotros: sobre nuestra pobreza. No les basta que seamos pobres, también quieren esa pobreza, porque han descubierto que ahí todavía queda algo.
»En el caso del sector más pobre y más marginado de este país, que es el de los pueblos indios, es clarísimo: se trata de despojarles de su casa, porque hasta ahora es que su casa se ha convertido en una mercancía. Y me refiero a los bosques, a los manantiales, los ríos, los litorales, o sea las playas, e incluso el aire.
¿Cuándo se presenta el nuevo libro de Diego Enrique Osorno en México?
El autor presentará su libro En la montaña el 4 de diciembre, a las 8:30 horas, en la FIL Guadalajara 2024.
Este fragmento del libro En la montaña, se ha publicado con el consentimiento de la editorial Anagrama.
El día 28 de enero de 2024, el jurado compuesto por Carlo Feltrinelli, Juan Villoro, Leila Guerriero, Martín Caparrós y la editora Silvia Sesé concedió el 5.º Premio Anagrama/Fundación Giangiacomo Feltrinelli a <i>En la montaña</i>, de Diego Enrique Osorno.
CENTRO
En medio de la sorprendente maniobra militar del EZLN del 1 de enero de 1994, surgió de entre la niebla de las montañas el vocero treintañero, de tez clara, hombros anchos y poco menos de un metro ochenta de estatura, que hablaba de forma ilustrada, ocultaba su rostro mestizo tras un pasa montañas y se presentaba ante los periodistas de San Cristóbal de las Casas como el subcomandante insurgente Marcos.
Tras doce días de combates y escaramuzas, el Gobierno y el grupo guerrillero pactaron una tregua. Como vocero y líder militar, Marcos era una especie de intérprete de los pueblos tzeltales, tzotziles, choles, mames y tojolabales que se habían alzado en armas. Sus comunicados contenían mensajes puntuales de la causa indígena, pero también eran fruto de un fragor estético: el vocero los impregnaba de juegos, lenguaje y humor. Un recurso panfletario u oficioso como el comunicado guerrillero se volvió un género literario en sí mismo, que demostraba de forma emocionante cómo las palabras, además de servir para describir la realidad, podían usarse para inspirar la construcción de otra realidad.
Más allá de las investigaciones gubernamentales, la identidad de Marcos era un misterio, y el mito sobre su rostro oculto calaba en la valoración de su naciente leyenda. Podía ser un forajido al estilo Robin Hood, un poeta renovador de las viejas luchas comunistas, un minucioso diseñador de estratégicas puestas en escena o un guerrillero capaz de llevar en cualquier momento la lucha armada hasta las últimas consecuencias. ¿Bandido romántico, marxista amante del chachachá, propagandista armado o un simple personaje indescifrable que había leído más a Carlos Monsiváis que a Carlos Marx, como ironizó otro Carlos, el de apellido Fuentes?
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Pero esto no era un juego –o era un juego de vida o muerte–. En 1995, una inesperada operación militar especial ordenada por el presidente Ernesto Zedillo, a pedido de Estados Unidos, casi logra capturar a Marcos cerca de La Realidad, uno de los territorios tomados por los indígenas alzados. El líder zapatista logró escapar antes de que cientos de soldados destruyeran el icónico campamento rebelde ubicado en la comunidad de Guadalupe Tepeyac donde unos meses antes se había celebrado un encuentro zapatista con la sociedad civil, a través de una Convención Nacional Democrática orga nizada en un enorme auditorio que cobraba la forma de Arca de Noé, barco selvático de Fitzcarraldo, o navío pirata para el despróposito de un movimiento civil en diálogo con un movimiento armado.
El Gobierno mantuvo su arremetida de esos días al revelar la supuesta identidad detrás del pasamontañas: Marcos era un filósofo universitario, miembro de una familia dedicada a la venta de muebles en Tampico y militante de las FLN, una de tantas organizaciones subversivas surgidas en el país en el contexto de la Guerra Fría. Contrario a lo que buscaba, la feroz persecución oficial no acabó con el mito detrás del pasamontañas. Una serie de manifestaciones se desataron bajo la proclama «Todos somos Marcos». La máscara siguió siendo una máscara, y el rostro detrás de esa máscara era ahora el que cada quien imaginara. El guerrillero enmascarado se volvió una figura internacional. Ahí empezó a ser equiparado con el Che Guevara.
Por esos noventa, la causa zapatista atrajo a figuras como Manuel Vázquez Montalbán, José Saramago, Oliver Stone, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Edward James Olmos, Danielle Miterrand, Umberto Eco, Joaquín Sabina, Alain Touraine, Manu Chao, Hebe de Bonafini, Rage Against The Machine, Bernardo Bertolucci...
El zapatismo organizó encuentros tanto intercontinentales como intergalácticos en plena Selva Lacandona, los cuales inspiraron y dieron discurso a un movimiento surgido por igual en las calles de Seattle que de Génova, en contra de la globalización neoliberal.
Además de los jóvenes estigmatizados como globalifóbicos, líderes políticos de la izquierda internacional crearon el Foro Social Mundial (FSM) bajo proclamas como «Mandar obedeciendo» y «Otro mundo es posible», postulados zapatistas que luego se volvieron mantra de variopintas resistencias altermundistas y gobiernos latinoamericanos de diversa calaña.
A la par que Marcos se convertía en una figura global de la rebeldía, una especie de Andy Warhol capaz de transformar la lucha guerrillera en algo espectacular, en 1997, la masacre de cuarenta y cinco mujeres, niños y ancianos indígenas simpatizantes de su causa en la comunidad de Acteal devolvió a la cruda realidad paramilitar cotidiana el sufrimiento de los pueblos originarios rebeldes de Chiapas.
La fama del vocero dio visibilidad mundial a las comunidades indígenas olvidadas –ya organizadas con otras del resto del país a través de un naciente Congreso Nacional Indígena–, pero no las blindaba de la destrucción y la muerte acechantes.
Tras la llegada de la alternancia democrática, primero en el Gobierno de la Ciudad de México en 1997 y luego en el nacional –provocadas ambas alternancias en parte por la lucha zapatista–, Marcos encabeza en 2001 una caravana que salió de la Selva Lacandona rumbo a la capital del país para firmar un acuerdo de paz definitivo con el Gobierno recién electo de Vicente Fox.
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Es la hora de la democracia en México, se dice.
La Marcha de la Dignidad Indígena se vuelve un acontecimiento lleno de emoción histórica, que va generando torrenciales multitudes de apoyo por los pueblos y ciudades por los que pasa. Convertido en rock star, Marcos da un discurso épico tras otro hasta llegar al Zócalo, donde habla ante medio millón de personas reunidas en el Centro Histórico de la capital del país.
En el punto más alto de su fama, el vocero enmascarado no acude al Congreso de la Unión para realizar la intervención más importante de todo el viaje; en su lugar lo hace Esther, una de las mujeres indígenas que comandan la organización, quien solicita de manera formal el reconocimiento de su autonomía como pueblos originarios.
Tras la toma simbólica de la capital del país, los zapatistas regresan a las montañas a la espera de que la cúpula política haga su parte.
Sin embargo, en el Congreso de la Unión, los partidos políticos traicionan los acuerdos pactados y rechazan la autonomía indígena.
Durante casi dos años, los zapatistas permanecen en silencio para luego anunciar, en 2003, el rompimiento definitivo de todo diálogo con autoridades y la implementación de facto de la autonomía en los territorios bajo su control. Organizados alrededor de sus Caracoles, los zapatistas se dedican, desde entonces hasta la fecha, a mejorar sus condiciones de salud, educación y alimentación, desterrando al Gobierno oficial y a todos los partidos políticos. Suena utópico, pero no solo han logrado vivir sin políticos profesionales, sino que han sobrevivido mejor la ensangrentada democracia mexicana del siglo XXI.
Marcos permaneció como vocero, liderando algunas iniciativas civiles nacionales, entre ellas La Otra Campaña, con la cual recorrió todo el país entre 2006 y 2007, llamando a la organización popular y augurando una devastación nacional que luego fue cobrando la trágica forma de la «guerra contra el narco».
La Otra Campaña sufrió de diversos embates directos por parte de las autoridades. Quizá el más dramático fue el operativo en San Salvador Atenco, donde los gobiernos –de los tres principales partidos políticos– federal (PAN), estatal (PRI) y local (PRD) reafirmaron con balas y toletes su alianza en contra del zapatismo.
Pese a los constantes intentos de sabotaje, Marcos logró concluir el cometido de recorrer los treinta y dos estados del país entre 2006 y 2007, lo cual le dio una visión y un pulso de lo que se estaba fraguando. En la entrevista que dio a Rodríguez Lascano, este le pregunta:
–Explotación, despojo, desprecio y represión fueron señalados en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona como los cuatro flagelos que el capitalismo, en su fase actual, desata en contra de la humanidad y, en especial, en contra de los más pobres –elabora el también director de la desaparecida revista Rebeldía–. Después de recorrer el país, ¿consideras que, efectivamente, estos cuatro flagelos representan el objetivo a combatir?
–Sí, nosotros pensamos que lo que está ocurriendo es que hay dos etapas en este desarrollo del capitalismo a nivel mundial y en México. Se trata de despojar, de robar, y luego de explotar lo que inmediatamente aparece como fuente de riqueza: el trabajo, la tierra. Y digamos que en torno a esos dos ejes se construyen las formas ideológicas de dominio, políticas, culturales, que se sintetizan en estas dos palabras: desprecio y represión.
»Pero llega un momento en que no basta con estos cotos de riqueza, con esta imagen que teníamos de las grandes ciudades: ciudades con gran concentración de la riqueza, rodeadas de un cinturón de pobreza, sino que ahora estas ciudades, para usar el mismo símil, ese nudo de la red del poder capitalista avanza ya cada vez más sobre lo que era su periferia, lo que no le importaba. En concreto, decimos nosotros: sobre nuestra pobreza. No les basta que seamos pobres, también quieren esa pobreza, porque han descubierto que ahí todavía queda algo.
»En el caso del sector más pobre y más marginado de este país, que es el de los pueblos indios, es clarísimo: se trata de despojarles de su casa, porque hasta ahora es que su casa se ha convertido en una mercancía. Y me refiero a los bosques, a los manantiales, los ríos, los litorales, o sea las playas, e incluso el aire.
¿Cuándo se presenta el nuevo libro de Diego Enrique Osorno en México?
El autor presentará su libro En la montaña el 4 de diciembre, a las 8:30 horas, en la FIL Guadalajara 2024.
Este fragmento del libro En la montaña, se ha publicado con el consentimiento de la editorial Anagrama.
El día 28 de enero de 2024, el jurado compuesto por Carlo Feltrinelli, Juan Villoro, Leila Guerriero, Martín Caparrós y la editora Silvia Sesé concedió el 5.º Premio Anagrama/Fundación Giangiacomo Feltrinelli a <i>En la montaña</i>, de Diego Enrique Osorno.
CENTRO
En medio de la sorprendente maniobra militar del EZLN del 1 de enero de 1994, surgió de entre la niebla de las montañas el vocero treintañero, de tez clara, hombros anchos y poco menos de un metro ochenta de estatura, que hablaba de forma ilustrada, ocultaba su rostro mestizo tras un pasa montañas y se presentaba ante los periodistas de San Cristóbal de las Casas como el subcomandante insurgente Marcos.
Tras doce días de combates y escaramuzas, el Gobierno y el grupo guerrillero pactaron una tregua. Como vocero y líder militar, Marcos era una especie de intérprete de los pueblos tzeltales, tzotziles, choles, mames y tojolabales que se habían alzado en armas. Sus comunicados contenían mensajes puntuales de la causa indígena, pero también eran fruto de un fragor estético: el vocero los impregnaba de juegos, lenguaje y humor. Un recurso panfletario u oficioso como el comunicado guerrillero se volvió un género literario en sí mismo, que demostraba de forma emocionante cómo las palabras, además de servir para describir la realidad, podían usarse para inspirar la construcción de otra realidad.
Más allá de las investigaciones gubernamentales, la identidad de Marcos era un misterio, y el mito sobre su rostro oculto calaba en la valoración de su naciente leyenda. Podía ser un forajido al estilo Robin Hood, un poeta renovador de las viejas luchas comunistas, un minucioso diseñador de estratégicas puestas en escena o un guerrillero capaz de llevar en cualquier momento la lucha armada hasta las últimas consecuencias. ¿Bandido romántico, marxista amante del chachachá, propagandista armado o un simple personaje indescifrable que había leído más a Carlos Monsiváis que a Carlos Marx, como ironizó otro Carlos, el de apellido Fuentes?
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Pero esto no era un juego –o era un juego de vida o muerte–. En 1995, una inesperada operación militar especial ordenada por el presidente Ernesto Zedillo, a pedido de Estados Unidos, casi logra capturar a Marcos cerca de La Realidad, uno de los territorios tomados por los indígenas alzados. El líder zapatista logró escapar antes de que cientos de soldados destruyeran el icónico campamento rebelde ubicado en la comunidad de Guadalupe Tepeyac donde unos meses antes se había celebrado un encuentro zapatista con la sociedad civil, a través de una Convención Nacional Democrática orga nizada en un enorme auditorio que cobraba la forma de Arca de Noé, barco selvático de Fitzcarraldo, o navío pirata para el despróposito de un movimiento civil en diálogo con un movimiento armado.
El Gobierno mantuvo su arremetida de esos días al revelar la supuesta identidad detrás del pasamontañas: Marcos era un filósofo universitario, miembro de una familia dedicada a la venta de muebles en Tampico y militante de las FLN, una de tantas organizaciones subversivas surgidas en el país en el contexto de la Guerra Fría. Contrario a lo que buscaba, la feroz persecución oficial no acabó con el mito detrás del pasamontañas. Una serie de manifestaciones se desataron bajo la proclama «Todos somos Marcos». La máscara siguió siendo una máscara, y el rostro detrás de esa máscara era ahora el que cada quien imaginara. El guerrillero enmascarado se volvió una figura internacional. Ahí empezó a ser equiparado con el Che Guevara.
Por esos noventa, la causa zapatista atrajo a figuras como Manuel Vázquez Montalbán, José Saramago, Oliver Stone, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Edward James Olmos, Danielle Miterrand, Umberto Eco, Joaquín Sabina, Alain Touraine, Manu Chao, Hebe de Bonafini, Rage Against The Machine, Bernardo Bertolucci...
El zapatismo organizó encuentros tanto intercontinentales como intergalácticos en plena Selva Lacandona, los cuales inspiraron y dieron discurso a un movimiento surgido por igual en las calles de Seattle que de Génova, en contra de la globalización neoliberal.
Además de los jóvenes estigmatizados como globalifóbicos, líderes políticos de la izquierda internacional crearon el Foro Social Mundial (FSM) bajo proclamas como «Mandar obedeciendo» y «Otro mundo es posible», postulados zapatistas que luego se volvieron mantra de variopintas resistencias altermundistas y gobiernos latinoamericanos de diversa calaña.
A la par que Marcos se convertía en una figura global de la rebeldía, una especie de Andy Warhol capaz de transformar la lucha guerrillera en algo espectacular, en 1997, la masacre de cuarenta y cinco mujeres, niños y ancianos indígenas simpatizantes de su causa en la comunidad de Acteal devolvió a la cruda realidad paramilitar cotidiana el sufrimiento de los pueblos originarios rebeldes de Chiapas.
La fama del vocero dio visibilidad mundial a las comunidades indígenas olvidadas –ya organizadas con otras del resto del país a través de un naciente Congreso Nacional Indígena–, pero no las blindaba de la destrucción y la muerte acechantes.
Tras la llegada de la alternancia democrática, primero en el Gobierno de la Ciudad de México en 1997 y luego en el nacional –provocadas ambas alternancias en parte por la lucha zapatista–, Marcos encabeza en 2001 una caravana que salió de la Selva Lacandona rumbo a la capital del país para firmar un acuerdo de paz definitivo con el Gobierno recién electo de Vicente Fox.
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Es la hora de la democracia en México, se dice.
La Marcha de la Dignidad Indígena se vuelve un acontecimiento lleno de emoción histórica, que va generando torrenciales multitudes de apoyo por los pueblos y ciudades por los que pasa. Convertido en rock star, Marcos da un discurso épico tras otro hasta llegar al Zócalo, donde habla ante medio millón de personas reunidas en el Centro Histórico de la capital del país.
En el punto más alto de su fama, el vocero enmascarado no acude al Congreso de la Unión para realizar la intervención más importante de todo el viaje; en su lugar lo hace Esther, una de las mujeres indígenas que comandan la organización, quien solicita de manera formal el reconocimiento de su autonomía como pueblos originarios.
Tras la toma simbólica de la capital del país, los zapatistas regresan a las montañas a la espera de que la cúpula política haga su parte.
Sin embargo, en el Congreso de la Unión, los partidos políticos traicionan los acuerdos pactados y rechazan la autonomía indígena.
Durante casi dos años, los zapatistas permanecen en silencio para luego anunciar, en 2003, el rompimiento definitivo de todo diálogo con autoridades y la implementación de facto de la autonomía en los territorios bajo su control. Organizados alrededor de sus Caracoles, los zapatistas se dedican, desde entonces hasta la fecha, a mejorar sus condiciones de salud, educación y alimentación, desterrando al Gobierno oficial y a todos los partidos políticos. Suena utópico, pero no solo han logrado vivir sin políticos profesionales, sino que han sobrevivido mejor la ensangrentada democracia mexicana del siglo XXI.
Marcos permaneció como vocero, liderando algunas iniciativas civiles nacionales, entre ellas La Otra Campaña, con la cual recorrió todo el país entre 2006 y 2007, llamando a la organización popular y augurando una devastación nacional que luego fue cobrando la trágica forma de la «guerra contra el narco».
La Otra Campaña sufrió de diversos embates directos por parte de las autoridades. Quizá el más dramático fue el operativo en San Salvador Atenco, donde los gobiernos –de los tres principales partidos políticos– federal (PAN), estatal (PRI) y local (PRD) reafirmaron con balas y toletes su alianza en contra del zapatismo.
Pese a los constantes intentos de sabotaje, Marcos logró concluir el cometido de recorrer los treinta y dos estados del país entre 2006 y 2007, lo cual le dio una visión y un pulso de lo que se estaba fraguando. En la entrevista que dio a Rodríguez Lascano, este le pregunta:
–Explotación, despojo, desprecio y represión fueron señalados en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona como los cuatro flagelos que el capitalismo, en su fase actual, desata en contra de la humanidad y, en especial, en contra de los más pobres –elabora el también director de la desaparecida revista Rebeldía–. Después de recorrer el país, ¿consideras que, efectivamente, estos cuatro flagelos representan el objetivo a combatir?
–Sí, nosotros pensamos que lo que está ocurriendo es que hay dos etapas en este desarrollo del capitalismo a nivel mundial y en México. Se trata de despojar, de robar, y luego de explotar lo que inmediatamente aparece como fuente de riqueza: el trabajo, la tierra. Y digamos que en torno a esos dos ejes se construyen las formas ideológicas de dominio, políticas, culturales, que se sintetizan en estas dos palabras: desprecio y represión.
»Pero llega un momento en que no basta con estos cotos de riqueza, con esta imagen que teníamos de las grandes ciudades: ciudades con gran concentración de la riqueza, rodeadas de un cinturón de pobreza, sino que ahora estas ciudades, para usar el mismo símil, ese nudo de la red del poder capitalista avanza ya cada vez más sobre lo que era su periferia, lo que no le importaba. En concreto, decimos nosotros: sobre nuestra pobreza. No les basta que seamos pobres, también quieren esa pobreza, porque han descubierto que ahí todavía queda algo.
»En el caso del sector más pobre y más marginado de este país, que es el de los pueblos indios, es clarísimo: se trata de despojarles de su casa, porque hasta ahora es que su casa se ha convertido en una mercancía. Y me refiero a los bosques, a los manantiales, los ríos, los litorales, o sea las playas, e incluso el aire.
¿Cuándo se presenta el nuevo libro de Diego Enrique Osorno en México?
El autor presentará su libro En la montaña el 4 de diciembre, a las 8:30 horas, en la FIL Guadalajara 2024.
Este fragmento del libro En la montaña, se ha publicado con el consentimiento de la editorial Anagrama.
El día 28 de enero de 2024, el jurado compuesto por Carlo Feltrinelli, Juan Villoro, Leila Guerriero, Martín Caparrós y la editora Silvia Sesé concedió el 5.º Premio Anagrama/Fundación Giangiacomo Feltrinelli a <i>En la montaña</i>, de Diego Enrique Osorno.
CENTRO
En medio de la sorprendente maniobra militar del EZLN del 1 de enero de 1994, surgió de entre la niebla de las montañas el vocero treintañero, de tez clara, hombros anchos y poco menos de un metro ochenta de estatura, que hablaba de forma ilustrada, ocultaba su rostro mestizo tras un pasa montañas y se presentaba ante los periodistas de San Cristóbal de las Casas como el subcomandante insurgente Marcos.
Tras doce días de combates y escaramuzas, el Gobierno y el grupo guerrillero pactaron una tregua. Como vocero y líder militar, Marcos era una especie de intérprete de los pueblos tzeltales, tzotziles, choles, mames y tojolabales que se habían alzado en armas. Sus comunicados contenían mensajes puntuales de la causa indígena, pero también eran fruto de un fragor estético: el vocero los impregnaba de juegos, lenguaje y humor. Un recurso panfletario u oficioso como el comunicado guerrillero se volvió un género literario en sí mismo, que demostraba de forma emocionante cómo las palabras, además de servir para describir la realidad, podían usarse para inspirar la construcción de otra realidad.
Más allá de las investigaciones gubernamentales, la identidad de Marcos era un misterio, y el mito sobre su rostro oculto calaba en la valoración de su naciente leyenda. Podía ser un forajido al estilo Robin Hood, un poeta renovador de las viejas luchas comunistas, un minucioso diseñador de estratégicas puestas en escena o un guerrillero capaz de llevar en cualquier momento la lucha armada hasta las últimas consecuencias. ¿Bandido romántico, marxista amante del chachachá, propagandista armado o un simple personaje indescifrable que había leído más a Carlos Monsiváis que a Carlos Marx, como ironizó otro Carlos, el de apellido Fuentes?
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Pero esto no era un juego –o era un juego de vida o muerte–. En 1995, una inesperada operación militar especial ordenada por el presidente Ernesto Zedillo, a pedido de Estados Unidos, casi logra capturar a Marcos cerca de La Realidad, uno de los territorios tomados por los indígenas alzados. El líder zapatista logró escapar antes de que cientos de soldados destruyeran el icónico campamento rebelde ubicado en la comunidad de Guadalupe Tepeyac donde unos meses antes se había celebrado un encuentro zapatista con la sociedad civil, a través de una Convención Nacional Democrática orga nizada en un enorme auditorio que cobraba la forma de Arca de Noé, barco selvático de Fitzcarraldo, o navío pirata para el despróposito de un movimiento civil en diálogo con un movimiento armado.
El Gobierno mantuvo su arremetida de esos días al revelar la supuesta identidad detrás del pasamontañas: Marcos era un filósofo universitario, miembro de una familia dedicada a la venta de muebles en Tampico y militante de las FLN, una de tantas organizaciones subversivas surgidas en el país en el contexto de la Guerra Fría. Contrario a lo que buscaba, la feroz persecución oficial no acabó con el mito detrás del pasamontañas. Una serie de manifestaciones se desataron bajo la proclama «Todos somos Marcos». La máscara siguió siendo una máscara, y el rostro detrás de esa máscara era ahora el que cada quien imaginara. El guerrillero enmascarado se volvió una figura internacional. Ahí empezó a ser equiparado con el Che Guevara.
Por esos noventa, la causa zapatista atrajo a figuras como Manuel Vázquez Montalbán, José Saramago, Oliver Stone, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Edward James Olmos, Danielle Miterrand, Umberto Eco, Joaquín Sabina, Alain Touraine, Manu Chao, Hebe de Bonafini, Rage Against The Machine, Bernardo Bertolucci...
El zapatismo organizó encuentros tanto intercontinentales como intergalácticos en plena Selva Lacandona, los cuales inspiraron y dieron discurso a un movimiento surgido por igual en las calles de Seattle que de Génova, en contra de la globalización neoliberal.
Además de los jóvenes estigmatizados como globalifóbicos, líderes políticos de la izquierda internacional crearon el Foro Social Mundial (FSM) bajo proclamas como «Mandar obedeciendo» y «Otro mundo es posible», postulados zapatistas que luego se volvieron mantra de variopintas resistencias altermundistas y gobiernos latinoamericanos de diversa calaña.
A la par que Marcos se convertía en una figura global de la rebeldía, una especie de Andy Warhol capaz de transformar la lucha guerrillera en algo espectacular, en 1997, la masacre de cuarenta y cinco mujeres, niños y ancianos indígenas simpatizantes de su causa en la comunidad de Acteal devolvió a la cruda realidad paramilitar cotidiana el sufrimiento de los pueblos originarios rebeldes de Chiapas.
La fama del vocero dio visibilidad mundial a las comunidades indígenas olvidadas –ya organizadas con otras del resto del país a través de un naciente Congreso Nacional Indígena–, pero no las blindaba de la destrucción y la muerte acechantes.
Tras la llegada de la alternancia democrática, primero en el Gobierno de la Ciudad de México en 1997 y luego en el nacional –provocadas ambas alternancias en parte por la lucha zapatista–, Marcos encabeza en 2001 una caravana que salió de la Selva Lacandona rumbo a la capital del país para firmar un acuerdo de paz definitivo con el Gobierno recién electo de Vicente Fox.
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Es la hora de la democracia en México, se dice.
La Marcha de la Dignidad Indígena se vuelve un acontecimiento lleno de emoción histórica, que va generando torrenciales multitudes de apoyo por los pueblos y ciudades por los que pasa. Convertido en rock star, Marcos da un discurso épico tras otro hasta llegar al Zócalo, donde habla ante medio millón de personas reunidas en el Centro Histórico de la capital del país.
En el punto más alto de su fama, el vocero enmascarado no acude al Congreso de la Unión para realizar la intervención más importante de todo el viaje; en su lugar lo hace Esther, una de las mujeres indígenas que comandan la organización, quien solicita de manera formal el reconocimiento de su autonomía como pueblos originarios.
Tras la toma simbólica de la capital del país, los zapatistas regresan a las montañas a la espera de que la cúpula política haga su parte.
Sin embargo, en el Congreso de la Unión, los partidos políticos traicionan los acuerdos pactados y rechazan la autonomía indígena.
Durante casi dos años, los zapatistas permanecen en silencio para luego anunciar, en 2003, el rompimiento definitivo de todo diálogo con autoridades y la implementación de facto de la autonomía en los territorios bajo su control. Organizados alrededor de sus Caracoles, los zapatistas se dedican, desde entonces hasta la fecha, a mejorar sus condiciones de salud, educación y alimentación, desterrando al Gobierno oficial y a todos los partidos políticos. Suena utópico, pero no solo han logrado vivir sin políticos profesionales, sino que han sobrevivido mejor la ensangrentada democracia mexicana del siglo XXI.
Marcos permaneció como vocero, liderando algunas iniciativas civiles nacionales, entre ellas La Otra Campaña, con la cual recorrió todo el país entre 2006 y 2007, llamando a la organización popular y augurando una devastación nacional que luego fue cobrando la trágica forma de la «guerra contra el narco».
La Otra Campaña sufrió de diversos embates directos por parte de las autoridades. Quizá el más dramático fue el operativo en San Salvador Atenco, donde los gobiernos –de los tres principales partidos políticos– federal (PAN), estatal (PRI) y local (PRD) reafirmaron con balas y toletes su alianza en contra del zapatismo.
Pese a los constantes intentos de sabotaje, Marcos logró concluir el cometido de recorrer los treinta y dos estados del país entre 2006 y 2007, lo cual le dio una visión y un pulso de lo que se estaba fraguando. En la entrevista que dio a Rodríguez Lascano, este le pregunta:
–Explotación, despojo, desprecio y represión fueron señalados en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona como los cuatro flagelos que el capitalismo, en su fase actual, desata en contra de la humanidad y, en especial, en contra de los más pobres –elabora el también director de la desaparecida revista Rebeldía–. Después de recorrer el país, ¿consideras que, efectivamente, estos cuatro flagelos representan el objetivo a combatir?
–Sí, nosotros pensamos que lo que está ocurriendo es que hay dos etapas en este desarrollo del capitalismo a nivel mundial y en México. Se trata de despojar, de robar, y luego de explotar lo que inmediatamente aparece como fuente de riqueza: el trabajo, la tierra. Y digamos que en torno a esos dos ejes se construyen las formas ideológicas de dominio, políticas, culturales, que se sintetizan en estas dos palabras: desprecio y represión.
»Pero llega un momento en que no basta con estos cotos de riqueza, con esta imagen que teníamos de las grandes ciudades: ciudades con gran concentración de la riqueza, rodeadas de un cinturón de pobreza, sino que ahora estas ciudades, para usar el mismo símil, ese nudo de la red del poder capitalista avanza ya cada vez más sobre lo que era su periferia, lo que no le importaba. En concreto, decimos nosotros: sobre nuestra pobreza. No les basta que seamos pobres, también quieren esa pobreza, porque han descubierto que ahí todavía queda algo.
»En el caso del sector más pobre y más marginado de este país, que es el de los pueblos indios, es clarísimo: se trata de despojarles de su casa, porque hasta ahora es que su casa se ha convertido en una mercancía. Y me refiero a los bosques, a los manantiales, los ríos, los litorales, o sea las playas, e incluso el aire.
¿Cuándo se presenta el nuevo libro de Diego Enrique Osorno en México?
El autor presentará su libro En la montaña el 4 de diciembre, a las 8:30 horas, en la FIL Guadalajara 2024.
Este fragmento del libro En la montaña, se ha publicado con el consentimiento de la editorial Anagrama.
El día 28 de enero de 2024, el jurado compuesto por Carlo Feltrinelli, Juan Villoro, Leila Guerriero, Martín Caparrós y la editora Silvia Sesé concedió el 5.º Premio Anagrama/Fundación Giangiacomo Feltrinelli a <i>En la montaña</i>, de Diego Enrique Osorno.
CENTRO
En medio de la sorprendente maniobra militar del EZLN del 1 de enero de 1994, surgió de entre la niebla de las montañas el vocero treintañero, de tez clara, hombros anchos y poco menos de un metro ochenta de estatura, que hablaba de forma ilustrada, ocultaba su rostro mestizo tras un pasa montañas y se presentaba ante los periodistas de San Cristóbal de las Casas como el subcomandante insurgente Marcos.
Tras doce días de combates y escaramuzas, el Gobierno y el grupo guerrillero pactaron una tregua. Como vocero y líder militar, Marcos era una especie de intérprete de los pueblos tzeltales, tzotziles, choles, mames y tojolabales que se habían alzado en armas. Sus comunicados contenían mensajes puntuales de la causa indígena, pero también eran fruto de un fragor estético: el vocero los impregnaba de juegos, lenguaje y humor. Un recurso panfletario u oficioso como el comunicado guerrillero se volvió un género literario en sí mismo, que demostraba de forma emocionante cómo las palabras, además de servir para describir la realidad, podían usarse para inspirar la construcción de otra realidad.
Más allá de las investigaciones gubernamentales, la identidad de Marcos era un misterio, y el mito sobre su rostro oculto calaba en la valoración de su naciente leyenda. Podía ser un forajido al estilo Robin Hood, un poeta renovador de las viejas luchas comunistas, un minucioso diseñador de estratégicas puestas en escena o un guerrillero capaz de llevar en cualquier momento la lucha armada hasta las últimas consecuencias. ¿Bandido romántico, marxista amante del chachachá, propagandista armado o un simple personaje indescifrable que había leído más a Carlos Monsiváis que a Carlos Marx, como ironizó otro Carlos, el de apellido Fuentes?
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Pero esto no era un juego –o era un juego de vida o muerte–. En 1995, una inesperada operación militar especial ordenada por el presidente Ernesto Zedillo, a pedido de Estados Unidos, casi logra capturar a Marcos cerca de La Realidad, uno de los territorios tomados por los indígenas alzados. El líder zapatista logró escapar antes de que cientos de soldados destruyeran el icónico campamento rebelde ubicado en la comunidad de Guadalupe Tepeyac donde unos meses antes se había celebrado un encuentro zapatista con la sociedad civil, a través de una Convención Nacional Democrática orga nizada en un enorme auditorio que cobraba la forma de Arca de Noé, barco selvático de Fitzcarraldo, o navío pirata para el despróposito de un movimiento civil en diálogo con un movimiento armado.
El Gobierno mantuvo su arremetida de esos días al revelar la supuesta identidad detrás del pasamontañas: Marcos era un filósofo universitario, miembro de una familia dedicada a la venta de muebles en Tampico y militante de las FLN, una de tantas organizaciones subversivas surgidas en el país en el contexto de la Guerra Fría. Contrario a lo que buscaba, la feroz persecución oficial no acabó con el mito detrás del pasamontañas. Una serie de manifestaciones se desataron bajo la proclama «Todos somos Marcos». La máscara siguió siendo una máscara, y el rostro detrás de esa máscara era ahora el que cada quien imaginara. El guerrillero enmascarado se volvió una figura internacional. Ahí empezó a ser equiparado con el Che Guevara.
Por esos noventa, la causa zapatista atrajo a figuras como Manuel Vázquez Montalbán, José Saramago, Oliver Stone, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Edward James Olmos, Danielle Miterrand, Umberto Eco, Joaquín Sabina, Alain Touraine, Manu Chao, Hebe de Bonafini, Rage Against The Machine, Bernardo Bertolucci...
El zapatismo organizó encuentros tanto intercontinentales como intergalácticos en plena Selva Lacandona, los cuales inspiraron y dieron discurso a un movimiento surgido por igual en las calles de Seattle que de Génova, en contra de la globalización neoliberal.
Además de los jóvenes estigmatizados como globalifóbicos, líderes políticos de la izquierda internacional crearon el Foro Social Mundial (FSM) bajo proclamas como «Mandar obedeciendo» y «Otro mundo es posible», postulados zapatistas que luego se volvieron mantra de variopintas resistencias altermundistas y gobiernos latinoamericanos de diversa calaña.
A la par que Marcos se convertía en una figura global de la rebeldía, una especie de Andy Warhol capaz de transformar la lucha guerrillera en algo espectacular, en 1997, la masacre de cuarenta y cinco mujeres, niños y ancianos indígenas simpatizantes de su causa en la comunidad de Acteal devolvió a la cruda realidad paramilitar cotidiana el sufrimiento de los pueblos originarios rebeldes de Chiapas.
La fama del vocero dio visibilidad mundial a las comunidades indígenas olvidadas –ya organizadas con otras del resto del país a través de un naciente Congreso Nacional Indígena–, pero no las blindaba de la destrucción y la muerte acechantes.
Tras la llegada de la alternancia democrática, primero en el Gobierno de la Ciudad de México en 1997 y luego en el nacional –provocadas ambas alternancias en parte por la lucha zapatista–, Marcos encabeza en 2001 una caravana que salió de la Selva Lacandona rumbo a la capital del país para firmar un acuerdo de paz definitivo con el Gobierno recién electo de Vicente Fox.
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Es la hora de la democracia en México, se dice.
La Marcha de la Dignidad Indígena se vuelve un acontecimiento lleno de emoción histórica, que va generando torrenciales multitudes de apoyo por los pueblos y ciudades por los que pasa. Convertido en rock star, Marcos da un discurso épico tras otro hasta llegar al Zócalo, donde habla ante medio millón de personas reunidas en el Centro Histórico de la capital del país.
En el punto más alto de su fama, el vocero enmascarado no acude al Congreso de la Unión para realizar la intervención más importante de todo el viaje; en su lugar lo hace Esther, una de las mujeres indígenas que comandan la organización, quien solicita de manera formal el reconocimiento de su autonomía como pueblos originarios.
Tras la toma simbólica de la capital del país, los zapatistas regresan a las montañas a la espera de que la cúpula política haga su parte.
Sin embargo, en el Congreso de la Unión, los partidos políticos traicionan los acuerdos pactados y rechazan la autonomía indígena.
Durante casi dos años, los zapatistas permanecen en silencio para luego anunciar, en 2003, el rompimiento definitivo de todo diálogo con autoridades y la implementación de facto de la autonomía en los territorios bajo su control. Organizados alrededor de sus Caracoles, los zapatistas se dedican, desde entonces hasta la fecha, a mejorar sus condiciones de salud, educación y alimentación, desterrando al Gobierno oficial y a todos los partidos políticos. Suena utópico, pero no solo han logrado vivir sin políticos profesionales, sino que han sobrevivido mejor la ensangrentada democracia mexicana del siglo XXI.
Marcos permaneció como vocero, liderando algunas iniciativas civiles nacionales, entre ellas La Otra Campaña, con la cual recorrió todo el país entre 2006 y 2007, llamando a la organización popular y augurando una devastación nacional que luego fue cobrando la trágica forma de la «guerra contra el narco».
La Otra Campaña sufrió de diversos embates directos por parte de las autoridades. Quizá el más dramático fue el operativo en San Salvador Atenco, donde los gobiernos –de los tres principales partidos políticos– federal (PAN), estatal (PRI) y local (PRD) reafirmaron con balas y toletes su alianza en contra del zapatismo.
Pese a los constantes intentos de sabotaje, Marcos logró concluir el cometido de recorrer los treinta y dos estados del país entre 2006 y 2007, lo cual le dio una visión y un pulso de lo que se estaba fraguando. En la entrevista que dio a Rodríguez Lascano, este le pregunta:
–Explotación, despojo, desprecio y represión fueron señalados en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona como los cuatro flagelos que el capitalismo, en su fase actual, desata en contra de la humanidad y, en especial, en contra de los más pobres –elabora el también director de la desaparecida revista Rebeldía–. Después de recorrer el país, ¿consideras que, efectivamente, estos cuatro flagelos representan el objetivo a combatir?
–Sí, nosotros pensamos que lo que está ocurriendo es que hay dos etapas en este desarrollo del capitalismo a nivel mundial y en México. Se trata de despojar, de robar, y luego de explotar lo que inmediatamente aparece como fuente de riqueza: el trabajo, la tierra. Y digamos que en torno a esos dos ejes se construyen las formas ideológicas de dominio, políticas, culturales, que se sintetizan en estas dos palabras: desprecio y represión.
»Pero llega un momento en que no basta con estos cotos de riqueza, con esta imagen que teníamos de las grandes ciudades: ciudades con gran concentración de la riqueza, rodeadas de un cinturón de pobreza, sino que ahora estas ciudades, para usar el mismo símil, ese nudo de la red del poder capitalista avanza ya cada vez más sobre lo que era su periferia, lo que no le importaba. En concreto, decimos nosotros: sobre nuestra pobreza. No les basta que seamos pobres, también quieren esa pobreza, porque han descubierto que ahí todavía queda algo.
»En el caso del sector más pobre y más marginado de este país, que es el de los pueblos indios, es clarísimo: se trata de despojarles de su casa, porque hasta ahora es que su casa se ha convertido en una mercancía. Y me refiero a los bosques, a los manantiales, los ríos, los litorales, o sea las playas, e incluso el aire.
¿Cuándo se presenta el nuevo libro de Diego Enrique Osorno en México?
El autor presentará su libro En la montaña el 4 de diciembre, a las 8:30 horas, en la FIL Guadalajara 2024.
Este fragmento del libro En la montaña, se ha publicado con el consentimiento de la editorial Anagrama.