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Eva Baltasar

Eva Baltasar

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
05
.
09
.
19
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Tiempo de Lectura: 00 min

A ratos de soledad

Eva Baltasar es de las escritoras hispanas que piensa que en la literatura el proceso es tan importante como el resultado, algo que debería interpelarnos en un momento en el que los resultados y los objetivos parecen primar y justificar tremendas injusticias en el mundo. Para ella, ser poeta no sólo representa construir versos, sino una manera de habitar el mundo y estar con los demás. Esto lo denomina “vivir poéticamente”: hacerlo con intensidad, entregando solidaridad a cada palabra y acto. Por eso, Baltasar (1978) es una mujer que defiende en voz alta el componente humanizador de la literatura. Al fin y al cabo, los tiempos en los que vivimos son de crisis, de explotación económica, inconsciencia ambiental o escasez alimentaria y estas circunstancias al escritor, como al resto de nosotros, le exigen una postura sobre su labor y su oficio. “La literatura abre pequeños espacios de redención porque tiene la capacidad de conectarnos con aquellos aspectos de nuestra humanidad que, tal vez empleados de otra forma, hubieran podido ayudar a crear un mundo mejor”, afirma Baltasar en una breve correspondencia electrónica desde España, antes de confesar que hace veinte años, cuando empezó a escribir y vivía replegada en sí misma, no reflexionaba sobre ello. “Es algo sobre lo que he ido dándome cuenta conforme me he abierto al mundo y a los demás”. Baltasar ha escrito diez poemarios en catalán en los últimos diez años, todos premiados. Entre ellos, se encuentra su debut Laia (2008), con el que ganó el premio Miquel de Palol, y con Invertida (2017), el premio Mallorca. Permagel (2018), su primera novela y que le ha traído atención internacional, es una historia contundente, íntima y carnal. Su protagonista, quien narra la historia, es una mujer con tendencias suicidas que se protege del exterior, pero se entrega con intensidad al sexo con otras mujeres, la literatura y el arte. Este ostracismo recuerda a la actitud ermitaña de Baltasar, una mujer que en la soledad y la escritura ha encontrado la manera de lanzarse hacia afuera en solidaridad con el mundo. No por nada este libro se ha convertido en un best seller y le ha hablado a miles de lectores alrededor del planeta.“Pronto vendrán dos novelas más, Boulder y Mamut. En ellas estoy trabajando con mucha pasión, disfrutándolas un montón”, dice al intentar no preocuparse por las incertidumbres del futuro. Baltasar prefiere vivir su vida en presente. Cuando le preguntan sobre su tránsito de la poesía a la narrativa, asegura que no lo reconoce de manera clara. “Sigo trabajando el lenguaje a nivel poético en cada novela, y mucho. Estoy permanentemente centrada en la búsqueda del ritmo, de la musicalidad, de la imagen precisa”, dice. De alguna forma, la renuencia de esta escritora logró sobreponerse a lo que el mundo esperaba de ella y desde chica no ha parado de tomar decisiones que hacen de su forma de vida una actitud inseparable de su obra. Aunque nació en Barcelona, desde que tenía dos años se trasladó con sus padres a Villafranca del Panadés, una población vinícola a unos 50 kilómetros de la ciudad, donde su vida transcurrió puertas para adentro, con mucha alcoba y poca calle. Su madre, socia de un círculo de lectores, llegaba a casa con libros que, por el poco espacio, terminaban guardados en una estantería de su habitación. En los ratos de soledad, entre tratados de astrología y libros de Lorca, García Márquez y Agatha Christie, encontró una vía para la escritura, y en el paisaje de su infancia, la escuela católica, los viñedos, la tierra más bien seca pero plena, la generosidad de la vida. Desde su primera mudanza, Baltasar ha cambiado de domicilio unas veinte veces, casi siempre a zonas rurales y aisladas, poblaciones pequeñas y medianas, donde es fácil conseguir ratos de soledad ante la naturaleza. Madre de dos hijas, lesbiana, catalana y poeta, le cuesta suscribirse a una categoría, aunque reconoce que es en el contacto con el otro que se insertan estas etiquetas con las que tendemos a identificarnos. Quizás por eso ahora sigue viviendo en una población pequeña cerca de las montañas, lejos de las grandes ciudades. Baltasar muestra con su literatura una incomodidad ante el mundo, su inconformidad con el sistema y una negativa a asimilarse. Para ella, vida y obra son el mismo paso necesario para acceder a una vida más intensa.“Estos momentos de soledad, frente a la naturaleza, hacen que luego cuando estoy con gente, esté más abierta, más presente”, dice Baltasar mientras promete que al acabar esta entrevista tomará una ducha, meditará una hora y saldrá con su familia a tomar un helado. “Jugaremos hasta la hora de la cena”, dice. En la obra de esta escritora, la vida va primero.

Collage de R.R., basado en la fotografía de Roberto Garcia

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Eva Baltasar es de las escritoras hispanas que piensa que en la literatura el proceso es tan importante como el resultado, algo que debería interpelarnos en un momento en el que los resultados y los objetivos parecen primar y justificar tremendas injusticias en el mundo. Para ella, ser poeta no sólo representa construir versos, sino una manera de habitar el mundo y estar con los demás. Esto lo denomina “vivir poéticamente”: hacerlo con intensidad, entregando solidaridad a cada palabra y acto. Por eso, Baltasar (1978) es una mujer que defiende en voz alta el componente humanizador de la literatura. Al fin y al cabo, los tiempos en los que vivimos son de crisis, de explotación económica, inconsciencia ambiental o escasez alimentaria y estas circunstancias al escritor, como al resto de nosotros, le exigen una postura sobre su labor y su oficio. “La literatura abre pequeños espacios de redención porque tiene la capacidad de conectarnos con aquellos aspectos de nuestra humanidad que, tal vez empleados de otra forma, hubieran podido ayudar a crear un mundo mejor”, afirma Baltasar en una breve correspondencia electrónica desde España, antes de confesar que hace veinte años, cuando empezó a escribir y vivía replegada en sí misma, no reflexionaba sobre ello. “Es algo sobre lo que he ido dándome cuenta conforme me he abierto al mundo y a los demás”. Baltasar ha escrito diez poemarios en catalán en los últimos diez años, todos premiados. Entre ellos, se encuentra su debut Laia (2008), con el que ganó el premio Miquel de Palol, y con Invertida (2017), el premio Mallorca. Permagel (2018), su primera novela y que le ha traído atención internacional, es una historia contundente, íntima y carnal. Su protagonista, quien narra la historia, es una mujer con tendencias suicidas que se protege del exterior, pero se entrega con intensidad al sexo con otras mujeres, la literatura y el arte. Este ostracismo recuerda a la actitud ermitaña de Baltasar, una mujer que en la soledad y la escritura ha encontrado la manera de lanzarse hacia afuera en solidaridad con el mundo. No por nada este libro se ha convertido en un best seller y le ha hablado a miles de lectores alrededor del planeta.“Pronto vendrán dos novelas más, Boulder y Mamut. En ellas estoy trabajando con mucha pasión, disfrutándolas un montón”, dice al intentar no preocuparse por las incertidumbres del futuro. Baltasar prefiere vivir su vida en presente. Cuando le preguntan sobre su tránsito de la poesía a la narrativa, asegura que no lo reconoce de manera clara. “Sigo trabajando el lenguaje a nivel poético en cada novela, y mucho. Estoy permanentemente centrada en la búsqueda del ritmo, de la musicalidad, de la imagen precisa”, dice. De alguna forma, la renuencia de esta escritora logró sobreponerse a lo que el mundo esperaba de ella y desde chica no ha parado de tomar decisiones que hacen de su forma de vida una actitud inseparable de su obra. Aunque nació en Barcelona, desde que tenía dos años se trasladó con sus padres a Villafranca del Panadés, una población vinícola a unos 50 kilómetros de la ciudad, donde su vida transcurrió puertas para adentro, con mucha alcoba y poca calle. Su madre, socia de un círculo de lectores, llegaba a casa con libros que, por el poco espacio, terminaban guardados en una estantería de su habitación. En los ratos de soledad, entre tratados de astrología y libros de Lorca, García Márquez y Agatha Christie, encontró una vía para la escritura, y en el paisaje de su infancia, la escuela católica, los viñedos, la tierra más bien seca pero plena, la generosidad de la vida. Desde su primera mudanza, Baltasar ha cambiado de domicilio unas veinte veces, casi siempre a zonas rurales y aisladas, poblaciones pequeñas y medianas, donde es fácil conseguir ratos de soledad ante la naturaleza. Madre de dos hijas, lesbiana, catalana y poeta, le cuesta suscribirse a una categoría, aunque reconoce que es en el contacto con el otro que se insertan estas etiquetas con las que tendemos a identificarnos. Quizás por eso ahora sigue viviendo en una población pequeña cerca de las montañas, lejos de las grandes ciudades. Baltasar muestra con su literatura una incomodidad ante el mundo, su inconformidad con el sistema y una negativa a asimilarse. Para ella, vida y obra son el mismo paso necesario para acceder a una vida más intensa.“Estos momentos de soledad, frente a la naturaleza, hacen que luego cuando estoy con gente, esté más abierta, más presente”, dice Baltasar mientras promete que al acabar esta entrevista tomará una ducha, meditará una hora y saldrá con su familia a tomar un helado. “Jugaremos hasta la hora de la cena”, dice. En la obra de esta escritora, la vida va primero.

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