Entre las listas de lo mejor del cine latinoamericano en lo que va del siglo, suele aparecer la obra uruguaya que Federico Veiroj filmó en 2010. Ahora que cumple sus primeros 10 años de vida, y que forma parte del catálogo de Amazon Prime Video, aprovechamos para celebrar sus encantos y revelaciones.
En noviembre de 2019, Cinema Tropical, una organización enfocada a la promoción del cine latinoamericano en Estados Unidos, hizo una encuesta con programadores de festivales de cine en todo el mundo para definir cuáles eran las mejores películas latinoamericanas en lo que va del siglo. La lista se compone de títulos y autores que quizá conozca el gran público, por ejemplo, Roma (2018), de Alfonso Cuarón, o Zama (2017), de Lucrecia Martel, pero al fondo en el décimo lugar aparecía una obra mayor: La vida útil (2010), del minimalista uruguayo Federico Veiroj.
Con una presencia más discreta en el cine contemporáneo, tanto la película como su director son casi un secreto. Aunque Veiroj sea probablemente el cineasta más destacado de Uruguay, no ha participado en los grandes festivales del mundo, más que en la Quincena de los Realizadores en Cannes, y apenas ha hecho cinco largometrajes desde 2008. Su influencia se percibe más en círculos devotamente cinéfilos —La vida útil es también el nombre de una joven revista de crítica cinematográfica—, sin embargo, ahora cuando la película cumple sus primeros diez años, es importante aprovechar su sorprendente presencia en Amazon Prime Video para celebrar sus peculiares encantos y revelaciones.
Con su nombre, La vida útil parece plantear una pregunta: ¿sirve de algo la vida cinéfila? A momentos el título parece irónico: un hombre trabaja en la Cinemateca Uruguaya, donde vive una rutina extraordinaria para quien se emocione al programar ciclos cinematográficos o explicar la diferencia entre el conocimiento enciclopédico y la sensibilidad frente a la imagen. Quizá para mucha gente parecería una vida enclaustrada entre el cine y sus trámites, pero Jorge (interpretado por el crítico Jorge Jellinek) parece satisfecho. Cuando presenta una película frente a una sala casi vacía, por ejemplo, el protagonista no se preocupa por el aforo y habla con emoción del director que ha venido a ofrecer unas palabras. Jorge no sólo está en el cine, como espacio físico, sino que también lo habita en un sentido ya espiritual.
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La vida útil destaca de entre los demás largometrajes de Veiroj por muchas razones, pero quizá la principal sea el perceptible afecto con que el director observa a su protagonista. De por sí su minimalismo no es tan desafiante como el de Huillet-Straub, sino lúdico como el del portugués Manoel de Oliveira, cuyo nombre se atraviesa a menudo en la película. La austeridad encantadora de Singularidades de uma Rapariga Loura (2009) no es la misma que la de Veiroj (sus personajes actúan de manera más natural que los del maestro portugués y sus tramas son más delgadas), pero en ambos cineastas hay un tono paternal, como de quien lee una fábula a un niño adormecido. Al menos la música del antiguo compositor uruguayo Eduardo Fabini sugiere la vida de Jorge como genuinamente útil —y si no, feliz— con su tono de melodrama alegre y heroico. Esto, aunado a la fotografía en blanco y negro, remite al cine clásico de Pedro Infante y James Cagney, y nos muestra el dominio de Veiroj sobre las convenciones cinematográficas, que se convierten en objeto de juego. La vida útil no sólo se trata de un cinéfilo: está hecha por uno. Pero sin importar las pequeñas alegrías que comunica Veiroj al inicio de la trama, poco a poco nos damos cuenta de que el caos se acerca.
En una escena vemos a Jorge inspeccionando las butacas rasgadas de la Cinemateca y en una junta se habla de otras decadencias en las salas: el audio falla y los proyectores están en las últimas. En su vida personal, Jorge sufre un revés: Paola (Paola Venditto), una docente de derecho, se ha negado a ir por un café con este hombre tímido que había ensayado su propuesta afuera de la sala de cine.
La música sugiere la vida de Jorge como genuinamente útil —y si no, feliz—. Además de la fotografía en blanco y negro, remite al cine clásico de James Cagney, y nos muestra el dominio de Veiroj sobre las convenciones cinematográficas, que se convierten en objeto de juego.
El último golpe de la desgracia es aniquilador: Jorge y el director de la Cinemateca reciben la noticia de que ya no hay fondos para mantener su casa de cine. Entonces suena una canción monótona y juguetona de Leo Maslíah que dice “Y estoy vacío de patas / Tan inútil y quieto / Como un viento mutilado / Con mis dos caballos perdidos”. Es un acompañimiento burlón de la tragedia que contrasta con el misterioso título de la película: la vida de Jorge es ahora inútil.
Esta idea a mitad de la trama tiene una reverberación en la vida pública contemporánea, donde es fácil encontrarse con el escrutinio de la cultura cinéfila. En Contra la cinefilia: Historia de un romance exagerado (2020), el crítico español Vicente Monroy describe, por ejemplo, la respuesta de los fanáticos del cine al #MeToo: “una militancia violenta y escéptica se extendió con fuerza en los medios y en las redes, generalizando una serie de enunciados fundamentalistas contra el feminismo”. El amor al cine, como el amor a Dios, es violento y por su virulencia se enfrenta a su fin. Pero frente al apocalipsis, La vida útil nos ofrece una posibilidad de salvar a la cinefilia de sí misma. Jorge, que representa esa cultura, aparece caído, fuera del cine, aprendiendo a mirar la realidad como visionario.
Tras el cierre de la Cinemateca, el protagonista se ve decidido no a aferrarse al cine como un reaccionario que defiende a un violador porque hizo buenas películas, sino a vivir como los personajes ficticios que cazan la felicidad. En un momento se escucha una carga de caballería extraída de Stagecoach (1939), de John Ford, mientras Jorge avanza decidido en la calle. Va a ver de nuevo a Paola en una última cruzada. Dos momentos más presumen la cinefilia como escuela: en uno Jorge baila con torpeza y alegría, como un Gene Kelly fuera de forma, y en otro más se hace pasar por profesor en la facultad de Paola mientras espera verla. “Sepamos mentir”, les dice a unos estudiantes de derecho con las palabras de Mark Twain y la confianza de Spencer Tracy cuando hacía de abogado.
No lo sabemos de cierto porque en el cine de Veiroj todo es ambiguo, pero podemos pensar que Jorge aprendió a vivir en las películas; podemos pensar también que la vida cinéfila es más que la intolerancia frente al cine que ven otros y mucho más que las idealizaciones de artistas y sus formas: la vida útil es la que se vive siendo lo mejor de lo que el cine nos enseña.
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